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En el 2003 disputaron la Alcaldía de Hermosillo Angelina Muñoz y María Dolores del Río. Se
convirtieron en las candidatas del PRI y el PAN, respectivamente, luego de una complicada y
dura contienda interna. En esa calidad aceptaron, pocas semanas antes de la votación, una
invitación de El Colegio de Sonora para exponer ante los académicos sus planes de Gobierno.
Tuve la suerte de presenciar el intercambio de ideas, de preguntas complicadas y respuestas
a botepronto; recuerdo que una de éstas en particular me dejó pensativo: Si comparan el
proceso interno con el constitucional ¿cuál ha sido más difícil? Ambas coincidieron en señalar
que el primero. Los argumentos no los recuerdo pero lo obvio era que el fuego amigo había
alcanzado niveles alarmantes. Así es y así será la vida interna de los partidos: Los celos y
agravios entre correligionarios vuelven imposible la convivencia entre compañeros.

Para muchos dirigentes el objetivo más importante, previo a la contienda electoral, es procurar
la unidad partidaria, que habitualmente logra conseguirse con un reparto justo de las
candidaturas y sobre todo de las posiciones en las listas plurinominales. Pero he ahí la
cuestión, salir airosos de ese trance resulta con frecuencia una misión imposible. Los
intereses de grupo y las mezquindades personales ponen en vilo la unidad. Muchas veces
esta fase logra sortearse comprometiendo futuros puestos administrativos en el gobierno del
candidato triunfante. Cuando la victoria se torna escurridiza y no hay garantías de ganar, la
lucha por los espacios legislativos adquiere tonalidades dramáticas.

Parecería, a simple vista, que es precisamente el momento que hoy están procesando los
partidos. Ya se pueden contar por decenas los damnificados que se van quedando al margen
del reparto plurinominal o bien de una candidatura con posibilidades reales de ganar. Al
compás de ese recuento que crece, crece también el malestar dentro de los partidos. Así ha
sido siempre. Tal vez la campeona en este tipo de escenarios ha sido la izquierda,
especialmente el PRD que cada tres años se sacude por las inconformidades que provoca la
distribución de candidaturas. Esta patología perredista ha llegado a alcanzar decibeles cuasi
violentos debido a que las posibilidades de compensación resultaban casi inexistentes: Pocas
veces el Sol azteca ha tenido oportunidades efectivas de ganar la presidencia, la gubernatura
o bien ayuntamientos importantes.

Al PRI y al PAN la indisciplina los está carcomiendo, siendo que tradicionalmente parecían
mejor equipados para procesar tales pataleos. A nivel nacional y regional las renuncias,
sordas o estridentes, de viejos y conspicuos militantes, adquieren un ritmo pocas veces visto
en la historia política nacional; es notorio como adherentes o simpatizantes de viejo cuño
pasan a la estadística de las deserciones que ahora pueblan el paisaje político electoral.

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La unidad partidaria es, aquí y ahora, un sueño o una historia que se fue. Margarita Zavala
renunció al PAN por sentirse rechazada; el Bronco al PRI por las mismas razones; Ríos Piter
por algo parecido y así agréguele en todos los estados y localidades a lo largo y ancho del
territorio nacional. Con esa impronta a cuestas, los partidos se aprestan a acudir a la madre de
todas las batallas.

Sonora no está ajena, ni mucho menos, a esos desplantes. La renuncia de Toño Astiazarán
abre un boquete en la maquinaria tricolor enfilada a revalidar las pociones ganadas hace tres
años. Los deslindes de protopriistas del Sur de la entidad exhiben la frágil armonía que vive el
ex invencible. Y en el blanquiazul no hacen malos quesos: La dimisión de David Figueroa y
otros connotados militantes da cuenta de la compleja coyuntura que atraviesa esa
organización. Del PRD mejor ni hablar, es un producto en extinción.

Morena cuenta en este momento con mejores recursos para sortear el conflicto interno; esta
condición surge de la expectativa de crecimiento y eventual triunfo que diversos sondeos le
dan a ese partido, hecho que lo dota de armas para compensar con promesas de puestos
administrativos a quienes se quedarán sin nada. Ya veremos cuánto dura, y si le alcanza, la
especie de estado de gracia que vive esa organización.

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