Trabajo
Pero más allá de ello, apunta a replantear los compromisos éticos con nuestras
memorias históricas para producir, a partir de ella, la transformación educativa que
demanda como afirma Freire, (2001); “una postura comprometida de la que resulte una
conciencia cada vez más crítica de esa problemática” pues para el logro de tales
propósitos, es necesario pensar esas transformaciones desde el lugar mismo de donde
somos, colocándonos en relación de organicidad con nuestro contexto histórico-cultural
Por lo dicho anteriormente, queda claro que Colombia no ha estado exenta del
pensamiento colonial que ejerce influencias a través del sistema-mundo moderno-
capitalista en distintos ámbitos de su quehacer cotidiano. Uno de esos campos es el
educativo que encuentro en el escenario del orden social y civilizatorio las garantías de
legitimación a través de los signos (letra escrita/letra leída/semiosis colonial), a la vez
que la jerarquía intelectual y cultural implícita en este corpus letrado, subrayaba la
sistematización y estructuración del conocimiento universal que refuerza y, más que
nada, afianza el sistema-mundo moderno-colonial en los imaginarios y cuerpos
colectivos e individuales.
A la luz de estos planteos, bien pudiéramos decir que la misión central de la educación
ha sido consolidar el orden civilizatorio mediante la buena racionalidad del trabajo, la
naturaleza, la sexualidad, la subjetividad y la autoridad; argumentos consolidados en los
dispositivos letrados empleados para definir nuestras sendas educacionales. En tal
sentido, tenemos que la educación responde a fortalecer la colonialidad como lógica
encubierta que impone el control, la dominación y la explotación, una lógica oculta tras
el discurso de la salvación, el progreso, la modernización y el bien común” Visto así,
sobran razones para examinar la educación colombiana a partir de la lógica de la
colonialidad; ya que en el caso de la educación nacional, se observa su permanencia
sobre unos estamentos que han cambiado las palabras pero no las condiciones para
comprender la práctica educativa, obstaculizando las posibilidades de desencadenar
acciones decoloniales sobre el ser-saber-hacer, pues aún perviven en la matriz colonial
de poder implicada en el análisis del sistema-mundo.
Esta nueva visión del mundo permite reconocer y afirmar el conocimiento científico
desde una racionalidad distinta, contextual y posibilitadora de saberes como una
apuesta plural por los saberes no como inferior al europeo Occidental, sino simplemente
como diferente. Así mismo, esta ecología de los saberes conduce a la educación a
reconocer el conocimiento no como algo abstracto sino como algo práctico, a través de
la práctica de saberes que permitan la intervención en el mundo, en las experiencias
vitales de los conglomerados humanos sean científicos o agrupaciones sociales
diversas. Esto ha de ser en consecuencia la teleología del discurso epistemológico en
la contemporaneidad una apuesta por la emancipación colonial de los saberes y de las
ciencias que han influenciado el campo de la educación en Colombia.
Vista de esta forma se puede decir que un alcance de la educación colombiana está en
posibilitar la realización plena del ser humano en todas sus dimensiones, está
posibilitada por una educación liberadora pero además de esto por su incidencia en la
realidad social, para lo que desarrollan el instrumental pedagógico y didáctico como
medio específico y propio. En concordancia con lo dicho, la Educación colombiana no
debe tomarse como el mero aprendizaje de contenidos intelectuales, sino que implica el
desarrollo de toda la persona, entonces es claro que un objetivo intrínseco al proceso
educativo debe ser la configuración de los sujetos desde un ethos político-pedagógico-
crítico.
Conclusión
Igualmente implica que los y las participantes de los procesos educativos locales, sin
perder el ánimo inspirador de una existencia global (moderna y colonial) que puede ser
elemento para el diálogo, asuman que ese pensamiento fronterizo está convocado a
fortalecer las integraciones desde la producción e interpretación de prácticas
interculturales. Esta forma dialógica nunca debe separarse de la historicidad de dónde
surge y, siempre, apuntalar a la evaluación sobria, racional y realista de los sistemas
sociohistóricos, las zonas abiertas a la creatividad humana con fines que no son los del
lucro, la acumulación de objetos, la dominación a todo coste.