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Nota: Hola maestro.

Como puede ver, no terminé mi ensayo; cambié de enfoque en la última entrega


de avance, intenté abarcar muchas cosas y por estar leyendo más bibliografía al final se me acabo
el tiempo. De todas formas decidí enviárselo para tener su opinión al respecto, y si tengo que volver
a cursar su materia me gustaría entregarle este mismo ensayo final, obviamente terminado, con más
de 8 cuartillas de desarrollo y más bibliografía. Gracias por todo maestro, y felices vacaciones.

El erotismo en el arte con relación a la


filosofía de George Bataille

13 de octubre 2017

Mancilla Flores Karla Gabriela

Bases teórico-metodológicas de la investigación

Mtro. Cuauhtzin Alejandro Rosales Peña Alfaro

Universidad Autónoma de Querétaro


INTRODUCCIÓN

Somos seres discontinuos, o en otras palabras, somos seres limitados. Discontinuos


porque no encontramos continuidad en algo o alguien más, y solo nosotros vivimos
nuestras propias experiencias, nuestra propia vida. Somos nuestro límite: “cada ser
es distinto de todos los demás. Su nacimiento, su muerte y los acontecimientos de
su vida pueden tener para los demás algún interés, pero sólo él está interesado
directamente en todo eso. Sólo él nace. Sólo el muere. Entre un ser y otro ser hay
un abismo, hay una discontinuidad” (Bataille, 1957).

Como seres discontinuos estamos en constante búsqueda de algo que nos haga
continuos con algo más, necesitamos saber que hay más allá de nuestra
discontinuidad, incluso más allá de nuestra muerte. Y en el erotismo encontramos
una respuesta: ahí donde dos seres discontinuos se mezclan, se entrelazan en un
baile en donde los límites ya no son tan claros, encontramos un alivio a nuestra
discontinuidad.

La filosofía de Bataille se centra en dos conceptos que parecen lejanos uno del otro,
pero que él demuestra son más cercanos de lo que pensamos, como dos caras de
la misma moneda: erotismo y muerte. Como ya dije, encontramos en el erotismo
una continuidad en respuesta a nuestra discontinuidad, y lo mismo ocurre en la
muerte. Pero antes de profundizar en estos conceptos quiero aclarar por qué decidí
hacer una relación con el arte:
El nacimiento del arte, en efecto, señaló la consumación física del ser humano. […] En el
momento en que, vacilante, apareció la obra de arte, el trabajo era, desde hacía cientos de
miles de años, la obra principal de la especie humana. Al fin y al cabo, no es el trabajo, sino el
juego, el que tuvo un papel decisivo en la realización de la obra de arte y en el hecho de que el
trabajo se convirtiera, en aquellas auténticas obras de arte, en algo más que una respuesta a
la preocupación por la utilidad. (Bataille, 1961)

El arte cumple una función más allá de la utilidad, o al menos más allá de una
utilidad entendida como mera herramienta, que se puede tomar con la mano y hacer
con ella cualquier cosa sin mirarla dos veces. El arte se contempla, nos hace
pensar, reflexionar, sentir. Nos hace establecer un dialogo: soy yo con la obra, es
la obra conmigo. Es (pienso yo) una ventana hacia una continuidad, pues somos
continuos con la obra que me dice algo, y la obra es continua con nosotros pues le
decimos algo a la obra. Y si yo produzco esta continuidad se hace aún más
evidente, pues yo le agrego y le quito lo que considero necesario y, al mismo
tiempo, la obra me pide más o menos. Ileana Díaz (2004) nos dice que “los instantes
eróticos, artísticos, violentos son ejemplos de trances hacia otra dimensión” y que
“estos hechos son sagrados por su capacidad de llevarnos a la exaltación”. Otra
afirmación de la misma idea la hace el artista conceptual Sol LeWitt al decir que “la
obra de arte se puede entender como un hilo conductor que va de la mente del
artista a la del espectador”. El arte se convierte en un lenguaje, con sus propios
símbolos y significados esperando a ser descubiertos en este trance al que la obra
nos adentra.

El arte es el ejemplo de nosotros queriendo establecer una continuidad, pues ya


sea yo como espectador o yo como productor estoy en un dialogo con la obra. Y no
es solo ahí donde se aprecia la necesidad de una continuidad: algunas personas
producen obras de arte para no morir por completo, para dejar un legado, un
pedacito de ellos perdurando en el tiempo. Producen para expresar a los demás
qué es lo que piensan, lo que sienten. Pues por alguna razón extraordinaria es solo
el arte lo que les permite tener este dialogo tan íntimo con los demás seres
discontinuos.

El erotismo y la muerte son temas recurrentes en el arte, casi protagonistas. Pienso


que no es de extrañar, ya que los une el deseo de continuidad. Es por esta razón
que en este ensayo abordaré cuatro conceptos claves, tanto en la filosofía de
Bataille como en el Arte: el erotismo y la muerte, pero también el desnudo y la
violencia, relacionándolos con obras artísticas así como el origen del erotismo
según Bataille.

EL ORIGEN

En su libro El erotismo, Bataille (1957) nos dice que “si el erotismo es la actividad
sexual del hombre, es en la medida en que ésta difiere de la sexualidad animal”;
más adelante, en su libro Las lágrimas de Eros, hace de nuevo esta distinción: “la
mera actividad sexual es diferente del erotismo; la primera se da en la vida animal,
y tan sólo la vida humana muestra una actividad que determina, tal vez, un aspecto
“diabólico” al cual conviene la denominación de erotismo” (Bataille, 1961). Bataille
le otorga una connotación diabólica al erotismo, pues para él hay una coincidencia
entre erotismo y muerte.

El hombre desarrollo una manera de vivir muy distinta a la de los demás animales,
y una de las principales diferencias fue el trabajo. Con el origen de éste se
establecieron ciertas reglas que ayudaron al hombre a vivir de una manera más
organizada, y empezaron a tener cierta aversión hacia las cosas que les recordaba
una vida antagónica a la de ellos, a la vida animal, a la naturaleza que “exige seres
a los que promueve a participar en esa furia destructora que la anima y que nada
saciará jamás. La naturaleza exigía que se sometieran, que se abalanzaran a esa
destrucción” (Bataille, 1957).

Vemos a la naturaleza como algo extraño a nosotros, no nos identificamos con ella,
la negamos en la medida de lo posible. La vemos como un mundo de excesos, de
locura y descontrol, de violencia, donde la muerte y la destrucción son inevitables,
donde no tenemos el control de lo que pasa. Y en efecto, “la posibilidad humana
dependió del momento en que, presa de un vértigo insuperable, un ser se esforzó
en decir que no” (Bataille, 1957).
Los hombres intentaron desprenderse de esa naturaleza. Por angustia, por miedo
a perderse en ella, a perder su individualidad, aferrándose a lo discontinuo y a sus
deseos de que esa vida durara para siempre, de inmortalizar lo mortal. Y es por ese
miedo a perder el nuevo “control” que habían ganado, el que se establecieron
prohibiciones ante todo lo que les recordaba esa vida de excesos: prohibición al
erotismo y a la muerte, prohibición a la desnudez y a la violencia. De esta manera
garantizaban que el mundo del trabajo, del orden y de las leyes no se alterara y así
mantenerlo.

Pero “jamás en efecto los hombres opusieron a la violencia (al exceso del que se
trata) un no definitivo. En ciertos momentos de desfallecimiento, se cerraron al
movimiento de la naturaleza; pero se trataba de un tiempo de detención, no de una
inmovilidad última” (Bataille, 1957). Dentro de nosotros aún existe esa atracción a
los excesos de la naturaleza, a su violencia y destrucción. Y es por eso que a cada
prohibición le corresponde ser transgredida.

La transgresión no es la negación de la prohibición, es más bien una superación de


ésta. Para que exista la transgresión debe existir la prohibición, sin embargo, al
momento de transgredir no se está ignorando lo prohibido, al contrario, se está
reconociendo y se está superando. Y es sólo en ciertos casos en dónde esta
transgresión está permitida, como por ejemplo, en la guerra. La prohibición y la
transgresión de ésta es un intento por organizar los impulsos que se encuentran en
nosotros, los impulsos de sucumbir ante el frenesí de la naturaleza, y así “la
transgresión organizada forma con lo prohibido un conjunto que define la vida
social” (Bataille, 1957).

La naturaleza tiene el poder de recordarnos que somos mortales, y su violencia nos


remite a algo fuera de nosotros. Volver a identificarnos con la naturaleza es perder
nuestra identidad, nuestra discontinuidad, para ser continuos con una fuerza que
vive y muere constantemente. Y es esta vida y muerte constante de la naturaleza
lo que nos recuerda a una continuidad, pues la vida está condenada a la muerte y
de la muerte y su descomposición, de sus excesos, se origina la vida:
El poder que tiene la podredumbre para engendrar es una creencia ingenua que responde al
horror, mezclado con atracción, que esa podredumbre despierta en nosotros. Esta creencia
está en la base de lo que fue nuestra idea de la naturaleza: la corrupción resumía ese mundo
del cual hemos salido y al cual volvemos; en esta representación, el horror y la vergüenza
estaban ligados a su vez a nuestro nacimiento y a nuestra muerte. […] Más allá de la
aniquilación que vendrá y que caerá con todo su peso sobre el ser que soy, que espera seguir
siendo, y cuyo sentido mismo es, más que ser, el de esperar ser, la muerte anunciará mi retorno
a la purulencia de la vida. Así puedo presentir –y vivir en la espera- esa purulencia multiplicada
que celebra en mí anticipadamente le triunfo de la náusea (Bataille, 1957).

Necesitamos de la transgresión para tener un cierto equilibrio. Aunque


relacionemos todo lo referente a la naturaleza como algo malo, despreciable y
abyecto, hay algo en esa vida animal que nos atrae vertiginosamente hacia ella.
Por eso pienso que el arte tiene un papel decisivo en todo esto: pues es una manera
de establecer una continuidad, tanto el hacer arte como el contemplarlo. La
experiencia artística es un ritual sagrado, necesario. Es entonces una catarsis del
hombre, es una manera de transgredir las prohibiciones representándolas.
Representando el erotismo, la muerte, el desnudo y la violencia se transgrede y se
encuentra un equilibrio.

EL EROTISMO

1. EL ABRAZO

En el erotismo se ponen a prueba los límites. Los límites que hay entre mi yo
discontinuo y la continuidad que puedo establecer con la otra persona. “En el
erotismo YO me pierdo” (Bataille, 1957). Me pierdo con otro y establezco una
continuidad entre dos seres, un lenguaje, una comunicación, un canal abierto:
Ahí es donde un mundo se descubre, se crea un nuevo lenguaje; el cuerpo habla, se comunica
con las sensaciones. […] Un umbral es atravesado. Cobra un sentido el hecho de interactuar
con otro ya que se puede convertir en toda una experiencia divina, cada milimétrica parte de la
piel es bautizada. Poetas, pintores, escritores y cineastas han captado estos instantes mágicos.
Entonces el erotismo se convierte no sólo en una necesidad o expresión primaria sino en arte.
(Díaz, 2004).

En la pintura El abrazo (amantes II), el artista Egon Schiele nos presenta dos
cuerpos desnudos, fusionados, abrazados en la cama en un momento erótico. Las
pinceladas propias del expresionismo junto con la composición dan a este cuadro
movimiento, pero a la vez esas pinceladas expresan un cierto tipo de violencia al
ser espontaneas y libres, al no estar tan controladas. El expresionismo de Schiele
nos transmite un erotismo mezclado con angustia: es el erotismo de los corazones,
amor, un intento desesperado por fusionarse con el otro. Este erotismo “se
caracteriza por la violencia de un sentimiento que atraviesa a los amantes, una
búsqueda obsesiva de fusionarse con el otro, pues representa la continuidad del
ser” (Pérez Carvajal, 2015). Este deseo de fusionarse con el ser amado es incluso
más fuerte que un erotismo basado solamente en el acto sexual, y trae consigo una
promesa de felicidad; sin embargo, ante la imposibilidad de llegar a ser uno sólo
con el otro, también trae consigo una promesa de sufrimiento:
Su esencia es la sustitución de la discontinuidad persistente entre dos seres por una
continuidad maravillosa. Pero esta continuidad se hace sentir sobre todo en la angustia; esto
es así en la medida en que esa continuidad es inaccesible, es una búsqueda impotente y
temblorosa. […] Pues hay, para los amantes, más posibilidades de no poder encontrarse
durante largo tiempo que de gozar en una contemplación exaltada de la continuidad íntima que
los une. (Bataille, 1957)

Mientras más sufrimos por el ser amado, más nos damos cuenta del significado que
tiene para nosotros. Pues mientras más deseemos esa fusión, esa continuidad
eterna, y mientras no seamos capaz de obtenerla, más sufrimiento nos produce. Es
tanto el sufrimiento que preferiríamos la muerte antes de estar lejos de esa persona,
o incluso preferiríamos matarlo a perderlo.
ANEXO

El abrazo (amantes II)


Egon Schiele
1917
BIBLIOGRAFIA

Bataille, G., (2014), El erotismo, México, D.F., México: Tusquets.

Bataille, G., (2013), Las lágrimas de Eros, México, D.F., México: Tusquets.

Díaz, I. (2004). Importancia del arte erótico como lenguaje a partir del análisis de la
película El imperio de los sentidos (Nagisa Oshima) (tesis de licenciatura).
Universidad Nacional Autónoma de México, México.

Morgan, R., (2003), Del arte a la idea. Ensayos sobre arte conceptual, Madrid: Akal.

Pérez Carvajal, M., (julio-diciembre 2015). El sentido del erotismo. Revista Ciencias
y Humanidades, 1 (1), p. 125-149.

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