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David Eli Salazar “Departamento de Pasco en 1963” ha estudiado educación en la

universidad Daniel Alcides Carrion de Cerro de Pasco. En 1991 fue finalista de


concurso de cuento, poesía y leyenda la organizo CREDIEP. Ha publicado el libro
hora cero 21 en 1902 en co-autoría con Ángel Garrido donde incluye el cuento
haya abajo. Y luego las botas de jebe de 1994. Con el libro destinos inciertos fue
ganador del segundo premio anual de literatura convocado por la municipalidad
provincial de Pasco. Ha participado activamente en los encuentros regionales de
escritores desde 1992 hasta nuestros días. Es egresado de dos maestrías. La
primera de universidad nacional enrique guzmán y valle “cantuta” 1992-1995 y
recientemente en la escuela de postgrado de la universidad nacional mayor de san
marcos 1995-1997 en la especialidad de literatura peruana y latinoamericana.
Actualmente es docente de literatura en la universidad Daniel Alcides Carrión.

Dionisio Rodolfo Bernal Rojas


13 JUNIO 2015PUEBLO MÁRTIRDEJA UN COMENTARIO

Este notable escritor, folclorólogo y


diplomático peruano, nació en la ciudad del Cerro de Pasco el 12 de agosto de
1917, en su domicilio de la Plaza Centenario. Hijo de don Román Bernal Blanco
y doña Natividad Rojas, ambos nacidos en el Cerro de Pasco. Su abuelo, don
Dionisio Bernal, fue capitán de navío de la Armada Española. A él le dedica su
obra cumbre con el siguiente tenor:
A don Dionisio Bernal, mi abuelo, Capitán de Navío de la Real Armada
Española; andaluz y chapeta obstinado, aventurero y Gran Señor de Minas,
Patrón de Muleros.

A mi padre, que desde temprana edad me enseñó con el ejemplo, a ser


hombre. A mi suelo natal, que me dio el aliento y a los Clubes Carnavalescos de
Pasco y a los cantores y músicos populares de toda la Región Central del Perú.

Sus estudios primarios los realizó en nuestra vieja Escuela de Patarcocha,


cuando todavía era Municipal, en donde se gestó sus notables aptitudes
literarias. De muy niño participó en las comparsas carnavalescas, nutriéndose
con aquellas vivas demostraciones de entusiasmo popular. Al concluir sus
estudios primarios, decide marchar a la capital. El día de su partida, los diarios
locales publicaron unos versos muy expresivos en los que hacía notar su
tremenda congoja por el alejamiento involuntario del lar nativo.

Ya en Lima, aventurero como era, realiza una serie de trabajos para sobrevivir.
Felizmente, por esos días, encuentra el apoyo del músico don Ricardo Arbe, que
lo acoge en su domicilio. Posteriormente ingresa en el Colegio Nacional de
Nuestra Señora de Guadalupe, en donde demuestra sus inquietudes y aficiones,
al editar la revista VERDAD Y ESFUERZO. Más tarde, otras publicaciones más.
Su vehemencia juvenil, le hace escribir notas rebeldes que estuvieron a punto de
causar su expulsión del Colegio. Por esta razón tuvo que terminar sus estudios
en el Colegio Modelo donde edita la Revista del Colegio. Concluidos sus estudios
secundarios, ingresa en la Facultad de Letras de la Universidad Mayor de San
Marcos, donde convoca a un grupo de jóvenes emprendedores con los que edita
la Revista LOS NUEVOS. En el ámbito periodístico, tuvo prolífica creación que
publicó, “El Comercio”, “La Prensa” y “La Crónica” de Lima; “Altura” de
Huancayo; “El País” de Montevideo; “la Prensa” y “El Sexto Continente” de
Buenos Aires.

Nuestros Escritores: Daniel Florencio Casquero


11 NOVIEMBRE 2012PUEBLO MÁRTIRDEJA UN COMENTARIO

PICPISH.

Un diminuto individuo que parecía sufrir de enanismo era Anselmo Cajachagua,


un “timbrero” del “pique” de las lumbreras de Colquijirca.

Era el tipo más procaz que pudo crear la ignorancia atrevida, hasta el extremo
de no temer a Dios ni al diablo, ni andarse en figurillas en tratándose de replicar
con insolencia las órdenes de sus superiores.

La grosería a flor de labios, en un condimento de ajos y cebollas, sapos y


culebras, lagartos y tortugas, el estar al lado de Cajachagua era pasar un rato
sucio pero ameno, para hombres solos.
A Anselmo Cajachagua le pusieron un apodo, en un instante de inspiración
inventiva, que era la exacta graficación de su físico y de su índole. Le decían
“Picpish”. Y es que su rostro hacía evocar la cabeza de un gorrioncillo andino
que existe en las punas serranas, y porque sus carrillos cetrinos eran fuelles
vibrantes de un agudo silbar permanente.

Este silbido vibrátil llenaba todas las oscuras galerías de la mina que –no hay
por qué dudar- hasta la propia roca subterránea lo conocía. De un modular
agudo se escuchaba a distancias prolongadas y por el que sus compañeros de
labores, sin todavía verlo, sabían que era él quien se acercaba. Era un silbido
ancestral, nativo y en el que ponía tal pasión donde sus huaynitos era un trinar
armonioso de vernacularidad.

Pero de “Picpish” emanaba una virtud: era trabajador como un combo y


aguantador como un yunque majado por los brazos proletarios. Ágil en sus
movimientos, no había actividad minera que él no hubiera realizado. Había sido
enmaderador, carrilano, perforista, barrenero, shutero y otras técnicas obreras.
Ahora trabajaba de timbrero en el pique principal.

“Picpish” nació, se crió y creció en el rudo ambiente del campamento minero, y


lo saturaba la efervescencia animal de los seres elementales y primitivos. No
sabía leer ni escribir, pero poseedor de una intuición superada, podía discurrir
ventajosamente sobre el trajinar cotidiano de la gleba minera. Estaba bien
informado de todo y de todos y era una enciclopedia de chismografía proletaria,
pero sin llegar a la doblez ni a la hipocresía.

Tenía dos amigos del alma y de la “conchudez”: “Shucuy Cara” y “Calducho”, dos
astrosos y majados tareadores con los que formaba un trío de jocundidad y
jaranas cholas.

Nicanor Huamán, alias “Shucuy Cara” era carne pujante de cinismo y frescura.
Impermeable para el insulto o la broma pesada, podrían sacarle la madre y a él
no le importaba. Hablaba rápidamente el quechua y su parla, en ese idioma, era
un florilegio de cundería, que para quien entendía su jerigonza, pese a lo que
pesare, tenía que reír a mandíbula batiente.

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