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1) CATEGORIA ECONOMICA.

CATEGORÍAS ECONÓMICAS: expresión teórica de las relaciones sociales y de


producción que existen realmente entre los hombres. La misión de la ciencia económica
consiste en descubrir, tras la apariencia externa de los fenómenos económicos por medio
del análisis teórico la esencia de las relaciones de producción dadas y hacer abstracción de
los elementos secundarios. Resultado de semejante análisis son las categorías económicas
(por ejemplo: la mercancía, el valor, el dinero, el capital, la plusvalía, la ganancia, el precio
de costo, los fondos de producción, etc.). La separación de las categorías económicas
contribuye al conocimiento de las leyes económicas, facilita la generalización de los
fenómenos de la vida económica. Las categorías económicas poseen carácter histórico,
pues reflejan el proceso de nacimiento y desarrollo de la formación económico—social
dada. Se desarrollan a la par de las relaciones de producción por ellas expresadas. A cada
modo de producción le son inherentes categorías propias. “Los hombres, que producen las
relaciones sociales con arreglo a su producción material, crean también las ideas, las
categorías, es decir, las expresiones ideales abstractas de esas mismas relaciones. Por lo
tanto estas ideas y categorías son tan poco eternas como las relaciones a que sirven de
expresión. Son productos históricos y transitorios” (C. Marx). Así, pues, con el
hundimiento del capitalismo desaparece la categoría de plusvalía; al surgir las relaciones
socialistas de producción aparece la categoría de acumulación socialista. Algunas
categorías, como por ejemplo la de mercancía, valor, cambio y dinero son inherentes a
distintos modos de producción. Sin embargo, su contenido cambia en dependencia de las
relaciones de producción que estas categorías expresan. De este modo, al pasar de un modo
de producción a otro, las viejas categorías adquieren un nuevo contenido. El dinero, por
ejemplo, expresa relaciones de producción de la economía mercantil en general, pero en el
modo capitalista de producción se convierte en capital, con lo que expresa las relaciones de
explotación del trabajo por el capital. Las categorías económicas propias de un modo dado
de producción, se hallan relacionadas entre sí, se presuponen y se condicionan
recíprocamente. Esta interdependencia de las categorías económicas refleja la conexión
recíproca que existe, en tal o cual modo de producción, entre los distintos aspectos de las
relaciones de producción. Tras la apariencia externa de los fenómenos, las categorías
económicas encierran el verdadero contenido de las relaciones sociales entre los hombres
en el proceso de producción, distribución y consumo de los bienes materiales.

2) MODELO PRODUCTIVO A NIVEL MUNDIAL:

El cambio de modelo productivo es hoy un objetivo compartido por casi todos los países de
la comunidad internacional. Se suele hablar de él cargado de connotaciones ideales, casi
como sí fuera una referencia-meta, algo que encarna y sustituye al "progreso".

Recuerda a los debates de los años 70 sobre el desarrollo económico planteado como una
meta única que significaba dejar atrás el subdesarrollo. Entonces la economía crítica se
encargó de demostrar que, en el capitalismo, "el subdesarrollo no era la etapa previa al
desarrollo", que la mayoría de los países estarían siempre encerrados en los círculos
viciosos de la dependencia, que las relaciones centro/periferia imponen un corsé que
reproduce desigualdades, que el control sobre los flujos financieros internacionales y las
relaciones de poder son las que determinan los éxitos económicos, que las crisis tienen
como función desplazar hacia la periferia sus peores consecuencias y los auges retener en el
centro las mejores opciones.

Pareciera también que, dentro de cada país, el cambio de modelo productivo fuera un
objetivo neutro con una meta única y un camino técnico, en el que las ideologías y los
intereses no influyeran o en el que el consenso social fuera evidente. Pareciera también que
una producción de mayor calidad y el desarrollo de sectores intensivos en I+D+i lleve
aparejado automáticamente el progreso social, una mejora del nivel de vida y una idea
revalorizada del trabajo. Nada más erróneo. Entre otras cosas porque los sectores intensivos
en tecnología no lo son en trabajo y lo que hoy se necesita es integrar la modernización
productiva con la creación de empleo que es nuestra principal tragedia. Y porqueel mejor
incremento de productividad surgirá, simplemente, de convertir en ocupado y
productivo lo que hoy está desocupado e improductivo.

La realidad es que hay que afrontar el modelo productivo como parte de un nuevo modelo
social y que son los equilibrios y las hegemonías políticas las que determinarán las
jerarquías de las metas, quienes consiguen ventajas, de qué modo, en qué medida y a
costa de quién se consiguen.

Las siguientes líneas apuntan algunas reflexiones que ofrecenotra mirada sobre lo que
significa hoy afrontar el tránsito hacia un nuevo modelo productivo. Son referencias
que uno sabe que están en el fondo de todo pero de las que no se suele hablar, pero que hoy
considero imprescindibles para construir un discurso alternativo que evite que ese objetivo
se convierta en una retórica vacía, un lugar común.

La nueva división internacional del trabajo y los modelos productivos.

Mientras el capitalismo se había caracterizado hasta los años 80 del siglo pasado por la
concentración territorial de recursos en los países desarrollados, la globalización y el
neoliberalismo ha trastocado ese paradigma al dar libertad absoluta al movimiento de
capitales.

Desde ese momento, la defensa de nuevos modelos productivosbasados en la innovación y


en un trabajo más cualificadose ha convertido en un relato común para cualquier país del
mundo. La receta compartida es que “hay que estar más preparados y ser más flexibles para
ganar competitividad y competir en el exterior con productos de alto valor añadido”.
Todos pueden aspirar a ese objetivo a condición de que atraigan la compañía
transnacional adecuada para que tome posición en los sectores en los que cada país
tiene una preeminencia relativa. Al ser los agentes que mejor detectan las ventajas
comparativas de cada territorio (fiscalidad, salarios, cercanía a grandes mercados,
integración en bloques regionales, recursos naturales), se convierten en determinantes en la
configuración de los deseados nuevos modelos productivos y en el posicionamiento
internacional de los países, su actividad y el grado de especialización.

El reconocimiento de este papel parte de la evidencia de queexiste una conexión


indiscutible entre las grandes transnacionales y el desarrollo de los flujos del
Comercio Internacional o los de la Inversión Exterior Directa (IED). Hasta finales del
siglo pasado UNCTAD informaba sobre una conexión que merece la pena recordar:

 De un lado, a las grandes corporaciones se las reconocía una aportacion determinante en


los flujos de IED, inversión exterior directa: el 55% de la generada en Alemania y
Francia, el 65% de la originada en EEUU, Reino Unido o Canadá y el 75% de la
procedente de los países nórdicos (Suecia, Noruega, Finlandia) partía de sus 50
principales transnacionales.
 Los datos referidos al comercio internacional eran igualmente impactantes: más de dos
tercios del comercio mundial se reconocían como intercambios entre empresas
transnacionales. Y no solo eso: la mitad de los intercambios internacionales eran
intraempresa, es decir, transferencias internas entre sucursales de los mismos grupos
empresariales.
Empresas norteamericanas o suecas, coreanas o brasileñas, de capital público o privado,
sociedades anónimas o cooperativas (incluida Mondragón) iniciaron el mismo camino. Hoy
forman parte de un paradigma económico que, parece asumir, implícita o explícitamente,
que hay que facilitar la mejor integración en las grandes redes corporativas porque es la que
define qué exporta, qué importa y qué produce cada país. Y, en última instancia, su
posición en el mundo.

La identificación casposa de la Marca España con “nuestras” transnacionales es solo un


ejemplo. Pero no es el único: ese consenso incorpora a buena parte de la izquierda. El autor
del concepto de Socialismo del siglo XXI que identificó a Chávez y a Venezuela, y luego
muy crítico con su modelo ineficiente, el sociólogo altermundista alemán, Heinz Dieterich
Steffan, investigador de la Universidad Autónoma de México, UAM, se refería así a la
necesidad de disponer de empresas transnacionales propias:
Algunos quieren “desplazarse económicamente, pero con un vehículo sin máquina ni
energía. La función de las corporaciones transnacionales en la aldea global es tan evidente
como lo fue en su tiempo la función de los galeones españoles. Eran los vehículos que
permitían acceder al “plus producto” mundial. Quién no disponía de esos vehículos, estaba
separado del surplus mundial y, por lo tanto, tenía que vivir en la miseria y la
dependencia”.

Sólo tres caminos para un cambio de modelo

Ese consenso reflejan, por tanto, una verdad económica indiscutible, que las concede un
papel de actores imprescindibles comparables o predominantes incluso sobre el que se
concede a los propios estados.
Por ello, sin más dilación, conviene abordar los que considero los tres caminos posibles:

 El primero exige un poder político capaz de obtener recursos fiscales suficientes para la
financiación de políticas públicas directas. Requiere no solo voluntad política sino una
sólida hegemonía progresista capaz de impulsar un gran consenso social y un esfuerzo
continuado durante muchos años y con muchos recursos. Descansa en la convicción que
el impulso de la competitividad de las PYMES es esencial para la actividad productiva y,
por eso, requiere un papel activo del Estado y políticas públicas sectoriales activas.
 El segundo, implica el desarrollo de un modelo auto centrado capaz de desarrollar
empresas transnacionales propias que tengan peso específico en sectores con recorrido en
su propia cadena de valor. Su desarrollo requiere un proceso de acumulación previo muy
intenso, capaz de generar recursos financieros y un consenso nacional que fomente elites
empresariales ambiciosas y músculo empresarial exterior, objetivo al que deben
sacrificarse otros como la transparencia, la competencia y, al menos en alguna medida, los
equilibrios sociales internos.
 El tercero, requiere subordinarse a las demandas del mercado de capitales y a las pautas
de captación de asentamientos de transnacionales ajenas con la confianza que traigan
consigo un mestizaje con las élites locales. Significa ante todo, una fuerza de trabajo lo
más barata posible, capacitada y no conflictiva, exenciones fiscales y seguridad jurídica
para no perjudicar los derechos del inversor.
Esos vías o carriles implican prioridades políticas y sociales distintas. El primero, es la
opción progresista: aspira a construir competitividad y valor añadido desde los equilibrios
internos entre lo público/privado y entre capital/trabajo y a hacer compatible la
competitividad con el progreso social y la mejora de la calidad de vida de los
ciudadanos. Es un camino contracorriente que revaloriza el papel del Estado para vencer las
resistencias de lobbies poderosos y requiere democratizar los modelos económicos. No
reniega de las grandes transnacionales pero las pide una apuesta clara y a medio plazo, sin
privilegios fiscales.

A ese camino le faltan referentes actualizados y necesita superar obstáculos de todo tipo.
No es el menor la crisis financiera de las cuentas públicas, inducida pero real, ni la
debilidad política y social del mundo del trabajo, colocado a la defensiva tanto por las
condiciones de dispersión y precariedad en las que se desarrolla como en los aspectos
ideológicos.

El segundo camino, prioriza lo privado sobre lo público pero también las soluciones
patrocinadas por empresas nacionales respecto a las foráneas y las habilidades de las élites
nacionales representadas por los directivos, respecto a la aportación colectiva del trabajo. El
Estado está presente pero en un papel subsidiario y de apoyo a los intereses y programas
avalados por las grandes corporaciones dinamizadoras de la presencia exterior.

El tercero, la opción más conservadora, acepta un rol dependiente y especializado, en el que


las élites nacionales se subordinan al capital extranjero al que someten toda la política
económica. El Estado actúa de gendarme para garantizar un orden estable, poco peso de la
negociación colectiva y “recursos humanos” formados.

Por supuesto, caben posiciones intermedias mezcla de uno y otro. De alguna forma,
significan alianzas entre clases sociales, proyectos autónomos o compartidos, que son el
resultado de la madurez y posibilidades de unos y otros, de las dimensiones y fuerza
política y social, del sometimiento de unos principios a otros. Pero también de la
inteligencia de los programas de unos y otros. En mi opinión, esta cuestión está en el fondo,
es el debate esencial para el cambio de modelo productivo.

Algunas referencias. Modelos productivos y retorno social

Es obvio que el primer camino es el menos transitado. Hacia él intenta dirigirse hoy
Ecuador, ejemplo de un país pequeño que, después de sufrir toda clase de tropelías y abusos
en nombre de la modernidad neoliberal, ha encontrado en la figura del presidente Correa un
proyecto político solvente apoyado por amplias mayorías sociales. Seguiremos su recorrido.
En el otro extremo, está representado por China, un capitalismo de Estado con retórica
social/nacionalista, que gobierna sobre el 20% de la población mundial, cuya autonomía
sobre “los mercados” le permite ser referencia, en muchas parcelas, a los llamados BRIC
(Brasil, Rusia, India, China).

El desarrollado por Finlandia en los 80 podemos considerarlo un camino mixto entre las
dos opciones primeras pero sirve, también, para que lo tomamos como referencia para
comprender el tamaño del reto: consumió una década y alrededor del 50% del PIB en
recursos acumulados en innovación y formación, en buena medida públicos, para pasar de
una economía primaria basada en la pasta de papel a otra basada en las nuevas tecnologías
de la información. Su desarrollo giró en gran medida alrededor de la empresa Nokia. Su
desnacionalización reciente vía venta a la norteamericana Microsoft, es, sin embargo, un
buen ejemplo alos limites a la autonomía y dependencias en una economía globalizada.

En general, los grandes países denominados BRIC representan una síntesis entre la segunda
y la tercera vía, con la particularidad de que el tamaño de su mercado interior ha sido un
factor suficiente para generar potentes grupos "nacionales" en diferentes sectores y les
permite negociar alianzas en condiciones favorables con grupos extranjeros.

Su capacidad para producir productos y servicios avanzados se puede apreciar haciendo un


repaso a las más diversas industrias desde automóviles a trenes de alta velocidad, desde
software a terminales tecnológicos o a nuevas energías y materiales. Es así, entre otras
cosas, porque, desde 2004, la mayoría de las transnacionales que más invierten en I+D de
todo el mundo han utilizado China, la India u otros países emergentes para desarrollar sus
programas.

Sus modelos productivos se caracterizan por una explotación intensiva del trabajo, eso es
cierto, pero con un trabajo de creciente cualificación, con ingenieros y científicos
dispuestos a trabajar 50 horas a la semana con salarios ínfimos, a los que, por cierto, nos
acercamos rápidamente. La creciente salida de capitales desde China a Bangladesh o
Birmania, indica que nadie está a salvo de un proceso de deslocalización y que aún en los
modelos más dependientes, pueden encontrarse países capacitados para elaborar bienes y
servicios de medio/alto valor y no solo productos de baja gama.

El balance de estas experiencias permite a la globalización y a sus actores principales, las


transnacionales y la tecnoestructura del poder global, presentarse como generadora de
bienestar social global. Las dificultades de Occidente, presentado como obsoleto y caduco,
se compensan con las facilidades del mundo emergente en donde 1000 millones de
personas han salido del nivel de subsistencia. Pero en conjunto, el modelo económico y
social se consolida. La financiarización y la mercantilización de todo lo que significa bien
común se convierte en norma, mientras lo que servía de contrapeso social se debilita.

España, de un modelo dependiente a otro más autónomo y autocentrado

Volvemos a Occidente. También España es, en mi opinión, un alumno aventajado de la


segunda vía. O mejor, del tránsito relativamente exitoso del tercer carril, símbolo de un
desarrollo dependiente de la entrada constante de capital extranjero, al segundo, símbolo de
un desarrollo más autocentrado con los rasgos que luego analizo.

En nuestro caso, las burbujas financiero/inmobiliarias han sido un factor determinante de la


configuración de nuestro capitalismo y nuestras actuales estructuras productivas. Los
millones de operaciones de venta masiva de suelo en nuestras costas y en la periferia y en el
subsuelo de nuestras ciudades han alimentado durante 25 años una acumulación originaria
de capital (probablemente muy superior al 50% del PIB) imprescindible desde la lógica
capitalista para impulsar el tamaño de nuestro sistema financiero y el desarrollo de nuestras
grandes corporaciones y su expansión internacional.

Las plusvalías inmobiliarias han sido la contrapartida a lapérdida de un recurso único


agotado para siempre, (la venta de nuestro suelo y subsuelo urbano, nuestra costa) pero que
alimentó un sistema financiero hipertrofiado capaz de financiar el asentamiento y la
expansión global de núcleos duros de poder "nacionales" que se asentaron en las empresas
privatizadas. Nuestra singularidad se ha cimentado en una renta de situación con dos
ventajas conocidas, nuestra pertenencia a la UE y la identidad cultural y lingúistica con la
mayor parte de Latinoamérica, que han multiplicado la posibilidad de que nuestras
incipientes transnacionales ganaran músculo.

Para entender lo que ello ha significado merece la pena repasar el cambio radical de los
flujos de inversión exterior producido en los 25 años transcurridos desde 1980 hasta 2006,
poco antes de la crisis. España participó en ese cuarto de siglo de flujos de inversión
exterior, IED, con un saldo casi equilibrado, con un neto positivo de sólo el 0,7% del PIB,
pero ese saldo fue el resultado de unas entradas de capital equivalentes, en promedio anual,
al 6.9% el PIB y unas salidas del 6.2% del PIB. Lo importante, sin embargo, es su
comportamiento temporal, opuesto en su signo y paradójicamente simétrico. La mayor
parte de las entradas se localizaron entre 1980 y 1998, periodo en el que España recibió
anualmente alrededor de un 6% en términos netos por IED (casi 50 mil millones de euros)
mientras las salidas se localizaron entre 1999 y el 2006, en los que invirtió una cifra neta
relativa similar, un 6% también, (casi 60 mil millones de euros).

Esa operación refleja un consenso nacional implícito, en clave PSOE/PP. En el primer


periodo, 1980-98, gobernado esencialmente por el PSOE, se facilita la entrada de capital
extranjero mientras se inicia una operación de privatización y musculación de nuestras
corporacionesaunque reservándose un cierto control público de estas. El segundo, periodo,
gobernado por el PP, se acelera y culmina el proceso, expulsando al Estado de sus
posiciones de control y patrocinando una elite empresarial cercana al poder. Lo que era una
posición relativamente tibia en el PSOE se convierte en discurso explícito: recuerdo una
intervención en 2001 de Rodrigo Rato, superministro de Aznar, en la que decía que no le
importaba sacrificar la competencia en el mercado interior español (en energía,
telecomunicaciones, banca, construcción... ) si con ello "nuestras empresas" ganaban
tamaño.

Conviene repasar y revisar ese proceso por cuanto de su valoración dependerá el


aprendizaje hacia el futuro. Ese consenso implícito y las plusvalías financieras conseguidas
en la venta de suelo, permitió a España un salto cualitativo en la proyección y
especialización internacional. La hegemonía del proceso acabó fortaleciendo una élite
empresarial “nacional”, pero asimilada a otras tantas equivalentes, perfectamente insertada
en los circuitos financieros globales, dispuesta a acercarse o alejarse de los “intereses
patrios” siempre que les convenga.

Con todo, ¿significa ese paso “un cambio de modelo productivo” o, al menos, un paso
adecuado en la dirección adecuada? ¿Por qué no? ¿Por qué sí?

Transnacionales y sector servicios: nueva especialización, ¿nuevo modelo?

En ese periodo España profundizó en su condición de “una economía de servicios”, pero


empezó a ser considerada, por su presencia creciente en Iberoamérica, como candidata a un
liderazgo en una nueva especialización: la gestión internacional de servicios públicos o
utilities. O mejor aún y de forma más precisa y amplia, candidata a liderar la gestión de
servicios "no comerciables" que son, según lo define la Contabilidad Nacional, aquellos
que se prestan in situ y no pueden ser exportados desde un país ajeno: telecomunicaciones,
electricidad, sistema financiero (seguros y algunos de banca), correos, aguas,
infraestructuras y energía (gas y electricidad).

¿Qué significa esa especialización? Pues en primer lugar que, por su condición de servicios
no comerciables, se trata de un tipo de inversión que se concentra en sectores sin capacidad
de arrastre sobre los flujos de comercio. Ello explica, entre otras cosas, que Latinoamérica,
la región a la que se destinaron casi en exclusiva las primeras inversiones no haya mejorado
su contribución al comercio manteniéndose en torno al 6% de las exportaciones españolas.
Y es que mientras los modelos de internacionalización basados en la industria aportan, casi
desde el comienzo, una gran capacidad de arrastre sobre las exportaciones, no solo vía
filiales/matriz como afirmaba UNCTAD sino vía las PYMES que actuaban como
proveedores habituales y estratégicos en su país de origen, nuestra especialización en
servicios no comerciables no tiene ese tirón.

Pero haríamos mal en dejarnos llevar por el significado aparentemente marginal del
nombre. La denominación servicios no comerciables no debe confundir: se trata de sectores
estratégicos esenciales tanto para el sistema en su conjunto como para los países. Por un
lado, en ellos se juega buena parte del futuro del poder global capitalista, por cuanto están
en la frontera de lo público y lo privado; por otro, representan una contribución altísima al
PIB de las más diversas naciones: Brasil 48%, Argentina 53%, Méjico 59%. Ese peso
elevado no es rasgo especial de Iberoamérica sino que se mantiene o incrementa en todos
los países, incluidos los más desarrollados: Bélgica 67%, Japón 63%, Estados Unidos 69%,
Corea del Sur 46%. Ello explica que, una vez que Latinoamérica permitió a las grandes
empresas ganar músculo y experiencia en la gestión de riesgos y de recursos, pudieran
diseñar el salto a otros mercados tan maduros y difíciles como el europeo, del que las
operaciones entre Santander y Abbey, BBVA y BNL, Telefónica y O2 fueron primeros
pasos.

Desde la liberación de los servicios aprobada en 1995, en la Ronda de Uruguay de la OMC,


ha quedado claro que para que una economía avanzada consolide su posición exterior
resulta cada vez más necesaria una participación relevante en la internacionalización de los
servicios, algo que puede lograr vía el comercio y, cuando no es posible como en el caso de
los servicios so comerciables, a través de la inversión directa en el extranjero.
El caso es que los directivos de las nuevas-grandes empresas españolas formaron parte del
grupo de empresarios que más rápido y mejor comprendieron la oportunidad de ganar
tamaño internacional en servicios. Su “agresividad” en las pujas fue reconocida y su rol de
“nuevos conquistadores”, asociada por supuesto a capacidad de corromper, fue denunciada
en muchos países latinoamericanos. Pero “llegaron a tiempo” ( “gato negro, gato blanco
que más da” que diría Felipe Gonzalez; “teníamos un problema y lo hemos resuelto”, que
diría Aznar) al reto de la internacionalización de los servicios.

Todavía en 1994 no había ninguna empresa de servicios entre las 50 megaempresas


transnacionales más grandes del mundo elaborado por la revista Fortune y, sin embargo, a
partir de esa fecha, las empresas manufactureras pierden peso progresivamente a favor de
empresas del sector terciario. En 1998 suponían ya el 36% en ese grupo y en los primeros
años del milenio se situaron alrededor del 50%. Las españolas empezaron pronto a escalar
puestos en ese "selecto" club.

En los servicios descansan sectores estratégicos y de futuro

Con ello, España profundizó en su condición de país de servicios un término que cada vez
que se plantea el debate sobre cambio de modelo productivo se sigue considerando una
carencia, algo absolutamente incomprensible a no ser por la obsesión con un modelo como
el alemán, cuyo éxito radica en su especialización en una industria de tecnología
media/alta.

La denominación “servicios” es, simplemente, una denominación imprecisa y nebulosa que


agrupa en un mismo cajón el 66% del PIB y el 70% del empleo total, aunque lo compongan
actividades de alto valor económico y alta capacidad de tracción futura, precisamente la
más vinculada a la economía del conocimiento, con otras secundarias y marginales para el
devenir económico.

En la contabilidad nacional de EEUU, Google (aplicaciones) es una empresa de servicios e


Micrososft también y Appel (dispositivos) una industrial y, ambas, son referencia de la
nueva economía global. También en EEUU la industria del ocio y la cultura, (Disney,
Comcast, Time Warner) aporta más valor que la automovilística. En España esa “industria”
aporta el 3,3% al PIB, tanto como el sector primario (agro, ganadería y pesca) y el doble
que la energía, pero la mitad de lo que aporta en México (entre otras razones por el peso de
Televisa y Azteca en la producción de telenovelas) y la tercera parte de lo que aporta en
EEUU, si incluimos la industria del juego electrónica.

Servicios y mercancías se fusionan en la nueva economía: el vino es industria pero lo es


más cuando se asocia a la gastronomía y al ocio; el turismo es servicios y es industria pero
lo es más cuando se apoya en la cultura. Esa fusión genera entornos estratégicos en los que
no siempre la manufactura es el paradigma de lo deseable. En Andalucía, por ejemplo, los
servicios intensivos en conocimiento aportan (según datos de Eurostat) un 25,4% a su PIB
mientras que la industria de alta y media tecnología sólo aporta un 2,4%. ¿Nos debemos de
preocupar o alegrar?

Servicios tampoco es equivalente a turismo. El peso de los servicios no turísticos en las


exportaciones españolas ha aumentado sensiblemente, duplicándose desde 1995 hasta
superar el 20% del total. En ese grupos de actividades mientras Francia, Italia y EEUU
pierden peso mundial, España junto a China e India ganan cuotas de forma consistente,
según informaba recientemente el Banco de España. Hemos multiplicado por cuatro nuestra
presencia en servicios de ingeniería y arquitectura asociados a la construcción y aumentado
consistentemente nuestra cuota en servicios destinados a empresas (B2B), y también al
transporte y servicios financieros y el resto de servicios. Solo perdemos cuota de forma
acelerada, y eso sí es de preocupar, en los servicios tecnológicos.
Conclusiones muy provisionales

Estás mejoras y otras (diversificación geográfica) que afectan a industrias y servicios se


están produciendo en un contexto de falta de financiación y ausencia de políticas
industriales sectoriales. La intervención del Estado se limita al apoyo a los grandes grupos
existentes y a favorecer a los nuevos nacidos, una vez más, de la privatización de los bienes
públicos, especialmente de la sanidad. Como señalaba Gabriel Flores en una intervención
anterior, los "recortes y la austeridad conllevan una política industrial implícita" y un plan
de reindustrialización destinado a ensanchar la especialización productiva ya existente.

La mejora de esa especialización, más intensiva en conocimiento, se produce al tiempo que


se mantiene un nivel de desempleo del 26% y se fomenta el hundimiento de los salarios y el
nivel de vida de la población. Ganamos cuotas en sectores con alta productividad pero no
encontramos las actividades que puedan ser tractoras en la creación de empleo. La lógica
productivista del sistema nos lleva a un debate absurdo que fomenta la dualidad de nuestra
economía: pone el foco en la mayor calidad de la creación de valor en la población
ocupada, que es lo que mide la productividad, sin tener en cuenta que, en el conjunto, el
mejor incremento de productividad se obtiene, conviene insistir en ello, en convertir en
ocupado y productivo lo que hoy está desocupado e improductivo.

No tiene sentido ni es posible mejorar el modelo productivo deteriorando el modelo social.


Europa, a la defensiva, pierde posiciones mientras desiste de “exportar” los valores
democráticos, los consensos internos, los sistemas fiscales progresivos que eran la base de
su éxito.
Por ello, la profundizacion y puesta al día del modelo europeo en los aspectos más cercanos
al sistema productivo se convierte en el debate esencial. Es imprescindible afrontar nuevos
modos de crear y organizar la riqueza que enlacen la nuevas pautas innovadoras con la
necesaria democratización económica y la profundización del modelo social. Dejo en la
agenda la necesidad de un discurso que integre los siguientes puntos:

 La innovación reclama fortalecer los consensos internos y aumentar la participación del


trabajo en las empresas (en la gestión, en el accionariado, en los beneficios). Es la única
vía que permite ganar competitividad exterior mientras desarrolla las demandas internas.
 La economía colaborativa (un nombre más adecuado que el de economía social) es la que
más se adapta a la innovación que favorecen las TIC. Es necesario profundizar en las
diferentes experiencias orgánicas, desde el papel de las PYMES concebidas, en buena
medida, como empresas de trabajo asociado a la experiencia del Grupo Mondragón.
 La creación de valor en el capitalismo financiero conlleva el desprecio al trabajo
considerado como una commodity, algo imprescindible pero indiferenciado. Es necesario
explicar cuáles son sus pautas y desmontar sus argumentos para integrarlas en el discursos
político y sindical.
 Profundizar en los problemas de agencia derivados del control de gestión interna en las
empresas y organizaciones. Para acabar con el monopolio del poder del primer ejecutivo
en las empresas es necesario fomentar los discursos sobre el buen gobierno y la función
de contrapoder de los llamados stakeholders, (usuarios, instituciones, proveedores,
trabajadores) y, en particular estos últimos. (Imprescindible el análisis de la experiencia
de las Cajas).
 El análisis sistemático de otras experiencias predistributivas de la socialdemocracia
europea.
 Sobre la valoración del papel de las transnacionales se necesita profundizar sobre los
siguientes puntos. Alejarse de la importancia de la nacionalidad de los titulares de las
acciones y analizar el valor real del efecto sede; preocuparse por el valor añadido
generado y su evolución con independencia de si se trata de transnacionales propias y
ajenas; analizar la experiencia de algunos países latinoamericanos basada en la necesidad
de "domesticar" el capital (en el sentido de hacerlo propio).

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