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EL PIE DE NIJINSKI

(Tragicomedia ballet para actores)

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Raúl Alfonso
Para componer las diferentes versiones de este texto se han utilizado
diversas fuentes. Poemas, el famoso Diario de Vaslav Nijinski, escri-
tos de Rómola Nijinska, distintas biografías de diferentes personajes,
Serguei Diághilev, por ejemplo, recortes de prensa, material audio-
visual, críticas y comentarios de especialistas y estudiosos del ballet
y el arte en general.
El pie de Nijinski es un texto inconcluso… como los propios dia-
rios del bailarín… Son notas, imágenes…
No es una pieza histórica. La historia ha aportado lo suyo y la
imaginación y el gusto por la danza y el teatro han hecho lo demás.
Concebida para un único actor, o dos, que narren a su manera el
cuento de Vaslav Nijinski y sus patas de pájaro, puede perfectamen-
te repartirse entre varios actores que no sólo interpreten los dife-
rentes roles sino que a su vez construyan los fondos, las represen-
taciones seudomísticas y hasta obscenas de la locura de Nijinski, la
evocación de los personajes de los ballets y el ambiente teatral de
principios del siglo xx, la boda de Vaslav con Rómola, los frescos de
las dos guerras mundiales, o los horrores de los diferentes manico-
mios en los cuales Nijinski fue recluido.
Al pertenecer a una dimensión mítica, Nijinski hablará en verso
—en realidad en su vida cotidiana hablaba poco y cuando lo hacía
apenas se comprendía lo que decía, era hermético y muy suspi-
caz—, por lo que unas rimas sencillas le corresponden por dere-
cho propio. Los demás personajes hablarán en prosa, pegados a
la realidad, agobiados por ella (Diághilev con su obsesión por los
números, por ejemplo).
El autor aporta al texto muy pocas acotaciones —y aun pueden
ser menos—, confía en la inteligencia del director y en la del (los)
actor(es) para traducir en imágenes buena parte de sus ideas, mate-
rializando aquello que está entre líneas.
En ocasiones un personaje se dirige a otro o a otros, no habla
nunca al vacío, aunque no se acote explícitamente en el texto.
Como siempre, todo texto es un pretexto. “El pie de Nijinski”
necesita ser ultrajado en su lectura escénica. Es mi sueño.

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PERSONAJES

Vaslav Nijinski
François
Serguei Diághilev
Madame Katia

PRÓLOGO QUE ES TAMBIÉN UN EPÍLOGO

Un lugar extraño. Medio vacío. Carteles, dibujos, pequeños juguetes


que representan cosas y personas, tal vez…
Un enmascarado afila un cuchillo. Zumban moscas. Huele mal.
A los pies de la máscara hay una especie de carnero humano
medio desollado.
La máscara clava el cuchillo en el suelo. El carnero se retuerce,
se levanta, salta por el espacio emporcando el suelo con su sangre.
La máscara alza un pie cortado. Muy remotos, disparos y bom-
bazos.
Cementerio. Una figura cubierta por un espeso velo sostiene una
urna fúnebre. Llovizna. La máscara abre un enorme paraguas tacho-
nado de estrellas.

Vaslav Nijinski, el dios de la danza, gran estrella de los famosos


Ballets Rusos que encandilaron el glorioso siglo xx, capaz de saltar
heroicamente y quedarse suspendido en el aire como un ave del
paraíso, vivió y sufrió en este mundo desde 1890 a 1950. Su carrera
como bailarín fue muy corta, su locura, muy larga. Entrando y sa-
liendo de manicomios, pasó Nijinski treinta años, unas veces mejor,
otras peor, pero siempre con la locura cosida en la sombra. Afuera,
el mundo se descomponía y se componía entre guerras mundiales,
la primera y la segunda, millones de cadáveres y las cosas de siem-
pre: la codicia, la mentira, la ausencia total de misericordia hacia
los más frágiles, claro, también unas gotas de amor, de idealismo,
y mucho progreso, por supuesto. ¡Vaslav Nijinski! ¿Puede alguien
que se sostiene sobre patas de pájaro tolerar tanto horror? A las

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puertas de la locura, no se cansaba Nijinski de pensar en la bondad
y en la maldad, en Dios y en el diablo, en lo blanco y en lo negro…,
todo esto y más, confesiones oscuras que escandalizarían a la gente
de bien, lo escribió Nijinski en sus cuadernos. Lo hizo en secreto,
para no abochornar a quienes lo cuidaban, muy preocupados por
su salud mental…
Susurros: ¡Vatsa, Vatsa Nijinski…!

Cuadro I.
Ánima sola

Nijinski: Nijinski, Nijinski.


Me llamo Vaslav Nijinski y bailaba por dinero.
Como un caballo rebelde recorría el mundo entero.
Primero dancé en secreto en las bolas de mi padre,
luego seguí bailando en el vientre de mi madre.
Más tarde brinqué hasta el cielo en la escuela de ballet
y los crueles escenarios me adelgazaron los pies.
Eran mis fundamentos de satén y punta fina.
Eran mis pies un portento, patas de ave, decían.
Tuve miedo desde niño a perder el don de Dios,
a que él, como castigo, me arrancara la razón.
“Ilustres invitados, hoy no bailaré Petrouchka.
¡Bailaré para ustedes los horrores de la guerra!”
¡Rómola! ¿Dónde están todos?
¿Ejecutados acaso por los brutos en el poder?
¡Responde!
Con tu silencio firmas mi sentencia, mujer.
Si toda Europa se asfixia con la ira de las bombas,
no cederé a cuatro ricos que vienen a verme en tromba
desgarrando la mañana.
No bailaré para ellos.
No saltaré como rana.

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¡Rómola!
Tengo hambre…
¡Nada de carne, serás bruta!
¡Nunca fuiste inteligente y sí terca y muy astuta!
El buen Dios desde su cielo me dice que coma verde,
como si fuese una cabra, que el manso forraje muerde.
Beeeee… beeee…
No me abandones, señor,
que soy travieso y decente,
tierno, frágil, volador
y un poco flojo de mente.
He visto la guerra ciega, los derrumbes, el horror.
Vi los trajes de la muerte, hechos de moscas y hedor.
No me abandones, mi Dios,
por comer de aquel venado
que sangraba en la cocina.
Complací mascando chicha a mi mujer y a su hermana,
también a mi suegra Emma, y a mi hijita, y a su nana,
después con las tripas llenas de dientes y perdigones
apretaba y apretaba perdidas las ilusiones.
¡Ahhhhh!
¡Dios, ayúdame! ¡Ahhhh!
“Empuja, Vatsa, bebé,
loto de mi corazón!”
¡Ahhhhhh! Beeee…
“¡Empuja, Vatsa, pequeño!”
¡Ahhhh!
“¡Has cagado un tiburón!”
Me horroriza que mi cuerpo se oxide como un cerrojo,
enfermando de agonía por tanto dolor y enojo.
¡Yo soy Vaslav Nijinski,
nací en la Ucrania perdida!
Mis padres eran polacos
de la tierra compungida.
Yo soy Nijinski de Dios y dibujo mis pesares,

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pero nadie los entiende porque desprecian mis males.
Por eso a primera hora,
y con gestos inocentes,
arranqué de la pared los esbozos de mi mente.
Te escribo en secreto, Dios, contándote mis desdichas
en cuadernos infantiles
con borrones y con prisas.
Le tengo miedo a la guerra, pero más a la lujuria.
Esto le dije a Serguei
que me ahogaba con su furia:
“Una puta de mi infancia me pegó una gonorrea,
las pelotas se me hincharon y a mi madre le dio apnea.
No deseo que mi alma se corrompa con tus besos,
yo seguiré siendo niño,
yo bailaré en los cerezos”.
¡No puedo, no puedo!
Bailaré. ¡Bailaré siempre!
Sin trompetas ni alabanzas.
Bailaré solo, eternamente.
¡Yo soy el dios de la danza!
¡Dios! ¡Diooossssss!
Rómola… Rómola…
¿Has visto mi pie derecho?
Rómola…, me han cortado el pie.
¡Ahora soy loco y maltrecho!
Rómola… ¿Qué hago yo sin mi pie derecho?

Cuadro II.
En el teatro del mundo

François: (Busca algo.) Nijinski, el payaso de Dios. Nijinski, el


loco. Pie divino. Como el corazón de Chopin o el pene de Raspu-
tín. Sí, le cortaron el pie, sí, en secreto, en Londres, sí, en 1950,
cuando murió. Aquel cirujano loco quería saber en qué recoveco

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de ti escondías el talento y pagó por ello. ¡Todos querían saberlo!
Lo sé porque lo sé. ¿Y si no fuese verdad qué más da? ¡La mentira,
amiga inseparable! ¡Qué basurero! ¡Y qué mal huele! Claro, aquí
está François para limpiar la porquería. ¡El agua existe, compañe-
ros, es saludable y muy sabrosa! Mucho teatro, mucha ópera, mu-
cho ballet, pero cero higiene. ¡Paciencia, que faltan horas para que
empiece la función! La velocidad no es buena para el corazón. ¡Ya
va, ya va! (Ordena cosas. Lee un periódico.) “18 de mayo de 1909.
Los rusos han conquistado el corazón de París con sus ballets exóti-
cos y su bailarín volador, Monsieur Nijinski, el Dios de la Danza”.
¡Cuánta pretensión! (Lee de otro periódico.) “30 de mayo de 1912.
Serguei Diághilev, ese gigante, ese príncipe ruso que sólo vive para
crear maravillas…” Bah, pocos se acuerdan de él. La mayoría de la
gente lo olvida casi todo. Hacen bien. El olvido es una función tan
importante como el recuerdo. ¡Serguei Diághilev no era un prínci-
pe! Era habilidoso, eso sí, y le lavaba el cerebro a cualquiera con
su palabrería de caradura. ¡Buaff! (Lee.) “¡Indescriptible! La luz, los
decorados…, los bailarines como esculturas…, el drama”. El teatro.
¡Las quimeras impresionan al respetable! A mí me tocaba verlos
desde los bastidores… aunque una vez me fui a la sala… Nijinski se
suspendió en el aire, ¿uno, dos, tres segundos?, ¡qué sé yo, toda la
eternidad!, y luego descendió mansamente, congelando el tiempo.
(Hurga un poco más en los periódicos.) 1909…, bla bla, 1910…
11, bla, 12… bla bla bla, Las sílfides, El pájaro de fuego, ¡ballets!
El espectro de la rosa…, Petrouchka, La siesta de un fauno (Lee.)
“No pondré en duda el valor de la música de Debussy”. ¡Claro
que no, no te atrevas! (Lee.) “Los espectadores que estuvieron ayer
en el Teatro de Châtelet presenciando ese antiballet…” ¿Antiballet,
has dicho antiballet? Jajaja. ¿Quién es este hombre? ¿Qué quieres
decir tú con eso de antiballet?… (Lee.) “…llamado La siesta de un
fauno, en el que apenas hay movimiento y sí mucha lujuria…” ¡La
lujuria, cuánto les preocupa! ¡Oh, apareció el mojigato de turno!
¡Santo Dios bendito, madre del amor hermoso! Bla bla bla… (Lee.)
“Semejante obscenidad forma parte de la conspiración franco-rusa
para desvirtuar el arte”. Señor mío, usted será justamente olvidado,

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como casi todos. (Lee.) “El tambor principal es el empresario del
mechón blanco…” ¡Qué pasión! ¡Buaff! El empresario del mechón
blanco…, jajajaja. ¡Y cómo le gustaba su mechón a Diághilev!
¡Tanto como los jóvenes! ¡Ballets para los ricos! ¡Ballets para los
artistas ávidos de emociones fuertes! Nijinski para aquí, Nijinski
para allá. Sólo existía un hombre en el mundo: Nijinski. Ya entre
bambalinas el muchacho se apagaba. Parecía un mono; hablaba
muy poco y cuando lo hacía era como si cantase.
“Vaslav Nijinski está tocado por la gracia divina. Fíjate en sus
pies, François, como garras. ¡Y ese salto heroico! ¡Nijinski, octava
maravilla del mundo! Dicen que su hermano está en una casa de
locos y que él también anda medio pirado. De estos rusos puede
esperarse cualquier cosa.”
¡Bah, pamplinas! La locura y la genialidad son primas hermanas.
¡Eh!, ¿quién anda ahí? ¡Ah, madame Katia! Jajaja, hablaba solo, y
pensaba en el señor Nijinski, el pobre. Ya sabe usted, los que traba-
jamos en un teatro siempre acabamos hablando solos. Venga, sién-
tese a conversar conmigo. ¡No sea tan arisca que el tiempo no per-
dona! Encendamos una vela para que el señor Nijinski no pierda la
chaveta del todo con tanta presión, aunque si está escrito, así será.
Madame Katia, ya zurcirá esos trajes. ¿Le conté que quise ser baila-
rín? Mi padre me dio una paliza… Ya sabe, brutalidad y poesía no
pegan. Pero mi padre sí que pegaba. Pues mientras más me azotaba
más yo gritaba: “¡Quiero el ballet! ¡Quiero el ballet, papá!”. Y él pe-
gaba y pegaba, así hasta sacarme sangre… Todo se quedó en golpes
y deseos. Un servidor no tenía ni condiciones físicas ni dinero para
pagar los estudios. Así que bailo en mi cabeza y cuando me quedo
solo en el teatro. Me subo al escenario y allí soy cualquier cosa,
desde un príncipe hasta un cisne, pasando por los espectros, claro
está, que abundan por estos lares, jajajaja. ¡Madame Katia, la invito
a bailar! ¡Ésos que esperen! (A alguien.) Bailar con usted, hermosa
dama, es mi única prioridad. ¡Bailar! ¿Existe algo más liberador?
Parodia algún ballet mezclado con un vals torpe.

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Raúl Alfonso 375
Cuadro III.
Un hombre de acción

Serguei: ¿Oui? Je suis Serge Diághilev. ¡Ya estamos cerrados a la


prensa! Lo siento, terminaron las entrevistas. ¡Los artistas también
descansan! Mañana presentaremos un programa maravilloso con
obras del maestro Fokine, por supuesto, y el estreno como coreó-
grafo del gran Nijinski. La siesta de un fauno, ballet que os dejará
pasmados. Es novedoso y antiguo. ¡El ballet, maravillosa invenzio-
ne! ¡El ballet es más perfecto que cualquier deporte pues trabaja to-
dos los músculos del cuerpo y eleva el alma! ¡El alma, el gran secre-
to! ¡Ad astra per aspera! El camino a las estrellas es muy sacrificado.
Nada, nada, no diré nada. ¡Hasta mañana! Adiós, adiós. Les amo.
¡Vasili, tráeme una copa de vino!
(Revisa los periódicos. Sonríe. Se sienta.) Volví a soñar con Ru-
sia. Era una noche blanca. Mi hermano Valentín y yo caminábamos
por San Petersburgo, allí estaban el Teatro Marinski y los jardines de
Táuride llenos de cadetes. (Lee facturas.) Cuentas, números…, re-
clamos…, debemos esto, debemos lo otro. ¡Debían sentirse privile-
giados por darnos dinero! Son ustedes los que nos deben a nosotros.
Entregan sus riquezas a la historia. Vatsa, mi pequeño pájaro, vive
este maravilloso presente. ¡Por los huesos de Santa Alexandrovna,
para de rezar! ¡Disfruta! Tienes París a tus pies. ¡París, Vatsa! Y Viena,
y Budapest, y Londres. Me tienes a mí. Besa esta cruz y reconcíliate
conmigo. ¡Bésala y pídeme perdón por haberme empujado hoy en
la calle! ¿Cómo vas a empujarme en París? ¡Pero si sólo miré al mu-
chacho! Hagamos un trato. Yo no miraré a nadie, andaré como un
caballo, pero tú tampoco mirarás a nadie aunque se plante delante
de ti. (Le entrega un anillo.) Este anillo no te desposa conmigo, mon
amour, sino con el arte. No llores. ¿De verdad crees que con tantos
asuntos por resolver Dios se va a fijar en nosotros? A Dios no le inte-
resan los asuntos de la carne, deja eso para los curas y los mojigatos
de la tierra. Dios ya se fijó, criatura, ¡te concedió a ti el don de la
danza y a mí el de las ideas! No tengo fortuna pero tengo grandes
ideas. Mi cabeza es una fragua artística. (Vuelve a mirar facturas.)

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Números…, pagarés… No tengas miedo. Eres un genio. Muéstrate.
¡Además, estamos en París, no en Rusia! Quiero pedirte que hoy
seas muy agradable con madame Carole. Necesitamos que esa vie-
ja zorra abra la bolsa. Rózale una mano, pero sólo un roce, nada
de excesos. Vamos a la cama, mon amour. Anhelo comerme ese pie
maravilloso. ¡Vatsa, adónde vas! ¡Vatsa, regresa aquí! Vasili, no lo
pierdas de vista. ¡Rápido! ¡Oh, el amor puede ser tan humillante!

Cuadro IV.
Rito de primavera

François: Muy humillante. Por eso no quiero a nadie en mi cama,


y mucho menos en mi cabeza. “Por suerte la vejez me rescata del
deseo”, ¡eso lo dijo el gran Sófocles! (Saca de algún sitio un pie
cortado por el tobillo.) Nijinski, el payaso de Dios. El loco. Pie di-
vino. Como el aliento de San José o los sesenta dedos de Juan Bau-
tista. ¡Sí, sesenta! Milagros. Somos tontos. Sí, le cortaron el pie, sí,
en secreto, en Londres, sí, en 1950, cuando murió. Aquel cirujano
loco quería saber en qué recoveco de ti escondías el talento y pagó
por ello. Lo sé porque lo sé. ¿Si no fuese verdad qué más da? ¡La
mentira, amiga inseparable! Vatsa Nijinski, te fuiste tuerto de un pie
a la tumba. ¡Ya va, que no puedo a la vez con tanto traje y tanta
zapatilla! ¿Por qué no vienen a echarme una mano? (Parodia.) “¡La
función tiene que empezar en tiempo! El arte nos diferencia de las
bestias.” Pamplinas. Madame Katia tenía razón:
“François, somos brutos disfrazados. Pronto habrá una guerra
que destrozará hombres, casas e imperios, y nada será igual; luego
llegará una segunda guerra, y mucho llanto, mucho frío, y ya nada
será igual”.
Sí, sí, sí. Tenía usted razón, Madame Katia, sabia entre las sa-
bias. ¡Somos brutos disfrazados! No tenemos salvación, estamos
perdidos como especie. ¡Nos vamos irremediablemente al abismo!
Madame…, ¿y cómo sabe usted lo que pasará en el futuro?
Madame katia: Me lo dijo un espíritu. En nuestro 1913 hablar con

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los muertos está de moda. Te invito a mi casa, François. Tendre-
mos un convidado especial, el señor Roerich. Él ha creado un telón
magnífico para el nuevo ballet de Nijinski: La consagración de la
primavera. Me encanta el título, pero no entiendo nada de lo que
veo. El señor Roerich es ocultista. ¡François, no repliques, cabrón!
Hoy hablarás con los espíritus. ¡Pero si tarde o temprano tú lo serás
también! Te veo flotando en gelatina blanca. Silencio, empieza el
ensayo. Allí están monsieur Diághilev y Nijinski. Diághilev no ocul-
ta su vicio por él. Mira como le agarra la mano. ¡Y a su alrededor
todos parecen no enterarse! Hipócritas. Bueno, llamémosles civili-
zados. Si esto lo hiciese alguno de nosotros ya nos habrían incine-
rado. A los pobres no se nos perdona nada. ¿Te gustan los hombres,
François? No me respondas. El alma no es ni hombre ni mujer. ¡Esta
noche vamos a divertirnos mucho! Aquí puede suceder cualquier
cosa. Ésta será una noche inolvidable. ¿Qué apuestas a que durante
la función madame Carole va más de tres veces al tocador? Cuando
se pone nerviosa le entran ganas de mear. ¡Chist! Ya empiezan…
¡Me gusta esa obra, huele a sexo!
François: Katia, Katia, eres una vieja viciosa.

Palabras extraídas de los cuadernos de Vaslav Nijinski

Soy sentimiento hecho carne. Soy Dios hecho carne. No hay que
pensarme. Hay que sentirme y a través del sentimiento compren-
derme. Soy un hombre. No soy una bestia. Soy Dios. Soy Dios. Re-
presentaré el sentimiento y el público me comprenderá. Sé qué hay
que hacer para asombrar al público y por eso estoy seguro del éxito.
Quiero tener millones para que la bolsa quiebre. Odio la bolsa, es
un burdel, es la muerte. La bolsa desvalija a las pobres gentes… La
vida no es pobreza. La pobreza no es vida. Yo quiero vida.
Se escucha el inicio de La consagración de la primavera.

Nijinski: ¡Rebélate, serás tocho!


Uno, dos, tres, cuatro.
¡Salta, escapa!

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Cinco, seis, siete, ocho…
¡Es rito, es sacrificio, es ley!
¡Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis!
¡Oh, maravilla!
¡Con la sangre virginal germinarán las semillas!
¡Hay que tratar los movimientos como si fuesen palabras!
¡Arrancar el artificio para que no muera el alma!
Uno, dos, tres,
Puntas adentro, talones fuera…
cuatro, cinco, seis…
¡Mejor que duela!
Yo soy Nijinski. Yo soy.
Y los necios me deprimen
cuando vienen al teatro a pasar la digestión.
Odio su aplauso feliz
sin fulgor, sin emoción.
¡El teatro es insurrecto! ¡El teatro es conmoción!
¡Teatros del mundo entero, apostemos por la vida!
¡Teatros del mundo entero, no nos queda otra salida!
Nijinski. Nijinski.
Soy Nijinski.
No puedo olvidarlo.
Vaslav Nijinski.
¡Salta, escapa, rebélate!
¡Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis!
¡Es rito, es sacrifico, es ley! (Cae al suelo, agotado.)
He dejado en el salón trozos de mi vida entera.
Un ballet maravilloso,
un rito de primavera.
Igor Stravinski, el músico, que no comprende la vida,
que me ama y que me odia con su rabia desmedida
dice que soy un salvaje,
con las ideas perdidas.
Igor, Igor Stravinski, te tienes miedo a ti mismo
cuando expones a la luz los arpegios de tu abismo.

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Raúl Alfonso 379
Anoche Serguei, muy bestia, con la rudeza de un mulo
me metió sin miramientos un juguete por el culo
comprado en Grecia hace un año para retozar los dos.
Él gemía y yo rezaba por mis pobres bailarines.
Él profanaba mi parte, yo viajaba a los confines.
Luego nos tragó el silencio…
Con mis patitas de fauno abrí la ventana enorme.
La noche desde su cielo batió sus alas de cobre.
Como una bruja maldita la noche tocó mi flauta.
El viento sembró en la alfombra mil gotas de savia blanca.
Comienza a dar vueltas y a reír como un poseso. La música de La
consagración de la primavera sigue sonando. Nijinski salta en medio
de la escena. Se escuchan silbidos enfurecidos, aplausos, gritos de un
público salvaje que aprueba o rechaza la representación.

François: ¡Callen esos gritos que los bailarines no pueden escu-


char la música! ¡Viva Nijinski, viva Stravinski, viva el ballet! ¡Si-
lencioooo! Qué ballet tan raro…, tan… de la oscuridad… Y los
pasos…, con tanta contorsión, tanto brinco, ¡para vomitar! ¡Pero
yo lo defendí! Lo defendí porque no tenía la intención de agradar
a todo el mundo. ¿Cuándo se ha visto que se viene al teatro a ver
lo que ya se sabe? La belleza será convulsiva o no será. La mayo-
ría del público rebuznaba pidiendo la cabeza de Nijinski. “¡Esto
ha sido un atentado contra la belleza inmutable del arte!” ¡El arte!
¡Viva el arte! Y por qué no gritar mejor: ¡Abajo los tiranos! Jajajaja.
Claro, que es mejor morir de arte que morir de hambre. ¡Morir de
arte! Ya no morimos de arte, nadie se pelea en un teatro, ahora
nos morimos de asco. La otra parte del público aplaudía, como yo.
“Bravo”. Se tiraron sillas, hubo insultos, bofetadas, dos imbéciles
se retaron a duelo… Madame Carole se meó. ¡Fue así, así fue, yo
estaba allí! ¡Vatsa!… Monsieur Nijinski, ¿dónde se ha metido us-
ted? Monsieur, ¿qué hace escondido aquí? ¡Los escándalos son muy
nutritivos! Un escándalo es la respuesta lógica de la mediocridad
al talento. ¡Sin convulsión no hay progreso! Levántese. Es difícil de
comprender, sí, es muy difícil de comprender para usted que los

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380 El pie de Nijinski
mismos que lo adoran como bailarín lo desprecien como coreó-
grafo… ¡Son sus ideas, sus imágenes! Sienten miedo. Los felices de
este mundo odian todo aquello que les perturbe, jajaja, para ellos,
la felicidad, monsieur Nijinski, es vivir una vida leve, de burbujas,
sin peso… ¡Vamos, tenga piedad de ellos! Usted, Nijinski, perte-
nece al futuro… ¿Adónde va? ¡Nijinski! Yo te amo. Jajaja. ¡Te amo,
Vaslav! Sólo puedo ofrecerte un teatro oscuro, poca cosa…, eso
y mi memoria… Qué muchacho tan raro, en vez de dar saltos de
alegría por el escándalo de su consagración se esconde de todos…
Cosas de los genios, el rugido de los imbéciles los espanta. Espero
que no cometa la temeridad de irse a un burdel o monsieur Diághi-
lev le dará unos azotitos en el culo. ¡Culito blanco como un queso
de cabra! No se preocupe usted, Diághilev, aquí en París sobran
hombres para calentar su cama, franceses ardientes y gritones que
luego se lo contarán a todo el mundo, los muy miserables. (Revisa
facturas.) Números…, números… La taquilla se resiente. Tendrán
que cambiar el programa. (Revisa en los periódicos.) 30 de mayo de
1913. (Lee.) “Un escupitajo a la razón. El señor Nijinski vuelve a to-
marnos el pelo. Como bailarín, sublime, como coreógrafo, un error.
Ya nos bastó con su escandalosa siesta de un fauno, ¿por qué nos
abofetea otra vez con esta consagración ridícula?” La imbecilidad
en el poder. La sapiencia de las cacatúas. ¡Qué peligro! Tanto orden
y tanto llamado al buen hacer nos molerán los huesos. (Lee factu-
ras.) Números…, facturas…, cuentas…. Es el dinero el que alimen-
ta las fantasías. Hay que pagar sueldos y caprichos, Vaslav Nijinski;
entre ellos, los tuyos.
Se escucha la sirena de un barco. François agita un pañuelo.

¡Adiós, hermanos del ballet ruso, buen viaje! ¡Adiós, y que la


otra mitad del mundo sea más generosa con vosotros! Al menos po-
dré descansar un poco. Me esperan funciones cómodas. ¡Me abu-
rren las temporadas fáciles! (Se mira los pies.) Yo soy así, me gusta
lo difícil. Jejeje, tengo patitas de cerdo. Soy un cerdo que quiere ser
un ave. (Baila.) ¡Soy un ave cerda! ¡Soy una cerda ave! ¡Madame
Katia, esta mañana vi a Serguei Diághilev rodeado de mequetrefes

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Raúl Alfonso 381
y petimetres! Madame Katia, ¿es verdad que Diághilev no fue a la
gira de la compañía por Sudamérica porque una bruja le dijo que
no debía cruzar el mar? ¡Pero será imbécil! ¡Pues yo me hubiese
largado de aquí aunque fuese en un ataúd, como Sarah Bernhardt!
¡Quiero ver los guacamayos dorados! (Enciende un cigarro.) ¡Esto
por los Ballets Rusos!

Cuadro V.
Salto al vacío

Madame katia: ¡François, François!, ¿dónde te metes, cabrón?


Hum, huele a vicio… Dame una calada, anda, no seas tacaño del
placer. ¡Te traigo una noticia recién horneada! Un pan tóxico. ¡Qué
bueno esto, me encanta! Claro que Diághilev no fue a la gira, le han
prohibido cruzar el mar y es hombre de mucho respeto a lo oculto,
como ha de ser. Me tienes que decir en dónde compras esto porque
es afrodisíaco y me entra un calooorrrr…. Bien, al lío: en el barco,
Nijinski conoció a una joven condesa húngara, la señorita Rómola.
François: Rómola de Pulszky.
Madame katia: ¡Ésa!, aquella que no le perdía ni pie ni pisada, la
que siempre iba vestida de blanco y con la nariz estirada, la muy
zorra.
François: Rómola de Pulszky.
Madame katia: Escucha, escucha… No seas tonto, hay que diver-
tirse con las miserias. Hacía rato que la niña rondaba a Nijinski,
pero él ni caso, ya sabes que siempre anda en las nubes, además,
la vigilancia de Serguei Diághilev sobre su persona era muy férrea.
Ahhh, qué bien…, lo necesitaba…, qué sabroso… Pues a los quin-
ce días de tontear con ella, Nijinski anunció su compromiso y ya se
han casado en Argentina… ¿Qué harán en la cama, tejer a croché
o leerse cuentos? Dicen las malas lenguas que nuestro dios de la
danza no es muy favorecido en cierta parte. Eso dicen, eso dicen…,
yo no lo sé. ¡El avispero se ha revuelto! A mí me entretiene tanto
mariconeo.
François: ¡Rómola, Rómola de Pulszky!

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382 El pie de Nijinski
Madame katia: Cuando se enteró, Diághilev chilló y se desmayó.
Exagerado. ¡Él sabía que Nijinski trepaba por sus piernas como un
reptil! No es la primera vez que un amante se le va con una mujer,
ése parece ser su sino. Se lo merece, por pedante. François, no lo
niegues. Diághilev es presuntuoso, creído y teatrero. Me siento li-
viana como un copo… Ahora sí te acepto un baile, amigo. Lo que
no sabe esa Rómola, la húngara, que como buena húngara seguro
que también es medio bruja, lo que no sabe es que cavó su pro-
pia fosa. Nijinski es una estrella que no da calor, François. ¡Vaslav
Nijinski jamás pertenecerá a ser humano alguno! ¡Vamos, bailemos
un rato, celebremos la boda de nuestro pájaro azul!
Bailan una danza grotesca de exterminio y celebración.

François: ¡Serguei Diághilev, cuando te enojas eres como una


bruja a la que le hubiesen arrancado los dientes! No, Serguei, no;
ya lo dijo el poeta: no todos son manzanas para caer a tus pies.

Cuadro VI.
El fuego y la furia

Serguei: ¡Traidor, fuera de mi ballet! ¡No me compadeceré de él!


No volverá a pisar un teatro bonito mientras yo viva. ¡Traidor, trai-
dor! ¡Fuera, fuera! ¡Que me devuelva el anillo que le regalé! Su ma-
trimonio con el arte está roto. (Se derrumba.) ¡Ah, la belleza, qué
dolorosa aventura! ¡Para eso encumbré el ballet ruso; para tocar,
oler y saborear la belleza! Lo demás; la fama, los grandes salones, el
dinero, es secundario para mí. ¡La belleza, toda la belleza para mí!
Fokine, Stravinski, Debussy, y otro, y otro… Todos me deben alguna
porción de su gloria. Los envidiosos parisinos murmuraban: “¿Qué
va a enseñarnos este ruso salvaje, músico que no toca, abogado que
no ejerce, dibujante sin cuadro, a nosotros, hombres civilizados?
¿Qué va a ofrecernos este bárbaro de monóculo y pelo teñido que
huye de su país como de la peste?” ¡Sí, huí de allí, todos escapamos
de alguna peste! ¡Ahora no tengo país, mi país soy yo mismo! ¡Huí

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Raúl Alfonso 383
y no me arrepiento, aunque sueñe una y otra vez con las noches
blancas! ¡Un espíritu que se respete tiene que recorrer el mundo!
¿Qué es eso de quedarse encerrado en casa acariciando utopías? Yo
soy tu peste, Vaslav, y tú la mía; pero yo no escapé de ti como un
cobarde, estaba dispuesto a contagiarme con tus manchas, a morir
hinchado y podrido a tu lado. Diviértanse, señores, con este bo-
chornoso espectáculo. Ya vendrán otros. Nadie es imprescindible.
Ninguna llaga de amor es lo suficientemente profunda como para
matarnos. Sólo en el teatro, sólo allí, el amor mata. Grigóriev, ¿con-
seguiste saber algo de mi hermano? ¿Pero cómo pudo casarse Vatsa
con esa imbécil? Si todavía lo hubiese hecho con Isadora Duncan,
o con Coco Chanel, mujeres de verdad, mujeres que parecen hom-
bres, pero con esa húngara mimada, con esa aprendiz de bailarina
que no podía ni levantar una pierna en la barra… ¡Ogresa, porque
eso es, una ogresa! ¡La mujer es un animal fatal! Lo peor es que no
podemos prescindir de ellas, siempre están dispuestas a invertir su
dinero para ayudarnos a fabricar espejismos. ¡Fatalidad, tu nombre
es mujer! (Revisa facturas.) ¡Y vuelven a salir los números, los odio!
Grigóriev, escríbele otra vez a mi hermano y dile que si no res-
ponde todo habrá terminado entre nosotros. Mejor no, es capaz de
tomarse mis palabras al pie de la letra… Vaslav Nijinski, asumo los
descargos que la historia arrojará sobre mí, ¡pero asume también tu
oportunismo malsano! Te odio con toda la fuerza de mi amor. Gri-
góriev, esa frase merece un brindis. ¡Brindo por el desamor!

Carta extraída de los cuadernos de Vaslav Nijinski:


A Sergei Pavlovich Diághilev

Al hombre:

No puedo escribir su nombre porque no tengo nombre para us-


ted. No le tengo miedo y sé bien que en lo más hondo de su ser usted
no me odia. Le quiero como se quiere a un ser humano, pero no quie-
ro trabajar con usted. Mas hay una cosa que quiero que sepa usted.
No estoy muerto. Todavía estoy vivo. Dios vive en mí y yo vivo en Él.

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384 El pie de Nijinski
Está usted muerto porque sus metas están muertas.
No le llamo amigo mío, pues sé que es usted mi más amargo
enemigo.
La enemistad llama a la muerte y yo estoy ansioso de vida… Usted
es maligno. Yo experimento una profunda simpatía y comprensión
por la humanidad. Como Dostoievski, que era un hombre amable.
Dice que estoy loco; yo creo que el loco es usted.
Soy una persona con sentimientos y con cerebro. Usted tiene
cerebro pero no sentimientos. Sus sentimientos son perniciosos.
No soy suyo y usted no es mío. Ha olvidado qué es Dios, y en el
pasado también yo lo olvidé. Pero lo he vuelto a encontrar. Usted
es el que quiere la muerte y la destrucción, aunque tiene miedo a la
muerte. Yo no la temo. La muerte es un acontecimiento necesario. To-
dos moriremos, de ahí que yo siempre esté preparado. Amo al amor,
pero no soy carne y hueso, soy el espíritu, el alma. Soy amor…
Nunca quiero volver a trabajar con usted, pues usted tiene obje-
tivos profundamente distintos de los míos. Es usted un hipócrita y
yo no quiero convertirme en lo mismo. Sólo puedo admitir la hipo-
cresía cuando un hombre quiere conseguir algo bueno y noble por
este medio.
Es usted un hombre malo. No es usted mi emperador. Es una
persona diabólica. Usted desea herirme, pero yo no quiero eso. Soy
una persona tierna…

De hombre a hombre,

Vaslav Nijinski

Cuadro VII.
El adiós

Nijinski: (Camina en círculos, se ha colgado una gran cruz. Se


escuchan bombazos y tiroteos lejanos.)
Yo soy Nijinski Dios, soy sagrado,

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Raúl Alfonso 385
como el santo prepucio y el manto dorado.
Sagrado soy,
como los tres cordones umbilicales.
Soy el perdón humilde que recorre los portales.
Llegó la guerra arrasando y yo me quedé en Hungría,
con mi mujer, su familia, lejos de la patria mía.
Como era ruso y estaba
en territorio enemigo
fui prisionero de guerra,
un mendigo sin abrigo.
Paisajes, casas y hombres la guerra en tanto borraba.
Centinelas sin pudor en mi puerta se apostaban.
Nijinski. Nijinski.
Hoy en Suiza, entre montañas
que parecen de tapiz,
Dios me ha dado su palabra
para que la siembre aquí.
Me disfrazo de arlequín
y me mezclo con los hombres.
Escucho miles de voces,
frases, sentencias, nombres.
Yo soy uno, yo soy todos,
soy el antes, el después.
Nijinski polaco, ruso, árabe, chino, inglés.
De los cielos soy el ave,
de los lagos soy el pez.
¡Soy lo blanco, soy lo negro, soy lo rojo, lo amarillo!
Soy lo humano, lo divino, lo complejo, lo sencillo.
Lo mismo da que yo escriba
en ruso, polaco o francés.
Dios lee todas las lenguas
al derecho y al revés.
(Lee.) “Sentía que lo que me había enseñado Anatoli era una
cosa mala. Sufría, pero quería hacerlo siempre, era muy rico”.
Me masturbo para Dios

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386 El pie de Nijinski
con pasión, sin desengaño.
Me masturbo hasta que sale
la sangre negra del caño.
Cuando regrese de Zúrich
de ver a un psiquiatra absurdo
vomitaré más palabras
para iluminar el mundo.
Me masturbo para ti,
te entrego mi vida toda.
Me masturbo yo hasta el fin
de la noche
que me adora.
¡Sin afeites ni artificios,
al fin soy tuyo, señor!
¡Tómame completo, Dios!
¡Soy el fuego, soy amor!
Cae al suelo convulsionando.

Cuadro VIII.
Cae el telón

François: ¡Loco de remate! Según el eminente doctor Bleuler,


esquizofrénico. A la locura le da igual que seas un bailarín glorio-
so, un campesino o un emperador. Nos escoge al azar, restregán-
donos en la cara nuestra fragilidad. ¡Loco! ¡Esquizofrénico! Eso se
veía venir. Tantas horas de silencio, hundido en quién sabe dónde,
mirándose los pies, moviendo los dedos…, saltando, quedándose
quieto mucho rato, muuuucho tiempo… El arte era su válvula de
escape; perdido el ballet… se convirtió en un fue. “Miren, por ahí
va ese que fue.” “Anoche estuvo horas dando gritos en la ventana,
llamando a Dios.” No bailó más, tampoco escribió más. Pero siguió
viviendo. Yo me hubiese ahorcado. ¡No debiste enloquecer, Vatsa,
tenías que haber resistido hasta el final! ¿Y tiene algún sentido re-
sistir? ¿Resistir qué? Soy un tonto. ¡Ya pueden venir a recoger las

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Raúl Alfonso 387
cosas! ¿Qué pasa, tanto apuro y ahora no vienen? ¿Adónde se han
ido? Los artistas son impredecibles, por eso los amo. Los Ballets
Rusos siguieron su camino, porque todo fluye. Nada se detiene.
Nuevas obras, nuevos escenarios, nuevos amantes. Con lluvia, con
sol, con nieve, con primavera. Nijinski se borró en vida. ¡Adiós,
Vatsa; adiós, pájaro azul! ¡Adiós, Vatsa, el mundo es menos mun-
do sin ti! (Campanadas lejanas.) ¡Ya te has muerto, amigo Serguei
Diághilev, quién lo iba a decir! ¿Y por qué no regresaste a Rusia
con tu hermano Valentín? ¡Ése sí que era obstinado y rebelde! To-
dos vamos a morir, los bolcheviques sólo hubiesen adelantado un
poco el reloj. Ya sabes que ellos eran expertos en eso, ellos y tantos
otros. (Revisa facturas.) Los números te persiguieron hasta el final,
jajajaja, la matemática no perdona, Serguei. Es como la juventud,
implacable. Murió en Venecia, gordo y diabético. La factura del ho-
tel donde abandonó este mundo revoloteó como un pétalo: 2.118
con 80 que nadie pagó pues nadie llevaba suelto. Él, que le tenía
terror al mar, murió en Venecia. Y allí mismo lo enterraron. Eso fue
en 1929. (Revisa las facturas, les prende fuego.) Nadie es eterno,
por suerte, ¡aunque hay cada unos…! Duros como piedras. Parece
que nunca van a dejarnos en paz. Esa gente da mucho miedo. Y si
tienen poder, ¡uff, dan pavor! Dos semanas después del entierro de
Serguei, Valentín Diághilev, el amadísimo hermano, fue ejecutado
en Solovki, un campo de concentración de los tantos que el padre-
cito Stalin construyó en Rusia. Le pegaron trece tiros. ¡Chicos, este
viejo ha hecho su trabajo! ¡Vamos, que quiero irme a tomar algo
con mis amigos del Moulin Rouge! ¡Nijinski, el payaso de Dios!
El loco. ¡Pie divino! Como el himen de la emperatriz Teodora o la
lengua de María Madre Amantísima. ¡Reliquias! ¡Buaff! Juguetes de
idiotas. Sí, le cortaron el pie, sí, en secreto, en Londres, sí, en 1950.
Con el dinero recibido su mujer pagó el funeral. Pero el milagro se
había esfumado. Ya cortado, el pie de Nijinski se convirtió en un
trozo corriente… Era… una pata de muerto más. El cirujano tiró el
cacho a la basura. Amorosamente, Rómola lo lavó y lo guardó en su
bolso. “Eres mío, Vaslav, mío.” Tres años después, trajo las cenizas
de su marido a París. ¡Había vagado tanto con él, aguantando sus

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388 El pie de Nijinski
delirios, su silencio, sus bofetadas! ¡Hasta lo escondió de los nazis
para que no lo convirtiesen en jabón! Lo protegió del mundo. Ocul-
tó sus cuadernos, en los que escribía como un poseso, tachó sus
palabras, escondió sus gritos. ¡Cómo el dios de la danza iba a mos-
trar al universo toda su escatología de loco infeliz! ¡Jamás, jamás!
¡Los dioses son perfectos! ¡Los dioses no enloquecen! Eso queda a
los humanos, los temas de la carne y la culpa… Ahora, el dios de la
danza era un montoncito de polvo y huesos. Sin embargo, el pie se
mantenía intacto. Rómola le hablaba y le reprochaba por no haber-
la querido como ella creía que se merecía. ¡Rómola, querida, no se
puede luchar contra la naturaleza! Madame Katia, ¿está usted ahí?
¿Me acepta este baile, madame Katia? ¡Cómo pasa la vida! ¡Cómo
se va! (Comienza a amanecer.) ¡Eh, que no quiero que me digan
que soy muy lento en mi trabajo! ¡Y recuerden ducharse antes de
la función que después esto huele a fosa! ¡Mucho teatro, mucha
ópera, mucho ballet, pero cero higiene! Yo también me morí, a los
noventa años. ¡Tuve una vida larga hasta el asco! No me enterraron
nunca. Mi viejo cuerpo flota en una piscina de formol de la Escuela
de Medicina. Siempre despierto aquí. Me sacudo la carcoma, barro,
ordeno los recuerdos… pero todo vuelve a regarse. La historia es un
basurero imposible de fregar. Amanece. Voy a cerrar los ojos. Cuan-
do los abra no recordaré nada y vuelta a empezar. En el teatro no
se termina nunca. ¡Ah, la vida, tan breve y tan terrible! (Se duerme.
Amanece.)

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