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Un pacto con el cuerpo

Santiago Marchena Álvarez

“El saber es el único espacio de libertad del ser.”

Michel Foucault

Cuerpo y mundo. El mundo se ve, se percibe, se deforma, si se quiere, a través del


cuerpo. La dermis capta hasta la más pequeña de las hormigas. Los nervios olfativos engullen
con gusto el olor de un buen perfume. El dedo más pequeño del pie activará las alarmas más
escandalosas si se ha chocado con la esquina de una mesa. La boca recibirá el beso y ampliará
esa sensación hasta el rincón más profundo; la corriente irá a invadir y triunfará como un imperio
poderoso.
Pero hay barreras, murallas gigantes bien acorazadas dispuestas para impedir que ese
flujo natural transite por los senderos del cuerpo. Aún hoy los brazos de esas murallas nos
cubren, a veces sin percatarnos de ello, en toda nuestra existencia. Pero son los resquicios que
quedan de otros modos del pensamiento y que han anidado en forma de cultura. Por eso vemos la
transculturalidad en nuestro entorno. Podemos ver a un chico sentado en el metro escuchando
música con sus audífonos mientras lee algunas ideas de algún filósofo que había matado a dios,
al lado de un monje del claustro que reza devotamente mientras espera que se anuncie la estación
donde deberá bajar. Acá podemos ver la idea: nos enriquecemos de nuevas ideas como si
compráramos una nueva televisión para la casa pero no quisiéramos botar la vieja y la dejamos
en el sitio menos popular para verla. De vez en cuando alguien la ve, pero no es lo más común.
Así el modo de pensamiento ha cambiado y a la vez se ha mantenido en el tiempo. Ahora yo me
pregunto ¿nuestra era tendrá cambios importantes? Me respondo: seguro que sí. Pero debemos
desatar, aún más, nuestros pensamientos de los anteriores. Terminar de limpiar el polvo para
darle cabida a lo nuevo y dejar lo que sirva. Intentaré entonces transitar por estas ideas más a
fondo.
El cuerpo es alma y el alma es cuerpo. Suponer su separación, reduciría al individuo a ser
recipiente y solo forma vacía de este mundo. Y es poniendo en evidencia la mirada de los modos
de pensamiento como podremos entender este cambio o atenuación de las concepciones. Para el
modo de pensamiento por semejanza es el alma su objetivo, su foco; por otro lado, para la
representación, lo es el cuerpo[1]. Situamos los modos de pensamiento no por su total
dominación sino por una alta hegemonía (no total). Pues hay en la semejanza razón y razón en la
semejanza. Situamos entonces, bajo esta aclaración, a la representación en el renacimiento y a la
semejanza antes de este periodo.
El cuerpo es mundano, dice la semejanza, pues es lo perverso. Y si tomamos como
partida que este modo de pensamiento es dualista (bueno, malo; hombre, mujer; celestial,
terrenal) podremos entender que el alma era lo incorruptible por ende el cuerpo lo perverso[2].
De esta manera se niega al cuerpo muchas de sus posibilidades y se le pone en el territorio del
enemigo. Está allí acechando al individuo para corromperlo a través de su incontables maneras,
su infrenable deseo. Los sentidos son, para esta época, provocadores del ser a desviarse de su
camino recto a lo supralunar, a lograr que su alma ascienda. Para las maneras de concebir que
relato incluso dentro del cuerpo mismo hay jerarquía y una organización, como si se tratase de
un castillo o, si nos ponemos en nuestro contexto, una empresa. Arriba está la corte o jefes
iluminando el mundo, dando la cara, manejando el conocimiento y el ritmo con el cual la
edificación se mueve, los flujos y fluctuaciones y, sobre todo, abastece el lugar; abajo está la
plebe que debe cargar con los desperdicios, las calderas, el trabajo, sosteniendo el mundo de
arriba[3]. Como vemos hay constantemente dualidad y además analogía. Si bien, para el
pensamiento de semejanza, el mundo estaba estrechamente relacionado, es decir, cualquier
elemento de la naturaleza podía explicar otro, lo era así para su concepción del propio cuerpo y
su idealización del alma.
Como vemos, el cuerpo era considerado la envoltura del alma, algo corruptible,
penetrable. Como si el cuerpo fuera la morada que guarda el fuego interno y el mundo lo
silvestre[4]. Y si hacemos esa analogía, que es por demás peligrosa, llegamos a la lógica que
ningún elemento del mundo puede penetrar en esa casa porque podría apagar fácilmente el
fuego. Aquí vislumbramos una idea, la moral sobre el cuerpo estaba marcada como una
protección estricta que se daba a este. Se limitaba entonces la contemplación, la exploración por
el propio cuerpo y por el del otro lo que, muy seguramente, amarraba los brazos de las pasiones.
Y es esa la muralla de la que hablaba. Me refiero entonces a esta distinción entre cuerpo y
alma, esta negación del cuerpo y su estesia, es decir, su capacidad de sentir. Hoy sabemos que
que la estética es la racionalización de lo que se percibe. Y si para esta era el cuerpo, que es
nuestro único medio de contacto con el mundo pues es, como ya he ejemplificado arriba,
perceptor de todo lo que ocurre en el mundo, se situaba como un aparte del espíritu
(pensamiento) eso mismo cortaba las alas de la capacidad del hombre por entender su mundo.
Para suplir esa necesidad de entendimiento de su entorno, trasladaba lo que percibía a lo
supralunar, inalcanzable, perfecto pues en él se suprimía todo lo que se consideraba malo de este
mundo. Ya vemos a Platón y su república ideal, inalcanzable, pero modelo de vida; por otro lado
la religión, que toma ese modelo y lo pone como una verdad absoluta y alcanzable a través de
sus dogmas. La semejanza pone afuera de sí todo lo que se entiende del mundo, de manera que
no puede poner a su cuerpo como principio y fin. Pero llegaría pronto una época que lo
cambiaría todo.
La representación, otro modo de mirada por el cual el hombre se ha regido, tomaba como
punto de partida y como término el humano. Su ideal y foco era el cuerpo. Recupera casi por
completo las formas y pensamientos que sostenían los clásicos, entre ellos Aristóteles. Pero hace
un pequeño cambio y es trascendental. Borra a los dioses de esa concepción y pone en su lugar al
hombre. El hombre como perceptor del mundo ahora toma las riendas de su propia vida sin dejar
al azar, o al designio divino su destino. Así, todo alrededor se transforma: El arte, la arquitectura,
la sociedad. Todo en pro al humano a su concepción. Así como para los egipcios la muerte era su
finalidad y para los griegos lo era la vida, fue tal el cambio en la era de la representación. El
humano se había puesto en el centro del mundo, el arte hablaba de él y de su mundo, las
edificaciones estaban hechas más a su medida. Las representaciones eran fieles a lo que se
percibía. Antes se hacían cuadros extraños y ajenos pues representar el mundo supralunar tal cual
era nuestro mundo era, según el medioevo, un irrespeto con ese mundo perfecto.
Ahora no, ahora el cuerpo ocupaba el lugar de lo sagrado. El cuerpo y su estesia. Esta, la
era del ícono, hace que las cosas se parezcan a la cosa sin ser la cosa[5]. La desnudez empieza a
aparecer tanto en el arte como en la vida. El reconocimiento del otro y su desnudez, de sí mismo.
Las pasiones toman lugar y se reconquistan, empieza a haber reconocimiento. Las obras tenían
un autor que ponía su firma. De este modo todo tenía un creador. Antes todo era adjudicado a la
labor de un dios o del destino. Y quiero desviarme aquí a algo que me hace pensar lo último que
he dejado escrito.
La verdad absoluta es un absurdo, dice Nietzsche[6]. “La certeza no es más que cierto
tono de voz” dice en un cartel a la entrada de la Universidad de antioquia. Y parafraseando a
Zuleta, decimos que el autor no tiene ya, una vez publicada su obra, control sobre el significado
de lo que ha escrito, éste depende de cada lector, de cada perspectiva. Aquí me llega la imagen
de los amantes cada uno en frente del otro contemplando todo el universo que se pone en pie ante
él. Cada uno viendo lo que puede percibir y transformar a través del otro según sus propias
experiencias y su devenir ser; porque ya no somos sino que devenimos de los miles de universos
que se han cruzado en nuestro universo haciendo que ese traslapado transforme tanto al uno
como al otro. Uno quizá vea al otro a través de remolinos y turbulencias. El otro quizás vea un
montón de cubos y colores. Y eso por citar algunas de las maneras más recordadas de ver el
mundo y transformarlo.
Hoy tenemos el acontecimiento. Acontecer es, finalmente, vivir. El cuerpo es aquí
protagonista, esencia y vida del arte. Necesitamos limpiar al cuerpo de su moral, de sus
preconcepciones para disfrutar y ahondar aún más en lo que está ocurriendo con el arte y el
mundo. Veo que el arte es reflejo de la mirada consciente del universo. Por eso el humano en su
búsqueda de elevar su conexión con el mundo debe hacer un pacto con su cuerpo.

Referencias
[1] Vida y muerte de la imagen, pag 178
[2,3,4] Historia de la vida privada en occidente, pag 213,214
[5] Vida y muerte de la imagen, pag 182
[6] ​http://conocimiento-nietzsche.blogspot.com.co/2009/01/v-perspectivismo.html
[-] Las Palabras y las Cosas - Michel Foucault

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