En las primeras páginas de la Biblia aparece ya el ayuno. Dios le dice a
Adán: “De cualquier árbol del jardín puedes comer, mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás, porque el día que comieres de él, morirás sin remedio” (Gn 2, 16-17). El pecado nos produjo una ceguera en el corazón que nos impidió reconocer el amor paternal de Dios y la misma condición humana que nos une a todos como hermanos. Las consecuencias de esto están a la vista. Benedicto XVI nos recordaba en su menaje para la cuaresma del año 2009 que más que una terapia para el cuerpo, el ayuno se convierte en un medio para “controlar los apetitos de la naturaleza debilitada por el pecado original”. Esta práctica se nos ofrece como un medio para recuperar nuestra amistad con Dios. Es por eso que, por ejemplo, el pueblo de Israel ayunó antes de volver del destierro a la tierra prometida “para humillarnos delante de nuestro Dios” (Esdras 8,21). Es Jesús mismo quien nos muestra el verdadero sentido del ayuno. Le dice a Satanás, luego de 40 días en el desierto: “no solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mt 4,4). Cumplir la voluntad del Padre es el verdadero alimento que nos sostiene como hijos. Pero muchos se preguntan qué sentido tiene ayunar, y lo tiene o no según la motivación que nos mueva y según qué tipo de ayuno prevalece. El hecho de no comer (comer menos) puede tener el sentido de solidarizarse con los que pasan hambre, bien porque el posible dinero ahorrado se destina a los pobres, bien porque de esa manera nos solidarizamos con los que ayunan por no tener nada con que llenar sus vacío estómagos. Pero hoy día, se puede interpretar el ayuno de forma distinta. Si ayunar es “privarse”, podríamos privarnos de muchas cosas que son gastos inútiles o, al menos, innecesarios, o de pequeños vicios, o de palabras ofensivas, o de odios y rencores, o privarnos de horas de televisión o diversiones y emplearlo en algo más de oración… El profeta Isaías nos transmite la voluntad de Dios, cuando dice:” Hacer saltar los cerrojos de los cepos, dejar libres a los oprimidos, partir tu pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, vestir al que ves desnudo…” Y termina, añadiendo: “Solo entonces brotará tu luz como la aurora; clamarás al Señor y te dirá: aquí estoy”. Ayuna de juzgar a otros, y llénate de Cristo; Ayuna de palabras hirientes, y llénate de frases bonitas; Ayuna de enojos y llénate de paciencia; Ayuna de pesimismo y desaliento, y llénate de esperanza; Ayuna de preocupaciones inútiles, y llénate de confianza en Dios; Ayuna de quejarte, y llénate de asombro por las maravillas del misterio de la vida; Ayuna de amarguras, y llénate de perdón; Ayuna de darte importancia a ti mismo, y llénate de compasión por los demás. El ayuno, en cualquiera de sus formas, es un ejercicio de dominio de sí mismo… y eso no es fácil. Siempre tenemos que tener presente esta forma de actuar, si queremos ser dueños de nuestros actos, y no sus esclavos. Pero, sobre todo, en ciertos tiempos fuertes (y la Cuaresma lo es) se nos invita a ponerlo en práctica dando un auténtico sentido de preparación a la gran fiesta de la Resurrección del Señor, preludio de la nuestra.