La gran escritora brasileña, uno de los clásicos de la literatura del siglo XX,
siempre es actualidad, porque no deja de estar de moda. Pero la publicación en
castellano de la monumental biografía que le ha dedicado Benjamin Moser, Por
qué este mundo (Siruela), nos brinda una nueva oportunidad de releer su obra a la
luz de su vida (o viceversa). Por ejemplo: desde 1966, el año del incendio, hasta
1977, el de su muerte.
Leyendo la completa biografía que ha publicado Benjamin Moser, Por qué este
mundo, uno se imagina esas escenas con precisión plástica. Desde que a los tres
meses saliera del hospital, tras los injertos de piel y la fisioterapia, su mano
“parecería una garra ennegrecida”. Su amiga y secretaria Olga Borelli describió así
su proceso de escritura a partir de entonces: “Al trabajar, ágil y delicada, parecía
procurar suplir las deficiencias de la otra, dura, con movimientos descontrolados,
los dedos quemados, retorcidos, con profundas cicatrices”.
Moser nos recuerda que Lispector era feliz con las cartas que recibía gracias a sus
crónicas, muchas más que las que le enviaban los lectores de sus libros. Una niña le
agradeció que le hubiera enseñado a amar. Y ella le respondió: “Gracias también en
nombre de la adolescente que fui y que quería ser útil a la gente, a Brasil, a la
humanidad, y que ni siquiera sentía vergüenza de utilizar esas palabras tan
imponentes para sí misma”.
Esas crónicas personales y líricas recuerdan a las de Virginia Woolf de la época de
entreguerras y se adelantaron dos décadas a las de António Lobo Antunes. Junto
con las cartas, constituyen el subtexto, el río autobiográfico que nutre las raíces de
sus grandes novelas, sin embargo, tan pequeñas. La ciudad sitiada no llega a las
doscientas páginas. Y su obra maestra, La pasión según G. H., tiene 154 en la
edición de Siruela.
Clarice Lispector
ARQUIVO MANCHETE