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1) DE UN COMPROMISO, AUN ANHELO CONSTANTE

La Biblia nos enseña claramente que los creyentes deben reunirse con regularidad
para orar, adorar a Dios, enseñar y aprender, tener comunión unos con otros y
alentarse mutuamente. Dios nunca quiso que anduviéramos por el camino de la fe
solos. La participación en una iglesia local es vital para nuestro crecimiento en
Cristo.

Hechos 2:42, Mateo 18: 20, Gálatas 6:2, Hebreos 10: 25, Juan 13: 34-35, Efesios
4:11- 13

En otras palabras ir a la iglesia involucra algo más que cumplir con una
responsabilidad de cada Domingo.

Es un anhelo, es una necesidad…..que claro trae consigo muchas bendiciones…..

LA PROVIDENCIA DE DIOS
Dios crea y cuida a criaturas libres. Decide que algunas cosas sucederán en la historia con necesidad
(Encarnación, Pasión, Resurrección, Parusía); otras suceden según el plan amoroso y sabio de Dios
con la colaboración libre de los hombres (asentimiento de María a la Encarnación, fundaciones,
carismas diversos etc.); en otras, al tropezar con la voluntad rebelde y pecadora del hombre,
reconduce el mal para bien, y donde abundó el pecado sobreabunda la misericordia.

El Catecismo es muy realista y dice sobre la Providencia: “Sin embargo, en las condiciones históricas
en que se encuentra, el hombre experimenta muchas dificultades para conocer a Dios con la sola luz
de su razón: A pesar de que la razón humana, hablando simplemente, pueda verdaderamente por sus
fuerzas y su luz naturales, llegar a un conocimiento verdadero y cierto de un Dios personal, que
protege y gobierna el mundo por su providencia, así como de una ley natural puesta por el Creador en
nuestras almas, sin embargo hay muchos obstáculos que impiden a esta misma razón usar
eficazmente y con fruto su poder natural; porque las verdades que se refieren a Dios y a los hombres
sobrepasan absolutamente el orden de las cosas sensibles y cuando deben traducirse en actos y
proyectarse en la vida exigen que el hombre se entregue y renuncie a sí mismo. El espíritu humano,
para adquirir semejantes verdades, padece dificultad por parte de los sentidos y de la imaginación, así
como de los malos deseos nacidos del pecado original. De ahí procede que en semejantes materias los
hombres se persuadan fácilmente de la falsedad o al menos de la incertidumbre de las cosas que no
quisieran que fuesen verdaderas (Pío XII, enc. "Humani Generis": DS 3875). (Catecismo 37)

“La creación tiene su bondad y su perfección propias, pero no salió plenamente acabada de las
manos del Creador. Fue creada "en estado de vía" ("in statu viae") hacia una perfección última todavía
por alcanzar, a la que Dios la destinó. Llamamos divina providencia a las disposiciones por las que
Dios conduce la obra de su creación hacia esta perfección:

Dios guarda y gobierna por su providencia todo lo que creó, "alcanzando con fuerza de un
extremo al otro del mundo y disponiéndolo todo con dulzura" (Sb 8,1). Porque "todo está desnudo y
patente a sus ojos" (Hb 4,13), incluso lo que producirá la acción libre de las criaturas producirá (Cc.
Vaticano I: DS 3003).”(Catecismo 302)

“El testimonio de la Escritura es unánime: la solicitud de la divina providencia es concreta e


inmediata; tiene cuidado de todo, de las cosas más pequeñas hasta los grandes acontecimientos del
mundo y de la historia. Las Sagradas Escrituras afirman con fuerza la soberanía absoluta de Dios en el
curso de los acontecimientos: "Nuestro Dios en los cielos y en la tierra, todo cuanto le place lo realiza"
(Sal 115,3); y de Cristo se dice: "si el abre, nadie puede cerrar; si él cierra, nadie puede abrir" (Ap
3,7); "hay muchos proyectos en el corazón del hombre, pero sólo el plan de Dios se realiza" (Pr
19,21))”(Catecismo 303).
“Jesús pide un abandono filial en la providencia del Padre celestial que cuida de las más
pequeñas necesidades de sus hijos: "No andéis, pues, preocupados diciendo: ¿qué vamos a comer?
¿qué vamos a beber?...Ya sabe vuestro Padre celestial que tenéis necesidad de todo eso. Buscad
primero su Reino y su justicia, y todas esas cosas se os darán por añadidura" (Mt 6,31-33; cf. 10,29-
31)”(Catecismo 305).

“Creemos firmemente que Dios es el Señor del mundo y de la historia. Pero los caminos de su
providencia nos son con frecuencia desconocidos. Sólo al final, cuando tenga fin nuestro conocimiento
parcial, cuando veamos a Dios "cara a cara" (1 Co 13,12), nos serán plenamente conocidos los
caminos por los cuales, incluso a través de los dramas del mal y el pecado, Dios habrá conducido su
creación hasta el reposo de ese Sabbat (cf. Gn 2,2) definitivo, en vista del cual creó el cielo y la
tierra”(Catecismo 314). «El testimonio de la Escritura es unánime; la solicitud de la divina Providencia
es concreta e inmediata; tiene cuidado de todo, desde las cosas más pequeñas hasta los grandes
acontecimientos del mundo y de la historias (Catecismo de la Iglesia católica, n. 303). En el libro de la
Sabiduría la Providencia divina se pone de manifiesto actuando en favor de una barca en medio del
mar: «Es tu providencia, Padre, quien la guía, pues también en el mar abriste un camino, una ruta
segura a través de las olas, mostrando así que de todo peligro puedes salvar, para que hasta el
inexperto pueda embarcarse» (Sb 14, 34). La imagen de la barca en medio del mar representa muy
bien nuestra situación frente al Padre providente, el cual, como dice Jesús, «hace salir su sol sobre
malos y buenos, y llover sobre justos e injustos» (Mt 5, 45).

Ya vimos al estudiar la bondad de Dios, como explicar el misterio del mal. Pero aunque el mal
fuese terrible, nunca es una tragedia para los que tienen fe, nunca el hombre es un extraño en el
mundo, o un desesperado que se desorienta y clama con rebeldía. Los proyectos de Dios no coinciden
con los del hombre; son infinitamente mejores, pero a menudo resultan incomprensibles para la
mente humana. Dice el libro de los Proverbios: «Del Señor dependen los pasos del hombre: ¿como
puede el hombre comprender su camino?» (Pr 20, 24). En el Nuevo Testamento, san Pablo enuncia
este principio consolador: «En todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman» (Rm 8,
28). La fe en Dios como creador del mundo de las «cosas visibles e invisibles», está orgánicamente
unida a la revelación de la Divina Providencia.

La Providencia Divina, o de Dios que, como Padre omnipotente y sabio está presente y actúa en
el mundo. Hay un ser Providente y , a quien llamamos Dios, que nos rodea con su inteligencia,
ternura, sabiduría y guía «fortiter ac suaviter» nuestra existencia. La Providencia se manifiesta como
Sabiduría transcendente que ama al hombre y lo llama a participar del designio de Dios, como primer
destinatario de su cuidado amoroso, y al mismo tiempo como su inteligente cooperador. La relación
entre la Providencia Divina y libertad del hombre no es de antítesis, sino de comunión de amor.

La conservación de la creación

Un primer paso para captar la Providencia es la Conservación de la Creación. Dios al crear, llamó de la
nada a la existencia todo lo que ha comenzado a ser fuera de Él. Pero el acto creador de Dios no se
agota aquí. Lo que surgió de la nada volvería a la nada, si fuese dejado a sí mismo y no fuera, en
cambio, conservado por el Creador en la existencia. En realidad Dios, habiendo creado el cosmos una
vez, continúa creándolo, manteniéndolo en la existencia. La conservación es una creación continua
(Conservatio est continua creatio). Dios mantiene en la existencia todo lo que recibió de la nada el
ser. En este sentido, la Providencia es como una constante e incesante confirmación de la obra de la
creación en toda su riqueza y variedad

La separación de la obra de la creación de la Providencia Divina, típica del deísmo, y del


materialismo. Dios con su Providencia no cesa de ser el apoyo último del «reino de la libertad». Dios
mantiene y conduce la creación

“Realizada la creación, Dios no abandona su criatura a ella misma. No sólo le da el ser y el


existir, sino que la mantiene a cada instante en el ser, le da el obrar y la lleva a su término. Reconocer
esta dependencia completa con respecto al Creador es fuente de sabiduría y de libertad, de gozo y de
confianza: Amas a todos los seres y nada de lo que hiciste aborreces pues, si algo odiases, no lo
hubieras creado. Y ¿cómo podría subsistir cosa que no hubieses querido? ¿Cómo se conservaría si no
la hubieses llamado? Mas tú todo lo perdonas porque todo es tuyo, Señor que amas la vida (Sb 11,
24-26)” (301).

Si se aceptase el deísmo, el gnosticismo o el materialismo se perdería la libertad del hombre


en un mundo trágico. El hombre puede afrontar la existencia de modo esencialmente diverso, cuando
tiene la certeza de no estar bajo el dominio de un ciego destino (fatum), sino que depende de Alguien
que es su Creador y Padre. Por esto, la fe en la Divina Providencia. Siguiendo las huellas de la
constante tradición de la enseñanza de la Iglesia y en particular del Concilio Vaticano I, también del
Vaticano II habla muchas veces de la Divina Providencia. De los textos de sus Constituciones se
deduce que Dios es el que «cuida de todos con paterna solicitud» (Gaudium et Spes 24), y en
particular «del género humano» (Dei Verbum 3). Manifestación de esta solicitud es también la «ley
divina, eterna, objetiva y universal, por la que Dios ordena, dirige y gobierna el mundo universo y los
caminos de la comunidad humana según el designio de su sabiduría y de su amor» (Dignitatis
humanae 3). «El hombre no existe efectivamente sino por amor de Dios, que lo creó y por el amor de
Dios, que lo conserva. Y sólo se puede decir que vive en la plenitud de la verdad cuando reconoce
libremente ese amor y se confía por entero a su Creador» (Gaudium et Spes 19)”[1].

Otro paso es el cuidado y el gobierno de Dios. «Dios cuida y gobierna con su Providencia todo
lo que ha creado». Con estas palabras concisas el Concilio Vaticano I formuló la doctrina revelada
sobre la Providencia Divina. Según la Revelación, de la que encontramos una rica expresión en el
Antiguo Testamento, hay dos elementos presentes en el concepto de la Divina Providencia: el
elemento del cuidado («cuida») y a la vez el de autoridad («gobierna). Lo realiza de un modo radical y
total que supera infinitamente todas las analogías de la relación entre autoridad y súbditos en la
tierra.

La autoridad del Creador («gobierna») se manifiesta como solicitud del Padre («cuida»). En esta
otra analogía se contiene en cierto sentido el núcleo mismo de la verdad sobre la Divina Providencia.
La Sagrada Escritura para expresar la misma verdad se sirve de una comparación: «El Señor -afirma-
es mi Pastor: nada me falta» (Sal 22, 1). La Providencia Divina es, en efecto, una «autoridad llena de
solicitud» que ejecuta un plan eterno de sabiduría y de amor, al gobernar el mundo creado Según el
texto del libro de la Sabiduría, citado por el Conc. Vaticano I, «se extiende poderosamente (fortiter)
del uno al otro extremo y lo gobierna todo con suavidad (suaviter)» (8, 1), es decir, abraza, sostiene,
guarda y en cierto sentido nutre.

El catecismo lo explica haciendo referencia a la relación entre causas segunda y la Causa


Primera: “Dios es el Señor soberano de su designio. Pero para su realización se sirve también del
concurso de las criaturas. Esto no es un signo de debilidad, sino de la grandeza y bondad de Dios
Todopoderoso. Porque Dios no da solamente a sus criaturas la existencia, les da también la dignidad
de actuar por sí mismas, de ser causas y principios unas de otras y de cooperar así a la realización de
su designio (306)

Dios concede a los hombres incluso poder participar libremente en su providencia confiándoles la
responsabilidad de "someter'' la tierra y dominarla (cf Gn 1, 26-28). Dios da así a los hombres el ser
causas inteligentes y libres para completar la obra de la Creación, para perfeccionar su armonía para
su bien y el de sus prójimos. Los hombres, cooperadores a menudo inconscientes de la voluntad
divina, pueden entrar libremente en el plan divino no sólo por su acciones y sus oraciones, sino
también por sus sufrimientos (cf Col I, 24) Entonces llegan a ser plenamente "colaboradores de Dios"
(1 Co 3, 9; 1 Ts 3, 2) y de su Reino (cf Col 4, 11). (307) Es una verdad inseparable de la fe en Dios
Creador: Dios actúa en las obras de sus criaturas. Es la causa primera que opera en y por las causas
segundas: "Dios es quien obra en vosotros el querer y el obrar, como bien le parece" (Flp 2, 13; cf 1
Co 12, 6). Esta verdad, lejos de disminuir la dignidad de la criatura, la realza. Sacada de la nada por
el poder, la sabiduría y la bondad de Dios, no puede nada si está separada de su origen, porque "sin el
Creador la criatura se diluye" (GS 36, 3); menos aún puede ella alcanzar su fin último sin la ayuda de
la gracia (cf Mt 19, 26; Jn 15, 5; Flp 4, 13) (308).
La Sagrada Escritura en muchos pasajes alaba a la Providencia Divina como suprema autoridad
del mundo, la cual, llena de solicitud por todas las criaturas, y especialmente por el hombre, se sirve
de la fuerza eficiente de las causas creadas. Según la fe católica, es propio de la sabiduría
transcendente del Creador hacer que Dios esté presente en el mundo como providencia, y
simultáneamente que el mundo creado posea «autonomía. La actitud humana cambia de preocupación
a confianza cuando se acepta la Providencia divina. Como dice el Evangelio: «¿No se venden dos
pajaritos por un as? Sin embargo, ni uno de ellos cae en tierra sin la voluntad de vuestro Padre.
Cuanto a vosotros, aun los cabellos de vuestra cabeza están contados. No temáis, pues, valéis más
que muchos pajaritos» (Mt 10, 29-31; cfr. también Lc 21, 18).»Mirad cómo las aves del cielo no
siembran, ni siegan, ni encierran en graneros, y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis
vosotros más que ellas?. Y del vestido, ¿por qué preocuparos? Aprended de los lirios del campo, cómo
crecen; no se fatigan ni hilan. Pues yo os digo que ni Salomón en toda su gloria se vistió como uno de
ellos. Pues si a la hierba del campo, que hoy es y mañana es arrojada al fuego, Dios así la viste, ¿no
hará mucho más con vosotros, hombres de poca fe?» (Mt 6, 26-30; cfr. también Lc 12, 24-28).

Volvamos una vez más a la afirmación solemne del Vaticano I: «Todo lo que ha creado Dios lo
conserva y dirige con su Providencia, «extendiéndose de uno a otro confín con fuerza y gobernando
todo con bondad», «las cosas todas están desnudas y manifiestas a los ojos de Aquel a quien hemos
de dar cuenta», hasta aquello que tendrá lugar por libre iniciativa de las criaturas». El plan eterno de
la creación de Dios con la libertad del hombre se perfila como un misterio tan inescrutable de una
coordinación más ontológica que psicológica. El respeto de la libertad creada es tan esencial que Dios
permite en su Providencia incluso el pecado del hombre (y del ángel). La criatura racional, excelsa
entre todas, pero siempre limitada e imperfecta, puede hacer mal uso de la libertad, la puede emplear
contra Dios, su Creador. Indudablemente es grande la luz que recibimos de la razón y de la revelación
en relación con el misterio de la Divina Providencia que, aun no queriendo el mal, lo tolera en vista de
un bien mayor. La luz definitiva, sin embargo, sólo puede venir de la cruz victoriosa de Cristo”[2].

La providencia y el amor

Aquí entramos en el punto central, y el más ampliamente tratado por la Sagrada Escritura. Dios
ama a los hombres. Dios perdona. Dios ayuda. En el mandamiento nuevo se manda amar a los
enemigos para amar como ama Dios. Luego, Dios ama a todos los hombres. Amar es querer el bien
del otro, no sólo observar si cumple la justicia o no, y premiar y castigar. Pero, amar es enseñar a
amar al otro, es decir, respetar y ayudar a la libertad creada para que ame en las circunstancias
reales en que se halle. La Providencia es un acto de amor adaptado a la realidad de cada persona, que
es única e irrepetible. Reducir la acción de Dios a su actuar como completa justicia, primero excluye la
infinita misericordia; luego descuida la actuación en todo momento en todos los actos del cosmos y de
la historia con solicitud y respeto a la libertad de hijos verdaderos.

La providencia y la sabiduría

Los hombres sabios pueden ser más libres en cuanto que tienen más información y están, por
tanto, más cerca de la verdad. Pero muchas cosas se les escapan. Los poderosos están informados de
mucho y tienen muchos medios para hacer cumplir su voluntad, y les es dado poder ser más
prudentes. Dios sabe todo lo que influye en un hombre. La hondura de la influencia de su cultura. La
influencia de su familia en siglos. Su educación. Las gracias recibidas. La influencia de las respuestas
generosas y de los escándalos o las rebeldías. Las consecuencias de los actos. Las enfermedades etc.
Por ello la información es óptima y máxima, total. Es sabio decir que “Dios sabe más” y soluciona
muchos problemas del hombre cuando no entiende una situación humana o histórica, como pueden
ser las guerras, las enfermedades, los cataclismos y los éxitos. En cada caso tiene la ayuda
providencial conveniente para cada situación. Todo está en orden, aunque cueste ver la sabiduría
divina. Ya vimos el magisterio de Juan Pablo II sobre la sabiduría de Dios.

La providencia y la omnipotencia.
“Nada hay imposible para Dios”[3] le dice el ángel a María y se altera el curso de una ley natural para
realizar la Encarnación. Los milagros siguen la misma lógica y son abundantes en los evangelios y en
la historia de la Iglesia. Pero pensar en la omnipotencia ayuda a superar el orgullo del que quiere dar
lecciones a Dios y todo se le desarregla cuando intenta un mundo, o una vida, totalmente racional.
Esto ha quedado claro y se ha visto en la historia del siglo XX y sus masacres racionalistas que llaman
a la humildad intelectual. Y, sobre todo, a no cerrarse al misterio y abrirse a la verdad como un
orante.

Para los que aman a Dios todo es para bien


Si los hombre secundan con sus acciones buenas el sabio y amoroso querer de Dios se avanza rápido
por el camino del progreso. Por ejemplo, pensemos en un mundo donde no existiesen perezosos y
chapuceros, sólo eso mejoraría muchísimo el mundo y el hombre. La Providencia de Dios secunda, va
delante, y ayuda en todos los órdenes al bien que el hombre hace. Si obra mal, se repite en diversa
escala la promesa y la realidad de la redención. La situación de la humanidad es mejor después de la
venida de Cristo que lo fue en el origen. Sorprendentemente se puede decir con la oración litúrgica de
la Iglesia tomada a San Agustín: “felix culpa”, es decir, que los bienes son mayores a causa del
pecado, o, a pesar del pecado. Sin entender esto como un animar a pecar, pues los pecadores pueden
condenarse, y ser menos humanos, y crear mil sufrimientos en ellos y en los demás. Pero ese modo
de actuar del poder amoroso de Dios está ahí y le da la vuelta a la situación más terrible, si el hombre
quiere. De hecho, sólo hay un mal verdaderamente terrible la autoexclusión humana de Dios para vivir
en el desamor y en el odio que es el infierno. Este es el gran problema muy claro en la revelación,
especialmente en la Cruz de Cristo, y que ha recibido muy diversas explicaciones de los teólogos.

La misericordia de Dios

Y llegamos al último punto bien documentado y manifestado en la Escritura Santa: la Providencia


actúa con un sentido de misericordia, más que de estricta justicia. Ya entre los humanos se dice que
summum ius summa iniuria, el derecho estricto se puede convertir en una clara injusticia, y se
arbitran medidas de equidad, de epiqueya y de tolerancia. La misericordia es infinita en Dios y el
perdón se derrama sobre los hombres. Pero no se sustrae la libertad de este gran misterio. Dios es
clemente y misericordioso, perdona más de setenta veces, siempre; pero la libertad human es real no
una ficción, una ignorancia de la necesidad, el fruto de mil determinaciones. Es libre arbitrio, débil,
herido, necesitado de compasión. Dios sabe mejor que nosotros de que pasta estamos hechos y no
usa sólo justicia, lo que llevaría a la desesperación al hombre o a la angustia salvacionista. Un Dios
que perdona es mucho más grande, si se pudiese poner en Dios algo por encima de algo, que castigar
al culpable. De hecho perdón significa “amor intenso”, amor que ama al que no es amable por sus
actos, pero sí por su condición de hijo y de necesitado. La Historia de la Salvación muestra esta
misericordia en la sangre de Cristo, cada uno de los hombres le ha costado a Cristo su sangre,
valemos la sangre de Cristo. Es el misterio del Deus passus, del Dios que ha padecido en Jesús para
salvar a los hombre libres del pecado.
Acabemos esta exposición sobre la Providencia con algunos salmos especialmente expresivos de los
muchos que hablan de la protección de Dios a los hombres.

Salmo 23.

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