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YVES CONGAR

LA IGLESIA COMO PUEBLO DE DIOS


El redescubrimiento de la idea de "Pueblo de Dios" se produjo en la teología entre los
años 1937 y 1942 como fruto del esfuerzo simultáneo con que distintos autores en
diversos ambientes procuraban vincular la Iglesia a sus fundamentos bíblicos e
insertarla en la historia de la salvación. Una primera referencia a esa idea se
encuentra en un estudio de Congar, redactado en mayo de 1937 y publicado
posteriormente en 1941 en su obra " Esquisses du Mystère de l'Eglisé". A él se debe
también este artículo, redactado antes de la solemne aprobación, el 21.11.1964, de la
Constitución LG y publicado en el primer número (enero 1965) de la revista Concilium,
nacida al socaire del V. II, para contribuir a la construcción de una teología que
partiese de los supuestos del Concilio. Lo hemos recuperado por el acierto con que
señala la novedad y las consecuencias de la acción del Concilio, al elegirla expresión
"Pueblo de Dios" para definir la Iglesia, expresión que con el tiempo se ha desgastado
y que algunos desearían que cayera en desuso. Por lo que se refiere al autor y a su
aportación de primer orden a la eclesiología véanse más abajo las págs. 75-76; 82.

La Iglesia como pueblo de Dios, Concilium 1 (1965) 9-33.

Al introducir en el esquema De Ecclesia el cap. II sobre el Pueblo de Dios; entre el cap.


I, dedicado al misterio de la Iglesia; y el III sobre la jerarquía, la Comisión
Coordinadora* tenía una : triple intención: 1) mostrar cómo, la Iglesia se construye en la
historia humana y satisfacer así el deseo expresado por los observadores* de otras
confesiones cristianas de centrar la teología en la historia de la salvación; 2) mostrar
cómo la Iglesia: se extiende en la humanidad a distintas categorías de hombres
diversamente situados respecto a la plenitud de vida que se halla, en Cristo y de la que la
Iglesia es sacramento; 3) exponer lo que es común a todos los miembros del puebla de
Dios en el plano de la dignidad de la existencia cristiana, con anterioridad a toda
distinción entre ellos, tanto de oficio como de estado.

La iniciativa tomada por la Comisión Coordinadora es un hecho de notables


consecuencias. El nuevo capítulo no es importante sólo por su contenido. Lo es ya por,
su título y por el lugar que se le ha asignado. Las palabras tienen su valor, su vitalidad
propia. La expresión Pueblo de Dios posee tal densidad, que es imposible emplearla
para designar la Iglesia, sin que el pensamiento se halle situado en una nueva y
vastísima :perspectiva. Por otra parte, tanto en filosofía y teología como en crítica
literaria, es bien conocida la importancia decisiva del lugar dentro de la estructura. En la
Suma de santo Tomás el orden y el lugar son un elemento muy importante de
comprensión. En el esquema De Ecclesia se hubiese podido seguir la secuencia:
misterio de la Iglesia, jerarquía, Pueblo de Dios. En tal caso se habría desestimado la
tercera intención arriba expresada. Y se habría sugerido que, en la Iglesia, el valor
primario es la organización jerárquica. Con la secuencia actual se afirma como valor
primario la condición de discípulo, la dignidad inherente a la existencia cristiana como
tal y luego, en el interior de esa realidad, una estructura jerárquica de organización
social.

¿No es ese el camino seguido por el Señor, quien primero reunió discípulos, luego, de
entre ellos, escogió los doce apóstoles y finalmente hizo :.a Pedro cabeza del colegio
apostólico y de la Iglesia? ¿Y no nos lleva a la misma conclusión el estudio del tema del
servicio en el NT? En el seno de un pueblo caracterizado por el servicio como su forma
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de existencia, algunos miembros son colocados en una posición de mando, o sea; de


responsabilidad en el servicio. Las consecuencias de la decisión de poner el capítulo
sobre el Pueblo de Dios en el lugar que ocupa se irán manifestando con el tiempo.
Estamos convencidos de que serán considerables.

I. LA IDEA DEL "PUEBLO DE DIOS" EN LA TEOLOGIA


CONTEMPORANEA

La recuperación de la noción bíblica de Pueblo de Dios ha sido uno de los rasgos de la


eclesiología católica en el período 1937-1957. El redescubrimiento se hizo durante los
años 1937-1942 y fue obra de unos hombres que, superando el punto de vista más bien
jurídico de una fundación de la Iglesia por Cristo, buscaban en la Biblia el desarrollo del
plan de Dios. Así llegaron a descubrir la continuidad entre Israel y la Iglesia y a situar el
hecho de la Iglesia en la perspectiva más amplia de la historia de la salvación. Esto iba
ligado al redescubrimiento de la dimensión histórica de la revelación y de la escatología.
Y todo ello se producía en un momento en que, gracias al movimiento litúrgico y a. la
Acción Católica, se comprendía que la Iglesia no es solamente institución -conjunto de
medios objetivos de salvación-, sino que está compuesta por los hombres que Dios
llama y que responden a este llamamiento.

El movimiento litúrgico y la AC pusieron en boga la idea de Cuerpo mística. En un


estudio crítico, M.D. Koster afirmaba [1940] que dicha idea había contribuido a
mantener la eclesiología en un estado precientífico y que la verdadera definición de la
Iglesia debía pasar por la idea de Pueblo de Dios en el que entran los hombres por el
bautismo.

Partiendo de un punto de vista totalmente distinto y a base del análisis filológico-


exegético, L. Cerfaux demostraba [1942] que la idea de cuerpo (místico) no era para S.
Pablo un concepto fundamental por el que se define la Iglesia. S. Pablo habría partido
de la idea de Israel como Pueblo, de Dios. Los cristianos serían el Pueblo nuevo en
continuidad con Israel. Si S. Pablo había llamado Cuerpo de Cristo al nuevo Israel era
para expresar la unidad profunda en Cristo de las comunidades o iglesias y la existencia
celeste de la Iglesia, su unión mística con Cristo: al decir Cuerpo de Cristo, se aludía a
un atributo trascendente de la Iglesia, cuya definición es, en el plano del concepto
fundamental, Pueblo de Dios.

El exegeta protestante A. Oepke (1950) saca del estudio del tema las mismas
conclusiones que Cerfaux. Señala que ya en el pensamiento judío hay un paso de pueblo
a cuerpo, pero no viceversa. La noción de cuerpo es, pues, una elaboración, no un
concepto primero. Lo mismo en Pablo, que parte de la idea de Pueblo de Dios y sólo
después pasa a la afirmación del Cuerpo de Cristo, o sea, de Cristo en nosotros.

Aunque también se pub lican estudios en inglés (1937: A. Vonier; 1962: E B. Norris), es
en la teología en lengua alemana donde el tema del Pueblo de Dios ha influido más en
la eclesiología. A los estudios ya citados de Koster y Oepke, hay que añadir la
aportación de una rica colección de textos por parte de I. Backes y la introducción de
una sección sobre el tema en la Dogmática de Schmaus [1958]. Merece mención aparte
la sólida elaboración del canonista Kl. Mörsdorf, quien define la Iglesia como "el nuevo
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Pueblo de Dios existente según cierto orden jerárquico; reunido para realizar el Reino
de Dios", y desarrolla toda una teología muy positiva del laicado.

II. VALORES DE LA IDEA DE PUEBLO DE DIOS"

Valor histórico-salvifico

Pueblo de Dios sirve para expresar la continuidad entre Israel y la Iglesia. Hace
referencia al plan de Dios y por tanto, a la historia de la salvación. De este plan y de esta
historia sabemos que se traduce en una intervención histórica, positiva y graciosa de
Dios, pero sabemos también que semejante intervención, por singular que sea, afecta a
la totalidad de los hombres.

Conectando así la Iglesia con el AT se le atribuyen ipso facto todos los valores que
pertenecen a la noción bíblica de Pueblo de Dios y que determinan el estatuto religioso
de este pueblo:

1. La idea de elección y llamamiento, demasiado olvidada en los tratados clásicos De


Ecclesia. No se trata de un privilegio. La elección va siempre acompañada de un
servicio y de una misión: una persona es elegida y puesta aparte para la realización de
un plan de Dios que está por encima de ella.

2. La idea, tan fecunda, de alianza y la de pueblo consagrado, que pertenece a Dios:


populus adquisitionis (el pueblo que se reservó para sí)

3. La idea de las promesas, no sólo las de asistencia, sino también las de cumplimiento,
con la consiguiente tensión hacia el futuro, hacia la escatología.

Una de las más importantes recuperaciones de la teología católica contemporánea es la


del sentido escatológico, el cual supone un sentido de la historia y del plan de Dios, que
lo conduce todo a una consumación. En la presentación de la religión como culto y
como conjunto de obligaciones morales, heredada de los clásicos del siglo XVII, se
había perdido, al parecer, el sentimiento de que el cristianismo implica una esperanza.
Esa religión razonable había permitido que se laicizase la escatología. De hecho,
mientras los cristianos descuidaban ese aspecto de su lenguaje, surgían los filósofos de
la historia (Vico, Montesquieu), que prepararon las grandes interpretaciones modernas
de una historia del mundo sin Dios (Hegel, Marx). Frente a una religión sin mundo, los
hombres formulaban el ideal de un mundo sin religión. Ahora estamos saliendo de esta
lamentable situación: el Pueblo de Dios vuelve a tomar conciencia de que es el portador
de la esperanza de una consumación del mundo en Jesucristo.

La idea de Pueblo de Dios introduce, pues, en la consideración de la Iglesia un elemento


dinámico. Ese pueblo tiene una vida y se halla en marcha hacia un término fijado por
Dios. Elegido, instituido 'y consagrado por Dios para ser su testigo, el Pueblo de Dios
está en medio del mundo y es para el mundo el signo de la salvación ofrecida a todos
los hombres.

Al situar a la Iglesia en el marco de la historia de la salvación, la idea de Pueblo de Dios


permite abordar la difícil e importante cuestión de Israel. La relación del misterio de
Israel con el de la Iglesia, cuya comprensión no podemos por menos de buscar, sólo
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puede considerarse adecuadamente dentro de una perspectiva de historia de la salvación,


tanto por lo que se refiere al enraizamiento de la Iglesia en Israel, como por lo que
concierne al destino del pueblo judío en el marco de la escatología.

Valor antropológico

Al usar la palabra Iglesia nos referimos a menudo a la institución como tal. Antes del
Concilio, había textos - incluso catequéticos- que consideraban a la Iglesia
independientemente de los hombres, hasta el punto de distinguir entre la Iglesia y los
hombres casi oponiéndolos, como la institución mediadora y aquellos en cuyo beneficio
funciona la institución. Al hablar así, se deja de lado un aspecto esencial: el hecho de
que la Iglesia la integran los hombres que se convierten al Evangelio. Es justamente el
aspecto en que se fijaban los Padres. El estudio de la patrística nos . ha convencido de
que uno dé los rasgos esenciales de su pensamiento es que la eclesiología incluye una
antropología. De ahí que expongan su visión de la Iglesia a propósito de determinados
personajes bíblicos (Abraham, Rahab, María...). Ese sentido de la eclesiología patrística
parece conservarse vivo en el pensamiento ortodoxo. A juzgar por algunas de sus
manifestaciones, los ortodoxos reducirían lo esencial de la eclesiología a un capítulo de
pneumatología y otro de antropología. Es lo contrario de la eclesiología preconciliar,
prácticamente reducida a una teoría, bastante jurídica, de la institución, a una especie de
jerarcologia.

La Iglesia está formada por hombres que se abren al llamamiento de Dios. En la


comunidad en la que realiza su propia salvación, el hombre cristiano aporta a todos el
beneficio de los dones espirituales que ha recibido. Actualmente se está tomando de
nuevo conciencia de la variedad de carismas concedidos a muchos fieles y de la acción
saludable ejercida por la comunidad de cris tianos.

Valor dinámico de historicidad

La liturgia emplea también con frecuencia la expresión tu pueblo en un contexto de


penitencia. En estos casos Pueblo de Dios designa la comunidad de los hombres para
quienes se pide la ayuda de Dios: ese pueblo es el beneficiario del acto por el que Dios
perdona y salva, a menudo con una referencia tipológica a las distintas salvaciones de
que fue objeto Israel, comenzando por la salida de Egipto y el paso del mar Rojo. Al
señalar que la Iglesia está compuesta de homb res en marcha hacia el Reino, la expresión
Pueblo de Dios sirve para traducir los valores de historicidad. Ahí está el lugar donde
se sitúa la necesidad permanente de. reforma. La Iglesia puede necesitar reforma en
alguna de sus partes, al menos si se trata de la existencia y las formas históricas de la
institución: Pero llama la atención que la época de los Padres no conociera el tema
medieval y moderno de la reforma de la Iglesia. En ella se hablaba de la reforma del
hombre, de acuerdo con la imagen cuya semejanza se ha empañado en él. Punto de
vista, pues, antropológico.
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Valor funcional

La categoría Pueblo de Dios permite afirmar. a la vez la igualdad de todos los fieles en
la dignidad de la existencia cristiana y la desigualdad orgánica o funcional de los
miembros. Ya en Israel la condición sacerdotal y real de todo el pueblo como tal (véase
Ex 19,5-6) no impedía, sino que más bien reclamaba la existencia de un sacerdocio
instituido para el servicio del culto público.

A este respecto la noción de cuerpo prestaría los mismos servicios que la de pueblo.
Tenemos siempre un conjunto de miembros que viven y actúan, que participan en la
vida del cuerpo, y una estructura de funciones, con una cabeza, para asegurar la unidad
del todo. También en un pueblo, todos los ciudadanos toman parte en la vida de la
ciudad y ejercen las actividades específicas de la misma. Es el Pueblo de Dios así
estructurado el que tiene la misión y representa en el mundo el signo de salvación
establecido por Dios.

Valor intraeclesial

Tanto en el capítulo sobre el Pueblo de Dios como en el siguiente, se abordan dos


aspectos interesantes: el de la comunidad local como asamblea de celebración
eucarística y el de las iglesias particulares como representantes, dentro de la Iglesia, de
la diversidad de los pueblos y de las culturas. Aspectos que atañen, tanto a la pastoral
como al ecumenismo y la misión. Urge elaborar una teología de la comunidad local
como realización de la Ecclesia y una teología de las iglesias particulares -por ej.
Nacionales- en su relación con la catolicidad.

En los Padres y en la liturgia, populus designa a menudo la asamblea local. Por su parte,
los exegetas interpretan el encabezamiento de las cartas paulinas -por ej. a los corintios-
en este sentido: "A la Iglesia de Dios -al Pueblo de Dios- en cuanto que existe en
Corinto". Se trata, pues, de un pueblo único, reclutado a través del mundo entero. En
cuanto a los pueblos terrestres, que se caracterizan por una manera de ser particular y
poseen valores originales de cultura y de humanidad, es evidente que todos tienen
cabida en la catolicidad del Pueblo de Dios.

Desde el punto de vista pastoral, la idea de Pueblo de Dios se presta a comunicar, en


una catequesis realista, el sentido concreto y dinámico de la Iglesia. Se puede mostrar
cómo de entre todos los pueblos de la tierra, Dios reúne un pueblo que es estrictamente
suyo: el Pueblo de Dios. De entre todos los pueblos, no sólo en el sentido antropológico
y casi político de la palabra, sino de en medio de cualquier población o grupo humano.
Y reúne un pueblo llamado a dar testimonio de Cristo, un pueblo compuesto de
pecadores, pero que hacen penitencia y procuran marchar por un camino de conversión.
Este punto lo han olvidado muchas presentaciones clásicas de la Iglesia, por su carácter
siempre estático y a menudo jurídico.

Valor ecuménico

Es indiscutible el interés ecuménico del tema, sobre todo para el diálogo con los
protestantes. Lo que les gusta a éstos en la categoría Pueblo de Dios es principalmente
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la idea de elección y llamamiento que incluye, con lo que se pone de relieve que todo
depende de la iniciativa de Dios. Les gusta también la historicidad con todo lo que ésta
encierra de inacabamiento y de tensión escatológica. Y la sensación de unas fronteras
menos definidas, ya que se trata de una muchedumbre que Dios mismo reúne para sí.

Con una abierta referencia al plural pueblos de Dios, los protestantes ven con agrado la
posibilidad de evitar un doble escollo: el institucionalismo, con el empleo intemperante
de las ideas de poder e infalibilidad, y el romanticismo de una concepción biológica de
Cuerpo místico, cuya expresión favorita sería la dé Encarnación continuada. La idea de
Pueblo de Dios permitiría evitar una concepción ontológica de la Iglesia y considerarla
simplemente como aquello que Dios reúne con vistas a su reino escatológico: no un
cuerpo sustancial con una consistencia definitivamente establecida, sino el resultado de
la acción de la gracia, que, si elige, puede siempre también rechazar.

El pensamiento protestante no repara -a nuestro juicio- en lo que ha aportado de nuevo y


definitivo la Encarnación del Hijo de Dios. Esta insuficiencia se echa de ver ya en el
plano de la cristología. Tampoco se le da todo su valor a la noción de Cuerpo de Cristo.
Se tiende a reducir la Iglesia del Verbo Encarnado a las condiciones del Pueblo de Dios
de la antigua alianza. Dentro de la dialéctica entre el ya y el todavía no característica de
la Iglesia en su condición itinerante, diríase que el todavía no oscurece la verdad del ya
en el pensamiento de los protestantes. Esto nos hace presentir que la idea de Pueblo de
Dios, por verdadera y rica que sea, resulta, por sí sola, insuficiente para expresar todo el
Misterio de la Iglesia presente.1

Notas:
1
En una tercera parte el autor complementa la idea de "Pueblo de Dios" con la de
"Cuerpo de Cristo", ya que, bajo la nueva alianza, el "Pueblo de Dios" recibe un nuevo
estatuto, que sólo es totalmente expresable en la teología del "Cuerpo de Cristo".

Condensó: JORDI CASTILLERO

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