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Características de los presos

De gran interés es el imaginario común que tienen los encuestados acerca de las características que tienen los
personajes que van a las cárceles. Como lo demuestran las encuestas realizadas, hay una alta tendencia a
estigmatizar a los presos con una serie de cualidades que tienden a describir al preso común, la mayoría de los
encuestados, en grandes porcentajes, respondieron que la gente recluida en las cárceles cumplen el perfil de hombres,
jóvenes, de estrato bajo, con educación primaria y desempleados. Hay que tomar en cuenta la muestra que se
estudió: los encuestados de estrato 6, de los cuales, 88% han sido víctimas de un delito menor. Como lo establece
Lemaitre y Albarracin ”La seguridad ciudadana gira en torno a la percepción de seguridad, en particular la percepción
de los estratos medios y los representantes de las “gentes de bien”. Para ellos el miedo al otro (pobre, hombre joven,
moreno) se convierte en protagonista de las relaciones sociales, en particular en el espacio público urbano. El otro
temido es el potencial atracador o sicario, de escasa educación formal y menos oportunidades en el mercado laboral.
Desocupado y potencialmente agresivo, se toma el espacio público y desmejora la percepción de seguridad,
especialmente cuando se encuentra en grupos o consume marihuana(3.5).

Tendemos a olvidarnos de las características que marcan a la sociedad Colombiana, estampada por índices altos de
pobreza y un grave fenómeno de desigualdad social y económico. En gran parte es la dinámica social económica, de
la mano con el funcionamiento de sistema penal-siendo este un reflejo de esta, al mismo tiempo que la alimenta-, son
factores definitivos de las decisiones y circunstancias que motivan a un gran número de personas pertenecientes a las
clases más marginadas a una vida de delincuencia. En la mayoría de los casos esta forma de vida maniobra como un
mecanismo de subsistencia y como una manera de satisfacer las mas básicas necesidades, como también
ambiciones, que son negadas por una sociedad excluyente, que no ofrece verdaderas oportunidades a las clases
sociales más pobres.(4)

Acompañado de este rechazo social que se le da a las clases marginadas, “Los discursos oficiales reproducidos en los
medios estigmatizan a los hombres jóvenes pobres que llenan las cárceles sin reconocer su vulnerabilidad, la cual
empieza en su invisibilidad para el Estado y para el mercado, donde su falta de educación formal y a menudo la
agresión explícita en su autodefinición masculina los excluye de la posibilidad de integrarse. Su destino parece ser la
pobreza y para muchos la ilegalidad, y eventualmente la cárcel o la muerte violenta justificada por la ilicitud de la
actividad asumida, sean atracadores, sicarios, pequeños expendedores de drogas o sea que ingresen a las filas de los
ejércitos del narcotráfico.

La discusión de la propuesta de reforma al Código Penitenciario y Carcelario que cursa en el Congreso de la República
debería ser una oportunidad para mejorar la dramática situación carcelaria que afronta el país. De su futuro
dependerán en gran medida los derechos de las personas privadas de la libertad.

En Colombia coexisten dos modelos de cárceles: aquellas construidas antes de 2000, que responden a costumbres y
políticas del que llamaremos ‘modelo tradicional’, y aquellas que se inauguraron después de ese año bajo los preceptos
de la llamada ‘Nueva Cultura Penitenciaria’.

La ‘nueva cultura’ tiene su origen en dos acuerdos anexos al Plan Colombia que facilitaron la intervención directa del
Buró Federal de Prisiones de Estados Unidos, que estuvo en Colombia hasta 2004 y asesoró el diseño, construcción,
funcionamiento y reglamentación de las nuevas cárceles, y la formación de la guardia.

En las nuevas prisiones, se asumieron políticas orientadas a eliminar la corrupción y el hacinamiento, se introdujeron
las ‘modernas técnicas’ traídas desde Estados Unidos y se dejaron de lado algunas de las características propias del
‘modelo tradicional’ que se consideraban raíz de los problemas. Pese a esto, en varios aspectos, el panorama actual de
las cárceles puede ser igual o peor al de hace una década, pero con el agravante que se le puso fin a las pocas
prácticas que valían la pena preservar de un sistema carcelario arruinado por el desgobierno y la violencia.

Me refiero al menos a tres de ellas. En primer lugar, se garantizaban espacios de libertad individual y desarrollo de la
personalidad (por ejemplo, poder entrar y salir de la celda durante el día, vestir ropa propia y elegir cómo tener el
cabello). En segundo lugar, la vida social dentro de la prisión le permitía a los internos resistir a la despersonalización y
la deshumanización que genera el control total.

Y por último, la apertura al mundo exterior, que se manifestaba mediante la ubicación de las cárceles en los centros
urbanos, facilitando el acceso, y de un amplio régimen de visitas, que brindaba al interno la posibilidad real de
mantener lazos sólidos con el entorno social exterior y con organizaciones solidarias o de derechos humanos.

Estas características, nunca realzadas en las descripciones de las cárceles colombianas, nos distinguían
positivamente en el nivel internacional, sobre todo en comparación con la deshumanización del régimen carcelario
estadounidense, que no sobresale por sus logros en materia de derechos humanos.
Al contrario de muchos otros derechos, el acercamiento familiar no era letra muerta. Bien lo demostraba la llegada
semanal de miles de familiares y amigos a los dos días de visitas autorizados en las cárceles antiguas. Un domingo,
por ejemplo, era común ver mujeres cargadas con comida casera que, después de esperar varias horas y pasar duros
controles de seguridad, llegaban al patio a las nueve o diez de la mañana a encontrar su familiar o amigo y a pasar con
él todo el día, en el patio o en la celda, comiendo, charlando, jugando, y recogiendo las artesanías producidas en la
semana para venderlas y asegurar la subsistencia del detenido detrás de los muros.

Por el contrario, la ‘nueva cultura’, a la que se le da continuidad en el actual proyecto de ley de reforma penitenciaria,
va encaminada a imponer el aislamiento, mas allá del encierro, como componente de la pena.

Esta política trajo consigo la ubicación de las cárceles en zonas aisladas y de difícil acceso; la restricción de las visitas
y los contactos con el mundo exterior que ahora se realizan cada 15 días, por dos o tres horas; los traslados, tan
costosos como absurdos, que ubican a los detenidos lejos de su domicilio familiar y del lugar del juicio; la masificación
de la figura del calabozo individual, eufemísticamente llamada Unidad de Tratamiento Especial; y la inmovilización del
detenido dentro de la cárcel a partir del control total de su vida en prisión.

La apertura del sistema carcelario representaba una medida efectiva y ejemplar para impedir la desocialización y la
destrucción de los lazos familiares como consecuencia del encierro, y garantizaba un cierto grado de integración social
al momento del regreso a la vida en libertad -- lo que sin duda es la base de cualquier tipo de modelo de reintegración o
resocialización que se quiera llevar a cabo.

En la actual propuesta de reforma, con el argumento de modernizar el sistema, se insiste en estrategias que se vienen
aplicando desde hace más de once años y que ahora pretenden ser elevadas a Ley de la República, a pesar de que no
han producido los efectos esperados. Con este discurso, hemos retrocedido décadas en materia de derechos de la
población reclusa y de sus familiares.Ni qué decir de la resocialización de los internos, ¿o es que se puede resocializar
a quien se aleja totalmente de la sociedad?

Es cierto que la cárcel colombiana necesita de reformas estructurales, pero antes debe darse un debate profundo y
participativo, sobre lo que debe ser cambiado y lo que debe ser restablecido o respaldado. La apertura de nuestro
‘modelo tradicional’ merece ese respaldo.

Composición del sistema carcelario y penitenciario en Colombia El sistema penitenciario y carcelario en Colombia
está integrado por el Instituto Nacional Penitenciario y Carcelario, como establecimiento público adscrito al "Ministerio
de Justicia y del Derecho" con personería jurídica, patrimonio independiente y autonomía administrativa; por todos los
centros de reclusión que funcionan en el país, por la Escuela Penitenciaria Nacional y por los demás organismos
adscritos o vinculados al cumplimiento de sus fines

Sistema Legal en Colombia. En primer lugar es importante resaltar la Constitución Política de Colombia en sus
artículos 2, 13 y 15, Los cuales señalan los fines del Estado, el derecho a la igualdad, y la intimidad respectivamente,
aduciendo de este modo: artículo 2: “Son fines esenciales del Estado: servir a la comunidad, promover la prosperidad
general y garantizar la efectividad de los principios, derechos y deberes consagrados en la Constitución; facilitar la
participación de todos en las decisiones que los afectan y en la vida económica, política, administrativa y cultural de la
Nación; defender la independencia nacional, mantener la integridad territorial y asegurar la convivencia pacífica y la
vigencia de un orden justo.

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