De ahí se colige que para que haya desarrollo sostenible es necesario que se
cumplan como mínimo tres características: (i) la integración de aspectos sociales,
ambientales y económicos (ii) la importancia de las instituciones respecto a la
planificación de políticas de desarrollo sostenible y rural y (iii) estas políticas deben
analizarse y construirse a largo plazo, de ahí la necesidad de hacer una buena
planificación y estrategias (Marbán Flores, 2006, pág. 32).
Los Estados se enfrentan a un desafío grande, por un lado deben propugnar por
un crecimiento económico y por el otro garantizar el desarrollo sostenible, en esa
pugna los Estados potencia han aprovechado los recursos de los estados
subdesarrollados, fue así como los estados latinoamericanos argumenta Cruz
García: “permitieron la sobreexplotación, contaminación, destrucción, escasez y
extinción de los recursos naturales (principalmente agua, petróleo, gas y
electricidad), así como la desocupación, el desempleo, el subempleo, la abismal
diferencia en el ingreso entre ricos y pobres, el aumento de la deuda tanto externa
como interna, sus correspondientes altas tasas de intereses y la inflación
permanente” (Cruz García, 2006, pág. 149).
Esto hace evidente como lo afirma Cruz García “la necesidad de una política
económica ajustada a una racionalidad ambiental para conservar la estructura de
poder económica, política y social. Se hace imprescindible la necesidad de
innovar, modelar, analizar y predecir un comportamiento que gestione una política
económica para garantizar satisfactores básicos tales como salud, empleo y
educación, la explotación estratégica de los recursos naturales, la transferencia de
tecnología a las comunidades y a las generaciones venideras” (Cruz García, 2006,
pág. 149).
Así lo ha dejado claro el capítulo 2 del informe de Brundtland que indica: “un
desarrollo sostenible requiere un sistema de producción que cumpla el imperativo
de preservar el medio ambiente”. Por lo que el reto del Estado posmoderno no
está solo en garantizar un desarrollo sostenible, sino en garantizar una sociedad
sostenible.
Por su parte Noam Chomsky es crítico al afirmar que: “Entre las prioridades más
características de los Estados fallidos figura el que no protegen a sus ciudadanos
de la violencia –y tal vez inclusión de la destrucción– o que quienes toman las
decisiones otorgan a esas inquietudes una prioridad inferior a la del poder y la
riqueza a corto plazo de los sectores dominantes del Estado. Otra característica
de los Estados fallidos es que son estados forajidos, cuyas cúpulas se
desentiende con desdén del derecho y los tratados internacionales” (Chomsky,
2007, pág. 49)
A pesar de las múltiples definiciones que podamos encontrar sobre el concepto de
Estado fallido, hay por lo menos tres características comunes a todas ellas, una
brecha de legitimidad, otra de capacidad y otra de soberanía. Eso significa que un
Estado fallido carece de un poder institucionalizado y legítimo; además es incapaz
de responder a las demandas de la ciudadanía, y por lo mismo, no puede brindarle
todos los bienes políticos, económicos y sociales a los individuos que conviven en
el mismo. (Zapata, 2014, pág. 93). Es necesario precisar que el Estado fallido es
aplicable al Estado moderno occidental, ya que fue el que surgió como garante de
seguridad, derechos y bienestar para sus ciudadanos.
Hard Power (poder duro) y soft power (poder blando): En este punto
trabajaremos de manera simultánea los conceptos poder duro y poder blando,
propios de las relaciones internacionales. Siguiendo el pensamiento de Charles
Tilly, los Estados fueron surgiendo como fruto de la interacción de dos
componentes la coerción y el capital, dicho de otro modo la coerción capitalizada,
lo cual indica que es un elemento propio del Estado el uso de fuerza, que se
traduce en poder militar y poder económico.
Tal como lo presenta Tilly los Estados basaron su expansión a través del poderío
militar y económico, los imperios, las colonizaciones, las conquistas, son fiel
ejemplo de esto, está marcada tendencia de los Estados a utilizar el poder duro
en las relaciones interestatales se evidenció claramente en la siglo XX con las dos
guerras mundiales, terminada la segunda guerra mundial, se estableció un nuevo
orden mundial bipolar, tanto Estados Unidos como la Unión Soviética pretendieron
imponer en el mundo sus sistemas político-económico lo que dio origen a la guerra
fría.
Los conceptos poder duro y poder blandos son trabajados por Joseph Nye, para el
cual el poder duro equivale “a una visión que apunta hacia la fuerza militar, la
capacidad económica y las potencialidades que se derivan de ellos, como la
expresión más genuina del poder de un Estado” (Nye Jr, 2003). Estay citando a
Nye indica que el Poder Duro puede basarse tanto en incentivos como en
amenazas, mediante la coacción e inducción (Estay, 2009, pág. 113).
Por su parte el poder blando siguiendo a Nye “equivale a una forma indirecta de
ejercer el poder. Un país puede obtener los resultados que desea en política
interior e internacional, logrando que otros Estados aspiren a seguir su estela.
Esto se logra admirando sus valores, emulando su ejemplo, aspirando a su nivel
de prosperidad y valorando su liderazgo y apertura internacional” (Nye Jr, 2003).
Este poder blando se haya legitimado en los siguientes valores:
En la política internacional actual es imposible admitir que los Estados utilicen solo
el poder duro como sucedió hasta mitad del siglo XX o solo el poder blando como
se hizo luego de la guerra fría. Después de los atentados del 11 de septiembre de
2001, con la aparición de agentes no estatales en el escenario mundial, como los
grupos terroristas, es necesario hablar de un nuevo poder que combine de manera
implícita tanto el poder duro como el poder blando, esto es el poder inteligente.
Este poder inteligente es utilizado por las superpotencias de manera especial por
los Estados Unidos que desde el gobierno Barack Obama ha cambiado su
discurso frente a la comunidad internacional, buscando primero convencer que sus
enemigos son enemigos del mundo y segundo a partir de ahí lograr apoyo para
combatirlo militar e imponerle sanciones económicas.
Rule of Law (imperio de la ley): Tras la caída del Estado absoluto, no solo
apareció un nuevo modelo estatal, el Estado moderno, sino que se creó la
constitución como forma de limitar el poder del Estado, paralelamente a esto se le
iban otorgando a los ciudadanos una serie de derechos de los que antes carecían,
aparecieron los derechos civiles y políticos, luego con el paso de los años y
gracias a revueltas y revoluciones sociales se otorgaron los derechos económicos,
social y culturales, y finalmente ante la necesidad de garantizar un desarrollo
sostenible se otorgaron los derechos al medio ambiente. Ante esta nueva
panorámica estatal, aparece un nuevo marco jurídico-normativo que tendrá como
base el imperio de la ley.
El derecho y la ley fue evolucionando a la par con el Estado, según el juez Trías
Monge citado por el juez Rivera “Es así que la ley o el derecho se ha concebido a
veces como el resultado de la revelación divina o el producto de la razón o el
mandato del soberano o como medio de control social o como una mampara para
el arbitrio del juzgador o, conforme a la teoría socialista, como un agente de
opresión, como arma de las clases capitalistas para perpetuar sus privilegios. Se
advertirá que a la luz de esta diversidad de criterios la frase el imperio de la ley
adquiere tonalidades distintas” (Otero & Rivera, 2011, pág. 149).
El imperio de la ley propio de la modernidad, instituido para garantizar la
estabilidad del Estado de derecho, se enfrenta en la posmodernidad a una
transformación donde la garantía de los derechos fundamentales recogidos en la
Constitución se erigirán sobre los titulares de los poderes públicos, y corregirán los
abusos de éstos. Ahora todos los Poderes públicos, incluido el Legislativo,
deberán someterse al orden jurídico constitucional; y la validez de las normas no
dependerá de su entrada en vigor, sino de su coherencia con los principios
constitucionales (Gil Ruiz, 1997, pág. 275). Por lo que el legalismo queda
superado dando paso al garantismo jurídico.
Bajo este nuevo paradigma la ley adquiere dos características sustanciales debe
ser abstracta y general, los jueces tendrán no solo la obligación de aplicarla, sino
de hacer una hermenéutica jurídica que se ajuste a la protección constitucional de
derechos.
La teoría rizomática desarrollada por Guilles Delenze y Felix Guattari surge como
contraposición a la teoría arbórea predominante en la modernidad, se pone de
manifiesto que las relaciones se dan no de forma jerárquica vertical, sino de forma
horizontal, caracterizada por la interdisciplinariedad, la multiplicidad y la
interdependencia, es así como las instituciones se unen entre si formando el todo
estatal, de modo que cada una cumple una función específica, y al igual que los
rizomas funcionan como raíces subterráneas paralelas sobre las cuales se
construye la sociedad.
La teoría del laberinto implementada por Jacques Attali, parte del caos, el
desorden, la indeterminación propia de la posmodernidad, para argumentar la
coyuntura actual e intentar buscar una salida hacia el futuro. El mundo actual se
halla inmerso en un enorme laberinto, del cual solo va ser posible salir si se
interpreta la historia de las relaciones sociales, sobre todo de la relación de
violencia que las determina. Attali define conceptos para explicar esa realidad
futura: nuevas instituciones, como el hiperimperio, el hiperconflicto o la
hiperdemocracia; nuevas organizaciones como las empresas relacionales; y
nuevos agentes, como los hipernómadas o los transhumanos (Attalli, 2007, pág.
119).
Este nuevo derecho tendrá por característica propia ser garantista, lo cual se
refleja en cada uno de los principios fundantes del derecho colombiano: el
principio de publicidad, de legalidad, de favorabilidad, de buena fe, el non bis in
ídem, el iura novit curia, la presunción de inocencia, el imperio de la ley, el
derecho fundamental al debido proceso, nos ponen de frente a un Estado garante
y justo.
Attalli, J. (2007). Breve Historia del Futuro. Informe Económico Esade, 118-123.
Otero, L., & Rivera, A. (2011). El juez efraín rivera pérez y el imperio de la ley.
Revista Jurídica UPR, 146-230.