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Arzobispado de
San José
Bajo tu amparo...
Presentación
El papa Pablo VI en la Exhortación apostólica Marialis Cultus, sintetiza de manera admirable y con-
creta, el objetivo del culto que la Iglesia le tributa a la Virgen María, Madre de Dios. En ella dice:
« […] la finalidad última del culto a la bienaventurada Virgen María es glorificar a Dios y
empeñar a los cristianos en una vida absolutamente conforme a su voluntad. Los hijos de la
Iglesia, en efecto, cuando uniendo sus voces a la voz de la mujer anónima del Evangelio,
glorifican a la Madre de Jesús, exclamando, vueltos hacia Él: "Dichoso el vientre que te llevó
y los pechos que te criaron" (Lc 11, 27), se verán inducidos a considerar la grave respuesta
del divino Maestro: "Dichosos más bien los que escuchan la palabra de Dios y la cum-
plen" (Lc 11, 28)» (MC 39).
Teniendo pues presente la importancia que ocupa la Virgen María en nuestro camino de fe, por su
ejemplo de obediencia y disponibilidad a la voluntad de Dios y al mismo tiempo, por su intercesión
en favor de todos nosotros sus hijos, ante la cercanía del mes de mayo, mes tradicionalmente dedica-
do a la Virgen María, desea el señor Arzobispo Metropolitano, Monseñor José Rafael Quirós, que
aprovechemos este mes, para fomentar y estimular en nuestras parroquias y comunidades, la devo-
ción a la Santísima Virgen María.
Fundamentalmente, desea Monseñor que durante el mes de mayo se promueva el rezo del santo ro-
sario en nuestras iglesias, capillas, oratorios y por supuesto en familia; aunado a lo anterior, que se
destaque con especial amor y veneración su imagen; asimismo, dependiendo de las posibilidades de
cada comunidad, se podría pensar en organizar alguna celebración solemne en honor a la Madre de
Dios, lo mismo que algunas formaciones y catequesis para los fieles, sobre la presencia, misión y
culto a la Virgen María, en la vida de la Iglesia.
Para facilitar la organización del mes mariano, se sugieren algunas actividades y los respectivos sub-
sidios para su realización; dicho sea de paso, algunos de estos han sido facilitados por la Dra. Deya-
nira Flores para este fin:
1. Para el rezo diario del santo Rosario, les ofrecemos un subsidio con unas breves meditacio-
nes para cada misterio. Asimismo, tengan presente que en el libro de Andrés Pardo,
"Celebraciones y plegarias marianas" (BAC, Madrid 1997), hay tres sugerencias para rezar el
Rosario comunitario (pp.269-299).
2. Sería muy bueno promover en las parroquias la lectura, estudio y meditación de la Exhor-
tación del Beato Juan Pablo II sobre el Rosario Rosarium Virginis Mariae. Se podría: repartir en
todas las parroquias la Exhortación a todas las personas; organizar en la parroquia su estu-
dio; dividirla en 31 partes y que cada día del mes de mayo se lea una parte antes o después
del rezo del Rosario, para instruir a los que participan (y para llegarle a aquéllos que no asis-
tirían a una instrucción más formal, o en el caso de que ésta no se pudiera dar). Se adjunta un
esquema de dicha Exhortación, realizado por la Profesora Deyanira Flores.
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3. También valdría la pena estudiar con los fieles, el cap. VIII de la Constitución dogmática
sobre la Iglesia Lumen Gentium, que precisamente se refiere a la Bienaventurada Virgen Ma-
ría, Madre de Dios, en el misterio de Cristo y de la Iglesia. Recordemos también que este año
la Lumen Gentium cumplirá 50 años de su aprobación y promulgación.
4. Con el fin de organizar una celebración mariana solemne, se les ofrece la Celebración del
Ave María del P. Ignacio M. Calabuig, OSM, gran liturgista y mariólogo italiano. Es una medi-
tación sobre el Ave María (y el Misterio de la Encarnación). Dicha celebración, dura, máximo,
una hora.
5. Recordemos que la liturgia no rivaliza con la piedad popular, sino más bien, que ésta últi-
ma es de gran ayuda para profundizar y vivir mejor el misterio de Cristo que la liturgia cele-
bra, misterio en el que está inserta la Santísima Virgen María; por esto, no olvidemos que los
sábados la Iglesia tributa especial veneración a la Madre de Dios, por lo que conviene la cele-
bración hasta la hora nona de los formularios de las Misas de la Virgen María, ya sea la Misa
Votiva o aquella durante el tiempo de Pascual.
6. Sería muy conveniente que en aquellas iglesias o lugares de culto que tienen a la Virgen
María como titular o patrona, se estimulen algunos ejercicios de piedad marianos, tales como
peregrinaciones, rosarios de la aurora, novenas, jornadas de formación y acciones similares,
que puedan unir a las comunidades en torno a las distintas advocaciones bajo las cuales la
veneramos.
Quiera Dios que esta iniciativa de nuestro Pastor, por fortalecer la devoción a la Madre del Redentor
en nuestra Arquidiócesis, se vea reflejada en una mayor entrega y dedicación a la extensión del
Reino.
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1.
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Llévanos a Jesús
Meditemos
con la Exhortación Apostólica
Rosarium Virginis Mariae
5
La Carta Apostólica Rosarium Virginis Mariae del Papa Juan Pablo II
Síntesis
Dra. Deyanira Flores
Mayo-2003
INTRODUCCION (nn.1-8)
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b) Orar por la familia
a) Contemplación = Recordar
b) Qué es la Biblia
c) Actualización en la liturgia
d) Actualización en las prácticas piadosas
e) Liturgia + oración personal incesante
f) Cómo ayuda el Rosario a la Liturgia
6) María nos enseña a comprender a Cristo (14)
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a) Cristo es el Maestro
b) En ámbito humano María es la mejor maestra para entender a Cristo
c) María como maestra en Caná
d) María como maestra después de la Ascensión
e) Ir a la escuela de María
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a) El número de misterios del Rosario
b) Incorporación de 5 misterios más
c) Misterios de la Luz
d) Compendio del Evangelio
e) Propósito de los nuevos misterios
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4) El enunciado del misterio (29)
6) El silencio (31)
a) Alimentarse de silencio
b) El valor del silencio
7) El Padrenuestro (32)
9) El Gloria (34)
a) Jaculatorias finales
b) Oración para conseguir el fruto de lo que se medita
c) Varias formas legítimas
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a) Instrumento para rezarlo
b) Simbolismo
c) El rosario está centrado en el Crucifijo
d) El rosario evoca el camino a recorrer
e) El rosario como cadena
CONCLUSIÓN
1) «Rosario bendito de María, cadena dulce que nos unes con Dios» (39)
2) La paz (40)
a) Dificultades actuales
b) Motivos por los cuales el Rosario es una oración orientada a la paz
c) El Rosario nos abre a las necesidades de los hermanos
d) El Rosario nos hace constructores de paz
a) Recuperar el Rosario
b) Llamamiento al clero, a los teólogos y a los consagrados
d) Llamamiento a todos los fieles laicos
e) Oración del Beato Bartolomé Longo
CARTA APOSTÓLICA
ROSARIUM VIRGINIS MARIAE
DEL SUMO PONTÍFICE JUAN PABLO II
AL EPISCOPADO, AL CLERO Y A LOS FIELES SOBRE EL SANTO ROSARIO
2 de mayo
2. A esta oración le han atribuido gran importancia muchos de mis Predecesores. Un mérito particu-
lar a este respecto corresponde a León XIII que, el 1 de septiembre de 1883, promulgó la Encíclica
Supremi apostolatus officio, importante declaración con la cual inauguró otras muchas intervencio-
nes sobre esta oración, indicándola como instrumento espiritual eficaz ante los males de la sociedad.
Entre los Papas más recientes que, en la época conciliar, se han distinguido por la promoción del Ro-
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sario, deseo recordar al Beato Juan XXIII y, sobre todo, a PabloVI, que en la Exhortación apostólica
Marialis cultus, en consonancia con la inspiración del Concilio Vaticano II, subrayó el carácter evan-
gélico del Rosario y su orientación cristológica.
Yo mismo, después, no he dejado pasar ocasión de exhortar a rezar con frecuencia el Rosario. Esta
oración ha tenido un puesto importante en mi vida espiritual desde mis años jóvenes. Me lo ha re-
cordado mucho mi reciente viaje a Polonia, especialmente la visita al Santuario de Kalwaria. El Ro-
sario me ha acompañado en los momentos de alegría y en los de tribulación. A él he confiado tantas
preocupaciones y en él siempre he encontrado consuelo. Hace veinticuatro años, el 29 de octubre de
1978, dos semanas después de la elección a la Sede de Pedro, como abriendo mi alma, me expresé
así: «El Rosario es mi oración predilecta. ¡Plegaria maravillosa! Maravillosa en su sencillez y en su
profundidad. [...] Se puede decir que el Rosario es, en cierto modo, un comentario-oración sobre el
capítulo final de la Constitución Lumen gentium del Vaticano II, capítulo que trata de la presencia
admirable de la Madre de Dios en el misterio de Cristo y de la Iglesia. En efecto, con el trasfondo de
las Avemarías pasan ante los ojos del alma los episodios principales de la vida de Jesucristo. El Ro-
sario en su conjunto consta de misterios gozosos, dolorosos y gloriosos, y nos ponen en comunión
vital con Jesús a través –podríamos decir– del Corazón de su Madre. Al mismo tiempo nuestro cora-
zón puede incluir en estas decenas del Rosario todos los hechos que entraman la vida del individuo,
la familia, la nación, la Iglesia y la humanidad. Experiencias personales o del prójimo, sobre todo de
las personas más cercanas o que llevamos más en el corazón. De este modo la sencilla plegaria del
Rosario sintoniza con el ritmo de la vida humana ».
Con estas palabras, mis queridos Hermanos y Hermanas, introducía mi primer año de Pontificado
en el ritmo cotidiano del Rosario. Hoy, al inicio del vigésimo quinto año de servicio como Sucesor
de Pedro, quiero hacer lo mismo. Cuántas gracias he recibido de la Santísima Virgen a través del Ro-
sario en estos años: Magnificat anima mea Dominum! Deseo elevar mi agradecimiento al Señor con
las palabras de su Madre Santísima, bajo cuya protección he puesto mi ministerio petrino: Totus
tuus!
3 de mayo
Vía de contemplación
5. Pero el motivo más importante para volver a proponer con determinación la práctica del Rosario
es por ser un medio sumamente válido para favorecer en los fieles la exigencia de contemplación del
misterio cristiano, que he propuesto en la Carta Apostólica Novo millennio ineunte como verdadera
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y propia 'pedagogía de la santidad': «es necesario un cristianismo que se distinga ante todo en el ar-
te de la oración». Mientras en la cultura contemporánea, incluso entre tantas contradicciones, aflora
una nueva exigencia de espiritualidad, impulsada también por influjo de otras religiones, es más ur-
gente que nunca que nuestras comunidades cristianas se conviertan en «auténticas escuelas de ora-
ción».
El Rosario forma parte de la mejor y más reconocida tradición de la contemplación cristiana. Inicia-
do en Occidente, es una oración típicamente meditativa y se corresponde de algún modo con la
«oración del corazón», u «oración de Jesús», surgida sobre el humus del Oriente cristiano.
4 de mayo
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« ¡Ahí tienes a tu madre! » (Jn 19, 27)
7. Numerosos signos muestran cómo la Santísima Virgen ejerce también hoy, precisamente a través
de esta oración, aquella solicitud materna para con todos los hijos de la Iglesia que el Redentor, poco
antes de morir, le confió en la persona del discípulo predilecto: «¡Mujer, ahí tienes a tu hijo!» (Jn 19,
26). Son conocidas las distintas circunstancias en las que la Madre de Cristo, entre el siglo XIX y XX,
ha hecho de algún modo notar su presencia y su voz para exhortar al Pueblo de Dios a recurrir a es-
ta forma de oración contemplativa. Deseo en particular recordar, por la incisiva influencia que con-
servan en el vida de los cristianos y por el acreditado reconocimiento recibido de la Iglesia, las apa-
riciones de Lourdes y Fátima, cuyos Santuarios son meta de numerosos peregrinos, en busca de con-
suelo y de esperanza.
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sario tuvo también el Beato Bartolomé Longo. Su camino de santidad se apoya sobre una inspiración
sentida en lo más hondo de su corazón: « ¡Quien propaga el Rosario se salva! ». Basándose en ello,
se sintió llamado a construir en Pompeya un templo dedicado a la Virgen del Santo Rosario colin-
dante con los restos de la antigua ciudad, apenas influenciada por el anuncio cristiano antes de que-
dar cubierta por la erupción del Vesuvio en el año 79 y rescatada de sus cenizas siglos después, co-
mo testimonio de las luces y las sombras de la civilización clásica.
Con toda su obra y, en particular, a través de los «Quince Sábados», Bartolomé Longo desarrolló el
meollo cristológico y contemplativo del Rosario, que ha contado con un particular aliento y apoyo
en León XIII, el «Papa del Rosario».
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27); en la mañana de Pascua será una mirada radiante por la alegría de la resurrección y, por fin,
una mirada ardorosa por la efusión del Espíritu en el día de Pentecostés (cf. Hch 1, 14).
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tiempo, la fuente de donde mana toda su fuerza», también es necesario recordar que la vida espiri-
tual « no se agota sólo con la participación en la sagrada Liturgia. El cristiano, llamado a orar en co-
mún, debe no obstante, entrar también en su interior para orar al Padre, que ve en lo escondido (cf.
Mt 6, 6); más aún: según enseña el Apóstol, debe orar sin interrupción (cf. 1 Ts 5, 17) ». El Rosario,
con su carácter específico, pertenece a este variado panorama de la oración 'incesante', y si la Litur-
gia, acción de Cristo y de la Iglesia, es acción salvífica por excelencia, el Rosario, en cuanto medita-
ción sobre Cristo con María, es contemplación saludable. En efecto, penetrando, de misterio en mis-
terio, en la vida del Redentor, hace que cuanto Él ha realizado y la Liturgia actualiza sea asimilado
profundamente y forje la propia existencia.
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amigos, frecuentándose, suelen parecerse también en las costumbres, así nosotros, conversando fa-
miliarmente con Jesús y la Virgen, al meditar los Misterios del Rosario, y formando juntos una mis-
ma vida de comunión, podemos llegar a ser, en la medida de nuestra pequeñez, parecidos a ellos, y
aprender de estos eminentes ejemplos el vivir humilde, pobre, escondido, paciente y perfecto».
Además, mediante este proceso de configuración con Cristo, en el Rosario nos encomendamos en
particular a la acción materna de la Virgen Santa. Ella, que es la madre de Cristo y a la vez miembro
de la Iglesia como «miembro supereminente y completamente singular», es al mismo tiempo 'Madre
de la Iglesia'. Como tal 'engendra' continuamente hijos para el Cuerpo místico del Hijo. Lo hace me-
diante su intercesión, implorando para ellos la efusión inagotable del Espíritu. Ella es el icono per-
fecto de la maternidad de la Iglesia.
El Rosario nos transporta místicamente junto a María, dedicada a seguir el crecimiento humano de
Cristo en la casa de Nazaret. Eso le permite educarnos y modelarnos con la misma diligencia, hasta
que Cristo «sea formado» plenamente en nosotros (cf. Ga 4, 19). Esta acción de María, basada total-
mente en la de Cristo y subordinada radicalmente a ella, «favorece, y de ninguna manera impide, la
unión inmediata de los creyentes con Cristo». Es el principio iluminador expresado por el Concilio
Vaticano II, que tan intensamente he experimentado en mi vida, haciendo de él la base de mi lema
episcopal: Totus tuus. Un lema, como es sabido, inspirado en la doctrina de san Luis María Grignion
de Montfort, que explicó así el papel de María en el proceso de configuración de cada uno de noso-
tros con Cristo: «Como quiera que toda nuestra perfección consiste en el ser conformes, unidos y
consagrados a Jesucristo, la más perfecta de la devociones es, sin duda alguna, la que nos conforma,
nos une y nos consagra lo más perfectamente posible a Jesucristo. Ahora bien, siendo María, de to-
das las criaturas, la más conforme a Jesucristo, se sigue que, de todas las devociones, la que más con-
sagra y conforma un alma a Jesucristo es la devoción a María, su Santísima Madre, y que cuanto
más consagrada esté un alma a la Santísima Virgen, tanto más lo estará a Jesucristo». De verdad, en
el Rosario el camino de Cristo y el de María se encuentran profundamente unidos. ¡María no vive
más que en Cristo y en función de Cristo!
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El Rosario es a la vez meditación y súplica. La plegaria insistente a la Madre de Dios se apoya en la
confianza de que su materna intercesión lo puede todo ante el corazón del Hijo. Ella es
«omnipotente por gracia», como, con audaz expresión que debe entenderse bien, dijo en su Súplica a
la Virgen el Beato Bartolomé Longo. Basada en el Evangelio, ésta es una certeza que se ha ido conso-
lidando por experiencia propia en el pueblo cristiano. El eminente poeta Dante la interpreta estu-
pendamente, siguiendo a san Bernardo, cuando canta: «Mujer, eres tan grande y tanto vales, que
quien desea una gracia y no recurre a ti, quiere que su deseo vuele sin alas». En el Rosario, mientras
suplicamos a María, templo del Espíritu Santo (cf. Lc 1, 35), Ella intercede por nosotros ante el Padre
que la ha llenado de gracia y ante el Hijo nacido de su seno, rogando con nosotros y por nosotros.
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Nuestra Señora de Fátima
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ningún aspecto esencial de la estructura tradicional de esta oración, se orienta a hacerla vivir con re-
novado interés en la espiritualidad cristiana, como verdadera introducción a la profundidad del Co-
razón de Cristo, abismo de gozo y de luz, de dolor y de gloria.
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Misterios de gozo
20. El primer ciclo, el de los «misterios gozosos», se caracteriza efectivamente por el gozo que pro-
duce el acontecimiento de la encarnación. Esto es evidente desde la anunciación, cuando el saludo
de Gabriel a la Virgen de Nazaret se une a la invitación a la alegría mesiánica: «Alégrate, María». A
este anuncio apunta toda la historia de la salvación, es más, en cierto modo, la historia misma del
mundo. En efecto, si el designio del Padre es de recapitular en Cristo todas las cosas (cf. Ef 1, 10), el
don divino con el que el Padre se acerca a María para hacerla Madre de su Hijo alcanza a todo el
universo. A su vez, toda la humanidad está como implicada en el fiat con el que Ella responde pron-
tamente a la voluntad de Dios.
El regocijo se percibe en la escena del encuentro con Isabel, dónde la voz misma de María y la pre-
sencia de Cristo en su seno hacen «saltar de alegría» a Juan (cf. Lc 1, 44). Repleta de gozo es la esce-
na de Belén, donde el nacimiento del divino Niño, el Salvador del mundo, es cantado por los ánge-
les y anunciado a los pastores como «una gran alegría» (Lc 2, 10).
Pero ya los dos últimos misterios, aun conservando el sabor de la alegría, anticipan indicios del dra-
ma. En efecto, la presentación en el templo, a la vez que expresa la dicha de la consagración y exta-
sía al viejo Simeón, contiene también la profecía de que el Niño será «señal de contradicción» para
Israel y de que una espada traspasará el alma de la Madre (cf. Lc 2, 34-35). Gozoso y dramático al
mismo tiempo es también el episodio de Jesús de 12 años en el templo. Aparece con su sabiduría di-
vina mientras escucha y pregunta, y ejerciendo sustancialmente el papel de quien 'enseña'. La reve-
lación de su misterio de Hijo, dedicado enteramente a las cosas del Padre, anuncia aquella radicali-
dad evangélica que, ante las exigencias absolutas del Reino, cuestiona hasta los más profundos lazos
de afecto humano. José y María mismos, sobresaltados y angustiados, «no comprendieron» sus pala-
bras (Lc 2, 50).
De este modo, meditar los misterios «gozosos» significa adentrarse en los motivos últimos de la ale-
gría cristiana y en su sentido más profundo. Significa fijar la mirada sobre lo concreto del misterio
de la Encarnación y sobre el sombrío preanuncio del misterio del dolor salvífico. María nos ayuda a
aprender el secreto de la alegría cristiana, recordándonos que el cristianismo es ante todo evange-
lion, 'buena noticia', que tiene su centro o, mejor dicho, su contenido mismo, en la persona de Cristo,
el Verbo hecho carne, único Salvador del mundo.
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Misterios de luz
21. Pasando de la infancia y de la vida de Nazaret a la vida pública de Jesús, la contemplación nos
lleva a los misterios que se pueden llamar de manera especial «misterios de luz». En realidad, todo
el misterio de Cristo es luz. Él es «la luz del mundo» (Jn 8, 12). Pero esta dimensión se manifiesta so-
bre todo en los años de la vida pública, cuando anuncia el evangelio del Reino. Deseando indicar a
la comunidad cristiana cinco momentos significativos –misterios «luminosos»– de esta fase de la vi-
da de Cristo, pienso que se pueden señalar: 1. su Bautismo en el Jordán; 2. su autorrevelación en las
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bodas de Caná; 3. su anuncio del Reino de Dios invitando a la conversión; 4. su Transfiguración; 5.
institución de la Eucaristía, expresión sacramental del misterio pascual.
Cada uno de estos misterios revela el Reino ya presente en la persona misma de Jesús. Misterio de
luz es ante todo el Bautismo en el Jordán. En él, mientras Cristo, como inocente que se hace 'pecado'
por nosotros (cf. 2 Co 5, 21), entra en el agua del río, el cielo se abre y la voz del Padre lo proclama
Hijo predilecto (cf. Mt 3, 17 par.), y el Espíritu desciende sobre Él para investirlo de la misión que le
espera. Misterio de luz es el comienzo de los signos en Caná (cf. Jn 2, 1-12), cuando Cristo, transfor-
mando el agua en vino, abre el corazón de los discípulos a la fe gracias a la intervención de María, la
primera creyente. Misterio de luz es la predicación con la cual Jesús anuncia la llegada del Reino de
Dios e invita a la conversión (cf. Mc 1, 15), perdonando los pecados de quien se acerca a Él con hu-
milde fe (cf. Mc 2, 3-13; Lc 7,47-48), iniciando así el ministerio de misericordia que Él continuará ejer-
ciendo hasta el fin del mundo, especialmente a través del sacramento de la Reconciliación confiado a
la Iglesia. Misterio de luz por excelencia es la Transfiguración, que según la tradición tuvo lugar en
el Monte Tabor. La gloria de la Divinidad resplandece en el rostro de Cristo, mientras el Padre lo
acredita ante los apóstoles extasiados para que lo « escuchen » (cf. Lc 9, 35 par.) y se dispongan a vi-
vir con Él el momento doloroso de la Pasión, a fin de llegar con Él a la alegría de la Resurrección y a
una vida transfigurada por el Espíritu Santo. Misterio de luz es, por fin, la institución de la Eucaris-
tía, en la cual Cristo se hace alimento con su Cuerpo y su Sangre bajo las especies del pan y del vino,
dando testimonio de su amor por la humanidad « hasta el extremo » (Jn13, 1) y por cuya salvación
se ofrecerá en sacrificio.
Excepto en el de Caná, en estos misterios la presencia de María queda en el trasfondo. Los Evange-
lios apenas insinúan su eventual presencia en algún que otro momento de la predicación de Jesús
(cf. Mc 3, 31-35; Jn 2, 12) y nada dicen sobre su presencia en el Cenáculo en el momento de la institu-
ción de la Eucaristía. Pero, de algún modo, el cometido que desempeña en Caná acompaña toda la
misión de Cristo. La revelación, que en el Bautismo en el Jordán proviene directamente del Padre y
ha resonado en el Bautista, aparece también en labios de María en Caná y se convierte en su gran
invitación materna dirigida a la Iglesia de todos los tiempos: «Haced lo que él os diga» (Jn 2, 5). Es
una exhortación que introduce muy bien las palabras y signos de Cristo durante su vida pública,
siendo como el telón de fondo mariano de todos los «misterios de luz».
18 de mayo
Misterios de dolor
22. Los Evangelios dan gran relieve a los misterios del dolor de Cristo. La piedad cristiana, especial-
mente en la Cuaresma, con la práctica del Via Crucis, se ha detenido siempre sobre cada uno de los
momentos de la Pasión, intuyendo que ellos son el culmen de la revelación del amor y la fuente de
nuestra salvación. El Rosario escoge algunos momentos de la Pasión, invitando al orante a fijar en
ellos la mirada de su corazón y a revivirlos. El itinerario meditativo se abre con Getsemaní, donde
Cristo vive un momento particularmente angustioso frente a la voluntad del Padre, contra la cual la
debilidad de la carne se sentiría inclinada a rebelarse. Allí, Cristo se pone en lugar de todas las tenta-
ciones de la humanidad y frente a todos los pecados de los hombres, para decirle al Padre: «no se
haga mi voluntad, sino la tuya» (Lc 22, 42 par.). Este «sí» suyo cambia el «no» de los progenitores en
el Edén. Y cuánto le costaría esta adhesión a la voluntad del Padre se muestra en los misterios si-
guientes, en los que, con la flagelación, la coronación de espinas, la subida al Calvario y la muerte en
cruz, se ve sumido en la mayor ignominia: Ecce homo!
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En este oprobio no sólo se revela el amor de Dios, sino el sentido mismo del hombre. Ecce homo:
quien quiera conocer al hombre, ha de saber descubrir su sentido, su raíz y su cumplimiento en
Cristo, Dios que se humilla por amor «hasta la muerte y muerte de cruz» (Flp 2, 8). Los misterios de
dolor llevan el creyente a revivir la muerte de Jesús poniéndose al pie de la cruz junto a María, para
penetrar con ella en la inmensidad del amor de Dios al hombre y sentir toda su fuerza regeneradora.
19 de mayo
Misterios de gloria
23. «La contemplación del rostro de Cristo no puede reducirse a su imagen de crucificado. ¡Él es el
Resucitado!». El Rosario ha expresado siempre esta convicción de fe, invitando al creyente a superar
la oscuridad de la Pasión para fijarse en la gloria de Cristo en su Resurrección y en su Ascensión.
Contemplando al Resucitado, el cristiano descubre de nuevo las razones de la propia fe (cf. 1 Co 15,
14), y revive la alegría no solamente de aquellos a los que Cristo se manifestó –los Apóstoles, la
Magdalena, los discípulos de Emaús–, sino también el gozo de María, que experimentó de modo in-
tenso la nueva vida del Hijo glorificado. A esta gloria, que con la Ascensión pone a Cristo a la dere-
cha del Padre, sería elevada Ella misma con la Asunción, anticipando así, por especialísimo privile-
gio, el destino reservado a todos los justos con la resurrección de la carne. Al fin, coronada de gloria
–como aparece en el último misterio glorioso–, María resplandece como Reina de los Ángeles y los
Santos, anticipación y culmen de la condición escatológica del Iglesia.
En el centro de este itinerario de gloria del Hijo y de la Madre, el Rosario considera, en el tercer mis-
terio glorioso, Pentecostés, que muestra el rostro de la Iglesia como una familia reunida con María,
avivada por la efusión impetuosa del Espíritu y dispuesta para la misión evangelizadora. La con-
templación de éste, como de los otros misterios gloriosos, ha de llevar a los creyentes a tomar con-
ciencia cada vez más viva de su nueva vida en Cristo, en el seno de la Iglesia; una vida cuyo gran
'icono' es la escena de Pentecostés. De este modo, los misterios gloriosos alimentan en los creyentes
la esperanza en la meta escatológica, hacia la cual se encaminan como miembros del Pueblo de Dios
peregrino en la historia. Esto les impulsará necesariamente a dar un testimonio valiente de aquel
«gozoso anuncio» que da sentido a toda su vida.
20 de mayo
De los 'misterios' al 'Misterio': el camino de María
24. Los ciclos de meditaciones propuestos en el Santo Rosario no son ciertamente exhaustivos, pero
llaman la atención sobre lo esencial, preparando el ánimo para gustar un conocimiento de Cristo,
que se alimenta continuamente del manantial puro del texto evangélico. Cada rasgo de la vida de
Cristo, tal como lo narran los Evangelistas, refleja aquel Misterio que supera todo conocimiento (cf.
Ef 3, 19). Es el Misterio del Verbo hecho carne, en el cual «reside toda la Plenitud de la Divinidad
corporalmente» (Col 2, 9). Por eso el Catecismo de la Iglesia Católica insiste tanto en los misterios de
Cristo, recordando que «todo en la vida de Jesús es signo de su Misterio». El «duc in altum» de la
Iglesia en el tercer Milenio se basa en la capacidad de los cristianos de alcanzar «en toda su riqueza
la plena inteligencia y perfecto conocimiento del Misterio de Dios, en el cual están ocultos todos los
tesoros de la sabiduría y de la ciencia» (Col 2, 2-3). La Carta a los Efesios desea ardientemente a to-
dos los bautizados: «Que Cristo habite por la fe en vuestros corazones, para que, arraigados y ci-
mentados en el amor [...], podáis conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para
que os vayáis llenando hasta la total plenitud de Dios» (3, 17-19).
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El Rosario promueve este ideal, ofreciendo el 'secreto' para abrirse más fácilmente a un conocimien-
to profundo y comprometido de Cristo. Podríamos llamarlo el camino de María. Es el camino del
ejemplo de la Virgen de Nazaret, mujer de fe, de silencio y de escucha. Es al mismo tiempo el ca-
mino de una devoción mariana consciente de la inseparable relación que une Cristo con su Santa
Madre: los misterios de Cristo son también, en cierto sentido, los misterios de su Madre, incluso
cuando Ella no está implicada directamente, por el hecho mismo de que Ella vive de Él y por Él. Ha-
ciendo nuestras en el Ave Maria las palabras del ángel Gabriel y de santa Isabel, nos sentimos im-
pulsados a buscar siempre de nuevo en María, entre sus brazos y en su corazón, el «fruto bendito de
su vientre» (cf. Lc 1, 42).
21 de mayo
22 de mayo
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cuado para favorecer su asimilación. Se trata del método basado en la repetición. Esto vale ante todo
para el Ave María, que se repite diez veces en cada misterio. Si consideramos superficialmente esta
repetición, se podría pensar que el Rosario es una práctica árida y aburrida. En cambio, se puede ha-
cer otra consideración sobre el Rosario, si se toma como expresión del amor que no se cansa de diri-
girse a la persona amada con manifestaciones que, incluso parecidas en su expresión, son siempre
nuevas respecto al sentimiento que las inspira.
En Cristo, Dios ha asumido verdaderamente un «corazón de carne». Cristo no solamente tiene un
corazón divino, rico en misericordia y perdón, sino también un corazón humano, capaz de todas las
expresiones de afecto. A este respecto, si necesitáramos un testimonio evangélico, no sería difícil en-
contrarlo en el conmovedor diálogo de Cristo con Pedro después de la Resurrección. «Simón, hijo de
Juan, ¿me quieres?» Tres veces se le hace la pregunta, tres veces Pedro responde: «Señor, tú lo sabes
que te quiero» (cf. Jn 21, 15-17). Más allá del sentido específico del pasaje, tan importante para la mi-
sión de Pedro, a nadie se le escapa la belleza de esta triple repetición, en la cual la reiterada pregunta
y la respuesta se expresan en términos bien conocidos por la experiencia universal del amor hu-
mano. Para comprender el Rosario, hace falta entrar en la dinámica psicológica que es propia del
amor.
Una cosa está clara: si la repetición del Ave Maria se dirige directamente a María, el acto de amor,
con Ella y por Ella, se dirige a Jesús. La repetición favorece el deseo de una configuración cada vez
más plena con Cristo, verdadero 'programa' de la vida cristiana. San Pablo lo ha enunciado con pa-
labras ardientes: «Para mí la vida es Cristo, y la muerte una ganancia» (Flp 1, 21). Y también: «No
vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí» (Ga 2, 20). El Rosario nos ayuda a crecer en esta confi-
guración hasta la meta de la santidad.
23 de mayo
Un método válido...
27. No debe extrañarnos que la relación con Cristo se sirva de la ayuda de un método. Dios se comu-
nica con el hombre respetando nuestra naturaleza y sus ritmos vitales. Por esto la espiritualidad
cristiana, incluso conociendo las formas más sublimes del silencio místico, en el que todas las imáge-
nes, palabras y gestos son como superados por la intensidad de una unión inefable del hombre con
Dios, se caracteriza normalmente por la implicación de toda la persona, en su compleja realidad psi-
cofísica y relacional.
Esto aparece de modo evidente en la Liturgia. Los Sacramentos y los Sacramentales están estructu-
rados con una serie de ritos relacionados con las diversas dimensiones de la persona. También la
oración no litúrgica expresa la misma exigencia. Esto se confirma por el hecho de que, en Oriente, la
oración más característica de la meditación cristológica, la que está centrada en las palabras «Señor
Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí, pecador», está vinculada tradicionalmente con el ritmo de
la respiración, que, mientras favorece la perseverancia en la invocación, da como una consistencia
física al deseo de que Cristo se convierta en el aliento, el alma y el 'todo' de la vida.
26
ción espiritual, usa técnicas de tipo psicofísico, repetitivas y simbólicas. El Rosario forma parte de
este cuadro universal de la fenomenología religiosa, pero tiene características propias, que respon-
den a las exigencias específicas de la vida cristiana.
En efecto, el Rosario es un método para contemplar. Como método, debe ser utilizado en relación al
fin y no puede ser un fin en sí mismo. Pero tampoco debe infravalorarse, dado que es fruto de una
experiencia secular. La experiencia de innumerables Santos aboga en su favor. Lo cual no impide
que pueda ser mejorado. Precisamente a esto se orienta la incorporación, en el ciclo de los misterios,
de la nueva serie de los mysteria lucis, junto con algunas sugerencias sobre el rezo del Rosario que
propongo en esta Carta. Con ello, aunque respetando la estructura firmemente consolidada de esta
oración, quiero ayudar a los fieles a comprenderla en sus aspectos simbólicos, en sintonía con las
exigencias de la vida cotidiana. De otro modo, existe el riesgo de que esta oración no sólo no pro-
duzca los efectos espirituales deseados, sino que el rosario mismo con el que suele recitarse, acabe
por considerarse como un amuleto o un objeto mágico, con una radical distorsión de su sentido y su
cometido.
24 de mayo
Santa María, Auxilio de los Cristianos
25 de mayo
El silencio
31. La escucha y la meditación se alimentan del silencio. Es conveniente que, después de enunciar el
misterio y proclamar la Palabra, esperemos unos momentos antes de iniciar la oración vocal, para
fijar la atención sobre el misterio meditado. El redescubrimiento del valor del silencio es uno de los
secretos para la práctica de la contemplación y la meditación. Uno de los límites de una sociedad tan
condicionada por la tecnología y los medios de comunicación social es que el silencio se hace cada
vez más difícil. Así como en la Liturgia se recomienda que haya momentos de silencio, en el rezo del
Rosario es también oportuno hacer una breve pausa después de escuchar la Palabra de Dios, con-
centrando el espíritu en el contenido de un determinado misterio.
26 de mayo
El «Padrenuestro»
32. Después de haber escuchado la Palabra y centrado la atención en el misterio, es natural que el
ánimo se eleve hacia el Padre. Jesús, en cada uno de sus misterios, nos lleva siempre al Padre, al cual
Él se dirige continuamente, porque descansa en su 'seno' (cf Jn 1, 18). Él nos quiere introducir en la
intimidad del Padre para que digamos con Él: «¡Abbá, Padre!» (Rm 8, 15; Ga 4, 6). En esta relación
con el Padre nos hace hermanos suyos y entre nosotros, comunicándonos el Espíritu, que es a la vez
suyo y del Padre. El «Padrenuestro», puesto como fundamento de la meditación cristológico-
mariana que se desarrolla mediante la repetición del Ave Maria, hace que la meditación del miste-
rio, aun cuando se tenga en soledad, sea una experiencia eclesial.
28
María–, análogamente a la mirada de aprobación del Génesis (cf. Gn 1, 31), aquel «pathos con el que
Dios, en el alba de la creación, contempló la obra de sus manos». Repetir en el Rosario el Ave Maria
nos acerca a la complacencia de Dios: es júbilo, asombro, reconocimiento del milagro más grande de
la historia. Es el cumplimiento dela profecía de María: «Desde ahora todas las generaciones me lla-
marán bienaventurada» (Lc1, 48).
El centro del Ave Maria, casi como engarce entre la primera y la segunda parte, es el nombre de Je-
sús. A veces, en el rezo apresurado, no se percibe este aspecto central y tampoco la relación con el
misterio de Cristo que se está contemplando. Pero es precisamente el relieve que se da al nombre de
Jesús y a su misterio lo que caracteriza una recitación consciente y fructuosa del Rosario. Ya Pablo
VI recordó en la Exhortación apostólica Marialis cultus la costumbre, practicada en algunas regio-
nes, de realzar el nombre de Cristo añadiéndole una cláusula evocadora del misterio que se está me-
ditando. Es una costumbre loable, especialmente en la plegaria pública. Expresa con intensidad la fe
cristológica, aplicada a los diversos momentos de la vida del Redentor. Es profesión de fe y, al mis-
mo tiempo, ayuda a mantener atenta la meditación, permitiendo vivir la función asimiladora, innata
en la repetición del Ave Maria, respecto al misterio de Cristo. Repetir el nombre de Jesús –el único
nombre del cual podemos esperar la salvación (cf. Hch 4, 12)– junto con el de su Madre Santísima, y
como dejando que Ella misma nos lo sugiera, es un modo de asimilación, que aspira a hacernos en-
trar cada vez más profundamente en la vida de Cristo.
De la especial relación con Cristo, que hace de María la Madre de Dios, la Theotòkos, deriva, ade-
más, la fuerza de la súplica con la que nos dirigimos a Ella en la segunda parte de la oración, con-
fiando a su materna intercesión nuestra vida y la hora de nuestra muerte.
27 de mayo
El «Gloria»
34. La doxología trinitaria es la meta de la contemplación cristiana. En efecto, Cristo es el camino
que nos conduce al Padre en el Espíritu. Si recorremos este camino hasta el final, nos encontramos
continuamente ante el misterio de las tres Personas divinas que se han de alabar, adorar y agrade-
cer. Es importante que el Gloria, culmen de la contemplación, sea bien resaltado en el Rosario. En el
rezo público podría ser cantado, para dar mayor énfasis a esta perspectiva estructural y característi-
ca de toda plegaria cristiana.
En la medida en que la meditación del misterio haya sido atenta, profunda, fortalecida –de Ave en
Ave – por el amor a Cristo y a María, la glorificación trinitaria en cada decena, en vez de reducirse a
una rápida conclusión, adquiere su justo tono contemplativo, como para levantar el espíritu a la al-
tura del Paraíso y hacer revivir, de algún modo, la experiencia del Tabor, anticipación de la contem-
plación futura: «Bueno es estarnos aquí» (Lc 9, 33).
La jaculatoria final
35. Habitualmente, en el rezo del Rosario, después de la doxología trinitaria sigue una jaculatoria,
que varía según las costumbres. Sin quitar valor a tales invocaciones, parece oportuno señalar que la
contemplación de los misterios puede expresar mejor toda su fecundidad si se procura que cada
misterio concluya con una oración dirigida a alcanzar los frutos específicos de la meditación del
misterio. De este modo, el Rosario puede expresar con mayor eficacia su relación con la vida cristia-
na. Lo sugiere una bella oración litúrgica, que nos invita a pedir que, meditando los misterios del
Rosario, lleguemos a «imitar lo que contienen y a conseguir lo que prometen».
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Como ya se hace, dicha oración final puede expresarse en varias forma legítimas. El Rosario adquie-
re así también una fisonomía más adecuada a las diversas tradiciones espirituales y a las distintas
comunidades cristianas. En esta perspectiva, es de desear que se difundan, con el debido discerni-
miento pastoral, las propuestas más significativas, experimentadas tal vez en centros y santuarios
marianos que cultivan particularmente la práctica del Rosario, de modo que el Pueblo de Dios pue-
da acceder a toda auténtica riqueza espiritual, encontrando así una ayuda para la propia contempla-
ción.
28 de mayo
El 'rosario'
36. Instrumento tradicional para rezarlo es el rosario. En la práctica más superficial, a menudo ter-
mina por ser un simple instrumento para contar la sucesión de las Ave Maria. Pero sirve también
para expresar un simbolismo, que puede dar ulterior densidad a la contemplación.
A este propósito, lo primero que debe tenerse presente es que el rosario está centrado en el Crucifijo,
que abre y cierra el proceso mismo de la oración. En Cristo se centra la vida y la oración de los cre-
yentes. Todo parte de Él, todo tiende hacia Él, todo, a través de Él, en el Espíritu Santo, llega al Pa-
dre.
En cuanto medio para contar, que marca el avanzar de la oración, el rosario evoca el camino ince-
sante de la contemplación y de la perfección cristiana. El Beato Bartolomé Longo lo consideraba
también como una 'cadena' que nos une a Dios. Cadena, sí, pero cadena dulce; así se manifiesta la
relación con Dios, que es Padre. Cadena 'filial', que nos pone en sintonía con María, la «sierva del
Señor» (Lc 1, 38) y, en definitiva, con el propio Cristo, que, aun siendo Dios, se hizo «siervo» por
amor nuestro (Flp 2, 7).
Es también hermoso ampliar el significado simbólico del rosario a nuestra relación recíproca, recor-
dando de ese modo el vínculo de comunión y fraternidad que nos une a todos en Cristo.
29 de mayo
Inicio y conclusión
37. En la práctica corriente, hay varios modos de comenzar el Rosario, según los diversos contextos
eclesiales. En algunas regiones se suele iniciar con la invocación del Salmo 69: «Dios mío ven en mi
auxilio, Señor date prisa en socorrerme», como para alimentar en el orante la humilde conciencia de
su propia indigencia; en otras, se comienza recitando el Credo, como haciendo de la profesión de fe
el fundamento del camino contemplativo que se emprende. Éstos y otros modos similares, en la me-
dida que disponen el ánimo para la contemplación, son usos igualmente legítimos. La plegaria se
concluye rezando por las intenciones del Papa, para elevar la mirada de quien reza hacia el vasto
horizonte de las necesidades eclesiales. Precisamente para fomentar esta proyección eclesial del Ro-
sario, la Iglesia ha querido enriquecerlo con santas indulgencias para quien lo recita con las debidas
disposiciones.
En efecto, si se hace así, el Rosario es realmente un itinerario espiritual en el que María se hace ma-
dre, maestra, guía, y sostiene al fiel con su poderosa intercesión. ¿Cómo asombrarse, pues, si al final
de esta oración en la cual se ha experimentado íntimamente la maternidad de María, el espíritu sien-
te necesidad de dedicar una alabanza a la Santísima Virgen, bien con la espléndida oración de la Sal-
ve Regina, bien con las Letanías lauretanas? Es como coronar un camino interior, que ha llevado al
fiel al contacto vivo con el misterio de Cristo y de su Madre Santísima.
30
30 de mayo
La distribución en el tiempo
38. El Rosario puede recitarse entero cada día, y hay quienes así lo hacen de manera laudable. De
ese modo, el Rosario impregna de oración los días de muchos contemplativos, o sirve de compañía a
enfermos y ancianos que tienen mucho tiempo disponible. Pero es obvio –y eso vale, con mayor ra-
zón, si se añade el nuevo ciclo de los mysteria lucis– que muchos no podrán recitar más que una
parte, según un determinado orden semanal. Esta distribución semanal da a los días de la semana
un cierto 'color' espiritual, análogamente a lo que hace la Liturgia con las diversas fases del año li-
túrgico.
Según la praxis corriente, el lunes y el jueves están dedicados a los «misterios gozosos», el martes y
el viernes a los «dolorosos», el miércoles, el sábado y el domingo a los «gloriosos». ¿Dónde introdu-
cir los «misterios de la luz»? Considerando que los misterios gloriosos se proponen seguidos el sába-
do y el domingo, y que el sábado es tradicionalmente un día de marcado carácter mariano, parece
aconsejable trasladar al sábado la segunda meditación semanal de los misterios gozosos, en los cua-
les la presencia de María es más destacada. Queda así libre el jueves para la meditación de los miste-
rios de la luz.
No obstante, esta indicación no pretende limitar una conveniente libertad en la meditación personal
y comunitaria, según las exigencias espirituales y pastorales y, sobre todo, las coincidencias litúrgi-
cas que pueden sugerir oportunas adaptaciones. Lo verdaderamente importante es que el Rosario se
comprenda y se experimente cada vez más como un itinerario contemplativo. Por medio de él, de
manera complementaria a cuanto se realiza en la Liturgia, la semana del cristiano, centrada en el do-
mingo, día de la resurrección, se convierte en un camino a través de los misterios de la vida de Cris-
to, y Él se consolida en la vida de sus discípulos como Señor del tiempo y de la historia.
31 de mayo
Fiesta de la Visitación de la Santísima Virgen María
31
«Rosario bendito de María, cadena dulce que nos unes con Dios»
39. Lo que se ha dicho hasta aquí expresa ampliamente la riqueza de esta oración tradicional, que
tiene la sencillez de una oración popular, pero también la profundidad teológica de una oración
adecuada para quien siente la exigencia de una contemplación más intensa.
La Iglesia ha visto siempre en esta oración una particular eficacia, confiando las causas más difíciles
a su recitación comunitaria y a su práctica constante. En momentos en los que la cristiandad misma
estaba amenazada, se atribuyó a la fuerza de esta oración la liberación del peligro y la Virgen del
Rosario fue considerada como propiciadora de la salvación.
Hoy deseo confiar a la eficacia de esta oración –lo he señalado al principio– la causa de la paz en el
mundo y la de la familia.
La paz
40. Las dificultades que presenta el panorama mundial en este comienzo del nuevo Milenio nos in-
ducen a pensar que sólo una intervención de lo Alto, capaz de orientar los corazones de quienes vi-
ven situaciones conflictivas y de quienes dirigen los destinos de las Naciones, puede hacer esperar
en un futuro menos oscuro.
El Rosario es una oración orientada por su naturaleza hacia la paz, por el hecho mismo de que con-
templa a Cristo, Príncipe de la paz y «nuestra paz» (Ef 2, 14). Quien interioriza el misterio de Cristo
–y el Rosario tiende precisamente a eso– aprende el secreto de la paz y hace de ello un proyecto de
vida. Además, debido a su carácter meditativo, con la serena sucesión del Ave Maria, el Rosario
ejerce sobre el orante una acción pacificadora que lo dispone a recibir y experimentar en la profun-
didad de su ser, y a difundir a su alrededor, paz verdadera, que es un don especial del Resucitado
(cf. Jn 14, 27; 20, 21).
Es además oración por la paz por la caridad que promueve. Si se recita bien, como verdadera ora-
ción meditativa, el Rosario, favoreciendo el encuentro con Cristo en sus misterios, muestra también
el rostro de Cristo en los hermanos, especialmente en los que más sufren. ¿Cómo se podría conside-
rar, en los misterios gozosos, el misterio del Niño nacido en Belén sin sentir el deseo de acoger, de-
fender y promover la vida, haciéndose cargo del sufrimiento de los niños en todas las partes del
mundo? ¿Cómo podrían seguirse los pasos del Cristo revelador, en los misterios de la luz, sin pro-
ponerse el testimonio de sus bienaventuranzas en la vida de cada día? Y ¿cómo contemplar a Cristo
cargado con la cruz y crucificado, sin sentir la necesidad de hacerse sus «cireneos» en cada hermano
aquejado por el dolor u oprimido por la desesperación? ¿Cómo se podría, en fin, contemplar la glo-
ria de Cristo resucitado y a María coronada como Reina, sin sentir el deseo de hacer este mundo más
hermoso, más justo, más cercano al proyecto de Dios?
En definitiva, mientras nos hace contemplar a Cristo, el Rosario nos hace también constructores de
la paz en el mundo. Por su carácter de petición insistente y comunitaria, en sintonía con la invitación
de Cristo a «orar siempre sin desfallecer» (Lc 18,1), nos permite esperar que hoy se pueda vencer
también una 'batalla' tan difícil como la de la paz. De este modo, el Rosario, en vez de ser una huida
de los problemas del mundo, nos impulsa a examinarlos de manera responsable y generosa, y nos
concede la fuerza de afrontarlos con la certeza de la ayuda de Dios y con el firme propósito de testi-
moniar en cada circunstancia la caridad, «que es el vínculo de la perfección» (Col 3, 14).
32
por la familia. Antes esta oración era apreciada particularmente por las familias cristianas, y cierta-
mente favorecía su comunión. Conviene no descuidar esta preciosa herencia. Se ha de volver a rezar
en familia y a rogar por las familias, utilizando todavía esta forma de plegaria.
Si en la Carta apostólica Novo millennio ineunte he alentado la celebración de la Liturgia de las Ho-
ras por parte de los laicos en la vida ordinaria de las comunidades parroquiales y de los diversos
grupos cristianos, deseo hacerlo igualmente con el Rosario. Se trata de dos caminos no alternativos,
sino complementarios, de la contemplación cristiana. Pido, por tanto, a cuantos se dedican a la pas-
toral de las familias que recomienden con convicción el rezo del Rosario.
La familia que reza unida, permanece unida. El Santo Rosario, por antigua tradición, es una oración
que se presta particularmente para reunir a la familia. Contemplando a Jesús, cada uno de sus
miembros recupera también la capacidad de volverse a mirar a los ojos, para comunicar, solidarizar-
se, perdonarse recíprocamente y comenzar de nuevo con un pacto de amor renovado por el Espíritu
de Dios.
Muchos problemas de las familias contemporáneas, especialmente en las sociedades económicamen-
te más desarrolladas, derivan de una creciente dificultad para comunicarse. No se consigue estar
juntos y a veces los raros momentos de reunión quedan absorbidos por las imágenes de un televisor.
Volver a rezar el Rosario en familia significa introducir en la vida cotidiana otras imágenes muy dis-
tintas, las del misterio que salva: la imagen del Redentor, la imagen de su Madre santísima. La fami-
lia que reza unida el Rosario reproduce un poco el clima de la casa de Nazaret: Jesús está en el cen-
tro, se comparten con él alegrías y dolores, se ponen en sus manos las necesidades y proyectos, se
obtienen de él la esperanza y la fuerza para el camino.
34
2.
M
a
r
í
Acomp añanos Madre
Oremos
con los veinte misterios del
Santo Rosario
35
El Santo Rosario
Dra. Deyanira Flores
El Santo Rosario es una forma de oración muy bella y completa, pues combina la oración vo-
cal con la mental o contemplativa, la alabanza, la acción de gracias y la súplica. Varios motivos lo
hacen tan importante y eficaz:
1. Las oraciones que lo componen. Está compuesto por tres de las oraciones más importantes del
cristiano: el Padrenuestro, el Avemaría y el Gloria a la Santísima Trinidad.
2. Su contenido. Todo el Rosario es una meditación de la vida de Nuestro Señor Jesucristo, ad-
mirablemente dividida en cuatro aspectos: el gozo que nos trae con Su Encarnación e infancia;
la luz que nos ofrece con Su ejemplo, Su Palabra y Sus obras mientras estuvo entre nosotros;
los dolores de la Pasión que padeció por amor nuestro para salvarnos, y la gloria de que nos
quiere hacer partícipes con Su Resurrección, Ascensión al cielo y envío del Espíritu Santo. To-
dos los Santos afirman que es indispensable meditar constantemente en la vida de Jesús para
poder conocerlo, amarlo, imitarlo y llegar a ser santos. El Rosario nos ofrece una forma muy
sencilla y práctica de llevar a cabo esta reflexión todos los días de nuestra vida y recibir sus
frutos.
3. Su carácter bíblico y cristocéntrico. De los veinte Misterios del Rosario, dieciocho están funda-
dos directamente en la Sagrada Escritura y son totalmente cristocéntricos, teniendo por prota-
gonista a Jesucristo. Los otros dos, la Asunción y la Coronación de la Santísima Virgen, se
fundan implícitamente en la Escritura y directamente en la Tradición y el Magisterio de la
Iglesia, siendo el primero un Dogma de fe, y el segundo una doctrina enseñada por la Iglesia
desde la época patrística. Además, ambos tienen su celebración litúrgica. De hecho, trece de
los Misterios que se meditan en el Rosario son celebrados por la Liturgia de la Iglesia. Por
eso, como afirma el Papa Pablo VI en su Carta Marialis cultus, el rezo del Rosario puede ser
una excelente preparación o prolongación de la celebración de la Eucaristía (cf. MC 48),
"fuente y cumbre de toda la vida cristiana" (LG 11).
4. Su carácter mariano. El Rosario nos muestra muy bien la unión indisoluble que existe entre
Jesús y Su Madre, pues al ir meditando los diferentes momentos de la vida del Señor, vemos
el papel tan importante que tuvo en ellos, por Voluntad de Dios, la Virgen María. Como bien
dice el Papa Juan Pablo II, ¿"Qué maestra más experta" que María podemos encontrar para
que nos enseñe a comprender "las cosas que Jesús nos ha enseñado y a comprenderlo a Él"?
"Entre las criaturas nadie mejor que Ella conoce a Cristo, y nadie como Ella puede introducir-
nos en un conocimiento profundo de Su misterio … Recorrer con María las escenas del Rosa-
rio es como ir a la 'escuela' de María para leer a Cristo, para penetrar sus secretos, para enten-
der su mensaje". Una escuela muy eficaz, porque María la ejerce "consiguiéndonos abundan-
tes dones del Espíritu Santo y proponiéndonos al mismo tiempo su propio ejemplo de vi-
da" (cf. Carta Apost. El Rosario de la B.V.M., n.14).
5. Su carácter eclesial. El Rosario es una oración de la Iglesia universal, a cuyo desarrollo con-
36
tribuyeron varias órdenes religiosas, como los Cistercienses, Cartujos y Dominicos, practica-
do por innumerables Santos, recomendado constantemente por los Papas, rezado por los cris-
tianos de todos los continentes en muchísimos idiomas diferentes, como una gran cadena de
amor que nos une a todos.
6. Sencillez y profundidad a la vez. El Rosario es una oración tan sencilla que cualquier persona,
en cualquier parte, a cualquier hora, la puede hacer. Para muchos enfermos o privados de li-
bertad, por ejemplo, es a veces la única oración a su alcance, que los llena de gran fortaleza y
consuelo. Al mismo tiempo, el Rosario es una oración tan rica, que toda una vida no basta pa-
ra profundizarlo todo, y bien rezado, nos puede elevar a las cumbres más altas de la contem-
plación mística.
La importancia fundamental que Dios quiso darle a la Virgen María en su Plan de Salvación
de la humanidad se ve muy clara en los Misterios Gozosos, que nos muestran a la Virgen María co-
laborando a hacer posible la Encarnación del Hijo de Dios con su "sí" en la Anunciación y su Mater-
nidad Divina; dándonos ejemplo perfecto de evangelización con su Visitación a Santa Isabel; dando
a luz virginalmente al Hijo de Dios en la gruta de Belén; presentándolo y ofreciéndolo al Padre en el
Templo y enseñándonos cómo debemos buscar incesantemente a Jesús en nuestras vidas, sea que lo
sintamos muy cerca, sea que nos parezca que está lejos.
Intención general:
Admirarnos siempre ante el amor tan grande que Dios nos tiene.
Meditación:
"En el mes sexto fue enviado el ángel Gabriel de parte de Dios … a una virgen … llamada María" (cf.
Lc.1, 26-38).
Dios Padre nos ha demostrado Su amor dándonos a Su propio Hijo, "para que todo el que
crea en Él no perezca, sino que tenga vida eterna (cf. Jn.3, 16). Nos lo dio a todos por medio de la
Virgen María. Gracias al "Sí" de María en la Anunciación, el Verbo eterno del Padre baja del cielo al
vientre virginal de María y por obra del Espíritu Santo se hace hombre, hermano nuestro para siem-
37
pre.
Tratemos de imaginar la humildad, el amor y el gozo con que la Santísima Virgen recibió a
Jesús en sus entrañas y lo llevó en su vientre inmaculado durante nueve meses. Pidámosle a María
que nos enseñe a llevar a Jesús siempre en nuestro corazón. Que siempre sepamos admirarnos ante
el amor tan grande que Dios nos tiene, y nos propongamos responder a tanto amor tratando de ha-
cer en todo Su Voluntad.
Intención general:
Abrirle de par en par nuestro hogar y nuestro corazón a la Virgen María para que venga a
visitarnos y nos traiga a Jesús.
Meditación:
"Así que oyó Isabel el saludo de María, exultó el niño en su seno, e Isabel se llenó del Espíritu San-
to" (cf. Lc.1, 39-56).
La Virgen María, llena del Espíritu Santo, llevando a Jesús en su propio vientre, corre a lle-
varlo a los demás. Dondequiera que Ella llega, siempre trae consigo a Jesús. Ella siempre nos da a
Jesús: con su sola presencia, con su palabra, con su ayuda constante, llena de amor y ternura.
Como Santa Isabel y San Juan Bautista, reconozcamos a María como la Madre de nuestro Se-
ñor (cf. Lc.1, 43), alabémosla (cf. Lc.1, 42.45), honrémosla, contémosle todos nuestros problemas, de-
jémonos aconsejar por ella, no hagamos nada sin consultarle primero. Abrámosle de par en par la
puerta de nuestro hogar y de nuestro corazón a la Virgen María, para que venga a visitarnos y nos
traiga a Jesús. ¡Veremos cuán diferente es nuestra vida cuando Jesús y María viven con nosotros!
Intención general:
Tratar de imitar la humildad, sencillez y concordia de la Sagrada Familia.
Meditación:
"Dio a luz a su hijo primogénito, y le envolvió en pañales y le acostó en un pesebre, por no haber sitio
para ellos en el mesón" (cf. Lc.2, 1-20).
Jesús nos ama tanto que, siendo Dios, se hizo un Niño pequeñito - sin dejar de ser Dios -, para
venir a salvarnos. Siendo infinitamente rico y todopoderoso, se hizo pobre y frágil para enriquecer-
nos y hacernos fuertes con Su gracia.
Tratemos de imaginarnos el gozo inefable de la Virgen María al dar a luz virginalmente al
38
Hijo de Dios, al sostenerlo en sus brazos maternales y contemplar esos ojitos de Jesús que se abrie-
ron por primera vez para Ella. Tratemos de imaginarnos la emoción de San José, cuando la Virgen le
dio a Jesús para que lo alzara y acurrucara y contempló su primera sonrisa.
¡Oh! ¡Si pudiéramos imitar nosotros el amor y la pureza de aquella primera Hora Santa de la
historia: María y José adorando al Niño Dios, recostado en el duro pesebre! Si lográramos que en
nuestras familias reinara la humildad, sencillez y concordia de Nazaret, ¡qué diferente sería el mun-
do! Pero no es un sueño; ¡lo podemos lograr, con la gracia de Dios!
Intención general:
Ofrecernos al Padre junto con Jesús por manos de la Virgen María y San José.
Meditación:
"Así que se cumplieron los días de la purificación … le llevaron a Jerusalén para presentarle al Se-
ñor" (cf. Lc.2, 22-38).
La Virgen Purísima cumple humildemente con la Ley de Moisés que mandaba la purificación
de la mujer después del parto. Llena de amor, presenta a su Hijo al Padre y se lo ofrece para que se
cumpla en Él plenamente Su Voluntad salvífica. Desde ese mismo instante empieza a clavarse en su
Corazón Inmaculado la espada del dolor y comienza su lenta subida al Calvario. Al pie de la Cruz,
volverá a ofrecer a su Hijo al Padre, aceptando que muera crucificado por los pecados de todos no-
sotros.
Pidámosle a la Virgen que nos ayude a aceptar con amor y confianza, como Ella, cualquier
cosa que Dios nos pida, por difícil que sea. En la Santa Misa y muchas veces durante el día ofrezcá-
monos al Padre juntamente con Jesús por manos de la Virgen y San José, para que nuestra vida se
convierta en un sacrificio agradable a Dios (cf. Rom.12, 1).
Intención general:
No cansarnos nunca de buscar a Jesús en compañía de María y José.
Meditación:
Sin culpa de ellos, María y José pasaron por la dolorosísima experiencia de perder a Jesús, y
no se cansaron de buscarlo hasta que lo hallaron. Por culpa nuestra, nosotros muy a menudo perde-
39
mos a Jesús y a veces ni sentimos la falta que nos hace.
La búsqueda del Amado es una constante de la vida cristiana. A Jesús hay que buscarlo cons-
tantemente, y no debemos cansarnos nunca de hacerlo. Si queremos encontrar a Jesús, debemos bus-
carlo de la mano de María y José. Debemos buscarlo en la Iglesia, ahí siempre lo vamos a encontrar:
en Su Palabra, en Sus Sacramentos, en el hermano, y de manera muy especial en el Tabernáculo, es-
perándonos lleno de amor. Procuremos todos los días visitar a Jesús escondido por amor nuestro en
el Santísimo Sacramento, aunque sea sólo unos minutos. ¡Nuestra vida cambiaría totalmente!
La Virgen María acompañó a Jesús también durante Su vida pública, aunque de manera muy
discreta. Jesús realizó Su primer milagro a petición de Ella, y en Caná y Cafarnaúm vemos como
María convivía con los discípulos (cf. Jn.2, 1-12). Como la primera y más perfecta discípula de Cris-
to, nadie mejor que Ella nos puede enseñar a vivir nuestro bautismo, a escuchar atentamente la Pala-
bra de Dios y ponerla en práctica en nuestra vida (cf. Lc.2, 19.51), a tener una fe inquebrantable en
Jesús, verdadero Dios y verdadero hombre, que se hace real y verdaderamente presente en la Euca-
ristía por amor a nosotros.
Intención general:
Darle siempre gracias a Dios por el regalo incomparable de nuestro Santo Bautismo.
Meditación:
"Juan se oponía diciendo: soy yo quien debe ser bautizado por ti, ¿y vienes tú a mí?" (cf. Mt.3, 13-17).
Jesús nos dio un ejemplo sublime de humildad pidiéndole a San Juan Bautista que lo bautiza-
ra en el río Jordán. Gracias a la muerte de Cristo en la Cruz, por medio del Bautismo nos converti-
mos en verdaderos hijos de Dios, miembros del Cuerpo místico de Cristo y templos del Espíritu
Santo. Recibimos la semillita de la gracia, que debe ir creciendo en nosotros y que un día se converti-
rá en la gloria eterna del cielo. ¿Qué más queremos? ¡Cuántas gracias debemos darle a Dios siempre
por el regalo incomparable de nuestro Bautismo!
En el Bautismo prometimos solemnemente a Jesús vivir sólo para Él. Pidámosle a la Virgen
Inmaculada que nos ayude a cumplir esta promesa, la más importante de todas.
Intención general:
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Seguir el consejo de la Virgen María de hacer siempre lo que Jesús nos diga.
Meditación:
"Dijo la Madre de Jesús a éste: no tienen vino … Dijo a los servidores: Haced lo que Él os diga" (cf.
Jn.2, 1-12).
La Virgen María siempre está atenta a nuestras necesidades e intercede ante su Hijo para que
nos ayude. Pero la Virgen también quiere que nosotros pongamos de nuestra parte: debemos hacer
lo que Jesús nos diga. El propósito de todo lo que hace María es la gloria de su Hijo y que nosotros
creamos en Él. Jesús es feliz de concederle a Su Madre todo lo que le pide, porque María siempre
pide según la Voluntad de Dios. ¡Sigamos el consejo de la Santísima Virgen de hacer siempre lo que
Jesús nos pida, y veremos cómo nuestra vida cambiará y seremos todo lo felices que se puede ser en
esta tierra, para serlo después por siempre en el cielo!
Jesús y María quieren bendecir con Su presencia todos los matrimonios, como bendijeron el
de Caná. ¡Invitémoslos a nuestro hogar! Donde están presentes Jesús, María y José, las cosas cami-
nan, las crisis se superan, los dolores se soportan, las familias se mantienen unidas aun en medio de
las dificultades más grandes. Y aun en medio de los problemas, reina el amor, la alegría, la unión y
la paz que hace de la vida familiar algo maravilloso.
Intención general:
Que la Virgen nos ayude a ser buena tierra, donde caiga la semilla de la Palabra y dé mucho
fruto (cf. Mt.13, 8).
Meditación:
"No todo el que dice: ¡Señor, Señor! entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi
Padre, que está en los cielos" (Mt.7, 21).
Por medio de Su ejemplo de vida, Su predicación y Sus parábolas, Jesús nos ha enseñado to-
do lo que necesitamos saber para ser felices en esta vida y alcanzar la vida eterna. Él es el único
Maestro que debe enseñarnos, el único Camino que debemos seguir, la única Verdad que debemos
creer, la única Vida que puede vivificarnos, el único Todo que en todo debe bastarnos.
Sigamos el consejo del Padre celestial y de la Virgen María: ¡escuchémoslo! (cf. Mc.9, 7),
¡hagamos todo lo que Él nos pida! (cf. Jn.2, 5). Busquemos sólo el Reino de Dios y Su justicia, y todo
lo demás nos será dado por añadidura (cf. Mt.6, 33). Aprendamos de María, la primera y más per-
fecta discípula de Cristo, a amar, seguir y servir a Jesús hasta la muerte. Pidámosle a Ella que sea-
mos buena tierra, donde la Palabra de Dios caiga, germine, crezca y llegue a dar mucho fruto para
gloria de Dios y bien de nuestros hermanos (cf. Mt.13, 8).
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Cuarto Misterio Luminoso:
La Transfiguración de Jesús en el Monte Tabor
Intención general:
Que cada día nos transfiguremos de gloria en gloria, conformándonos cada vez más a Jesús
(cf. 2Cor.3, 18).
Meditación:
"Y se transfiguró ante ellos; brilló su rostro como el sol y sus vestidos se volvieron blancos como la luz
… y salió de la nube una voz que decía: Éste es mi Hijo amado, en quien tengo mi complacencia; escu-
chadle" (cf. Mt.17, 1-9).
Jesús se transfiguró delante de San Pedro, Santiago y San Juan para mostrarles que Él era ver-
dadero Dios y verdadero hombre, y para darles fuerza para soportar la prueba de Su Pasión.
Como María (cf. Lc.2, 19.51), debemos contemplar constantemente todo lo que Jesús hizo, ca-
da gesto, cada palabra, para descubrir en todas Sus acciones el amor infinito de un Dios que se hizo
hombre para salvarnos, y para tratar de imitarlo.
El ver a Jesús transfigurado en el Tabor y glorioso en Su Resurrección nos debe llenar de es-
peranza y alegría. Aunque tengamos que pasar por la cruz, las pruebas y el dolor no son la última
palabra, sino la alegría eterna del cielo junto a Jesús, María y nuestros seres queridos. Como María y
con Ella, vivamos los momentos de cruz con la mirada puesta en la gloria de la Resurrección. Con su
ayuda, permitamos que cada día el Espíritu Santo nos vaya transformando "de gloria en gloria", ha-
ciéndonos cada vez más parecidos a Jesús, hasta el momento en que el Padre celestial nos llame a ir
a Su encuentro.
Intención general:
Que tengamos siempre como el tesoro más grande el poder recibir a Jesús en la Sagrada Co-
munión.
Meditación:
"Tomando el pan, dio gracias, lo partió y se lo dio, diciendo: Este es mi cuerpo, que es entregado por
vosotros; haced esto en memoria mía. Asimismo el cáliz … diciendo: Este cáliz es la nueva alianza en
mi sangre, que es derramada por vosotros" (cf. Lc.22, 14-20).
Por medio de la Eucaristía, Jesús actualiza Su Sacrificio en la Cruz para nosotros, nos colma
de Sus gracias, se nos da Él mismo como Alimento, y se queda a nuestro lado en el Santísimo Sacra-
mento para que podamos acudir a Él en cualquier momento como al mejor Amigo.
El mismo Cuerpo y Sangre que Jesús asumió de la Virgen María al encarnarse, con el cual
murió en la Cruz, resucitó y ascendió a los cielos, es el Cuerpo y Sangre que ahora recibimos en la
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Eucaristía. Él se nos entrega todo, con todo Su amor, en cada Comunión. ¿No es justo que nosotros
también nos entreguemos por completo a Él?
Jesús quiso quedarse con nosotros de manera maravillosa en el Santísimo Sacramento para
ser nuestro Compañero inseparable de viaje, Alimento, Medicina, Consuelo, Fuerza, Vida verdade-
ra. Nunca se cansa de esperarnos, para que vayamos a visitarlo en el Tabernáculo, a contarle nues-
tras necesidades, y sobre todo a escucharlo a Él y dejarnos transformar por Él. La clave para solucio-
nar los problemas personales, familiares y sociales se encuentra a los pies del Santísimo.
Pidámosle a la Virgen María que nos ayude a ser cada día más puros, más humildes, más lle-
nos de amor, para recibir a Jesús menos indignamente. Que tengamos siempre como el tesoro más
grande el poder recibir a Jesús en la Sagrada Comunión, y por nada del mundo vivamos en un peca-
do que nos impida recibir a Jesús. Que Ella nos enseñe a decirle Sí a Jesús, pase lo que pase, y a serle
fiel hasta el final.
Nadie ha vivido ni vivirá jamás tan profundamente los Misterios Dolorosos de la vida de Je-
sús como la Virgen María. Tres son los motivos fundamentales: su pureza, su amor y su misión co-
rredentora.
Al ser la Inmaculada, la Virgen posee, por su perfecta pureza, un conocimiento muy hondo
del horror que es el pecado, por pequeño que sea, pues ofende a un Dios tan Santo, tan bueno, que
tanto nos ama y sólo quiere nuestro bien. Dolor indescriptible fue para María contemplar a su Hijo
cargado con todos los pecados del mundo; comprender el amor infinito de Dios que así se sacrifica-
ba por nosotros, y la gravedad del pecado por el cual tenía que sufrir tanto.
Nadie ha amado tanto a Jesús como María. La Santísima Virgen lo amó como a su Dios y a su
Hijo con todas las fuerzas de su ser. Por eso nadie ha sufrido tanto por Él como Ella. ¡Si alguien sabe
comprender el dolor de Jesús y el nuestro es María!
María no es sólo la Madre, sino también la Compañera de Jesús, llamada por Dios a colaborar
con Cristo en toda la Obra de la Redención. Fiel hasta la Cruz, Ella no sólo "sufrió profundamente
con su Unigénito" como cualquier madre y más que cualquiera, sino que conscientemente "se asoció
con entrañas de madre a Su sacrificio" y "consintió amorosamente" en la muerte de su propio Hijo
(cf. LG 58), con tal de que nosotros pudiéramos salvarnos.
Intención general:
Aceptar y cumplir cada día con alegría la Santísima Voluntad de Dios.
Meditación:
"Padre mío, si es posible, pase de mí este cáliz; sin embargo, no se haga como yo quiero, sino como quie-
res tú" (Mt.26, 36-46).
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Dios es el Amor y la Sabiduría mismas. Todo lo que Él nos pide es por amor a nosotros y para
nuestro mayor bien. Sin embargo, a nosotros a veces nos cuesta conocer y aceptar la Voluntad de
Dios. Jesús nos enseñó con Su oración en el Huerto que ante el dolor, la enfermedad y demás trage-
dias que se nos puedan presentar en la vida, podemos decirle al Padre que preferiríamos que pasara
de nosotros ese cáliz, pero que siempre debemos agregar que no se haga nuestra voluntad sino la Suya.
Si Dios nos concede lo que le pedimos, debemos agradecérselo y seguir sirviéndolo con mayor en-
trega. Si no nos lo concede, igual debemos agradecérselo de corazón y confiar totalmente en Su
amor y Providencia divina. Como hizo María, en Belén, en Egipto, en el Calvario, siempre, sin desfa-
llecer nunca. ¡Dios siempre sabe lo que hace! "Él hace concurrir todas las cosas para el bien de los
que le aman" (cf. Rom.8, 28).
Pidámosle a la Santísima Virgen que nos enseñe y ayude a aceptar y cumplir cada día con
alegría la Santísima Voluntad de Dios. Sólo así seremos verdaderamente libres y felices.
Meditación:
"Pilato, queriendo dar satisfacción a la plebe, les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de haberle azotado,
le entregó para que le crucificasen" (Mc.15, 15).
Jesús soportó el dolor atroz de la flagelación, que le dejó todo Su Santísimo Cuerpo hecho
una llaga, para pagar por todos los pecados que cometemos nosotros llevados por el egoísmo y la
búsqueda desordenada de la comodidad y el placer propios. Él, siendo el Inocente, quiso sufrir tan-
to para enseñarnos a mortificarnos, a sacrificar nuestros gustos y deseos por amor al prójimo y sobre
todo por amor a Él. San Francisco de Asís le decía a su cuerpo: "asnillo mío, te trato mal porque te
quiero mucho".
Mortificarse quiere decir "hacer morir" en nosotros al "yo" egoísta, que tanto daño nos hace y
con el que tanto daño hacemos a los demás, para que cada día reine más Cristo en nosotros. El ver-
dadero amor a Dios y al prójimo es inversamente proporcional al amor desordenado que nos tenga-
mos a nosotros mismos. Entre más egoístas seamos y más pensemos sólo en nosotros mismos, me-
nos vamos a amar a Dios y a nuestros hermanos, y más desgraciada va a ser nuestra vida. La entre-
ga y el sacrificio son inseparables del amor. El que ama, se da, se entrega al otro. Y para hacerlo, hay
que sacrificarse. Fue lo que hizo Jesús. Porque nos ama de verdad, se hizo uno de nosotros, se entre-
gó por nosotros a la muerte, nos dio absolutamente todo.
Pidámosle a la Virgen María que nos ayude para que descubramos en los ayunos, sacrificios
y vigilias, que nos parecen tan difíciles, un gran gozo y una gran paz. Que veamos que la verdadera
felicidad se encuentra en el servicio a Dios y al prójimo. Que no tengamos miedo a amar, "¡hasta que
duela!", como decía la Madre Teresa de Calcuta.
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Tercer Misterio Doloroso:
La Coronación de espinas de Nuestro Señor Jesucristo
Intención general:
Que la única corona que anhelemos en nuestra vida sea la corona de espinas que llevó Jesús.
Meditación:
"Los soldados … le vistieron una púrpura y le ciñeron una corona tejida de espinas … y le herían la
cabeza con una caña y le escupían …" (cf. Mc.15, 16-20).
Jesucristo, el Rey del universo, quiso que le clavaran una corona de espinas, que se burlaran
de Él, que le escupieran, lo golpearan, lo abofetearan, le arrancaran la barba … Para enseñarnos, casi
con lágrimas en los ojos, que en la riqueza, el honor, el poder, el éxito y todo lo demás que nos ofre-
ce este mundo, nunca encontraremos la felicidad. Jesús, siendo el Hijo de Dios, se hizo nuestro es-
clavo por amor a nosotros (cf. Fil.2, 7), hasta el punto de lavarnos los pies (cf. Jn.13, 1-17) y morir en
una cruz como el peor de los criminales.
La Virgen María, siendo la Madre de Dios, se consideraba sólo Su esclava (cf. Lc.1, 38.48), y
entregó toda su vida a Su servicio, en el silencio, en lo escondido, en lo ordinario de cada día.
¡Pidámosle que nos enseñe que la mayor gloria en esta vida es servir a Dios! ¡Que podemos llegar a
ser santos cumpliendo con gran amor la Voluntad de Dios y haciendo lo mejor que podamos los
sencillos deberes de cada día!
Intención general:
Fortaleza y alegría para cargar nuestra cruz de cada día en pos de Jesús.
Meditación:
"Tomaron, pues, a Jesús, que, llevando su cruz, salió al sitio llamado Calvario" (cf. Jn.19, 16-17).
Jesús nos dice a cada uno de nosotros: "El que quiera venir en pos de mí, niéguese a sí mismo,
cargue con su cruz y sígame" (Mt.16, 24). Él mismo fue el primero en darnos el ejemplo: cargó con
Su Cruz hasta el final.
La Cruz de Cristo fueron todos y cada uno de los pecados que se han cometido y se comete-
rán en el mundo hasta el final de los tiempos. Él los cargó para redimir a la humanidad entera.
Cuando nos sentimos abatidos por nuestros pecados o los de los demás, debemos recordar que Je-
sús ya los cargó por nosotros, y que en Él encontraremos siempre perdón, fortaleza y consuelo.
La Virgen María hubiera deseado ser Simón de Cirene para ayudar a Jesús a llevar la Cruz.
Lo ayudó de otra forma: acompañándolo y uniéndose íntimamente a Su dolor redentor.
¡Imitémosla!
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Quinto Misterio Doloroso:
La Crucifixión y Muerte de Nuestro Señor Jesucristo
Intención general:
Morir cada día con Cristo para resucitar un día con Él en la gloria.
Meditación:
"Cuando llegaron al Calvario, le crucificaron allí, y a los dos malhechores, uno a la derecha y otro a la
izquierda. Jesús decía: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen … A la hora de nona … Jesús,
dando una gran voz, dijo: Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu; y diciendo esto, expiró" (cf.
Lc.23, 33-46).
En los Misterios gloriosos, la Virgen María tiene un papel muy importante, como testigo pri-
vilegiada de los tres primeros y protagonista de los dos últimos.
Intención general:
Tener siempre una fe inquebrantable en la Resurrección de Cristo.
Meditación:
"¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? … No está aquí; ha resucitado según lo había di-
cho" (cf. Lc.24, 5-6; Mt.28, 6).
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La última palabra no es la Cruz sino la Resurrección. Cristo murió por nosotros para resucitar
al tercer día, venciendo la muerte, el pecado, el mundo y Satanás, y concediéndonos la vida eterna.
La victoria de Cristo sobre la muerte es lo que da sentido a nuestra vida. A causa del pecado, todos
tenemos que pasar por la muerte, pero nos sostiene la promesa de Jesús: "Yo soy la resurrección y la
vida; el que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en mí no morirá para siem-
pre" (Jn.11, 25-26). "El que come mi carne y bebe mi sangre tiene la vida eterna y yo le resucitaré en
el último día" (Jn.6, 54). Lo importante es estar siempre preparados, para que el momento de la
muerte, de la mano de la Virgen María, sea un encuentro gozoso con Cristo.
La Virgen María fue la única que creyó en la promesa de Jesús de que iba a resucitar (Mt.16,
21, etc.) y la primera que lo contempló resucitado. ¡Que Nuestra Madre Santísima interceda por no-
sotros, para que tengamos siempre una fe inquebrantable en la Resurrección de Cristo!
Intención general:
Anhelar siempre nuestro verdadera patria: el Cielo.
Meditación:
"Los llevó hasta cerca de Betania, y levantando sus manos, les bendijo, y mientras los bendecía se aleja-
ba de ellos y era llevado al cielo" (cf. Lc.24, 50-53).
Luego de pasar cuarenta días con Sus Apóstoles y discípulos, apareciéndoseles resucitado –
en primer lugar a Su Madre Santísima y luego a los demás – y dándoles las últimas instrucciones,
Jesús ascendió triunfante a la diestra del Padre. De esta manera, nos abrió las puertas del cielo, para
que todos podamos llegar allí algún día, y gozar de la contemplación de la Santísima Trinidad, en
comunión con la Virgen María, los Santos y nuestros seres queridos. Todos los dolores de esta vida
no se comparan con la gloria que Jesús nos tiene prometida (cf. Rom.8, 18). Todos los sacrificios que
hagamos valen la pena con tal de alcanzar la felicidad eterna.
En nadie como en la Virgen María se han cumplido las palabras de San Pablo: "Así, pues, si
resucitasteis con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios …
Porque moristeis, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios. Cuando Cristo se manifestare …
entonces también vosotros seréis con Él manifestados en gloria" (Col.3, 1-4). ¡Que la Santísima Vir-
gen, que recibió a Jesús en su vientre virginal cuando bajó del cielo, y tuvo el gozo de verlo ascender
de nuevo en gloria, nos ayude a convencernos de que lo único importante es nuestra salvación y la
de nuestro prójimo! Que Ella interceda por nosotros para que anhelemos siempre nuestra verdadera
patria: ¡el Cielo! ¡Que Ella nos ayude a trabajar incansablemente por lo único necesario!
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Intención general:
Abrirme a la acción del Espíritu Santo para que me transforme en otro pequeño Cristo.
Meditación:
"Al cumplirse el día de Pentecostés, estando todos juntos en un lugar, se produjo de repente un ruido
proveniente del cielo … Aparecieron … lenguas de fuego, que se posaron sobre cada uno de ellos, que-
dando todos llenos del Espíritu Santo" (cf. He.2, 1-11).
Jesús, que se había hecho Hermano nuestro, y nos había dado Sus enseñanzas, Sus Manda-
mientos, Su Cuerpo, Su Sangre, Su Madre y Su Vida, culmina Su Obra Redentora dándonos Su pro-
pio Espíritu. El Espíritu Santo, el cual recibimos en los Sacramentos del Bautismo y la Confirmación,
y debemos pedir constantemente al Padre para que no cese de dárnoslo, es el Dulce Huésped de
nuestras almas. Él viene a nosotros como Luz para iluminarnos y guiarnos a la verdad completa,
Amor para consolarnos y sostenernos, Abogado para defendernos y protegernos. Es Él quien grita
en nosotros que somos hijos de Dios, que ora por nosotros, que nos santifica y nos va transformando
cada día en Jesús si nos abrimos a Su acción en nosotros.
La Inmaculada es la obra maestra del Espíritu Santo. Ella como nadie nos muestra las maravi-
llas que el Espíritu Santo quiere hacer en nosotros y cómo debemos corresponder a Su gracia, deján-
donos totalmente modelar por Él. Ella fue "santuario permanente" del Espíritu (cf. MC 27) desde su
Inmaculada Concepción; sobre Ella descendió en la Anunciación para obrar la Encarnación del Hijo
de Dios (cf. Lc.1, 35) y en Pentecostés para hacerla Madre de la Iglesia (cf. He.1, 14). ¡Que la Santísi-
ma Virgen interceda por nosotros para que cada día nos abramos más a esta acción del Espíritu San-
to, y permitamos que haga de nosotros otros pequeños Cristos!
Intención general:
Darle siempre gracias a Dios por la Virgen María.
Meditación:
"La Inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen María, habiendo cumplido el curso de su vida terrena,
fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial" (Papa Pío XII, Bula Munificentissimus Deus).
La Asunción es la glorificación corporal anticipada de la Virgen María. Todos los que están
en el cielo tienen ya su alma glorificada, pero su cuerpo se encuentra sepultado en la tierra, esperan-
do la resurrección final. Por ser la Madre de Dios y Su más perfecta discípula, solamente María se
encuentra ya plenamente glorificada en cuerpo y alma en el cielo. Dios le concedió, por adelantado, el
regalo que nos quiere hacer a todos nosotros cuando Jesucristo venga por segunda vez al final de los
tiempos.
Asumida a los cielos, la Virgen nos recuerda el plan maravilloso que tiene Dios para todos
nosotros, y no cesa de ayudarnos como Madre amorosísima para que lo podamos alcanzar.
¡Encomendémonos a la Virgen, para que trabajemos en serio por el tesoro que nos se corrompe (cf.
Mt.6, 19-21), y podamos un día ver en el cielo al Fruto bendito de su vientre (cf. Lc.1, 42)! ¡Démosle
siempre gracias a Dios por la Virgen María! ¡Porque quiso tenerla por Madre, y dárnosla por Madre
48
a nosotros también!
Intención general:
Amar a la Virgen María como la amó Jesús.
Meditación:
"Verdadera es la palabra: que si padecemos con Él, también con Él viviremos. Si sufrimos con Él, con
Él reinaremos" (cf. 2Tim.2, 11-12).
En Costa Rica llamamos a la Virgen María Reina de los Ángeles, porque ella es la Madre del
Rey del universo, Jesucristo, su Hijo, el cual la elevó a la gloria del cielo junto a Él y la coronó con
gloria imperecedera. San Pablo nos enseña que si sufrimos con Cristo, con Él reinaremos. La que
más sufrió con Cristo y más perfectamente murió con Él, reina a Su derecha como nadie. El reinado
de María es un reinado de amor y de servicio a Dios y al prójimo. Eso fue lo que hizo en la tierra;
por eso está en el cielo; eso es lo que sigue haciendo en el cielo. Después de Dios, nadie nos ama co-
mo María. Su ayuda eficaz y su ternura sin límites nunca nos fallarán. Ella es la Madre misericordio-
sa del Dios infinitamente misericordioso. ¡Confiemos en Ella! ¡Acudamos a Ella! ¡Amemos a la Vir-
gen María como la amó Jesús! ¡Dejémonos amar y ayudar por Ella! ¡Siempre nos llevará a Jesús!
49
3.
M
a
r
í
Sant a toda eres
Celebremos
a Jesucristo con María
El Ave María
Hora Santa Mariana
PRESENTACIÓN DE LA CELEBRACIÓN
El Ave María es una celebración mariana escrita por un gran mariólogo y liturgista español, el
Pbro. Ignacio M. Calabuig Adán, O.S.M., para meditar sobre las enseñanzas del Ave María, la ora-
ción mariana más conocida y recitada por el pueblo cristiano.
La celebración se divide en tres partes: en la primera, se medita la primera parte del Ave Ma-
ría, desde "Dios te salve, María" hasta "tu vientre Jesús". Se subdivide en cuatro partes que meditan
las cuatro primeras frases de esta oración: "Alégrate María", "Llena de gracia, el Señor es contigo",
"Bendita tú entre las mujeres" y "Bendito el fruto de tu vientre, Jesús". La meditación de cada frase es
iluminada con textos tomados del Catecismo de la Iglesia Católica (1992), el Antiguo Testamento y
el libro del Apocalipsis, e intercalada con el canto del Aleluya y de la primera parte del Ave María.
Todas concluyen con una oración alusiva al tema que se está reflexionando. En la segunda parte, se
lee la Anunciación del Evangelio de San Lucas (Lc.1, 26-38). La tercera parte se subdivide también
en cuatro secciones que meditan cuatro palabras de la segunda parte del Ave María: "Santa María",
"Madre de Dios", "Ahora" y "En la hora de nuestra muerte" por medio de breves reflexiones en for-
ma litánica. Se intercalan con el canto de la segunda parte del Ave María. Todo concluye con el can-
to del Magnificat de María.
La celebración del Ave María se encuadra dentro de una Hora Santa, por lo cual la podría-
mos llamar una "Hora Santa mariana".
Desde la época de los Santos Padres, la Iglesia siempre ha proclamado la unión indisoluble
que existe entre la Eucaristía y la Virgen María. "María nos dio el pan de la vida ", decía San Efrén (+
373) (Himno de los Ázimos, 6), y San Pedro Damián (+ 1072) afirma:
51
mar tormentoso, y da a los ríos el constante fluir de sus aguas, y riega la tierra árida con innu-
merables riachuelos, espera del seno virginal las escasas gotas de leche! ¡El líquido fluye de
los senos de la Virgen, y se transforma en la carne de nuestro Salvador! ... Ninguna lengua
humana podrá nunca glorificar bastante a aquella de la cual ha tomado carne, nosotros bien
lo sabemos, el mediador entre Dios y los hombres (1Tim.2,5). Ningún elogio humano puede
estar a la altura de aquella cuyo vientre purísimo ha dado el fruto que es el alimento de nues-
tra alma: El que, refiriéndose a sí mismo, dijo: 'Yo soy el pan de vida que ha bajado del cielo;
el que come de este pan, vivirá para siempre' (Jn.6, 51) ... Eva comió una comida que nos con-
denó a todos al hambre y al ayuno eterno. ¡María, por el contrario, produjo una comida que
nos ha abierto de par en par la entrada al banquete celestial! (Sermo XLV: PL 144, 743 A-C).
El Papa Juan Pablo II dedica todo un capítulo (el VI, nn.53-59) de su Carta Encíclica Ecclesia de
Eucaristía (17-4-2003) a explicar de manera maravillosa todas las razones por las cuales "así como
Iglesia y Eucaristía son un binomio inseparable, lo mismo se puede decir del binomio María y Euca-
ristía" (EE 57). Como bien dice el Santo Padre, la presencia de María "no pudo faltar en las celebra-
ciones eucarísticas de la primera generación cristiana", y sólo podemos imaginar lo que significaría
para ella escuchar de labios de los Apóstoles las palabras de la Institución y recibir de sus manos el
Cuerpo de su Hijo, "como si acogiera de nuevo en su seno el corazón que había latido al unísono con
el suyo y revivir lo que había experimentado en primera persona al pie de la Cruz" (cf. EE53; 56).
Ella es "mujer eucarística con toda su vida" y por ello modelo de la Iglesia (cf. EE 53); nadie como
María nos puede apoyar y guiar en la actitud del "más puro abandono a la palabra de Dios" que nos
exige la Eucaristía, "misterio de fe" (cf. EE 54). María practicó "su fe eucarística antes incluso de que
ésta fuera instituida, por el hecho mismo de haber ofrecido su seno virginal para la encarnación del Verbo
de Dios", pues hay una relación de continuidad y un paralelo perfecto entre la Encarnación y la Euca-
ristía, entre lo que María hizo en la Anunciación y lo que nosotros hacemos en la Santa Misa; María
ha anticipado la fe eucarística de la Iglesia; al llevar al Verbo hecho carne en su seno se convirtió en
"el primer tabernáculo de la historia", "donde el Hijo de Dios, todavía invisible a los ojos de los hom-
bres, se ofrece a la adoración de Isabel, como «irradiando » su luz a través de los ojos y la voz de
María"; ella es "inigualable modelo de amor en el que ha de inspirarse cada comunión eucarísti-
ca" (cf. EE 55). "María, con toda su vida junto a Cristo y no solamente en el Calvario, hizo suya la di-
mensión sacrificial de la Eucaristía" y vivió "una especie de «Eucaristía anticipada», una «comunión
espiritual» de deseo y ofrecimiento", que culminará en la unión con el Hijo en el Calvario (EE 56). La
Eucaristía es el "memorial" de la Pasión de Cristo; por tanto, "no falta lo que Cristo ha realizado también
con su Madre para beneficio nuestro", o sea, la entrega recíproca de la Madre a nosotros y de nosotros
a ella (EE 57). Todo el Magnificat se puede leer en perspectiva eucarística, y nos ofrece grandes ense-
ñanzas sobre cómo vivir mejor el misterio de la Eucaristía. ¡La Eucaristía se nos ha dado para que
nuestra vida sea, como la de María, toda ella un magnificat! (cf. EE 58).
La celebración del "Ave María" se puede hacer en cualquier momento, como "Hora Santa ma-
riana", para meditar sobre el Misterio de la Encarnación del Verbo, recordar que la Virgen María
"tiene una relación profunda" con el Santísimo Sacramento (cf. EE 53) y pedirle que nos ayude a
comprender y vivir la importancia central de Cristo Eucaristía en nuestras vidas.
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Se necesita lo siguiente:
- Lector 1 que lee 4 veces los textos del Catecismo de la Iglesia Católica.
5) Varios lectores asignados, o espontáneos entre el público, o un guía más toda la asamblea
junta, o quien preside con la Asamblea para la III Parte.
6) Una persona o un coro que cante lo siguiente (se pueden seguir los cantos sugeridos en el li-
brito, o sustituir por otros):
- Canto Mariano
- En la I Parte, cantar 4 veces el Aleluya. (Se pueden usar los Aleluyas que se cantan en Misa
antes del Evangelio. Se puede repetir el mismo, o hacerlos diferentes cada vez).
- En la I Parte, cantar 4 veces el Ave María nada más hasta "tu vientre Jesús".
- En la III Parte, cantar 4 veces el Ave María desde "Santa María, Madre de Dios, ruega …".
Introducción
CANTO EUCARÍSTICO
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Cantemos al amor de los amores,
cantemos al Señor;
Dios está aquí, venid adoradores,
adoremos a Cristo Redentor.
SALUDO Y MONICION
A. Y con tu espíritu.
P. El Ave María es la oración a la Virgen más querida por el pueblo de Dios. Es una oración bí-
blica ya que la primera parte - el saludo de Gabriel a María (Lc.1,28) y la exclamación de alabanza
de Isabel (Lc.1,42-45) - está tomada del evangelio de San Lucas. Es una oración eclesial, porque refle-
ja la experiencia de la Iglesia y expresa su fe en la maternidad divina y en la misericordiosa interce-
sión de la Virgen. Es una oración litúrgica, ya que la encontramos en varias celebraciones del Oficio
Divino y de los santos misterios. Es una oración popular porque constituye el núcleo esencial de
ejercicios piadosos muy difundidos y amados por el pueblo cristiano, como el Angelus y el santo
Rosario. Finalmente, es una oración catequética, porque es fuente inspiradora de la enseñanza de la
Iglesia y objeto ella misma de su catequesis.
El Ave María es una oración concisa y densa de contenido; comienza contemplando la santi-
dad de María y su maternidad divina, para pasar luego a suplicar en favor de la humanidad herida
por el pecado y a implorar la ayuda maternal de la Virgen en la hora presente y en la última hora
de la vida.
HIMNO
54
amparadme y guiadme
a la patria celestial.
Primera Parte
1. "ALÉGRATE MARIA"
INTRODUCCIÓN
1L. "La salutación del ángel Gabriel abre la oración del Avemaría. Es Dios mismo quién por me-
diación de su ángel, saluda a María. Nuestra oración se atreve a recoger el saludo a María con la mi-
rada que Dios ha puesto sobre su humilde esclava y alegrarnos con el gozo que Dios encuentra en
ella" (CIC 2676).
Dos lectores hacen la lecturas bíblicas del Antiguo Testamento y el Apocalipsis, separadas por el
canto del Aleluya.
¡Exulta, Hija de Sión! ¡Da voces jubilosas, Israel! ¡Regocíjate con todo el corazón, Hija de Jeru-
salén! El rey de Israel, Yavé, está en medio de ti como poderoso Salvador. Se goza en ti con alegría,
te renovará en su amor, exultará sobre ti con júbilo.
Palabra de Dios.
A. Te alabamos Señor.
El coro con la Asamblea canta el Aleluya (se puede tomar de los utilizados en la Misa antes del
Evangelio).
A. Aleluya ...
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3L. Del libro del Apocalipsis (19, 6-8)
Palabra de Dios.
A. Te alabamos Señor.
Se canta o se recita el Ave María nada más hasta "tu vientre Jesús".
ORACIÓN
P. Santa María,
virgen esposa de José,
con el saludo del Ángel
llegó la hora del gozo mesiánico,
cumplimiento de la espera de Israel,
alba de los tiempos nuevos.
A. Amén.
INTRODUCCIÓN
1L. Las dos palabras del saludo del ángel se aclaran nuevamente. María es la llena de gracia por-
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que el Señor está con ella. La gracia de la que está colmada es la presencia de Aquél que es la fuente
de toda gracia. "Alégrate ... Hija de Jerusalén ... el Señor está en medio de ti" (Sof. 3,14,17a). María,
en quién va a habitar el Señor, es en persona la hija de Sión, el Arca de la Alianza, el lugar donde re-
side la Gloria del Señor: ella es "la morada de Dios entre los hombres" (Ap.21,3). "Llena de gracia", se
ha dado todo al que viene a habitar en ella y al que entregará al mundo (CIC 2676).
Con gozo me gozaré en Yavé, exulta mi alma en mi Dios, porque me ha revestido de ropas de
salvación, en manto de justicia me ha envuelto, como el esposo se pone una diadema, como la novia
se adorna con sus joyas. Porque como una tierra hace germinar plantas y como un huerto produce
su simiente, así el Señor Yavé hace germinar la justicia y la alabanza en presencia de todas las nacio-
nes.
Palabra de Dios.
A. Te alabamos Señor.
A. Aleluya ...
Yo, Juan, vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra ha-
bían desaparecido, y el mar no existía ya. Y vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén, que descendía del
cielo del lado de Dios, ataviada como una esposa que se engalana para su esposo. Oí una voz gran-
de que del trono decía: He aquí el tabernáculo de Dios entre los hombres, y erigirá su tabernáculo
entre ellos, y serán su pueblo y el mismo Dios será con ellos.
Palabra de Dios.
A. Te alabamos Señor.
ORACIÓN
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reflejo de la luz de Dios,
transparencia del Espíritu:
tú has encontrado gracia ante el Altísimo
para ti y para nosotros.
En la hora de la acechanza
protégenos, Virgen llena de gracia,
para que nada ofusque el esplendor
del cándido vestido,
y, al final de la vida,
que seamos encontrados santos e inmaculados
en la presencia de Dios.
A. Amén.
INTRODUCCIÓN
1L. Después del saludo del ángel, hacemos nuestro el de Isabel. "Llena del Espíritu San-
to" (Lc.1,41), Isabel es la primera en la larga serie de las generaciones que llaman bienaventurada a
María (cf. Lc.1,48): "Bienaventurada la que ha creído ..." (Lc.1,45): María es "bendita entre todas las
mujeres" porque ha creído en el cumplimiento de la palabra del Señor (CIC 2676).
¡Bendita seas, hija del Dios Altísimo más que todas las mujeres de la tierra! Y bendito sea
Dios, el Señor, creador del cielo y de la tierra, que te ha guiado para cortar la cabeza del jefe de nues-
tros enemigos. Jamás a tu confianza faltará en el corazón de los hombres que recordarán la fuerza de
Dios eternamente ... Todos a una voz la bendijeron diciendo: Tú eres la gloria de Jerusalén, tú el
gran orgullo de Israel, tú la suprema gloria de nuestra raza. Al hacer todo esto por tu mano has pro-
curado la dicha de Israel y Dios se ha complacido en lo que has hecho. Bendita seas del Señor omni-
potente por siglos infinitos.
Palabra de Dios.
A. Te alabamos Señor.
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CANTO DEL ALELUYA
A. Aleluya ...
Oyéronse en el cielo grandes voces, que decían: 'Ya llegó el reino de nuestro Dios y de su
Cristo sobre el mundo, y reinará por los siglos de los siglos. Los veinticuatro ancianos, que estaban
sentados delante del trono de Dios, cayeron sobre sus rostros y adoraron a Dios, diciendo: 'Dámoste
gracias, Señor, Dios Todopoderoso, el que es, el que era, porque has cobrado tu gran poder y entra-
do en posesión de tu reino'. Se abrió el templo de Dios, que está en el cielo, y dejose ver el arca de la
alianza en su templo.
Palabra de Dios.
A. Te alabamos Señor.
ORACIÓN
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Santa María,
bienaventurada porque has creído,
intercede por nosotros ante tu Hijo.
A. Amén.
INTRODUCCIÓN
1L. Abraham, por su fe, se convirtió en bendición para todas "las naciones de la tierra" (Gn.12,3).
Por su fe, María vino a ser la madre de los creyentes, gracias a la cual todas las naciones de la tierra
reciben a Aquél que es la bendición misma de Dios: Jesús, el fruto bendito de su vientre (CIC 2676).
Dijo Yavé a Abraham: Salte de tu tierra, de tu parentela, de la casa de tu padre, para la tierra
que yo te indicaré; yo te haré un gran pueblo, te bendeciré y engrandeceré tu nombre, que será ben-
dición. Bendeciré a los que te bendigan, y maldeciré a los que te maldigan. Y serán bendecidas en ti
todas las familias de la tierra ... Habló Yavé a Abraham en visión diciéndole ... Mira al cielo, y cuen-
ta, si puedes, las estrellas; así de numerosa será tu descendencia. Y creyó Abraham a Yavé y le fue
reputado por justicia.
Palabra de Dios.
A. Te alabamos Señor.
A. Aleluya ...
Apareció en el cielo una señal grande, una mujer envuelta en el sol con la luna debajo de sus
pies, y sobre la cabeza una corona de doce estrellas, y estando encinta, gritaba con los dolores de
parto y las ansias de parir. Parió un varón, que ha de apacentar a todas las naciones con vara de hie-
rro, pero el hijo fue arrebatado a Dios y a su trono.
Palabra de Dios.
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A. Te alabamos Señor.
ORACIÓN
P. Estirpe de Adán
es tu Hijo, Virgen María;
descendencia de Abraham,
retoño de David;
en Él se cumplen las promesas antiguas,
por Él son bendecidos todos los pueblos.
Encerrado en tu seno,
lo envuelve bendiciéndolo el amor del Padre,
lo unge el Espíritu divino santificador,
para que sea "consagrado con olio de gozo,
bendito por Dios por siempre".
Virgen bendita,
Madre del Fruto bendito,
intercede por nosotros ante tu Hijo.
A. Amén.
Segunda Parte
EL EVANGELIO
Terminada la primera parte y luego de un momento de silencio, todos se levantan y se proclama so-
lemnemente el Santo Evangelio, luego de lo cual el sacerdote puede hacer una breve reflexión.
EVANGELIO
En el mes sexto fue enviado el ángel Gabriel de parte de Dios a una ciudad de Galilea llama-
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da Nazaret, a una virgen desposada con un varón de nombre José, de la casa de David; el nombre de
la virgen era María. Y presentándose a ella, le dijo: Salve, llena de gracia, el Señor es contigo. Ella se
turbó al oír estas palabras y discurría qué podría significar aquella salutación. El ángel le dijo: No
temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios, y concebirás en tu seno y darás a luz un
hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. El será grande y llamado Hijo del Altísimo, y le dará el Se-
ñor Dios el trono de David, su padre, y reinará en la casa de Jacob por los siglos, y su reino no ten-
drá fin.
Dijo María al ángel: ¿Cómo podrá ser esto, pues yo no conozco varón? El ángel le contestó y
dijo: El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la virtud del Altísimo te cubrirá con su sombra, y por esto el
hijo engendrado será santo, será llamado Hijo de Dios. E Isabel, tu parienta, también ha concebido
un hijo en su vejez, y éste es ya el mes sexto de la que era estéril, porque nada hay imposible para
Dios. Dijo María: He aquí a la sierva del Señor, hágase en mí según tu palabra. Y se fue de ella el án-
gel.
Palabra de Dios.
Tercera Parte
1. "SANTA MARIA"
El sacerdote con la Asamblea o varios lectores leen las reflexiones y todos responden.
P./L. Santa
en tu Concepción pura y sin mancha,
delicia del Padre, del Hijo, del Espíritu.
A. Tú eres, María,
la santa Madre del Señor.
P/L. Santa,
en tu nacimiento,
gozo de los patriarcas
y retoño de la raíz de Jesé,
aurora de la salvación:
en ti se hizo presente el Esperado de todas las gentes.
A. Tú eres, María,
la santa Madre del Señor.
P/L. Santa
en el anuncio del Ángel,
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humilde sierva del Señor,
en el corazón y en el vientre virginal
acogiste por nosotros al Verbo de Dios.
A. Tú eres, María,
la santa Madre del Señor
P/L. Santa
en tu maternidad virginal,
fecundada por el Espíritu Divino
Madre del Santo de Dios.
A. Tú eres, María,
la santa Madre del Señor.
P/L. Santa
en la visita a Isabel,
tú, profetisa de los tiempos nuevos,
arca de la nueva Alianza,
nube grávida del Evangelio y de la Gracia.
A. Tú eres, María,
la santa Madre del Señor.
P/L. Santa
en las bodas de Caná:
por tu confiada intercesión
se repletan las tinajas de Misterio,
como tu corazón de misericordia.
A. Tú eres, María,
la santa Madre del Señor.
P/L. Santa
al pie del árbol de la Cruz,
testigo del perdón otorgado,
de la Sangre derramada,
del Espíritu concedido.
A. Tú eres, María,
la santa Madre del Señor.
P/L. Santa
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junto al sepulcro vacío
y en el Cenáculo de viento y fuego,
primicia de la Pascua,
voz orante de la Virgen Iglesia.
A. Tú eres, María,
la santa Madre del Señor.
El Coro con la Asamblea canta o recita la segunda parte del Ave María, desde "Santa María, Madre
de Dios".
2. MADRE DE DIOS
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A. Ruega por nosotros los pecadores.
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CANTO (O REZO) DEL SANTA MARIA
3. AHORA
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el hambre degrada y mata.
A. Ruega por nosotros,
ahora y siempre.
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P/L. Ruega por nosotros,
Santa Madre de Dios,
en la hora de nuestra muerte.
Ruega inclinada sobre nosotros,
Madre de misericordia,
para que la experiencia de la muerte
sea sacrificio de purificación
por nuestras culpas.
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con el Padre y el Espíritu por los siglos eternos.
A. Ruega por nosotros,
en la hora de nuestra muerte. Amén.
Conclusión
Después de unos minutos de silencio, quien preside inicia los ritos conclusivos.
P. Cúlmen de la celebración ha sido la proclamación del pasaje de san Lucas en que el ángel
Gabriel, a nombre del Señor, lleva a María el mensaje de gracia y salvación para toda la humanidad.
Conclusión de la celebración será el canto del Magnificat. María, volviendo a gloria de Dios
el saludo de Isabel: 'Bendita tú entre las mujeres' y 'Bienaventurada la que ha creído que se cumpli-
rán las palabras del Señor', exclama: 'Mi alma engrandece al Señor. Grandes cosas ha hecho en mí el
Omnipotente'.
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MONICIÓN FINAL
A. Amén.
A. Amén.
A. Amén.
Si quien preside es un ministro ordenado, este se prepara para dar la solemne bendición con el
Santísimo Sacramento, se canta el siguiente himno:
Tantum ergo
Genitóri, Genitóque
laus et jubilátio:
salus, honor, virtus quoque
sit et benedictio;
Procedénti ab utróque
compar sit laudátio.
Amén.
Fotografías vitrales de la iglesia de Santa Teresita, B° Aranjuez, san José, Fátima en Hatillo 3 y Santo Domingo de Heredia.
- pintura “La Visitación” de Jorge Gallardo, Curia Metropolitana.
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