política?
Por unanimidad (3 votos) el juicio de segunda instancia del poder judicial contra el
expresidente Luiz Inácio Lula da Silva, ocurrido en el Tribunal Regional Federal de la Cuarta
Región (TRF4) el día 24 de enero, no solo ratificó la condena de 9 años y medio dada en
primer instancia por el juez Sergio Moro, sino que la aumentó a 12 años y un mes, bajo
acusaciones de corrupción pasiva y lavado de dinero. Esto abre la puerta para su
inhabilitación política, aunque Lula da Silva puede aún apelar esta decisión en instancias
superiores. El expresidente es acusado de recibir un departamento triplex de parte de la
constructora OAS, como pago de una propina del valor de 3,7 millones de reales (694
millones de pesos chilenos).
Con todo, las evidencias usadas en el juicio en su contra están muy por debajo de
los estándares que cualquier sistema judicial garantista tomaría en serio. El proceso judicial
contra Lula ocurrió en tiempo record, con justificaciones torpes que hablaban de cumplir con
ritmos y metas exigidas por el Consejo Nacional de Justicia para el 2018. Esta ausencia de
normalidad jurídica es el paraguas que ha cobijado un juicio que contiene una serie de
arbitrariedades, y donde la defensa irrestricta del proceso judicial es la máscara usada por
parte de los oponentes políticos de Lula para debilitar el “petismo” e intentar excluir a su
representante de participar en la carrera presidencial de este año (donde, según las
principales encuestas, Lula figura como candidato preferido). Esa aberrante condena no
será suficiente, sin embargo, para prohibir la candidatura de Lula, que fue oficializada en
este 25 de enero junto al Tribunal Electoral con un llamando a toda la militancia petista para
desobedecer la decisión judicial en “defensa de la democracia y Lula”.
Esta será sin duda una larga disputa jurídica hasta la elección de octubre, teniendo
en cuenta que en el TRF4 la defensa, necesitada de ganar tiempo, se encuentra dando
seguimiento a la apelación. Esto garantiza que la candidatura de Lula siga mientras esté
pendiente el juicio en segunda instancia, no aplicando la ley de la “ficha limpa”, por lo
demás apoyada con entusiasmo por el PT y PSOL cuando fue sancionada por el gobierno
petista en 2014. Las apuestas de la defensa están en el Supremo Tribunal Federal que, con
posterioridad a los análisis que haga el TRF4, puede interpretar de manera distinta la
necesidad de que el imputado cumpla inmediatamente su condena y, a través de un pedido
de Habeas Corpus, determinar una nueva evaluación (en beneficio del ex-presidente) sobre
su inicio.
Que la justicia brasileña es torpe y parcial, no nos cabe duda; sin embargo, esta
nunca resultó incómoda para el gobierno petista hasta el juicio político a la entonces
presidenta en ejercicio Dilma Rousseff. Recordemos que la ex-presidenta sancionó por
decreto una ley antiterrorista (marzo, 2016) para frenar las articulaciones de los
movimientos sociales autónomos que insurgieron en las masivas protestas de las jornadas
de junio del año de 2013, cuando millares de personas salieron en las calles por la alza de
los precios de los pasajes en los transportes urbanos, el descontento por los gastos en la
organización del Mundial en estadios de fútbol ($11.000 millones de dólares), y no en la
utilización de esos fondos en mejoras en la salud, educación e infraestructura “padrón
FIFA”. El gobierno petista no encontró mejor salida que forjar un discurso de criminalización
de las protestas por derechos sociales básicos, polarizando y creando un narrativa oficial
que responsabilizaba al “avance de la ola conservadora” de las jornadas de protesta en
junio de 2013 y 2014. Bajo este clima se desarrollaron las masivas protestas por su juicio
político, con un discurso oficial que evade toda la responsabilidad que le cabe a la gestión
petista (conservadora y neoliberal) en su propia pérdida de apoyo en las bases sociales.
Bajo los lemas “En Defensa de la Democracia” y “Elección sin Lula es fraude”, los
partidos PT, PCdoB, PSOL junto a otras organizaciones políticas como MTST, MST, MAIS y
UNE, se hicieron parte de los llamados “Frente Brasil Popular” y “Frente do Povo Sem
Medo”. Estos tienen como objetivo convocar a militantes y masas populares hacia las
movilizaciones en defensa de Lula, tanto en Porto Alegre (que es la ciudad donde ocurrió el
juicio) como en las principales ciudades del país. En estas movilizaciones, el reclamo se ha
centrado exclusivamente en la posibilidad de que el líder petista sea candidato en las
próximas elecciones presidenciales.
Estas convocatorias han sido respaldadas por un Manifiesto firmado por un número
importante de personalidades políticas e intelectuales, líderes de centrales sindicales (con la
excepción de CSP-Conlutas), así como también por otras manifestaciones de apoyo en
vídeos, como los de sus aliados Renan Calheiros (PMDB) y Eunício de Oliveira (PMDB), de
algunos de sus oponentes históricos como Geraldo Alckmin (PSDB) y Fernando Henrique
Cardoso (PSDB), e incluso del actual presidente de la República, Michel Temer (PMDB). La
transversalidad de este respaldo es muestra fehaciente de que Lula da Silva es en la
actualidad una figura conciliadora; pero por cierto que también existe el temor (no sin
fundamentos) de que, en algún momento, a ellos les pueda tocar la suerte del ex-presidente
petista.
Una de las tareas urgentes del momento sería hacer frente a la Reforma a la
Previsión Social anunciada, cuya votación se inicia el 20 de febrero. Lamentablemente, no
se vislumbra ningún movimiento al respecto por parte de estos Frentes por enfrentar los
ataques del gobierno a los derechos sociales; y aún así, éstos se arrogan el título de
representantes de las masas populares. Sus esfuerzos se ven concentrados en la “defensa
de la democracia”, de la cual hoy Lula da Silva se ha convertido en su figura máxima.
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