La ética de las profesiones puede favorecer el establecimiento de cauces de diálogo con los profesionales que se están formando en la universidad. La ética, pensada, debatida y vivida en la universidad puede hacer una relevante contribución a la regeneración intelectual y moral de la vida universitaria; esa sería la mejor contribución que cabe hacer desde la universidad en orden a levantar la moral de la sociedad. Está claro que para ello no basta con que haya una asignatura de ética en los planes de estudio; tendría que establecerse un diálogo interdisciplinar para poder ofrecer un horizonte de integración dinámica y práctica de los saberes particulares. El lenguaje de la ética puede ser el lenguaje común para hablar de lo que se hace y se debe hacer en la universidad. La ética que aquí se propone no puede consistir en un discurso intimista que intenta salvar la propia buena conciencia; se trata de un discurso público acerca de en qué consiste ser un buen profesional, cuáles son los límites y derechos que hay que respetar, los compromisos que hay que asumir y los deberes que hay que cumplir. No basta con la ética que se explica en una sola asignatura, hace falta también que se impliquen las demás. Es tarea de todos de la misma manera que sólo con la colaboración de todos es posible construir una sociedad justa y libre. La ética ofrece un lenguaje y un horizonte de integración de los diferentes saberes y oficios, unos tubos de calefacción por los que el calor se reparte y se evita la congelación de la vida bajo los fríos una realidad convertida en fragmentos. una buena sociedad –justa, libre, próspera– requiere buenos profesionales y profesionales buenos. La “mala fe” (Sartre) que considera que nada se puede hacer cuando no se puede hacer todo lo que uno quiere sin interferencias mediatizadoras, la situación es más ambigua de lo que a primera vista aparece. El profesional, para serlo del todo, necesita asumir los compromisos que comparte con sus colegas de profesión, los compromisos de tratar de proporcionar competente y responsablemente las prestaciones y servicios específicos con arreglo a los baremos de excelencia que en cada contexto se espera de cada tipo de servicio profesional. El profesional es un ser humano que ha pasado por una socialización en la que ha adquirido, se supone, no sólo habilidades, sino también modos de hacer, sentido de pertenencia a un colectivo profesional y a una tradición centrada en la mejor prestación individualizada de un determinado tipo de servicio, y el sentido de lo que es ser un buen profesional, cuáles son sus obligaciones profesionales, el modo de interpretarlas en el presente desde una tradición, de una historia –escrita o no– del ejercicio profesional, de sus mejores logros y de sus desviaciones o malas prácticas. El mundo de las profesiones, desde el punto de vista ético, se aproxima más a los temas y las sensibilidades del comunitarismo, presta atención al contexto, a la tradición viva del ejercicio profesional, a una ética de bienes (el buen profesional y las malas prácticas profesionales) enraizadas en una cultura moral (“eticidad”) y personal (virtudes que a las destrezas añaden la excelencia) e institucional (“mores” ). La ética que aquí proponemos es una ética realista; eso significa que reconoce la primacía a la vida moral sobre la moral pensada en el sentido de que la ética tiene en la moral vivida su punto de partida inevitable, su acompañante ineludible y su marco de incidencia irremediable. Por eso más vale que quien filosofa sobre la vida moral cuente con ello, cuente con la cultura moral en la que vive inserto, no se conforme con enunciar ideales y principios, sino tome en consideración los factores que obstaculizan o favorecen la realización de una vida moral a través de actuaciones realizables en los contextos en los que hay que llevarlas a cabo. Hoy la ética, cualquier ética, tiene que ser interdisciplinar , no sólo porque esté abierta al diálogo con cualquier otra disciplina, sino porque necesita integrar conocimientos específicos (técnicos o científicos) que ella no cultiva, pero que no puede ignorar, y a la vez está en condiciones de cuestionar lo que los diferentes saberes, ciencias y técnicas hacen o dejan de hacer, contribuyen o dejan de contribuir a la realización de una vida humana plena, vivida en justicia y libertad.