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¿Qué es un género literario?

Jean-Marie Schaeffer
Comentario de Adrián García González; 2º de Literatura General y Comparada
Si un árbol cae en medio del bosque y no hay nadie cerca para escucharlo, ¿hace algún
ruido? ¿Qué vino antes: el huevo o la gallina? En torno a cuestiones de este calibre o
más vanas e insustanciales gira ¿Qué es un género literario?, de Jean-Marie Schaeffer.

El trabajo de este último consiste, en principio, en recopilar, analizar y exponer teorías e


ideas de diversos autores sobre el tema de los géneros; desde Aristóteles a más recientes
como pueden ser Brunetière o Todorov. Schaeffer es muy consciente de todos los
problemas que han surgido y surgen en este ámbito, así que no parece inclinarse en
ningún momento por ninguna tesis en particular y, en última instancia, ni siquiera trata
de responder a la pregunta que da título a su ensayo. Lo que, aunque quizá resulte algo
decepcionante, es sin duda la opción más inteligente.

En el primer capítulo el autor hace el repaso histórico que ya hemos comentado,


empezando por y centrándose en concreto en la Poética de Aristóteles. Y ya aquí
empiezan los problemas: la teoría, confundida y aparentemente no muy autoconsciente,
en muchas ocasiones le pregunta a los padres fundadores; acude a Platón, Horacio o el
ya mencionado sin acordarse de que todos murieron entre quince y veinte siglos antes
de la publicación del Quijote y, por lo tanto, aunque sus escritos abarquen muchísimo y
nos sigan resultando útiles, no tienen la respuesta para todo. Y esto no es malo bajo
ningún concepto: nos obliga a reflexionar, reinventarnos y adaptarnos; a buscar nuestras
propias respuestas para nuestra realidad actual, el mundo que nos rodea.

La teoría parece, sin embargo, ignorar este hecho. Asustada, a lo largo de la historia ha
releído (y reinterpretado) a estos tres hasta la saciedad, una y otra vez; forzando tanto a
las obras como a ellos para que encajen, como si pudieran, como si hubiera un referente
o una verdad última que alcanzar. Y así nacen corrientes esencialistas o “biologistas”,
que hablan de los textos como árboles o animales que te podrías encontrar por la calle,
naturales, que han sufrido mutaciones a lo largo de generaciones o a lo mejor incluso se
han cruzado entre ellos, en cuyo caso obviamente tenemos que tratar de encontrar a los
padres. Y no es así, no podemos jugar a ser Darwin: el método científico no funciona
porque la literatura la hacemos nosotros; no existe en la naturaleza de la misma manera
en que un nido de gorriones podría ejecutar la Sinfonía nº 5 de Mahler entera por
casualidad y no la llamaríamos música si no hubiese nadie escuchándolo que le asignara
dicha etiqueta. Porque en la naturaleza no hay música sino sonido, o tinta y papel en
nuestro caso; cuanto más tratemos de definirla y limitarla más lejos va a escapar. En ese
sentido, podemos darle las gracias a autores como Dante o Cervantes, que no tuvieron
miedo a salir de estas jaulas y tomar todos los desvíos que quisieron en su camino sin
preocuparse por lo que dijesen los tradicionales académicos, que permanecerían (y
permanecerán) estancados y dando vueltas sobre los mismos conceptos generación tras
generación sin alcanzar la verdad, principalmente porque no hay.

Eso no significa que no pueda haber soluciones o algo en lo que basarnos: si son
consistentes, técnicas y prácticas, si nos van a ayudar en vez de limitarnos o marearnos
en nombre de la naturaleza o la verdad, por mi parte casi cualquier cosa vale. Y
precisamente eso es lo que hace Schaeffer en el segundo capítulo: considerar a la obra
como discurso, como parte de un intercambio comunicativo. A partir de cada uno de los
elementos de dicho proceso (enunciante, enunciado y enunciatario; así como derivados
o partes de estos) surgen diversas variables gracias a las que podemos establecer
diferencias entre los géneros. Por ejemplo, en el caso del enunciante podríamos
considerar quién nos habla y cómo, es decir, dividir las obras según su narrador y el
grado de participación de este (por ejemplo, en un poema el yo lírico tiene mucho más
peso que la voz que narra una novela, mientras que en el teatro en principio no hay
siquiera). En el caso del enunciado o mensaje las cosas se complicarían un poco, pero
aun así tendríamos varios niveles perfectamente clasificables: circunstancia (por
ejemplo, qué noción de tiempo hay en el texto), forma (oral/escrito, verso/prosa,
estructura, longitud, estilo, etc.) y contenido (temática, setting y demás: sci-fi, realismo,
fantasía). Y, finalmente, con la figura del enunciante podemos preguntarnos,
mismamente, si se busca algún efecto en la recepción (enseñar/asustar o lo que sea:
ensayo/didáctico y terror respectivamente). Todo esto son ejemplos que estoy
escribiendo de corrido; me dejo muchas cosas y puede que me equivoque, pero creo que
la idea general se entiende.

El problema viene cuando alguno de los géneros tradicionales abarca o “exige” varias
de estas variables de algún modo (a la poesía lírica, por ejemplo, le asociamos un
narrador con alto grado de participación, verso, tiempo detenido/inexistente, contenido
sentimental y formas como el soneto). En este caso, de nuevo, las cosas se pueden
solucionar si simplemente somos conscientes del problema y moderadamente prácticos;
una vez conocemos el esquema y sabemos dividir estos niveles, podemos dejar de ser
tan prescriptivos y hablar más bien de cualidades: ¿por qué no va a haber poesía en
prosa? ¿O novelas con un carácter más “lírico”? Los géneros deberían servirnos a
nosotros, apoyarnos, pues son nuestra creación.

Para finalizar, los capítulos 3 y 4 hablan de la relación obra-género-contexto: cómo se


forman los géneros atendiendo a fenómenos de recepción y convenciones, y cómo las
obras pasan a formar parte de (o encajar en) uno mediante procesos de participación en
él (ejemplificando las cualidades que lo definen, por ejemplo) y relacionándose con
otras. No puedo decir gran cosa de ellos porque en estos dos capítulos el nivel de
abstracción, ya muy elevado en la mayor parte del libro, alcanza cotas sin precedentes;
en otras palabras: apenas los he entendido. Me da reparo criticar una obra por su
dificultad dado que, en gran medida, el fallo es mío, de mi competencia como lector. En
este caso voy a atreverme porque soy el público objetivo; es decir, si he tenido tantos
problemas para comprender este texto, dudo bastante que le sirva de algo a cualquier
otra persona más alejada de estas cuestiones que se interese casualmente en alguna
ocasión. No sé hasta qué punto puede ser problema de la traducción/interpretación, pero
aun con esas, la terminología y los procesos lógicos que Schaeffer emplea son tan
específicos y rebuscados que entran en conflicto con la que, en principio, era la
intención de ¿Qué es un género literario?: recopilar, analizar, exponer. Resulta
particularmente llamativo cuando, lo peor, es que después de tan elaborada exposición
nunca llegamos a ninguna conclusión; nunca se dan respuestas. nos quedamos más o
menos como estábamos.

En resumen y para concluir: los géneros son obra nuestra, no tienen un referente en la
naturaleza y no los vemos en la calle como podemos ver adoquines, periquitos o
chopos, y por lo tanto las reglas y métodos que empleamos para estudiar a estos no van
a dar resultados satisfactorios; inevitablemente alguien va a romper cualquier definición
teórica con el paso del tiempo.

Schaeffer realiza un gran trabajo compilatorio y trata todas estas cuestiones con
determinada profundidad, pero a mi parecer falla a la hora de exponerlo al gran público,
alejándolo de la opinión/conciencia popular y, por tanto, no evitando que la teoría de los
géneros continúe hundiéndose, como ha hecho hasta ahora, en su propio estanque.
Todos esos procesos lógicos excesivamente complicados con términos demasiado
específicos y rebuscados que no llevan a ninguna parte le han dado a este comentario la
portada que tiene, y lo que 4chan ha empezado, 4chan va a terminar. Aquí tenemos las
respuestas que nos otorga y el principal problema de ¿Qué es un género literario?:

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