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El juicio a Lula da Silva: ¿democracia en riesgo o instrumentalización

política?

Sabrina Aquino (*)


Felipe Lagos R. (**)
Grupo de Análisis Internacional

Por unanimidad (3 votos) el juicio de segunda instancia del poder judicial contra el
expresidente Luiz Inácio Lula da Silva, ocurrido en el Tribunal Regional Federal de la Cuarta
Región (TRF4) el día 24 de enero, no solo ratificó la condena de 9 años y medio dada en
primer instancia por el juez Sergio Moro, sino que la aumentó a 12 años y un mes, bajo
acusaciones de corrupción pasiva y lavado de dinero. Esto abre la puerta para su
inhabilitación política, aunque Lula da Silva puede aún apelar esta decisión en instancias
superiores. El expresidente es acusado de recibir un departamento triplex de parte de la
constructora OAS, como pago de una propina del valor de 3,7 millones de reales (694
millones de pesos chilenos).

Con todo, las evidencias usadas en el juicio en su contra están muy por debajo de
los estándares que cualquier sistema judicial garantista tomaría en serio. El proceso judicial
contra Lula ocurrió en tiempo record, con justificaciones torpes que hablaban de cumplir con
ritmos y metas exigidas por el Consejo Nacional de Justicia para el 2018. Esta ausencia de
normalidad jurídica es el paraguas que ha cobijado un juicio que contiene una serie de
arbitrariedades, y donde la defensa irrestricta del proceso judicial es la máscara usada por
parte de los oponentes políticos de Lula para debilitar el “petismo” e intentar excluir a su
representante de participar en la carrera presidencial de este año (donde, según las
principales encuestas, Lula figura como candidato preferido). Esa aberrante condena no
será suficiente, sin embargo, para prohibir la candidatura de Lula, que fue oficializada en
este 25 de enero junto al Tribunal Electoral con un llamando a toda la militancia petista para
desobedecer la decisión judicial en “defensa de la democracia y Lula”.

Esta será sin duda una larga disputa jurídica hasta la elección de octubre, teniendo
en cuenta que en el TRF4 la defensa, necesitada de ganar tiempo, se encuentra dando
seguimiento a la apelación. Esto garantiza que la candidatura de Lula siga mientras esté
pendiente el juicio en segunda instancia, no aplicando la ley de la “ficha limpa”, por lo
demás apoyada con entusiasmo por el PT y PSOL cuando fue sancionada por el gobierno
petista en 2014. Las apuestas de la defensa están en el Supremo Tribunal Federal que, con
posterioridad a los análisis que haga el TRF4, puede interpretar de manera distinta la
necesidad de que el imputado cumpla inmediatamente su condena y, a través de un pedido
de Habeas Corpus, determinar una nueva evaluación (en beneficio del ex-presidente) sobre
su inicio.

En medio de este escenario incierto, luego de que la sentencia a Lula fuera


confirmada se oyeron muchas voces cuestionando la manera en que la justicia
brasileña ha conducido el juicio, asimilándolo con una suerte de “cacería de brujas” y la
instrumentalización de un “pánico moral” contra la corrupción. Todo esto de manera
muy sesgada, e imputando culpabilidades antes que las evidencias sustantivas sean
presentadas. No obstante, no solo Lula sufre las consecuencias de la (in)justicia
brasileña - injusticias que vienen desde el gobierno petista y se no han alterado: al
revés, todos los actores políticos han ayudado profundizarlas.

Pareciera que transformar la defensa de Lula en la defensa de las garantías


democráticas mismas es la única salida para que el PT no muera en sus intentos
electorales ejecutivos y legislativos este año. Las posibilidades de que Lula vuelva a la
presidencia han disminuido; no obstante, la estrategia del PT ha sido usar el debate sobre
su candidatura no solo como un foro de defensa personal del líder petista, sino también
como un mecanismo para mantener vivo su protagonismo político. Por otra parte, queda
más y más en evidencia que esta búsqueda de protagonismo se desarrolla sin ningún
proyecto sustantivo, que no sea de la memoria idealizada de un PT y un Lula del siglo
pasado.

Que la justicia brasileña es torpe y parcial, no nos cabe duda; sin embargo, esta
nunca resultó incómoda para el gobierno petista hasta el juicio político a la entonces
presidenta en ejercicio Dilma Rousseff. Recordemos que la ex-presidenta sancionó por
decreto una ley antiterrorista (marzo, 2016) para frenar las articulaciones de los
movimientos sociales autónomos que insurgieron en las masivas protestas de las jornadas
de junio del año de 2013, cuando millares de personas salieron en las calles por la alza de
los precios de los pasajes en los transportes urbanos, el descontento por los gastos en la
organización del Mundial en estadios de fútbol ($11.000 millones de dólares), y no en la
utilización de esos fondos en mejoras en la salud, educación e infraestructura “padrón
FIFA”. El gobierno petista no encontró mejor salida que forjar un discurso de criminalización
de las protestas por derechos sociales básicos, polarizando y creando un narrativa oficial
que responsabilizaba al “avance de la ola conservadora” de las jornadas de protesta en
junio de 2013 y 2014. Bajo este clima se desarrollaron las masivas protestas por su juicio
político, con un discurso oficial que evade toda la responsabilidad que le cabe a la gestión
petista (conservadora y neoliberal) en su propia pérdida de apoyo en las bases sociales.

En la actualidad, es cierto que la justicia parece mostrar una clara animadversión


contra el expresidente imputado, mientras que la misma hace vista gorda hacia otros
escandalosos sucesos de corrupción en el país. No obstante, el argumento de gran parte de
los intelectuales progresistas dice que “el juicio de Lula abre precedentes peligrosos para la
democracia en Brasil”, como ha dicho por ejemplo el historiador Peter Burke en una
entrevista reciente. Esto significa implícitamente que con anterioridad a la persecución
política existía un respeto generalizado hacia los princípios del Estado Democrático de
Derecho. Pero en realidad el caso de Lula no hace más que revelar la gigantesca asimetría
respeto de garantías constitucionales, comparado con los millares de casos como los de
Rafael Braga, joven negro y pobre, único detenido y condenado de las manifestaciones de
junio de 2013, sin jamás haber participado de ellas. La condenación de Rafael es uno de los
casos más emblemáticos de la farsa de la "democracia racial" brasileña y la falencia de lo
que se denomina Democracia en su sentido amplio común.

Lo anterior es una muestra de la condescendencia hacia el petismo por parte de un


sector importante de la intelectualidad progresista, omitiendo las concesiones brindadas a la
derecha durante sus mandatos. Fue el gobierno petista el que modificó la Ley de Drogas el
2006, lo que significó una intensificación de la política de “guerra a las drogas” que
terminaría por permitir el aumento del complejo industrial prisional, lo que hizo que Brasil
pase del 4° lugar mundial en población encarcelada el año de 2006 a ocupar el 3° lugar
once años después. Esta falta de crítica también obvía que fue el gobierno Dilma –
ciertamente víctima de un golpe blando para fines de renovación del sistema político – el
que decretó durante los megaeventos deportivos (Copa de las Confederaciones y Mundial
de Fútbol que tuvieron lugar entre 2013 y 2014 ) la ocupación de las Fuerzas Armadas en
las comunidades periféricas de las ciudades-sede. En este sentido, Michel Temer solo
continuó la línea iniciada por el gobierno petista, y bajo la justificación de más seguridad
para los turistas extendió la ocupación para las Olimpíadas de Río de Janeiro en 2016. Al
día de hoy, el Estado continúa reprimiendo a las comunidades pobres y negras del país.

Los ejemplos de violaciones del Estado Democrático de Derecho por el gobierno


petista son muchos, y van desde masacrar los pueblos indígenas de la Amazonia con la
faraónica obra de la hidroeléctrica Belo Monte, a la intensificación del modelo de Estado
Policial con la defensa de la aplicación de las Unidades de Policía Pacificadora (UPPs) y la
represión y persecución a los movimientos sociales que no son parte de su aparataje, hasta
la blanda actuación frente a situación del segundo mayor desastre ambiental de la historia
del país cuando el gobierno de Dilma calificó de “desastre natural” el rompimiento de dos
represas de la minera Samarco. La justicia federal terminó por perdonar la sanción
reparatoria aplicada a la empresa, mediante un recurso de apelación por “accidente”, pese a
que los técnicos de la policía federal reconocieron que Samarco tenía conocimiento de los
problemas infraestructurales de las represas.

Con todos sus arbitrariedades y parcialidades, el proceso que busca incriminar y


condenar a Lula ha terminado por transformarlo en un mártir político. Es sabido que las
garantías del Estado Democrático de Derecho en Brasil son muy restringidas, algo que hoy
está siendo finalmente contestado gracias a la visibilidad que despierta la figura del
expresidente y actual candidato. No obstante, toda la argumentación de su acalorada
defensa se reduce a la instrumentalización de una imagen idealizada de su figura, un odio
de clase por no tratarse más que de un trabajador (operário) de origen popular y nordestino.
Por cierto, esta imagen no representa la condición actual de Lula da Silva, la figura que se
enorgullece de decir en sus plenarias que “nunca antes en la historia de Brasil, los
empresarios ganaron tanta plata como en mí gobierno”.

PT y la Instrumentalización de los Movimientos Sociales

Bajo los lemas “En Defensa de la Democracia” y “Elección sin Lula es fraude”, los
partidos PT, PCdoB, PSOL junto a otras organizaciones políticas como MTST, MST, MAIS y
UNE, se hicieron parte de los llamados “Frente Brasil Popular” y “Frente do Povo Sem
Medo”. Estos tienen como objetivo convocar a militantes y masas populares hacia las
movilizaciones en defensa de Lula, tanto en Porto Alegre (que es la ciudad donde ocurrió el
juicio) como en las principales ciudades del país. En estas movilizaciones, el reclamo se ha
centrado exclusivamente en la posibilidad de que el líder petista sea candidato en las
próximas elecciones presidenciales.

Estas convocatorias han sido respaldadas por un Manifiesto firmado por un número
importante de personalidades políticas e intelectuales, líderes de centrales sindicales (con la
excepción de CSP-Conlutas), así como también por otras manifestaciones de apoyo en
vídeos, como los de sus aliados Renan Calheiros (PMDB) y Eunício de Oliveira (PMDB), de
algunos de sus oponentes históricos como Geraldo Alckmin (PSDB) y Fernando Henrique
Cardoso (PSDB), e incluso del actual presidente de la República, Michel Temer (PMDB). La
transversalidad de este respaldo es muestra fehaciente de que Lula da Silva es en la
actualidad una figura conciliadora; pero por cierto que también existe el temor (no sin
fundamentos) de que, en algún momento, a ellos les pueda tocar la suerte del ex-presidente
petista.

A partir del impeachment de Dilma Rousseff, los movimientos sociales agrupados en


la “Frente do Povo Sem Medo” y “Frente Brasil Popular” se han movilizado únicamente en
virtud de la posibilidad de la carrera presidencial de Lula. En consecuencia, estos referentes
han abandonado en gran medida la resistencia en las calles a las reformas privatizadoras
del actual presidente Temer. Por ejemplo, la Central Única de los Trabajadores de Brasil
canceló la huelga general marcada para el pasado día 05 de diciembre de 2017 (que fuera
acordada en asamblea junto a otras centrales sindicales), dejando el camino libre para la
aprobación y ejecución de las nuevas reglas laborales que precarizan aún más los derechos
de los y las trabajadoras. Lo anterior es una muestra de que los movimientos sociales
organizados durante los últimos 4 años han tenido como centro de sus actividades la
defensa del mandato de Dilma y, ahora, de la candidatura de Lula. Se trata de la
movilización de sus bases militantes, sin intención alguna de expandir el radio de
interpelaciones a los problemas materiales de la poblacion del pais.

Una de las tareas urgentes del momento sería hacer frente a la Reforma a la
Previsión Social anunciada, cuya votación se inicia el 20 de febrero. Lamentablemente, no
se vislumbra ningún movimiento al respecto por parte de estos Frentes por enfrentar los
ataques del gobierno a los derechos sociales; y aún así, éstos se arrogan el título de
representantes de las masas populares. Sus esfuerzos se ven concentrados en la “defensa
de la democracia”, de la cual hoy Lula da Silva se ha convertido en su figura máxima.

Pérdida de Densidad Social - representante de los empresarios

La llegada el 2003 al Palacio del Planalto de un líder de origen sindical y popular, de


la mano el Partido de los Trabajadores (PT), supuso un recambio en la composición de las
elites políticas. De hecho, éste fue el argumento principal de la campaña de Lula, junto a la
promesa de construir un programa de reformas sociales que incluía la reforma agraria,
avances significativos tanto en la demarcación de tierras indígenas como en las demandas
del movimiento negro. Lula también contó con un apoyo importante de la intelectualidad
progresista. En una sociedad marcada por desigualdades estructurales históricas y una
política de acuerdos cupulares entre los sectores dominantes, para los grupos que apoyaron
la llegada de Lula a la presidencia, se anunciaba un proceso de democratización social del
poder político.
Sin embargo, su gobierno no alteró la estrategia neoliberal de desarrollo, y los
buenos resultados de la economía en el período 2002-2007 fueron posibles gracias a un
escenario internacional altamente favorable. Según Marcelo Dias Carcanholo, el aumento
de las exportaciones (fundamentalmente productos primarios) permite afirmar que Lula no
cambió la lógica económica de sus predecesores para no perder la credibilidad de los
mercados. Al contrario, incluso profundizó ciertas reformas estructurales neoliberales, y
aprovechó una coyuntura internacional favorable para la elevación de las tasas de
crecimiento sin riesgo de presiones inflacionarias, para así desarrollar un conjunto de
políticas sociales compensatorias durante 2002 y 2007. El resultado, según Dias
Carcanholo, fue una relativa re-primerización y des-industrialización económica, es decir,
una mayor vulnerabilidad frente a los cambios en mercados exteriores.
Como contrapartida, el receso en esta tendencia favorable tuvo efectos inmediatos.
Para responder a la crisis de 2007-2008, el gobierno decretó una exoneración tributaria y
una expansión del crédito, y protegió mercados garantizados. En conjunto, esto ha
significado una política anticíclica tímida que, en el mediano plazo, ha acentuado el déficit
fiscal e incrementado el endeudamiento de las familias. En este sentido, la expansión
económica relativa permitió al gobierno de Lula la ampliación de políticas sociales
compensatorias – lo que explica el fuerte apoyo popular hacia a su gobierno hasta los
mandatos de Dilma Rousseff –, pero al mismo tiempo destruyó cualquier posibilidad de
apoyo popular a las propuestas de cambios realmente estructurales en la sociedad
brasileña.
Al contrario, una verdadera política de izquierda hubiese terminado con las
estructuras neoliberales heredadas, reduciendo así la vulnerabilidad estructural frente a los
vaivenes de la economía mundial. También hubiese promoviendo una modificación
progresiva de la concentración de la renta, la ampliación del mercado interno, y una
expansión de la integración regional que vaya más allá que los acuerdos comerciales.
Según Carcanholo, eso habría significado también políticas sociales y públicas que
trasciendan las medidas compensatorias.
En la actual coyuntura, el PT no representa una alternativa de izquierda pues sus
gobiernos jamás ha sido de izquierda; así, la actual lucha por la candidatura de Lula se
revela como la defensa estéril de una democracia que permanece incuestionada, pero que
si uno remueve y va más allá de ella, encuentra las luchas reales. Para avanzar en políticas
postneoliberales, se debe hacer una profunda crítica política del neodesarrollismo, más que
defender su (nefasto) legado de neoliberalismo y corrupción.

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