(Continúa)
BIBLIOTECA TALLER
UN DIA CUALQUIERA
Virgilio Díaz Grullón
.
-<Los negocios?. . Bien.- Bebió el siguiente
.
trago.. i c u á n t o tiempo hace que no consigues un
pedido?. . . dQuince días?. . . ¿Un mes?. . .
DOS?. , . -Siempre se vende cuando se trabaja.
Es cuestión de estadística: de cada diez comerciantes
que visites, uno por lo menos te comprará algo. . .-
-Sin embargo, dicen que el negocio de comi-
siones no está muy bueno en esta época. . .-
- . . .Está como siempre: el que trabaja, gana;
el haragán se muere de h a m b ~ ey comienza a inven-
tar historias para justificarse. . . Sírveme otro y de-
ja ahí la botella.-
El ,encargado escanció un nuevo trago y luego
se volvió maquinalmente para colocar de nuevo la
botella en el escaparate.
-¡Te dije que la dejaras aquí!. . .-, gritó el otro
arrebatándole la botella con mano ávida. Se sirvió
y bebió consecutivamente dos largos tragos. Luego
inclinó la frente y contempló pensativo la huella
que había dejado el vaso mojado sobre la madera
del mostrador. . . iQué familiar te resulta ese peque-
ño círculo liúmedo que te persigue por todas par-
tes desde hace tanto tiempo! . . . Con el dedo índice
de la mano izquierda comenzó a cambiar la forma
de la mancha hasta transformarla en una estrella
de seis puntas. . . Anoche hiciste ese mismo m i -
miento. . . ¿Dónde? dEn el cristal d e la mesa de
U N D I A C U A L Q U I E R A
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ya fuera de su alcance. . ¡Maldita sea! Era la ter-
cera vez que se le escapaba de las manos. Parecía
que mientras m á s ganas tuviese de cazarlo, más di-
fícil resultaba acertarle.
Se paró en seco y agitando el puño cerrado
hacia la mancha negra que se empequeñecía en el
cielo: -;La próxima vez, por mi madre que te tum-
bo!-
Colocó la escopeta bajo el brazo y caminó ha-
cia el platanar que se extendía en el fondo del pre-
dio.
rincón de la galería
-Ven, mi hijo, vamor a pasear-
-¿Tan temprano, abuelito?-
El nuio, o- junto al fmocanil eléctrico,
miraba interrogante hacia el ancieno.
-No es tan temprano: son ya &a de las cua-
tra-
El niño se incorpor6 un poco y, derodillas, co-
m e d a desarmar cuidedosamente los rielea de la-
+h.
-Deja eso. ?YHL Irme lo recogerá más tarde.-
El abuelo, incíhhdoee, tomb de la mano al
d o y lo ayudó a levantame:
-Lávate las manos y pásate un poco el pei-
ne.. .-, y, al ver que e1 niño se dirigía hacia el in-
terior de la casa: -¡No!. .. ¡No entres ahí!. .. Lb-
vatelas en el fregadero. ..-
El niño volvió aobre sus pasos con d d i d a d y
entró por la puerta que daba a la cocina. Se acercó
al lavadero y, abriendo la llave de agua, se mojb un
poco las manos alisándose con ellas el pelo rebelde.
La mujer que estaba a su espalda extendió sus ma-
noe hacía él como si intentase ayudarlo, pero, arre-
pentida de su gesto, se contuvo y permaneció inmó-
vil observándole con una expresión extraña hasta
que el niño salió de la cocina.
U N D I A C U A L Q U I E R A
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hacerse su amigo, tratar de aconsejarla.. Durante
aquel período, en sus frecuentes insomnios, se h a -
ginaba sentado a su lado, tomándole las manos o
acariciándole paternalmente el pelo mientras la aler-
taba contra los peligros de la ciudad.
Fero no se engañó durante mucho tiempo so-
bre la verdadera naturaleza de sus sentimientos pa-
ra con la mujer, porque éstos terminaron por salir
a la superficie de su coilciencia jr flotaban ye en
ella como una flor malsana.
Desde entonces su vida había comenzado a gi-
rar alrededor de aquella persona extraña, de la
cual no conocía ni siquiera el nombre. Día a día se
prendía como una hiedra al borde de la ventana, pen-
diente de cada paso, de cada actitud de la mujer.
Allí realizaba todas las reparaciones que le encomen-
daban y, cuando no tenía trabajo que hacer, con el
libro abierto frente a sí, fingía leer durante horas
interminables, mientras todos sus sentidos la perse-
guían dentro de la casa, tras las gruesas paredes de
mampostería que la ocultaban a su vista. Distinguía
el sonido de sus pasos entre los de los veinte inqui-
linos de la pensión. Conocía el metal de su voz y
el timbre de su risa, y era capaz de percibirlos y di-
ferenciarlos en todo momento. Se sabía de memoria
sus hábitos y gozaba secretamente con anticiparse
a su realización. Las horas de comida, el horario de
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-¿Y bien?. - ..
-Bueno. .. Ella me pidió quedarse hasta
mañana: tiene al niño con calentura. . .-
Don Manuel volvió a mirar hacia el suelo al in-
terrumpirle bruscamente:
-¡Ni un solo día de retraso más! ¿Me entien-
des? Vas a ir ahora mismo con el alguacil y la sa-
can por la fuerza si es necesario. Y tan pronto la sa-
ques a ella y sus trastos, vienes a avisármelo, ¿me
oyes? - Luego de una pausa agrego: -¿Qué es lo
que se cree la gente? ¿Que uno suda ganando sus
cuartos para regalárselos a nadie?-
El enca~gadocuadró los hombros:
-Sí, señor. Se hará como usted dice.. Con.
permiso.-
Se marchó y Don Manuel se arrellenó de nue-
vo en la mecedora observando una mosca que vola-
ba en círculos sobre su cabeza. El insecto acabó po-
sándose sobre su frente y él la espantó con un golpe
del abanico en el instante en que la mujer aparecía
trayendo en una bandeja la taza humeante de café
recién cdado.
Tomó la taza y la vació de un solo sorbo, colo-
cándola de nuevo en la bandeja que la mujer había
dejado a su lado antes de desaparecer otra vez en
el interior de la casa.
La mosca regresó de su viaje por el espacio y
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