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Universidad Nacional Autónoma de México

Facultad de Estudios Superiores Iztacala


Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Occidente

COLECCIÓN
EMOCIONES E INTERDISCIPLINA
VOLUMEN II

CARTOGRAFÍAS
EMOCIONALES
LAS TRAMAS DE LA TEORÍA
Y LA PRAXIS

OLIVA LÓPEZ SÁNCHEZ


ROCÍO ENRÍQUEZ ROSAS
COORDINADORAS
CARTOGRAFÍAS
EMOCIONALES
LAS TRAMAS DE LA TEORÍA
Y LA PRAXIS

Primera edición: 18 de marzo de 2016


Derechos Reservados 2016

D.R. © Universidad Nacional Autónoma de México


Ciudad Universitaria, Delegación Coyoacán,
CP 04510, México, Ciudad de México.

Facultad de Estudios Superiores Iztacala


Av. de Los Barrios n.º 1, Los Reyes Iztacala, Tlalnepantla,
CP 54090, Estado de México, México.

ISBN COLECCIÓN: 978-607-02-7477-0 FES Iztacala, UNAM


ISBN VOLUMEN: 978-607-02-7517-3 FES Iztacala, UNAM
ISBN COLECCIÓN: 978-607-9361-45-7 ITESO
ISBN VOLUMEN: 978-607-9473-30-3 ITESO

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CP 45604, Tlaquepaque, Jalisco, México.
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Prohibida la reproducción total o parcial por cualquier medio


sin la autorización escrita del titular de los derechos patrimoniales.

Apoyo técnico

MC José Jaime Ávila Valdivieso


Cuidado de la edición y corrección de estilo

PLH Jorge Arturo Ávila Gómora


Lic. Jorge Alberto Castro Jáuregui
Lic. Carlos Orlando Cárdenas Nambo
PLLyLH Julio Vicente Morales Castillo
PLLyLH Julio César Mondragón Morales
Mtra. María Guadalupe López García
Correción de estilo

DG Héctor Antonio Caldera Roldán


Diseño editorial, formación e infografía

DG Jacqueline Verónica Sánchez Ruiz


Diseño de portada

Impreso y hecho en México


Índice

PRÓLOGO / Dra. Zandra Pedraza Gómez I

PREFACIO / Oliva López Sánchez y Rocío Enríquez Rosas V

INTRODUCCIÓN 1

I. ONTOLOGÍAS, EPISTEMOLOGÍAS Y METODOLOGÍAS


DE LA DIMENSIÓN EMOCIONAL

1. DE LAS PASIONES A LAS EMOCIONES:


CAUSAS DE LAS ENFERMEDADES MENTALES.
SIGLOS xix Y xx / Oliva López Sánchez y Félix Velasco Alva 7

2. EL CUIDADO DE SÍ.
EFECTO EN EL DESARROLLO MORAL DEL SUJETO / Antonio Sánchez Antillón 27

3. LA MATERIALIDAD ACTIVA
DE LOS AFECTOS: ALGUNOS DESAFÍOS / Emma León Vega 47

4. UN ACERCAMIENTO AL ESTUDIO DE EMOCIONES SOCIALES:


MIEDO, ENOJO Y TRISTEZA / Anna María Fernández Poncela 69

5. LAS EMOCIONES COMO CATEGORÍA ANALÍTICA


EN ANTROPOLOGÍA. UN RETO EPISTEMOLÓGICO,
METODOLÓGICO Y PERSONAL / Josefina Ramírez Velázquez 97
II. ESTUDIOS DE LAS EMOCIONES Y LA DIMENSIÓN EMOCIONAL
EN CONTEXTOS ESPECÍFICOS DE ANÁLISIS

6. EMOCIONES Y PROTESTA.
POR QUÉ Y CÓMO ANALIZARLAS / Alice Poma y Tommaso Gravante 129

7. NARRATIVAS DE LAS EMOCIONES


EN LOS CUIDADORES DE PERSONAS MAYORES:
UNA APROXIMACIÓN SOCIOCULTURAL / Rocío Enríquez Rosas 153

8. REPRESENTACIONES Y PRÁCTICAS DE RELACIÓN DE PAREJA


DE JÓVENES DE GUADALAJARA, JALISCO, MÉXICO / Tania Rodríguez Salazar 169

9. DIFERENCIAS GENERACIONALES EN LA EXPRESIÓN


DE EMOCIONES ANTE EL SUICIDIO DE ADOLESCENTES /
Teresita Morfín López y Luis Miguel Sánchez Loyo 189

10. LAS EMOCIONES EN LO POLÍTICO.


LA DEMOCRACIA EN MÉXICO / Elvia Taracena Ruiz 205

11. SENTIMIENTO DE INSEGURIDAD COMO ANALIZADOR


DE LA EFICACIA COLECTIVA Y DEL NOSOTROS
EN LA ZONA METROPOLITANA DE GUADALAJARA / David Foust Rodríguez 221

12. LA ESPERANZA. MEMORIA Y HORIZONTES DE FUTURO /


Elba Noemí Gómez Gómez y Sofía Cervantes Rodríguez 243

13. LA CULTURA DEL MIEDO EN EL DISCURSO DEL PODER /


Flor Mireya Monsiváis Urenda 265

14. EMOCIONES FRENTE A LA (TRANS)SEXUALIDAD / María Martha Collignon 289

15. EMOCIÓN Y SENTIDO EN LA EXPRESIÓN MUSICAL WIXARIKA:


UNA APROXIMACIÓN / Rodrigo de la Mora Pérez Arce 313
5. Las emociones como categoría
analítica en Antropología.
Un reto epistemológico, metodológico y personal
Josefina Ramírez Velázquez

INTRODUCCIÓN

S
i en 1986, cuando desarrollaba mi primer trabajo de campo como antropó-
loga, hubiese conocido la definición de emociones de Lutz y White, quienes
apuntaron que: “Las emociones son un lenguaje primordial para definir las
relaciones sociales de negociación del ser en un orden moral”1 (1986:417), la mi-
rada y el sentido de aquello que de manera cotidiana exploré, observé y anoté en
mis diarios de campo, hubiese sido un material lógico y susceptible de analizarse
sin miedo al ridículo o a la descalificación por no ser “científico”. Sobre todo, hu-
biese constituido documentos adecuadamente examinados, dado que, en la bús-
queda de las representaciones y prácticas de lo que los conjuntos sociales elaboran
respecto de, por ejemplo, la enfermedad ocupacional, las emociones afloraron y
provocaron acercamientos, disrupciones, desvíos, incomprensiones y, en el límite,
empatías no reflexionadas de manera crítica, porque simplemente fueron acalla-
das, opacadas, desdibujadas. Como si, con ello, se estuviese aceptando que dichas
emociones no existían ni tenían importancia porque se entendía que éstas se ubi-
can en el orden de la irracionalidad, como una reminiscencia del estado animal;
por ello, debían controlarse.

“Emotions are a primary idiom for defining and negotiating social relations of the self in a moral order.”
1
98 CARTOGRAFÍAS EMOCIONALES LAS TRAMAS DE LA TEORÍA Y LA PRAXIS

No obstante, las emociones emergieron de manera natural, tanto por parte de


los sujetos investigados como por parte de la investigadora. Y es su constante presen-
cia, la función que tienen y la fuerza con la que se muestran en ciertos discursos, lo
que impidió seguir eludiendo su reflexión. Hoy día, puedo decir que volví la mirada
analítica hacia las emociones, dado que el dato etnográfico las ponía permanente-
mente en un sitio primario de respuesta de los diversos conjuntos sociales. Dichas
respuestas se configuraban como elementos nodales para la comprensión de las rela-
ciones sociales y de los modos de elaboración de cada significado.
A partir de este análisis he podido comprender el tránsito paradigmático
que he seguido en mis investigaciones, reconociendo el uso de los paradigmas
biosocial, biocultural, centrado en el actor social e interpretativo (Ramírez, 2012a,
2013a). De esta manera, a partir de mis propios datos etnográficos (provenientes
de estudios sobre mineros, obreras de maquila, operadoras telefónicas y niñas y
adolescentes de un internado de religiosas), opté por iniciar una revisión episte-
mológica, metodológica y personal acerca de las emociones.
En este artículo describo dicha revisión, en la cual realizo un ejercicio ar-
ticulador entre el análisis teórico y la acción personal en mi calidad de investiga-
dora. En este sentido, lo que desarrollo tiene como propósito llevar a cabo una re-
flexión, a partir de mi experiencia en Antropología Física y Antropología Médica,
sobre el concepto de emociones, las razones por las que deben considerarse como
categoría antropológica y la importancia de su revisión epistémica y del examen
personal en torno al tema. Para ello, he de transitar por otros conceptos como los
de cuerpo, cultura, representaciones y metáfora.

LOS AÑOS MOZOS Y EL PARADIGMA BIOSOCIAL

Comienzo por enunciar una premisa hallazgo, un oasis2, una suerte de ilumi-
nación que responde a las interrogantes gestadas durante mi ejercicio inves-
tigativo iniciado en los años 80 y que, al retornar sobre lo pensado y andado,
recupero para volver a reformular. Me refiero a una noción provocadora sobre
el cuerpo, distinta a la que la Antropología física, de manera implícita, ha es-
tudiado de manera tradicional (que alude a su afán clasificatorio), dejando de
lado la posibilidad acuciosa de pensarlo desde otra dimensión. La noción pro-
vocadora para este ámbito disciplinar es aquella que aparece como un hallazgo.
No porque estaba ahí y un día me tropecé con ella, sino porque en las nume-
rosas reflexiones y necesidades de construir una propuesta que amparara la
Si bien comparto la idea de Foucault según la cual “el saber no está hecho para consolar: decepciona, inquieta, punza, hiere” (1970:13), uso
2

la metáfora del oasis para expresar que, después de varias vueltas, una idea que surge y aclara puede verse como un oasis que refresca y se
convierte en un soporte para continuar.
Capítulo 5
Las emociones como categoría analítica en Antropología... 99

posibilidad de entenderlo más allá de su proceso clasificatorio, apareció como


oasis el enunciado que describe que ese cuerpo, pasarela entre la naturaleza
y la historia, tiene una significación para las épocas, para su dueño y un uso
específico, además de que es la simiente de los procesos de simbolización, así
como de espacios de control y disciplina (Ramírez, 1991).
El confort que alude al oasis subraya que, desde el primer trabajo de in-
vestigación realizado con los mineros de Pachuca y Real del Monte, en el Esta-
do de Hidalgo, en la primera mitad de los años 80, elaboré una guía conceptual
y analítica que me permitió justificar el estudio de la enfermedad laboral dentro
del ámbito antropofísico, a partir de considerar al cuerpo como sustrato biológico
moldeado por procesos sociales y como espacio expropiado por el capital para la
acción de producir en un ejercicio cotidiano que lo desgasta, lo enferma, lo sujeta y
lo domina. Esta propuesta conformó su mejor argumentación en la confluencia de
dos teorías básicas (la marxista y la foucaultiana), asumiendo que las poblaciones
trabajadoras debían ser analizadas a partir de la categoría de cuerpo en un doble
sentido: 1) productivo y 2) disciplinado y dócil.
Contar con una propuesta conceptual para estudiar el cuerpo desde la sig-
nificación proveyó una certidumbre necesaria, toda vez que al interior de la dis-
ciplina3, en el último tercio del siglo xx, se libraba un conflicto epistemológico
que orientaba a la comunidad a pronunciarse en torno al resquebrajado objeto de
estudio, concebido como la variabilidad humana y apuntalado por nociones posi-
tivistas que ubicaban su explicación en la naturaleza, orientando la mirada desde
el eje de la diferencia sin atinar a ver aún el de la desigualdad social, a la cual al-
gunas miradas críticas considerábamos como el contexto clave para la explicación
de las tallas bajas, la desnutrición, la enfermedad y (llevado al límite) la muerte.
En esos años en los que la Antropología mexicana sólo se interesaba en estu-
diar los movimientos sociales, si bien se abordaba la mortalidad desde sus aspectos
simbólicos, no se hablaba del cuerpo ni de sus condiciones; los acercamientos eran
más bien crípticos (Ramírez, 2012a). Tampoco se abordaba, como bien ha apuntado
Menéndez (1997), el proceso de salud/enfermedad/atención (s/e/a) como expresión
de desigualdades étnicas o el papel de la enfermedad y la atención en las demandas
políticas y sociales de grupos y movimientos caracterizados por su situación de mar-
ginación, opresión y dominación. Por esta razón, resulta una iluminación advertir
que esos movimientos (sindicales, por ejemplo) podían pensarse también para expli-
car el deterioro del cuerpo, de los cuerpos: aquellos desposeídos (los proletarios, los
marginales, los enfermos), los cuales percibí teóricamente como espacio de control
de gestos, actitudes, comportamientos, hábitos, discursos y modos de pensar, es de-
cir, constreñidos por un doble orden: el de la producción y el de la sociedad.
Hablo de la Antropología física que se desarrollaba en la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH).
3
100 CARTOGRAFÍAS EMOCIONALES LAS TRAMAS DE LA TEORÍA Y LA PRAXIS

La investigación con los mineros tuvo el propósito de describir y analizar


la manera en que el proceso de trabajo minero (uno de los más peligrosos, des-
gastantes e inseguros) generaba cuerpos enfermos, escuálidos, decaídos, incapa-
citados para la vida y la lucha cotidiana. Para ello, me propuse dar cuenta de esta
labor y, siguiendo los cánones de la Antropología Física, evalué el deterioro físico
a través del registro de mediciones corporales y de una prueba de función respi-
ratoria de un grupo de mineros, en el entendido de que la exposición continua al
sílice se manifestaría como una incapacidad pulmonar definida como enferme-
dad profesional, denominada en términos médicos silicosis o silicotuberculosis4.
Mi compromiso social como investigadora consistía en indagar el fenó-
meno, pero buscando como ruta la transformación de las condiciones de trabajo.
La idea central que sostenía en aquel entonces era que el proceso de trabajo está
históricamente determinado y genera modos particulares de desgaste corporal,
enfermedad y muerte. Esto encierra una concepción histórico-social de la en-
fermedad, que, en el ámbito antropofísico, se define como perspectiva biosocial.
Debo subrayar que, de igual manera, el quehacer antropológico es un producto
histórico (pero también social y cultural).
En las décadas de los 70 y 80, en la Antropología anglosajona hegemóni-
ca se generaba el cuestionamiento epistemológico sobre las condiciones en las
que se produce el saber antropológico (Crapanzano, 1991; Clifford, 1995), la
naturaleza de los informes etnográficos (Geertz, 1987) y la forma en que se
generan las representaciones de los otros (Rabinow, 1991; Marcus y Fischer,
2000), debido a la crítica tan profunda que merecieron las posturas etnocén-
tricas derivadas del colonialismo y las miradas sesgadas por las relaciones de
poder relacionadas con el género, la etnia y la clase5. En cambio, en México, la
visión aplicada –y un tanto “romántica”6– de la Antropología y el trabajo de
campo se cimentaba a partir de concebir la investigación como acción política.
Dicha acción llamaba a la autoreflexión del antropólogo en un país desigual en
el que la marginación, la explotación y la pobreza eran de ese “otro” marginado,
dominado en lo político y despreciado en lo cultural por ser considerado racial
y mentalmente inferior.
4
Realicé el registro de peso, talla y circunferencias braquial y torácica como elementos para predecir estados nutricionales. Además, estimé lo que
se denomina capacidad vital forzada (cvf), consistente en la medición del volumen máximo de aire espirado por el sujeto de manera forzada, ya
que suele ser el parámetro más estudiado para predecir el daño pulmonar.
5
Ese escenario de crisis que proclamó la descolonización de la Antropología hegemónica y la advertencia de las relaciones de tensión tamizadas por
el género, la etnia y la clase, que merecieron la crítica a la reificación del método antropológico, fueron –desde mi perspectiva– un caldo de cultivo
del cual emergieron el cuerpo y las emociones como áreas de conocimiento imprescindibles para la explicación de la interacción social, máxime
cuando el interés central está puesto en las experiencias que perfilan cuerpos enfermos, en sufrimiento, violentados, alienados, sometidos,
torturados, disciplinados y diferenciados sexual y genéricamente (Ramírez, 2010b).
6
La defino como “romántica” porque considero que en esa época había una mixtura interesante en la configuración de la representación del
antropólogo y del trabajo de campo. El primero era un poco “héroe”, un poco aventurero, pero también un sujeto comprometido con la realidad
social y particularmente con la “clase”, haciendo alusión al proletariado. El trabajo de campo era pensado como ese contexto fértil para la
gestación y transmisión de las ideas sobre la transformación de la realidad social. Nótese además que hago alusión a un trabajo generado más
bien por hombres.
Capítulo 5
Las emociones como categoría analítica en Antropología... 101

Para fundamentar esas condiciones, el discurso y la práctica de los antro-


pólogos mexicanos se dirigieron a impulsar el compromiso social y la producción
de conocimientos para la transformación social. La Antropología sufrió como
consecuencia una revisión epistemológica, teórica y metodológica apuntalada,
en especial, por el materialismo histórico y la Economía política, cuyas ideas
más importantes enfatizaban que la vida en sociedad estaba mediada por las re-
laciones de producción, que corresponden a un determinado desarrollo de las
fuerzas productivas (Ramírez, 2013a, 2010b). En este sentido, el eje analítico de
la disciplina fue la dimensión económica, dejando de lado la cultural. Esta deci-
sión, en buena medida, se fundaba también en una concepción “folclorizada” de
la cultura, como si ésta solo fuese característica de ese “otro”, que para nosotros
estaba representado por indígenas y campesinos7.
Esto muestra cómo el devenir de la Antropología hegemónica y de las an-
tropologías subalternas8 enfrenta problemas de diversa índole. Así, mientras la
primera realiza su propia revisión epistémica al cuestionar su actuar imperialista
y colonizador (pues el estudio del “otro” da cuenta de un ser diferente y distante),
en las segundas ese “otro” es cada vez más cercano a uno y parte constitutiva y
problemática del sí mismo, lo cual implica una reflexión epistemológica, teórica
y metodológica de gran envergadura, que, por desgracia, en ese momento no se
dio en nuestro país (Ramírez, 2010b)9.
Esta diferencia es nodal para entender por qué en nuestras investigacio-
nes de esas épocas, aunque advertíamos (como en mi caso) la importancia de la
simbolización del cuerpo, de su uso y significación, no lo abordamos ni creamos
herramientas conceptuales y metodológicas para su explicación. Aun cuando,
para argumentar sobre el cuerpo disciplinado y dócil, empezaba a manejar no-
ciones foucaultianas que, en su más clara expresión, mostraban que disciplinar
quiere decir controlar principalmente las emociones y, en ese orden, las con-
ductas, los deseos, los hábitos, los discursos y los pensamientos, como lo ha
expuesto de manera clara y profunda Norbert Elias10.
7
La cultura era vista como sinónimo de nacionalidad, etnicidad y dialecto y, en su forma “folclorizada”, como aquéllo que hacen los indígenas. Más
adelante hablo sobre los tránsitos que se han generado en su definición.
8
Al referirse a la producción del saber antropológico, reconociendo las diferencias señaladas, autores como Menéndez (1991) suelen utilizar la
noción de hegemonía y subalternidad, para dar cuenta de la antropología anglosajona y la latinoamericana. Al referirse a lo mismo, Krotz (1993)
utiliza la noción de antropologías de países centrales y antropologías de países periféricos. En cualquiera de los dos casos, se debe reconocer
que hay una antropología central o hegemónica, que dicta las pautas de la producción de conocimiento y —en un sentido— podría decir que
lleva unos años de adelanto, respecto de las antropologías subalternas o periféricas, en cuanto a discusiones y notorios avances sobre temas
relevantes. Es el caso, desde mi perspectiva, de la fructífera producción, reflexión y debate sobre el tema del cuerpo y las emociones.
9
Pero sí se realiza en el seno de la Antropología norteamericana, con renovados planteamientos y desde la práctica de antropólogos, cuyo lugar
de origen era aquél en el que se desarrollaban las investigaciones. Por ello, resultaba imperativo reflexionar sobre el papel del antropólogo,
quien, en esas circunstancias, es estudiante o profesionista, pero también informante y nativo. Esto constituye, a nuestro juicio, un material de
notoria importancia para la reflexión sobre el antropólogo comprometido y situado.
10
En ese entonces, las ideas de Norbert Elias y su proceso civilizatorio representaban un material propio de la Historia, pero no de la Antropología
física. Su descubrimiento fue un interés personal no producido por la academia antropofísica. Admito que, para ese momento, mi trabajo era
más bien pragmático y tremendamente empírico, guiado en lo fundamental por la intuición.
102 CARTOGRAFÍAS EMOCIONALES LAS TRAMAS DE LA TEORÍA Y LA PRAXIS

Volviendo a mis diarios de campo y a lo escrito como resultado de la investi-


gación con los mineros11, observo numerosas muestras emocionales de ellos, con sus
inquietudes y exigencias; y mías, con mis inseguridades académicas y los miedos que
se consideran son propios de las mujeres. En aquéllas páginas, anoto:
Llevamos meses, casi años, en el mismo tono en una asamblea sindical. Ellos quieren
luchar por el poder sindical, yo insisto en investigar todo el proceso laboral minero para
poder mostrar, con datos fehacientes, cómo este los deteriora y enferma. El único avance
importante es la aceptación de un grupo de ellos para medirlos, pesarlos y tomarles
su prueba respiratoria. Este día fue sumamente pesado por ello, sin embargo fue
emocionante, yo pequeña, midiendo unos cuerpos fuertes, recios, musculosos. Además
deseosos de ser tocados por la investigadora, orgullosos de mostrar el torso desnudo,
aunque para qué es más que la verdad, apenados por sus pies sucios y los calcetines
rotos. Sólo uno de ellos aceptó quitarse los zapatos, y decidido también, se quitó la
camisa ennegrecida por el hollín de la mina. Recto y con una actitud decidida adelantó el
pecho como un escudo que lo protege: era el tatuaje de la virgen de Guadalupe. Medí su
estatura, temblé al medir su circunferencia torácica y en ese momento me di cuenta que
ninguno de ellos estaba escuálido y enfermo. Por el contrario eran musculosos y fuertes.
Pensé ¿cómo puedo sostener la hipótesis del desgaste? Más adelante advertí su gusto
por la lucha libre y por el fisicoculturismo. Quizá esto explique ese desarrollo corporal,
aunque no es posible esquivar la implicación que en ello tiene el trabajo de la mina, que
además, es una característica que el mismo trabajo exige12.

Volviendo al acto de medir los cuerpos de los mineros, fueron varias sesio-
nes que me dejaron pensando en su masculinidad y en la manera en que se pre-
sentaban conmigo, pues las mediciones y las entrevistas se realizaban en mi casa,
donde igualmente nos encontrábamos para llevar a cabo reuniones estratégicas o
para comentar algún accidente trágico. Recuerdo las narraciones profundamente
emocionales de los asistentes al describir, por ejemplo, cómo fue el accidente de
1981, en el que murieron 12 mineros al caer la jaula hasta un nivel 20013. Uno
de ellos (el más discursivo y abierto), relató momentos en que se pensaba en el
infortunio, paradójicamente confortado por el alcohol, y contó que las mesas de
las cantinas y las pulquerías de los barrios mineros estaban ralladas porque ellos,
utilizando cualquier objeto, las marcaban para reconstruir los accidentes y habla-
ban de ello una y otra vez mientras bebían. Numerosas emociones afloraron, pero
igualmente se acallaron, se ocultaron o se negaron, impidiendo así una explica-
ción integral.

11
Trabajo que titulé “Los cuerpos olvidados. Investigación sobre el proceso laboral minero y sus repercusiones en la fuerza de trabajo. Un estudio
de caso de los mineros de la Compañía Real del Monte y Pachuca” (Ramírez, 1991).
12
Notas del diario de campo. Pachuca, Hgo., 4 de noviembre de 1981.
13
El nivel 200 se refiere a la profundidad en la que están los laboríos o socavones. En 1981, la jaula o elevador por el cual suben y bajan los mineros
a ese nivel, cayó y causó la muerte a varios de ellos. Con ello, se develó la precariedad de las condiciones de trabajo (Ramírez, 1981).
Capítulo 5
Las emociones como categoría analítica en Antropología... 103

En ese entonces, también escribí en mis notas de campo algo que me pa-
reció simpático y que comenté años después en una discusión sobre el dilema
metodológico: ¿hasta cuándo se debe parar el trabajo de campo? Yo afirmaba que
la cotidianidad, el trato y el compromiso con quienes se estudia (en este caso los
mineros), van creando lazos amistosos y solidarios; pero también, pensaba, un
poco en broma: “cuando empecé a ver “guapos” a los mineros, apunté que debía
terminar mi trabajo de campo”.14
En realidad, ese entrañable estudio me permitió señalar numerosas cues-
tiones epistemológicas que he repensado en función de construir herramientas
conceptuales y metodológicas idóneas para el ejercicio de la Etnografía y, desde
luego, para la explicación de fenómenos complejos como lo es el cuerpo en tanto
asiento de la experiencia y la emoción. Revisitando ese análisis y mis diarios de
campo, pude notar algunas cuestiones importantes que resalto para la discusión
del tema central:
1. Mi permanente temor de no lograr un estatuto científico en la investiga-
ción, pues aunque el propósito era mostrar el desgaste de los obreros a tra-
vés de mediciones corporales, el acento estaba puesto en la significación,
la vivencia y la narrativa del cuerpo y su relación con el trabajo.
2. Mi intención de inocularlos para que hicieran suya la acción de luchar
por mejores condiciones de trabajo y el consecuente fracaso en dicho ob-
jetivo, ya que durante mi estancia de campo pude advertir que la defensa
de su salud no era aún clara para ellos, pues se develaban ante mis ojos
como cuerpos olvidados: por la empresa, por el sindicato y por ellos mis-
mos (Ramírez, 1991); cuerpos enajenados por el trabajo, enfermos pero
no escuálidos ni famélicos, por el contrario: eran capaces de responder
ante el embate del capital a partir de su propio bagaje cultural, por ejem-
plo, a través de los dibujos y las insignias pintadas en los túneles más
profundos, de las diversas significaciones del machismo, del miedo y de
las oquedades de las minas, relacionadas con la sexualidad.
Todo esto resultó significativo para ellos y narrado con diversas
expresiones emocionales entre las que destacaron el coraje y la ansiedad,
lo cual apunté de manera tangencial, pero no analicé en conjunto. Hoy
día, advierto su relevancia, ya que incide no sólo en el riesgo de enfermar
sino en la configuración de las ideas sobre la enfermedad.
3. En este mismo sentido que alude a la exclusión del hecho cultural –o
sea: del ámbito del pensar y sentir de los mineros–, si bien mi investiga-
ción tuvo la virtud de inaugurar el análisis del cuerpo y la enfermedad
laboral desde una perspectiva histórico-social dentro de la Antropología
Notas del diario de campo. Pachuca, Hgo., 1 de agosto de 1983.
14
104 CARTOGRAFÍAS EMOCIONALES LAS TRAMAS DE LA TEORÍA Y LA PRAXIS

física, también presenta el desatino de pugnar por la objetividad tras re-


producir la visión biomédica de la enfermedad. Es decir, aquella entidad
concebida ex profeso a partir de un conjunto de síntomas y desde un
código “occidental” que, en consecuencia, patologiza y objetiviza todo
desorden corporal en una clara búsqueda de causa-efecto15. Por ello, sólo
puse atención a la silicotuberculosis como muestra contundente de la re-
lación cuerpo-trabajo, dejando de lado otras expresiones de enfermedad,
de su atención y de las creencias de los mineros, aun cuando éstos en su
conjunto mostraban una clara identidad reformulada por la unión entre
el campo, la mina y su ser indígena.

Sin embargo, algo quedó en los mineros de todo aquello que expresé cuan-
do me referí a sus cuerpos como único bien legítimo que tenían para utilizar,
como apunto en la parte final de la investigación (Ramírez, 1991): en marzo de
1985, los mineros se fueron a la huelga y sorprendieron al mundo con sus cuerpos
desnudos como único estandarte de su lucha. Fue un acto sin precedente, ejercido
para demandar mejores condiciones de trabajo y medidas de protección.
¿Qué se puede rescatar de esta experiencia?
a) Sin duda alguna, la advertencia de que los fenómenos que estudiamos y
la realidad misma no están fragmentados ni separados por disciplinas.
b) Que los presupuestos en los que cada disciplina se fundaba, se convir-
tieron, para esa época, en barreras para una comprensión integral del
fenómeno. Un ejemplo de ello es que especular sobre los modos de pen-
sar y sentir de los mineros, era más una tarea de la Psicología que de la
Antropología física, o bien, de la Antropología social, si de aspectos cul-
turales se trata. En cuanto a ello, mucho hubiese ayudado el concepto de
“fronteras disciplinares porosas”, que surgió en la década de los 90, pues
me hubiese permitido encontrar como oasis esa claridad de Elias (1987),
cuando afirma que las estructuras de pensamiento y sentimiento y su
control tienen una historicidad y no obran sólo en el mundo individual,
sino que se colectivizan a través de las estructuras sociales y se mantie-
nen en estrecha relación con los cambios de la sociedad moderna.
c) Por otra parte, el rechazo a la Antropología colonizadora (por lo menos
en Antropología física) mostró un proceso de “desantropologización”
que nos dejó fuera de posibles discusiones en donde lo social y lo cul-
tural estaban formulándose como ámbitos claros para la comprensión
Esta perspectiva de la enfermedad como patología no me permitió ver más allá de las llamadas enfermedades laborales, ya que los mineros
15

también sufrían y sufren diversos malestares no reconocidos como enfermedades (ni por los médicos ni por ellos mismos), pero, ante los cuales,
mostraron respuestas, ya fuera ignorar, negar, aguantar o atender. No obstante, pude mostrar que la enfermedad en estos marcos de análisis
tuvo una clara connotación ideológica, es decir, se encontraba en una arena política en la cual su emergencia se convertía en una disputa por el
reconocimiento legal.
Capítulo 5
Las emociones como categoría analítica en Antropología... 105

del cuerpo, sus condiciones y sus respuestas emocionales16. Al respecto,


me hubiera servido estar atenta a las discusiones sobre las nuevas ma-
neras de hacer Etnografía, tomando en cuenta el cuestionamiento sobre
el sitio desde el cual los antropólogos formulan las representaciones del
otro, y aproximarme (como lo hace la Antropología médica) a explicar
los diferentes sistemas de creencias acerca del cuerpo, la enfermedad,
el dolor y la muerte, a partir de los cuales es más evidente la expresión
de diversas emociones, restándole así la tensión puesta por las visiones
dicotómicas (cfr. Sheper-Huges y Lock, 1987).

En esta misma dirección, hubiese sido inspiradora una ojeada teórica a la


crítica feminista, que, en el campo de la Antropología cultural, reformula el sen-
tido de la Antropología, al afirmar que, en lugar de ser el estudio del hombre,
debería ser el estudio del comportamiento social o de la sociedad en términos de
sistemas y representaciones colectivas, teniendo como tarea central resolver el di-
lema creado entre el “yo occidental” y el “otro no occidental”. Desde la perspectiva
de Abu-lughod, este asunto:
Problematizado por la teoría feminista ofrece a la antropología dos recordatorios útiles.
En primer lugar, el yo es siempre una construcción, nunca un ser natural. En segundo
lugar, el proceso de crear un yo mediante la oposición a otro implica siempre la violencia
de reprimir o ignorar otras formas de diferencia (1991:468).

EL PARADIGMA CENTRADO EN EL ACTOR


Y LA INCORPORACIÓN DE LA ANTROPOLOGÍA MÉDICA

La exclusión de lo cultural en los trabajos antropofísicos constituyó en la década


de los 90 el gran estímulo intelectual para la búsqueda de su comprensión. En
esta línea, al advertir que el oficio del antropólogo(a) físico(a) era ser un descrip-
tor de realidades que comprometen diversas formas de praxis corporal (trabajar,
comer, acicalarse, descansar, dormir, practicar deporte, manifestar su sexualidad,
enfermar, sufrir dolor y atenderse para sanar, por señalar algunas expresiones
corporales conformadas como temas de estudio de la disciplina17), subrayé que
“todas ellas debían comprenderse y analizarse como expresiones de relaciones
dinámicas, sociales, culturales y políticas” (Ramírez, 2001:649).
16
Una reflexión sobre este proceso la he realizado en otro escrito (Ramírez, 2013a), donde destaco que “antropologizar” quiere decir recuperar el
sentido que requiere producir saber antropológico y, en ello, claramente se hace referencia a pensar en el papel de la cultura como conformadora
de representaciones, metáforas, imaginarios y prácticas sobre el cuerpo y sus condiciones; así como al trabajo etnográfico como un encuentro del
que emerge “un juego de miradas en donde el observador observa pero también es observado, adjetiva pero también es adjetivado, irrita pero
también es irritado” (Ramírez, 2001:648).
17
Hacia 1999 ésos eran los temas que, de manera novedosa, empezaron a interesar a los antropólogos físicos.
106 CARTOGRAFÍAS EMOCIONALES LAS TRAMAS DE LA TEORÍA Y LA PRAXIS

En el mundo anglosajón, durante esa década tuvo lugar el advenimiento de


la teoría feminista, y en nuestro país dicho periodo se caracterizó por la partici-
pación reflexiva y políticamente comprometida de cada vez más mujeres, quienes
interpelaron el saber-poder dominante.
El eje de dominación y resistencia vislumbrado por Foucault desde el
posestructuralismo contribuye, junto con la teoría feminista y el materialismo
histórico, a poner en tela de juicio numerosas oposiciones binarias que han
acompañado la producción de conocimiento. La primera que da sentido a la
Antropología es el yo hegemónico/otro subalterno18; a partir de ésta, derivan las
demás: objetividad/subjetividad, cualitativo/cuantitativo, cuerpo/mente, racio-
nalidad/fantasía, individuo/sociedad, biología/cultura, cultura/ideología, pade-
cimiento/enfermedad, representaciones/prácticas, saber/creencias, pensar/sen-
tir, materialismo/idealismo, cultura/estructura, razón/emoción, hombre/mujer,
público/privado, hegemonía/subalternidad, dominio/resistencia, entre otras.
La pugna maniquea entre materialismo e idealismo, aproximaciones “duras” y
“blandas”, interpretaciones emics y explicaciones etics dominaron la producción
científica de la Antropología hasta entrada la década de los 90, como lo ha apun-
tado Ortner.19
La desgastada situación que muestra este panorama en el que aparece la
contienda entre aquellas oposiciones binarias, es de donde emerge la insatisfac-
ción respecto a los marcos explicativos que habían descrito mayoritariamente
a los otros como objetos: cuerpos inferiorizados, irracionales, mecánicos, que
procesan información, que carecen de conocimiento, enfermos, silenciados o en
los que se inscribe la cultura, porque aquellos marcos de análisis estaban despro-
vistos de motivación y acción.
Sin duda, los movimientos de transformación de la sociedad moderna se
proyectan en los cuerpos, con lo cual se vuelve la mirada al cuerpo propio y al del
otro, sorteando la inminente necesidad de hablar de un cuerpo históricamente
situado y culturalmente diferenciado, y que produce representaciones y prácticas
sobre sus propias circunstancias. En esta premisa, desde luego, son la Historia y la
Antropología Médica las que se enlazan para la explicación20.
La Antropología Médica fue el área disciplinar que atinó a relacionar cuer-
po, cultura e ideología para explicar, en primera instancia, condiciones corpo-
rales como la enfermedad, el dolor y la muerte desde su significado; y como
productos culturales, aceptando como premisa central que las relaciones sociales
18
La literatura anglosajona habla de un “yo occidental” y “otro no occidental”, aunque considero que, para la Antropología latinoamericana, es más
acertado utilizar la oposición hegemonía/subalternidad.
19
Una discusión amplia y fecunda sobre dichas oposiciones binarias es la que brinda Ortner (1984) al abordar, de manera notable, la teoría
antropológica desde los 60 y argumentar desde una mirada histórica, crítica y feminista.
20
Por lo menos, la Antropología mexicana, en particular en su rama médica, se inclinan por dar la voz a ese otro como cuerpo marginado, violentado y
enfermo, advirtiendo que la Historia, la sociedad, la cultura y la ideología están implicadas en esas condiciones bajo una relación de dominio/resistencia.
Capítulo 5
Las emociones como categoría analítica en Antropología... 107

se manifiestan y se reproducen en representaciones de padecimientos y enfer-


medades (Good, 1996). Además, la unión de estos conceptos ha sido un espacio
fértil para la creación de nuevas interrogantes dirigidas a esclarecer las trasfor-
maciones y mudanzas que, generadas por la enfermedad, el dolor y la muerte,
ocurren en el cuerpo, el “yo” y su contexto sociocultural21.
Este breve escenario que he expuesto, me permite elaborar un nuevo
problema de investigación en el que el actor central del análisis son las muje-
res trabajadoras: obreras de la maquila y operadoras telefónicas. De este modo,
en el intento de alejarme de un cuerpo-objeto que la Antropología Física había
reducido a un porcentaje, a una desviación estándar o representado mediante
una gráfica, opté por la incorporación de perspectivas que habían centrado su
interés relacional en el cuerpo, la cultura y la ideología (Scheper-Hughes & Lock,
1987; Csordas, 1990; Lindenbaum & Lock ,1993); así como por la propuesta de
la Antropología médica, que, particularmente en México –como lo ha propuesto
Menéndez (1990)–, configura el proceso de (s/e/a) como objeto intrínseco de
estudio concebido como un articulador de saberes, prácticas y actores.
La investigación acerca de un grupo de obreras de la maquila pretendió
mostrar que el mundo laboral no es neutro y que en el terreno del proceso s/e/a
existe una diferenciación social, cultural, ideológica y de género, es decir: aparte
de reconocer que dicho proceso articula la dimensión simbólica y la estructural
(Ramírez, 2004), había que aceptar que el género (como la clase y la etnia) es un
sistema de diferenciación implicado en la conformación de la identidad y de las
posibilidades de la acción política. Además, como lo han mostrado Collier y Ro-
saldo: “Las concepciones de género en cualquier sociedad deberían ser entendi-
das como aspectos funcionales de un sistema cultural a través del cual los actores
manipulan, interpretan, legitiman y reproducen los patrones [...] que ordenan su
mundo social” (1981:313).
El estudio realizado con un grupo de obreras de una pequeña maquilado-
ra del Distrito Federal no tuvo como punto de partida la perspectiva de género,
pero la articuló en un mismo nivel que un análisis sociocultural sobre la salud
ocupacional. Esto quiere decir: poner atención en la manera en que los conjuntos
sociales piensan y actúan respecto del proceso s/e/a22.
Siguiendo esto, el primer tránsito conceptual lo realicé con el esfuerzo por
definir “cultura” más allá de la ideología, dado que, años atrás (como lo anoté
en la investigación sobre los mineros), la mirada la tenía puesta en el sistema de
21
Es preciso decirlo: el desarrollo de la Antropología Médica ha transitado también por una revisión de su objeto y de los sujetos que estudia
(v. Menéndez, 1990). Se debe enfatizar en que un debate sobre la dimensión cultural e ideológica (Menéndez, 2002, 2009) ha sido su mayor
avance y aporte para describir las diferentes nociones y explicaciones sobre la s/e/a como sistema de creencias que refieren a dos mundos de
significado: el del saber médico y el del saber de sentido común.
22
Para este momento (finales del siglo anterior), por lo menos la Antropología Médica había considerado que, para describir y analizar los sistemas
de creencias sobre el proceso s/e/a, era necesario aproximarse a traducir lo que los sujetos piensan y hacen al respecto. Por ello, el acento estuvo
puesto, en principio, en las representaciones y prácticas como conceptos orientadores de la indagación.
108 CARTOGRAFÍAS EMOCIONALES LAS TRAMAS DE LA TEORÍA Y LA PRAXIS

significados y valores como expresión o proyección de los intereses de clase, y lo


cultural (que expresa significados y valores más allá del punto de vista de clase) se
encontraba desdibujado.
Si bien en Antropología el núcleo característico es la cultura, esta noción
ha tenido un giro epistemológico trascendente en cuanto ha permitido delinear
perspectivas más integrales de los fenómenos a indagar. Así, a lo largo del desa-
rrollo de la disciplina, podemos ver que el concepto mencionado se ha resigni-
ficado, en especial, a partir de los datos etnográficos vueltos a teorizar. Es justo
en ese punto es donde cobra sentido su perspectiva semiótica y hermenéutica,
resultado del debate posmoderno.
Para abundar un poco en ello, cabe señalar que durante la primera mitad
del siglo pasado, el concepto de cultura refirió a algo externo a la gente: era lo que
las personas producen. De esta manera, fue concebida como un elemento media-
dor de la interacción humana y de los individuos con el medio. Posteriormente,
con la Antropología cognitiva, se apuntó una noción mentalista de cultura, la cual
señala que ésta se encuentra en las ideas, en los símbolos y significados elaborados
por el pensamiento del individuo en sociedad. Con el advenimiento de la crisis
de las representaciones mencionadas líneas antes, se dio un nuevo giro hacia una
concepción semiótica de la cultura, desde la cual irrumpió la corriente interpreta-
tivista liderada por Geertz (1987). Años más tarde, esta corriente se diversificó en
un movimiento conocido como posmodernismo en Antropología.
La propuesta de Geertz tuvo radical importancia por dos elementos que for-
man parte de su armazón teórico. El primero implicó centrar la atención en la cul-
tura desde la dimensión simbólica y significativa, expresando que ésta es producto
de la actuación social que trata de dar sentido al mundo en que se encuentran los
actores mismos. El segundo refiere a la manera en que se construyen los datos. Si
un investigador/observador da cuenta del sentido de una cultura, debe situarse en
la posición en la cual ésta fue emitida “desde el punto de vista del actor” (Ramírez,
2004:287). De ahí que el paradigma se define como centrado en el actor, concebido
como un sujeto que está en interacción social y es productor y reproductor de acti-
tudes, estados de ánimo, sentimientos, pensamientos, creencias, normas y valores,
considerados como el material constitutivo de la cultura. En definitiva, es gene-
rador de conocimiento que se transmite a través de representaciones y prácticas.
En esta noción semiótica del término (que deriva del paradigma centra-
do en el actor para explicar el proceso s/e/a) ha influido notablemente en pers-
pectivas como la sociolingüística, la fenomenología, la hermenéutica, el análi-
sis del discurso y el estudio de las representaciones y las prácticas. La primera
tiene un importante protagonismo en virtud de reformular el lenguaje como
Capítulo 5
Las emociones como categoría analítica en Antropología... 109

comunicación y ejecución, lo cual permite la comprensión de otros órdenes de


la realidad antes no advertidos teóricamente23.
En este tránsito hacia el nuevo paradigma de lo cultural, las representacio-
nes y las prácticas adquieren un valor fundamental, pues a través de ellas se intenta
comprender el material constitutivo de la cultura, es decir: sentimientos, pensa-
mientos, creencias, valores y significados que constituyen identidad y alteridad.
Tomando en cuenta aquellos debates antropológicos es como he puesto
atención en otras dimensiones de la realidad a incorporar en mi indagación, a
fin de generar una propuesta más incluyente. De este modo definí cultura como:
El conjunto de actitudes, normas, prácticas, saberes y significados constitutivos
de identidad y alteridades, conservados, transmitidos y reconstruidos a través del
tiempo, actualizados en formas de prácticas simbólicas puntuales y dinamizados por
la estructura de clases, las relaciones de poder y las de género (Ramírez, 1998:16).

En la presente definición es obvio que se sintetizan diversos autores y pers-


pectivas teóricas. Lo que pretendía era contar con una definición que me permi-
tiera vislumbrar qué y hasta dónde poder mirar en relación con las percepciones,
representaciones y prácticas de las obreras sobre sus modos de enfermar y aten-
der tales circunstancias. De esta manera, indagué la percepción que un grupo de
obreras mostraba acerca de sus procesos enfermantes, asociados o no a su trabajo,
y observé y analicé las principales estrategias, técnicas o ideologías que, alrededor
de dichos padecimientos, elaboraban y ponían en práctica para enfrentarlos y re-
solverlos (Ramírez, 1998).
Para esta investigación, reformulé mis propuestas anteriores, que ante-
ponían el supuesto conocimiento sobre la salud por parte de los trabajadores,
condicionando la naturaleza de la enfermedad a la existencia de su consciencia
política, en los términos que el marxismo de los años 70 demandaba. Así, amplié
la mirada buscando las ideas, valorizaciones, nociones y racionalizaciones que es-
tas mujeres tenían sobre sus condiciones de trabajo, y la posible relación que aqué-
llas guardaban con el proceso s/e/a, sin asumir de antemano la posible respuesta.
Además de ello, el propio conjunto de obreras, con una historia laboral reciente
y sin experiencia sindical, se mostró poco cohesionado y sin una identidad de
trabajo propia.
Esta investigación, nacida en el auge de la Antropología posmoderna24,
tuvo como hilo conductor la reflexión sobre el encuentro con el otro, en este
caso, las obreras en relación con el contexto que las definía: su situación de clase
23
Para entender el desarrollo teórico de la Antropología en la segunda mitad del siglo xx, véase Ortner (1984). Para el tema del cuerpo, la enfermedad
y el padecer, véase Csordas (1990), Good (1996), y Kleinman y Good (1985), quienes analizan los giros epistemológicos relacionados con el cuerpo,
las representaciones, los significados, las metáforas y las emociones, en confluencia con la Biología, la cultura, la sociedad y la Historia.
24
En nuestro país, ese auge se dio en los años 90 y se orientó básicamente con la idea de impulsar la perspectiva interpretativa, que, guiada por la
“descripción densa”, mostrara que algo está sucediendo más allá de lo aparente.
110 CARTOGRAFÍAS EMOCIONALES LAS TRAMAS DE LA TEORÍA Y LA PRAXIS

y su respuesta política. También tomé en cuenta los puntos de tensión que, sin
problematizarlos aún, se manifestaron como expresiones emocionales y juegos
de poder, sobre todo, entre el médico de fábrica –por quien me acerqué a la em-
presa– y las obreras.
El contexto descrito y analizado en el que dirimí el tema del padecimiento
y la enfermedad en el medio laboral, pone de manifiesto elementos de tensión
entre tres actores sociales centrales: el médico de fábrica, el grupo de obreras y
la antropóloga. Esta tensión evidenció uno de los dilemas centrales identificados
en el debate antropológico descrito anteriormente, que puso de manifiesto la im-
portancia de pensar en el rol del investigador y la ética con la que debe regir su
observación, escucha y acción.
La tensión más fuerte se experimentó entre el médico y yo, toda vez que
mientras el primero necesitaba saber, a partir de mi indagación, quiénes estaban
enfermas y qué decían de la empresa, yo advertía que dicha información le ser-
viría para catalogar a aquéllas que debían ser despedidas por requerimientos de
la empresa25. Además de ello, el estudio etnográfico mostró una triple opresión
experimentada por el cuerpo de las obreras en su calidad de trabajadoras, debido
a las deficientes condiciones de trabajo, bajos salarios y escasas posibilidades de
conocimiento de sus derechos por estereotipos de género, que, insertados en el
mundo laboral, permiten una manipulación velada por los empleadores y por
el discurso médico, el cual, bajo el amparo de la legalidad, dificulta el reconoci-
miento de los padecimientos y enfermedades generados por el trabajo, y relega
toda explicación de los problemas de salud a los órdenes individual y familiar, sin
reconocer la injerencia de lo laboral, por cuestiones ideológicas.
Un hallazgo etnográfico importante encontrado en el primer registro hecho
a través de un cuestionario cerrado fue la negación de la enfermedad y del padecer
por parte de las obreras, lo que, en principio, concordó con la visión del médico
de fábrica. Dicha negación fue problematizada con la entrevista a profundidad y
analizada en puntos de tensión, desde las formulaciones del médico (quien si bien
mantuvo una actitud de vigilancia epidemiológica, de acuerdo con los comentarios
de las obreras, dicha acción fue más bien para ejercer un acto de exclusión hacia
ellas) hasta la perspectiva de las obreras, las cuales, de manera reiterada, la expre-
saron bajo las categorías “no soy enfermiza” y “soy muy sana”.
Las obreras estudiadas, inmersas en una estructura de poder que apenas
advertían, pronto asimilaron que su demanda médica al interior de la fábrica y la
La investigación hace referencia a una maquiladora de bujías para motores, la cual, por ser pequeña, sufre vicisitudes cíclicas respecto de la oferta
25

y demanda de su producto. Éste es un escenario que pone de manifiesto un contexto de inseguridad laboral, dado que, de manera eventual, se
utilizaba el despido, seleccionando el personal potencialmente “conflictivo”, es decir, que tiene problemas de salud, demanda mayor atención
médica o no acata la disciplina laboral. Con ello, garantiza que no se genere una antigüedad inconveniente. Por lo anterior, se entiende que en las
respuestas de las obreras y sus representaciones sobre el despido aparecieran siempre como amenazantes en las entrevistas. En consecuencia,
se trataba de respuestas emocionales, aunque no las analicé de esa manera.
Capítulo 5
Las emociones como categoría analítica en Antropología... 111

presencia de cualquier padecimiento o enfermedad eran un potencial peligro. Sus


explicaciones y preocupaciones sobre esta circunstancia se asociaron escasamen-
te con el proceso de trabajo, pero sí se representaron, junto con la incapacidad
laboral, como una forma de “control social”. Así, la negación fue una respuesta
estratégica definida por las expresiones arriba anotadas, las que, desde mi punto
de vista, muestran dos tonos distintos en el mismo sentido: el de la negación de la
enfermedad, pero con significado diferente.
Cuando expuse estos resultados en varios foros antropológicos, una de las
críticas fue que los datos eran insuficientes para sostener que ambos enunciados
definían el control social y la exclusión. Si bien hay una acción de interpretación
pragmática de mi parte acerca de esas respuestas dichas, en numerosas ocasiones,
con tonos emocionales, el análisis de las categorías “no soy enfermiza” y “soy muy
sana” requería hacerse de manera relacional con la Etnografía en su totalidad.
De este modo, la primera expresión pudo interpretarse como una estrategia de
permanencia, pues provenía en mayor medida de las trabajadoras más jóvenes y
de menor antigüedad. En contraste, “soy muy sana” se empleó desde la plena con-
vicción de la permanencia por parte de las más antiguas, quienes habían acatado
la disciplina y ahuyentado la enfermedad, aunque sea en un nivel imaginario. Así,
el “ser sana” se construyó como contraparte: “soy sana, porque estoy aún aquí, por
eso no soy enferma“.26
¿Qué rescaté de esta experiencia?
1. Que el análisis cultural a partir de la interpretación es una fuente rica
de conocimiento del cual emergen las lógicas de pensamiento y acción,
y algo más que apenas empecé a advertir27. De la labor interpretativa
emergió, de manera importante, la reflexión sobre el sitio desde el cual
hablan tanto el investigador como el investigado. Ese lugar constituye el
“yo cultural” de cada uno, el mismo que observé, en el caso de las obreras,
mediado por relaciones de poder y expresiones emocionales que muestran
Esta es la interpretación de comentarios como el de Lina “procuro no faltar aunque esté enferma, no sé cómo le hago, pero vengo a trabajar. Por
26

eso me he mantenido en la empresa, porque saben que no doy problemas” (Notas de campo, julio de 1997).
Para este momento, mis formulaciones teóricas sólo daban espacio a las formas de pensar y de hacer de los conjuntos sociales. Propuestas que
27

(es claro) venían de la Antropología Médica liderada por Menéndez (1990), quien hacía un llamado a dar cuenta del pensar y el hacer a través de
las representaciones y prácticas. Este autor ha mencionado que la Antropología social de la primera mitad del siglo pasado dio cuenta más de las
prácticas, pero que en la segunda mitad se inclinó más por las representaciones (Menéndez, 2002). Dicha observación lo ha llevado a insistir en
que la descripción y el análisis sólo de las representaciones desdibuja la observación antropológica y que, en consecuencia, no se da cuenta de
lo que dice y hace el sujeto y su correspondencia (Menéndez, 2009). Es posible pensar que ello somete a sospecha si lo que piensa y expresa el
sujeto tiene correspondencia con lo que dice que hace o con lo que realmente realiza. Ésta es una cuestión no menor y, por tanto, debe seguir
analizándose. Sin embargo, el asunto de la sospecha puede dilucidarse con un trabajo de campo amplio, reflexivo, contextualizado y definido
por diversos actores sociales que muestren los puntos de tensión. Sólo con la inclusión de actores claves para indagar el fenómeno, estaremos
en posibilidades de resolver el problema.
Desde otro punto de vista, ese llamado de atención posiblemente refiere a que los antropólogos se estaban alejando del sitio en el que
el sujeto se desarrolla, por lo que la observación de las prácticas no era realizada. Esta preocupación es válida, sobre todo en función de la
importancia de describir con detalle el contexto en el que se desarrolla el sujeto. Sin embargo, algunos problemas de investigación (por ejemplo,
aquellos emanados del ámbito laboral) se encuentran con la limitante de las empresas mismas, que impiden, casi siempre, cualquier distracción
por parte de los trabajadores, como sucedió en los casos analizados. Por ello, en situaciones así resulta necesario contemplar básicamente lo
que piensa y hace el sujeto, aunque no me gusta hacer la diferencia entre lo que dice que hace y lo que realmente hace, pues considero que
eso introduce la sospecha.
112 CARTOGRAFÍAS EMOCIONALES LAS TRAMAS DE LA TEORÍA Y LA PRAXIS

claramente el papel del sujeto, quien experimenta las formas de tensión y


la propia enfermedad, y, en consecuencia, sus modos de respuesta.
2. En lo metodológico, que la interpretación de los significados de enfermar
o no enfermar y la emocionalidad que ello produce, sólo se pudo develar
gracias a un amplio trabajo de campo, de constante revisión y contras-
tación de la información recabada, y de reflexión sobre la manera en que
se producen los datos antropológicos. En este sentido, en las descripcio-
nes e interpretaciones de esa investigación comprendí que el trabajo et-
nográfico es, al mismo tiempo, un encuentro emocional y un ejercicio
intelectual. Lo viví así pero no lo expresé como tal, debido a que, en el
medio antropofísico, la tendencia a producir conocimiento predictivo y
verificable ha mostrado siempre un rechazo a las perspectivas sociocul-
turales e interpretativas, basado en la idea de la pérdida de objetividad y
la emergencia de la subjetividad, lo cual se aleja de la ciencia y la razón.
En el seno de la Antropología Social, también hubo rechazo al in-
terpretativismo, debido a que se consideraba (como lo han expresado los
críticos más severos) que lo que hicieron las etnografías interpretativas
fue, como menciona Llobera (1990), desembocar en un “subjetivismo
narcisista”, que él mismo subrayó como opuesto a toda teorización28.
3. Que poner atención en las categorizaciones, definiciones y explicacio-
nes desde el punto de vista de las obreras en torno a sus procesos enfer-
mantes, mostró el valor heurístico del lenguaje, ya que, más allá de su
importancia gramatical, se puede pensar en la función que ésta tiene
en la producción, comprensión y transmisión de los sentimientos, no
sólo de manera gestual sino performática, discursiva, cognitiva y sen-
sible, lo cual constituye la base para la adquisición y transmisión de los
valores y las creencias culturales, en definitiva: el fundamento para la
interacción social.
4. Que, tomando en cuenta la observación anterior y subrayando las premi-
sas de la Antropología Médica –que destacan que es en el cuerpo y en la
experiencia de enfermar donde, con mayor facilidad, emergen las emo-
ciones como medios de comunicación (Sheper-Huges & Lock, 1987)–,
Más allá de considerar válida esta crítica, pues realmente se puede caer en un análisis desbalanceado respecto de las representaciones de
28

primer y segundo orden, creo que la crisis de las representaciones de las que he hablado y el cuestionamiento sobre cómo se produce el saber
antropológico han dado resultados productivos en términos de teorizaciones y crítica epistemológica. Por lo menos, en la Antropología Médica
se observa un avance y una reflexión teórica de alto nivel, de lo cual afloran perspectivas más convincentes sobre las emociones. Y no es que
el centro del análisis sean las emociones, sino que diversos autores arriban a ellas y las incorporan en sus elaboraciones a partir de abordar, de
manera relacional, las dimensiones política, corporal, psicopatológica y emocional para el estudio de las sensaciones y los síntomas que dan
cuenta de las expresiones de enfermedad desde el punto de vista del actor. Véanse Scheper-Hughes y Lock (1987), y la notable compilación
de Csordas (1990) sobre investigaciones que develan al cuerpo como representación y como ser y estar en el mundo, para hablar de una
interacción compleja entre biología y cultura, fundamentada desde el concepto de embodiment, que alude a una condición existencial. La
mayoría de los autores de esa compilación comulgan en reflexionar sobre un momento crítico de la teorización acerca de la cultura y el self en
donde, sin duda, la emergencia de las emociones se hace notoria.
Capítulo 5
Las emociones como categoría analítica en Antropología... 113

advertí que, de acuerdo con los relatos de las obreras, el espacio laboral se
convertía en un claro laboratorio de interacción social cada vez más me-
diado por emociones como ansiedad, tristeza, miedo y coraje, las cuales,
con mayor nitidez, pueden dibujar el conflicto y los modos de interacción
en un eje de dominio-resistencia.
5. Por último, que es en el encuentro con el otro en el trabajo de campo
donde se evidencia claramente que la persona con la que tratamos no es
un ente pasivo, sino un agente activo y sujeto de su propia historia.

CUERPO Y EMOCIONES: PUNTO DE ENCUENTRO

Colocada en el interés de dilucidar si el cuerpo –biología humana– es una expre-


sión universal y las implicaciones que ha tenido su objetivación (negando con
esto su naturaleza intersubjetiva y activa), me propuse afinar este concepto y el
de emociones, dado que los referentes empíricos de las obreras de la maquila me
dieron elementos para detallar de nuevo mis herramientas conceptuales para apli-
carlas en la siguiente investigación con las operadoras telefónicas.
La reflexión me llevó a tener una mirada crítica pero propositiva dentro
de la Antropología física, con lo cual subrayé la necesidad de resignificar su ob-
jeto de estudio, señalando que la observación del hombre y de su variabilidad
biológica precisa concebir a la especie humana conformada por sujetos (hom-
bres y mujeres), cuya distinción nodal respecto del resto de la escala zoológica es
que son productores de sentido; esto es: en la interacción humana se construyen
realidades y asignan significados subjetivos a las condiciones corporales, a sus
nociones y, en general, a las acciones producidas en la vida cotidiana (Ramírez,
2010b). A partir de la idea que destaca la producción de sentido, me distancié de
la propuesta que ha estudiado el sustrato biológico desde una perspectiva natural,
universalizada, objetivada, desprovista de intencionalidad e intersubjetividad, lo
cual ha constituido el discurso hegemónico de la disciplina, hoy día, visto como
un rasgo ideológico criticable.
Siguiendo esta trayectoria de análisis que transita de una mirada pragmá-
tica a una propuesta teórico-conceptual, la reflexión centra su atención en un
cuerpo con historia, productor de sentido y actor social inmerso en relaciones
asimétricas de interdependencia29 matizadas por el género, la edad, la clase y la
etnia. Por ello, tiene importancia abordar la cultura desde la perspectiva semiótica
Las relaciones asimétricas importan porque reflejan cifras de enfermedad y muerte donde las mujeres destacan por ser las más afectadas. Por
29

esta razón, las investigaciones que he realizado después del trabajo con los mineros (ubicadas desde la perspectiva sociocultural para explicar la
salud), se enfocaron en las mujeres: primero, las trabajadoras de la maquila, luego, las operadoras telefónicas, y, de manera reciente, las alumnas
de un internado de religiosas.
114 CARTOGRAFÍAS EMOCIONALES LAS TRAMAS DE LA TEORÍA Y LA PRAXIS

y hermenéutica, y explicar que ésta no se reduce a un esquema de conducta ob-


servable, sino que se concibe como resultado de la interacción social y del sentido
que los individuos en ella le confieren al mundo en que se encuentran.
De esta manera, la cultura importa al concebirse como productora de
salud, determinante de enfermedad y modeladora de la experiencia, a la que
modifica y le adjudica sentido y significación. Desde esta orientación, el sujeto
de análisis es entendido ahora como un actor social30, que ya no se ve más como
un sujeto inerte traspasado por la cultura, sino que se reconoce por su capacidad
creadora, discursiva y negociadora de la realidad, en síntesis: por su capacidad de
agencia y significado social.
Así, el concepto de cuerpo que sintetiza lo anterior, refiere a un campo de
experiencia perceptual y de interacciones afectivas y sensibles, por medio del cual los
actores construyen su mundo e interactúan produciendo significados y metáforas,
así como negociando y renegociando sus situaciones, en un proceso dinámico31. Con
esta idea aludo no sólo a la experiencia del cuerpo vivido, sino a la experiencia
en un sentido más amplio, es decir, como medio intersubjectivo de transacciones
sociales en contextos locales, considerando, además que ésta es resultado de ca-
tegorías culturales y estructuras sociales que actúan recíprocamente en procesos
biopsicológicos de manera tal que constituyen la intersubjetividad.
Cerca del fin del siglo pasado (1999) inicié una investigación con operadoras
telefónicas. Una observación traída desde los mineros y pasada por las obreras de la
maquila fue que, para ambos grupos de trabajadores, resultaba importante hablar
de un malestar generado en el ámbito de trabajo y no del todo comprendido, pero
enunciado como “tensión”, “nervios”, “angustia” y, finalmente, “estrés”. Ahí fue don-
de tuvieron relación las cavilaciones anteriores con la realidad de las operadoras,
toda vez que un grupo de ellas manifiestó que, debido a los cambios tecnológicos en
la telefonía, estaban experimentando estrés laboral. Me propuse entonces abordar
ese síntoma como proceso y desde la significación atribuida por parte de las opera-
doras para develar el contexto que le daba sentido (Ramírez, 2010a).
En este orden de ideas, cobijada por un cuerpo categorial sociocultural y una
mirada crítica que se distanciaba de la Biomedicina para construir el estrés como
objeto antropológico, pude proponer con mayor claridad al cuerpo perceptual
30
Quien genera respuestas diversas: cognitivas, emocionales, discursivas y actanciales, las cuales dan cuenta del circuito pensamiento-sentimiento-
palabra-actuación, que comprende los actos humanos implicados en la producción de sentido.
31
En la construcción de esta propuesta están numerosas lecturas producidas en el ámbito de la Antropología médica, pero debo subrayar
que, sin duda, las que más han influido en mi pensamiento son la de Scheper-Hughes y Lock (1987), pues abundan particularmente en la
revisión epistémica del cuerpo; y las de Csordas (1990) y Lindenbaum y Lock (1993). Las dos últimas son compilaciones de investigaciones
cuya originalidad me ayudó a repensar las dimensiones necesarias para el estudio de los cuerpos y sus condiciones de enfermedad. Ambas
constituyen verdaderos hitos de la Antropología médica contemporánea, ya que proponen el análisis cultural de la Biomedicina y del cuerpo
dentro de tendencias mayores en Filosofía, teoría social y crítica cultural. Su mayor aporte es evidenciar cómo la Biomedicina interviene en el
cuerpo material, afecta profundamente la subjetividad y experiencia corporal, y modula la manera en que las personas expresan sus emociones
y sensaciones más dolorosas.
Capítulo 5
Las emociones como categoría analítica en Antropología... 115

como espacio central de análisis, para dilucidar sus expresiones en el terreno laboral
y desde la experiencia de enfermar.
La investigación recuperó las orientaciones anteriores, pero las comple-
jizó y detalló, pues, de los primeros datos de campo para dilucidar el estrés de
las operadoras, emergió un mundo en convulsión, del cual afloraron diversas
emociones (el propio estrés configurado como emoción) que, en su más profun-
da revelación, expresaron el coraje y la envidia como categorías explicativas del
mismo. Además de ello, en el trabajo de campo se identificaron representaciones
estereotipadas por parte de los dirigentes sindicales, algunos médicos e, incluso,
varias operadoras, quienes naturalizaron el estrés al concebirlo como una res-
puesta de mujeres “menopáusicas”; o bien, lo individualizaron y despojaron de
toda causalidad laboral, al afirmar que éste era más bien resultado de una baja
autoestima de las operadoras (Ramírez, 2010). Como se puede ver, no sólo es un
mundo de representaciones, sino también uno cargado de emociones.

EL CIRCUITO PENSAR-SENTIR-DECIR-HACER

En este escenario en el que puse atención en lo que las operadoras piensan y ha-
cen sobre el estrés, y lo asociado con éste, advertí que ellas se mostraban como
un sujeto colectivo con agencia y que actuaba a través de interacciones afectivas
y sensibles, a las cuales le otorgaban significado y con las que negociaban su rea-
lidad social. En este sentido, al reflexionar con mayor detalle sobre el tema de lo
que piensan y hacen, y las representaciones y prácticas como acciones particulares
involucradas en la producción de sentido, observé que una de las maneras de ac-
ceder a ello era mediante su narrativa:
Se puso en relevancia el proceso narrativo de cada una de las operadoras ya que,
con relación a la enfermedad, a menudo las personas llegan a un punto en el cual sus
pensamientos y sentimientos se ponen en palabras y en gestos. Este acto de verbalización
no implica solo un esfuerzo para conceptuar la experiencia, sino también para ordenarla,
empezar el trabajo de entenderla y, en consecuencia, generar estrategias para atenderla. Se
consideró que la narrativa era el medio idóneo a través del cual el investigador puede
acceder al proceso que lleva a los individuos en su calidad de enfermos a conceptuar
y entender la experiencia de su enfermedad. Además, el acto de relatar yuxtapone
elementos dispares (circunstancias, momentos, situaciones, personas) que le son
significativos al sujeto, así como su propia persona, haciendo uso de su ir y venir en
el tiempo, advirtiendo las diferentes transformaciones que operan en diversas esferas
de su vida (Ramírez, 2011:345).
116 CARTOGRAFÍAS EMOCIONALES LAS TRAMAS DE LA TEORÍA Y LA PRAXIS

Este ejercicio de contar, en la práctica, mostró (de manera evidente) que el


sujeto que narraba (las operadoras), piensa, siente, expresa y actúa de manera ges-
tual; de ahí la importancia del estudio del estrés desde el significado sociocultural,
pues, al poner atención a su historia, lo que se expuso fue una historia personal y co-
lectiva de las operadoras, cuyo mayor aporte consistía en advertir que el estrés no es
sólo una respuesta neurohormonal individualizada, sino un problema estructural32.
Además de lo anterior, la definición de cuerpo que puse en juego, aclaró en
la práctica que éste es el espacio que nos conecta con el mundo, tanto en la súbita
alegría y en las tristezas sin fin, como en las memoriosas horas de placer y en las
del inefable dolor. Desde el cuerpo se traza un diálogo entre exterior e interior,
una separación y, al mismo tiempo, una conexión, una expresión social y una
experiencia personal. Por ello, el espacio de configuración de la persona, como
afirma Csordas (1990) en su concepto de embodiment, es el terreno intersubjetivo
de la experiencia.
Desde estos lineamientos, identifiqué de inmediato la experiencia corporal,
constituida, desde mi punto de vista, por sensaciones físicas internas, pero también
por el significado del sentir o de la sensación sentida. Esta pequeña noción revelado-
ra me puso en alerta para notar la importancia de los actos humanos implicados en la
producción simbólica de la vida, y me permitió encontrar, de manera notable, que el
sujeto no sólo piensa y actúa (produce representaciones y prácticas), sino que, además,
experimenta, es decir: siente y utiliza un lenguaje para comunicar tanto lo que piensa,
dice y siente, como lo que hace o implementa ante “x” problema.
De esta manera, hice visible el circuito pensar-sentir-decir-hacer, con el
cual pude observar de manera relacional la experiencia corporal a partir de las sen-
saciones internas (que son la base de la creación de significado), articuladas con el
pensamiento y el lenguaje como medio de comunicación cotidiana, y la actuación
como forma de interacción. Dicho circuito evidencia que los cuerpos-sujetos res-
ponden ante sus circunstancias de manera cognitiva, emocional, discursiva y ac-
tancial; además, es una forma de visualización técnica que permite la comprensión
del cuerpo en su ser y estar, y se plantea para evocar las descripciones y metáforas
que son capaces de transformar las experiencias corporales de un modo prerre-
flexivo de información, en un lenguaje como modo digital de información33 y en la
acción como la plena realización de la interacción subjetiva.
32
Cuando las operadoras hicieron alusión a las relaciones de trabajo hostilizadas por los ritmos y la vigilancia, sus relatos estuvieron plagados
de emocionalidad, que, además, analizaron a la luz del cambio tecnológico. Así, encontramos que, antes de éste, ellas sufrían de “nervios”
y, después de él, se reformuló esta noción bajo las categorías de “enojo”, “irritación” y “envidia”. Al respecto, Elsa, operadora de lada
internacional, esquematizó con metáforas gestuales la diferencia entre el uso de la tecnología analógica (antes) y la digital (después), y
explicando el comportamiento de sus compañeras, mencionó que anteriormente, algunas de ellas, provocadas por tanto cansancio, “aventaban
el equipo en un acto de rebeldía”, mientras que, con la tecnología digital, se había dado el caso de una compañera que gritó “¡este trabajo
apendeja!” y se salió sin permiso de la sala. Para Elsa, la diferencia en este último comportamiento radicaba en una expresión emocional (el
estrés) sin importar, según ella, un reporte o las consecuencias de una respuesta cargada de rechazo y enojo. Véase Ramírez (2010a).
33
Es decir, que es capaz de transmitir símbolos no sólo lingüísticos o escritos, sino también performáticos y gestuales.
Capítulo 5
Las emociones como categoría analítica en Antropología... 117

A partir de este hallazgo empírico, propuse que el circuito analítico que


se usa para explicar la experiencia del padecer en el medio laboral34, debiera de-
finirse a partir del pensar-sentir-decir-hacer como actos humanos involucrados
en dicha producción de sentido35. Al respecto, he de mencionar que en este hecho
hay un giro epistemológico que está visibilizando un espacio de la experiencia
humana que es la respuesta emocional, vedado hasta hace poco por considerarse
parte irracional de dicha experiencia y, por tanto, teorizado desde una perspectiva
biologicista evolutiva.
Desde la Antropología Física, las emociones son consideradas como pro-
cesos psicofisiológicos desarrollados a través de un largo proceso de adaptación
biológica al entorno, compartido con otras especies filogenéticamente cercanas;
asimismo, son condición de las relaciones sociales y de la creación de los mitos
que fundan nuestra cosmovisión. Sin embargo, es preciso señalar que, al abordar
esta condición humana como objeto de estudio antropológico, a menudo las in-
vestigaciones dieron cuenta de una perspectiva limitada que enfatizaba la expe-
riencia individual. Quizá por su escaso desarrollo teórico y metodológico (com-
partido, sobre todo, con la Psicología), el estudio de las emociones no tiene una
continuidad productiva.
Lo importante de las aproximaciones antropológicas es que muestran, con
investigaciones empíricas y por medio de la comparación etnográfica, que, a pe-
sar de que no hay experiencia humana que no esté tamizada por una emoción,
dicha experiencia estará marcada por las significaciones sociales que remiten a
experiencias particulares en las que siempre habrá lugar para una nueva forma de
emoción o para una particular manera de narrar una vivencia emotiva.
Me interesa destacar aquí que la condición esencial de la experiencia
humana genera vínculos y potencia la vida en sociedad. En este sentido, recu-
pero una de las advertencias más relevantes de la propuesta de Sheper-Hughes
y Lock: “Ya que las emociones traen consigo sentimientos y orientaciones cog-
noscitivas, moralidad pública e ideología cultural, es posible a través de ellas,
tender un puente entre la dimensión individual, social y política del sujeto”
(1987:38). Desde mi perspectiva, al poner atención a las sensaciones internas
como la base del significado del pensamiento, el lenguaje y la acción, si bien
amplié el circuito de comprensión de la experiencia, lo que subrayé fue el senti-
do e importancia de las emociones.
De manera empírica, constaté dicho referente teórico al observar cómo la
reflexión de las operadoras telefónicas sobre lo que es una experiencia estresante,
Debo decir que es en cualquier medio, pero me interesa destacar el medio laboral, ya que en éste se explicita cada vez más una clara elaboración
34

económica de las emociones y su control para eficientizar la producción (Ramírez, 2011).


Desde una perspectiva aristotélica, desde luego que considero que pensar, sentir, decir y hacer son actos humanos cuya característica compartida
35

es que se fundamentan en significaciones que producen la intersubjetividad.


118 CARTOGRAFÍAS EMOCIONALES LAS TRAMAS DE LA TEORÍA Y LA PRAXIS

remitió en cada ocasión a una emoción, esto es: al indagar la historia del estrés,
en cada caso aparecieron las exigencias de los distintos roles, ya sean familia-
res o laborales, y sus intensas ataduras emocionales, percibidas por parte de las
operadoras como una mayor fuente de preocupaciones, conflictos, angustias y
ansiedades. De esta manera, conocí un mundo de nociones y respuestas donde
las emociones son calladas, pero también afloran; y pude constatar cómo a cada
momento, circunstancia o relación le correspondía una emoción distinta. Estos
resultados coinciden con lo que Lazarus (desde la Psicología) apuntaba, al men-
cionar la importancia de la relación entre el estrés y la emoción. Para él:
Cada emoción nos dice algo diferente sobre el modo en que una persona ha valorado
lo que sucede y el modo en que lo maneja. Por tanto, si sabemos qué significa
experimentar cada emoción –es decir, la trama dramática de cada una– entonces este
conocimiento nos proporcionará una visión inmediata de cómo transcurre (1999:48).

Si en el análisis se observa que alguien responde de manera habitual en


diversos encuentros con la misma emoción, podemos decir que hemos encontra-
do un rasgo particular, estructuralmente importante, sobre el modo en que esta
persona se relaciona con el mundo. Desde esta premisa, empecé a construir las
principales ideas sobre la importancia de las emociones, más aún cuando, en la
misma práctica, volví a constatar que la experiencia de la enfermedad física (pero
también la de aquélla llamada emocional o mental) se transmite a través de una
trama dramática que adquiere su importancia por cuanto es capaz de dibujar di-
versos contextos que constriñen a los sujetos, expresados con diversas emociones.
Para cerrar este apartado del cuerpo-experiencia y cuerpo-agencia, teori-
zado a partir de la investigación referida y que pone en evidencia el circuito pen-
sar-sentir-decir-hacer, cabe mencionar que no me propuse ex profeso estudiar el
mundo emocional de las operadoras telefónicas, pero este resaltó a todas luces al
explicar el estrés y mostrar las razones y causas de sufrimiento. Por este motivo,
consideré necesario reflexionar sobre las emociones.
De esta reflexión, además de destacar el circuito pensar-sentir-decir-hacer,
me quedó claro que el espacio laboral es un campo sociopolítico, pero también
emocional, articulado por concepciones, tradiciones, creencias, prácticas, senti-
dos, emociones y significados, y por normas y reglas que regulan esto. La constan-
te reflexión sobre los aspectos emocionales me ha llevado a considerar la categoría
de régimen emocional tal cual se ha abordado desde la historia de las emociones
(Reddy, 2001): como un posible ordenador para comprender cómo se articula el
espacio laboral y las formas de expresión a través de las emociones.
Esta observación surgida de la Historia y traída para la reflexión sobre las
emociones de las operadoras telefónicas me pareció ilustrativa de un aspecto
Capítulo 5
Las emociones como categoría analítica en Antropología... 119

particular referente a la histeria colectiva, ocurrida a éstas en varios momentos


relacionados con el cambio tecnológico. De ahí mi interés por las expresiones
emocionales colectivas, las cuales, como en el caso de la histeria colectiva de
más de 500 alumnas de un internado de religiosas en Chalco, Estado de México,
debía explicarse desde la Antropología.

EL CUERPO ATRIBULADO

Tras revisión histórica sobre las expresiones de la histeria colectiva entre las ope-
radoras telefónicas, manifestaciones que encontré asociadas con el encierro, la
disciplina y el orden de la producción, no pude menos que tratar de explicar el
cuerpo atribulado a partir de lo que ocurrió en Villa de las Niñas, en Chalco, en
el 2007. No ahondaré en esta investigación, pues recién estoy en la fase final de la
descripción y análisis de las principales explicaciones del suceso, desde la voz y
experiencia de las propias afectadas.
Sin embargo, mencionaré que las directrices teóricas apuntadas con ante-
rioridad sobre el cuerpo y las emociones, son el marco de referencia apropiado
para tratar de explicar cómo los cuerpos de las adolescentes en encierro expresan
durante su estancia en el internado un conjunto de emociones que son producidas,
transmitidas, controladas y resignificadas en pos de lograr un cuerpo disciplinado
y dócil. En este caso, quise esclarecer el concepto de emociones, por dos razones:
una, para definir claramente que la investigación es antropológica, y dos, porque el
acercamiento a través del estudio de las emociones no se hace desde un punto de
vista psicológico, individual o descontextualizado.
Con el punto de partida puesto en torno al estudio de las emociones en
esta investigación36, subrayo que son algo más que “fluidos”, “energías” o “pa-
siones”. Si bien acepto que estas categorías tienen su fundamento en el modelo
hidráulico de las emociones37, imperante en algunos autores desde Darwin hasta
Freud, no descarto su poder explicativo expresado en el saber popular38, seña-
lando que las emociones son sólo comprensibles a través de procesos de construc-
ción de significado y que se reconocen como una respuesta del cuerpo, la cual se
identifica como taquicardia, sudoración, rubor o lágrimas, o sensación de ahogo,
36
La investigación se titula El trastorno psicogénico como lenguaje del cuerpo. Explicación socio-antropológica de la realidad vivida en Villa de
las Niñas en Chalco Edo. de México. Fue financiada por la Escuela Nacional de Antropología e Historia y el Instituto Nacional de Antropología e
Historia (enah, inah).
37
Modelo analizado por Solomon (1993) y discutido y criticado por varios autores, entre ellos, Reddy (2001). La lectura de estos autores no sólo
orienta sino que fortalece mi propuesta, al indicar las limitantes de la teoría hidráulica de las emociones, la cual, en síntesis, pone el acento en
una respuesta biológica individual.
38
Considero que las emociones concebidas como fluidos, energías o pasiones pueden ser referencias que se encuentran en el saber popular
y que contribuyen fuertemente a la producción de diversas metáforas que permiten la explicación de lo que, en ocasiones, es imposible
comprender, como el dolor o los diversos malestares que no tienen un sitio preciso en el cuerpo.
120 CARTOGRAFÍAS EMOCIONALES LAS TRAMAS DE LA TEORÍA Y LA PRAXIS

de “hueco” en el estómago o de tener el cuerpo trémulo. Además, unas sensaciones


pueden ser conscientes y nominales, y otras no. También, las emociones se expre-
san como respuesta conductual advertida en la modulación de respuestas cor-
porales como: voz, gestos, acciones, uso de las palabras, prosodia, entre otras.
Dichas respuestas se definen, experimentan y emplean de manera distinta
por los diferentes grupos socioculturales. En este sentido, las emociones no son uni-
versales ni irracionales, puesto que se generan a partir de procesos de significación,
por lo que son, en consecuencia, concebidas aquí como vehículos de comunicación a
través de los cuales se gestiona la vida social en su conjunto.
En el entendido de que el espacio y el tiempo de producción de emociones
que me interesa indagar está inmerso en el internado de Villa de las Niñas, consti-
tuido como un lugar de eficaces técnicas disciplinarias para el gobierno del cuer-
po y alma de las internas (Ramírez, 2013b), me propuse describir, desde el punto
de vista de un grupo de adolescentes ex alumnas, las diversas expresiones emocio-
nales producidas en el transcurso del internamiento, suponiendo que varían de-
pendiendo de su proceso de adaptación a una nueva forma de emocionalidad que
antes no conocían, así como a la manera en que cada una respondía a la principal
norma del centro educativo, que implicaba controlar cualquier expresión emocio-
nal que no fuera más que para comunicarse con Dios y agradecer su nueva vida.
Este conocimiento, si bien es generado por las diversos comentarios susci-
tados a raíz de la expresión de la enfermedad que las aquejara durante el primer
trimestre de 200739, ha sido corroborado en cada relato por las personas entre-
vistadas, tanto las propias adolescentes, quienes mencionaron que la institución
imponía de entrada “prohibir el afecto entre las alumnas”, como sus profesores, a
quienes se les exigía no acercarse a éstas a menos de un metro y jamás demostrar-
les afecto (Ramírez, 2012b).
Y es aquí donde hago notoria la importancia de estudiar la expresión de las
emociones, pues considero que el internado como institución implementaba un
“sistema cultural de moralidad” conformado por un circuito de simbolizaciones,
rituales y prácticas donde se controlaban, imponían y redirigían las emociones ha-
cia un solo fin: docilizar y controlar los cuerpos y las almas de las internas. Como
respuesta a ello, las ex internas estudiadas expresaron diversas emociones que tran-
sitaban entre el coraje y el miedo, y cuya guía adecuada para su análisis resultó ser
la revisión de los siete pecados capitales (Ramírez, 2013b).
El estudio del cuerpo y sus emociones es trascendente, porque los cuerpos rela-
tan historias y experiencias manifestadas a través de gestualidades, respuestas corpo-
rales y lenguajes que van (como ya lo apunté) de la súbita alegría a las tristezas sin fin,
Numerosos medios de comunicación dieron a conocer la problemática que vivieron las internas durante el 2007, cuando cientos de alumnas
39

se enfermaron de histeria colectiva: los síntomas manifestaban incapacidad para caminar, dificultad para hablar, desmayos, mareos, fiebres,
vómitos, dolores de cabeza y de articulaciones (Ramírez, 2008).
Capítulo 5
Las emociones como categoría analítica en Antropología... 121

o bien, de las memoriosas horas de placer a las del inefable dolor. Tales expresiones no
surgen de la nada, sino que tienen razón de ser, una lógica particular que, al ser desci-
frada, nos brinda las pautas para comprender y explicar la complejidad que adquiere
la interacción humana en situaciones específicas.

REFLEXIONES FINALES

Como lo ha sugerido Leavitt (1996), una manera de teorizar y posicionarse res-


pecto del estudio de las emociones en el caso de las dicotomías que reducen las
prácticas investigativas a perspectivas biológicas o socioculturales, es por medio de
una relectura del pasado occidental moderno, de métodos analíticos que recons-
truyen las resonancias afectivas y de la Etnografía como metodología idónea para
la comprensión de los diversos tonos del sentimiento, así como de sus significados.
Siguiendo esta observación, no hablé del cuerpo ni de las emociones por-
que hoy esté de moda, sino porque, como lo mostré en este recuento, desde hace
tres décadas pienso críticamente sobre el cuerpo y, en este tránsito reflexivo, las
emociones afloraron. Me interesó una reflexión acerca de éstas la cual tuviera
como hilo conductor mi propia experiencia investigativa, que permite ver cómo,
a lo largo de los años, advierto las respuestas emocionales de los sujetos de estudio
y las mías propias, pero, al no tener elementos apropiados para analizarlas, sim-
plemente no las considero material idóneo para la investigación. De esta manera,
el persistente dato de campo que refiere al mundo emocional, me llevó a pensar en
la inminente necesidad de reflexionar teóricamente sobre ello, manteniendo una
vigilancia epistemológica.
Ello invita a un constante acto reflexivo sobre el proceder en la investiga-
ción, con el fin de poner a prueba las ideas y evitar dogmas. Además, la vigilancia
epistemológica es una tarea básica de todo estudioso, en un doble orden. Por un
lado, porque le permite ver la coherencia teórica que guarda con su propia línea
de pensamiento, desde la cual debe identificar en su práctica investigativa cuál
es el error y, dentro de su marco teórico, buscar y aplicar los mecanismos meto-
dológicos que le permitan superar los obstáculos presentados. Por otro, porque a
través de la reflexión se establece la ruptura, en principio, con el sentido común,
en específico con el sentido común propio entendido como ideología racionali-
zada de la realidad (prenociones); esto permite al estudioso mantener un auto-
control de su “yo cultural”40 y de sus emociones. Advertir las emociones que nos
provocan los fenómenos que investigamos, posibilita mantener un proceso de
autocontrol y control del dato producido.
Me refiero al yo culturalmente constituido, situado en la confluencia del mundo personal y social (v. Lutz & White, 1986; Shweder & Le Vine, 1984).
40
122 CARTOGRAFÍAS EMOCIONALES LAS TRAMAS DE LA TEORÍA Y LA PRAXIS

En esta revisión, que pone de manifiesto una construcción-resignificación


de conceptos, quise plantear los márgenes de la acción investigativa en términos
teóricos y metodológicos. Es obvio que en dicha construcción se refleja un po-
sicionamiento respecto de aproximaciones interpretativas que abrevan mayor-
mente de la producción antropológica anglosajona, ya que considero que esto
tiene la virtud de generar datos de campo que permiten sostener la noción de
diversidad cultural, y que, al mismo tiempo, ha pugnado por una gran teoriza-
ción sobre el cuerpo y las emociones.
Sin embargo, del estudio de la enorme producción que, sobre emociones,
la Antropología Cultural ha generado, surgió una pregunta: ¿por qué la impor-
tancia de las emociones parece tener un comportamiento cíclico en la Antropo-
logía? Una revisión de los autores caracterizados por este interés41 muestra que su
debate teórico parece haberse quedado en la década de los 80, cuando estudiosos
como los Rosaldo (Renato y Michelle), para hablar de la “fuerza cultural de las
emociones”, proponen la emergencia de la Antropología de las emociones, del
“yo” y de los sentimientos42.
He hablado lo suficiente sobre el debate reñido que se sigue presentando
entre el positivismo y el interpretativismo, pero una posible respuesta sobre el
oleaje en la producción de trabajos relativos a las emociones en Antropología, tal
vez sea que se trata de una discusión inacabada debido a la exigencia de mostrar
credenciales científicas para validar el estudio de una parte de la experiencia hu-
mana que no puede, desde mi punto de vista, reducirse a través de instrumentos
de medición.
Quizá la propuesta de una Antropología de las emociones no prosperó toda
vez que resulta obvio que éstas atraviesan diversas dimensiones de la realidad, por lo
que volveríamos a fragmentarla. Es mejor verlas como categorías; como tales, deben
tener un sitio notable en la investigación antropológica. A continuación, expongo
algunas razones, tomando como eje mi propia experiencia como antropóloga.
Sin afán de reificar el trabajo de campo, es preciso recordar que la función
de éste es, en parte, aliviar la ansiedad, como mencionó Devereux (1977); pero,
además, como lo mostré, ya no puede verse como el encuentro con el otro o la
puesta en marcha de la “observación participante”, sino que requiere conceptuali-
zarse como un espacio relacional en el que afloran comportamientos, pensamien-
tos, sentimientos, recuerdos, fantasías e imaginaciones por parte del investigador,
los cuales pueden afectar de manera decisiva la compilación, el análisis y la re-
dacción de la información. Por ello, es preciso volver a reflexionar críticamente
La lista es larga, imposible de reproducir aquí; algunos de ellos ya han sido citados.
41

Hay aun diversos elementos que sigo revisando, pero me llama la atención que los 80 son productivos al respecto, en los 90, el interés baja
42

un poco y, en la siguiente década, vuelve a emerger. En todos los casos, lo más relevante es que la producción internacional (Antropología
anglosajona) tiene el mérito de mostrar nuevas teorizaciones a partir de trabajos empíricos.
Capítulo 5
Las emociones como categoría analítica en Antropología... 123

sobre lo que constituye a la Antropología, y que es su forma de producir los datos


a través del trabajo etnográfico.
Al respecto, en años recientes, dentro del ámbito anglosajón, ha surgido un
novedoso análisis sobre el trabajo de campo (Spencer & Davies, 2010; Davies &
Spencer, 2010), en donde se destaca, como resultado de nuevas reflexiones episté-
micas, un giro intersubjetivo (intersubjective turn), al reconocer, como lo ha apun-
tado Tedlock, la transición “de una metodología de la objetivación a una meto-
dología intersubjetiva” (2000:471), revelándose así, además, su experiencia como
“intersubjetiva y encarnada. No individual y fija, sino como social y procesual”43
(citado por Spencer y Davies, 2010:6).
En estas nuevas reflexiones, los autores mencionados pugnan por visibili-
zar el llamado giro afectivo (affective turn), al argumentar que:
[…] la reflexividad emocional debe ser una parte importante de nuestra metodología,
ya que nos permite obtener un mayor conocimiento de nuestra participación en el
campo. Los antropólogos son afectados y afectan a los demás a través del compromiso
emocional; ellos “manejan” las emociones o les permitan desarrollarse como vehículos
de entendimiento. Las emociones pueden ser formas de conocimiento, ellas dan forma,
en carne viva, a las relaciones en el trabajo de campo. A través del actuar y del vivir
nuestras emociones, afectamos nuestras relaciones y las formas en que conocemos y
lo que sabemos (Spencer y Davies, 2010:2).

En efecto, las emociones son vehículos de entendimiento que ponen en


articulación pensamiento y sentimiento, y, por ello, no pueden verse como expre-
siones irracionales. Como señaló Michelle Rosaldo:
El sentimiento siempre está conformado a través del pensamiento y el pensamiento
está cargado de significado emocional. […] Las emociones son pensamientos que de
alguna manera “se sienten” en oleadas, pulsos, “movimientos” de nuestros hígados,
mentes, corazones, estómagos, piel (1984:143)44.

Para terminar, hago énfasis en que una reflexión epistémica sobre las emo-
ciones desde la Antropología no puede mantenerse en los marcos de la especiali-
zación sin volver los ojos (en principio) hacia la Antropología médica, la Historia,
la Sociología, la Psicología e incluso, los novedosos acercamientos que ha realiza-
do la Psicología organizacional y las neurociencias.

La traducción es mía.
43

La traducción es mía.
44
124 CARTOGRAFÍAS EMOCIONALES LAS TRAMAS DE LA TEORÍA Y LA PRAXIS

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