REDACCIÓN
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Editor responsable: Raúl Lavalle
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nº 28 – 2018
Número dedicado a la cultura griega
1
ÍNDICE
Raúl Lavalle. Los tres dones de los Tres Reyes… y otras tríadas
en Romano Melodo p. 3
Notas varias p. 34
2
LOS TRES DONES DE LOS TRES REYES…
Y OTRAS TRÍADAS
RAÚL LAVALLE
“Recibe
un don de tres materias,
como de los Serafines
el himno trisagio.
Y no los rechaces
como los de Caín,
sino tenlos en tus brazos
como la ofrenda de Abel,
por quien te dio a luz,
por quien fuiste engendrado
para nosotros, ¡nuevo niñito,
Dios desde antes de los tiempos” (vv. 441-452)
1
La ed. que empleo: Romano il Melode. Inni (a cura di Giuseppe Cammelli). Firenze,
Tipografica Fiorentina, 1930. Cito por número de verso.
3
En fin, bromean algunos que el célebre Madison Square Garden
no es cuadrado ni está en la avenida Madison ni tiene ningún jardín.
Pues bien, en el himno de Romano solo encuentro μάγοι (passim),
‘magos’, sin mención del número tres. Tal vez podamos inferir dicho
número sacro por los tres dones que ofrecieron, uno cada uno, pero sobre
esto me veo obligado a citar lo que siempre cito.
RAÚL LAVALLE
1
Aneo Cornuto. Compendio de teología griega (ed. Ilaria Ramelli). Milano,
Bompiani, 2003, cap. 15. Cornuto fue un filósofo neoestoico del s. I AD.
4
CARTA DE ÁBGARO Y RESPUESTA DE JESÚS
1
Los Evangelios Apócrifos (ed. Aurelio de Santos Otero), 3ª ed. Madrid, BAC, 1979.
De esta edición tomo el texto griego. Sobre el nombre Ábgaro, sigo el acento griego.
Como no se conoce la cantidad de la segunda a, el acento es dudoso.
5
Copia de la carta escrita por el toparca Ábgaro a Jesús,
enviada a Él a Jerusalén por el correo Ananías
1
“El término τοπάρχης, que hemos traducido en su sentido general de rey, se emplea
con frecuencia en la significación de gobernador o prefecto de provincia.” [nota de
Santos Otero; como se ve, he hecho una traducción literalísima de ese término.]
2
Entiendo que los que aquí llama “fármacos” mayormente provenían de “plantas.” De
cualquier forma, lo que distingue a una curación de milagro es que este último no
necesita, por así decir, causas físicas (fármacos). Es bien conocido el pasaje evangélico
del centurión (Mt 8, 5), quien le decía a Jesús que no era digno de recibirlo en su casa;
sin embargo, ‘dilo solo de palabra (μόνον εἰπὲ λόγῳ) y será curado mi criado.’
3
Eso significa ἐγείρω; la idea de resurrección está comúnmente expresa en el
cristianismo a través de la raíz de ἵστημι (p. ej. ἀνάστασις, ‘acción de levantarse’,
‘resurrección.’
4
En este y en otros lugares de nuestros breves escritos hay ecos evangélicos. Santos
Otero los cita: dejo al lector interesado la tarea de buscarlos en su edición.
5
El original emplea el verbo σκύλλω, que significa ‘quitar la corteza.’ Otros sentidos
traslaticios son ‘arrancar el pelo’ y ‘atormentar.’ Ábgaro sabe entonces cuán trabajoso
sería para Jesús ir a Edesa.
6
Acerca de lo que has escrito, que vaya a ti, es necesario que
cumpla yo aquí aquello por lo que fui enviado; y, después de
cumplirlo, sea yo llevado de nuevo al que me envió.
Y, después que sea llevado, te enviaré a uno de mis discípulos,
para que cure tu padecimiento y te dé, a ti y junto contiguo a los
tuyos, la vida.
7
NOTAS SOBRE LA TRAGEDIA GRIEGA
1
En República, II, 37e-398b9; x, 595-608b10) Platón argumentó que la tragedia dañaba
al público porque proporcionaba una emoción autocomplaciente.
2
Un Mármol de Paros registra una obra de Tespis entre el 540 a.C. y el 520 a.C., por la
cual fue premiado; la Suda informa, entre algunos otros datos relativos a la
8
El hecho de que poco tiempo después las representaciones
dramáticas y en particular la tragedia tuvieran un lugar tan relevante en
Atenas y de que surgieran poetas como Esquilo, Sófocles y Eurípides
confirmaría las palabras que Solón, con cierto recelo y suspicacia, habría
pronunciado. Efectivamente, tres décadas más tarde, y por casi cien años
la tragedia se transformó en un “asunto serio”, fue institucionalizada en
Atenas y fue evidentemente útil para el Estado, que le dedicaba
considerables recursos.
Esta institucionalización de la tragedia. que a lo largo de un siglo
estuvo completamente inserta en el festival de las Grandes Dionisias, allí
donde los atenienses mostraban a toda Grecia el esplendor y la
prosperidad de su ciudad, es una razón principal para rebatir también el
argumento de Solón sobre el carácter “bromístico” o superficial de la
tragedia.
Ha sido ampliamente citado el pasaje de Las Ranas de
Aristófanes en que los autores trágicos conversan sobre la tragedia. Y
aunque en esta conversación aparecen puestos en tela de juicio ciertos
elementos y ciertos efectos de los dramas, los autores declaran, de todos
modos, que ellos tienen como función educar a sus pueblo (1009-1010)
y que ya los poetas enseñaron sobre temas importantes (1030-1036). Si
bien Solón no pudo conocer el camino que la tragedia tomó después de
Tespis, la acusación de la superficialidad de las representaciones
quedaría –años más tarde y quizás para su agrado– desvirtuada. Pues aún
hoy, cuando han pasado más de quince siglos desde la época en que
tuvieron auge, es factible identificar en los diálogos que a escala
ficcional se reproducen, la problemáticas que acuciaban a los ciudadanos
de entonces.
Ejemplo claro de esto es, entre muchos otros, el Filoctetes de
Sófocles. En esta obra el poeta muestra la degradación moral a que
pueden llegar los jefes del ejército cuando se trata de salvar su causa y
de conseguir el éxito militar, hecho que se corresponde con los datos
históricos y la información que otras fuentes, como la de Tucídides,
proporcionaron sobre el comportamiento de los soldados atenienses en
los últimos años de la Guerra del Peloponeso. Las relaciones de poder,
los conflictos que generan las decisiones de los gobernantes, las
fricciones entre lo público y lo privado, el funcionamiento de un debate
político, la intervención de los dioses en los destinos humanos
constituyen referentes claros de la seriedad del contenido del drama
trágico.
9
El último aspecto que se deriva de la frase referida por Plutarco,
que la tragedia no dice verdades, merecería una extensa discusión. En
primer lugar, cabría preguntarse qué significa, en el contexto de una
representación, decir la verdad y, en otro nivel, qué significa la verdad
en la poesía.
Teniendo en cuenta el probable origen ritual de la tragedia, puede
pensarse que la “mentira” que denuncia la frase tiene que ver con la
eliminación de la función religiosa del drama en el marco del culto al
dios Dioniso. Pero lo central de la frase es la alusión a que estas
“mentiras” deberían “avergonzar” a quien las dice. Y esto nos lleva a
una importante reflexión.
Más allá del significado que deba dársele a lo referido por
Plutarco y más allá de la veracidad y el asidero histórico que puedan
poseer no sólo sus palabras, sino incluso la propia existencia de Tespis,
el juicio de que una representación deba o pueda causar vergüenza ya en
el creador de la obra, ya en sus actores posee una amplitud que la hace
trascender a la mera valoración de un individuo. También Platón
condenó los efectos que la representación de un drama provocaba en los
espectadores y, desde una óptica universalista, es propio del hombre
tildar de “vergonzoso” aquello que se aparta de lo socialmente aceptado.
Ahora bien, debemos preguntarnos qué temas o qué contenido presente
en los dramas trágicos podría ser factible de ser condenado por resultar
vergonzoso o difícil de aceptar. Echando una mirada rápida y pensando
sólo en algunos ejemplos, hallamos en Esquilo temáticas tales como el
crimen de la mujer al esposo que vuelve tras diez años de guerra y
ausencia, el matricidio por la venganza del padre muerto, otra vez en
Sófocles el crimen y el incesto, la desobediencia de la ley, la locura por
el deshonor, el engaño al más débil, o, en Eurípides, las pasiones
equivocadas y sus excesos, la locura, el filicidio, el trato deshonroso
sobre las nobles cautivas de guerra. Parecería que no hay tragedia
entonces que quede fuera de condena.
Desde esta perspectiva, pensando en lo “vergonzoso de sus
temáticas” podríamos intentar definir la tragedia. Siguiendo a García
Pérez, lo trágico podría definirse como la ruptura del cosmos, que es la
razón; es “un don de Dionisio para aquel que lo rechaza” (2008: 107) y
“no aceptar a Dionisio es abrir una puerta directa a la confrontación del
ser” (2008: 107). En su interesante artículo “La angustia del ser y del
deber en la tragedia griega” este autor parte de la idea de que los poetas
trágicos griegos colocaron al sujeto en la “irrecusable necesidad de ser
para sí y para el mundo, y en el motor del deber”. El deber nace de la
decisión y la decisión es el “acto trágico pleno de angustia, porque al
decidir su condición se confronta” (2008: 106).
10
Eurípides en Las Bacantes, al representar el ritual dionisíaco y el
poder ineluctable de Dionisio sobre los hombres que defienden una
excesiva racionalidad, puso en escena la esencia de lo trágico, que es la
ruptura de los límites que impone lo convencional y la resistencia del
hombre a amenazar aquello que considera su identidad. Charles Segal
interpreta que los conflictos que aparecen en torno a Dionisio en la pieza
de Eurípides representan lo que fue a finales del siglo V a.C. uno de los
mayores debates filosóficos y éticos: la dicotomía entre nomos y physis,
tema recurrente en algunas tragedias de ese período, que Segal define de
este modo:
11
Evidentemente, y como numerosos críticos han observado, la
condición de lo trágico es la contradicción, la encrucijada que se
presenta ante el héroe quien se ve en la inaplazable necesidad de elegir,
volviéndose este instante el momento decisivo de su existencia. Esta
contradicción que se da en el interior del sujeto refleja la oposición que
se da entre él y el mundo exterior, sea este otro hombre, toda una
sociedad, el universo de los dioses o el destino.
12
Nussbaum encuentra en las obras de Platón numerosos ejemplos
de la “eliminación de lo trágico”. Y Bernard Williams (1981), desde una
óptica similar, afirma que “la filosofía griega, en su búsqueda
permanente de la autosuficiencia racional, vuelve la espalda al tipo de
experiencia y de necesidad humanas de las que la literatura ofrece la más
pura y rica expresión”.
13
Los poetas y los filósofos griegos reflexionaron sobre aquello que
hacía del hombre un ser deinós, temible y, al mismo tiempo, admirable,
capaz de sortear o indagar sobre los límites de su naturaleza humana.
Los trágicos presentaron a hombres y mujeres realizando, consciente o
inconscientemente, acciones vergonzosas con el fin de mover a la
reflexión, en el nivel ficcional, a los mismos personajes, y en nivel de la
realidad, al público que asistía a la representación, mostrando además
que el conocimiento se adquiere necesariamente a través de la caída y el
dolor. Los filósofos, teniendo en cuenta la situación trágica que puede
presentársele al hombre intentaron, acaso, una idea del vivir del mejor
modo previendo la peripecia del drama del paso inevitable de la felicidad
en desgracia. Por eso, no es desatinado pensar que la representación de
los asuntos serios en los dramas trágicos pudo haber sido también para
ellos una fuente de reflexión.
Obras citadas
Eurípides. Bacchai, en Euripidis Fabulae, vol. 3. Gilbert Murray
(ed.). Oxford. Clarendon Press. Oxford, 1913.
Bibliografía citada
García Pérez, D. “La angustia del ser y del deber en la tragedia
griega” en NOVA TELLVS, 26*2, 2008.
Nussbaum, M. La fragilidad del bien. Fortuna y ética en la
tragedia y la filosofía griega. Madrid, La Balsa de Medusa, 2004.
Segal, C. en Eurípides. Bakkhai. Translated by R. Gibbons with
an Introduction and Notes by Charles Segal, Oxford Univ. Press, 2001.
14
TELÉMACO Y SU TRANSFORMACIÓN:
LA CUESTIÓN DE LA ARETÉ
ADRIANA ÁLVAREZ
1
E incluso, para referirse a virtudes no humanas, como la areté del caballo de carrera,
que denota su velocidad.
15
Por otro lado, Kitto traduce el término como “excelencia”,
describiéndola como un “conjunto de excelencias”: “si se refiere a un
hombre, en un contexto general, significará excelencia en las direcciones
en que un hombre puede ser excelente: moral, intelectual, física o
prácticamente” (2010, p. 198). Es decir que debemos tener en cuenta
esta excelencia en el pleno sentido de la palabra, pues para el griego son
tan necesarias las preparaciones físicas como intelectuales. No existe la
división entre mente y cuerpo, tal como la conocemos nosotros. Por eso,
para Kitto, Odiseo “es un gran luchador, un astuto intrigante, un orador
sagaz, un hombre animoso y experimentado que sabe que debe soportar
sin muchas quejas lo que le envían los dioses […] es, en realidad, un
hombre completo; posee una areté sobresaliente” (p. 198).
¿Pero qué sucede con Telémaco? Aquel a quien su padre apenas
vio nacer, pues al poco tiempo tuvo que partir a la guerra de Troya, es
ahora un joven de poco más de veinte años, que vive sufriendo la
ausencia de su padre. Y es así es la primera imagen que tenemos de él en
la obra: en medio del banquete de los pretendientes “con el corazón
acongojado”. Entonces se lamenta pensando en su padre: “¡Ojalá viniera
e hiciera dispersarse a los pretendientes por el palacio! ¡Ojalá tuviera él
sus honores y reinara sobre sus posesiones!” (I, 115-7). Nadie pondría en
duda en valor de Odiseo, su areté como guerrero en tales circunstancias;
de hecho, hombres y mujeres de Ítaca tienen la certeza de que si éste
regresara, la insolencia de los pretendientes acabaría pronto. Con
Telémaco no sucede lo mismo. Él se considera un inexperto, así lo saben
también los pretendientes, y por último, su misma madre, que acaso por
la triste experiencia que ha tenido con su esposo, ausente ya desde hace
veinte años, tampoco cree que en su hijo pueda cultivar su areté y sea
capaz de ponerle un fin a tan decadente situación1.
1
Así lo demuestra cuando se entera de que su hijo realizó un viaje impensable para
ella: “…mi hijo amado ha partido en cóncava nave, mi hijo inocente y desconocedor de
obras y palabras. Es por este por quien me lamento, más que por aquel…” (IV, 818-
820)
16
Es ella quien se muestra acongojada por los padecimientos de
Odiseo; por tanto suplicará a Zeus que ponga fin a esta situación. Y, al
mismo tiempo, se acercará a Telémaco y lo exhortará para que realice un
viaje a Pilos y a Esparta en busca de noticias de su padre. Será en forma
de Mentes que en breve le dirá al inmaduro hijo de Odiseo “no juegues a
cosa de niños” (I, 397), debido a sus reiteradas quejas de la situación que
lo agobia a él y a su madre. Se sabe que Orestes ha matado a Egisto,
vengando así a su padre Agamenón; y esto es una razón más que
suficiente para que Atenea instale en Telémaco la idea de que él no debe
continuar negando su realidad y, en cambio, tenga valor para cambiarla.
1
Este verso no aparece en la edición de Cátedra; por eso citamos textualmente la de
Gredos (2006).
17
“Madre mía, ¿por qué reprochas al amable aedo que nos deleite
como le impulse su voluntad? […] Que tu corazón y tu espíritu soporten
escucharlo, pues no sólo Odiseo perdió en Troya el día de su regreso,
que también perecieron otros muchos hombres. Conque marcha a tu
habitación y cuídate de tu trabajo, el telar y la rueca, y ordena a las
esclavas que se ocupen del suyo. La palabra debe ser cosa de hombres,
de todos, y sobre todo de mí, de quien es el poder en este palacio.” (I,
346, 353-359)
De este modo, Telémaco toma distancia del lugar que hasta hace
poco compartía con su madre: la constante queja por la ausencia de
Odiseo, y su consecuente incertidumbre. Frente a este dolor, Telémaco
ya no procede como Penélope (es decir, llorando a Odiseo), sino que
comienza a correrse del lugar de víctima, pues él no es el único afectado
por la guerra: muchos son los hijos y esposas que han perdido a
guerreros notables. Es decir, su discurso en sí mismo parece ya salido de
la boca de un guerrero, que ha visto morir a otros grandes luchadores, y
para quien la muerte de Odiseo es una realidad más (una realidad de la
que empieza a desconfiar, pues Atenea-Mentes le aseguró que su padre
vive). Una vez alejado del discurso de la madre, se siente capaz de tomar
la palabra y de hacerla suya, esta vez como el hombre de la casa, el
sucesor de Odiseo.
Es Penélope la primera testigo de este cambio; los pretendientes
son los segundos. Mientras éstos continúan aprovechándose de los
bienes del ausente Odiseo, Telémaco les contará sobre la asamblea que
se llevará a cabo al día siguiente. Lo llamativo es la forma en que se
dirige a ellos, no ya sumisa como antes1, sino incluso irónica: “Pero si os
parece lo mejor y más acertado destruir sin pagar la hacienda de un solo
hombre, consumidla. Yo clamaré a los dioses, [...] por si Zeus de algún
modo me concede que vuestras obras sean castigadas [...].” (I, 375-9)
Estas palabras y estas nuevas formas de dirigirse a los otros son
novedosas; ahora bien, no todo ello es producto de la intervención de la
diosa Atenea. En el comienzo del canto II, vemos que Atenea derrama
una “gracia divina” sobre Telémaco, debido a la cual, todos los
miembros de la Asamblea comienzan a admirarlo. Pero será después del
discurso del anciano Egiptio cuando Telémaco sentirá “un deseo
repentino de hablar” (v. 36). Allí el joven explicará las razones de la
reunión, y sus males, que giran en torno a dos hechos: la ausencia de
Odiseo, y las molestias que causan los pretendientes a Penélope y dentro
de la hacienda.
1
Antínoo se burlará de los sentimientos de ira de Telémaco, recordándole que él antes
participaba del banquete junto a todos los pretendientes. (II, 302-306)
18
Si bien el hecho de pronunciar su discurso delante de los hombres
más notables de Ítaca es muestra de creciente valor en nuestro personaje
(recordemos que esto fue aconsejado por Atenea), la forma de su
discurso en sí mismo, sus palabras, reflejan todavía al tierno hijo de
Odiseo, ese joven temeroso que encontramos en las primeras páginas de
la Odisea. En dicho discurso encontramos frases como: “así que se están
perdiendo muchos bienes, pues no hay un hombre como Odiseo que
arroje esta maldición de mi casa” (v. 58-60), que denotan la
vulnerabilidad en que se encuentra el joven, porque otra vez cree que
sería imposible contrarrestar esa situación por sus propios medios,
haciéndose necesaria la presencia del que sí podría. El miedo llega a tal
punto que Telémaco cree que nunca existirá el día en que su valentía se
iguale con la de su padre: “Yo todavía no soy para arrojarla [la
maldición], pero ¡seguro que más adelante voy a ser débil y
desconocedor del valor!” (II, 60-1)1
El hijo de Odiseo acaba sus palabras arrojando el cetro en un
“repentino estallido de lágrimas” (v. 80), dejando en evidencia la
desesperación que siente por no recibir ayuda de nadie. Podríamos creer
que está fingiendo, tal como hizo en el Canto I, cuando les dice a los
pretendientes que el huésped con el que hablaba era Mentes, al tiempo
que sentía en su interior que se trataba de Atenea (v. 417-421), pero no
se muestra vulnerable delante de los pretendientes únicamente, pues
luego le dirá a Atenea que aquellos con sus reproches están retrasando su
viaje. Sólo la diosa lo animará a continuar con tal empresa, lo que le dará
nuevamente ánimo para defenderse de las palabras malintencionadas de
los que están consumiendo la hacienda de Odiseo.
1
Menos forzada nos parece la traducción que ofrece la edición de Gredos: “yo no
puedo a mi edad, pero luego ¿seguirá mi desgracias? ¿Jamás llegaré a hacerme fuerte?”
19
“El protagonista de una obra es quien lleva encima la voluntad de
cambio, quien posee la voluntad de cambio. Quien posee la voluntad de
cambio, claramente, en la Odisea, es Telémaco, es ese hijo, es ese
adolescente que un día dice: ‘¡Esto tiene que cambiar!... Mi vieja está
rodeada de un montón de pretendientes que nos van a arruinar la vida,
mi padre vive y yo voy a salir a buscarlo’, ‘–No, tu padre murió’, ‘Mi
padre vive y yo voy a salir a buscarlo.’ ” (Kartun, 2015)
1
Si bien tratamos el rol de Atenea en la obra, no podríamos –por exceder los
propósitos de este trabajo– indagar si el accionar de los dioses en estos poemas es
creencia literal o mera metáfora poética. Sin embargo, consideramos oportuno señalar
las apreciaciones de Finley: “Lo que creamos nosotros de tales asuntos resulta
improcedente y engañoso”. No obstante, descarta las ideas de la crítica que justifica
esos hechos como cuestiones artísticas: “(tales ideas) destruyen los poemas. El relato
mismo se desploma sin las intervenciones de los dioses, así como la psicología y la
conducta de los héroes” (Finley, 2010, p. 160).
20
Y no debemos dudar del valor de Telémaco, ni de su origen. Ya
hemos visto algunas de las cualidades de Odiseo, y eso nos hace suponer
que debajo del indeciso joven se esconde un guerrero valiente e
inteligente como su padre 1. Kitto hace referencia a Aquiles, el héroe de
la Ilíada, para afirmar que su valor y su grandeza no disminuyen por la
ayuda de Atenea: “los dioses no favorecen así a los hombres
insignificantes, y aquel a quien ayudan está por encima de la vulgaridad”
(2004, p.63). Así lo sostiene Atenea, pues sabe quién es él, y sabe que su
ayuda no es inútil: “No serás en adelante cobarde ni estúpido si has
heredado el noble corazón de tu padre […] Por esto, tu viaje no va a ser
infructuoso ni baldío” (II, 270-72).
Bien, ¿por qué Atenea aconseja a Telémaco, exhortándolo a
viajar a Pilos y Esparta? Desde el principio de la Odisea observamos que
los dioses han resuelto que Odiseo regrese a su tierra. ¿Qué sentido
tendría tal viaje? La diosa quiere resignificar la figura de Telémaco,
quien es tenido por cobarde, como vimos, por los pretendientes, por su
madre (de alguna forma u otra) e incluso por él mismo, quien considera
que nunca podría actuar de la forma en que lo hizo Orestes, vengador de
su padre, pues “los dioses no han tejido para mí tal dicha; ni para mi
padre, ni para mí. Y ahora no hay más remedio que aguantar” (III, 207-
9). Telémaco necesita un acontecimiento, un hecho real, para que quede
en evidencia su creciente valentía. La diosa podría convertirlo en héroe
fácilmente, pero quiere que sea el propio hijo de Odiseo el que trabaje
para lograr tal condición: sabe que puede lograrlo.
1
Telémaco y Odiseo no constituyen el único caso, pues Penélope es portadora de una
astucia incomparable respecto de otras mujeres. El artilugio de la tela para evitar a los
pretendientes (II, 85-110) es prueba de ello.
21
Además, sólo de esta forma el valor infundido por la diosa se
instalará definitivamente en Telémaco, y no sólo eso, sino que incluso se
acrecentará. ¿Por qué otra razón los pretendientes querrían matarlo?
Hasta antes de realizar el viaje, los jóvenes se burlaban de Telémaco,
calificándolo de “fanfarrón” y “arrogante”, sólo por tener valor para
exponer su situación ante la asamblea, pero nunca constituyó un
problema real para ellos. Todo es burla cuando el joven manifiesta su
idea de realizarlo: “Aunque sentado por mucho tiempo, creo yo,
escuchará las noticias en Ítaca y jamás llevará a cabo tal viaje” (II, 255-
6), dice uno de los pretendientes, colocándolo casi en el lugar de la
sufrida Penélope (quien como mujer, no constituye una figura guerrera:
no sale a buscar noticias de Odiseo, sino que espera pacientemente a que
alguien se acerque al palacio a decirle lo que sabe).
22
Podemos ver que el plan de Atenea fue cumplido: en primer
lugar, el joven adquirió valor para dirigirse a algunos nobles, como
Néstor o Menelao: esta prudencia es un aspecto de la areté, referido a la
parte intelectual. Además, la realización del viaje ha servido para que el
joven obtuviera fama de valiente. Pero ya Atenea regresa al Olimpo, y a
Telémaco le corresponde afrontar la vida iniciado en un camino que lo
conducirá al desarrollo pleno de sus cualidades.
1
Recordemos que este tipo de sensibilidad también forma parte de la areté de un
hombre (Kitto, 2010, p. 198).
23
Es el hijo quien sugiere al padre (y no al revés), y lo hace con un
tono que garantiza el valor de su persona: “Padre, creo que de verdad vas
a conocer mi coraje –y enseguida–, pues no es precisamente la
irreflexión lo que me domina” (v. 308-10). Otro ejemplo que denota
cambio es la manera en que enfrenta a Antínoo, cuando éste reprende al
porquero Eumeo de haber llevado un mendigo (Odiseo encubierto por
Atenea) al palacio. Telémaco le recomienda al porquero que evite hablar
con el pretendiente, pues “Antínoo acostumbra a provocar
continuamente con palabras duras e incluso incita a los demás” (XVII, v.
394-6), pero no sólo se refiere a él de mala forma, pues es capaz de
ordenarle que le done algo al mendigo (v. 401) e incluso de injuriarlo en
su propia cara: “[...] prefieres comer tú a destajo antes que dárselo a
otro” (v. 404-5). Cuando el pretendiente intenta herir al mendigo,
Telémaco se contiene (debido a una petición de su padre), pero ya no
llora, sino que medita “secretos males” (v. 491).
Estas actitudes, que ya no dependen directamente de Atenea, se
combinan con otras que ponen de manifiesto nuevos valores, como la
astucia, la cualidad más destacada en Odiseo (Jaeger, 1962, p.22).
Cuando Penélope lo reprende por haber permitido que el mendigo fuera
maltratado, el hijo de Odiseo advierte seriamente: “Madre mía, no te
irrites conmigo, que pienso en mi interior y sé muy bien cada cosa, lo
bueno y lo malo, aunque hasta ahora he sido todavía un niño” (v. 227-
29), sin embargo aprovecha la circunstancia para fingirse débil y de poco
valor: “Pero no puedo pensar en todo con discreción, pues me asustan
estos que se sientan a mi lado maquinando maldades y yo no tengo quién
me ayude” (v. 230-2). Lo mismo sucede en el certamen del arco: al
tiempo que refuerza su poder delante de su madre (otorgándole el arco al
mendigo y a pesar de los pretendientes), finge debilidad física,
haciéndoles creer a los nobles que no tiene la fuerza suficiente como
para extender el arco de su padre. He aquí un nuevo indicio del
desarrollo de su areté; esta vez en el aspecto físico, pues sabemos que,
aparte de Odiseo, Telémaco es el único capaz de realizar la hazaña
(Vidal-Naquet, 2006, p. 75). Como ejemplo de astucia, cabe señalar por
último el discurso lastimero que despliega ante los pretendientes: “¡Ojalá
fuera tan superior en manos y vigor a cuantos pretendientes están en mi
casa! Pronto despediría de mi palacio a alguno para que se marchara
vergonzosamente, pues maquinan maldades” (XXI, 372-5). Con él logra
despertar la risa y el abandono de la cólera por parte de los nobles.
Esta astucia contribuye al dramático final en que Odiseo,
Telémaco, Eumeo y el boyero matan a todos los pretendientes. La escena
privilegia el accionar de Odiseo, quien mata con apariencia de mendigo
a Antínoo, y luego continúa con los otros. No obstante, en la narración
se focaliza el momento exacto donde Telémaco se cobra su primera
víctima, protegiendo a su padre del peligro inmediato:
24
“Anfínomo se fue derecho contra el ilustre Odiseo y sacó la
aguda espada por si podía arrojarlo de la puerta, pero se le adelantó
Telémaco y le clavó por detrás la lanza de bronce entre los hombros y le
atravesó el pecho. Cayó con estrépito y dio de bruces en el suelo.
Telémaco se retiró y dejó su lanza de larga sombra allí, en Anfínomo,
por temor a que alguno de los aqueos le clavara la espada mientras él
arrancaba la lanza de larga sombra o lo hiriera mientras estaba agachado
[…].” (XXII. 89-99)
25
Si no lo supiera, el héroe Odiseo no le diría a su hijo en el
momento del combate final un consejo que le servirá para el futuro: “no
deshonres el linaje de tus padres, los que hemos sobresalido por toda la
tierra hasta ahora en vigor y hombría” (XXIV, 507-9). Y el anciano
Laertes se encuentra feliz de que su linaje permanezca con sus mismos
valores, pues lo confirma la promesa final de Telémaco: “Verás si así lo
desea tu ánimo, querido padre, que no voy a avergonzar tu linaje, como
dices” (v. 511-2).
Palabras finales
26
No podemos negar la intervención de la diosa Atenea respecto de
todos los acontecimientos que rodean a Telémaco, pero tampoco
podemos reducir el accionar del hijo de Odiseo a meras intervenciones
divinas. Atenea es la iniciativa y Telémaco la disposición, la puesta en
marcha de los consejos de la diosa. Posiblemente, sin la decisión de los
dioses, Telémaco continuaría viviendo como un joven asediado por un
grupo de nobles insolentes. La instigación de Atenea es sumamente
necesaria, pero no suficiente: es importante reconocer el valor que
Telémaco tiene como guerrero, su areté latente, que Atenea despierta.
Solo después de este despertar podremos ver que Odiseo no está solo: lo
preceden hombres ilustres como su padre, y lo sucederán hombres
ilustres como su hijo.
ADRIANA ÁLVAREZ
Bibliografía
Atienza, A.: “Las apariencias engañan: cambio y metamorfosis en la Odisea”,
en Revista Circe de clásicos y modernos. Versión on-line, nº 13, Santa Rosa,
enero-diciembre 2009.
Finley, M. I. [1954]: El mundo de Odiseo. México: Fondo de Cultura
económica, 1978.
Homero: Odisea. Madrid: Cátedra, 2005.
Homero: Odisea. Madrid: Gredos, 2006.
Jaeger, W.: “Nobleza y areté”, en: Paideia: Los ideales de la cultura griega.
México: Fondo de Cultura Económica, 1962.
Kartun, M. (2015): “Telémaco y la transformación en la Odisea”. Buenos
Aires: Plan “Escuelas de Innovación” (Programa Conectar Igualdad).
Disponible en: <https://www.youtube.com/watch?v=8Ypp1b_iLZk > [Última
consulta: 25-03-2017].
Kitto, H.D.F. [1951]: Los griegos. Buenos Aires: Eudeba, 2004.
Vidal-Naquet, P.: El mundo de Homero. 2da Edición. Buenos Aires: Fondo de
Cultura Económica, 2006.
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EJERCICIO DE ETIMOLOGÍAS
FEDERICO CAIVANO
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3) Mi novia, que estudia ciencias ambientales, convive con el griego a
diario y encuentra en la etimología una ayuda especial a la hora de
recordar el significado de ciertas palabras. Por ejemplo, las flores pueden
clasificarse como zigomorfas o actinomorfas (según tengan simetría
axial, como el yugo -ζυγόν-, o radial -ἀκτίς-, como los rayos de una
rueda). Incluso conceptos impactantes a simple vista, como el de “índice
criokindinoscópico”, se achican cuando recordamos la criogenia de la
ciencia-ficción y el pasaje del Fedón de Platón acerca de la fe en la vida
después de la muerte (καλὸς γὰρ ὁ κίνδυνος, ‘pues el riesgo es bello’);
simplemente se trata de la medición del riesgo por heladas.
FEDERICO CAIVANO
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NARCISO Y AFRODITA
MALENA MANZIONE1
1
La autora es alumna de cuarto año del Colegio Santo Tomás de Aquino, Ciudad de
Buenos Aires. Su profesora, Florencia Bailo, nos alcanza amablemente este interesante
escrito literario, que muestra cuánto agrada a los jóvenes el mundo de los mitos. Una
rara ironía, Malena es nieta de Homero Manzi (apellidado en realidad Manzione),
santiagueño y, junto con Homero Expósito, uno de los Homeros del tango. [R.L.]
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−¡No es para tanto! Yo soy más… ¡Oh! ¡bellísima!
−¿Cómo dices? − Entonces Eros siguió la mirada de Narciso
hasta posarse en la más bella del grupo, pero cundo Eros se percató de
quién era le dijo a Narciso:
− ¡No, Narciso! ¡No ella! Ningún hombre jamás la pudo
conquistar. Ni mis flechas hacen efecto en ella. Aunque sí me alegro de
que sientas algo por alguien finalmente. Pero tienes que buscarte otra;
Afrodita es imposible de conquistar.
− Siempre hay una primera vez para todo.
Acto seguido, Narciso comenzó a correr hasta llegar al lado de
Afrodita y le dijo:
−¿Sabes? He estado escuchando que ningún hombre ha sido
capaz de conquistarte jamás. ¿Es cierto eso?
−Puede ser tan cierto como tan falso. – Le contestó Afrodita.
− ¿Crees que yo pueda ser el primero en lograrlo?
− Lo dudo mucho… Narciso.
− Dudas mucho de mis habilidades… Afrodita
− ¿Cómo sabes mi nombre?
− ¿Tú cómo sabes mi nombre?
− A decir verdad, eres muy famoso entre mis amigas. – Le
respondió Afrodita.
− ¿Cuáles amigas?
− Seguro te acuerdas de Eco, ¿no?
Al escuchar eso, Narciso miró con miedo por encima del hombro
de Afrodita y le dijo:
−Pero, ¿ella no había sido convertida en piedra?
− Al igual que tú y todos los transformados fue convertida en
humana por Zeus. No creas que él tiene favoritismo por ti ni nada
menos.
− Hablando de Zeus. ¿Sabes tú por qué nos volvió a todos a
nuestro estado original?
−Es que el bosque estaba ya muy despoblado. Por eso, además de
convertirnos, nadie puede transformarse otra vez. – Luego hubo un largo
silencio y le dijo:
− Entonces, ahora que ya quedó claro todo el panorama, debo
correr, se me hace muy tarde.
− ¡Por favor, no te vayas! – Agarró con fuerza su muñeca, pero
ella se soltó y corrió hacia los interiores del bosque. Y Narciso comenzó
a correr tras ella.
Eros discutía con Atenea, la diosa de la inteligencia, sobre qué
uso se debía dar a las flechas. Pero, al ver la situación en la que se
encontraba su amigo, se disculpó con Atenea y lo persiguió gritando:
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− ¡Narciso! ¿Qué haces? ¡Vuelve aquí! – Entonces Narciso se
detuvo un momento y le dijo:
−Lo que me dijiste que hiciera. Encontrar al amor de mi vida.
− No. Yo te dije que lo podías encontrar, pero no siempre iba a
ser correspondido. No debes perseguirla: y menos, si la terminas dejando
de lado como con todas las mujeres.
− No, querido Eros. Esto es diferente, yo a ella la amo. – Y, sin
decir ni escuchar más nada, siguió corriendo en la misma dirección en la
que había corrido Afrodita.
Pero para cuando la encontró, era demasiado tarde. Ella se
encontraba en los brazos del Rey Midas, convertida en oro. Entonces
Narciso gritó y rompió en llanto con su amada en brazos, mientras el
Rey Midas se disculpaba profundamente sobre su acción involuntaria y
accidental:
−Discúlpeme joven. Ella estaba corriendo, se tropezó e
inevitablemente la quise ayudar, pero no me percaté de mi maldito don.
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MARCO AURELIO EN UN POEMA DE MARASSO
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NOTAS VARIAS
Arriba ves, querido lector, mi pobre foto. Bien, “tres cosas hay en
la vida”, decía la canción. Aquí también, pues tenemos: la guarda griega,
el nombre Olimpo, de la morada de los dioses, y unos yelmos. Una
alumna, Valentina, señala mi omisión: sobre la M de Olimpo hay
dibujado un pequeño Partenón. Sean entonces cuatro. Mi té en Olimpo
fue como estar en una isla, en este mar citadino.
R.L.
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Una fácil latinización
Hoy se usa mucho la palabra emoticones. La Real Academia solo
trae emoticono. Pero me interesa la explicación etimológica, de dos
raíces. En efecto una es latina, la de ‘emoción’; la otra, griega, icon
(eἰκών). ¿Cómo puedo yo, modesto cultor del latín vivo, decir eso? Muy
fácil: emoticon,onis f. Quiere decir que la forma que yo escucho, al
menos en estas tierras, es un poco más parecida al helenismo latino
icon,onis f.
R.L.
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Yo, en lugar de considerarlo un phármakon, lo considero un
verdadero thesaurós, extraído de unas catacumbas romanas auspiciadas
por Marco Tulio Cicerón, por apenas 10 euros.
FEDERICO CAIVANO
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