Ya en Lima, aventurero como era, realiza una serie de trabajos para sobrevivir.
Felizmente, por esos días, encuentra el apoyo del músico don Ricardo Arbe, que
lo acoge en su domicilio. Posteriormente ingresa en el Colegio Nacional de
Nuestra Señora de Guadalupe, en donde demuestra sus inquietudes y aficiones,
al editar la revista VERDAD Y ESFUERZO. Más tarde, otras publicaciones más.
Su vehemencia juvenil, le hace escribir notas rebeldes que estuvieron a punto de
causar su expulsión del Colegio. Por esta razón tuvo que terminar sus estudios
en el Colegio Modelo donde edita la Revista del Colegio. Concluidos sus estudios
secundarios, ingresa en la Facultad de Letras de la Universidad Mayor de San
Marcos, donde convoca a un grupo de jóvenes emprendedores con los que edita
la Revista LOS NUEVOS. En el ámbito periodístico, tuvo prolífica creación que
publicó, “El Comercio”, “La Prensa” y “La Crónica” de Lima; “Altura” de
Huancayo; “El País” de Montevideo; “la Prensa” y “El Sexto Continente” de
Buenos Aires.
PICPISH.
Era el tipo más procaz que pudo crear la ignorancia atrevida, hasta el extremo
de no temer a Dios ni al diablo, ni andarse en figurillas en tratándose de replicar
con insolencia las órdenes de sus superiores.
Este silbido vibrátil llenaba todas las oscuras galerías de la mina que –no hay
por qué dudar- hasta la propia roca subterránea lo conocía. De un modular
agudo se escuchaba a distancias prolongadas y por el que sus compañeros de
labores, sin todavía verlo, sabían que era él quien se acercaba. Era un silbido
ancestral, nativo y en el que ponía tal pasión donde sus huaynitos era un trinar
armonioso de vernacularidad.
Tenía dos amigos del alma y de la “conchudez”: “Shucuy Cara” y “Calducho”, dos
astrosos y majados tareadores con los que formaba un trío de jocundidad y
jaranas cholas.
Nicanor Huamán, alias “Shucuy Cara” era carne pujante de cinismo y frescura.
Impermeable para el insulto o la broma pesada, podrían sacarle la madre y a él
no le importaba. Hablaba rápidamente el quechua y su parla, en ese idioma, era
un florilegio de cundería, que para quien entendía su jerigonza, pese a lo que
pesare, tenía que reír a mandíbula batiente.