Cuando un ejecutivo que no se deja sorprender, actúa con firmeza y energía, toda la
incompetencia, en actitud proselitista, se yergue en defensa de su afiliado y califica a
dicho jefe, que trata de cumplir con su deber, de abusivo y conflictivo. La única razón:
¡pobrecito!
El silencio frente a los casos de ineficiencia nos hace cómplices, aun que es
necesario aclarar que no siempre el mutismo significa asentimiento; otras veces,
es la apatía indiferencia y cobardía. Es verdad que perdonar es comprender o
como cita Luis Alberto Sánchez, de Anatole France: “Comprender es perdonarlo
todo”. Pero a veces nos adelantamos y perdonamos simplemente por perdonar,
sin comprender, que también nos afecta personalmente. No entendemos que la
ineficiencia de un elemento en un sistema, afecta a todo el sistema.
Pues bien, una organización es una nave. En ella viajamos todos. Por culpa de un
ineficiente (incompetente), la organización puede fracasar, o figuradamente, puede
estrellarse.
Cuántas veces nos enfrentamos al doloroso dilema de tener que sancionar a alguien,
quien puedes ser nuestro amigo o compañero, sintiéndolo realmente. Pero se aplique a
quien se aplique y cualquiera sea el motivo, vacilamos, como péndulo, entre “lo
merece” y “le hará bien”, no obstante es nuestro deber.
El acto de sancionar es mucho más penoso en ciertas organizaciones y con
determinados personajes, por las relaciones de amistad. Es más difícil castigar a uno que
nos ha invitado a su casa y cuyos familiares mantienen relaciones con los nuestros, que
a otros.
Despedir a un amigo es algo muy delicado. Probablemente, hará que Ud. Se sienta
enfermo, y no dormirá bien durante varias semanas; sin embargo, este es su deber.
¿Cree Ud. Acaso que un general se siente bien cuando desde su puesto de comando
sabe que han de morir muchos soldados en la batalla?