COLECCIÓN
EMOCIONES E INTERDISCIPLINA
VOLUMEN II
CARTOGRAFÍAS
EMOCIONALES
LAS TRAMAS DE LA TEORÍA
Y LA PRAXIS
Apoyo técnico
INTRODUCCIÓN 1
2. EL CUIDADO DE SÍ.
EFECTO EN EL DESARROLLO MORAL DEL SUJETO / Antonio Sánchez Antillón 27
3. LA MATERIALIDAD ACTIVA
DE LOS AFECTOS: ALGUNOS DESAFÍOS / Emma León Vega 47
6. EMOCIONES Y PROTESTA.
POR QUÉ Y CÓMO ANALIZARLAS / Alice Poma y Tommaso Gravante 129
INTRODUCCIÓN
S
i en 1986, cuando desarrollaba mi primer trabajo de campo como antropó-
loga, hubiese conocido la definición de emociones de Lutz y White, quienes
apuntaron que: “Las emociones son un lenguaje primordial para definir las
relaciones sociales de negociación del ser en un orden moral”1 (1986:417), la mi-
rada y el sentido de aquello que de manera cotidiana exploré, observé y anoté en
mis diarios de campo, hubiese sido un material lógico y susceptible de analizarse
sin miedo al ridículo o a la descalificación por no ser “científico”. Sobre todo, hu-
biese constituido documentos adecuadamente examinados, dado que, en la bús-
queda de las representaciones y prácticas de lo que los conjuntos sociales elaboran
respecto de, por ejemplo, la enfermedad ocupacional, las emociones afloraron y
provocaron acercamientos, disrupciones, desvíos, incomprensiones y, en el límite,
empatías no reflexionadas de manera crítica, porque simplemente fueron acalla-
das, opacadas, desdibujadas. Como si, con ello, se estuviese aceptando que dichas
emociones no existían ni tenían importancia porque se entendía que éstas se ubi-
can en el orden de la irracionalidad, como una reminiscencia del estado animal;
por ello, debían controlarse.
“Emotions are a primary idiom for defining and negotiating social relations of the self in a moral order.”
1
98 CARTOGRAFÍAS EMOCIONALES LAS TRAMAS DE LA TEORÍA Y LA PRAXIS
Comienzo por enunciar una premisa hallazgo, un oasis2, una suerte de ilumi-
nación que responde a las interrogantes gestadas durante mi ejercicio inves-
tigativo iniciado en los años 80 y que, al retornar sobre lo pensado y andado,
recupero para volver a reformular. Me refiero a una noción provocadora sobre
el cuerpo, distinta a la que la Antropología física, de manera implícita, ha es-
tudiado de manera tradicional (que alude a su afán clasificatorio), dejando de
lado la posibilidad acuciosa de pensarlo desde otra dimensión. La noción pro-
vocadora para este ámbito disciplinar es aquella que aparece como un hallazgo.
No porque estaba ahí y un día me tropecé con ella, sino porque en las nume-
rosas reflexiones y necesidades de construir una propuesta que amparara la
Si bien comparto la idea de Foucault según la cual “el saber no está hecho para consolar: decepciona, inquieta, punza, hiere” (1970:13), uso
2
la metáfora del oasis para expresar que, después de varias vueltas, una idea que surge y aclara puede verse como un oasis que refresca y se
convierte en un soporte para continuar.
Capítulo 5
Las emociones como categoría analítica en Antropología... 99
Volviendo al acto de medir los cuerpos de los mineros, fueron varias sesio-
nes que me dejaron pensando en su masculinidad y en la manera en que se pre-
sentaban conmigo, pues las mediciones y las entrevistas se realizaban en mi casa,
donde igualmente nos encontrábamos para llevar a cabo reuniones estratégicas o
para comentar algún accidente trágico. Recuerdo las narraciones profundamente
emocionales de los asistentes al describir, por ejemplo, cómo fue el accidente de
1981, en el que murieron 12 mineros al caer la jaula hasta un nivel 20013. Uno
de ellos (el más discursivo y abierto), relató momentos en que se pensaba en el
infortunio, paradójicamente confortado por el alcohol, y contó que las mesas de
las cantinas y las pulquerías de los barrios mineros estaban ralladas porque ellos,
utilizando cualquier objeto, las marcaban para reconstruir los accidentes y habla-
ban de ello una y otra vez mientras bebían. Numerosas emociones afloraron, pero
igualmente se acallaron, se ocultaron o se negaron, impidiendo así una explica-
ción integral.
11
Trabajo que titulé “Los cuerpos olvidados. Investigación sobre el proceso laboral minero y sus repercusiones en la fuerza de trabajo. Un estudio
de caso de los mineros de la Compañía Real del Monte y Pachuca” (Ramírez, 1991).
12
Notas del diario de campo. Pachuca, Hgo., 4 de noviembre de 1981.
13
El nivel 200 se refiere a la profundidad en la que están los laboríos o socavones. En 1981, la jaula o elevador por el cual suben y bajan los mineros
a ese nivel, cayó y causó la muerte a varios de ellos. Con ello, se develó la precariedad de las condiciones de trabajo (Ramírez, 1981).
Capítulo 5
Las emociones como categoría analítica en Antropología... 103
En ese entonces, también escribí en mis notas de campo algo que me pa-
reció simpático y que comenté años después en una discusión sobre el dilema
metodológico: ¿hasta cuándo se debe parar el trabajo de campo? Yo afirmaba que
la cotidianidad, el trato y el compromiso con quienes se estudia (en este caso los
mineros), van creando lazos amistosos y solidarios; pero también, pensaba, un
poco en broma: “cuando empecé a ver “guapos” a los mineros, apunté que debía
terminar mi trabajo de campo”.14
En realidad, ese entrañable estudio me permitió señalar numerosas cues-
tiones epistemológicas que he repensado en función de construir herramientas
conceptuales y metodológicas idóneas para el ejercicio de la Etnografía y, desde
luego, para la explicación de fenómenos complejos como lo es el cuerpo en tanto
asiento de la experiencia y la emoción. Revisitando ese análisis y mis diarios de
campo, pude notar algunas cuestiones importantes que resalto para la discusión
del tema central:
1. Mi permanente temor de no lograr un estatuto científico en la investiga-
ción, pues aunque el propósito era mostrar el desgaste de los obreros a tra-
vés de mediciones corporales, el acento estaba puesto en la significación,
la vivencia y la narrativa del cuerpo y su relación con el trabajo.
2. Mi intención de inocularlos para que hicieran suya la acción de luchar
por mejores condiciones de trabajo y el consecuente fracaso en dicho ob-
jetivo, ya que durante mi estancia de campo pude advertir que la defensa
de su salud no era aún clara para ellos, pues se develaban ante mis ojos
como cuerpos olvidados: por la empresa, por el sindicato y por ellos mis-
mos (Ramírez, 1991); cuerpos enajenados por el trabajo, enfermos pero
no escuálidos ni famélicos, por el contrario: eran capaces de responder
ante el embate del capital a partir de su propio bagaje cultural, por ejem-
plo, a través de los dibujos y las insignias pintadas en los túneles más
profundos, de las diversas significaciones del machismo, del miedo y de
las oquedades de las minas, relacionadas con la sexualidad.
Todo esto resultó significativo para ellos y narrado con diversas
expresiones emocionales entre las que destacaron el coraje y la ansiedad,
lo cual apunté de manera tangencial, pero no analicé en conjunto. Hoy
día, advierto su relevancia, ya que incide no sólo en el riesgo de enfermar
sino en la configuración de las ideas sobre la enfermedad.
3. En este mismo sentido que alude a la exclusión del hecho cultural –o
sea: del ámbito del pensar y sentir de los mineros–, si bien mi investiga-
ción tuvo la virtud de inaugurar el análisis del cuerpo y la enfermedad
laboral desde una perspectiva histórico-social dentro de la Antropología
Notas del diario de campo. Pachuca, Hgo., 1 de agosto de 1983.
14
104 CARTOGRAFÍAS EMOCIONALES LAS TRAMAS DE LA TEORÍA Y LA PRAXIS
Sin embargo, algo quedó en los mineros de todo aquello que expresé cuan-
do me referí a sus cuerpos como único bien legítimo que tenían para utilizar,
como apunto en la parte final de la investigación (Ramírez, 1991): en marzo de
1985, los mineros se fueron a la huelga y sorprendieron al mundo con sus cuerpos
desnudos como único estandarte de su lucha. Fue un acto sin precedente, ejercido
para demandar mejores condiciones de trabajo y medidas de protección.
¿Qué se puede rescatar de esta experiencia?
a) Sin duda alguna, la advertencia de que los fenómenos que estudiamos y
la realidad misma no están fragmentados ni separados por disciplinas.
b) Que los presupuestos en los que cada disciplina se fundaba, se convir-
tieron, para esa época, en barreras para una comprensión integral del
fenómeno. Un ejemplo de ello es que especular sobre los modos de pen-
sar y sentir de los mineros, era más una tarea de la Psicología que de la
Antropología física, o bien, de la Antropología social, si de aspectos cul-
turales se trata. En cuanto a ello, mucho hubiese ayudado el concepto de
“fronteras disciplinares porosas”, que surgió en la década de los 90, pues
me hubiese permitido encontrar como oasis esa claridad de Elias (1987),
cuando afirma que las estructuras de pensamiento y sentimiento y su
control tienen una historicidad y no obran sólo en el mundo individual,
sino que se colectivizan a través de las estructuras sociales y se mantie-
nen en estrecha relación con los cambios de la sociedad moderna.
c) Por otra parte, el rechazo a la Antropología colonizadora (por lo menos
en Antropología física) mostró un proceso de “desantropologización”
que nos dejó fuera de posibles discusiones en donde lo social y lo cul-
tural estaban formulándose como ámbitos claros para la comprensión
Esta perspectiva de la enfermedad como patología no me permitió ver más allá de las llamadas enfermedades laborales, ya que los mineros
15
también sufrían y sufren diversos malestares no reconocidos como enfermedades (ni por los médicos ni por ellos mismos), pero, ante los cuales,
mostraron respuestas, ya fuera ignorar, negar, aguantar o atender. No obstante, pude mostrar que la enfermedad en estos marcos de análisis
tuvo una clara connotación ideológica, es decir, se encontraba en una arena política en la cual su emergencia se convertía en una disputa por el
reconocimiento legal.
Capítulo 5
Las emociones como categoría analítica en Antropología... 105
y su respuesta política. También tomé en cuenta los puntos de tensión que, sin
problematizarlos aún, se manifestaron como expresiones emocionales y juegos
de poder, sobre todo, entre el médico de fábrica –por quien me acerqué a la em-
presa– y las obreras.
El contexto descrito y analizado en el que dirimí el tema del padecimiento
y la enfermedad en el medio laboral, pone de manifiesto elementos de tensión
entre tres actores sociales centrales: el médico de fábrica, el grupo de obreras y
la antropóloga. Esta tensión evidenció uno de los dilemas centrales identificados
en el debate antropológico descrito anteriormente, que puso de manifiesto la im-
portancia de pensar en el rol del investigador y la ética con la que debe regir su
observación, escucha y acción.
La tensión más fuerte se experimentó entre el médico y yo, toda vez que
mientras el primero necesitaba saber, a partir de mi indagación, quiénes estaban
enfermas y qué decían de la empresa, yo advertía que dicha información le ser-
viría para catalogar a aquéllas que debían ser despedidas por requerimientos de
la empresa25. Además de ello, el estudio etnográfico mostró una triple opresión
experimentada por el cuerpo de las obreras en su calidad de trabajadoras, debido
a las deficientes condiciones de trabajo, bajos salarios y escasas posibilidades de
conocimiento de sus derechos por estereotipos de género, que, insertados en el
mundo laboral, permiten una manipulación velada por los empleadores y por
el discurso médico, el cual, bajo el amparo de la legalidad, dificulta el reconoci-
miento de los padecimientos y enfermedades generados por el trabajo, y relega
toda explicación de los problemas de salud a los órdenes individual y familiar, sin
reconocer la injerencia de lo laboral, por cuestiones ideológicas.
Un hallazgo etnográfico importante encontrado en el primer registro hecho
a través de un cuestionario cerrado fue la negación de la enfermedad y del padecer
por parte de las obreras, lo que, en principio, concordó con la visión del médico
de fábrica. Dicha negación fue problematizada con la entrevista a profundidad y
analizada en puntos de tensión, desde las formulaciones del médico (quien si bien
mantuvo una actitud de vigilancia epidemiológica, de acuerdo con los comentarios
de las obreras, dicha acción fue más bien para ejercer un acto de exclusión hacia
ellas) hasta la perspectiva de las obreras, las cuales, de manera reiterada, la expre-
saron bajo las categorías “no soy enfermiza” y “soy muy sana”.
Las obreras estudiadas, inmersas en una estructura de poder que apenas
advertían, pronto asimilaron que su demanda médica al interior de la fábrica y la
La investigación hace referencia a una maquiladora de bujías para motores, la cual, por ser pequeña, sufre vicisitudes cíclicas respecto de la oferta
25
y demanda de su producto. Éste es un escenario que pone de manifiesto un contexto de inseguridad laboral, dado que, de manera eventual, se
utilizaba el despido, seleccionando el personal potencialmente “conflictivo”, es decir, que tiene problemas de salud, demanda mayor atención
médica o no acata la disciplina laboral. Con ello, garantiza que no se genere una antigüedad inconveniente. Por lo anterior, se entiende que en las
respuestas de las obreras y sus representaciones sobre el despido aparecieran siempre como amenazantes en las entrevistas. En consecuencia,
se trataba de respuestas emocionales, aunque no las analicé de esa manera.
Capítulo 5
Las emociones como categoría analítica en Antropología... 111
eso me he mantenido en la empresa, porque saben que no doy problemas” (Notas de campo, julio de 1997).
Para este momento, mis formulaciones teóricas sólo daban espacio a las formas de pensar y de hacer de los conjuntos sociales. Propuestas que
27
(es claro) venían de la Antropología Médica liderada por Menéndez (1990), quien hacía un llamado a dar cuenta del pensar y el hacer a través de
las representaciones y prácticas. Este autor ha mencionado que la Antropología social de la primera mitad del siglo pasado dio cuenta más de las
prácticas, pero que en la segunda mitad se inclinó más por las representaciones (Menéndez, 2002). Dicha observación lo ha llevado a insistir en
que la descripción y el análisis sólo de las representaciones desdibuja la observación antropológica y que, en consecuencia, no se da cuenta de
lo que dice y hace el sujeto y su correspondencia (Menéndez, 2009). Es posible pensar que ello somete a sospecha si lo que piensa y expresa el
sujeto tiene correspondencia con lo que dice que hace o con lo que realmente realiza. Ésta es una cuestión no menor y, por tanto, debe seguir
analizándose. Sin embargo, el asunto de la sospecha puede dilucidarse con un trabajo de campo amplio, reflexivo, contextualizado y definido
por diversos actores sociales que muestren los puntos de tensión. Sólo con la inclusión de actores claves para indagar el fenómeno, estaremos
en posibilidades de resolver el problema.
Desde otro punto de vista, ese llamado de atención posiblemente refiere a que los antropólogos se estaban alejando del sitio en el que
el sujeto se desarrolla, por lo que la observación de las prácticas no era realizada. Esta preocupación es válida, sobre todo en función de la
importancia de describir con detalle el contexto en el que se desarrolla el sujeto. Sin embargo, algunos problemas de investigación (por ejemplo,
aquellos emanados del ámbito laboral) se encuentran con la limitante de las empresas mismas, que impiden, casi siempre, cualquier distracción
por parte de los trabajadores, como sucedió en los casos analizados. Por ello, en situaciones así resulta necesario contemplar básicamente lo
que piensa y hace el sujeto, aunque no me gusta hacer la diferencia entre lo que dice que hace y lo que realmente hace, pues considero que
eso introduce la sospecha.
112 CARTOGRAFÍAS EMOCIONALES LAS TRAMAS DE LA TEORÍA Y LA PRAXIS
primer y segundo orden, creo que la crisis de las representaciones de las que he hablado y el cuestionamiento sobre cómo se produce el saber
antropológico han dado resultados productivos en términos de teorizaciones y crítica epistemológica. Por lo menos, en la Antropología Médica
se observa un avance y una reflexión teórica de alto nivel, de lo cual afloran perspectivas más convincentes sobre las emociones. Y no es que
el centro del análisis sean las emociones, sino que diversos autores arriban a ellas y las incorporan en sus elaboraciones a partir de abordar, de
manera relacional, las dimensiones política, corporal, psicopatológica y emocional para el estudio de las sensaciones y los síntomas que dan
cuenta de las expresiones de enfermedad desde el punto de vista del actor. Véanse Scheper-Hughes y Lock (1987), y la notable compilación
de Csordas (1990) sobre investigaciones que develan al cuerpo como representación y como ser y estar en el mundo, para hablar de una
interacción compleja entre biología y cultura, fundamentada desde el concepto de embodiment, que alude a una condición existencial. La
mayoría de los autores de esa compilación comulgan en reflexionar sobre un momento crítico de la teorización acerca de la cultura y el self en
donde, sin duda, la emergencia de las emociones se hace notoria.
Capítulo 5
Las emociones como categoría analítica en Antropología... 113
advertí que, de acuerdo con los relatos de las obreras, el espacio laboral se
convertía en un claro laboratorio de interacción social cada vez más me-
diado por emociones como ansiedad, tristeza, miedo y coraje, las cuales,
con mayor nitidez, pueden dibujar el conflicto y los modos de interacción
en un eje de dominio-resistencia.
5. Por último, que es en el encuentro con el otro en el trabajo de campo
donde se evidencia claramente que la persona con la que tratamos no es
un ente pasivo, sino un agente activo y sujeto de su propia historia.
esta razón, las investigaciones que he realizado después del trabajo con los mineros (ubicadas desde la perspectiva sociocultural para explicar la
salud), se enfocaron en las mujeres: primero, las trabajadoras de la maquila, luego, las operadoras telefónicas, y, de manera reciente, las alumnas
de un internado de religiosas.
114 CARTOGRAFÍAS EMOCIONALES LAS TRAMAS DE LA TEORÍA Y LA PRAXIS
como espacio central de análisis, para dilucidar sus expresiones en el terreno laboral
y desde la experiencia de enfermar.
La investigación recuperó las orientaciones anteriores, pero las comple-
jizó y detalló, pues, de los primeros datos de campo para dilucidar el estrés de
las operadoras, emergió un mundo en convulsión, del cual afloraron diversas
emociones (el propio estrés configurado como emoción) que, en su más profun-
da revelación, expresaron el coraje y la envidia como categorías explicativas del
mismo. Además de ello, en el trabajo de campo se identificaron representaciones
estereotipadas por parte de los dirigentes sindicales, algunos médicos e, incluso,
varias operadoras, quienes naturalizaron el estrés al concebirlo como una res-
puesta de mujeres “menopáusicas”; o bien, lo individualizaron y despojaron de
toda causalidad laboral, al afirmar que éste era más bien resultado de una baja
autoestima de las operadoras (Ramírez, 2010). Como se puede ver, no sólo es un
mundo de representaciones, sino también uno cargado de emociones.
EL CIRCUITO PENSAR-SENTIR-DECIR-HACER
En este escenario en el que puse atención en lo que las operadoras piensan y ha-
cen sobre el estrés, y lo asociado con éste, advertí que ellas se mostraban como
un sujeto colectivo con agencia y que actuaba a través de interacciones afectivas
y sensibles, a las cuales le otorgaban significado y con las que negociaban su rea-
lidad social. En este sentido, al reflexionar con mayor detalle sobre el tema de lo
que piensan y hacen, y las representaciones y prácticas como acciones particulares
involucradas en la producción de sentido, observé que una de las maneras de ac-
ceder a ello era mediante su narrativa:
Se puso en relevancia el proceso narrativo de cada una de las operadoras ya que,
con relación a la enfermedad, a menudo las personas llegan a un punto en el cual sus
pensamientos y sentimientos se ponen en palabras y en gestos. Este acto de verbalización
no implica solo un esfuerzo para conceptuar la experiencia, sino también para ordenarla,
empezar el trabajo de entenderla y, en consecuencia, generar estrategias para atenderla. Se
consideró que la narrativa era el medio idóneo a través del cual el investigador puede
acceder al proceso que lleva a los individuos en su calidad de enfermos a conceptuar
y entender la experiencia de su enfermedad. Además, el acto de relatar yuxtapone
elementos dispares (circunstancias, momentos, situaciones, personas) que le son
significativos al sujeto, así como su propia persona, haciendo uso de su ir y venir en
el tiempo, advirtiendo las diferentes transformaciones que operan en diversas esferas
de su vida (Ramírez, 2011:345).
116 CARTOGRAFÍAS EMOCIONALES LAS TRAMAS DE LA TEORÍA Y LA PRAXIS
remitió en cada ocasión a una emoción, esto es: al indagar la historia del estrés,
en cada caso aparecieron las exigencias de los distintos roles, ya sean familia-
res o laborales, y sus intensas ataduras emocionales, percibidas por parte de las
operadoras como una mayor fuente de preocupaciones, conflictos, angustias y
ansiedades. De esta manera, conocí un mundo de nociones y respuestas donde
las emociones son calladas, pero también afloran; y pude constatar cómo a cada
momento, circunstancia o relación le correspondía una emoción distinta. Estos
resultados coinciden con lo que Lazarus (desde la Psicología) apuntaba, al men-
cionar la importancia de la relación entre el estrés y la emoción. Para él:
Cada emoción nos dice algo diferente sobre el modo en que una persona ha valorado
lo que sucede y el modo en que lo maneja. Por tanto, si sabemos qué significa
experimentar cada emoción –es decir, la trama dramática de cada una– entonces este
conocimiento nos proporcionará una visión inmediata de cómo transcurre (1999:48).
EL CUERPO ATRIBULADO
Tras revisión histórica sobre las expresiones de la histeria colectiva entre las ope-
radoras telefónicas, manifestaciones que encontré asociadas con el encierro, la
disciplina y el orden de la producción, no pude menos que tratar de explicar el
cuerpo atribulado a partir de lo que ocurrió en Villa de las Niñas, en Chalco, en
el 2007. No ahondaré en esta investigación, pues recién estoy en la fase final de la
descripción y análisis de las principales explicaciones del suceso, desde la voz y
experiencia de las propias afectadas.
Sin embargo, mencionaré que las directrices teóricas apuntadas con ante-
rioridad sobre el cuerpo y las emociones, son el marco de referencia apropiado
para tratar de explicar cómo los cuerpos de las adolescentes en encierro expresan
durante su estancia en el internado un conjunto de emociones que son producidas,
transmitidas, controladas y resignificadas en pos de lograr un cuerpo disciplinado
y dócil. En este caso, quise esclarecer el concepto de emociones, por dos razones:
una, para definir claramente que la investigación es antropológica, y dos, porque el
acercamiento a través del estudio de las emociones no se hace desde un punto de
vista psicológico, individual o descontextualizado.
Con el punto de partida puesto en torno al estudio de las emociones en
esta investigación36, subrayo que son algo más que “fluidos”, “energías” o “pa-
siones”. Si bien acepto que estas categorías tienen su fundamento en el modelo
hidráulico de las emociones37, imperante en algunos autores desde Darwin hasta
Freud, no descarto su poder explicativo expresado en el saber popular38, seña-
lando que las emociones son sólo comprensibles a través de procesos de construc-
ción de significado y que se reconocen como una respuesta del cuerpo, la cual se
identifica como taquicardia, sudoración, rubor o lágrimas, o sensación de ahogo,
36
La investigación se titula El trastorno psicogénico como lenguaje del cuerpo. Explicación socio-antropológica de la realidad vivida en Villa de
las Niñas en Chalco Edo. de México. Fue financiada por la Escuela Nacional de Antropología e Historia y el Instituto Nacional de Antropología e
Historia (enah, inah).
37
Modelo analizado por Solomon (1993) y discutido y criticado por varios autores, entre ellos, Reddy (2001). La lectura de estos autores no sólo
orienta sino que fortalece mi propuesta, al indicar las limitantes de la teoría hidráulica de las emociones, la cual, en síntesis, pone el acento en
una respuesta biológica individual.
38
Considero que las emociones concebidas como fluidos, energías o pasiones pueden ser referencias que se encuentran en el saber popular
y que contribuyen fuertemente a la producción de diversas metáforas que permiten la explicación de lo que, en ocasiones, es imposible
comprender, como el dolor o los diversos malestares que no tienen un sitio preciso en el cuerpo.
120 CARTOGRAFÍAS EMOCIONALES LAS TRAMAS DE LA TEORÍA Y LA PRAXIS
se enfermaron de histeria colectiva: los síntomas manifestaban incapacidad para caminar, dificultad para hablar, desmayos, mareos, fiebres,
vómitos, dolores de cabeza y de articulaciones (Ramírez, 2008).
Capítulo 5
Las emociones como categoría analítica en Antropología... 121
o bien, de las memoriosas horas de placer a las del inefable dolor. Tales expresiones no
surgen de la nada, sino que tienen razón de ser, una lógica particular que, al ser desci-
frada, nos brinda las pautas para comprender y explicar la complejidad que adquiere
la interacción humana en situaciones específicas.
REFLEXIONES FINALES
Hay aun diversos elementos que sigo revisando, pero me llama la atención que los 80 son productivos al respecto, en los 90, el interés baja
42
un poco y, en la siguiente década, vuelve a emerger. En todos los casos, lo más relevante es que la producción internacional (Antropología
anglosajona) tiene el mérito de mostrar nuevas teorizaciones a partir de trabajos empíricos.
Capítulo 5
Las emociones como categoría analítica en Antropología... 123
Para terminar, hago énfasis en que una reflexión epistémica sobre las emo-
ciones desde la Antropología no puede mantenerse en los marcos de la especiali-
zación sin volver los ojos (en principio) hacia la Antropología médica, la Historia,
la Sociología, la Psicología e incluso, los novedosos acercamientos que ha realiza-
do la Psicología organizacional y las neurociencias.
La traducción es mía.
43
La traducción es mía.
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124 CARTOGRAFÍAS EMOCIONALES LAS TRAMAS DE LA TEORÍA Y LA PRAXIS
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