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Debemos arriesgar la eficiencia de la organización para proteger al POBRECITO?

LA TEORIA DEL POBRECITO Y LA EFICIENCIA

Compadecerse del ineficiente y perdonarlo no tiene cabida en las organizaciones que


deben de supervivir en un mundo de competencia. El Ejército como parte del cambio
organizacional, promueve mantener una actitud correctiva versus La Teoría del
Pobrecito.

Consiste en mantener en la organización al incompetente, al irresponsable, con la única


explicación de ¡pobrecito! Esta actitud se explica por ignorancia, falso humanismo, por
irresponsabilidad, por cobardía, condicionamiento o ineficiencia del ejecutivo. En este
caso, jefe y subordinado generan un círculo vicioso: la incompetencia se realimenta a sí
misma, dentro de la organización. El incompetente, aprovechando esta situación, en
vez de superarse trata de inspirar más compasión. Exagera su situación personal,
incluye a su familia en la descripción de su fingida desgracia.

Cuando un ejecutivo que no se deja sorprender, actúa con firmeza y energía, toda la
incompetencia, en actitud proselitista, se yergue en defensa de su afiliado y califica a
dicho jefe, que trata de cumplir con su deber, de abusivo y conflictivo. La única razón:
¡pobrecito!

El ejecutivo ineficiente defiende y mantiene al incompetente, el cual se sostiene en


la organización, “prendido” de los que el llama “buena gente”. Así, la ineficiencia se
realimenta y el incompetente se reafirma en la organización: pobre organización.

¡Los pusilánimes callan su deber frente al irresponsable!, pero, ¿y la organización?

La teoría del Pobrecito no tiene cabida en ninguna organización eficiente, donde


lo que importa es el conjunto. Quizás por eso se afirma que la eficiencia es cruel,
pues obliga a arrancar al incompetente de la organización, cautelando los
intereses de la mayoría o, por lo menos, obligando a hacer justicia sancionando
la irresponsabilidad. La eficiencia es cruel. Ella nos impulsa a actuar con sincera
firmeza en bien de la organización. Muchas veces, por tratarse de un amigo, no
decimos nada ante la ineficiencia. Tenemos temor de resentirlo. Sin embargo, no
consideramos que él no tuvo la misma delicadeza con sus colegas y jefes para
pensar que su ineficiencia podría ofendernos y hasta ponernos en peligro.

El silencio frente a los casos de ineficiencia nos hace cómplices, aun que es
necesario aclarar que no siempre el mutismo significa asentimiento; otras veces,
es la apatía indiferencia y cobardía. Es verdad que perdonar es comprender o
como cita Luis Alberto Sánchez, de Anatole France: “Comprender es perdonarlo
todo”. Pero a veces nos adelantamos y perdonamos simplemente por perdonar,
sin comprender, que también nos afecta personalmente. No entendemos que la
ineficiencia de un elemento en un sistema, afecta a todo el sistema.

La organización es como una cadena: la resistencia (eficiencia) está dada por el


eslabón más débil, no por el más fuerte.

Lo peor es q el ineficiente no comprende que su ineficiencia afecta a TODOS.


Racionaliza su conducta diciendo: “No te preocupes por mí, tú cumple con tu
deber”. En una organización nos debemos consideración y respeto mutuos. Todos
tenemos la obligación de ser eficientes. ¿Qué pasaría si viajáramos en un avión de
pasajeros (sistema) y el piloto, que es nuestro amigo, no es eficiente? ¿Perdonaríamos
su ineficiencia? ¿A caso no reemplazaríamos al piloto?

Pues bien, una organización es una nave. En ella viajamos todos. Por culpa de un
ineficiente (incompetente), la organización puede fracasar, o figuradamente, puede
estrellarse.

La administración de justicia y la responsabilidad moral son dos funciones esenciales de


un ejecutivo eficiente, las cuales están indisolublemente ligadas e invaden nuestras
emociones personales más profundas.

Cuántas veces nos enfrentamos al doloroso dilema de tener que sancionar a alguien,
quien puedes ser nuestro amigo o compañero, sintiéndolo realmente. Pero se aplique a
quien se aplique y cualquiera sea el motivo, vacilamos, como péndulo, entre “lo
merece” y “le hará bien”, no obstante es nuestro deber.
El acto de sancionar es mucho más penoso en ciertas organizaciones y con
determinados personajes, por las relaciones de amistad. Es más difícil castigar a uno que
nos ha invitado a su casa y cuyos familiares mantienen relaciones con los nuestros, que
a otros.

Esta amistad es perjudicial para la eficiencia de la organización, sobre todo, cuando no


se requiere reconocer el derecho de castigar ni se acepta la obligación moral de
reconocer nuestras faltas. Las relaciones se resienten y la amistad también. Esta
situación afecta a la eficiencia de la organización.

Despedir a un amigo es algo muy delicado. Probablemente, hará que Ud. Se sienta
enfermo, y no dormirá bien durante varias semanas; sin embargo, este es su deber.
¿Cree Ud. Acaso que un general se siente bien cuando desde su puesto de comando
sabe que han de morir muchos soldados en la batalla?

“Espero hayan entendido la lectura y mediten sobre el mensaje


Cadetes, ahora deténganse un momento y pregúntense quienes son
ustedes (los pobrecitos, los compañeros o quizá los buena gentes
que ven y dejan pasar la falta de su promoción o son los líderes
que deben ser y requiere nuestra patria….y se ven obligados por su
deber a hacer lo correcto)”

Si quieren ser más…….. que buenos OO,….. ser buenos Peruanos, no


permitan que se formen y crezcan los pobrecitos.

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