Michel Henry
Introducción
Lo que Michel Henry intenta mostrar en este libro es la verdad del cristianismo. Dicha
verdad puede ser buscada, según él, en el conjunto de textos que recogen las enseñanzas de
Cristo. Sin embargo, la verdad del cristianismo no es algo que tenga que ver con el análisis de
textos ni con el estudio histórico1. Se trata más bien de la referencia que el texto hace a una
realidad distinta de él.
Si bien a partir del análisis histórico es posible dilucidar la veracidad de los documentos
y hasta de los hechos mismos, esto de ninguna manera puede ayudarnos a comprender la
verdad del cristianismo. No se trata de reconstruir la vida de un individuo llamado Jesús con
rigurosidad científica, sino de probar que “aquel que se decía el Mesías era verdaderamente
ese Mesías”.3
1
HENRY, M., Yo soy la verdad. Para una filosofía del cristianismo, trad. Javier Teira Lafuente, Salamanca:
Ediciones Sígueme, 2001, p. 11.
2
Ibid., p. 13.
3
Ibid., p. 14-15.
4
Ibid., p. 18.
I La verdad del mundo
Por esta razón el conjunto de fenómenos o entes que aparecen, que se nos muestran
no conforman el mundo, sino que éste es el horizonte de visibilidad en el que se manifiesta
todo fenómeno. “Por tanto, el mundo no designa lo que es verdadero sino la Verdad misma”.
Lo que es verdadero es lo que se muestra. En este sentido “el Ser en cuanto tal es la verdad en
cuanto tal, el puro hecho de mostrarse considerado en sí mismo, como aparición y como
manifestación pura”.6
Ese mostrarse tomado en sí mismo es, desde Descartes, la conciencia. Todo fenómeno
aparece en la conciencia en calidad de ob-jeto, está puesto delante, re-presentado. La
conciencia es la manifestación pura, el acto de poner delante aquello que aparece
independientemente de él. “El hecho de ser puesto delante es la verdad, la manifestación, la
conciencia pura”.7 Poner delante equivale a poner afuera de la conciencia. El afuera de la
conciencia es el mundo. Este afuera en que se manifiesta la verdad del mundo no es un afuera
real, sino el acto de la conciencia de poner delante de sí lo otro de sí.
5
Ibid., p. 22.
6
Ibid., p. 23-24.
7
Ibid., p. 24.
8
Ibid., p. 26.
patente reside en el fuera de sí. Pero el modo de hacer patente el tiempo es el del mundo. Es
el modo de permitir ver del mundo, es la verdad del mundo que destruye”.9
Lo que aparece en el mundo no puede ser nunca verdadero, pues el sólo hecho de
aparecer significa que ha sido despojado de toda su realidad, se ha convertido en una imagen,
un fantasma. Sin embargo, debe haber otra verdad que la del mundo, ya que de no ser así no
habría realidad. Esa verdad es, para Henry, la verdad del cristianismo.
Como vimos más arriba, la indiferencia entre la verdad del mundo, la manifestación
pura, y el carácter de verdadero de lo que aparece en él, se debe a la lógica del proceso de
auto-exteriorización en el que las cosas, para ser vistas, son vaciadas de su realidad y arrojadas
a la nada. Es el ver situado fuera de sí lo que divide el concepto de verdad, ya que la cosa ha
sido expulsada fuera de sí para poder ser situada delante de la conciencia.
En la verdad del cristianismo “no hay separación entre el ver y lo que es visto, entre la
luz y lo que ésta ilumina”, ya que no se produce un poner delante, no se instaura ninguna
distancia entre uno y otro. La verdad y lo verdadero no difieren puesto que la manifestación es
captada en sí misma, no siendo ningún fenómeno lo que se manifiesta, sino la misma
fenomenalidad. Siendo que lo que se manifiesta es la propia manifestación que se revela a sí
misma podemos hablar de auto-revelación. “Dios es la Revelación pura que no revela nada
distinto de sí. Dios se revela. La revelación de Dios es su auto-revelación”.10
Queda claro que en este caso la referencia a la visión es puramente metafórica. El ver
solo es posible en el mundo porque existe un distanciamiento en la producción del horizonte
de visibilidad. La distancia entre la vista y lo visto es lo que permite la visión.11 La verdad del
9
Ibid., p. 28.
10
Ibid., p. 35.
11
Ya Aristóteles en De Anima ha tematizado esta cuestión. Los objetos no producen ninguna sensación
en contacto directo con los órganos de los sentidos. Para que se produzca sensación es necesario que
exista una mediación entre ellos. Esa mediación, que en Aristóteles, por ejemplo, toma el nombre de
aire cuando se trata de la percepción del sonido, puede ser comprendida desde una perspectiva
fenomenológica como el horizonte de visibilidad, la proyección que la conciencia hace de un mundo
para permitir a los objetos aparecer en él. Esto queda aún más claro cuando se refiere al olfato, ya que
reconoce que existe un medio en el que se perciben los olores aunque carece de nombre. No podría
tratarse simplemente del aire, ya que reconoce que los peces también tienen olfato. Si bien la teoría
aristotélica parece demostrar la necesariedad de un elemento físico que medie entre el objeto y el
cristianismo no pertenece al mundo, y por lo tanto, no se manifiesta en el afuera de sí, no
establece ningún tipo de distancia consigo misma, lo que se “ve” no difiere del mismo acto de
“ver”. Por ese motivo Cristo dice: “Yo no soy de este mundo” (Juan 17, 14). Su revelación no
tien ninguna relación con la fenomenalidad del mundo.
Siendo que la verdad del cristianismo no puede ser representada no es posible que se
manifieste en el mundo. El lugar en el que esta se revela es aquel cuya fenomenalidad es
distinta de la del mundo y en la que aquello que se muestra no difiere del acto de mostrar. Ese
lugar es para Henry la Vida, pues ella se auto-revela. La auto-revelación es la vida, pues se da a
sí misma de manera completa y transparente, sin distancia bajo la forma de afectividad. Para
Henry aquí se halla la primera ecuación fundamental del cristianismo: “Dios es Vida, es la
esencia de la Vida o, si se quiere, la esencia de la Vida es Dios”.12
En otras palabras, auto-revelación quiere decir, por un lado, que “es la Vida la que
lleva a cabo la revelación, la que revela”, y por otro, que “lo que se revela es ella misma”. Por
el contrario el modo de revelación del mundo es totalmente distinto, ya que lo que revela es lo
fuera de sí. Lo que aparece en el mundo es una exterioridad vaciada de su sustancia propia, es
una irrealidad, es exterior al poder que la manifiesta. La auto-revelación de la vida ignora el
mundo. “No es posible vivir en el mundo”. “La vida no arroja afuera lo que revela, lo guarda en
sí y lo retiene en un abrazo tan estrecho que lo que revela y retiene es ella misma”.13
órgano, el caso del olfato deja manifiesto que la importancia del medio es la distancia que interpone
entre ambos (DA 419a 25-35). Lo mismo sucede con el ojo que sólo puede verse a sí mismo en el espejo.
12
Ibid., p. 38.
13
Ibid., p. 40.
El modo de fenomenalización en que la vida se alcanza a sí misma y se experimenta sin
distancia es en cuanto materia afectiva pura, como carne de un pathos. La forma en que la
vida se experimenta a sí misma en el goce de sí. La afectividad es la materia fenomenológica
en que la vida se manifiesta a sí misma y goza de sí.
La ciencia da un paso más al poner entre paréntesis las cualidades sensibles. La ciencia
moderna, inaugurada por Galileo, excluye a la vida sensible de su campo de investigación y
pone en su lugar “el estudio físico-matemático de las partículas materiales que constituyen la
realidad de nuestro universo”.15 “Reducción absurda si se pretende afirmar que lo que se
experimenta a sí mismo en el abrazo patético inquebrantable del sufrir y gozar es en realidad
algo que no experimenta nada y se encuentra por principio incapacitado de hacerlo: las
partículas materiales”.16 El conocimiento científico ha tomado la forma del mundo y su verdad,
aquella en la que la Vida nunca se muestra.
Aquello que vemos junto a los objetos del mundo y creemos semejante a nuestra
propia vida no es la Vida. “Vemos a los seres vivos pero nunca vemos su vida”.17 El ser vivo no
14
Ibid., p. 44.
15
Ibid., p. 47.
16
Ibid., p. 50.
17
Ibid., p. 51.
es más que una significación adherida a las percepciones sensibles que tenemos de tales seres.
Percepciones que se producen en el mundo en forma de significaciones vacías, intencionales,
al decir de Husserl, irreales. Sin embargo, estas significaciones intencionales que mientan la
vida nunca pueden ser plenificadas y de esta forma transformarse en percepciones. Nunca
percibimos en el mundo la vida de esos seres como su experimentarse a sí mismos.
La sustitución de la Verdad de la Vida, la que proclama Cristo, por la verdad del mundo
conduce a una concepción de la vida a partir de atribuir a todo viviente una serie de
propiedades de las que otros carecen. Propiedades y caracteres objetivos que aparecen en el
mundo: motilidad, nutrición, excreción, reproducción, etc.18 Ciertamente, la elección de estas
propiedades no es arbitraria ya que es la vida la que motiva estos movimientos, sin embargo, si
bien es la vida la que mueve y la que toca esta no es visible en el mundo. Lo que vemos es la
exteriorización objetiva del acto pero nunca el ver en cuanto tal, el ver de la vida, el tocar de la
vida, como auto-afectividad. El ente viviente se diferencia del resto de los entes mundanos
pero no deja de ser un ente que “no toma su ser más que de su calidad de fenómeno”.19
Es Schopenhauer quien a principios del siglo XIX opone a la verdad del mundo
entendida como representación, una voluntad a la cual se encuentra subordinada. Voluntad es
allí otro nombre para la vida. Sin embrago, al igual que para Freud, esa voluntad es totalmente
ciega, por ser ajena al afuera del mundo, y por lo tanto no sabe qué quiere, ni siquiera que
quiere. Por esta razón el descubrimiento de Schopenhauer de una realidad distinta de la del
mundo y ajena a él pierde su valor por la negación de su poder específico de revelación. Ese
que consiste en mostrarse a sí misma sin distancia y totalmente transparente a sí. Al no poder
tematizar una forma de conocimiento distinta de la representación, el poner delante, el ver, la
vida es comprendida como fuerza ciega e inconsciente.
18
Ibid., p. 54.
19
Ibid., p. 56.
20
Ibid., p. 62.
Desde su origen en Grecia el pensamiento clásico ha entendido al hombre como un
viviente con Logos, es decir, con razón y lenguaje. En otras palabras, el hombre es más que la
vida. Heidegger afirma que la vida puede comprenderse de manera negativa a partir del
hombre por el camino de una exégesis privativa. Como si la vida fuera el resultado de quitarle
al Dasein sus atributos esenciales. Para el cristianismo la vida es más que el hombre, más que
la razón y el leguaje. “La vida, que no dice palabra, lo sabe todo”.21
Para vislumbrar la radicalidad de la Verdad del cristianismo hace falta comprender que
la Vida es más que el hombre no sólo porque entienda a este como un ser vivo, sino que es
más que el viviente también. La Vida no es la vida del hombre, sino la de Dios, quien no la
recibe de nadie más que de sí mismo. Para Henry la relación de la Vida con el viviente, como
generación y nacimiento respectivamente, es el tema central del cristianismo.
“Según el cristianismo, no hay más que una sola Vida, la única esencia de todo lo que
vive”.23 Esa Vida es Dios, un Dios único que genera todos los vivientes.
Ese Dios no puede ser pensado por el intelecto, no es posible tener acceso a Él a través
del pensamiento. No hay representación posible que pueda dar cuenta de Dios. No es posible
probar su existencia “haciéndolo ver” en el horizonte de visibilidad del mundo donde Él nunca
se muestra. La Vida no se presenta como evidencia.
No tenemos acceso a Dios, es decir, a la Vida absoluta, en el mundo sino en la Vida, “es
la Vida misma la que llega a sí”.24 La Vida es auto-revelación. Sobre el propio llegar a sí mismo
de la Vida el viviente llega a ella.
21
Ibid., p. 63.
22
Ibid., p. 63-64.
23
Ibid., p. 66.
24
Ibid., p. 67.
25
Ibid., p. 68.
El sentirse a sí mismo de la Vida, la experiencia que realiza en el goce de sí, “es la
forma primordial de toda fenomenalidad concebible”. Es la forma en que la fenomenalidad se
fenomenaliza: “como pathos y en la carne afectiva de éste.” “Esta identidad entre lo que
experimenta y lo experimentado es la esencia original de la Ipseidad”.26 Esta Ipseidad no es el
resultado de la fenomenalización, sino su condición, la forma en que la revelación se lleva a
cabo como auto-revelación.
“Nacer no es venir al mundo. Nacer es venir al seno de la vida”.27 Esta afirmación debe
entenderse en un doble sentido. Por un lado, es la vida la que viene, la que llega. Y, por otro,
esa vida que llega viene de la vida. La vida es a la vez punto de partida y de llegada.
26
Ibid.
27
Ibid., p. 72.
28
Ibid., p. 74.
venido al mundo para salvarlo, dando a conocer a Dios, es: ¿cómo los hombres pueden
reconocer en testimonio, una Verdad, que es irreductible al lenguaje de la palabra?
V Fenomenología de Cristo
Jesús puede ser hijo de María y José en el mundo, pero su verdadero nacimiento tiene
lugar en la Vida absoluta. Lo mismo ocurre con todos los hombres, como vivientes, sólo
pueden venir a la vida a partir de ella. No es posible vivir en la exterioridad extática del mundo.
Todo hijo es hijo de la Vida. Todo nacimiento es trascendental. Desde esta perspectiva, el
cristianismo comprende al hombre en su verdadera dimensión, como hijo trascendental de la
Vida, cuya esencia no es posible encontrar en el mundo objetivo. De allí que el secreto de la
humanidad del hombre escape a cualquier pensamiento objetivo como el de la biología o el
psicología.
Ningún viviente puede dar vida, ya que ésta le ha sido dada no pudiendo él mismo ser
origen de ella. Sólo Dios, un dios viviente, puede dar vida porque en primer lugar es capaz de
dársela a sí mismo. Sólo en la representación del mundo es posible una relación padre-hijo en
la que los términos son reversibles. Es decir, quien es hijo puede a su vez convertirse en padre.
Sin embargo, este tipo de relación es a la vez temporal y exterior. Por un lado está sujeta a la
temporalidad del mundo y a la secuencialidad de los fenómenos que ocurren en el. Por el otro,
el hijo es engendrado afuera del padre, separado y diferente de él. Afirmar la posibilidad de un
nacimiento en el mundo significa dejar de considerar al hombre como un viviente para
percibirlo como un organismo, un ser vivo que se muestra en la exterioridad del mundo.
Hemos dicho que el Primer Viviente es hijo de la Vida al igual que el resto de los
hombres, sin embargo existe entre ellos una diferencia esencial. Los hombres son contingentes
con respecto a la Vida absoluta, reciben su vivir de ella como podrían no recibirlo. Mientras
tanto, el Archi-Hijo co-pertenece a la auto-generación de la vida como la experiencia patética
que ésta hace de sí en su auto-donación. Sin Él no hay vida, por cuanto ésta sólo es tal porque
se experimenta a sí misma en su goce conformando la Ipseidad del Sí. El co-engendramiento
de Cristo en la auto-revelación del padre es lo que sostiene todas las citas del Nuevo
Testamento en que se manifiesta la atemporalidad de Cristo. Su nacimiento en el mundo no
puede ser considerado su verdadero nacimiento, el nacimiento a la Vida y de la Vida, puesto
que éste es la condición de posibilidad de cualquier aparecer, se produce en el Comienzo
radical en que la Vida se alcanza a sí misma originariamente.
29
Ibid., p. 84. (¿Por qué “mucho menos de una mujer”?)
Para el cristianismo, Cristo ha venido al mundo para salvar a los hombres revelándoles
al Padre. La Revelación de Dios es Cristo hecho carne. Sin embargo, ¿cómo se distingue Cristo
en el mundo del resto de los hombres? La respuesta es que la Revelación de Dios en Cristo,
que no es más que su auto-revelación, no se manifiesta en la apariencia visible de ese hombre
que es Jesús. El creer en la Revelación es para los hombres un creer ciego, pues ésta nunca se
muestra el mundo, es esencialmente invisible. La irreductibilidad fenomenológica radical entre
dos modos de revelación, el de la auto-revelación de la Vida, y el de la luz del mundo, supone
la mayor dificultad para el cristianismo, cómo revelar la Vida en el afuera de sí. Sin embargo,
esta aporía significa la imposibilidad de los hombres de conocer a Dios si estos son
considerados en la exterioridad del mundo y no como hijos trascendentales de la Vida. Es en
calidad de Hijo de Dios que el hombre puede acceder a su salvación.
30
Ibid., p. 112.
31
Ibid., p. 113.
32
Ibid., p. 119.
hombre tiene una experiencia de sí diferente y ajena a la que tiene del mundo y ésta es su
verdadera esencia. El sentirse constantemente afectado por sí mismo que lo constituye en un
ego.
Eso significa que “Dios creó al hombre a su imagen”, que le otorgó su propia esencia, el
auto-engendramiento de la Vida, la condición de viviente por la que se experimenta a sí mismo
“en la inmanencia radical en la que no hay ni fuera ni mundo”. Sin embargo, la elucidación
radical de esta cita bíblica sólo se alcanza desde la perspectiva cristiana del nacimiento
trascendental de todo viviente. En primer lugar, quiere decir que el hombre no es creado, ya
que no pertenece al mundo. Y en segundo lugar, que no es una imagen, pues sólo hay imagen
–como representación externa de aquello que es mentado– en el mundo. Es necesario,
entonces, renunciar a la concepción mundana del hombre. La imagen del hombre que aparece
en el mundo toma su aparecer del aparecer del mundo con todas sus leyes: espacio, tiempo,
causalidad, etc. “Ese hombre es el hermano de los autómatas susceptibles de ser construidos
según las mismas leyes”. 33
Resulta pertinente distinguir entre dos sentidos distintos del concepto de auto-
afección. En sentido fuerte, la vida se auto-afecta de dos maneras simultáneamente. Por un
lado, es ella misma el contenido de su propia afección, es ella misma lo que se experimenta.
Por otra parte, ese contenido afectivo es producido por ella misma, no proviene de ningún
afuera, es auto-donación. El concepto fuerte de auto-afección sólo es adecuado para referirse
a la vida fenomenológica absoluta, es decir, a Dios. El concepto débil de auto-afección designa
el modo en que el Yo trascendental viviente se afecta a sí mismo. Éste se experimenta a sí
mismo pasivamente, no es él la fuente de esa experiencia. Es afectado por sí mismo
constantemente y por eso es un yo, sin embargo no es ese yo quien se ha puesto en condición
de experimentarse a sí mismo. “No me afecto en absoluto sino que, para decirlo con rigor, soy
y me hallo auto-afectado”.34 “El Sí no se afecta sino porque la Vida absoluta se auto afecta en
él”.35
33
Ibid., p. 121.
34
Ibid., p. 125.
35
Ibid., p. 126.
La relación entre Dios y el hombre trascendental se encuentra mediada por Cristo. La
auto-afección en sentido fuerte, como auto-donación sólo es vida en la medida en que se
experimenta a sí misma en Sí del Primer Viviente. La vida del hombre sólo es posible porque
esta vida que recibe implica la Ipseidad de un primer Sí. Un Sí que es co-engendrado con la
donación misma de la Vida y sin la cual ésta no podría efectivizarse. El hombre como viviente
llega a la vida bajo la condición de que en ésta ya se haya edificado la Ipaseidad de la que
tomará la posibilidad de ser un yo. “Hijo de Dios, no puede serlo sino en calidad de Hijo en el
Hijo”.36
La mediación del Primer Viviente en la relación entre Dios y los hombres es la que
determina a priori que todo viviente es siempre un yo. Cristo es quien posibilita la Ipseidad
original sin la cual no sería posible algo así como un Sí o un yo. “No soy yo mismo y no puedo
serlo más que a través de la Ipseidad original de la Vida. La carne patética de esta Ipseidad en
la que la Vida se une a sí misma es la que me une a mí mismo de tal modo que soy y puedo ser
este yo que soy. Por lo tanto no puedo unirme a mí mismo sino a través de Cristo, puesto que
es Él quien ha unido la vida eterna consigo misma, haciendo de ella el primer Sí”.37 La carne del
Primer Viviente es la sustancia fenomenológica que hace posible todo Sí, toda relación
consigo.
La carne del yo es la carne de Cristo. En esa carne, el yo se une consigo mismo sin ser él
quien se da a sí. La carne viviente de Cristo es el medio entre la donación de la Vida absoluta y
los hombres que la experimentan sufriéndose a sí mismos pasivamente. Todo yo lo es en
función de la fuerza de Cristo que lo mantiene continuamente estrechado contra sí mismo, por
lo tanto todo viviente vive en Él, en la vida única. Por ese motivo las relaciones entre los
hombres siempre tienen lugar en Cristo. De allí se desprenden las consecuencias éticas del
cristianismo que analizaremos más adelante.
36
Ibid., p. 130.
37
Ibid., p. 135.
horizonte extático, a partir de las leyes de la fenomenalidad del mundo a las que ella se hurta.
Las aporías de este tipo de razonamiento conducen al sinsentido de concebir una vida privada
de Ipseidad, es decir, una vida que no se encuentra afectada por sí misma, una vida que no
vive.
“Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida” (Juan 14, 6), es según Henry, la tesis
fundamental de una fenomenología de la vida. A continuación intentaremos mostrar la
identidad entre los cuatro términos de la misma.
38
Ibid., p. 144.
39
Ibid.
40
Ibid., p. 150.
los vivientes son totalmente contingentes con respecto a la Vida. Padre e Hijo podrían vivir
eternamente sin que ningún viviente viniese nunca a la vida.41
Siendo que los hombres son Hijos de Dios como Hijos en el Hijo, llevan en sí la Vida
divina y su inmensidad. Sin embargo, muchos de ellos no creen pues han olvidado su
condición.
VIII El olvido por el hombre se su condición de Hijo: Yo, yo; Yo, ego
En esa experiencia que hace de sí mismo, el yo entra en posesión de sí, esto es, de
todos los poderes que lo atraviesan. El yo está en condiciones de poner en acción esos poderes
porque coincide absolutamente con ellos, tanto los poderes del cuerpo, como los del espíritu.
Estas dos categorías no difieren en su naturaleza, todos los poderes pertenecen al yo por la
experiencia patética que tiene de cada uno de ellos, y esto es lo que lo hace un yo.
41
Ibid. ¿Por qué entonces hay vivientes? ¿Qué produjo –o produce, ya que no puede haber orden
temporal fuera del mundo– la donación de la Vida a los vivientes luego del abrazo patético de la Vida
absoluta con sí misma, si su efectuación en la relación del Padre y el Hijo es auto-suficiente?
42
Ibid., p. 151.
43
Ibid., p. 158.
La fuente de todo poder consiste en el Sí del Archi-Hijo, que en su Ipseidad original
reúne a todo poder consigo. Solo es posible actuar en la medida que me identifico plenamente
con el poder; por el contrario, no es posible tener poder de algo distinto de mí. “Fuerza, poder,
acción sólo se despliegan sin son previamente dados a sí mismos en la auto-donación de la
Vida absoluta”.44 El ego es ese yo que ha entrado en posesión, además de su ser propio, de sus
poderes y se encuentra en condición de ejercerlos. En otras palabras, es el pasaje del yo
pasivo, que recibe lo que es sin ser él mismo quien se lo da, al ego activo capaz de ejercer
libremente sus poderes.
“Toda libertad reposa en un poder previo y no es más que su puesta en práctica. El ego
es libre porque se halla en posesión de ese poder”. Todo ego es libre por encontrarse en
condición de disponer de sus poderes a su antojo. Sólo es posible negar su condición
sujetándolo a los “múltiples determinismos que componen el universo objetivo”, es decir,
desconociendo su irreductibilidad al mundo, olvidando que su Ipseidad pertenece a la Vida. 45
Sin embargo, la ilusión trascendental del ego comporta una parte de realidad y de
verdad. Esto se debe a que el darse a sí de la Vida que otorga a ego su sí es efectivamente un
don. Además, el ego se encuentra realmente en posesión de sí y de sus poderes y es realmente
libre de ejercerlos. El poder de este ocultamiento no proviene del ego, sino de la Vida. Ésta al
darse a sí misma y unir al ego con sí haciendo coincidir cada una de sus partes en él se torna
totalmente invisible. El ego sólo puede estar en posesión de sus poderes y ser capaz de
desplegarlos porque no percibe ninguna mediación ni distancia entre ellos. Esto se debe a que
la Vida no es un nexo que une dos elementos exterior entre sí, sino la carne patética de la
unión.
Por lo tanto, más allá de la ilusión trascendental del ego, es la propia esencia de la Vida
la que produce su olvido. Ésta es invisible por naturaleza y no se muestra jamás en el mundo.
Su permanente ocultamiento favorece la proyección del ego sobre el mundo, volviéndolo su
único objeto de preocupación. “Olvidadizo de su yo, el ego se preocupa del mundo”.46
Más allá de que se encuentre lanzado hacia las cosas del mundo, el ego se interesa por
ellas en función de sus bienes y valores. Estos no se encuentran en el mundo, sino que
pertenecen al propio ego. “En consecuencia, no es de las cosas de este mundo sino de sí
mismo de lo que a fin de cuentas se preocupa el ego”.47 Ese sistema en el que el ego se sitúa
como principio y como fin recibe el nombre de egoísmo trascendental. Esta relación consigo
del ego lo lanza delante de sí, hacia afuera de sí, al horizonte extático del mundo. Se proyecta
así como un sí exterior y, por lo tanto, irreal.
44
Ibid., p. 161.
45
Ibid., p. 162.
46
Ibid., p. 166.
47
Ibid.
A esta relación consigo del ego en la preocupación de sí se opone la relación consigo
del ego en la vida. Una relación determinada por la Ipseidad de la Vida, absolutamente
inmanente, encontrándose en ella sin distancia. Esta relación en la vida jamás se presenta en el
afuera de sí que es el mundo.
Sin embargo, aún en el olvido de Sí, el ego sigue permanentemente afectado por sí
mismo, experimentándose sin distancia y en posesión de todos sus poderes. La relación
inmanente del Sí con sí mismo no puede romperse nunca. Es el olvido de su condición de Hijo,
el Archi-Olvido de esa condición, lo que lo lanza al deseo vacío, a la Preocupación. La salvación
según el cristianismo consiste en la superación de ese Olvido radical y es posible uniéndose a la
Vida absoluta de Dios.
48
Ibid., p. 170.
IX El segundo nacimiento
La relación del hombre con Dios no puede ser reducida a conseguir una prueba de su
existencia. Toda evidencia supone la producción de una exterioridad que no se logra más que
al precio de vaciarla de todo contenido real. “Reclamar una prueba de la existencia de Dios
supone emplazar a Dios ante el tribunal del mundo, obligarle a aparecer según ese modo de
aparecer que es la luz de este mundo, el ek-stasis de la exterioridad: allí donde se muestran
cosas e ideas”.49 Someter a Dios al modo de manifestación del mundo implica desconocer un
modo de manifestación que le es propio y hacerlo depender de un poder de manifestación
distinto de Él. Significa ignorar que Dios no puede ser revelado, sino que es Él mismo quien se
revela a través del “modo original de fenomenalización que es la auto-afección de la Vida”.50
Por ese motivo, el acceso a Dios, ese Dios vivo, sólo es posible en la Vida.
El ego, en su condición de Hijo, puesto en contacto consigo mismo por un poder ajeno
a él, por el poder de la Vida absoluta, puede inscribirse en el auto-movimiento de la Vida.
Puede hacerlo porque la fuerza que lo une consigo y lo mantiene siendo ese yo que es, es la
esencia de la Vida absoluta viniendo a sí. Todo viviente está vivo porque el Hiper-poder de la
Vida lo entrega a sí. La relación del viviente con la Vida no puede romperse nunca y por ese
motivo, habiéndola perdido puede volverla a encontrar. “Volver a la vida, re-nacer, es lo que le
está dado como posibilidad principal siempre presente al que ha nacido de la Vida”.51
49
Ibid., p. 181.
50
Ibid., p. 182.
51
Ibid., p. 190.
Así como es posible distinguir entre dos acepciones del concepto de auto-afección, es
posible distinguir dos vidas, la que se da a sí misma en su auto-generación, siendo ella misma
quien porta el poder de la donación, y la vida que se encuentra arrojada a sí misma por un
poder que le es ajeno. La primera es la Vida absoluta, la segunda la vida del viviente. “La
inmanencia de la Vida absoluta en la vida propia y singular del ego es lo que hace teóricamente
posible la salvación”.52
Sin embargo, más allá de esta posibilidad teórica, la salvación necesita de una
transformación efectiva. Dicha transformación, que consiste en la superación del Olvido de la
Vida, no puede venir de ninguna cosa exterior a la Vida. Como ya dijimos, no se trata de una
cuestión de conocimiento, sino de una auto-transformación de la vida que la conduce a su
esencia verdadera, a la Vida absoluta. Esta auto-transformación consiste en un hacer y es lo
que determina la ética cristiana. “Así, la ética cristiana se presenta de entrada como un
desplazamiento desde el orden de la palabra, a saber, el del pensamiento y el conocimiento
también, al de la acción”.53 De esta manera el ego es reconducido de la verdad del mundo a la
de la Vida; verdad que es identificada con el poder interior de la acción y no con la
representación del lenguaje; así, el poder del ego de de tomarse por sí mismo como fuente y
fin de la acción para adecuarse a la voluntad del Padre. El requisito para re-nacer a la Vida
absoluta es hacer la voluntad del Padre.
La centralidad de la acción se explica por la esencia del poder. El poder del ego, la
posesión del conjunto de sus poderes y la capacidad de desplegarlos le viene de la Vida que en
su venida a sí lo pone en contacto con ellos. Es por eso que la acción “lleva en sí la vida como
su pre-supuesto insoslayable, porque sólo hay hacer en cuanto dado a sí mismo en la auto-
donación de la vida”.54
X La ética cristiana
52
Ibid., p. 191.
53
Ibid., p. 192.
54
Ibid., p. 194.
55
Ibid., p. 196. (¿Sigue habiendo libertad en este actuar?)
movimiento mediante el cual lo que sólo existía en estado de virtualidad interior resulta
propiamente colocado fuera, puesto ante la mirada”.56 A fin de cuentas la acción resulta un
hacer-venir-afuera, al horizonte extático del mundo.
En la exterioridad del mundo las cosas están sujetas a sus leyes. Más allá de las leyes
físicas, los individuos empíricos también parecen estar sujetos a leyes. Unos y otros se
encuentran determinados por leyes que son exteriores a ellos. Un sistema ético que rige la
conducta de un pueblo es trascendente respecto de ellos. Ese tipo de Ley se manifiesta en la
exterioridad del mundo.
Del mismo modo, la ley que debe regular el actuar se desplaza del ek-stasis a la
interioridad de la Vida. Sólo el auto-movimiento de la Vida absoluta debe regular la acción de
los hombres. La ley exterior se encuentra vaciada de realidad como toda representación, por lo
que su contenido es ininteligible. Por otro lado, además de irreal es impotente, ya que por
estar desprovista de realidad no posee la posibilidad de su efectuación, es decir de actuar. Sólo
la ley que mora en la vida tiene el poder del actuar en sí. “La Ley ya no es una representación y
no puede serlo. Y ello porque la Ley que ordena el actuar no podría ser de otro orden que el
actuar mismo, el cual pertenece a la Vida, sólo despliega su esencia en ella”.59
El Mandamiento no puede ser exterior a la vida porque como tal no tendría el poder
de actuar, no podría ni impedir ni producir la acción. El Mandamiento es la relación de la Vida
con el viviente que tiene su origen en el nacimiento trascendental del ego. Por eso la ética
56
Ibid., p. 200.
57
Ibid., p. 201.
58
Ibid.
59
Ibid., p. 211.
cristiana se dirige al yo trascendental y no al individuo empírico. El primer mandamiento de la
ética cristiana es “vivirás, más precisamente, serás este Sí viviente, éste y ningún otro”.60
La ética cristiana parece dejarnos frente a una serie de paradojas que ponen en
cuestión algunos de sus fundamentes.
La primera de ellas está relacionada con la crítica de las obras como posibilidad de
salvación de los hombres. Pablo dice que es sólo por la gracia de Dios que el hombre puede
salvarse y no por sus obras. Sin embargo, esta paradoja es sólo aparente, ya que el cristianismo
entiende por hombre al yo trascendental y no al individuo que actúa en el mundo. El yo
trascendental en posesión de sus poderes es el ego, y éste entra en contacto con ellos en su
nacimiento trascendental en la Vida. Por lo tanto, el poder de actuar del ego proviene y
coincide con el poder con que la Vida absoluta, es decir Dios, actúa en él. En otras palabras, la
salvación del hombre proviene de la gracia de Dios y de los actos del hombre, ya que estos no
se contradicen en la medida que el actuar no está guiado poniendo al ego como su principio y
fin. “Lo que Pablo critica en la pretensión de que las obras salven por sí mismas es creer que
son algo hecho por el hombre gracias a su actividad autónoma”.61
El poder de actuar, la vida, no es exterior al ego, como lo es la Ley moral. Por eso no se
puede objetar que sea ésta la que produce el obrar guiando los actos del hombre. Ya hemos
discutido sobre la impotencia de la Ley exterior. La Fe de Pablo no es una forma de
pensamiento, sino una determinación de la Vida. Ésta se experimenta patéticamente y no
como una intencionalidad mentada. El hombre, que no se ha dado la vida a sí mismo, la
experimenta, sin embargo, como una certidumbre innegable. “La Fe es en la vida de cada yo
trascendental la experiencia que éste tiene de la Vida absoluta”.62 Esa experiencia es el
resultado de la auto-revelación de la Vida que lo reúne consigo mismo y con sus poderes. La Fe
60
Ibid., p. 212.
61
Ibid., p. 223.
62
Ibid.
“es la Revelación en el hombre de su condición de Hijo, la captación del viviente en la auto-
captación de la Vida”.63
Existen cuatro intenciones fundadoras del cristianismo que permiten comprender las
aparentes paradojas que se le señalan: la duplicidad del aparecer; la estructura antinómica del
la Vida; la diferencia entre la Vida y el viviente; y la significación decisiva de la praxis y de la
Ipseidad en la esencia de la vida.
El cristianismo reconoce dos modos del aparecer. El aparecer de la Vida que se revela a
sí misma como pathos, sin distancia; y el aparecer del mundo como el afuera en el que se
presentan las cosas y las ideas. Todo lo que aparece lo hace entonces de dos maneras, como
nuestro propio cuerpo que se presenta en el mundo como aquel que puedo ver y tocar,
nuestro cuerpo objetivo, y en nuestro interior aparece como ese cuerpo viviente con el que
coincidimos junto con todos sus poderes. Este doble aspecto de todo lo que aparece significa
que existe una realidad, por un lado, y una imagen o copia de ese realidad, por otro. Así se
instituye “la posibilidad permanente del engaño y de la mentira, la duplicidad del aparecer
despliega un universo cuyo principio es la hipocresía”.64
Más allá de la duplicidad del aparecer, en que se oponen el de la Vida y el del mundo,
la estructura antinómica de la Vida constituye una paradoja en sí. Esto se debe al modo de
revelación propio de la vida que consiste en experimentarse a sí misma constantemente y sin
distancia. Experimentarse a sí mismo quiere decir sufrirse a sí mismo, auto-afectarse
patéticamente. La estructura del viviente consiste en estar lazado a sí mismo y experimentarse
afectivamente en todo su ser, conformándose así como un yo. La estructura fenomenológica
de la vida consiste ese pathos, esa afectividad pura, que se afecta a sí misma con una tonalidad
afectiva determinada: el sufrirse a sí mismo. Esa Ipseidad producida por el sufrirse a sí mismo
del viviente le significa una carga de la que nunca se puede liberar y que se le ha entregado sin
él haberlo querido. “Del sufrimiento de ese Sí cargado de sí en el sufrir de su ipseidad se eleva
entonces la angustia, angustia del Sí de ser un sí”. Esta sensación no llega al viviente a partir de
las vicisitudes de su experiencia extática, sino que es parte de la esencia constitutiva de su
propia existencia. La angustia y la desesperación no advienen, “sino que nacen en él, en la
63
Ibid., p. 224.
64
Ibid., p. 226.
estructura fenomenológica de la Ipseidad que hace de él un Sí y en la tonalidad afectiva del
sufrirse a sí mismo en que consiste la esencia de esa Ipseidad”.65
La afinidad esencial entre goce y sufrimiento podría ser tomada como una nueva
paradoja de no ser por la tercera intuición fundadora del cristianismo, a saber, la diferencia
entre la Vida y el viviente. Si la sensación es aquello que se experimenta tal cual es de modo
indubitable, la afirmación de que el sufrimiento es a la vez un goce resulta contradictoria. Por
ese motivo es necesario recordar que existe una diferencia esencial entre la Vida y el viviente
que consiste en que la Vida absoluta es la que se dona a sí misma y se revela a sí, siendo ella
misma la que revela y la que se revela. En cambio al viviente no le pertenece el poder en que
se halla lanzado contra sí y por el que se experimenta como un Sí. En consecuencia, el viviente
recibe su ipseidad de la Ipseidad original de la Vida en su auto-revelación y es sólo en ella y por
ella que el viviente puede experimentarse a sí mismo. En otras palabras, se experimenta a sí
mismo porque la Vida que se experimenta a sí misma vive en él y lo arroja contra sí, Es la Vida
absoluta la carne patética en la que el viviente halla el sufrir y gozar de sí. “En él se revela
siempre, como lo que lo revela a sí mismo, más oculta y más incontestable por tanto que la
suya, una vida distinta: el sufrir y el gozar de la Vida absoluta de la cual el sufrimiento sólo e
una modalidad”.66
Las maldiciones que el cristianismo profetiza a los que gozan –“¡Ay de vosotros los que
ahora estáis hartos!”–, están basadas en esta diferencia. Los que gozan en la tierra lo hacen en
función de ponerse a sí mismos como principios y fines de sus acciones, cegados por la ilusión
trascendental del ego que se ve a sí mismo como quien se ha dado la vida. Por eso decimos
que la ilusión trascendental del ego consiste en el olvido de su condición de Hijo. Quien goza
de esta manera no lo hace realmente, pues el Hambre y la Sed de la Vida que ha dejado de
experimentar en sí, no puede ser saciada más que en y por la Vida. El goce de sí de la Vida
absoluta se debe a que por su condición de ser ella misma la que brota de sí y se recibe, no
padece más que su alegría y amor sin límites. Mientras tanto, el ego no es quien se da a sí
mismo, por lo que ese contenido que tiene que cargar sin haberlo querido le produce
sufrimiento. En ese sufrirse el ego es capaz de experimentar el gozar únicamente cuando lo
hace en el gozar de sí de la Vida absoluta y en ella, es decir, en su condición de Hijo. Es en la
65
Ibid., p. 231.
66
Ibid., p. 236.
aceptación de su propia impotencia que el ego puede experimentar la potencia sin límites de
la vida y liberarse de la carga de su sufrimiento.
La diferencia entre la Vida y el viviente conduce a la más grande de las paradojas del
cristianismo, la que sostiene que la vida propia del ego no existe por sí. Esto se debe a que
recibe su sí del Sí de la Vida absoluta que se abraza originalmente en su auto-revelación. El ego
sólo puede ser revelado por el poder de la auto-revelación de la Vida.
La duplicidad del aparecer que establece el cristianismo, supone también dos modos
distintos de darse de la palabra, uno que corresponde al lenguaje humano que se articula en el
mundo y otro que pertenece a la interioridad de la Vida, la Palabra de Dios.
La Palabra de Dios es la Vida. “La Vida es una palabra porque, como toda palabra, es
enteramente fenomenológica: porque muestra, porque hace manifiesto”.68 La Vida en su auto-
revelación habla, muestra, aparece, y aquello que revela es ella misma. El modo en que la vida
se revela en la fenomenalidad de su pathos, en su sufrir y gozar de sí.
La Palabra de Dios tiene los caracteres opuestos a los de la palabra humana. Para
empezar nunca se muestra en el mundo ni como una imagen porque jamás sale fuera de sí.
Además, se muestra como lo más real, completamente llena de sí y en todos sus aspectos,
nunca de manera parcial. Y, sobre todo, la Palabra de la Vida no sólo revela la Vida sino que la
da, la trae a la existencia. La Palabra de la Vida es auto-donación, ella es el poder de revelación
y el contenido que se revela.
Aunque hemos establecido las diferencias entre estas dos clases de palabras, no
hemos resuelto la paradoja de las Escrituras. Es evidente que la palabra de las escrituras
corresponde al lenguaje humano y por la tanto no puede mostrar más que imágenes vacías.
Pero si reconsideramos la impotencia radical del lenguaje humano para producir aquello que
muestra, resulta claro que eso a lo que hace referencia ya existe. En otras palabras, una
palabra sólo puede ser entendida en la medida que se dispone a priori la capacidad de
comprenderlas. “En el caso de la palabra del mundo, la capacidad de oírla reside en el hecho
de que estamos abiertos al mundo”.69 El hablar y el oír suponen la apertura del mundo, un
Diferimiento del Oír primitivo. Cuando se habla de la voz de la conciencia moral, se la suele
interpretar bajo el único modo de fenomenalización que conoce el pensamiento occidental, el
del mundo. Quien escucha esa voz es el mismo que la dice, sin embargo, es interpretada bajo
los mismos preceptos que la palabra del mundo. De esta manera se exterioriza lo que proviene
del interior, el oír así entendido se percibe como cualquier fenómeno extático.
La Palabra es la que da la vida a todo viviente y, como tal, existe una afinidad natural
entre ellos. Esta afinidad es para el viviente la posibilidad de oír la Palabra, posibilidad que es
“contemporánea a su nacimiento, consustancial a su condición de Hijo”.70 La Palabra de la Vida
no deja de hablarle al viviente y darle así la vida, reteniéndolo contra sí en el abrazo patético
de la Vida. Sin embrago, en el Diferimiento del mundo se establece una distancia entre el habla
y la escucha. El Habla de la Vida es una llamada permanente que coincide con su Escucha en la
perfección de su auto-revelación. Pero, en el mundo, se produce una distancia entre la llamada
y la respuesta a esa llamada. Mientras que la llamada nunca cesa, la respuesta del viviente
puede producirse o no, allí radica su libertad. No debe entenderse esa falta de respuesta como
la falta de escucha de la llamada. El viviente no tiene permiso de no escuchar la llamada, como
no ha tenido permiso de no querer vivir, se encuentra siempre arrojado a ella. Lo que sucede
es que en la estructura extática del mundo establece una distancia entre el Hablar y el
Escuchar original. Distancia que no es más que ilusoria, ya que se presenta en el afuera del
67
Ibid., p. 251-252.
68
Ibid., p. 253.
69
Ibid., p. 257.
70
Ibid., p.259.
mundo y bajo su fenomenalidad. Por eso Henry dice que “no es la palabra de las Escrituras la
que nos hace oír la Palabra de la Vida. Es ésta, engendrándonos en cada instante, haciéndonos
Hijos, la que revela en su verdad propia la verdad que reconoce y testimonia la palabra de las
Escrituras. Quien escucha esa palabra de las Escrituras sabe que dice la verdad porque auto-
escucha en sí la Palabra que le instituye la Vida”.71
71
Ibid., p. 264.