Las canciones se heredan, los arrullos, los mimos, las nanas, los villancicos, se
aprenden de “oído”, sin análisis, sin explicaciones teóricas; lo mismo la
interpretación, la manera de hacer los instrumentos. El concepto de tradición
tiene otras connotaciones: la nobleza de los orígenes, la voz del pueblo. La
tradición oral se convierte en la palabra que se repite de persona a persona, de
generación en generación; la palabra se transforma en historia y ésta en
cantos, cantos que se bailan, que se disfrutan, que se recrean.
“…En una calle de Tamalameque dicen que sale una llorona loca... Allá en
Tamalameque vivía la mujer más linda que todo Tamalameque jamás hubiese
visto. Lucía era tan hermosa que en la mañana, cuando salía a las 6, todas la
ventanas del pueblo de Tamalameque se abrían de par en par, y detrás de las
ventanas todos los ojos de los hombres de Tamalameque para ver la
hermosura de Lucía; y es que Lucía era una chica de hermoso cuerpo,
voluptuosas caderas, cabello largo que caía hasta la cintura y que se
contoneaba al son de los tambores.
Mientras tanto Lucía se dedicaba a los quehaceres del hogar. Barría el patio,
con una escoba de palito para recoger las hojas que la loca había tirado al piso.
Recoger la casa, lanzaba agua de una ponchera al frente de la casa para que
el sol abrasador del medio día no se metiera y colgaba una hamaca
sanjacintera entre palo y palo de almendro en el fondo del patio. A las doce
servía su almuerzo, que bien podía ser un arroz de lisa o un sancocho trifásico,
eso sí, bien acompañado de una buena agua de panela con limón y con
bastante hielo. Al finalizar su manjar se recostaba en la hamaca a hacer su
siesta. A eso de las tres de la tarde se bañaba y se ponía su ropita de tardear…
porque aunque a Lucía muchos le habían echado el ojo… ella sólo tenía ojos
para un solo hombre y ese era Juancho.