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INTRODUCCIÓN

El consumo de drogas en la juventud de nuestro país expresa una complejidad


social que acude a los ámbitos sanitarios y jurídicos en un primer momento; sin
embargo, cuando nos aproximamos con mayor agudeza a esta realidad, nos percatamos
de la existencia de unas relaciones de poder y unas discursividades múltiples que dejan
ver la pertinencia política y económica del fenómeno. Estas vinculaciones y la riqueza
discursiva que se construye en torno al consumo de sustancias ilegalizadas constituyen
la inquietud inicial que impulsó esta investigación.

El universo de lo que se habla sobre las drogas actualmente encuentra su asidero


en un decreto de prohibición; todos los discursos sobre drogas remiten a la prohibición
como fundamento último del orden actual del fenómeno. Se encuentran discursividades,
que suponiendo un sustrato químico en las sustancias, se articulan a modo de
naturalización de la prohibición; entre otras que enuncian la anulación de esta
disposición legal como única alternativa de cambio. Un contexto problemático así
definido, en el que confluyen una variedad de argumentos en conflicto o parentesco,
resulta de gran interés.

Estudiar el discurso de consumo de drogas y sus contextos se plantea como una


posibilidad para alcanzar cierto entendimiento sobre el sujeto vinculado a estas esferas
de producción simbólica, al tiempo que permite una aproximación, a través del discurso,
a la naturaleza histórica, política y social de estos contextos.

A partir de ahí nos planteamos abordar, desde la esfera de constitución del sujeto,
la construcción de los repertorios argumentativos de consumo de drogas a la luz de los
discursos normativos que mantienen las condiciones actuales del fenómeno.

Para alcanzar este objetivo, en primer lugar delimitamos el campo semántico del
referente droga, el cual nos plantea las primeras inquietudes en relación a su consumo.
Apartado I. Consideraciones generales.

En un segundo apartado. II. El problema: La prohibición, se exponen las


condiciones históricas que constituyen al paradigma prohibicionista como un dispositivo

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de saber-poder a través del cual se interviene la realidad de los usuarios de sustancias
embriagantes.

En el apartado III. Los Discursos, se han precisado históricamente los discursos


construidos en torno al consumo de drogas, identificando los intereses políticos y
sociales que privaban en el momento de su enunciación, así como, la vinculación de
estos discursos con las tecnologías del poder que define Foucault.

El apartado IV. La Constitución de los Sujetos se desarrollan dos líneas


argumentativas identificadas a partir de este recuento histórico: los jóvenes en cuanto
sujetos de riesgo y la construcción identitaria de los sujetos a partir de los procesos de
desviación.

Un quinto apartado V. El Paradigma del Consumo es una contextualización de


los mecanismos que emplazan al consumo como valor supremo y eje fundamental de la
sociedad occidental, lo cual nos permitió explicar las repercusiones del paradigma
consumista y del neoliberalismo en la constitución actual del fenómeno del consumo de
drogas.

En el apartado VI. Un Perspectiva Crítica en Psicología Social , ya planteados


los fundamentos teóricos de nuestra investigación, se definen lo fundamentos onto-
epistemológicos que sustentaron nuestro abordaje y la construcción de nuestro análisis.

El apartado VII. La Metodología constituye una exposición sobre los


procedimientos y fundamentos metodológicos que permitieron llevar a cabo nuestra
propuesta investigativa, desde la recolección de datos, pasando por el procesamiento del
texto, hasta las herramientas de análisis de resultados. Los resultados se exponen en el
apartado contiguo, VIII. Análisis de Resultados, a partir de un análisis por categorías
fundamentado en los principios del análisis de contenido; éste presenta los hallazgos
más importantes dentro del corpus textual recolectado a través de las técnicas de
entrevista a profundidad y grupo focal.

Finalmente, en el apartado IX. Discusión de Resultados se plantean las relaciones


e implicaciones de las categorías entre sí, a modo de nuevas categorías de nivel superior,

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esbozando las vinculaciones entre éstas y nuestro marco conceptual. Para establecer,
por último, las conclusiones y recomendaciones sobre la base de nuestros objetivos.

17
I. CONSIDERACIONES GENERALES

¿A qué nos referimos con Droga?

La idea de elaborar una definición de droga, conjunto finito y breve de


enunciados equivalentes al término, en éste y en todo caso, es un objetivo bastante
ambicioso e ingenuo. Una categoría definida de droga inmediatamente se enreda con la
complejidad del término cuando se pone en uso. Cuando la realidad le interroga sobre
manifestaciones situadas, la categoría no posibilita la comprensión del fenómeno, en
cambio facilita una comunicación parcial, fragmentaria e ideológicamente intervenida. A
partir de ahí se recompone la realidad. Las definiciones permiten accionar cierta forma
políticamente estratégica de abordar el asunto.
Sea este el caso de la noción legal sobre las drogas, que clasifica cualquier
sustancia que produzca alteraciones psicológicas, según su uso esté prohibido. Entre el
grupo de sustancias restringidas no se encuentran las asociadas a la tradición occidental,
ni aquellas producidas por la industria médico-farmacológica; para estas últimas es más
común el término fármaco, medicamento, droga medicinal o simplemente remedio. Del
Olmo (1985) a este respecto apunta que la tipificación de las drogas es función clara de
quien clasifique y cual sea el objetivo de esa clasificación. El significado de droga es
más bien político que científico.

La definición que la ciencia respalda parte de la noción de sustancia tóxica que


remite a Paracelso1; desde esta perspectiva, droga sería “una sustancia animal, vegetal o
química, que se ingiere con un propósito no alimenticio y que tiene un notable efecto en
la biodinámica del cuerpo” (Hofmann y Schultes, 1982 p.22). Esta evita las alusiones
criterios jurídicos que comprometerían el espíritu objetivista de la época. Son ejemplos
de sus innumerables usos, el alterar intencionalmente la conciencia, combatir una
enfermedad, aumentar la resistencia física o modificar la respuesta inmunológica. Será
la dosis, la condición que marcará la diferencia entre un veneno, una medicina y una
droga. Por tanto, y admitiendo que algunas sustancias serán más tóxicas y otras menos,

1
Paracelso escribió en el siglo XVI: “todas las cosas tienen veneno, y no hay nada que no lo tenga.
Solamente depende de la dosis, que el veneno sea veneno o no” (Hofmann y Schultes, 1982).

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la frontera entre el beneficio y el perjuicio no existe en la sustancia (droga) sino en su
uso por parte del sujeto (Escohotado, 1998; Hofmann y Schultes, 1982).

Esta definición confronta algunas objeciones; tal como señala Escohotado


(1994), tiene como basamento un argumento objetivo, por cuanto asume la idea
científica de fármaco, que intenta sustraer las sustancias animales, vegetales o químicas
de su contexto de significación, considerándolas cosas neutras en sí, benéficas o
perniciosas dependiendo de sus usos subjetivos; de acuerdo a esto, las prácticas de
consumo dependerán únicamente de condiciones individuales. En consecuencia, esta
noción deja de lado que las condiciones socio-históricas que enmarcan estas prácticas
determinan decisivamente las características de la sustancia misma.

El marco de significados que se despliega en cierto contexto de relaciones


determina el significado de los objetos que entran en relación, en este caso, la droga es al
consumidor/consumidora -ente que se sitúa en un determinado marco de relaciones- un
bien simbólico que sirve a los fines de la recreación, la búsqueda de experiencias o
riesgo, alteración voluntaria de la conciencia, entre otros sentidos que pudieran dársele a
estas sustancias. De esta relación entre significante, significado y contexto Escohotado
(2005) apunta: “La cuerda que sirve al alpinista para escalar una cima sirve al suicida
para ahorcarse, y al marino para que sus velas recojan el viento” (p.1367).

Desde esta perspectiva, y a razón de las funciones ideológicas que constituyen las
definiciones disponibles, preferimos, para esta investigación, delimitar campo semántico
de la droga. Resulta de mayor interés aproximar al lector a los usos y referencias
cotidianas del término, que ceder ante la tentación de generar una caracterización
“externa” al evento de la droga, tal como se acostumbra en las esferas teóricas, que
explican cuestiones como ¿por qué la gente consume drogas?, ¿para qué la gente se
droga? A partir de posturas artificiales en torno al ser y el quehacer humanos.
Conclusiones, tantas como teóricos que se planteen la cuestión; desde posturas
farmacológicas fundamentadas en el “potencial adictivo de las sustancias”, donde la
droga es mala y el sujeto es una víctima que debe protegerse; hasta algunas de tipo
antropológico que hacen referencia a “predisposiciones” hacia el fenómeno como
resultado de condiciones socioculturales.
19
Para una “idea interna” de la droga es necesario entender desde la droga misma
qué clase de actividad es, y su campo semántico, es decir, una referencia de la vivencia
con la droga que permita formular criterios para establecer sus límites, sin pretender en
absoluto que sean fijos o exactos. La aproximación a la vivencia con la droga posibilita,
no sólo conocer la realidad cercana a su uso, sino visibilizar y reflexionar sobre cómo
aparece en la composición del encuentro entre el sujeto y la droga, el orden político y
sus dispositivos generadores de realidad simbólico-colectiva.

En este sentido y para comenzar, proponemos una primera aproximación al


campo semántico de la droga que orientará la comprensión teórica del fenómeno,
elaborada a partir del ejercicio reflexivo sobre la propia práctica y en el encuentro
cotidiano con la sustancia.

Al hablar de drogas se hace referencia a una categoría que agrupa cierta clase de
bienes de consumo asociados históricamente a la transformación objetiva y subjetiva de
las condiciones actuales de la persona. Las transformaciones objetivas corresponden a
los síntomas fisiológicos evidentes y los cambios conductuales asociados a cada tipo de
droga. Las transformaciones subjetivas consisten en los cambios de tipo perceptual,
sensorial y mental asociados a cada tipo de droga. Estas transformaciones asociadas a
cada droga varían de acuerdo a quien se refiera a ellas, al enunciante: la medicina y la
farmacología denominan “efectos” a estas transformaciones, usualmente distintas a las
transformaciones o “nota” que refieren los consumidores de drogas. La “nota” asociada
a cada tipo de droga no es estable, halla variaciones de acuerdo al contexto –grupo de
consumo y entorno- en el que se consume, al estado subjetivo y objetivo del
consumidor; así como, a la historia particular de consumo de sustancias, entre otros
factores. Es decir, estos efectos no pertenecen a la droga en sí, sino a la relación con
ella.

No todas las sustancias vinculadas a estos fines de auto administración del sí


mismo se nombran drogas. A pesar de las semejanzas respecto al empleo y los
“efectos”, las drogas, lejos de agruparse a partir de sus propiedades químicas, lo que
define a estas sustancias es su condición de “prohibidas”, es la pretensión de control que
recae sobre algunas de ellas desde los Estados, dados ciertos intereses políticos,
20
económicos y sociales. Hablar de drogas para algunos denota una cuestión moral, a
veces aparece todo lo convenido “inmoral” en estrecha paridad con las drogas; a otros –
los consumidores- en cambio, les recuerda la arbitrariedad de la prohibición y de las
sanciones penales y morales que conllevan. A partir de ahí, la forma en que se habla de
drogas tampoco es estable, depende del contexto de enunciación –interlocutores y
entorno-; por ejemplo, un consumidor, para quien el término trae consigo “experiencias
vitales”, en gran número de contextos y ante una generalidad de interlocutores debe
mantener en silencio su perspectiva tras una cortina de “buenos modales”; en otro caso,
un joven para quien el consumo de drogas tiene connotaciones morales, debe restringir
su “juicio” estando en medio de un grupo de consumidores de drogas.

Otra cuestión que emerge inexorable en torno al tema de las drogas es el


“problema” y la “drogadicción”. Públicamente se hace referencia al “problema de las
drogas”, que alude según sea el contexto a nociones distintas: el discurso institucional
asocia “el problema” a las drogas en sí y a su consumo como ruta ineludible hacia la
“drogadicción”, contrariamente, entre los usuarios “el problema” hace referencia a un
consumo imprudente de drogas que puede conllevar a una adicción. La adicción, como
vemos, implica “problema” y está estrechamente vinculada a la noción de drogas.
Drogas aparejada por excelencia con la adicción ha sido uno de los enfoques favoritos
en la discusión que públicamente se plantea en torno al fenómeno.

Hasta aquí hemos planteado, superficialmente, ciertos temas que emergen


“natural y objetivamente” junto a la noción cuando se pone en escena. Este trabajo será
el desarrollo de una alternativa para la explicación comprensiva del fenómeno, en un
intento por desdibujar la realidad de eso que llamamos drogas desde lo que se habla de
ellas a partir de su restricción.

21
II. EL PROBLEMA: LA PROHIBICIÓN

Historiografía del dispositivo

Los vehículos de ebriedad -drogas, en términos modernos- han existido siempre.


Sus efectos, importancia, difusión, usos y discursos varían en momentos histórico-
sociales determinados. Un elemento que pauta estas modalidades son las formas de
organización social en las que ocurre dicho fenómeno. Así, en una época premoderna de
la Europa occidental y en el presente de innumerables comunidades autóctonas de
América, Asia y África, constituyen elementos mágicos, religiosos, afrodisíacos,
orgiásticos, bélicos, que permiten la comunicación con espíritus, facilitan la interacción
social; son medicamentos, instrumentos recreativos y de escape de la realidad.
(Escohotado, 2005; Del Olmo, 1985). En el mundo capitalista emergen usos novedosos
de estas sustancias: manejar el tedio en trabajos solitarios y rutinarios, aumentar la
productividad, como parámetro de clasificación social, entre otras relaciones que se
establecen a través de ciertos marcos de subjetivación económicamente intervenidos.

En Latinoamérica, gran cantidad de pueblos y comunidades andinas, amazónicas


y centroamericanas mantienen diversas prácticas religiosas, mágicas y medicinales que
incluyen el empleo de ciertas drogas que han de llamar plantas de los dioses. Los usos y
discursos alrededor de estas sustancias embriagantes parten de la cotidianidad, en la
dinámica del entre-nosotros, como un subproducto del encuentro entre realidad social,
cultural e histórica de las personas. Las plantas de los dioses han sido y son
fundamentales en la organización social de estos pueblos (Hofmann y Schultes, 1982).

Sin embargo, mientras el modelo socio-económico capitalista coloniza cada vez


más terrenos humanos y va consolidando el mundo occidental, produce una ruptura
paradigmática en los discursos cotidianos de2 los vehículos de embriaguez, que los
reagrupa de manera indiferenciable, en una categoría única de cosas pertenecientes a un
orden político ahistórico. Permitiendo así, la intervención del Estado y la administración

2
Se escribe en cursiva a fin de resaltar el lugar de enunciación del discurso: así diferenciamos un discurso
sobre las drogas enunciado desde las instituciones y dispositivos científicos, y el discurso de las drogas
que refiere a un discurso que se enuncia desde la experiencia vivida de consumo de drogas, discurso
cotidiano al cual deseamos acceder.

22
de la práctica de consumo de sustancias y de las sustancias mismas, reservando sólo a
los Estados enunciantes de la modernidad el derecho de pautar la administración de los
Otros. Así mismo, permite separar a los embriagantes de sus usuarios, y resituar el lugar
de enunciación del discurso de drogas fuera del alcance de la cotidianidad, en algún
lugar sobre el fenómeno de las drogas donde se encuentran los intereses de ciertas élites
burguesas. El único argumento que pretende tal fuerza hegemónica es La Prohibición.

Más allá de las pretensiones alcanzadas o enunciadas, la prohibición es un


dispositivo de saber/poder que ha quebrado lo inmanente a la embriaguez con un nuevo
orden esencial de lo íntimo y lo humano. La prohibición como función estratégica del
poder, ha configurado una red de elementos discursivos y no-discursivos acerca de las
drogas que integra legislaciones, aparatos represivos, instituciones del Estado,
estrategias políticas, decisiones gubernamentales, verdades científicas, prácticas
médicas, estructuras biológicas y químicas, juicios morales, prácticas de consumo,
dinámicas de producción y comercio, discursos de los consumidores y de los
conservadores, además de lo indecible, en un sistema cuyo principio de gravitación es
cierta proscripción arbitraria.

Situémonos históricamente.

La Prohibición se gesta de facto en Shanghai, 1909, con la creación de la


Comisión sobre el Opio convocada por Estados Unidos con el propósito de regular el
comercio internacional de esa sustancia. Se concretará en 1912 con Convención
Internacional del Opio en La Haya, en el que ciertos Estados de mayor fuerza económica
acordaron limitar el uso de los narcóticos a fines médicos y restringir su manufactura y
comercio a los requerimientos de tales usos; así como penalizar su posesión y prohibir
su venta a personas no autorizadas (Del Olmo, 1990). Concretando una ofensiva de
carácter económico y con ostensibles miras hacia la dominación de los países orientales
históricamente vinculados al opio. Si releemos la historia de occidente desde mediados
del siglo XVII hasta finales del XIX no se halla referencia alguna de atribuciones
nocivas asociadas a esta sustancia. Contrariamente, como refiere Escohotado (2005
p.409) “no pueden ser más conspicuos e ilustres quienes lo usan y propugnan: las casas
reales de Suecia y Dinamarca, Pedro el Grande y Catalina de Rusia, Federico II de
23
Prusia, María Teresa de Austria, Luis XIV, Luis XV, Luis XVI, Guillermo III de
Inglaterra”. Era la droga de las élites pudientes.

Rosa Del Olmo (1990) relaciona la creación de esta Comisión en China con el
interés del gobierno norteamericano y otros dominios poderosos de Oriente y Occidente 3
por ahogar la resistencia china a las inversiones financieras de los países capitalistas.
Esta maniobra de ocupación de la escena política y económica pretendía garantizar el
alcance hegemónico de las potencias capitalistas y sus discursos en territorios fértiles,
ricos en recursos y mano de obra; al tiempo que se autoproclamaban señores feudales de
la moral; enunciantes universales de las formas que el poder y el orden debían asumir.

Sin embargo, para comprender la genealogía de la prohibición, en tanto que


tecnología de poder, debemos interrogar dos siglos anteriores a este evento, durante la
fase primitiva del capitalismo situada a finales del siglo XVII, cuando Occidente por
primera vez penetró las fronteras del mercado chino que hasta ese momento habían
permanecido infranqueables.

Gracias a la escasa asimilación de bienes de consumo europeos en sus redes


comerciales y a las dificultades para el procesamiento de materias primas distintas del
oro, la plata y las sedas, China había logrado mantener protegidas sus redes comerciales,
situación que dio un vuelco con la inclusión europea en el comercio de aguardientes,
tabaco y opio, productos bien recibidos por el pueblo Chino, para el que no era ofensa a
la moral o la religión el consumo regular de algún embriagante (Escohotado, 2005).

China se estructuraba entorno a una economía de trueque, que hallaba un buen


funcionamiento a través de sus rutas comerciales con algunos países orientales. El
intercambio de sedas por sustancias perecederas –alcohol, tabaco y opio- inició un
proceso de paulatino socavamiento de su economía, que todas las casas imperiales
intentaron infructuosamente controlar prohibiendo el trueque por bienes de tal
volatilidad.

3
Los países que asistieron a la Conferencia de Shangai además de Estados Unidos, Alemania, China, Gran
Bretaña, Italia, Japón, Holanda, Persia, Portugal, Rusia y Sian.

24
La restricción fue sólo un revés inicial para los comerciantes occidentales, que
se convirtió en ventaja cuando vieron sus ganancias multiplicarse. Los primeros en
advertir la rentabilidad de esta prohibición fueron los portugueses, luego se sumaron los
holandeses e ingleses, que contrabandeaban tabaco y opio desde la cuenca del
Mediterráneo (ob. cit., 2005). Las Universidades Fudan y la Normal Superior de Shangai
en la obra La Guerra del Opio (Beeching, 1980) indican que antes de 1797 las
importaciones de opio a china no superaban 200 cajas por año: para el año 1800 el opio
introducido a China había alcanzado las 2000 cajas (p. 9). He aquí la primera referencia
histórica que revela el beneficio político y económico extraíble del control y sucesiva
mercantilización de las sustancias que administran la conciencia y el ánimo.

En el siglo XIX, alrededor del 1825, cuando Inglaterra sufre la primera crisis de
superproducción de la historia del capitalismo, se produjo una segunda gran avanzada de
Occidente para conquistar el mercado chino. La burguesía inglesa buscaba ampliar el
mercado para los productos de su industria mecanizada y gracias a sus dominios en
India, logró monopolizar el comercio de opio y abarrotar las redes comerciales internas
con sus productos: “la importación anual que en 1821 era de 5.000 cajas, había llegado
a sobrepasar las 10.000 en 1831, según datos de 1835 más de 2 millones de personas
eran opióman@s en China (Beeching, 1980, p.13-14).

Ante la magnitud de la amenaza a la estabilidad social y política que representaba


el consumo creciente de opio, se aplicó en China la prohibición del consumo y la
comercialización de esta sustancia. El gobierno británico se negó a tal medida y ordenó
el contrabando armado. Los capitalistas estadounidenses, Perkins y Cía. & Russel y Cía.
por ejemplo, se involucraron como patrocinadores armamentistas junto a sus aliados
británicos (Beeching, 1980). Tal ofensiva suscitaría serios enfrentamientos con los
organismos de seguridad chinos: lo que sería el preludio de la guerra entre ambos países,
que se declaró en 1839 al suspender China todas sus relaciones comerciales con Gran
Bretaña (Ob. cit., 1980).

La ofensiva del bloque capitalista finalmente descalabró la resistencia China,


viéndose forzada a firmar el Tratado de Nanking a través del que se comprometía al
libre comercio –incluido el opio- con Gran Bretaña, al tiempo que les cedía la isla de
25
Hong Kong durante 150 años. La intervención de la potencia imperialista posibilitó la
penetración de China por otras potencias como Estados Unidos y Francia. La pobreza
que suscitó en los campos la invasión occidental devino en numerosos levantamientos
armados campesinos de gran envergadura como El Reino Celestial Taiping,
organización que logró recuperar considerables territorios y emprender movimientos de
resistencia ante la modernización que sufría China (Ceinos, 2006). De cara a la
resistencia y con algunas excusas, Inglaterra declarará la Segunda Guerra del Opio en
1857.

El arsenal de guerra de occidente, completo, fue asestado sobre China,


convirtiéndole en una semicolonia tras el Tratado Tianjin, que obligaba a abrir 10
puertos más para el comercio con Occidente, permitir la predicación de los misioneros y
ceder el control aduanero a Inglaterra (Ceinos, 2006).

Con las Guerras del Opio el capitalismo, por su carácter expansionista, logró
“abrirse nuevos mercados”, lo que implicó vulnerar, debilitar, violar, explotar,
desmoralizar, corromper, desmembrar, invadir y expoliar la realidad política, económica
y social de toda una cultura. Los chinos entraron, como botín de guerra, en la
modernidad, condenados en largas filas de desempleados, forzados emigrantes a
occidente, mano de obra barata, pseudoesclavos de los grandes capitalistas, extraños del
mundo occidental y chivos expiatorios del culto capitalista4.

La población china movilizada hacia Occidente, principalmente hacia Estados


Unidos y colonias inglesas, se instaló entre la clase obrera y comercial, trayendo con ella
los hábitos del opio que levantarían la suspicacia racista del pueblo estadounidense. Este
escrúpulo racial les hizo víctimas de la obsesión moderna por aniquilar el Mal, por
blanquear la Otredad, por negar cualquier alteración de lo Mismo. En Estados Unidos
esta distancia establecida entre lo Mismo y lo Otro se institucionalizó con la Chínese
Exclusion Act aprobada en 1882, que excluía de la categoría de ciudadanos a la
población china inmigrante y les situaba un poco más lejos de su Humanidad como

4
Benjamin (c.p. Agamben, 2005) elabora la idea del capitalismo como un fenómeno esencialmente
religioso que se desarrolla de modo parasitario a partir del cristianismo.

26
“mano de obra barata” y a partir de ahí, ilegítima; se les prohibía fumar y comerciar opio
(Escohotado, 1994).

La explotación del pueblo chino se recrudeció con esta deshumanización, así


como la represión y el racismo. Tales medidas de exclusión no podían tener otra
respuesta que el boicot desde las bases obreras y los medianos y pequeños comerciantes
chinos (una minoría de 100.000 personas aproximadamente). El financiero J. J. Hill
consideró estos eventos como «el mayor desastre comercial padecido nunca por
América» (c.p. Escohotado, 2005, p.38).

Estas medidas sumadas al creciente dominio inglés en China profundizaron la ira


y multiplicaron los focos de resistencia del pueblo oriental, lo que afectaría los intereses
comerciales de Occidente (Cebrián, 2005). Varios de los grandes grupos comerciales e
industriales estadounidenses, ubicados tanto en E.U.A. como en sus dominios en China
y Filipinas demandaron al gobierno soluciones. El gobernador de Filipinas en aquella
época escribió en una carta (c.p. Escohotado, 2005) a razón del decreto de exclusión
china: «es una ley injustamente severa que amenaza con hacernos perder una de las
mayores presas mercantiles del mundo [...] el comercio con cuatrocientos millones de
chinos» (p. 39).

La estrategia planteada era: organizar una conferencia internacional «destinada a


ayudar a China en su batalla contra el opio» y fortalecer su cruzada particular en
Filipinas. Quienes convocaban la conferencia la justificaron así: «Nuestra iniciativa de
ayudar a China en su reforma del opio puede usarse como aceite para suavizar las aguas
revueltas de nuestra agresiva política comercial allí» (Escohotado, 2005, p.40).

Se reúnen en Shangai, 1909, once países en Conferencia para crear la Comisión


Internacional del Opio, la consigna del país norteamericano: restringir el uso del opio
fumado con fines no médicos. Los asistentes, a los que les resultaba desconocida la
perversidad de tan extendida sustancia, en una peripecia teatral acordaron “sugerir” al
conjunto de los países de oriente y occidente la supresión gradual del opio fumado, la no
exportación de opio a países cuya legislación prohibiera el opio y la revisión general de

27
las legislaciones en esta materia. Sugerencias que tendrán luego notables resultas
(Escohotado, 2005).

Nace aqui la fractura, la escisión entre los vivientes y las sustancias que alteran la
conciencia. A continuación revisaremos la función del recién inaugurado artefacto –la
prohibición- a estos efectos de separación, separación de reproducción necesaria en
todas las relaciones para la mecánica de la doctrina capitalista occidental.

La Policía del Pensamiento y la Clandestinidad de los Discursos

En nuestros días no luchan unos contra otros, sino cada


grupo dirigente contra sus propios súbditos, y el objeto de la
guerra no es conquistar territorio ni defenderlo, sino mantener
intacta la estructura de la sociedad (Orwell ,1961 p. 216).

Desde aquella “Conferencia” se inauguró para Occidente la profecía


autocumplida de una guerra fracasada pero no por eso infructuosa. La declarada Guerra
Universal contra Las Drogas expropia la práctica de consumo de sustancias
embriagantes de su sentido histórico y conquista este espacio de actividad humana para
administrarlo desde una instancia superior no politizable; al tiempo que garantiza su
inmanencia. De ello resulta que el efecto de las drogas ya no es inmediato sino mediado
por el dispositivo: la prohibición.

La noción de dispositivo que desarrolla Agamben (2005) partiendo del empleo


foucaultiano del término es la siguiente:

Un conjunto resueltamente heterogéneo que incluye discursos, instituciones,


instalaciones arquitectónicas, decisiones reglamentarias, leyes, medidas
administrativas, enunciados científicos, proposiciones filosóficas, morales,
filantrópicas, brevemente, lo dicho y también lo no-dicho, éstos son los
elementos del dispositivo. El dispositivo mismo es la red que se establece
entre estos elementos (p.1).

Desde esta perspectiva, el dispositivo es capaz de atravesar elementos tanto


discursivos como no discursivos, conformando un conjunto heterogéneo y multiforme
que forma parte de cierta maniobra estratégica inscrita en determinada relación de poder.
El funcionamiento de este conjunto incorpora mecanismos específicos a los efectos que
persigue el ordenamiento del poder en que emerge: esto es administrar, gobernar,

28
controlar, interceptar, modelar y orientar en un sentido “productivo” incluso “rentable”
los discursos, los comportamientos, los gestos y los pensamientos de los vivientes en
cierta esfera de la vida. Foucault se ocupó, en este sentido, acerca de “los modos
concretos en que los dispositivos actúan en las relaciones, en los mecanismos y en los
„juegos‟ del poder” (c.p. Agamben, 2005 p.2) a partir de la relación entre los vivientes y
el elemento histórico que se concibe, desde este punto de vista, como la concreción de
estas relaciones de poder.

La capacidad de intervenir el hacer de los vivientes se hace efectiva a través del


embargo histórico y político de la realidad. Así se produce la ruptura, el desprendimiento
o fisura entre ontología y praxis, entre ser y hacer; una división heredada por la cultura
occidental de la doctrina teológica5: la acción, la economía y la política ya no tienen
fundamento en el ser (Agamben, 1961). Esta escisión es función del dispositivo.
Orwell (1961) en su novela 1984 ilustra el carácter de este rompimiento del sentido a los
fines del mantenimiento de cierto orden del poder:

El gran éxito del Partido es haber logrado un sistema de pensamiento en que tanto
la conciencia como la inconsciencia pueden existir simultáneamente. Y ninguna
otra base intelectual podría servirle al Partido para asegurar su permanencia. Si
uno ha de gobernar, y de seguir gobernando siempre, es imprescindible que
desquicie el sentido de la realidad (p. 85).

El ser, despojado del hacer por acción del dispositivo, ya no se pregunta acerca
de su realidad en cuanto tal, sino a través de éste (el dispositivo). Se produce, de esta
manera, un abismo que separa al viviente de sí mismo y de la relación inmediata con su
entorno (Agamben, 2005). Bajo esta perspectiva, el consumidor de sustancias que
modulan la conciencia y el ánimo hablará, pensará, se vinculará con la droga a partir de
la prohibición como premisa; de la misma manera que la ciencia explicará, abordará y
comprobará el fenómeno desde la restricción como postulado axiomático.

Un dispositivo será entonces, cualquier artilugio capaz de intervenir la realidad,


fracturarla y a partir de ahí modularla; ejemplos de éste son tanto las instituciones, como
prisiones y manicomios, pasando por la tecnología y sus computadoras, las

5
Para una revisión a profundidad de la relación entre la herencia teológica y la función del dispositivo
véase el ensayo de Giorgio Agamben (2005) ¿Que es un dispositivo?.

29
comunicaciones y sus tv shows, hasta llegar al lenguaje mismo, que es quizás el más
antiguo de los dispositivos (Agamben, 2005).

Tenemos entonces dos grandes categorías de elementos en el mundo: los


vivientes de un lado y la economía de los dispositivos -en los que están capturados éstos-
del otro; de su relación emerge un tercer elemento: los sujetos, que serían entonces la
resultante “del cuerpo a cuerpo entre los vivientes y los aparatos” (Agamben, 2005).

Hasta aquí impresiona que toda cosa pudiese ser un dispositivo, lo que haría de la
categoría algo poco funcional en términos de economía del lenguaje, no obstante, el
concepto no alude a una categoría de cosas sino a un proceso, a una dinámica que
dispone el funcionamiento de cierto conjunto de elementos dada su intervención de la
realidad. De igual manera, pareciera ser una noción aparejada con la aparición del
capitalismo, no es así, los dispositivos existen con los grupos humanos; sin embargo, el
capitalismo y principalmente en su fase neoliberal, se caracteriza por la proliferación
masiva de dispositivos cada vez más complejos y tecnificados, aparejados con una
multiplicación de procesos de subjetivación, que como señala Agamben (2005) “puede
dar la impresión de que la categoría de subjetividad, en nuestro tiempo, vacila y pierde
consistencia, pero se trata, para ser precisos, no de una cancelación o de una superación,
sino de una diseminación que acrecienta el aspecto de mascarada que siempre acompañó
a toda identidad personal” (p.48). La emergencia de este concepto sirve, bajo esta
aclaratoria, para denunciar y reflexionar acerca de la mecánica de la intervención de
todos los ámbitos de la vida humana, todos estamos sujetos a una red administrada por
determinadas funciones del poder. Foucault (1979) dice al respecto:

Omnipresencia del poder, no porque tenga el privilegio de reagruparlo todo bajo


su invencible unidad, sino porque se está produciendo a cada instante, en todos
los puntos, o más bien en toda relación de un punto a otro. El poder está en todas
partes, no que lo englobe todo, sino que viene de todas partes. Y “el” poder, en lo
que tiene de permanente, de repetitivo, de inerte, de autorreproductor, no es más
que el efecto de un conjunto que se dibuja a partir de todas esas movilidades, el
encadenamiento que se apoya en cada una de ellas y trata a su vez de fijarlas
(p.89).

Ahora bien, Foucault distingue al menos tres tecnologías de poder con diferentes
mecánicas de regulación sobre la vida social, que pueden ser explicadas a partir de los

30
planteamientos de este autor en el curso del Collège de France Seguridad, territorio y
población (Foucault, 2006) y en su obra Historia de la Sexualidad (2003): la voluntad
de saber (Foucault, 1979). Estas ideas resultan útiles para comprender el
funcionamiento de la prohibición en tanto que dispositivo.

En primer lugar, encontramos la noción de poder soberano, relacionada al


particular ordenamiento del poder que conforma al Estado como función que capitaliza
un territorio. Esta demarcación del espacio que a cada cual corresponde ocurre a través
del sistema de legalidad, que en un nivel imaginario intenta determinar todas las
situaciones posibles, y así, clasificarlas en dos categorías de eventos: “lo permitido” y
“lo prohibido”, seguidamente, procede a describir en detalle el ámbito de las acciones
prohibidas y las temibles consecuencias asociadas; en esta dualidad deben encontrarse
clasificados todos los ámbitos de la vida. El Orden será lo que reste luego de esta
operación de anulación legal de Lo Prohibido (Foucault, 2006).

Así sucedió con el campo de las drogas, que con una orden legal de silencio fue
escindido; aquellas que quedaron del lado de “lo permitido” siguieron su rumbo dentro
de lo debido con nombres prestados de la ciencia; las drogas del otro lado del muro
infranqueable del estamento quedarían a media voz, sus saberes no se pueden enunciar.

A partir de ahí, se acciona el poder disciplinar que gracias a la disposición legal


del mundo instala los mecanismos que pautan el ajuste conductual al modelo. Formula,
movimiento a movimiento, las acciones permitidas dentro del Orden; lo prohibido, en
cambio, queda indeterminado. La disciplina descompone todo en elementos mínimos,
en detalles sobre los que dispone, a través de los procedimientos de adiestramiento, las
secuencias obligatorias de acción. Luego, toda ruptura de esta disposición debe ser
señalada y cuidadosamente corregida, es decir, vigilada; los procedimientos de control
permanente se encargarán de aplicar la disciplina sobre el cuerpo de los sujetos. En este
proceso de adiestramiento y vigilancia se pueden distinguir los “incapaces” de adecuarse
a la pauta, que posteriormente serán aislados del resto en una nueva dicotomía de “lo
normal” y “lo anormal”; dicho proceso se ha llamado normalización disciplinaria, que
en síntesis significa: plantear un modelo, intentar que los gestos, las conductas y la vida

31
se adecuen a ese modelo, luego lo normal será lo capaz de adaptarse a esa norma y lo
anormal será lo incapaz (Foucault, 2006).

La norma, por su naturaleza prescriptiva, tiene un carácter central en el proceso


disciplinar. Todo aquello dejado fuera de tal prescripción apriorística, “lo anormal”,
queda confinado a un breve espacio social: “la clandestinidad”, único lugar de la
realidad concedido desde el poder a los actores/as incapaces de disciplinarse. Los
consumidores de drogas, luego de la prohibición debieron enmudecer en los espacios en
los que el puritanismo decretó “inexistencia” y “silencio”. Las drogas autorizadas a la
clandestinidad se reinscriben a través de los circuitos de la producción y la ganancia a un
precio fuerte. Devolverles su lugar en la realidad implica un alto costo, Foucault (1979)
dice:

No es posible liberarse sino a un precio considerable: haría falta nada menos


que una transgresión de las leyes, una anulación de las prohibiciones, una
irrupción de la palabra, una restitución del placer a lo real y toda una nueva
economía en los mecanismos del poder; pues el menor fragmento de verdad
está sujeto a condición política (p. 38).

Todos hemos de pagar ese precio. La anormalidad ha debido hallar su


funcionamiento en el espacio de la trasgresión, de la ilegitimidad; lo que no significa que
este ámbito de lo prohibido se halle bajo sus propias leyes; por el contrario tampoco
tiene movimiento propio aún cuando el cuerpo disciplinar lo deje indefinido.
Indefinición que sí es eficiente, en cambio, para invisibilizar ante la mirada de todo el
conjunto de “la normalidad” aquello Otro; más específicamente, sirve para expulsar del
Orden institucional todo saber propio de la práctica anormal o desviada de la norma; así
por ejemplo, la escuela, como dispositivo disciplinar, no habla de la marihuana en sus
propios términos sino a partir de una forma de hablar sobre que también ha sido
prescrita. La condición prohibitiva le imprime además atributos inmorales, marginales,
anómicos y escandalosos a las drogas.

Posteriormente, la explosión demográfica y la generalización de la desviación


visibilizaron la incompetencia de las tecnologías disciplinares en la aplicación de la ley
sobre los cuerpos. A partir de ahí se produce una mutación en las tecnologías de poder,
marcada por el surgimiento de la noción de población como concepto que plantea una

32
nueva administración de las prácticas desviadas, orientada hacia la gestión de grandes
grupos de personas que se clasifican de acuerdo a ciertas características comunes.

Esta transformación pauta, según Foucault (2006), el establecimiento de los


dispositivos de seguridad característicos de la sociedad moderna, centrales en el
reordenamiento de la economía del poder bajo la forma de una tecnología de seguridad.
El autor se refiere a esta estrategia general como biopoder, el cual asume la
generalización de las desviaciones como parte natural del movimiento propio de la
sociedad, que administra a modo de una gestión de los riesgos que estas poblaciones
implican para el mantenimiento y la legitimidad del Orden social. Para ello se organizan
toda una serie de mecanismos de seguridad en torno a la humanidad de modo que pueda
ser constituida en una función de poder (Foucault, 2006).

Este paradigma de la seguridad implica un recrudecimiento del código legal y


jurídico en cuanto a la disposición de una diversidad de técnicas de vigilancia,
diagnósticos médicos y psiquiátricos, todo un conjunto que prolifera bajo los
mecanismos de seguridad, que recíprocamente, hacen funcionar las viejas estructuras de
la ley y la disciplina. Las tecnologías de seguridad surgen al interior del corpus
disciplinario y lo reactivan, poniéndolo en vigencia como “mecanismos de control del
destino biológico de la población” (Foucault, 2006).

La función reguladora de los dispositivos de seguridad parte de la mencionada


naturalización de la dicotomía normal-anormal, es decir, se deja de tratar la desviación
como una cuestión de capacidades sociales y estratégicamente, se empieza a abordar
como naturaleza. La dicotomía, entonces, no será meramente una función clasificatoria:
siendo la cosa un fenómeno natural debe abordarse en el punto mismo donde se
producen, sean deseables o indeseables, deben ser entendidos en términos de su realidad
efectiva, y a partir de ahí regularla, delimitarla, etc. (Foucault, 2006).

Desde esta perspectiva, la gestión de la seguridad busca la capitalización de los


datos fácticos sobre las poblaciones para erigir sobre ellos un saber tipo techne, la
demografía; que elabora estadísticas, “determina” probabilidades y brinda respuesta a un
afán de predicción y control de los riesgos. La ciencia es, para la configuración del

33
poder, una técnica política que permite gestionar lo prohibido, regularlo y
rentabililizarlo, así como ordenarlo en una distribución jerárquica y funcional de los
elementos del mundo que propone a los fines de cierta configuración espacial planteada
(Foucault, 2006).

La dinámica de gestión de la población convoca a los actores de la seguridad a


buscar datos y a adentrarse -en detalle- en el espectro de los fenómenos prohibidos y de
este modo, intervenirlos. En este proceso el poder también se ve sensualizado respecto a
la práctica prohibida, de modo que, en su ejercicio de vigilancia consigue una emoción
por recompensa: la extensión misma del dominio del poder sobre la esfera del placer,
que lleva al interrogador a un perverso interés y le incita a adentrarse cada vez más en
detalle, a vigilar aún más de cerca; dice Foucault “el placer descubierto fluye hacia el
poder que lo ciñe”. Simultáneamente, esta curiosidad del poder conlleva, como
respuesta, a una diversificación discursiva en el seno de la desviación, así como, en un
mayor grado de tecnificación de los mecanismos de huída y de disentimiento (Foucault,
1979).

Así se re-direccionaron algunas disciplinas científicas: la demografía, la


sociología, emergen las perspectivas sanitaristas de la medicina, etc., a modo de
dispositivos que asumen para sí la administración de la esfera de las acciones prohibidas;
y en su actividad suscitaran una mayor acumulación de discursos en constante ascenso.
El empleo de un repertorio preventivo -que señala los peligros en cada rincón del
mundo- justificará y luego exigirá la intervención de cada espacio de la vida social a
través de diagnósticos médicos, informes pedagógicos, censos, controles familiares. El
riesgo constante reactiva la incitación a hablar de ellas (Foucault, 1979, 2006).

Desde esta perspectiva, se explica cómo la prohibición, lejos de callar al


fenómeno, ha devenido en una multiplicación de los discursos, en una intensificación del
habla en términos de restricción a partir de la mencionada incitación institucional a
hablar de droga. Por ende, lo esencial de la prohibición no es la restricción legal o las
sanciones penales -que no se aplican a todo rigor- sino la puesta en discurso que a partir
de ahí se realiza. La prohibición ha implicado la constitución de un dispositivo complejo

34
de producción de discursos funcionales a los fines del dispositivo mismo. Foucault
(2003) dice:

No por ello se trata de una pura y simple llamada al silencio. Se trata más
bien de un nuevo régimen de los discursos. No se dice menos: al contrario.
Se dice de otro modo; son otras personas quienes lo dicen, a partir de otros
puntos de vista y para obtener otros efectos. (…) No cabe hacer una división
binaria entre lo que se dice y lo que se calla; habría que intentar determinar
las diferentes maneras de callar, cómo se distribuyen los que pueden y los
que no pueden hablar, qué tipo de discurso está autorizado o cuál forma de
discreción es requerida para los unos y los otros. No hay un silencio sino
silencios varios y son parte integrante de estrategias que subtienden y
atraviesan los discursos (p. 103).

Es así como el repertorio científico valida ciertos enunciantes para ciertos


contenidos en ciertos espacios de enunciación, de modo que toda vez pronunciado
imponga a los actores conocimientos canónicos como parte de un saber extra-ordinario
que no pueden aprehender o capturar directamente en las evidencias que se presentan al
sentido común. Este carácter disonante nos impele a hablar de nuevo acerca de aquello,
como reflexión forzada en busca de las evidencias de una causalidad también forzada.
Se produce, de esta manera, el advenimiento de una nueva discursividad que intenta
diferenciarse del orden discursivo del poder, pero que siempre termina intervenida por
éste: el discurso de los usuarios muta hacia una suerte de perversión del discurso
institucional, lo cual “permite vincular una intensificación de los poderes con una
multiplicación de los discursos” (Foucault, 1979).

El discurso científico del fenómeno se inserta entre los actores y sus propios
mecanismos de producción discursiva, deformándolos, como parte de un efecto-
instrumento de gestión interna del régimen de la seguridad. El “anormal” empieza a
usar palabras prestadas, nociones prestadas para dotar de sentido su acción,
simultáneamente su hacer es también transformado: la acción ilegal se trata de convertir
en una conducta política y económicamente concertada.

Ahora pongamos el modelo médico de la adicción y las verdades farmacológicas


sobre las drogas a la luz de este planteamiento; simplificando, nos encontraremos ante
un discurso que señala cuidadosamente los riesgos que implican las sustancias
prohibidas y la vinculación con éstas a los fines de la productividad económica, que es

35
presentada como condición natural y por ende ineludible del ser social; así mismo,
advierte sobre los peligros de un artilugio hasta entonces inexistente: la “adicción”,
enfermedad incurable de consumo compulsivo, irracional e involuntario, impuesto en el
cuerpo y la mente de los vivientes por la sustancia, y éstos, fuera de sí, deben ser
tutelados por las instituciones designadas.

Bajo este argumento, se puede afirmar que la ciencia ha encarnado la doctrina


moral inaugurada con la prohibición, a través de esta incitación discursiva, esta voluntad
de saber6 que se dispone a racionalizar lo indebido, como forma de renovación,
modernización y tecnificación del discurso moral prevaleciente. Así pues, de lo que se
trata no es de una moralidad traicionada por la ciencia al hablar de drogas; se trata, en
cambio, de la forma en que la ciencia comienza a hablar de éstas superando la dicotomía
lícito-ilícito, como algo natural que debe conocerse mejor que nada, administrarse y
dirigirse de modo útil. Como señala Foucault (1979) se dispuso “una caución global que
serviría de pretexto para que los obstáculos morales, las opciones económicas o
políticas, los miedos tradicionales, pudieran reescribirse en un vocabulario de
consonancia científica” (p. 69).

Esta aparente superación de las dicotomías, que permite incardinar el poder entre
cada punto del cuerpo social y producir un efecto de regulación interior y autonómica
del movimiento de la vida, halla sus condiciones de posibilidad en una noción que
lubrica la pesada y filosa maquinaria de los dispositivos de seguridad, al momento de su
implantación en cada espacio, en cada discurso y en cada cuerpo; se trata de la noción de
libertad, una idea que remite a series contingentes de “elecciones” relativas a la
naturaleza de cada fragmento social, como movimientos escindidos e independientes de
las tecnologías del poder, cuyos dispositivos dejan caer sobre las personas -con todo el
peso de la culpa- las contradicciones, las desigualdades y las injusticias de forma tal, que
aligere para sí los desbalances y desvíe la miradas de este ordenamiento del poder
(Foucault, 2006).

6
Término que emplea Foucault parafraseando a Nietzsche.

36
Sin derecho a réplica, somos naturalmente así, pobres, enfermos, delincuentes,
drogadictos, ricos, intelectuales, famosos, poderosos; pero siempre culpables o
responsables, según sea el caso, del espacio que ocupamos en esta disposición jerárquica
de la sociedad, dependiendo del uso de la libertad concedida y del aprovechamiento de
los placeres dispensados en una espiral interminable entre el poder y el placer, entre la
seguridad y la libertad.

La libertad, como ideología y técnica de gobierno, está correlacionada con la


introducción de las tecnologías de seguridad y es, sin duda, la condición necesaria para
el funcionamiento político y económico de éstas, por cuanto tiene que ver, menos con
los privilegios de elección de los individuos o de autodeterminación de los entes
sociales, que con la libertad de circulación de las cosas y las personas, que no es sino el
sustento mismo del liberalismo7(Foucault, 2006).

7
Término que retomaremos en el apartado quinto V. El paradigma del consumo.

37
III. LOS DISCURSOS

La prohibición se ha constituido en un dispositivo de producción discursiva que


permite intervenir, fracturar y modular el ámbito de la vida social ligado a las sustancias
embriagantes según ciertas agendas del poder, tal como hemos referido en el apartado
anterior. Sin embargo, los discursos no son meros productos o efectos institucionales
del dispositivo, “sino aquello por lo que, y por medio de lo cual se lucha, aquel poder del
que quiere uno adueñarse” (Foucault, 1994 p.15). En este sentido, el discurso no es un
instrumento neutro o transparente, es en cambio el lugar en donde se accionan los
poderes de una política fundamentalmente excluyente.

En este sentido, Foucault (1994), en su texto El Orden del Discurso, define tres
artefactos de exclusión que operan desde el discurso; el más esencial es la prohibición,
cuyo funcionamiento dispone otras maquinarias más sofisticadas de exclusión, a saber,
la separación del loco, la Voluntad de Verdad y la Voluntad de Saber, estos tres
elementos funcionan como un sistema único.

La prohibición constituye la separación inicial, la más evidente censura


decretada a través del orden de las leyes en el ejercicio de una estrategia soberana del
poder; esta escisión establece el discurso básico de oposición entre razón y locura,
normal y anormal, que viene a constituir lo que Foucault ha dado en llamar la
separación del loco. El autor (1994) dice al respecto: “el loco es aquel cuyo discurso no
puede circular como el de los otros: llega a suceder que su palabra es considerada nula y
sin valor” (p. 16). Esta medida de exclusión dispone unas estructuras de vigilancia que
alertan los mecanismos de incitación-represión sobre el loco y todo el conjunto de los
desviados, mismos que a partir de la censura expresan su discurso en términos de
restricción y circulan de otros modos en los espacios de la clandestinidad.

A los fines de intervenir el espacio de la desviación se hace necesaria una


incitación institucional a hablar de ésta, que permita una sofisticación de los mecanismos
de exclusión; en este sentido, se acciona cierta Voluntad de Saber que interroga al
fenómeno anormal estableciendo un conocimiento sobre esta población, que posibilite
una administración política y económicamente concertada de este ámbito. La estructura

38
discursiva de las instituciones que confieren a los bienpensantes el poder extraodinario
para establecer los saberes y enunciar la “verdad oculta” de la desviación da continuidad
a la escisión fundamental que marca la separación entre el loco/desviado y el resto de
normales.

La verdad enunciada a propósito de la desviación supone una Voluntad de


Verdad que se estructura con la intención de enmascarar y justificar lo que podríamos
denominar la voluntad política de determinada función del poder; en otras palabras, los
discursos que se modulan acerca del fenómeno desviado se estructuran de modo tal que
se revelan como verdad única. El autor dice: “la verdad se desplazó del acto ritualizado,
eficaz y justo de enunciación hacia el enunciado mismo: hacia su sentido, su forma, su
objeto, su relación con su referencia” (Foucault, 1994, p.20). La política consigue
ontologizar sus discursos, a través de una retórica que confiere un estatus de
materialidad y naturaleza a sus postulados.

En este sentido, los discursos sobre las drogas definen a los sujetos a modo de
estereotipos o modelos ideales “naturalmente” desviados, estrategia que justifica toda
una serie de acciones sociales y políticas sobre éstos. Al volver sobre la historia, es
posible identificar diversas nociones de sujeto usuario de drogas, así como, distintas
explicaciones causales del fenómeno relacionadas con ciertos intereses económicos y
funciones políticas correspondientes a cada época. Del mismo modo, el problema de las
drogas es una síntesis discursiva que resulta de la normalización de estos discursos que
construyen la visión oficial del fenómeno (Del Olmo, 1990, p.75).

Atendiendo a estos argumentos nos encontramos en la labor de analizar cuáles


han sido a lo largo de la historia más reciente, los discursos sobre las drogas que se han
articulado, para abordar el fenómeno de las drogas. Este desarrollo se elaborará a partir
desde la revisión histórica de Rosa Del Olmo (1990) y Antonio Escohotado (1994),
quienes se han ocupado de retomar con agudeza la historia de la prohibición.

39
El Usuario de Drogas en tanto Criminal

La asociación entre drogas y crimen fue el primer argumento prohibicionista que


enuncia la sociedad occidental cuando el gobierno de Estados Unidos impulsa la
restricción del consumo y venta de opio en 1912 en la Convención Internacional del
Opio en La Haya, como ya hemos referido en el capítulo anterior. La diáspora China
hacia este país y su introducción en el sector comercial había suscitado múltiples brotes
de racismo entre los norteamericanos, legitimados y promovidos a través de la difusión
mediática de una matriz de “información” que vinculaba a esta población con hechos
violentos y delictivos asociados al consumo de opio. Bajo el argumento del excesivo
número de consumidores y la creciente relación entre drogas y crimen se logró la
promulgación de la primera legislación contra los opiáceos que permitía la exclusión, la
represión y la consecuente criminalización de los inmigrantes chinos (Izquierdo, 1992).
En este sentido, la prohibición se inicia no como medida de tipo sanitaria sino racista
(Cebrián, 2005).

El castigo penal y la represión del consumo de drogas se inaugura en Occidente


gracias a los opiáceos, a pesar de que la prohibición al alcohol ya había sentado algunos
antecedentes en Canadá, es en 1912 con la prohibición del opio y sus derivados que se
inicia lo que llamamos el “paradigma prohibicionista” que se profundiza con la posterior
aparición de la heroína, en cuanto constituyen el estereotipo de “sustancia adictiva”
(Laurie, 1970). Sin embargo, resulta sugerente que la prohibición, aún cuando surge de
la introducción de los derivados del opio en el mercado norteamericano, en la legislación
consecuente se proscriben muchas otras sustancias sin criterio explícito alguno, y sin
distinción aparente, siendo estas otras tratadas de forma similar y evidenciando graves
contradicciones. La definición de drogas que deriva de esta primera noción del problema
sería entonces toda aquella sustancia prohibida.

La inclusión de la marihuana en este primer tratado restrictivo permitió durante


los años 30 -he aquí su función política- el recrudecimiento de la represión de la
población afrodescendiente agrupada en los ghettos, la cual se asociaba al consumo de
marihuana y consecuentemente a la delincuencia. Definir a los consumidores como
delincuentes permitió aislar cada vez más estas comunidades y así, invisibilizar los
40
graves problemas sociales que la Gran Depresión económica implicaba para la sociedad
norteamericana de aquel momento: el desempleo, la pobreza, el analfabetismo.
Ayudaba a “quitarlos del medio y a impedir que surgiesen problemas de desempleo (...)
como eran delincuentes y enfermos no podían trabajar y se resolvió así, el problema de
tener que darles empleo” (Del Olmo, 1990, p. 15).

En esta década, hereda Venezuela las políticas restrictivas sobre la droga, gracias
a la alineación -durante el gobierno de Gómez- con las políticas internacionales fijadas
durante la Convención de Ginebra de 1931; así nació la Ley de Estupefactivos de 1934,
que pretendía limitar y reglamentar la fabricación y distribución de drogas a una
cantidad restringida a los usos investigativos y medicinales, sin embargo, la distribución
ilegal y el uso no medicinal acarreaba una sanción de tipo administrativo, no penal
(Sánchez, 1998).

Aún en la década de los 50 el imaginario de “la droga como problema” no se


encuentra constituido, en cambio se percibía como un universo misterioso, vinculado a
los opiáceos y la marihuana, a la que se llamaba “la yerba asesina”. Estas drogas se
asociaban a los grupos marginales de la sociedad y se circunscribían al espacio de los
ghettos urbanos. Los medios impresos articulaban este discurso oficial que Del Olmo
(1990) nombra “moralista-represivo”, desde el cual la conformación de un estereotipo
moral respecto a estas poblaciones viene a justificar la introducción de políticas
represivas cada vez más severas. Se caracterizaba a los consumidores como “criminales
viciosos dados a orgias sexuales”, “degenerados” a consecuencia de la droga, que desde
esta perspectiva se asociaba con actividades “mafiosas” como la prostitución y los
juegos de azar, la violencia y el crimen. De este modo, droga y peligro se presentan
como sinónimos, visión apocalíptica que permitió el control legal de estas poblaciones y
su sometimiento a las más terribles sanciones, incluso la pena de muerte (Del Olmo,
1990).

41
El consumo de drogas como disidencia

Durante la década los 60‟s el mundo atraviesa por un periodo dinámico y


complejo en el ámbito político, económico y cultural, que sienta la coyuntura para el
surgimiento de distintos movimientos de resistencia, revolucionarios y contraculturales,
protagonizados por los sectores juveniles, universitarios y campesinos, así como,
minorías étnicas marginadas en las diferentes latitudes del mundo a consecuencia de las
desigualdades del modelo capitalista en plena expansión (Del Olmo, 1990). El poder
hegemónico de este modelo al penetrar en las esferas locales ponía de manifiesto las
contradicciones e injusticias de sus políticas y sus discursos, estos grupos disidentes
emergen para demandar reivindicaciones sociales.

A nivel global, se evidencia una polarización política aguda, representada por dos
de las principales potencias del mundo, las cuales emergieron en confrontación a partir
de la segunda guerra mundial: EE.UU y la URSS; surgimiento que trae como
consecuencia directa la Guerra Fría; ésta enfrentaba dos ideologías y modelos
económicos aparentemente antagónicos, cuya expresión se reflejaba con suma evidencia
en la guerra de Vietnam (Lander, 2000).

Influenciada por este escenario político internacional y por la búsqueda de


consolidación de la política de acercamiento económico de Estados Unidos en nuestra
región, América Latina atraviesa por un contexto político en el que abundan las
dictaduras militares aliadas y protectoras de los intereses de EE.UU; a consecuencia de
esto, surgen diferentes focos de movimientos armados y de resistencia popular que
intentan abrir una nueva posibilidad inspirados en el triunfo de la revolución cubana del
año 59, los cuales se expanden a lo largo y ancho del continente americano.

En Estados Unidos, no exento de conflictos sociales, emergen diferentes


movimientos que ponen en cuestión nociones políticas del establishment local como la
estrategia de guerra contra Vietnam del gobierno norteamericano; así como, las
discriminaciones raciales y de género sufridas por las minorías étnicas de ese país.
Despierta una nueva sensibilidad sobre las problemáticas sociales en los sectores
juveniles quienes además profesan el pensamiento antibélico, la igualdad racial y de

42
género, la libertad sexual y la expansión de la conciencia a través de experiencias
psicodélicas estimuladas por el consumo del LSD y marihuana principalmente, estas
últimas pasan a convertirse en sustancias íconos de los movimientos contraculturales de
la época en los Estados Unidos. Estos sectores se identificaban con nuevas propuestas
estéticas, innovaciones de propuestas antecesoras como el surrealismo, la música, la
literatura de la generación Beat. Producto de la experiencia con estas sustancias
visionarias en combinación con estas propuestas políticas y estéticas, emerge el discurso
sobre drogas de estos grupos cuya noción se centró en la idea de psicodelia (que
manifiesta el alma) (Britto, 1990; Goffman, 2005).

Uno de los principales voceros y expresión de ese movimiento fue Thimothy


Leary (Britto, 1990) psicólogo de la Universidad de Harvard quien comenzó los
experimentos sobre la expansión de la conciencia a través de sustancias alucinógenas
como el LSD. Fue un ferviente defensor de su uso atribuyéndole efectos terapéuticos y
características liberadoras de la conciencia que harían cuestionar el sistema de
dominación en el cual planteaban estar sumergidos involuntariamente, planteamiento
que se asume como una expresión del pensamiento anti-autoritario de la juventud de la
época.

Britto (1990), citando a Leary dice:

Laery sintetizo la función de la droga en este periodo primario en la


consigna: Turn on, une in, drop out. Era todo un manifiesto psicológico,
social y político: Ilumínate, sintonízate, deserta. En otras palabras presta
atención a tu realidad interna, comunícate con aquellos que comparten tus
sentimientos, deserta del sistema (p.116-117).

Estos discursos contrastaban, en el debate público, con el discurso científico


empleado por investigadores y psiquiatras como Humphry Osmond (Goffman, 2005),
quienes aprobaban la experimentación con drogas únicamente para fines terapéuticos y
medicinales, por ejemplo en el tratamiento de alcohólicos. El mismo descubridor de la
sustancia, Albert Hoffman y Schultes, (1980), sostenía que “el uso recreativo e
indiscriminado” del LSD por parte de grupos de jóvenes muchas veces relacionados a
movimientos contraculturales estaba provocando la satanización y futura prohibición de

43
la sustancia, misma que se haría efectiva en el año 1966. Hoffman (Ob.cit., 1980)
entonces diría:

Si fuera posible detener su uso inapropiado, su mal uso, entonces pienso que
sería posible dispensarlas para su uso médico. Pero mientras siga siendo mal
utilizada, y mientras la gente siga sin entender realmente los psicodélicos
utilizándolos como drogas placenteras errando a la hora de apreciar las muy
profundas experiencias psíquicas que pueden inducir, su uso médico seguirá
parado (p.120).

La otra visión en torno al discurso sobre las sustancias con influjo en la


conciencia es rescatada por Escohotado en su apartado La herencia de una rebelión
abortada con un epígrafe de Octavio Paz (1967 c.p. Escohotado, 1994), que sintetiza el
sentimiento anti prohibicionista relacionado a los grupos de consumo de estas
sustancias:

Ahora estamos en posición de entender la verdadera razón para la condena de


los alucinógenos, y porqué se castiga su uso. Las autoridades no se comportan
como si quisieran erradicar un vicio dañino, sino como quien trata de erradicar
una disidencia. Como es una forma de disidencia que va extendiéndose más y
más, la prohibición asume el carácter de una campaña contra un contagio
espiritual, contra una opinión. Lo que despliegan las autoridades es celo
ideológico: están castigando una herejía, no un crimen (p.885).

Octavio Paz refleja la asociación de las sustancias alucinógenas, no sólo como


transgresoras de una realidad racional referente a lo individual o psíquico, sino como un
vehículo hacia la rebelión vinculado a grupos marginales y disidentes; en otras palabras,
la prohibición de estas sustancias fue una estrategia para mermar y minar la
contracultura. Otra estrategia paralela para desintegrar la disidencia fue la apropiación
mediática y mercantilizada del imaginario y los símbolos de la droga vinculados a las
contraculturas. Se creaba todo un mercado de la droga que banalizaba su uso
invalidando las propuestas y denuncias de orden político, social y económico que
articulaban estos movimientos. Simultáneamente se abultaban las arcas de algunos
empresarios que aprovecharon comercialmente los símbolos contraculturales para
masificar sus productos entre la juventud. Todas estas accionas forman parte de una
estrategia general del poder para criminalizar y desmantelar las subculturas de la
disidencia, las luchas políticas, los movimientos armados; en síntesis, una izquierda que

44
se expresaba, cada vez, con mayor fuerza para cuestionar el orden capitalista de la
sociedad.

En conclusión, desde esta perspectiva, el uso de sustancias que alteran la


conciencia constituye un repertorio de significados asociados con irreverencia,
marginalidad, exclusión, transgresión de la racionalidad instituida, exploración de la
conciencia, cuestionamiento del orden moral y religioso establecido, entre otros.

La Enfermedad Mental y la Pacificación Social

Con palabras de necesidad total: «¿Estás dispuesto?» Sí, lo


estás. Estás dispuesto a mentir, engañar, denunciar a tus
amigos, robar, hacer lo que sea para satisfacer esa necesidad
total. Porque estarás en un estado de enfermedad total, de
posesión total, imposibilitado para hacer cualquier otra cosa.
Los drogadictos son enfermos que no pueden actuar más que
como actúan. Un perro rabioso no puede sino morder.
Adoptar una actitud puritana no conduce a nada, salvo que se
pretenda mantener el virus en funcionamiento. Y la droga
es una gran industria.

William Burroughs (1959). El almuerzo desnudo

Los cambios significativos que se suceden en los años 60 a nivel político y social
repercutieron en la configuración del fenómeno de las drogas que condujo a una
reformulación de los discursos oficiales y las políticas que perseguían la regulación de
éste. Ya se han mencionado una serie de acontecimientos que marcaban un contexto
regional de oposición al status quo y las políticas internacionales de los Estados Unidos:
los movimientos guerrilleros en América Latina, la Revolución Cubana, la organización
de los grupos minoritarios al interior de EUA en movimientos de lucha política, y la
subsecuente incorporación de los jóvenes estadounidenses de clase media y alta a éstos,
conformándose en grupos contraculturales, anti-imperilistas y anti-bélicos. Este marco
coyuntural cuestionaba la inmunidad del capitalismo; el socialismo iba ganado cada vez
más espacios, se presentaba como alternativa a los conflictos sociales que el modelo
liberal de EUA ya venía evidenciando a lo largo del continente.

En dicho contexto, en el que la juventud era protagonista, el consumo de drogas


se hacía frecuente como símbolo de rebeldía. Esta generalización del consumo daría pie
a una serie de presiones que conducirían a la revisión de la legislación en materia de

45
drogas. Se hacía necesaria una reconfiguración del discurso oficial en respuesta al
creciente número de usuarios, que no responsabilizase a la sociedad sino al individuo.
De modo estratégico, la agencia científica construye el concepto de “enfermo” que le es
propio al individuo y no establece una relación directa con la sociedad. De ahí se
alegaba un viraje jurídico que se castigase al traficante pero no al consumidor.

Así pues, durante la década de los 60‟s es cuando la institución médica asume la
administración de los consumidores/enfermos a partir de tres eventos fundamentales: La
Convención Única de Estupefacientes en 1961 en la que se cedió la posesión y
administración legítima de las drogas a la institución médica y científica; la declaración
de la Corte Suprema de Justicia de los Estados Unidos en 1962 donde se decretó el re-
posicionamiento del consumidor, éste no sería ya definido como delincuente sino como
enfermo urgido de tratamiento y rehabilitación por parte del Estado, postura que se
consolidaría con la aprobación de la Narcotic Addict Rehabilitation Act (1966), donde se
estableció que el consumidor debe elegir entre la rehabilitación o la prisión, “el discurso
jurídico refuerza a su vez el discurso médico” (Del Olmo, 1990; De Rementería, 1994).

La diferenciación que se establece entre consumidor y traficante se produce


gracias a la noción de enfermedad mental, pilar del modelo médico; esta
recategorización es una estrategia tanto geopolítica como social, que permite invalidar a
los actores transformándoles en sujetos enfermos a quienes la droga les ha eximido de
todo atributo racional posible. Esta perspectiva expresa una función política precisa en
relación al mantenimiento de unas determinadas relaciones de poder. Por una parte, es
una formación retórica que legitima la invasión efectiva y violenta de otros países, a
través de la difusión de estereotipos racistas y criminalizantes, por ejemplo, el repertorio
construido a partir de la idea de terrorismo; paralelamente, persigue la neutralización de
la disidencia, mediante la invalidación política de los sujetos que permite el concepto de
enfermedad mental y su extrapolación a los consumidores de drogas. Dicha noción es
agenciada por la medicina y sus disciplinas afines: la toxicología, la psiquiatría y la
psicología.

46
Revisemos a continuación, los conceptos y nociones asociadas al fenómeno
desde este discurso, que sería el producto más sofisticado de la modernidad a los fines
administrar el uso de embriagantes por su potencial hegemónico de sujeción.

La Organización Nacional Antidrogas (ONA), ente encargado de definir las


políticas y el abordaje en materia de drogas en nuestro país, acude a una definición de
las drogas que parte del modelo médico:

Sustancias de origen natural o sintetizadas químicamente, que al ser


consumidas por las personas actúan sobre el sistema nervioso, producen
cambios en el funcionamiento del organismo, la mente y la conducta y
afectan de manera transitoria o permanente la salud física y mental de la
persona, así como sus relaciones con el entorno. (…) incluye sustancias
utilizadas con fines médicos o terapéuticos (medicamentos), sociales o lícitas
(drogas legales como el tabaco y el alcohol) e ilícitas (como la marihuana, la
cocaína, entre otras).

Esta definición supone una afectación fisiológica directa como principal efecto a
partir de la ingesta de alguna de estas sustancias, que se hace evidente a los sentidos del
especialista a partir de sus consecuencias conductuales y “mentales”8. Lo mental acá se
refiere al compartimiento dentro de la cabeza –la mente– donde se almacenan y
producen los pensamientos gracias a ciertas funciones cerebrales Las consecuencias
mentales de las drogas se hacen visibles -se hacen síntomas- a criterio del médico a
partir de las transformaciones del lenguaje y del discurso, conductas en general, que
pudiesen sucederse en asociación inmediata al consumo. Otro elemento que puede
apuntarse de esta definición es la asunción de las drogas como enfermedad en sí misma
(“afectan la salud”), como un ente de materialidad propia que se apodera del organismo
con independencia de la voluntad del sujeto. Desde este punto de vista, la droga
pareciera ser dañina en la forma que lo es cualquier enfermedad.

Un punto importante que atraviesa esta perspectiva es la noción de conducta


como síntoma, donde la acción deja de lado la intención para convertirse en movimiento
sin sentido, mera conducta, dominada por fuerzas ajenas a él, a la razón del sujeto, a su

8
Recordando los planteamientos de Foucault (2003) en el texto: El Nacimiento de la Clínica, donde
plantea que la construcción de la noción de enfermedad en la institución médica parte de la asunción de
una alteración al interior del organismo que se puede percibir superficialmente a través de marcas visibles
que se manifiestan a los sentidos como síntomas.

47
conciencia, pero que residen en él, en su interior como un implante en su organismo. Si
se concibe al organismo9 como condición de existencia de Todo cuanto sucede y hace el
individuo, entonces, desde la perspectiva médica, el determinante de la vida social será
la fisiología interna de las personas, invisibilizando toda racionalidad o capacidad
interpretativa del sujeto y des-responsabilizando a la sociedad.

Otro concepto relevante es el de consumidor que adopta la mencionada


organización (ONA): le define como “persona con dependencia a una o más sustancias
psicoactivas”. A partir de ahí, la acción misma de consumir alguna sustancia etiquetada
droga, sin distinción alguna entre ellas, significa un alto riesgo de dependencia física
poco controlable para el sujeto mismo.

La noción de dependencia a las drogas indicada por la Organización Mundial de


la Salud (2004) 10 lo define como “un trastorno causado por el consumo de sustancias
psicoactivas, que trastornan los procesos cerebrales perceptuales, emocionales y
motivacionales normales (…) Como el producto del cerebro es el comportamiento y el
pensamiento, los trastornos cerebrales pueden producir síntomas conductuales muy
complejos (…) En la dependencia el producto conductual es complejo, pero está
relacionado principalmente con los efectos cerebrales de las sustancias a corto y largo
plazo” (OMS, 2004, p. 12-13). El consumo regular de una droga no es una acción
intencional dotada de sentido, sino una enfermedad más.

Retomando lo antes expuesto, la enfermedad se hace visible en síntomas


conductuales que se agrupan, como cosas atemporales y fuera de su contexto de
emergencia, en una única categoría de enfermedad a la que le es supuesta un sustrato
fisiológico, es decir, ciertas pautas de acción conforman una enfermedad a partir de la
idea de síntoma.

9
Organismo entendido como sistema biológico.
10
Este informe fue preparado por Franco Vaccarino y Susan Rotzinger, miembros del Centre for
Addiction and Mental Health (Toronto, Canadá), en el marco del Programa de Acción Mundial en Salud
Mental del Departamento de Salud Mental y Abuso de Sustancias de la Organización Mundial de la Salud
(OMS, 2004).

48
El consumo de drogas legales se excluye de la noción de enfermedad, no es
sospechoso a los ojos del especialista, sí en cambio, el de drogas ilegales; lo cual permite
dar legitimidad y validez científica a un asunto legislativo que se relaciona más con
intereses políticos, económicos y de dominación.

Lo anterior nos permite afirmar que el estatus de legalidad o ilegalidad de una


sustancia es el factor que decide si el consumidor es o no un enfermo, y si quien la vende
es o no un delincuente; de ahí que para el discurso de sentido común el cigarrillo no sea
una droga, pero la marihuana sí; que el ron no lo sea, pero el éxtasis sí, así como el que
consume cigarrillo sea un vicioso y el que consume marihuana sea un drogadicto, más
allá de cuán dañina pueda ser cada sustancia.

Dentro de la categoría de drogas existe otra categoría, la de sustancia adictiva,


definida por la toxicología a partir de una propiedad química supuesta en la sustancia
misma, que la ubicaría junto a los antibióticos, los diuréticos o las hormonas;
incurriendo en un error categorial que señala Szasz (1990) irónicamente, cuando
compara la pertinencia del estudio de las drogas a partir de sus propiedades químicas,
con el estudio del agua bendita a partir de su composición.

De la clasificación de las drogas, en términos químicos, se sigue la definición de


los tipos de relaciones conductuales que se pueden establecer con ellas: la habituación
como la necesidad de consumo continuo de cierta droga no adictiva; donde la
interrupción de éste conduce a trastornos psíquicos; y la adicción o toxicomanía
relacionada con el consumo continuo de una droga adictiva. La Organización Mundial
de la Salud (2004) define como “estado de intoxicación periódica o crónica perjudicial
para el individuo y la sociedad, producido por el consumo repetido de una droga, que se
caracteriza por la presencia de tres fenómenos distintos pero íntimamente relacionados:
la tolerancia, la dependencia psíquica y la dependencia física”. Vale acotar que esta
dependencia física está relacionada con la mencionada propiedad química adictiva que
posee la sustancia misma.

En este sentido, para ser etiquetado como adicto o toxicómano es necesario que
se cumplan varias condiciones: 1) que la sustancia de preferencia sea ilegal 2) que la

49
droga haya sido clasificada por la toxicología como adictiva y finalmente, 3) tener un
consumo de ésta considerado “compulsivo” desde la perspectiva médica. Así pues, la
diferencia entre alguien que consume una sustancia y el adicto a ella, no es una cuestión
de hecho, si en cambio una acción discursiva, por cuanto es la medicina, como
dispositivo de poder, el ente que determina quién es o no drogadicto.

El adicto a las drogas, como otro enfermo es sometido a un proceso de


recuperación y curación dirigido -como paliativo- a sus síntomas conductuales. Este
proceso consta de ciertos programas de modificación conductual y de medicación, que
se aplican en lugares especialmente creados para los adictos, fuera de los hospitales;
estamos hablando de las llamadas “comunidades terapéuticas”: casas donde residen los
drogadictos bajo la supervisión de los especialistas, quienes dictan las pautas de
comportamiento, vigilan el cumplimiento del tratamiento, así como se encargan de llevar
un registro lineal del “progreso de los enfermos”; todo con el objetivo de transformarlos
en ciudadanos normales y productivos.

Este abordaje de las drogas tiene una función social y un significado simbólico
idéntico al que tenían por ejemplo, las leyes dietéticas de los antiguos judíos. “La
finalidad sigue siendo ser santo, que actualmente significa ser saludable; y ser saludable
significa tomar aquellas drogas que los médicos prescriben y abstenerse de aquellas que
el Estado prohíbe” (Szasz, 1990, p. 64). El dispositivo médico y el jurídico entran en una
dialéctica de justificación y determinación mutua, donde lo que prohíbe la ley es
enfermedad para la medicina, y lo que avala la medicina es la “excepción” de la ley, de
modo que se oculta la función política de ambos dispositivos.

Las consideraciones anteriores nos permiten afirmar que este discurso es un


complejo dispositivo de pacificación social de la historia de Occidente, que en sus
distintas derivaciones intenta explicar e intervenir cada vez más dominios de la vida
social: el sexo, las drogas, en fin la disidencia de un orden que asumido natural,
deslegitima de antemano cualquier cuestionamiento o ejercicio efectivo de oposición a
éste.

50
Geopolítica de la Delincuencia: “La Guerra contra las Drogas”

Los antecedentes de este discurso se encuentran a finales de la II Guerra


Mundial, en 1945 cuando Estados Unidos –en colaboración con varios países europeos–
suscitó el nacimiento de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), cuya
configuración legitimaría las actuaciones internacionales para “preservar la paz”. La
ONU como ente regulador internacional, legitimador y promotor de los diversos
discursos acerca de las relaciones entre países; daría un especial énfasis sobre el tema de
las Drogas, por lo que éste adquirió un lugar protagónico a nivel mundial. Se inicia con
este evento la perspectiva de la droga como amenaza a la sociedad, bajo este
argumento, la prohibición comienza sus movimientos de expansión global, una renovada
estrategia de colonización.

El esfuerzo de Estados Unidos por imponer un régimen planetario de control de


drogas, se concreta a partir de 1961, cuando se reúne la Convención Única de Naciones
Unidas sobre Estupefacientes, la cual decretó para el resto de naciones –asistentes y no
asistentes- las sustancias que formarían parte del conjunto de drogas prohibidas. El
único argumento planteado –por demás tautológico– era la idea de que todos los
estupefacientes y/o sustancias prohibidas eran peligrosas hasta que se demostrara lo
contrario (Jelsma, 2003, p. 26).

La sugerencia o coerción de la superpotencia para que los países del Sur


asumieran sus políticas, se hizo evidente en el caso venezolano. Antes de los años
sesenta la noción imperante acerca de las drogas, en materia jurídica, definía los hechos
relacionados como mera “alteración de orden público”, es luego de la Convención Única
de 1961 cuando el discurso que asociaba Droga y Crimen penetra el ámbito político
nacional. Consecuentemente se formula –en ese mismo año– la primera propuesta
política represiva ante el tráfico de drogas, que se materializaría durante el gobierno de
R. Leoní en el año de 1964 a través de la Reforma Parcial al Código Penal. El argumento
apelado por las entidades gubernamentales para justificar estas medidas fue
“salvaguardar a la sociedad venezolana” de la violencia, a pesar de que no existía un
verdadero “problema de drogas” (Sánchez, 1998).

51
Sánchez (1998) afirma que este instrumento “no correspondió a una política
específica ante las drogas ni a una respuesta específica frente al problema, sino a una
política más global de represión ante el auge del delito” (p.78). La autora apunta que el
contexto en el cual se profundiza la represión de la “delincuencia” responde menos al
problema de las drogas y más a una intención política de pacificación de los
movimientos guerrilleros e insurgentes que cada vez cobraban más fuerzas en esta
época. Así, la adopción del problema de las drogas en nuestro país sirvió para asociar
las distintas formas de violencia con las drogas, y de este modo, justificar el
recrudecimiento de la represión de las luchas armadas de izquierda (Ob. Cit., 1998).
Diversos autores plantean que la prohibición legal, en el caso de la marihuana en
nuestro país convirtió a esta sustancia en un mito al compararla con las drogas de mayor
poder, lo cual devino en un aumento del consumo, así como de los precios y dividendos
derivados de la venta (Inaudi y otros, c.p. Sánchez 1998).

Con la declaración de la Corte Suprema de Justicia de los Estados Unidos de


1962 que, como ya hemos dicho, reposicionó al consumidor como enfermo y a su
comerciante como delincuente, se conformaba una nueva estrategia que perseguía, a
nivel geopolítico, un doble efecto político; no solo inhabilitar a la población juvenil
subversiva al interior de EUA que los encerraba bajo la política de rehabilitación por
cárcel; sino que permitió establecer en otro nivel las diferencias entre países víctimas,
predominantemente consumidores, frente a naciones delincuentes: aquellas que
producen y comercian con drogas.

No resulta casual que los países del centro se definan como víctimas de los
productores “criminales” de la periferia, pues ante esta amenaza supuesta que significan
las naciones productoras se justifica el despliegue de todo un arsenal de estrategias
políticas de seguridad global para la gestión de las poblaciones a nivel mundial. En este
sentido se abre todo un campo del saber, el de las ciencias sociales.

El discurso que asocia drogas y crimen se convirtió en el argumento apocalíptico


global que permitió intervenir tanto al interior de Estados Unidos como en otros países,
los movimientos juveniles subversivos, frentes armados de izquierda y todos los
movimientos de base que emergían en una época en la que el capitalismo comenzaba a
52
mostrar sus más crudas desigualdades. Así mismo, se mundializa y cada vez se legitima
a través de estrategias más sofisticadas, el estereotipo de consumidor como sujeto
degenerado “dañino a la sociedad” asociado a una “delincuencia” vinculada a las
subculturas de negros e inmigrantes, como continuación de la matriz mediática racista
que asociaba a estos grupos con la violencia producto de la práctica de consumo de
drogas (Del Olmo, 1998). De ahí que la droga fue definida como “amenaza social” y
“perversión moral”.

Este discurso adquiere su mayor fuerza hegemónica a partir de 1971 cuando el


presidente de los Estados Unidos Richard Nixon declara públicamente “la guerra contra
las drogas”, metáfora dominante que guiará las políticas antidrogas siguiendo el
esquema de represión al traficante/delincuente y rehabilitación al consumidor/víctima.
La droga convertida en el enemigo número uno de Estados Unidos (Estievenart, 2006)
será la bandera de esta nación para abalanzar todo su potencial militar, armamentista,
científico sobre las naciones de la periferia, definidas como responsables del
“problema”. La declaración de “la guerra contra las drogas” ha constituido una estrategia
política de los Estados del centro para el mantenimiento de su cruzada civilizatoria al
interior de la región y el control de estos mercados de gran envergadura económica.

Este discurso geopolíticamente estratégico, se recrudece para la década de los


ochenta, cuando el floreciente mercado de cocaína desde la región Andina comenzaba a
adquirir dimensiones de empresa; lo que implicaba graves consecuencias a las
economías del Centro destinatarias de la droga (Del Olmo, 1990, 1998). Reagan,
durante su administración, anunciaba: “se estima que sólo las drogas producen más de
100 mil millones de dólares en los Estados Unidos, equivalente al 10% de la producción
industrial del país”; esta fuga de capitales subvertía o al menos cuestionaba el lugar
privilegiado e intocable del mercado estadounidense.

Ante este hecho, como vacuna discursiva se produce la asociación mediática


entre “violencia-subversión-corrupción” perfeccionada hasta la aparición del estereotipo
político-delictivo del latinoamericano, que se expresó en una profunda xenofobia de los
pueblos occidentales hacia los colombianos, perspectiva que sentaría las bases de su

53
“incuestionable” necesidad de intervenir militar, política y económicamente la realidad
de este país Latinoamericano.

En 1980 la injerencia de Estados Unidos en Colombia se hace más marcada en


relación a política de drogas, al respecto, se firmó el tratado de extradición que permitía
juzgar a los narcotraficantes colombianos en de Estados Unidos, bajo el argumento de
haber atentado contra la economía norteamericana, entre otras medidas para
contrarrestar el problema económico que suponía el narcotráfico.

En 1981 Reagan firma la enmienda Posse Commitatus Act para la ayuda militar
en la aplicación de la ley, con ella se autorizaría a los militares norteamericanos para
recoger información al respecto en otros países. El argumento se basaba en que la
disminución del uso indebido de las drogas en Estados Unidos debía combatirse en el
extranjero, con los productores. Carlton Turner, asesor especial del Presidente dice en
1983 “es un año significativo en la lucha de drogas: los países están comenzando a
reconocer que tienen un problema y que no se trata solo de un problema de los Estados
Unidos” (p.79). Ese mismo año se aprobó, con graves consecuencias humanas, la
Enmienda Gilman Hawkins que suspendía el apoyo económico a los países que no
cooperasen con el programa antidroga de los Estados Unidos, basado en la erradicación
de los cultivos, en el control del tráfico de drogas y la destrucción de los negocios de
“blanqueo de dinero”.

El discurso de la “seguridad global” bajo esta estrategia de orden geopolítico


convierte el control sobre las drogas en una cuestión relevante dentro de la política
exterior, una prioridad diplomática entre las naciones del mundo y una preocupación
social intransferible.

54
El Maquillaje del Prohibicionismo en la Era de la Seguridad

En este panorama discursivo del fenómeno, la política de la contraparte, al


interior de los países víctimas, se establece bajo la mascarada de un cambio de
paradigma; el prevencionismo, un modelo que se supone “alternativo” ante el fracaso de
las medidas represivas y el tamaño de los presupuestos requeridos para éstas, se plantea
en el contexto de un aumento del consumo y de los problemas “sociosanitarios”
asociados.

Se trata de una perspectiva que funciona a la manera de una tecnología de la


seguridad; obvia las disposiciones legales mundiales y el discurso hegemónico moralista
acerca de las drogas, para así gestionar las consecuencias más inmediatas del
prohibicionismo que afectan a la población. Este cambio de paradigma, no es una
revolución en los términos de Kuhn, sino una renovación del abordaje en términos de
seguridad (Romaní, 2007).

Esta perspectiva se inicia en Europa a mediados de los 80´s cuando se pone el


acento en la prevención a partir de la preocupación por la expansión del VIH-Sida y su
vinculación, estadísticamente significativa, con la práctica de intercambio de jeringas
asociada al consumo de heroína y otras drogas inyectables (Romaní, 2007). Hasta ese
momento, la respuesta institucional ante el consumo de drogas había sido encerrar a
parte de la población joven en centros de tratamiento, condición que los inhabilitaba
moralmente para su “reinsersión” o normalización. En otras palabras, el abordaje
disciplinar había mermado el potencial productivo del conjunto de la juventud encerrada
en cárceles y centros de rehabilitación; este contexto general demandó la
descentralización del abordaje en relación al modelo médico-jurídico.

En cuanto a esto, la Resolución de Frankfurt de Ciudades Europeas Sobre Política de


Drogas (1990) declaraba que:

El intento de eliminar tanto el suministro como el consumo de drogas


en nuestra sociedad ha fracasado (…) la demanda de drogas continúa
al día de hoy, a pesar de todos los esfuerzos educativos, y todo indica
que tendremos que seguir conviviendo con la existencia de drogas y
consumidores de drogas en el futuro (...) las ofertas de ayuda no deben

55
estar subordinadas a una total abstinencia de drogas. La ayuda no debe
estar únicamente encaminada a una total ruptura con las dependencias,
sino también a permitir una vida digna con drogas (García, 2007 p.1)

Esta modificación en el énfasis del abordaje pone en vigencia ese viejo corpus
disciplinar reajustándolo al devenir del fenómeno: la constitución de las drogas como el
negocio más próspero de los últimos tiempos. Una situación así definida durante la
época postindustrial, demandó una política que considerase al usuario de drogas como
otro agente consumidor válido y lo asegurara en términos de salud, esta estrategia se
planteó como paliativo de los efectos excluyentes de las agendas prohibicionistas, en
aras de una integración de esta población como mercado cautivo.

Esta postura alineada con el pensamiento neoliberal contemporáneo, persigue la


protección del mercado y del consumidor bajo estrategias de prevención y cuidado de la
salud que disminuyan las consecuencias negativas de las dinámicas de consumo. Este
conjunto de estrategias funcionan bajo la lógica del incremento de las posibilidades del
consumidor como vía para generar una mayor sostenibilidad del consumo. Una
prolongación de la carrera del consumidor, implica en este sentido, una multiplicación
de los beneficios económicos del negocio. García (2007) así refiere estos cambios en el
abordaje:

Representan los actos de cirugía estética y cosmética de los poderes


institucionales, pues no se actúa sobre los lugares denunciados para no
alterar las condiciones de poder y mercado que benefician a quienes
controlan dichos procesos. La ironía a la que me refiero es la
inmovilidad real de las autoridades y la emergencia de acciones que se
convierten en representaciones edulcoradas, frente a los problemas
realmente existentes (p.7).

Bajo este propósito el modelo prevencionista ha definido como su objetivo


“mejorar las resistencias de las personas ante condiciones amenazantes para su salud,
disminuir la virulencia del agente patógeno y modificar el contexto ambiental, creando
barreras entre los factores de riesgo y la población” (Romani, 2008, p. 303). En
congruencia, los programas que se han encuadrado desde esta perspectiva se refieren
como “conjunto de estrategias, tanto individuales como colectivas, que se desarrollan en

56
el ámbito social, sanitario y terapéutico encaminadas a minimizar los efectos negativos
relacionados con el consumo de drogas” (Ob. Cit. 2008, p.305).

Estos programas convergen en unas estrategias de seguridad organizadas a modo


de dispositivos bajo ciertos supuestos en torno al fenómeno, los cuales discutiremos a
continuación a partir del desarrollo de Romaní (2008) sobre este modelo de abordaje que
han dado en llamar Reducción de Daños y Riesgos:

 Se redefine a la juventud como población inevitablemente atraída hacia la


experimentación con drogas pese a la prohibición; los adultos, en cambio, son
situados como sujetos normalizados y por ende, asociados a un consumo de drogas
aceptadas. Con esta premisa se explica el consumo de los jóvenes como una
contraidentificación con el adulto; la prohibición hace atractivas a las drogas
restringidas, no como cuestión de rebeldía sino como algo propio de la juventud que
intenta diferenciarse. Vemos que con un viraje discursivo el consumo de drogas
adquiere un carácter reificado frente a la sociedad.

 La voluntad de saber se reorganiza en torno a la necesidad de integrar, en una


estrategia más compleja y eficaz, el conocimiento proporcionado por la ciencia, la
familia y los datos de morbilidad aportados por los usuarios.

 La gestión del riesgo desde la perspectiva RDR se concibe a partir de la puesta en


circulación de discursos pseudocientíficos y pseudocotidianos estructurados a modo
de información que se supone imparcial y que manifiesta “por igual” tanto los
efectos deseados como no deseados de las sustancias.

La Resolución de Frankfurt es acogida en 1998 en la “Declaración de Ciudades


Europeas por una Política sobre Drogas”, oportunidad en la que se define como énfasis
del abordaje la reducción y paralela prevención de los “daños” asociados al consumo de
drogas bajo el argumento de construir un enfoque pragmático y “no ideológico” (García,
2007), que gestione los riesgos asociados pero que no cuestiona las verdades enunciadas
y reproducidas por las viejas instituciones jurídicas y científicas. Esta configuración

57
particular asumida por el prevencionismo se ha denominado “Enfoque de Reducción de
Daños y Riesgos” (RDR).

Dicho repertorio se articuló en programas variados: intercambio de jeringuillas,


dispensación clínica de metadona u otras drogas -inclusive la misma heroína-,
instalación de centros de encuentro y acogida de “baja exigencia” donde los
consumidores pueden acudir a diversos servicios, entre ellos los de comer, lavarse;
creación de asociaciones de usuarios, comités de apoyo de familiares, programa de
testado de sustancias en las fiestas, programas de información-educación-comunicación
sobre las características de ciertas drogas y sus condiciones de uso (Romaní, 2008);
entre otras intervenciones dirigidas a medios de “ocio juvenil”, dado que se considera el
ocio como “un segmento cada vez más importante de la normalidad en la vida cotidiana
de los jóvenes sean usuarios o no de drogas” (Ob. cit. 2007, p.317). Las estrategias
mencionadas se han accionado a lo largo de Europa, Australia y algunos países de
América y Latinoamérica: México, Argentina y Brasil, a pesar de las restricciones que
Estados Unidos ha impuesto a la región en materia de políticas de drogas.

Según Romaní (2008) las políticas de RDR suponen “mecanismos informales de


control muy ligados a la cultura del grupo; requieren también la capacidad de estos
grupos de asumir un cierto nivel de autocontrol y al mismo tiempo implica alguna
normatividad del grupo sobre el individuo y su relación con los consumos” (p. 304).
Esta apuesta por el control interno al grupo de consumo y el autocontrol para la gestión
del “problema” indica un cambio en las tecnologías de poder a partir de una
reconfiguración de la situación del sujeto, respecto a la categoría filosófica principal de
esta época moderna, la de autonomía; se devuelve al consumidor de sustancias
prohibidas -trasgresor- su capacidad de decisión y con ella su libertad y ciudadanía.

La puesta en marcha de cada programa así concebido varía en el grado de


autoritarismo de sus acciones. Generalmente, esta perspectiva pretende resituar al
consumidor como participante activo, tanto en el proceso preventivo como en la gestión
de los daños; sin embargo, su participación se reduce, la mayoría de las veces, al
suministro de datos útiles sobre la práctica, que serán considerados para el diseño de
estas intervenciones. Así mismo, la libertad aludida se restringe a la potestad del usuario
58
de drogas para decidir la regulación del propio consumo y la sustitución de la droga a
consumir, quedando de este modo, bajo su estricta responsabilidad el aprovechamiento
de estas medidas que el paradigma de la seguridad dispone para su salud.

En otras palabras, el modelo RDR significa una renovación estratégica de la


noción de consumidor sin una ruptura con la figura del “enfermo”, condición que desde
esta perspectiva constituye un ejercicio individual de libertad y por ende, su palabra se
convierte en un dato-síntoma valioso para su intervención. La naturalidad que se
atribuye al fenómeno parte de asumir la “libertad humana” como carácter supuesto en
cada una de las manifestaciones sociales e individuales, problemáticas o no.

Con el propósito de comprender la forma atenuada de este giro discursivo en


política de drogas, conviene recordar la superficie de emergencia de la postura de RDR:
un discurso sanitarista de la salud pública fundado sobre una estrategia prohibicionista
del poder aún en vigencia para esta etapa del capitalismo, tal como nos indica García
(2007):

La RDR no nace como una estrategia centrada en las sustancias y no cuenta


con una postura ética respecto de la libertad y el derecho a consumir, y
tampoco surge como un criterio desestigmatizante respecto de los usuarios y
de la gama de sustancias psicoactivas. De ahí que el ideal surgido en los años
ochenta, como el giro epistemológico y ético respecto del consumo de
sustancias, se haya convertido en la nueva estafeta de poder y control social
para quienes no abandonan la seducción y los placeres de las actitudes
mesiánicas y las actitudes reverenciales al capitalismo de ficción (p.3).

El enfoque RDR sustituye la fuerza del autoritarismo prohibicionista en sus


estrategias para transformar su gestión en un ejercicio de intervención discursiva.
Propone una relación dialógica ciencia-enfermo que permita enquistarle entre ser y
hacer el repertorio del riesgo, al tiempo que erige el derecho a consumir como valor
esencial, guiando así la participación social del “enfermo” que se mantiene de un modo
más rentable y sustentable para el orden social. García (2007) señala al respecto:

El tránsito discursivo de la prohibición a la reducción de daños no ha dejado


de perseguir y fortalecer el control y la dominación sobre las sustancias y sus
consumidores en la era del capitalismo avanzado. Los responsables de
realizar acciones para lograr la abstinencia o la minimización de daños, entre
consumidores, se encuentran ante la paradoja de fortalecer una retórica de

59
engaños y falsas promesas de un mundo libre de drogas inexistente, a
cambio de una mejor posición en el mercado de los bienes materiales y
simbólicos. Prohibicionismo y reducción de daños son caras de la misma
moneda; gestión económica y política de lo social mediante procedimientos
que diferencian lo legal de lo ilegal, y donde los ilegalismos no son
accidentes o imperfecciones del funcionamiento legal, sino elementos
absolutamente positivos de funcionamiento social cuyo papel está previsto
en la estrategia general de la sociedad (p. 1).

Las discursividades en torno a las drogas y su reanclaje con el universo de los


daños nos plantea la íntima necesidad del capitalismo por reestructurar sus estrategias de
sujeción a las agendas de poder; lo cual es evidente desde la cuestión más elemental: el
significado del mismo término “daño”. Al definir aquello que constituye “daño”, cuáles
“daños” se deben reducir y en qué orden, se provocan efectos políticos, morales,
económicos y sociales.

El desplazamiento de las políticas de drogas hacia este ámbito de la prevención


produce la reforma de los dispositivos disciplinares y la sumisión del cuerpo legal bajo
un orden del poder centrado en el binomio riesgo-seguridad. En este sentido, el
planteamiento político/social de reducción de daños reproduce el carácter dicotomizante
de las políticas prohibicionistas, haciendo énfasis en aquello “bueno” o “malo”, no en
términos puristas como en los primeros enfoques del fenómeno, sino en términos de la
dualidad dañino-preventivo. Así mismo, tanto la condición ética de vinculación con las
sustancias como la negociación de las riendas del poder resultan cuestiones impensables
que siguen sin debatirse o al menos anunciarse.

En suma, la prohibición de las drogas devino en una eclosión discursiva, en una


redefinición de los enunciantes y los contenidos, en una transformación de las prácticas
y los discursos de consumo, así como, en una rentabilización política y económica del
fenómeno, que se expresa en contradicciones dignas de análisis.

Para esta investigación nos proponemos indagar acerca de los discursos en torno
al consumo de drogas desde la perspectiva de los usuarios, preguntándonos sobre las
vinculaciones entre estas formaciones discursivas y la multiplicidad discursiva de los
dispositivos del poder y la ciencia a partir de la prohibición; guiándonos por las
siguientes interrogantes ¿Cómo los usuarios de drogas hallan lugar y funcionamiento

60
bajo este régimen de los discursos?, ¿cómo se elaboran los consumidores a sí mismos?,
¿cómo significan las drogas ante la contradicción entre la prohibición y la idea de
libertad?

Puntualizando, esta investigación se plantea como objetivo general:

 Estudiar los discursos cotidianos en torno al consumo de drogas ilícitas y su


relación con las formaciones discursivas normativas según el discurso de un
grupo de consumidores y consumidoras.

A partir de la revisión socio-histórica de los mecanismos que agencian la


prohibición como dispositivo, hemos identificado tres líneas discursivas que mantienen
en vigencia el universo sobre el consumo de drogas que se sostiene gracias a la acción
del mismo –el dispositivo-. La primera, se relaciona con el discurso moralizante que
asume una vinculación entre consumo de drogas y criminalidad fundada en la corriente
enunciativa de la desviación; la segunda, se formula a partir de la preocupación social
por la salud, la productividad y el aprovechamiento de la libertad de la población en
relación al consumo de drogas, que constituye el paradigma de riesgo; y finalmente, la
tercera línea, se vincula al consumo y los estándares del mercado que plantean una
ideales sociales profundamente contradictorios con la realidad y colocan a los sujetos
ante un dilema permanente entre seguridad y libertad de consumo.

Para explorar el problema general nos propusimos hacerlo a partir de estas tres
líneas discursivas identificadas con los siguientes objetivos específicos:

 Analizar los repertorios discursivos de consumo de drogas a través de los cuales


los consumidores refieren un proceso de desviación

 Caracterizar los discursos de los consumidores y consumidoras de drogas que


sitúan a la práctica de consumo como una actividad de riesgo

 Identificar los espacios, momentos y actores que se configuran a partir de la


práctica de consumo de drogas ilícitas a partir del discurso de un grupo de
consumidores y consumidoras.

61
IV. LA CONFORMACIÓN DE LOS SUJETOS

La Juventud como Población de Riesgo

Ya hemos hablado sobre el reordenamiento de los mecanismos de poder que se


produce a partir del siglo XVIII, en torno a la naciente idea de seguridad; de ello resultó
un conjunto de procedimientos cuyo propósito sería gestionar la subjetividad humana
asegurando la vigencia del Orden capitalista (Foucault, 2004). La articulación,
actualización e instalación de estos procedimientos en dispositivos de poder han
sucedido en relación con las transformaciones sociales y económicas que va sufriendo el
modelo.

El binomio riesgo-seguridad se expresa como la estrategia privilegiada de poder


para la gestión de la sociedad. Como hemos explicado, el modelo general de la
seguridad se fundamenta en la administración de la población, caracterizada como
contingencia de fenómenos definidos en términos probabilísticos, a partir de los cuales
se establecen los rangos de aceptabilidad del fenómeno y se calculan los costos
económicos y sociales que implica en relación al mantenimiento del modelo, del mismo
modo, se plantean las acciones necesarias para la gestión de éste (Foucault, 2004).

(…) basta con ver la masa legislativa, las obligaciones disciplinarias


incorporadas por los mecanismos modernos de seguridad, para advertir que
no hay sucesión: ley, luego disciplina, luego seguridad; esta última es, antes
bien, una manera de sumar, de hacer funcionar, además de los mecanismos
de seguridad propiamente dichos, las viejas estructuras de la ley y la
disciplina (Foucault, 2006, p. 26)

El modelo de la seguridad se articula en riesgos, peligros y amenazas que operan


sobre la población produciendo en la malla social una tensión que mantiene a los
individuos sometidos a la promesa de la protección, en una maniobra del poder que ya
no focaliza sus fuerzas hacia el cuerpo del individuo -vinculado a una actividad
culpable- sino hacia la gestión de eventos probables.

En la medida en que el capitalismo y las estrategias neoliberales van mutando, a


la luz de las dinámicas del mercado y la economía en su conjunto, se producen nuevas
formas de gestión del riesgo y se definen nuevos riesgos que permiten administrar otros

62
ámbitos de la vida social, otras esferas de producción simbólica. En el proceso de
desplazamiento de la figura del Estado a manos del poderío del mercado y la
exponencial acumulación de capitales de la sociedad, se fundan las condiciones de un
mundo precario marcado por la desigualdad social. La certeza sobre la seguridad social
prometida por el Estado benefactor se pierde, al tiempo que se produce una
fragmentación de las instituciones tradicionales (familia-escuela-trabajo).

El Estado se encuentra incapaz de administrar los grandes grupos marginados, se


evidencia una masificación de la figura del excluido que la explosión demográfica y el
desempleo estructural contribuyeron a evidenciar. Ante esta incompetencia del Estado se
abre espacio para la intervención del mercado, que convierte estos grupos en
poblaciones o target específicos a quienes dirigir su producción, bajo la promesa de la
inclusión a través del consumo (Beck 1998: 2000 p.132 c.p. Iñaqui 2005).

A partir de ahí, se definen poblaciones en riesgo, ya no individuos trasgresores,


que bajo la tutela del mercado pasan a ser administrados desde la estrategia renovada de
la seguridad; misma que apunta al fortalecimiento de la conducta preventiva de éstos
siguiendo la premisa de la reducción de oportunidades para la aparición del delito. Se
constituye la aparición de un Orden social que limita la aparición de cualquier conducta
desviada; la noción de riesgo se transforma en una estrategia de gobierno eficiente, que
gestiona desde los mismos sujetos (Foucault, 2003; O‟Malley, 2000).

Nuestro objetivo en las líneas siguientes será entrever la noción de riesgo en


cuanto estrategia implementada para fundar al individuo de modo tal, que pueda ser
administrado desde una categoría poblacional; de esta forma, nuestro interés se focaliza
en el cómo opera la categoría “juventud” en tanto foco del discurso del riesgo,
considerando las asociaciones estadísticas de este grupo etario con la desviación; la
gestión del riesgo apunta a regular los costos que estas poblaciones desviadas implican
para el orden social.

El enfoque de riesgo define ciertas poblaciones vulnerables a partir de la


dicotomización de las acciones sociales en riesgosas y seguras; del mismo modo, que
clasifica cada rango etario según sus riesgos asociados (Kripendorf, 2007). Esta

63
distribución poblacional resulta en una recategorización que permite diseñar dispositivos
de subjetivación cada vez más específicos para cada grupo. El mercado domina estos
espacios de constitución de la experiencia y dispone gran parte de su producción hacia
éstos.

De este modo, la “juventud” se define como un grupo poblacional a partir de


cierta clasificación etaria, a la que se vincula un repertorio discursivo que los define
como sujetos subjetivamente irracionales, desregulados. Al constituir a la juventud de
tal modo es posible operar sobre ella para que en dicha categoría confluyan las políticas
de prevención y seguridad.

El objetivo de estas medidas administrativas -a través de controles actuariales- es


la regulación y el manejo de estos grupos de alto riesgo, apuntando hacia la
neutralización de momentos, lugares e individuos asociados a una mayor probabilidad
de trasgresión, con lo que se evitaría la comisión del delito (Shearing y Stenning, 1980
c.p Pojomovsky 2008). El régimen de la seguridad, también pretende restar fuerza
política a esta población, definiéndolos como grupos poblacionales sin ningún tipo de
autoridad o razón social.

La raza, la edad, el grupo etario, el género, la nacionalidad, se convierten en


categorías sociales a partir de las cuales se pretende predecir el comportamiento riesgoso
(O‟Malley, 2000 c.p. Iñaqui, 2005). El establecimiento de estos perfiles permiten una
aplicación de los mecanismos de vigilancia y control sobre los sujetos, no por la
comisión de algún delito concreto, sino por los signos “presuntos” o propensos de
desorden o desviación, que van a construir la base para la actuación de los mecanismos
de seguridad actuales y como un puente que se establece entre el ejercicio y el
mantenimiento de las asimetrías de una sociedad globalizada.

El lugar común de la juventud vincula a esta población a una etapa de transición


“tortuosa” entre la niñez y la adultez. Se define como un periodo de rebeldía, de
conflictos consigo mismo y con las instituciones (la familia, los padres, la escuela); de
inestabilidad emocional que debe ser superada, en síntesis, la juventud es la “gran crisis”
de la vida (Krauskopf, 2007). Desde esta perspectiva se definen los riesgos acordes a la

64
categoría; entre los más comunes tenemos la deserción escolar, el embarazo adolescente,
la delincuencia, el suicidio, la violencia, el abuso de drogas, los accidentes de tránsito;
del mismo modo que se dictan las correspondientes medidas de seguridad, cada vez más
especializadas para cada ámbito de la vida social.

Se enlistan una serie de prácticas riesgosas que funcionan en la dinámicas


sociales a manera de profecía auto-cumplida; al tiempo que las instituciones declaran el
potencial destructivo de éstas; el sentido común se halla sumergido en un entramado de
prácticas sociales-culturales que validan este tipo de acciones contrarias a las
disposiciones legales. Los jóvenes y las poblaciones desviadas, en general, hallan en
estas prácticas culpables una forma de inclusión; así como, la satisfacción de
necesidades por vías alternativas al sistema oficial que los excluye. Bourgois (2009)
menciona, el “abuso” de sustancias en los barrios “(…) es meramente un síntoma de las
más profundas dinámicas de alienación y marginación social”.

La cultura de estos grupos poblacionales materializa las dinámicas de exclusión


que efectúa el poder; la realidad social de estas poblaciones “propensas” a la desviación
constituye una expresión de la distribución desigual del poder y de los repertorios sobre
la seguridad articulados en torno a éstas. Estas subculturas constituidas son absorbidas
por el mercado, que bajo un diseño de perfiles o targets, define necesidades sobre estas
categorías de población, a las que ofrece una satisfacción siempre parcial e incompleta a
través de toda una serie de productos.

Lo que termina haciendo el sistema es utilizar la cultura de este grupo marginal


para asignarle un conjunto de satisfacciones sustitutivas mediante las cuales el
marginado es alienado por la cultura oficial, convirtiendo su diferencia en un factor
rentable a los fines del mercado. En resumen, la subcultura de la disidencia es
transformada en subcultura de consumo (Britto, 1990).

65
De los Mecanismos del Discurso a los Discursos como Mecanismos de Exclusión

El culto capitalista no está dirigido a la redención ni a la expiación de


una culpa, sino a la culpa misma. El capitalismo es quizás el único
caso de un culto no expiatorio, sino culpabilizante… Una monstruosa
conciencia culpable que no conoce redención se transforma en culto,
no para expiar en él su culpa, sino para volverla universal… y para
capturar finalmente al propio Dios en la culpa… Dios no ha muerto,
sino que ha sido incorporado en el destino del hombre (Agamben,
2005 p.5).

Hasta ahora hemos hecho un recuento de las discursividades articuladas a partir


de la prohibición a razón de determinados contextos histórico-políticos y en respuesta a
cierta agenda de poder. Vale aclarar que el carácter histórico de esta emergencia
discursiva no significa progresión por sustitución de los discursos en cada época, sí en
cambio una multiplicación y acumulación discursiva que deviene en la complejización
de la realidad y de los dispositivos de saber-poder que la intervienen.

Por otro lado, todos los sujetos nos constituimos en términos de identidad, de
discursos y prácticas, a partir de ciertas relaciones de poder en las que emerge lo real.
En otras palabras, a partir de los procedimientos de exclusión que ejecuta la prohibición,
como dispositivo de producción discursiva, y la instrumentalización de estos discursos
en ciertas estrategias de aproximación al “fenómeno”, han conformado cierto sentido
común ante las drogas. Foucault (2005) dice:

En toda sociedad la producción del discurso está a la vez controlada,


seleccionada y redistribuida por cierto número de procedimientos que tienen por
función conjurar sus poderes y peligros, dominar el acontecimiento aleatorio y
esquivar su pesada y temible materialidad (p. 15).

Desde esta perspectiva, abordaremos las dinámicas de constitución de los


consumidores, haciendo uso de la noción de desviación social que emplean Matza
(1981) y Becker (2009, 1971), ésta permite interpretar el fenómeno a los fines de
objetivar las ligaduras entre la configuración del consumo de drogas, la corporización de
la adicción y el repertorio de actividades desviadas, decibles e indecibles, que se
configuran con el establecimiento de lo prohibido como mecanismo de exclusión.

Resulta de gran interés vislumbrar este proceso de desviación si consideramos


sus costos en términos humanos; el sacrificio de grandes grupos sociales vulnerables,

66
anónimas víctimas de la violencia estructural, dotación del sistema carcelario, criminales
efectivos o imaginarios, desplazados de los mercados laborales y de vivienda,
estereotipos despreciados étnica y racialmente, bajo la consigna de “un mundo libre de
drogas” (Pavarini, 2003). Desde esta perspectiva, los discursos que inventan la
desviación constituyen el verdadero “problema de las drogas”.

La función del dispositivo prohibitivo en cuanto a la administración de la carrera


desviada11 y la vinculación entre saber y poder, poder y placer, apunta a la
transformación moral de la actividad. Agamben (2005) nos habla de la invención de una
idea de culpa y sus consecuentes procedimientos de culpabilización que legitiman la
instalación de aparatos de seguridad en cada lugar entre nosotros, donde pueda aparecer
la desviación. Esta moralización de la actividad, como función estratégica del poder,
permite hablar de la práctica desviada como un asunto individual de aprovechamiento
depravado de las libertades concedidas, que compete al Estado y la porción normal de la
sociedad en su regulación; y no al contrario, un asunto de sociedad que compete al
individuo en su libre quehacer.

A través de estos procedimientos se obvia en el discurso la maquinaria de poder


accionada desde el extremo superior de la distribución jerárquica, la cual ordena y sujeta
a las personas en una disposición política y económica ventajosa para esta élite, sobre la
cual recae el beneficio bruto de esta distribución del poder.

La población administrada, sea desviada o adaptada, costea este régimen a un


precio variable según su ubicación social y su disposición a colaborar. Los más
dispuestos son referidos por Matza (1981) como los bienpensantes, por su adecuación,
real o ficcionada, a los cánones discursivos de la prohibición que cotidianamente
agencian. Los bienpensantes son los “vehículos divinos” del dispositivo, los cuerpos
prestados de la seguridad omnipresente, los ojos ofrecidos al servicio de los
procedimientos de vigilancia y culpabilización, los instrumentos de verificación y
validación de la voluntad científica.

11
Así denomina Becker (2009) al proceso de desviarse en la persona.

67
Los repertorios específicos del dispositivo no se configuran a través de
estrategias ideológicas arduamente estructuradas, y mucho menos cautelosas; sin
embargo, la forma enunciada de la realidad la exime del deseo y la libera del poder, se
desincorpora la voluntad que las mueve; esta despolitización, a su vez, justifica la
prohibición; por ejemplo, en Venezuela podemos citar un discurso del presidente Carlos
Andrés Pérez en 1991, que ilustra esta cuestión:

Hay que declararle la guerra mundial al narcotráfico. Esto no es un eufemismo


ni una manera de enfatizar el planteamiento (…) Cuando hablamos de declarar
la guerra queremos decir exactamente esto (…) El Estado debe disponer de
todos sus recursos para librar esta guerra (…) Cometeríamos, sin embargo, una
gran equivocación si creemos que esta es una guerra solo del Estado o del
gobierno (…) Es necesario que la sociedad venezolana se organice para
combatir esta guerra (…) Es una batalla total por la dignidad y la salvación de la
nación venezolana (…) Tenemos que asegurar que el país sepa y también los
criminales (…) que esta guerra es de verdad y que yo soy el jefe de esta guerra
que el país libra para salvar a Venezuela (Cárlos Andrés Pérez, 1991 c.p. Del
Olmo, 2005).

Al pronunciar esta orden de exclusión -que adquirió forma de doctrina- el


discurso inicia un movimiento propio de regulación a nivel de los acontecimientos y de
la cotidianidad. Se trata de una forma de dominación interna que activa cierto
ordenamiento de los discursos, a modo de principios naturales de clasificación, de
exclusión y rechazo entre las poblaciones (Foucault, 2005).

La doctrina vincula a los individuos a ciertos tipos de enunciación y como


consecuencia les prohíbe cualquier otro; pero se sirve, en reciprocidad, de ciertos
tipos de enunciación para vincular a los individuos entre ellos, y diferenciarlos
por ello mismo de los otros restantes. La doctrina efectúa una doble sumisión: la
de los sujetos que hablan a los discursos, y la de los discursos al grupo, cuando
menos virtual, de los individuos que hablan (Foucault, 2005 p.44).

Podemos evidenciar en el cuerpo a cuerpo de los vivientes estos procesos de


escisión de la realidad sobre la base de las múltiples prohibiciones que se accionan en la
cotidianidad. Por ejemplo, cuando una persona habla de modo opuesto a la doctrina de
la droga en un contexto en el que se espera normalidad, se produce un cuestionamiento
inmediato que le clasifica de acuerdo a cierta clase de sujeto, en el lugar de la
desviación.

68
En este sentido, la noción de “desviación” se define como un proceso mediante el
que las personas se vinculan a ciertas actividades y discursos culpables, y del cual
resultan desviados. La amenaza constante de desviación acciona en los bienpensantes,
concreta o imaginariamente, la agudeza de su mirada vigilante guiada por el repertorio
de argumentos moralizantes. Por ende, tanto la exclusión como la desviación resultan
casi inevitables para quienes exploren alternativas distintas a la norma.

Un desviado se constituye, cuando la sumisión a un discurso le lleva a


vivenciarse social y personalmente como un tipo especial de persona que debe
instrumentalizar sus silencios y aislamientos a manera de negociación con la adaptación
prescrita (Foucault, 2005; Matza, 1981). Lagarde (1990) explica así este proceso:

Las dificultades para vivir en el marco de contradicciones no enunciadas, surge


también de la interpretación del mundo que asegura que la impotencia al
cumplimiento de los ideales es responsabilidad del individuo frente a una
sociedad que hipotéticamente le da opciones. Los sujetos enfrentan crisis
desestructuradoras también cuando por su voluntad o sin ella indagan opciones
diferentes a la norma, o cuando sobresalen en su particular modo de vivir, el
lado negativo de su existencia (p. 677).

Así pues, aún cuando la culpa que pesa sobre su hacer no impresione de modo
automático en el consumidor de drogas, éste debe configurar su consumo en torno a
ciertas estrategias de evitación de las consecuencias sociales. Siendo esto lo más
definitivo en el proceso de desviación. Los actores, ante la persecución de la autoridad y
la mirada de los más conservadores, acaban conduciéndose como si su afiliación
inocente a una actividad “culpable” fuese algo insostenible. Aunque no encuentren nada
culpable en su actividad los sujetos experimentan subjetivamente las contradicciones y
el rechazo al que se exponen ante los otros (Matza, 1981).

Ahora bien, ¿cómo una persona previamente ajustada a la norma se afilia con
actividades desviadas? La respuesta se halla ahí, en el curso mismo de la cotidianidad,
donde todo sujeto de la cultura occidental ha de ser partícipe del proceso cimentador de
la dicotomía prohibido-permitido y aprende a hablar en los términos de ésta. Las
experiencias sociales con lo que se puede hacer y lo que no se puede hacer forman parte
del proceso ineludible de regulación disciplinar de la vida social. Paralelamente, toda
aproximación con la conducta prohibida conlleva un entendimiento de la situación, a

69
partir de ciertos rituales discursivos con los que entra en contacto el sujeto y desde los
cuales, emerge el arsenal de sentidos y significados vinculados a la práctica. Se genera
así cierta disposición hacia ésta; sin embargo, un sentido de apertura o clausura
derivado de este encuentro con la desviación, no nos permite predecir con certeza la
comisión de una acto desviado (Becker, 2009).

Una disposición clausurada hacia la desviación encuentra auxilio en argumentos


y evidencias correspondientes a los discursos moralistas e institucionales, que agencian
mecanismos de evitación y supresión de la tentación (correspondiente al discurso de la
prevención) (Matza, 1981). He aquí otra de las funciones de la prohibición, mantener a
los bienpensantes alejados de la actividad desviada; sin embargo, como dice Becker
(2009) “es mucho más probable que la mayoría de las personas experimenten impulsos
hacia la desviación con frecuencia. Al menos en la fantasía, la gente es mucho mas
desviada de lo que parece ser” (p. 58).

Contrariamente, referirnos al estado de disposición del sujeto hacia la desviación,


no significa asumir la existencia de la libre voluntad; en realidad, todo lo contrario, la
lógica de “las verdades” enunciadas, así como, las agencias humanas en la propia
situación y cierto sentido histórico son el fundamento del contenido de la voluntad. En
palabras de Matza (1981):

La voluntad es la previsión consciente de una intención específica, susceptible


de ser llevada a cabo. Pero poner a la voluntad en su sitio no es encarcelarla.
La voluntad no necesita ser incondicionada, abstracta o libre, como tampoco la
conducta ha de ser determinada, predeterminada o predecible (p.144).

Desde este punto de vista, el principio concreto de la “carrera de la desviación”


se halla en la comisión de un acto contrario a la disposición legal (Becker, 2009), de
modo alguno podemos situarlo en un momento anterior al hecho de la transgresión en
predeterminaciones naturales o circunstanciales. A este respecto, asumir la constitución
de la desviación a partir de una acción social, tampoco se puede confundir con algunas
posturas de la sociología empeñadas en asociar factores sociales -como la pobreza- con
la delincuencia, lo que sería participar de los mecanismos de clasificación y exclusión,
de los que ya hemos hablado; por lo tanto, el inicio de una actividad desviada es

70
inseparable del carácter interpretativo del ser social y de la intención que guía cada
acción; sin embargo, tal como afirma Becker (2009) “es meramente una conciencia y
una intencionalidad que no se cuidan de anunciarse o de hacerse explícitas porque están
demasiado absortas en lo que hacen” (p. 60).

En consecuencia, las motivaciones desviadas se desarrollan en el curso de la


experiencia con la actividad desviada y en el encuentro con los Otros significativos, en
la vinculación con los contextos y contenidos de la desviación, así como, en la
confrontación con los bienpensantes, inclusive en los casos en los que la práctica se
produce de modo privado y secreto, como ya sabemos, la experiencia discursiva no se
produce únicamente en el encuentro cara-cara (Becker, 2009). En el momento en el que
el sujeto trasgresor/a puede reconsiderar su sentido de la práctica, a la luz de un
repertorio al que sólo tiene acceso en el curso de la experiencia con la desviación,
alcanza una comprensión renovada del sentimiento inicial de apertura a partir de una
multiplicación del sentido. Del mismo modo, la identidad del sujeto está sometida a
constante reconsideración en el curso mismo de la práctica (Matza, 1981).

Cuando el sujeto es descubierto cometiendo un acto desviado, los bienpensantes


accionan todo un sistema de aniquilación moral de éste, que apunta a la reubicación de
la persona en un lugar distante y opuesto a la normalidad, donde se encuentran la clase
de seres que no quieren o pueden actuar como seres humanos morales y que, por lo
tanto, pueden llegar a romper todas las reglas importantes. “Tratar una persona como si
fuera una desviada es una forma general y no especifica tiene el efecto de una profecía
autoconfirmatoria” (Becker, 2009 p. 45). En otras palabras, la instrumentalización de la
prohibición que se pone en práctica ante el sujeto que comete una falta legal conspira
para conformar a éste a imagen y semejanza de los estereotipos sociales y prejuicios
morales.

Al hacer culpable la actividad, la prohibición endemonia al sujeto y a la práctica,


el mal contenido en la droga se transfiere automáticamente a quien la introduce en su
cuerpo, propiciando con esto las condiciones sociales y morales de una sucesiva
desafiliación de lo convencional, que en la misma medida conlleva a una afiliación con

71
la desviación. Este compromiso ulterior con la desviación no es inevitable, “las
profecías no siempre se confirman a sí mismas; los mecanismos no siempre funcionan”
(Becker, 2009 p.87); no obstante, endemoniando al sujeto se “prepara para la
aprehensión significativa, el elemento más poderoso de la significación” (Matza, 1981
p.191), es decir, se somete a una posición tal que si mantiene la actividad culpable se
aproximará cada vez más a nuevas actividades criminales y será cada vez más
identificable a través de los estereotipos de la desviación.

La práctica culpable de consumir drogas ha debido desplazarse a un contexto de


redes sociales vinculadas a lo ilegal que posibilitan las condiciones de su aparición. En
este contexto el iniciado generará una serie de alianzas significativas con personas, que
con toda posibilidad, estarán más avanzadas en la carrera de la desviación (Matza,
1981); por ejemplo, los vendedores y distribuidores de drogas, los consumidores,
cómplices y compañeros de desviación. Situación favorecida además, por la expulsión
del sujeto de contextos normativos como el hogar, la escuela y su “respetable” empleo,
con lo que se ve forzado a desplazarse a contextos más tolerantes vinculados a
actividades ilegítimas como la estafa, el robo o la venta de drogas.

De esta misma manera, como trasgresor, el ejercicio de ciertos derechos


ciudadanos le son restringidos, entrando en una dinámica de contradicciones con otras
disposiciones normativas, que a priori no se encuentran relacionadas, pero que luego
podría incumplir; por ejemplo, la tutela de los hijos.

El dispositivo coloca a la desviación en el centro mismo de la experiencia con


drogas. La vivencia interna de aproximación sucesiva a la desviación demanda al
iniciado estrategias de ocultamiento público de su vinculación con ésta, como medida de
adaptación ficticia a la norma; estas maniobras adaptativas son las que discute Becker
(2009) en cuanto al caso del fumador de marihuana, actividad iniciática por excelencia
en la carrera de la desviación, “una vez que el neófito ha ido más allá de un tropiezo
ocasional y se ha convertido en un fumador regular, ha de ocuparse de su apariencia en
público cuando está bajo la influencia de la marihuana” (Becker, 2009 p.62).

72
La maniobra que por excelencia desarrolla el neófito y mantiene durante toda la
carrera desviada es el secreto; acalla la práctica y limita su consumo a los ámbitos
permisivos o aislados, en una medida proporcional a la experiencia subjetiva de temor a
ser descubierto por los otros. Se mantendrá silente, discreto en los espacios
convencionales, aunque no esté bajo los efectos de la sustancia; del mismo modo,
vigilará su comportamiento, sus gestos, asegurándose parecer natural y confundirse entre
los bienpensantes, “se encuentra metido en un curioso proyecto de imitación: ser tal y
como piensa que ordinariamente es” (Matza, 1981 p.190). Dicha estrategia se
complejiza o se atiende menos de acuerdo al tipo de droga, la discrecionalidad posible
bajo sus efectos, la tolerancia social hacia la sustancia de preferencia y el nivel de
experticia en el dominio de sus efectos. Algunos descubren excesivos sus temores,
generalmente el secreto resulta fácil de guardar (Ob.cit. 1981).

Que el secreto sea de tal centralidad en el proceso de desviación, da cuenta del


profundo impacto subjetivo de la prohibición y su correspondencia con las dinámicas de
confinamiento del discurso a la clandestinidad. La droga debe pasar silenciosa por los
espacios de la normalidad en las mentes de los endemoniados.

Existe otra maniobra que se relaciona con una forma de racionalización del
consumo. Esto es, la puesta en práctica de estrategias retóricas acerca del propio
comportamiento que persiguen la normalización de éste y la neutralización de las culpas
que pesan sobre éste, es decir, el desviado resuelve, en un sentido favorable, el conflicto
entre su actividad, las normas que acepta al menos parcialmente y sus motivaciones
propias. Elabora una defensa de su desviación frente a las reprobaciones imaginarias y
reales de los bienpensantes, así como “una neutralización de la eficacia del control
social sobre las motivaciones mismas del comportamiento” (Becker, 2009 p. 78).

Un repertorio común de los mecanismos argumentativos de neutralización y


normalización, es aquel que remite a la letalidad de las actividades y vicios permitidos,
como fumar cigarrillo y beber alcohol, en comparación a la marihuana, cuyo perjuicio es
inferior. Luego, el consumo de marihuana se escinde al menos virtualmente de su culpa.
Una extensión de este argumento permite sugerir luego, que los efectos de la marihuana
no son dañinos sino benéficos (Becker, 2009).
73
La comisión de un acto ilegal conlleva además sanciones morales y/o penales.
Entre las segundas tenemos la más absoluta y deshumanizante, la privación de libertad,
que colocará al individuo de cara a la desviación más concreta, sus contextos y
significados; posibilitando e incluso exigiéndole su propia demonización. Estas
sanciones penales contribuyen con los procesos de exclusión de los sistemas
convencionales de empleo y vivienda, que lo perpetúan en sus ocupaciones marginales.
Un indicador de ello es la cifra de personas en prisión por delitos relacionados con
drogas, 28% en hombres siendo el segundo motivo luego de los crímenes contra la
propiedad. En el caso de las mujeres un 77% de la población encarcelada se encuentra
por drogas (Núñez, 2006). Estas cifras nos permiten decir que las drogas son uno de los
principales instrumentos para excluir, discriminar y desviar a cierta población menos
productiva. Dice Becker (2009) la conducta de los malpensantes “es una consecuencia
de la reacción pública a su desviación, más que una consecuencia de las cualidades
inherentes del acto desviado” (p.46).

Hasta que el sujeto se encuentra de cara al Estado y éste lo sanciona con todo
rigor, la relación con el aparato legal se mantenía abstracta y en un nivel simbólico; aun
cuando, la justificación para su castigo concreto se encuentra ahí, unida a la actividad
desviada. Este cuerpo a cuerpo con el Estado es el costo más alto de su afiliación, la
aprehensión directa es la confirmación de su desviación, que ahora aparece en plenitud
ante el público; vivencia la actividad culpable en su máximo significado; experimenta su
propia desviación como centro de su existencia; el etiquetamiento, la estigmatización y
la exclusión finalmente se han concretado. El individuo ahora es un número más de la
cifra de criminalidad que legitima la existencia del Estado y todo su aparataje de
seguridad.

En este sentido, el desviado se ha constituido plenamente, cuando por la fuerza


ha sido sometido al discurso del agente significador que enuncia su “verdad” sobre los
términos de identidad del sujeto, no para los oídos del sujeto desviado, sino para el
conjunto de los bienpensantes, agentes de la seguridad e instituciones disciplinares.

Su sentimiento de estar actuando mal no debe limitarse a la comisión ocasional


de un acto aislado de desviación. El sentido de la desviación ha de extenderse

74
más, permear breves períodos, al menos de su existencia convencional (…) La
designificación refleja la perspectiva intencionalmente limitada del agente
significador. (Matza, 1981 p.185, 196).

Los términos de la desviación se vuelven centrales en la construcción identitaria


del individuo, controlan todos los demás elementos que de ahí en adelante serán
aspectos secundarios y transitorios de ésta. En otras palabras, la característica de
“transgresor” se ha superpuesto a otros aspectos constituyentes de la persona.

La identidad, siempre inconclusa, se encuentra en constante interacción con la


“carrera de la desviación”. La conformación de ésta se produce a partir de la
elaboración de sí como un objeto sobre el cual el sujeto concluye, porque también es el
testigo clave de su desviación. La reincidencia constituye la mejor evidencia sobre las
que realiza pruebas de contraste, que pueden llegar a ser las pruebas cruciales y
definitivas de su anormalidad (Matza, 1981). Por otro lado, la reinserción se presenta en
términos imposibles por los costos, tiempos y esfuerzos que supone.

Desde este punto de vista, el fundamento de toda exclusión agenciada por la


prohibición es la interiorización de un cierto orden discursivo que parte del dispositivo.
Los actores, desplazados a ciertas categorías sociales, vinculados entre sí por las
dinámicas de un discurso convencional del poder, restringidos a la clandestinidad,
reducidos de derechos, son los cómplices de esta pesada y escabrosa, pero invisible,
economía del poder justo cuando se definen como un tipo especial de persona, cuando se
asumen como el Otro, al tiempo que luchan por hallar su lugar al interior de las
dinámicas sociales.

Este discreto discurso que cimienta el mundo de los “endemoniados” busca las
formas de resistirse al etiquetamiento, al tiempo que halla su lugar y funcionamiento en
el lugar de la desviación dentro de la narrativa hegemónica de estos tiempos, que erige el
estandarte del consumo como valor fundamental, y la seguridad, como garantía de todo
orden posible.

75
V. EL PARADIGMA DEL CONSUMO

La Sociedad de Consumo

Hasta ahora hemos desarrollado lo relativo a las transformaciones éticas y


morales que ha experimentado el consumo de drogas a raíz de su prohibición. Sin
embargo, para precisar con mayor agudeza la conformación del discurso propio de la
actividad, se hace necesario desplazar nuestra mirada del ámbito de los discursos en
torno a las drogas al discurso del ámbito del consumo, actividad que se ha erigido, a
diferencia de las drogas, como criterio de normalidad y valor protagonista del mundo
capitalista contemporáneo.

Algunos autores, como Bocock (1995) y Escohotado (1994), reseñan a finales de


siglo XIX una reconformación de la identidad de la burguesía estadounidense a partir de
una ética y estética del consumo. La burguesía local empieza a ser identificada por su
capacidad de consumir de forma ostentosa: ropas, adornos, joyas, elemento distintivo e
inimitable, salvo por quienes tuviesen similares capacidades económicas. En otras
palabras, el patrón de consumo ostentosamente visible se erige como elemento
definitorio de cierta situación económica y estatus social “deseable”, en consecuencia,
la actividad de consumir implicaría desde aquí una promesa de ascensión social.

Sin embargo, el consumo ostentoso de la burguesía no resultaba suficiente para


la sostenibilidad de los niveles de producción, Lafarge (1970) comenta a propósito “esta
ingente cantidad de bocas inútiles no basta, a pesar de su voracidad insaciable, para
consumir todas las mercancías que los obreros producen” (Lafarge, 1970 p.36). De este
modo, multiplicar los esfuerzos productivos ya no era la estrategia más apropiada, se
hacía necesario ejercer un mayor control sobre el mercado que permitiera una expansión
estratégicamente orientada de éste; simultáneamente, se requería situar al consumo en el
centro de las relaciones sociales y agenciar necesidades artificiales correspondientes a
sus productos.

Un primer viraje en este sentido emerge, según Lafarge (1970), de la


materialización de los logros sindicales, aumento salarial y reducción de la jornada que
promovieron los movimientos obreros, desde los cuales los patrones se percatarían del
76
mejoramiento en la productividad del capital humano que implicaban. Así mismo,
mejor salario y más tiempo libre planteaban las condiciones económicas y estructurales
que permitirían la instalación de las prácticas de consumo entre la clase proletaria
(Ob.cit., 1970).

Este contexto, cuya expresión más clara ronda los inicios del siglo XX, se ha
explicado por autores como Harvey (1989) a través del concepto de “fordismo”, en
alusión a la reforma del modelo de producción que inaugura Henry Ford en su empresa,
éste combinó un trabajo altamente especializado y reglamentado, maquinaria
especializada, producción en serie, orientada hacia el consumo uniformado y el
establecimiento de salarios suficientes. El nuevo modelo se extendió como la fórmula
económica que permitiría extender el precepto del consumo entre la clase trabajadora.

El mismo autor (Harvey, 1989) señala que partir de la década de los 70‟s, luego
de la gran crisis energética de 1973, es posible identificar una fase sucesiva en la
modificación del paradigma productivo, se habla de una transición de fordismo a
posfordismo, de modernidad a posmodernidad. En este contexto, la clase industrial
emprendió una cruzada por la facultad de administrar el mercado, que hasta entonces
correspondía a los Estados. Invirtió toda su fuerza económica y poder político en lo que
se planteaba como el único camino posible a estos fines: la infiltración del liberalismo
político y su modelo económico en cada una de las instituciones y mecanismos
políticos, que se proponían penetrar y recomponer estratégicamente en torno a dos ideas
esenciales, 1) el mercado libre y 2) un Estado mínimo:

1) La institucionalización de las normas de libre comercio imprimió un sentido de


apertura y desregulación a los mercados, que despejaba el panorama de
colocación de la producción occidental y gestaba a nivel político tecnologías
más sagaces de intervención sobre otros mercados.

2) Por otra parte, un Estado reducido a su mínima capacidad de intervención sobre


los movimientos de la economía, permitiría la despolitización de ésta y del
mercado, así como su liberación a manos de la burguesía.

77
No obstante, esta receta liberal sólo alcanzará plenitud gracias al desarrollo
tecnológico de la comunicación instantánea que permitió iniciar el proceso de
globalización (Passet, 2001). El término “globalización” expresa “(…) el carácter
indeterminado, ingobernable y autopropulsado de los asuntos mundiales” (Bauman,
1999 p.80) no sólo económicos, sino simbólicos y discursivos. Se presenta el discurso
liberal moderno en su forma más recrudecida –el neoliberalismo- por cuanto, le concede
un carácter hegemónico a sus supuestos y valores básicos en torno al ser humano, la
riqueza, la naturaleza, la historia, el progreso, el conocimiento y la buena vida (Lander,
2000). Entre sus resultados estratégicos más tangibles, tenemos la consolidación del
poder de las clases capitalistas del mundo a partir de su unificación.

“Una nueva configuración de poderes se dibuja a escala mundial (…) el poder


económico se desplaza del nivel de las naciones al nivel del planeta, y de la esfera
pública a la esfera de los intereses privados” (Passet, 2001 p.135). Este desplazamiento,
además de suponer, como hemos dicho, la sustracción a manos de empresas
trasnacionales de la capacidad de regulación sobre la vida material y humana que
ejercían los Estados Nacionales; también supuso una transformación profunda de los
mecanismos de sujeción, los medios de comunicación, capaces de sostener la producción
de verdades a escala industrial y de alcance global, altamente eficaces, como marcos de
significación en los que las personas se reconocen y conducen de modo socialmente
válido.

Estas agencias de subjetivación también se orientaron hacia la esfera del


consumo; una nueva ética del consumo fundamentada en una preocupación muy
anterior, que Foucault (2008) identifica y describe como “el cultivo de sí” a partir del
pensamiento de la época clásica, “(…) en el que las relaciones de uno consigo mismo se
intensificaron y valorizaron” (Foucault, 2008 p. 49) en atención al ámbito corporal como
“(…) objeto más importante del que haya que ocuparse” (Ob. Cit. 2008 p.56). La idea se
correlacionó con el pensamiento y la práctica de la medicina.

78
Este nuevo auge de preocupación por el cuidado de sí se vinculó, a diferencia de
lo que analiza Foucault en Historia de la Sexualidad. La Inquietud de Sí12, con la
reconfiguración del poder en una estrategia general de la seguridad, que se irá
consolidando en una estética “individualista” donde la intensidad de las relaciones con
uno mismo se encuentra vinculada a una valorización de los aspectos “privados” de la
existencia y a la exaltación de la singularidad individual.

El “cultivo de sí” devendrá en una estética individualista así definida, a partir del
conjunto de estrategias que el mercado desplegaba en respuesta a la necesidad del
sistema económico –con ya algunas crisis de superproducción a sus espaldas- de erigir
el consumo como actividad privilegiada entre la clase trabajadora (Harvey, 1989), a la
cual promovía bajo el supuesto de un volcamiento “necesario” del individuo hacia sí
mismo.

La progresiva masificación del consumo reorganizaría la vida social alrededor de


este elemento que se constituía como factor definitorio de las relaciones sociales; los
patrones de consumo configurados a partir del mercado tomarían la forma de “estilos de
vida” que darían lugar a sus correspondientes modelos identitarios. La sociedad se
reagruparía en función del nivel de ingresos y del “estilo de vida” como expresión de
éste. Contexto que permitiría luego componer la distribución del poder de un modo
particular que se llamó “postmodernidad”, refiriéndose a la “desaparición” de las clases,
tal y como se les definían de acuerdo a la capacidad productiva, para diversificarse en
patrones de consumo (Bocock, 1995), así como, a la reorganización de las estructuras
capitalistas de producción en torno al consumo y al carácter hegemónico e imperial que
va conquistando el Orden moderno.

La postmodernidad es una fractura dentro de la modernidad, que luego de


colonizar la tradición y de tecnificar al máximo la explotación de la naturaleza, vuelve
(reforma) sobre las premisas de la sociedad industrial a fin de modernizarlas, es decir,
propulsar nuevas tecnologías para la racionalización y transformación de la producción,
la organización del trabajo, la estructuración del poder y de las formas políticas de

12
Donde se refiere al “cultivo de sí” como una formulación ética.

79
control y participación, modificando con esto la totalidad de las relaciones sociales y de
los objetos del mundo social de la vida. Proporcionalmente, las fuerzas del mercado
alcanzan un nivel de tecnificación que le permite globalizar sus productos y manifestar
su potencial hegemónico.

Por otra parte, la minimización del Estado y el reordenamiento político de la


sociedad marcaban un quiebre en la conformación espacial de las sociedades modernas,
cuya disposición había respondido hasta entonces a una estrategia de homogenización y
regulación disciplinar de la vida social que Harvey (1989) denominó “ciudad fordista”.
Este quiebre significó una reestructuración de las ciudades en metrópolis, la cual generó
un efecto paradójico de parcelamiento de éstas en guettos, de heterogeneización, de
multiplicación de los grupos sociales y de desarticulación de éstos entre sí, fenómeno
que se iba constituyendo de acuerdo a la forma de este reagrupamiento social. Dicho
efecto de hiper fragmentación social es una consecuencia, siguiendo a Bocock (1995),
de la canalización del individualismo de los sujetos a través del consumo, en
combinación con la necesidad del grupo por afirmar su distintividad para no ser
aplastado por la fuerza social de la metrópoli.

Desde este punto de vista, las instituciones disciplinares del capitalismo inicial
han sido desplazadas, dando paso a estos dispositivos biopolíticos cada vez más
sofisticados. La formación de nuevos consumidores no puede realizarse únicamente
mediante aquellas instituciones que modelaban un comportamiento rutinario y
monótono, limitando o eliminando por completo la posibilidad de elección; pues, la
ausencia de rutina y un estado de elección permanente constituyen los requisitos
indispensables para la sujeción de un consumidor. Este estado de elección, que
estratégicamente se entiende como “libertad” y constituye una virtud esencial del
“individualismo”, será, paradójicamente, el fundamento de esta forma de regulación que
parte de las fuerzas del mercado. Toda restricción moral o legal resultaría disfuncional a
los fines de su propio crecimiento (Bauman, 1998; Castro-Gómez, 2000; Romaní, 2005).

De este modo, la escuela, la medicina, la familia, la religión han sido reubicadas


en la sociedad del consumo a un lugar de subordinación de los dispositivos del mercado,
medios de comunicación y publicidad, máquinas de subjetividad altamente tecnificadas
80
y eficaces productoras de realismos, espejismos y espectáculos, tensionando siempre el
binomio seguridad-libertad. Ninguna otra sociedad ha conocido un artilugio de tal
fuerza hegemónica (Bauman, 1998).

Este modelo de subjetivación se gestiona a través de la producción discursiva de


bienes simbólicos, materiales e inmateriales, construidos a fin de conformar a las
personas de modo tal que cada cual pueda producir reflexivamente su propia
subjetividad en consonancia con el orden imperante, y como ejercicio de una forma de
control que parte del sí mismo y que por tanto haga invisible las voluntades de saber-
poder que encierra, como hemos referido en capítulos anteriores.

Estos bienes simbólicos, materiales e inmateriales se producen en el ejercicio de


mercantilización progresiva de cada vez más aspectos de la vida de las personas.
Operación política que se ejecuta a propósito de garantizar el compromiso de la sociedad
con el consumo de estas mercancías (Bauman, 1998, Romaní, 2005). La tendencia del
mercado ha sido la monopolización de toda respuesta posible a una necesidad humana
(Bauman, 1998, Romaní, 2005). La producción no se detiene, se crean cada vez más
artículos en respuesta a las más fugaces y artificiales necesidades, dirigidas “(…) hacia
la producción de lo efímero y volátil –a través de la masiva reducción de la vida útil de
productos y servicios- y hacia lo precario” (Bauman, 1999 p.50). En una sociedad
donde se transforma la vida cotidiana y su patrimonio de significados en mercancía,
conformar la mercancía es construir de cierta forma al usuario, esto nos recuerda la
noción de “(…) invención del otro” (Castro-Gómez, 2000), que remite a los dispositivos
de saber/poder a partir de los cuales se construye a los sujetos.

La clase más baja resultó también redefinida desde este nuevo paradigma del
consumo; la dificultad para acceder a bienes patrimoniales situará al grueso de sus
miembros como marginales en relación con un nuevo criterio de desviación, que no
responde tanto a la comisión de infracciones legales sino a la incapacidad de participar
en la dinámica de producción-consumo; esto no implica la suplantación de la categoría
tradicional de desviación, referida a la disciplina, sino su ampliación en estos nuevos
términos. Este giro actualizará el paradigma prohibicionista fuera del régimen de las
restricciones legales y le dará una nueva forma: no consumir será la máxima de las
81
prohibiciones no enunciadas que encontrará su asidero en cada uno de los espacios de la
vida “privada” y de la experiencia individual.

Las conquistas tecnológicas conllevan un nivel de crecimiento productivo


inversamente proporcional a la cantidad de empleos (Bauman, 1998). Aquellos que han
quedado al margen de los sistemas formales de producción, para garantizar su
participación en los circuitos del consumo, se vinculan en los grandes cordones de
desempleo con redes sociales de producción ilícita de capital y consumo de mercancía
prohibida.

El proceso de clasificación de la población a partir de la capacidad de consumo


se produce de acuerdo a dos aspectos: la rentabilidad y selectividad del mercado del que
participan. Generalmente, la ecuación es: a mayor rentabilidad y selectividad, mayor
proximidad al extremo de la normalidad. En el caso del consumo de drogas, a pesar
de la rentabilidad que expresa el mercado de cualquiera de ellas, la normalidad del uso
de cada droga dependerá, prioritariamente, del tamaño de la culpa que pese sobre esta;
del prestigio asociado al estereotipo de consumidor; de los significados, intenciones,
contextos y usos de cada droga ilegal, así como su reconciliación con los repertorios
vinculados a cierta clase social. Por ejemplo, el crack, síntesis de la cocaína, versión
económica de mayor potencia en cuanto a sus efectos, fue introducida en las
comunidades pobres de Estados Unidos durante la década de los 80´s. Históricamente se
ha relacionado con procesos de exclusión, racismo y criminalización de estas
poblaciones marginales (Bourgois, 1995). Por tanto, el consumo de esta droga implica
una afiliación más profunda con actividades desviadas. Caso contrario, el de la cocaína,
cuyo consumo vincula al consumidor con ciertas condiciones sociales deseables, en
cuanto a poder económico y estatus social.

La categoría de consumo, como modo de apropiación de los bienes materiales y


simbólicos mediante intercambios mercantiles, se conmuta con la categoría de drogas,
en cuanto objeto mercantilizado de intercambio, resultando en cierto nivel de
complejización y ambigüedad de la puesta en práctica de estas categorías. Por ejemplo,
el mercado ofrece la comodidad de acceder a un sin número de experiencias sensoriales
disponibles como “mercancía”, los medios de comunicación adiestran al colectivo en los
82
hábitos del consumo, mientras tanto, las instituciones y dispositivos de la seguridad
pronuncian sus discursos morales adornados con retórica científica, acerca de los
peligros y desgracias asociadas a las drogas. Las personas vinculadas con actividades
de consumo de drogas subjetivamente se extravían entre dos, aparentemente
contradictorios, sistemas de valores que arrastran un conflicto práctico-moral; cuya
resolución devendrá en un sistema de significados que construirá la cultura de este
subgrupo de consumo. En otras palabras, la subcultura de consumo de drogas emerge de
la superficie del conflicto entre la doctrina del consumismo y del prohibicionismo de
drogas.

El Narcotráfico: del Neoliberalismo al Libertinaje

Como siempre, el almuerzo está desnudo. Si los países


civilizados quieren retornar a los Ritos del Druida
Ahorcador en la Gruta Sagrada, o desean beber sangre
como los aztecas, para alimentar a sus Dioses con la
sangre del sacrificio humano, que todos sepan lo que
realmente están comiendo y bebiendo. Que todos
comprendan lo que hay en el trasfondo de los cuadros que
ofrece el periodismo. (Burroughs, 2009).

El contexto presentado da cuenta, a muy grandes rasgos, del proceso y la


magnitud del impacto del mercado en la configuración del orden social: el liberalismo,
finalmente penetra los dispositivos de control del Estado y les resitúa en la
estructuración del poder varios peldaños más distante de la soberanía; el mismo que la
globalización ha permitido que se manifieste aquí y en todas partes, ha infiltrado los
cimientos mismos de la cotidianidad y ubicando al consumo en el centro de los valores
sociales, junto al beneficio económico como finalidad suprema. En una sociedad donde
el beneficio económico es el sentido implícito del mundo humano: todo puede ser
mercancía, todo puede moverse en un intercambio de dinero: la droga, las armas, los
seres humanos, el sexo, las emociones, la seguridad, “todo lo que se compra y se vende
irá al que ofrezca más y atravesará las fronteras sin gran temor a los controles”
(Maillard, 1998 c.p. Passet, 2001 p.138).

“Hay cosas que el dinero no puede comprar. Para lo demás, existe MasterCard”.

83
Únicamente en una trama como ésta podría emerger el fenómeno de las drogas
tal como lo conocemos en cada una de sus aristas. El tejido social afiliado a la droga se
configura como una manifestación clara de estos tiempos postmodernos: en este sentido,
el Narcotráfico, que ha rebasado en tamaño y solidez a la mayoría de empresas
trasnacionales y cuyos beneficios no declarados entran en la corriente del mercado legal
con buena fluidez, responde a la misma lógica empresarial de su contraparte formal. En
consecuencia, el fenómeno de las drogas se debe abordar como un fenómeno
multifactorial, multidimensional, una manifestación estructural de nuestra sociedad, un
estilo de vida que se ha instituido al interior de nuestras comunidades, una expresión de
la normalidad referida a los valores capitalistas globalizados de estos tiempos
postmodernos, que únicamente, podría deconstruirse en la medida en que se pongan en
evidencia los intereses de clase y las funciones de poder que los repertorios en torno al
consumidor reproducen.

Desarrollaremos a continuación, la estructuración del narcotráfico como la cara


del fenómeno a la que el discurso neoliberal le concede un carácter empresarial, de ahí
que la configuración de esta actividad nos revele las funciones renovadas de la
prohibición cuando nos demuestra su relación fáctica con la economía legal.

A partir del supuesto fundamental del liberalismo, que aclama por un mercado
libre orientado por los intereses de la burguesía (Romaní, 2005); las grandes empresas,
que compiten en los mercados legales masificando sus productos, pagando impuestos a
los Estados y multiplicando capitales, encubren la contraparte ilegal de la economía,
donde se producen sumas inimaginables de divisas desreguladas, que no benefician con
impuestos a los Estados pero sí enriquecen a los gobiernos –a los gobernantes- y cuyo
blanqueo, en alianza con entes gubernamentales nacionales e internacionales y en
ocasiones, con estas mismas corporaciones, permite la inversión en la economía legal,
favoreciendo la movilización económica de sectores inactivos o poco productivos, así
como el fortalecimiento del sector privado.

Las drogas –seguido de las armas- se han convertido en la mayor de las empresas
ilegales a nivel mundial, sostienen y movilizan las economías de muchas naciones -
desarrolladas o no- alrededor del mundo. Este es el caso de “Perú, Bolivia y Colombia
84
países que exportan clandestinamente cocaína y marihuana por una cifra superior a los
3,200 millones de dólares anuales, que equivalen al 25% de las exportaciones legales de
cada uno de estos países” (Fottorino, 1995 p.217).

La geografía del narcotráfico y la experiencia anímica, compulsiva de los


individuos, no reconoce fronteras, es un fenómeno global, inscrito en la
gramática del riesgo, el caos, y en la descomposición social e institucional de
los estados nacionales. Nada explica de una forma más acabada su condición
económica trans fronteriza que los movimientos del dinero en los circuitos
financieros internacionales (Castells, 1999 p.92).

El narcotráfico, como organización social nace con la globalización neoliberal y


en desenfreno de sus principios. Se ha instituido como uno de los primeros mercados
mundiales y ha sido una de sus puntas de lanza, tanto por las condiciones históricas que
hemos esbozado, como por las cifras alcanzadas en beneficios (Romaní, 2005).

Su primer momento de impulso, más allá de algunos antecedentes, será a


principios de los años 50´s, después de los pactos del final de la Segunda Guerra
Mundial entre las autoridades americanas y la mafia ítalo-americana, al que siguió,
durante los años setenta, la globalización del mercado de la heroína, primero, y de la
cocaína y la marihuana, posteriormente, (Romaní, 2005).

Durante los noventa la producción de opio en el mundo se triplicó y la de cocaína


se duplicó, ya en 1995 el tráfico de drogas representaba 400.000 millones de dólares, es
decir, el equivalente al 8% de los intercambios mundiales, equiparándose con el textil
(7.6%), el petróleo y el gas (8.6%). Para esta misma fecha, los beneficios del mercado
ilegal en su conjunto alcanzaron 1.5 billones de dólares igualando su poder con el de
multinacionales como las 5 más grandes: Wall-Mart Stores, Exxon Mobil, Royal Dutch
Shell, BP y Chevron que suman ingresos de 1.7 billones anuales (PNUD13 c.p. Passet,
2001).

Santino (2005) define al narcotráfico como una red de organizaciones que parte
de un sistema de violencia y de ilegalidad, teniendo como finalidad la acumulación de
capital y la adquisición y gestión de puestos de poder. Estas organizaciones se

13
Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo.

85
organizan como una red que incorpora desde los políticos relacionados con los mafiosos
hasta los expertos financieros que vigilan las operaciones de blanqueo y de inversión del
dinero sucio, pasando por los abogados al servicio permanente de la mafia, y llegando a
los vendedores de droga. El clientelismo es su forma de operación, tanto interna como en
relación con otras organizaciones.

Se caracteriza por la no regulación social de las relaciones laborales, la


incorporación de fuerza de trabajo de sectores marginales a las redes de la economía
paralela, así como minorías étnicas y mano de obra ilegal cuya vinculación a la
organización se limita a colaboraciones esporádicas y remuneración por operación
realizada. La función dominante de la organización, las labores directivas y
organizativas, las ejecutan personas legales e ilegales –quizás algunos cientos de miles
de personas entre los llamados “capos” y su círculo de confianza- que se ocupan de la
exportación de la mercancía, diseño y control de las rutas a través de las cuales circula el
dinero o droga y la formación del cordón de seguridad integrado por personas ajenas a la
organización, pero a las que se paga por colaborar con ella -policías, jueces, políticos,
abogados, empleados de aduanas, sicarios, etc.- (Romaní, 2005 y Santino, 1995).

Por su carácter ilegal, estas organizaciones no poseen ningún tipo de obligación


económica con el Estado; emplean el recurso de la violencia como uno de los
instrumentos para hacer cumplir los tratos, así como, las redes sociales institucionales y
no institucionales, en las se vinculan sus miembros para filtrar información circulante y
generar confianza, controlando así la traición, la denuncia y la represión. El comercio y
la “negociación”, tanto a nivel de distribuidores como de los pequeños comerciantes,
está guiado por ciertas dinámicas especulativas estimuladas por el matiz riesgoso que la
prohibición le imprime al “negocio”. La prohibición ubica comercialmente al traficante
en una situación ventajosa respecto al consumidor; pues le permite aplicar estrategias
comerciales restringidas o reguladas en el mercado legal.

Siguiendo los planteamientos de Choiseul-Praslin (1995) revisaremos los


condicionamientos que las políticas prohibicionistas conllevan en el comercio ilegal de
drogas:

86
1. Crea un monopolio artificial entre el vendedor y el comprador; el consumidor no
puede dirigirse más que a un solo vendedor, se encuentra irremediablemente
sometido a esta situación de monopolio ocasional y se ve forzado a pagar el
precio máximo.

2. Permite un desequilibrio en la transacción entre el comprador y el vendedor: el


primero no dispone de ningún recurso para controlar la calidad del producto que
compra, no puede recurrir ni a la competencia ni a los organismos públicos
cuando la calidad no está asegurada.

3. Contrariamente al sector legal, en la economía ilegal es necesario y suficiente


aumentar regularmente los precios para estimular la demanda a través de los
consumidores que de esta manera se ven obligados a convertirse en vendedores.

4. Así mismo, para que aparezcan nuevos clientes, es necesario y suficiente bajar
razonablemente la calidad del producto. Esto obligará inevitablemente a cierto
número de consumidores, decepcionados por esta baja de la calidad, a buscar una
droga más fuerte, cuya llegada al mercado será de esta manera programada y
preparada.

5. La represión y las incautaciones proporcionan el pretexto ideal para retener la


circulación de ciertas drogas y así crear frustración en la clientela; bastará con
colocar luego el producto un poco más caro y de menor calidad para que cierto
número de consumidores se transformen en dealers ante el costo creciente, o
empiecen a consumir sustancias más fuertes y de mayor precio, ante la calidad
disminuida de la droga acostumbrada.

La prohibición sólo deviene en beneficios al negocio ilegal, sin embargo, estos


beneficios interesan al conjunto de los poderosos, por cuanto se puede revertir una buena
parte de éstos en la economía formal, gracias al elemento pilar e intocable de este
mercado: el blanqueo de dinero.

El blanqueo de dinero constituye el punto en el que la economía ilegal se


conmuta con el sector formal, a través de complejos planes financieros y alianzas

87
estratégicas entre redes comerciales internacionales, siguiendo una lógica empresarial.
La gran distancia entre la economía productiva y la financiera admite todo el amplio
espectro de la corrupción; en la primera, el narcotráfico es reprimido, sin embargo, es
ampliamente protegido en la economía financiera por el secreto bancario, el secreto
fiscal, el secreto administrativo, el anonimato para la titularidad de los valores
(Fottorino, 1995). La estrategia general no parece ser cuestionada “cuando los
instrumentos de su aplicación -instituciones financieras, gobernantes y técnicos- surgen
como socios del delito” (Ob.cit., 1995 p.215).

De los 400.000 millones de dólares que generó el tráfico de drogas durante los
noventa, se ha estimado que 180.000 fueron destinados a la remuneración de los
traficantes y de los propietarios de la sociedades legales que colaboran con las
organizaciones mafiosas; 220.000 revirtieron en dichas organizaciones, para luego ser
blanqueados en la economía legal (Maillard, c.p. Passet, 2001). El blanqueo de este
capital no pudo haberse efectuado sin la complicidad de estructuras legales: falsas
empresas bajo control del narcotráfico, empresas legales, entes y agentes
gubernamentales, los abogados y la banca, entre otras instituciones respetadas (Passet
2001).

La política macroeconómica actual está favoreciendo la conversión social de las


mafias y la emergencia de una nueva clase dirigente asociada a la economía ilegal. De la
misma forma que fortalece los vínculos entre la clase política civil, los militares y los
traficantes de drogas y en consecuencia debilita la economía legal de los países en “vías
de desarrollo” (Chossudowsky, 1995). Con gran tino Passet (2001) afirma que “las
finanzas modernas y la criminalidad organizada se refuerzan mutuamente. Ambas
fuerzas necesitan, para desarrollarse, la abolición de las reglamentaciones y de los
controles estatales” (p.139). Las actividades ilegales no son novedad, siempre ha
existido gente en contra y al margen del estamento en esta sociedad, pero gracias a las
políticas económicas neoliberales vamos de una economía con criminalidad a una
economía de criminalidad (ob.cit., 2001)

El anonimato del secreto bancario limpia las impurezas de la sangre. Los


paraísos financieros son, retomando a Rosseau, esa “ley que el rico tiene en

88
el bolsillo” y que se modifica de acuerdo a las circunstancias, sin que
intervengan cuestiones de tipo moral: negocios son negocios (Castells, 1999
p.89).

Algunos países de América Latina han desarrollado una economía de


criminalidad, cuyos beneficios económicos y actores plenipotenciarios son amparados
por el secreto bancario (Passet, 2001). Las contradicciones del modelo con la realidad
cultural local constituyen el mejor caldo de cultivo para la instalación de amplias redes
sociales vinculadas a actividades económicas ilegales. Presionados ante las exigencias
del modelo y las demandas de la realidad social, abandonan los sectores rurales y
orientar los recursos hacia los grandes centros urbanos, que serán los únicos que
conocerán la modernidad, aunque en su manifestación más perversa.

Se gesta entonces, un escenario local de pauperización de los sectores rurales


marginados, profundización de la polarización social, redimensionamiento de la
violencia estructural, deslegitimación del sistema legal, achicamiento del Estado y una
desestimación generalizada de las instituciones gubernamentales y sus agentes. Los
Estados incapaces de responder a los conflictos sociales invocados, junto a las
tendencias minimalistas de las políticas macroeconómicas, que ridiculizan los precios de
los productos agrícolas y pecuarios en el mercado, resultando en una baja de estos
sectores productivos; permiten la organización del narcotráfico como alternativa al
“desarrollo”. Pueblos enteros, grandes sectores comienzan a dedicarse a los cultivos
ilegales y a su procesamiento (Labrousse, 1995 ).

El “progreso” también ha obrado para situar a estos países “pobres” como


dependientes de las naciones poderosas y demás actores internacionales, justificando con
esto la injerencia de éstas potencias en el ámbito político y económico nacional.
Latinoamérica ha motorizado su “desarrollo” con préstamos monetarios del “primer
mundo”, que ceden terreno político, recursos naturales y económicos a sus acreedores;
entre ellos, el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial, la Organización
Mundial de Comercio, la Organización de Cooperación y Desarrollo Económico o el G-
7 (Romaní, 2005). Los bancos también juegan un papel indiscutible, son artífices del
endeudamiento y clave de los mecanismos de cobro, que impulsan fórmulas cada vez
más complejas de ajuste estructural y de achicamiento de los aparatos estatales; “son en

89
definitiva el instrumento de presión que facilita la aceptación de las transformaciones”
(Chossudowsky, 1995 p.214). Actualmente la deuda externa de América Latina
asciende a unos 450 mil millones de dólares, cuyo pago está sujeto a un mecanismo
evolutivo, una receta de ajustes y medidas represivas que orientan las economías
nacionales a priorizar el servicio de la deuda. Esta estrategia asegura la transferencia de
recursos desde América latina hacia los “centros financieros mundiales” (Fottorino,
1995).

El Narcotráfico se plantea aquí de nuevo como alternativa. El dinero de la droga


una vez blanqueado supone, a los gobiernos de la periferia, el cumplimiento de sus
obligaciones respecto a los acreedores, así como provee soluciones a los conflictos
socioeconómicos nacionales a los que el Estado no ha podido dar respuesta (Passet,
2001). Un ejemplo entre los más filantrópicos es el programa de viviendas y servicios
sociales para los sectores populares que financió Pablo Escobar en Medellín, Colombia.
Castells (1999) señala:

El oficio del narcotráfico es el demiurgo de lo que genéricamente los medios


de comunicación han denominado narcocultura; es en los marcos de este
espacio de representación cultural donde el dinero exhibe y despliega todo su
poder. No es exagerado señalar una conexión dialéctica entre la
globalización de la economía y la globalización del crimen (p.112).

Resumiendo, la prohibición permite al mercado ilegal una serie de ventajas: 1) la


maximización del excedente capital, a partir de la especulación comercial; 2) la ausencia
de compromiso laboral con sus empleados; 3) la liberación de obligaciones respecto al
Estado, 4) la libertad de circulación por los espacios del mercado legal e ilegal, 5) la
capacidad económica de movilizar el cuerpo político nacional e internacional de acuerdo
a los intereses de la elite mafiosa y 6) la administración legítima de violencia.

De este modo, el modelo neoliberal que se erige sobre el precepto de


desregulación financiera, no solo resulta compatible con la lógica prohibicionista, sino
que se beneficia de ésta. La restricción del mercado de drogas, paradójicamente, ha
permitido su liberación de todo control Estatal, consumando así el ideal liberal que la
economía legal no podrá asumir: por la permanencia de los Estados-nacionales, lo que
aun supone niveles de soberanía; por los movimientos sociales y de lucha que la clase

90
proletaria históricamente, ha desarrollado, así como, por la legitimidad del Orden que
tambalea cuando se recrudece la deshumanización del modelo y se generaliza el
descontento social.

91
VI. PERSPECTIVA EPISTEMOLÓGICA: POSTURA CRÍTICA EN PSICOLOGÍA
SOCIAL

Para la Psicología Social asumir una perspectiva crítica nos remite


necesariamente a un enfoque reflexivo del conocimiento (Varela, 1996, c.p. Garay,
Iniguez y Martínez, 2002), cuya orientación cuestione el carácter objetivo que se le
atribuye y revele sus vinculaciones con el mantenimiento de cierta estructuración del
poder. Para ello es indispensable asumir el carácter social e histórico del conocimiento,
traspasar las fronteras disciplinares y anular las separaciones del tipo sujeto-objeto.

En este sentido, un enfoque crítico implica una ruptura con la “fe positivista” que
ha caracterizado a las disciplinas científicas, por cuanto se asume el conocimiento
científico como otro producto social, históricamente situado, relativo a una determinada
sociedad e inserto en una red de poder de acuerdo a ciertas estrategias políticas.

Dimensión Histórica de la Realidad

Esta ruptura con el paradigma objetivista es planteada desde la perspectiva


socioconstruccionista como una transformación onto-epistemológica de la realidad, que
asumiremos esencial en nuestro abordaje del fenómeno. Ibañez (1988) lo plantea como
sigue:

El construccionismo disuelve la dicotomía sujeto-objeto afirmando que


ninguna de estas dos entidades existe propiamente con independencia de la
otra, y que no da lugar a pensarlas como entidades separadas, cuestionando
así el propio concepto de objetividad. De hecho, el construccionismo se
presenta como una postura fuertemente des-reificante, des-naturalizante, y
des-esencializante, que radicaliza al máximo tanto la naturaleza social de
nuestro mundo, como la historicidad de nuestras prácticas y de nuestra
existencia. Desde esta perspectiva, el sujeto, el objeto y el conocimiento, se
agotan plenamente en su existencia sin remitir a ninguna esencia de la que
dicha existencia constituiría una manifestación particular, como tampoco
remiten a ninguna estabilidad subyacente de la que constituirían una simple
expresión particular. (p. 76).

Desde esta postura, la dicotomía sujeto-objeto se disuelve al asumir la naturaleza


histórico-social de ésta y de las entidades que la comprenden; a partir de ahí la realidad
no debe escindirse para su interpretación, comienza a ser entendida en su complejidad.

92
Sujeto, objeto y conocimiento ya no existen de hecho, en relación con una verdad
última, sino que adquieren sentido y cobran realidad de acuerdo a una dimensión
histórica y social propia al fenómeno.

Restituir la dimensión histórica y social de la realidad y los saberes que articula,


supone abandonar toda pretensión objetivista. La investigación deja de ser un intento
por establecer explicaciones verdaderas e invariables respondientes a la naturaleza de
los fenómenos; por el contrario, apunta a la comprensión y explicación de las
condiciones de constitución de éstos. En este sentido, el socioconstruccionismo señala:

Todo fenómeno social es depositario de memoria ya que está conformado en


virtud de las relaciones sociales que lo han posibilitado, no sólo en cuanto a
su correspondencia con un determinado periodo histórico o por las
alteraciones producidas por el tiempo (Gergen, 1982; Ibáñez, 1989 c.p.
Garay, Iñiguez y cols. 2002)

Reconocer el carácter histórico no significa que se conciba la realidad social


como una progresión lineal, significa en cambio, admitir el carácter procesual de ésta.
Lo histórico va más allá de una cuestión relativa a intervalos temporales o periodos
históricos; los fenómenos sociales son “intrínsecamente históricos” (Garay, Iñiguez y
cols. 2002). Esto se refiere a que en “el plano ontológico, los fenómenos sociales, las
prácticas sociales, las estructuras sociales tienen „memoria‟, y que „lo que son‟ en un
momento dado es indisociable de la historia de su producción” (Ob. Cit, 2002). En este
sentido, nos resultan particularmente convenientes las corrientes post-estructuralistas,
entre la que tenemos a Foucault, quien dilucida los fenómenos a partir de la comprensión
de sus procesos de constitución, construyendo una genealogía de éstos.

Una perspectiva crítica en psicología social significa, por tanto, dar una mirada
crítica sobre la historia, no sólo para manifestar un desacuerdo público con las
disposiciones sociales actuales, sino para cuestionar los relatos de poder que han
configurado una historia escindida de la cotidianidad, desde la que se interviene la
realidad y se conforman los saberes.

93
Carácter Interpretativo del Ser Humano

Desde la postura ontológica que asumimos, los seres humanos, siguiendo las
corrientes hermenéuticas, nos definimos a razón del carácter interpretativo de nuestro
ser y hacer en el mundo social, la relación que establecemos con la realidad parte
necesariamente del entendimiento y la producción de sentido, dicho proceso se halla
inseparable de sus condiciones socio-históricas de producción (Garay, Iñiguez y cols.,
2002). Tal como nos indica Gadamer (1960 c.p. Ob.cit) toda interpretación significa en
relación a cierto repertorio interpretativo que se estructura a partir de los anclajes
culturales y lingüísticos del sistema de significados que la articulan.

Esto implica dejar de lado posturas deterministas, que emplazan a los seres
humanos como sujetos pasivos, despojados de voluntad, estructurados de antemano por
condiciones tanto internas como externas de las que no hay escapatoria. Por el contrario,
desde la perspectiva que adscribimos, los sujetos son agentes activos que interactúan con
la realidad al tiempo que ésta los transforma.

La postura epistemológica que se asume a raíz de las consideraciones anteriores,


se puede explicar a partir de la discusión entre el entender hermenéutico (verstehen) y el
explicar científico (erklären). Gadamer (1959 c.p. Mardones, 1991) sitúa el entender
hermenéutico o comprensivismo, como noción privilegiada para la construcción del
conocimiento, en tanto que previo y fundante del segundo, el entendimiento explicativo
propio de la ciencia, mismo que pretende ciertas regularidades –leyes- en el flujo de los
acontecimientos de donde infiere el funcionamiento de un determinado hecho en
cuestión sin considerar el contexto en que tuvo lugar y en consecuencia, escindido de su
carácter histórico. Desde este punto de vista, el entendimiento explicativo de un
fenómeno se da por coherencia teórica, ignorando el movimiento de la comprensión
(verstehen). Este modelo de formación de teoría depende, tanto como aquellas
disciplinas consideradas no científicas, de interpretaciones que pueden analizarse
conforme al modelo hermenéutico del verstehen.

El concepto de verstehen plantea la inseparabilidad del sentido y los significados


en relación a la historia y el contexto de su producción: lo particular es inseparable del

94
todo contingente a su presentación; es precisamente esta idea en la que nos enclavamos
de manera imprescindible para la construcción de una perspectiva crítica que ha
abandonado las pretensiones de la filosofía trascendental, que hace uso del saber
preteórico en la experiencia comunicativa que comporta la investigación, del mismo
modo que asume el carácter indexical de su interpretación (Gadamer, 1959 c.p.
Mardones, 1991).

A partir de estas consideraciones, el conocimiento no será un privilegio de la


ciencia, como el organismo que posee el método adecuado para develar las estructuras
que subyacen a los fenómenos sociales con independencia de los actores involucrados;
será, en cambio, un saber inseparable de la perspectiva del mundo de la vida de los
actores involucrados: es una relación reflexiva entre el investigador y el ámbito
fenoménico de interés, que se sucede en la experiencia comunicativa. El conocimiento
no se considera, desde este punto de vista, un evento subjetivo, el verstehen no es en
absoluto un asunto privado del observador, es un evento intersubjetivo, atravesado de
convenciones sociales y relatos de poder, y por tanto objetivable: los medios lingüísticos
a través de los cuales las teorías mantienen su referencia a la experiencia están
retroalimentativamente conectados con el sistema de referencia del correspondiente
plexo de experiencia y acción (Habermas, 1988 c.p Alvarado y García 2008). Habermas
(1988) a este respecto apunta, que la dependencia de las teorías de su contexto no es
superable, lo que hace necesario, a través de la autorreflexión, articular de antemano en
la teoría misma estas relaciones reflexivas de la investigación: esto es hacer enunciados
incluso sobre su propio contexto de nacimiento.

95
El Papel del Discurso en la Construcción del Conocimiento

Los elementos anteriormente considerados nos colocan ante la necesidad de


construir conocimiento a partir del leguaje cotidiano, esos repertorios interpretativos que
se subtienden a través del discurso de sentido común y se expresan en el tejido obvio de
la realidad. El estudio de estas discursividades permite visibilizar las tecnologías y
estrategias de poder que históricamente se disponen como mecanismos de sujeción que
intervienen la vida.

La noción de discurso que nos ocupa parte de un distanciamiento del modelo


representacionista de la lingüística tradicional, desde el cual se concibe el discurso
como un elemento neutro, un conjunto de símbolos que permite generar
representaciones de la realidad en las que se asume correspondencia necesaria entre el
símbolo y un elemento concreto del mundo; desde esta perspectiva el discurso es un
medio, a través del cual se ejerce la política. Por el contrario, coincidimos con Foucault
(1994) quien nos plantea el discurso como aquel lugar en el que se ejerce de manera
privilegiada el poder, al respecto nos dice: “la producción del discurso está a la vez
controlada, seleccionada y redistribuida por cierto número de procedimientos que tiene
por función conjurar sus poderes y peligros, dominar el acontecimiento aleatorio y
esquivar su pesada y temible materialidad” (Ob.cit. p.14).

A partir de este emplazamiento político del discurso, entender las condiciones de


producción, de existencia y de operación de cierto dominio discursivo tiene como eje
fundamental el cuestionamiento de lo social, de una socialidad heterogénea, escindida,
constituida a partir de los dispositivos de saber-poder diseñados según cierta agenda
política y económica; y por tanto ininteligible por fuera de las relaciones de poder.
Según Martín-Barbero (1997) “no se trata ya de articular la significación o el discurso a
lo social sino de esbozar cómo en la producción del sentido, de los discursos, se inscribe
el conflicto y la dominación, cómo la lógica de lo discursivo es parte integrante de la
lógica productiva de nuestra sociedad” (p.112).

Impresiona a este respecto que se reduce la historia a discurso, lo que sería una
simplificación excesiva de los hechos, de las luchas y los muertos, de sus complejas

96
expresiones cotidianas. Por el contrario, se asume el discurso como acontecimiento y el
conocimiento como una aproximación al hecho que es el discurso mismo; “solo desde
ahí es posible plantear, con un mínimo de rigor histórico, el proceso de dominación que
viene del monopolio de la palabra” (Martín-Barbero, 1997).

El estudio del discurso se focaliza en el evento de la comunicación, que ocurre


ahí justo en el lugar entre las personas, lo más importante no es el relato individual y
segmentario, sino ese espacio del entre-nosotros. Desentrañar los relatos de poder que
subtienden estas discursividades cotidianas requiere situarlo en un contexto “dialógico”:
toda acción comunicativa halla su significado en el encuentro con un opuesto. Del
mismo modo, la incorporación de elementos lingüísticos constituye un recurso para
señalar los procesos de constitución del dominio discursivo del consumo de drogas, justo
en el espacio cotidiano en que se acciona, desde el lenguaje propio, “desde la
complicidad que mantiene con él nuestro imaginario” (Matín-Barbero,1997 p.51).

Para un Estudio de los Poderes “Infinitesimales”

Una perspectiva crítica así planteada es consistente con la noción de poder que
desarrolla Foucault y de la que hemos nutrido nuestro marco de referencia. Según el
autor, el poder no es un elemento apropiable por personas específicas, por lo tanto, no se
limita a un ejercicio soberano a través del aparato legislativo; en un nivel más profundo,
es una estrategia accionada por complejos dispositivos –concepto que ya hemos
discutido en el II apartado- que le permiten funcionar. En este sentido, no es la mera
represión que unos pocos son capaces de ejercer hacia otros, ésta es sólo una de sus
expresiones.

La noción de poder alude, por el contrario, a la fuerza que da lugar a lo real a


través de la intervención sistemática de la cotidianidad que agencian los dispositivos.
Dicha fuerza es un elemento sutil e invisible incardinado como formaciones discursivas
en cada una de las relaciones sociales entre sujetos, y de los sujetos con los símbolos y
los objetos. Así, los discursos que conforman estratégicamente sujetos y objetos
constituyen, al mismo tiempo, las formas de producción de lo real (Ávila-Fuenmayor,

97
2007). Este proceso de conformación de sujetos y objetos se corresponde con el
concepto de normalización, aludido en el aparatado II.

Por otro lado, poder, saber y economía se encuentran estrechamente imbricados.


Los saberes que articula la sociedad se configuran a partir de las discursividades -
científicas o no- accionadas por las distintas tecnologías de poder en función de la
gestión histórica, política y económica de las poblaciones, requerida para el
mantenimiento de la estructuración del poder que subtiende la realidad y sus
expresiones cotidianas. De ahí que el estudio de estas discursividades efectuadas en lo
político, económico e histórico y su articulación en un dominio (la locura, el consumo de
drogas, la delincuencia, la sexualidad) constituya el sustento más adecuado para
construir una aproximación a esos mecanismos “infinitesimales” del poder que permitan
la comprensión de la realidad (Ávila-Fuenmayor, 2007).

Desde la propuesta foucaultiana, la construcción del conocimiento debe partir del


análisis de estos mecanismos, “pequeños” poderes e instituciones que se expresan en las
distintas esferas de lo cotidiano, su historia, técnica y táctica, así como la manera en que
responden a unos mecanismos y agendas generales del poder. Descifrar los vínculos
entre saber y poder se plantea necesario para la comprensión de los procedimientos de
intervención de las subjetividades, colonización de la vida social y del pensamiento.
Simultáneamente, permite estudiar las formas en que el pensamiento cotidiano subvierte
los efectos y consecuencias del poder y trasgrede el orden del discurso ligado a la
ciencia y su funcionamiento (Ávila-Fuenmayor, 2007).

98
VII. METODOLOGÍA

Perspectiva Cualitativa

El estudio realizado se inscribe dentro de la metodología cualitativa, de acuerdo a


Bogdan y Taylor (1996) es la investigación que produce información descriptiva. Sin
embargo, va más allá de un conjunto de técnicas que sirven para recoger datos, es “una
forma de encarar el mundo empírico” (p. 20). Constituye un intento por capturar el
sentido en el discurso sobre las “cosas del mundo”, a partir de la exploración,
elaboración y sistematización de los significados de un fenómeno, problema o tópico
(Banister y cols. 1994 c.p. Wiesenfeld, 2000) en este caso el discurso de las drogas. Este
tipo de investigación busca un mejor entendimiento de los fenómenos sociales; es una
óptica que puede ser adoptada desde diferentes corrientes teóricas, siempre que ésta se
ajuste al fenómeno de interés.

Los objetivos de esta metodología, están en línea con los fines en los que se
realizó esta investigación (Bogdan y col. 1996): a) obtener una mejor comprensión del
fenómeno y analizar ciertas experiencias del ámbito de lo político, que no es más que el
ámbito de lo público, entendiendo público como aquel lugar fuera del ámbito de lo
privado donde se construyen sentidos y significados sobre los objetos del mundo social;
b) hacer especial énfasis en el carácter histórico del proceso a estudiar, así como en
todos los elementos que intervienen en la dinámica de construcción del fenómeno de
interés; c) realizar el estudio desde la interpretación, enfocado en las particularidades del
caso. Es así, que este tipo de investigación no pretende la neutralidad del investigador,
en tanto que no busca una última verdad como fin. Se constituye como una
aproximación, un intento comprensivo del fenómeno, orientado por la capacidad de
acción y lenguaje de los sujetos en el mundo social.

Estos elementos establecen una diferencia fundamental con la perspectiva


cuantitativa, en la que el investigador se presenta como sujeto cognoscente “fuera” del
contexto donde ocurre el fenómeno, respaldado con técnicas de instrumentación que se
orientan a lo cuantitativo y estadístico, comprobando o refutando hipótesis, formulando
explicaciones de los fenómenos bajo relaciones causa-efecto (Rusque, 2006). Es un

99
hecho, que las ciencias positivas como enfoque dominante de fenómenos sociales ha
perdido vigencia y validez, reconocido para una amplia gama de autores (Lanz 1987;
Hernández 1998; Sonntag 1988; Martínez 1993), entrando en una profunda crisis.
Obteniendo fuertes críticas por su falta de credibilidad en la aproximación de este tipo
de fenómenos, los límites de estudio de ésta perspectiva se hallan en los fenómenos
naturales, lo que permite el acercamiento de otras perspectivas de mayor riqueza
comprensiva de los hechos y fenómenos sociales, como son las de corte cualitativo que
desarrollamos en esta investigación.

A continuación presentaremos una serie de características de la investigación


cualitativa que nos permitió tener una guía y orientación de la perspectiva sobre la que
se abordó el fenómeno.

Características de la Investigación Cualitativa

La investigación cualitativa se enfoca básicamente en la producción de datos


descriptivos, que se recogen a través de palabras habladas o escritas de las personas,
además de la conducta que éstos presentan en relación al fenómeno psicosocial de
interés. Entre las características generales más relevantes de este tipo de investigación
encontramos las siguientes (Ruiz y Izpizua, 1989; Taylor y Bodgen, 1990; Wiesenfeld,
2000 c.p Santamaría 2003):

a) Esta investigación es de tipo inductiva, es decir, no parte de una teoría e


hipótesis preconcebidas por el investigador. Por esta razón, se construyeron las
categorías de análisis y de trabajo a partir de los datos e información recogida durante la
investigación, por tanto este estudio partió de interrogantes someramente formuladas
durante el curso de la investigación. Logrando incorporar una multiplicidad de
discursividades construidas por los actores, que a su vez facilitó la interrelación entre
éstos últimos y las investigadoras.

b) La información sirve al investigador, no es el investigador el que se encuentra


forzado por un método o una técnica. Con esto logramos obtener cierta libertad durante

100
el procedimiento de la investigación, teniendo esta posibilidad gracias a que estamos al
tanto de los principios que orientan esta perspectiva de la que hicimos uso.

c) La atención se encuentra enfocada en el sentido y significado designado por el


individuo en su vida cotidiana. Así, la comprensión que se obtuvo del fenómeno provino
del entendimiento que se realizó entre las personas participantes, donde lo fundamental
fue el análisis del significado subjetivo que los individuos le atribuyeron al proceso
psicosocial en relación a las drogas y su consumo.

d) Es subjetiva en la medida que niega la supuesta neutralidad del investigador y


su objetividad, reconociendo su punto de vista en la producción de conocimiento. Con
este enfoque logramos que nuestra posición como investigadoras no fuese omitida, pero
tampoco predominará por sobre la opinión de los participantes.

e) La interpretación realizada es ideográfica, es decir, que realiza un


reconocimiento de las acciones del mundo social pertenecen a un contexto y a un tiempo
específico. Del mismo modo, resulta reflexiva en la medida que acepta el cambio y
modificaciones que ocurran dentro de los fenómenos sociales, de acuerdo a la postura
que posean los actores y el investigador sobre los mismos. Considera por tanto, que la
realidad social no es estática, sino que esta continuamente transformándose. Para esto
asume el carácter dinámico e histórico de los fenómenos, lo que permite el estudio de los
mismos en base a su historia de constitución.

f) Por sus características se hizo necesario que como investigadoras nos


enfocáramos en la coherencia de los datos, que fueron recogidos sistemáticamente y por
procedimientos rigurosos, para lograr el énfasis en la validez de la investigación. Debido
a que estos métodos posibilitan aproximarnos al mundo empírico y ajustar los datos a lo
que los individuos dicen y hacen.

Con la asunción de esta perspectiva buscamos comprender y aprehender al


fenómeno, obteniendo un entendimiento desde todas sus dimensiones internas y
externas; por esta razón realizamos el estudio tanto en el discurso de los participantes
sobre las drogas, como el marco de construcción de estos significados. Buscando

101
abordar la experiencia humana, la comprensión del hecho social y la interacción
persona-contexto y persona-persona, logramos adentrarnos con la observación, y la
empatía en la situación de consumo de sustancias, estableciendo un marco de
entendimiento sobre el entorno de la constitución de la experiencia de los participantes.
Esta experiencia la utilizamos para formular y generar conocimiento desde la
perspectiva de los participantes, con una vinculación ética y un actuar moral.

La investigación cualitativa fue la metodología más adecuada para lograr abordar


nuestro ámbito de interés: el contenido del discurso acerca del consumo de drogas desde
la perspectiva de sus actores; como un intento por comprender el sentido y significado
que posee la prohibición para los consumidores, a partir de la exploración y
sistematización de los significados que desde esta esfera nos son presentados.

Técnicas de Recolección de Información

Grupos Focales de Discusión

Para obtener el corpus de los datos se utilizó una técnica muy conocida dentro de
las ciencias sociales y las investigaciones cualitativas: los grupos focales de discusión
que se distinguen por su naturaleza de interacción entre los participantes del estudio
(Morgan, 1992 p. 12 cp. Flick 2007). Es así que permiten utilizarse como simulacros de
los discursos y conversaciones cotidianas de los miembros, es decir, como un “método
casi naturalista para estudiar la generación del conocimiento social en general” (Lunt y
Livingstone, 1996 cp. Flick 2007). Estas particularidades nos permitieron como
investigadoras acceder al discurso de los consumidores de sustancias ilícitas y sus
vinculaciones desde la cotidianidad.

Esta forma de investigación contiene las dos principales técnicas para recolectar
información distintiva en la perspectiva cualitativa que son: la observación participativa
y la entrevista a profundidad, a pesar de ello mantiene su unidad y singularidad como
técnica de investigación, algunos autores la definen como una entrevista grupal. Para
Morgan (1998b p.9 cp Miguélez, 2007) son como “un modo de oír a la gente y aprender
de ella”. Una definición más detallada de esta técnica la hace Miguélez (2007 p.105)

102
cuando plantea que es focal porque centra el interés en un tema específico de
investigación que le es propio, haciéndose cercano al pensar y sentir de los individuos;
resulta de discusión porque hace fundamentalmente el trabajo de exploración por medio
de la interacción discursiva y el contraste de opiniones de sus participantes. Es un
método de investigación colectivo, más que individual, centrado en la pluralidad, en la
variedad de actitudes, experiencias y creencias de los participantes, en un tiempo breve.

Existen algunos elementos sobre los que se basa el grupo focal (Miguélez, 2007)
que son importantes señalar para entender los sentidos y significados a los que
accesamos por medio de éstos: a) el principio de complementaridad y la riqueza de
diferentes puntos de vista, acepta que la información que cada participante ofrece es
válida y se complementa con la del otro, b) es un enfoque o perspectiva de la realidad,
pasa sobre la objetividad y subjetividad, esto es sólo una apreciación, concibiendo estos
conceptos como construcciones teóricas; c) se basa en el diálogo, las discursividades, la
interacción y el intercambio de los actores, desde diversas perspectivas para lograr
enriquecer y complementar los significados, d) posee como basamento que los sentidos
y significados sobre un fenómeno se encuentran distribuidos entre los sujetos, por tanto
se hallan sólo fragmentos del discurso en cada intervención, es decir, que cada individuo
descubre en el objeto que aborda una “porción” del fenómeno, por tanto logramos con
esta metodología acceder al discurso de la experiencia del consumo de sustancias a partir
de un conjunto de consumidores.

Los grupos de discusión para nuestra investigación poseían doble beneficio,


generaron debate al interior de los grupos, revelando los significados que las personas
interpretaron de los temas tratados y a su vez la manera en que negocian estos
significados. En segundo lugar, generaron diversidad y diferencia, dentro de los grupos o
entre ellos de esta manera revelaron lo que ha llamado Billing (1987) “la naturaleza
dilemática de los argumentos cotidianos” (Lunt y Livingstone, 1996 p. 96 cp. Flick
2007).

Durante el desarrollo de la investigación se debió considerar la confidencialidad


de los datos de los participantes, debido a que este fenómeno posee implicaciones y
consecuencias legales y sociales. Por esta razón, durante el proceso de reclutamiento,
103
participación y desarrollo de los grupos focales se decidió realizar el procedimiento con
preguntas y respuestas abiertas donde pudieran exponer sus discursos, sentidos y
significados sobre su consumo libremente, atendiendo a la comodidad de los
participantes para el establecimiento de vínculos cercanos entre éstos y las
investigadoras.

Del mismo modo, existen diferentes modalidades para seleccionar a los


participantes de acuerdo al objetivo de estudio, para nosotros fue crucial establecer
vínculos cercanos y un ambiente cómodo para los miembros por lo tanto se realizó la
investigación con pequeños grupos naturales, es decir, con personas que anteriormente
habían compartido el consumo de sustancias ilícitas en otras ocasiones y en otros
contextos. Logrando obtener un grupo de participantes donde existiera un vínculo o
relación entre ellos de por lo menos una persona o más.

Entrevistas a Profundidad

Adicional a los grupos estos grupos de discusión, se utilizó la técnica de la


entrevista a profundidad poniéndola en práctica con dos participantes de los grupos
focales ya realizados. Con el objetivo de obtener diferentes visiones, puntos de vista y
ópticas con las que construye lo que se habla, se vive, se practica y entiende el
fenómeno, incluida tanto la visión colectiva, que se entreteje a partir del grupo, como la
visión subjetiva, construida a partir de las vivencias que ocurren al interior del sujeto.
Realizamos la selección de los participantes a partir del contenido de las intervenciones
realizadas en el grupo focal, caracterizadas por una riqueza en sus contenidos; esto sirvió
para complementar la referencia de la construcción del consumo de sustancias desde la
perspectiva de los consumidores.

A continuación presentaremos algunas definiciones de entrevistas a profundidad


y sus ventajas para las investigaciones de corte cualitativo, como ésta. Sandoval (2002)
define a la entrevista como:

Una forma específica de interacción social que tiene por objeto recolectar datos
para una investigación. El investigador formula preguntas a las personas
capaces de aportarle datos de interés, estableciendo un diálogo peculiar,
asimétrico, donde una de las parte busca recoger informaciones y la otra es la

104
fuente de esas informaciones. La ventaja esencial de la entrevista reside en que
son los mismos actores sociales quienes proporcionan los datos relativos a sus
conductas, opiniones, deseos, actitudes y expectativas (p.145).

Este autor señala como lo relevante de la técnica es el hecho que logra una
interacción directa entre entrevistado y entrevistador, donde el punto de vista del
participante sobre su experiencia con el fenómeno resulta ser el foco. Sabino (2002)
haciendo referencia a las experiencias relatadas por los individuos, señala: “Nadie mejor
que la misma persona involucrada para hablarnos acerca de aquello que piensa y siente,
de lo que ha experimentado o proyecta hacer, cosa que por su naturaleza es casi
imposible de observar desde fuera” (p.106). Apoyando esta idea, Rusque (1999) dice
que la regla de oro en la entrevista es la aceptación incondicional de lo que el
entrevistado dice. Es por esta razón, que es tan importante dejar al participante que
exponga los sentidos, significados que resultan ser de interés, porque en esa medida
serán de interés para el investigador en la constitución de la compresión del individuo de
su vida cotidiana, poniendo en evidencia su posición particular y la relación que
establece entre los nuevos elementos.

A diferencia de otras técnicas utilizadas en la investigación cualitativa como la


entrevista estructurada, y los cuestionarios administrados, ésta técnica es flexible,
dinámica y se considera poco directiva, no estandarizada y abierta, de aplicación a una
persona o pequeños grupos de personas. Denominada también en el “campo” entrevista
semi-estructurada. Otra definición de entrevista a profundidad que acostumbra a
utilizarse en nuestra área, por su sencillez y claridad, es la de Taylor y Bodgan (1994 cp.
Rusque 1999 p.181), quienes definen este tipo de entrevista como: “reiterados
encuentros cara a cara con el investigador y los informantes, éstos encuentros están
dirigidos a la comprensión de las perspectivas que tienen los informantes respecto a sus
vidas, experiencia, situaciones, tal como lo expresan con sus propias palabras”.

A razón de la técnica, se considera, que la forma con que el individuo


entrevistado hace la presentación de su relato, es portadora en ella misma de ciertos
significados que no deben alterarse con una direccionalidad muy marcada de parte del
investigador en la puesta en práctica (Sandoval 2002). Sin embargo, como el objetivo
de la entrevista es saber siempre qué piensa la persona y conocer de ella, cosas que no se

105
pueden observar directamente, como sus ideas intenciones y sentimientos, se debe tener
siempre una guía que estructure la entrevista. Esta forma de entrevista presentada como
poco formalizada, posee la ventaja de permitir un diálogo más prolongado y rico,
presentando los hechos en toda su complejidad, captando no sólo las respuestas a los
temas elegidos sino también las actitudes, valores y formas de pensar de los
entrevistados, a veces inaccesibles por otras vías (Sabino 2002).

Participantes de los Grupos Focales y las Entrevistas a Profundidad

Para realizar la selección de los participantes se utilizó un muestreo del tipo


intencional, ya que es un procedimiento que nos permitió tomar los casos característicos
de nuestra población, limitándola a un número pequeño de casos. Utilizamos en
promedio entre 9 a 11 participantes para cada grupo focal, este tipo de selección ya que
el tipo de población a la que nos dirigimos es muy variable y de difícil acceso, sin
embargo como utilizamos una investigación de corte cualitativo nuestro principal interés
es la riqueza de los significados y sentidos expuestos por los actores, más allá de un
número.

Los participantes fueron contactados a través de la técnica de muestreo no-


probabilístico, utilizado en los estudios exploratorios de tipo cualitativo llamado “Bola
de nieve”, donde se focalizan algunos individuos que cumplan con los requisitos
necesarios y luego a partir de ellos se ubican a los otros hasta que se obtenga el número
de personas que se requiere para realizar la investigación. De esto se derivo que la
mayoría de los participantes fueran estudiantes universitarios, jóvenes profesionales, y
de clase media.

Sánchez (2000) menciona que se basa en el principio que él denomina de


diversidad, en el cual se suele trabajar con un número reducido de sujetos debido a que
su representatividad no se expresa en términos cuantitativos, sino en la reunión de casos
que garanticen la heterogeneidad de contextos y versiones en torno a un mismo campo
de prácticas.

106
Los participantes fueron jóvenes entre 23 y 30 años, con algunas excepciones (un
participante de 45 años). La mayoría del género masculino, con una proporción
aproximada de diez a uno; consumidores habituales de sustancias ilícitas principalmente
marihuana y cocaína por ser las de mayor uso y distribución, sin excluir a los
participantes consumieran otras sustancias licitas, y que no hubieran asistido a centros e
instituciones de rehabilitación.

Sobre la base de los objetivos de nuestra investigación se trazaron este conjunto


de criterios que aseguraron que la selección de sujetos fueran semejantes en algunas
características relevantes y resultarán diferentes respecto a los múltiples relatos
expresados (Sánchez, 2000), a partir de los cuales significan las prácticas de consumo de
sustancias. Las características establecidas en dicha selección fueron: 1) La edad, ya que
de acuerdo a un informe sobre las estadísticas de consumo de drogas en pacientes que
asisten a centros de rehabilitación y tratamiento en Venezuela, se establece que entre los
20 a 35 años se concentra más de la mitad de la población que asiste dichos centros
(extraído del informe de la Oficina Nacional Antidrogas 2008), 2) El género, en el
mismo informe se afirma que de estos pacientes el 90% son hombres y sólo el 10% son
mujeres (Ob.cit), 3) Sustancia ilícita de consumo, se basa en lo expuesto por la opinión
pública y/o el discurso mediático donde se expone que la marihuana y la cocaína son las
drogas de mayor consumo y popularidad entre los jóvenes (Del Olmo, 1997) y 4) la
condición de que los participantes no hubiesen asistido a algún centro de rehabilitación,
se debe a que buscábamos consumidores habituales de sustancias ilícitas libres del
discurso instaurado en los centros de rehabilitación.

En las siguientes tablas se exponen las características de los participantes


relativos al género, edad, y ocupación de cada uno de los grupos realizados. Para
conservar el anonimato de los participantes sus nombres se identifica con siglas (S) y
(#).

107
Tabla 1. Identificación y clasificación de los participantes del primer grupo focal
(Gf1) por género, edad y ocupación

Grupo 1 (Gf1) Género Edad Ocupación

Sujeto 1 (S1) M 27 Publicista

Sujeto 2 (S2) M 27 Publicista

Sujeto 3 (S3) M 45 Licenciado en Filosofía

Sujeto 4 (S4) M 29 Ingeniero

Sujeto 5 (S5) M 26 Estudiante de Antropología

Sujeto 6 (S6) F 29 Estudiante de Psicología

Sujeto 7 (S7) M 29 Licenciado en Comunicación Social

Sujeto 8 (S8) M 26 Publicista

Tabla N.1 Descripción del número, edad, género y ocupación de los participantes

108
Tabla 2. Identificación y clasificación de los participantes del segundo grupo
focal (Gf2) por género, edad y ocupación.

Grupo 2 (Gf2) Género Edad Ocupación

Sujeto 1 (S1) M 27 Estudiante de Antropología

Sujeto 2 (S2) M 25 Estudiante de Antropología

Sujeto 3 (S3) M 23 Estudiante de Psicologia

Sujeto 4 (S4) M 25 Profesor Universitario

Sujeto 5 (S5) M 22 Estudiante de Psicología

Sujeto 6 (S6) M 27 Chef de cocina

Sujeto 7 (S7) F 23 Licenciada en Comunicación Social

Sujeto 8 (S8) M 26 Estudiante de Sociología

Sujeto 9 (S9) F 25 Estudiante de Ingeniería

Sujeto 10 (S10) M 27 Estudiante de Psicología

Sujeto 11 (S11) F 29 Estudiante de Psicología

Tabla N.1 Descripción del número, edad, género y ocupación de los participantes

109
En general fueron 21 los participantes de los grupos focales. Los grupos variaron
en su cantidad de sujetos, el primero fue de 9 participantes y el segundo con 11
respectivamente. El nivel socioeconómico de los participantes correspondió a los
estratos II, III y IV estando la clase media y sus extremos mejor representados allí. La
ausencia de participantes pertenecientes al estrato V, fue producto de dificultades
logísticas, particulariza los hallazgos de la investigación, es decir, limita nuestras
conclusiones al tipo de personas que formaron parte de la investigación.

Los grupos focales y la entrevista se llevaron a cabo en las locaciones que


respondían a las necesidades logísticas de los participantes, por esta razón fue escogido
el recinto universitario, y casa de particulares; intentando que las condiciones para llevar
a cabo ambas técnicas resultaran lo más confortable para los actores y permitieran una
buena recolección del sonido. En caso de las entrevistas fueron realizadas con dos
personas que habían formado parte de cada grupo focal realizado. La realización de los
grupos focales y entrevistas fue en el lapso de Marzo y Abril 2009.

Técnicas de Procesamiento de Información

Trascripción

Con el objeto de obtener el corpus de análisis se realizo la transcripción manual


de todas las informaciones recogidas en las grabaciones de audio y las anotaciones de
campo de parte de las investigadoras. El proceso se realizó lo más riguroso posible
excepto en algunos momentos de la grabación donde los participantes hablaban al
mismo tiempo y no se logró captar la intervención de cada uno de ellos, refiriéndose
como ruido dentro del corpus textual. La trascripción se enfocó en los aspectos
conversacionales de los grupos focales. Se señaló las pausas efectuadas por cada
hablante, identificándolas con tres puntos suspensivos, de la misma forma se incluyó
palabras cortadas y repetidas.

Se hizo énfasis en la unidad temática y la referencia al sentido de cada una de las


intervenciones de los participantes, por nuestro énfasis de la investigación en el área

110
semántica, donde nos interesaba los contenidos y estrategias por medio de las cuales los
hablantes de los grupos focales y de las entrevistas realizaban sus construcciones; así
como para simplificar y realizar de forma más sencilla el tipo de análisis que
posteriormente que utilizamos.

Técnicas de Análisis

Análisis de Contenido

Forma parte de las técnicas de análisis textual, su objetivo se centra en describir


la importancia del texto hablado y escrito que tiene para la comprensión de la vida
social. Estas técnicas poseen su orientación epistemológica pos-positivista,
compartiendo actualmente vínculos más cercanos con las orientaciones cualitativas y la
hermenéutica. En general las ciencias sociales requieren del análisis de documentos,
interpretación de los discursos, e intervenciones orales, que son expresadas desde la
perspectiva del lenguaje y la comunicación (Padrón 1996 cp. Miguélez 2007)

De manera sintética se puede decir que el análisis de contenido es un


procedimiento en el marco de las ciencias sociales que consta de someter a un mensaje,
información, texto hablado o escrito, para que se reduzca de manera sistemática a un
flujo del texto (u otros símbolos), a un cuerpo estándar de símbolos manipulables por el
investigador, representado la presencia, intensidad y frecuencia de ciertos elementos y
fenómenos relevantes para el campo de las ciencias sociales (Shapiro y Markoff, c.p
Roberts 2005 p.14). Se trata de develar el carácter simbólico de los mensajes, los que
no tienen un único significado debido a que los mensajes y comunicaciones en tanto
simbólicos tratan de fenómenos distintos a los que se observan directamente. Otra
definición quizás un poco mas explicita a lo que refiere la técnica, la muestra Bardin
(1986) cuando lo plantea:

Método contentivo de diversas técnicas de análisis y comunicaciones que


utiliza conocimientos sistemáticos y objetivos de descripción del contenido
de los mensajes para obtener indicadores (cuantitativos o no) que permitan
una inferencia de los conocimientos relativos a las condiciones de
producción y a la recepción de los mensaje (p. 233).

111
Los diversos modos de expresividad humana se organizan como lenguajes,
entendiendo este concepto en su sentido amplio. Así, un sistema de formas expresivas
incluiría no sólo el lenguaje verbal, sino desde otras formas de interacción humana
entendiendo el lenguaje como aquél que permite crear subjetividad e individualidad
sobre los fenómenos de la vida social, entre ellos la referencia que hacen los
consumidores de sustancias ilícitas sobre su experiencia. Son estas formas expresivas las
que nos permiten establecer relaciones intersubjetivas y hacen posible la interacción
social desde los actores.

Se hace necesario aclarar la diferencia entre lo que se entiende por análisis de


contenido y análisis de discurso, se trata de una diferencia más bien de grado. El primero
aborda un análisis desde el punto de vista sintáctico y menos desde el punto de vista
semántico y pragmático, y el segundo va en línea contraria, y se adentra en el uso de
teorías interpretativas para realizar su misión (Navarro y Díaz, 1998 cp. Migueléz 2007).
Lo esencial de todo análisis de texto estará constituido por la determinación cuidadosa
de las conexiones entre el nivel sintáctico del texto y sus niveles semántico y
pragmático, es decir los nexos y conexiones que tenga el texto, gramatical y
sintácticamente, con los significados y sentidos que son asignados por cada uno de los
participantes de la investigación.

El Corpus de Análisis.

Para lograr obtener un bloque de información manejable y analizable fue


efectuado un procedimiento con la información recolectada, posterior a la transcripción,
descrito y llamado por Strauss y Corbin (2002) como codificación abierta y codificación
axial, que busca examinar los datos de manera comparativa y hacer preguntas de manera
sistemática sobre ellos. Tales preguntas resultan en proposiciones sobre los fenómenos y
sus relaciones, logrando obtener conceptos y conexiones sobre el fenómeno de interés.

Para describir con mayor detalle los procedimientos efectuados, empezaremos


con la codificación abierta durante esta etapa los datos son estudiados con detalle,
examinando sus diferencias y similitudes entre ellos, para obtener una descomposición
de sus partes. Por tanto los objetos, elementos, situaciones, acontecimientos, acciones e

112
interacciones que son considerados como similares en su significado se agrupan bajo
conceptos más abstractos denominados por estos autores como “categorías” (Strauss y
Corbin, 2002 p.111). Para pasar a la codificación axial el investigador requiere tener
algunas categorías, debido a que selecciona los datos y los reagrupa por medio de
oraciones que expresan la naturaleza de las relaciones entre las diversas categorías y
subcategorias. Esto resulta en explicaciones más detalladas y precisas de la forma en que
se muestra el fenómeno a partir de los datos (Strauss y Corbin, 2002).

Esta forma de análisis empleado usa herramientas analíticas para descomponer


los datos y escarbar bajo la superficie. Nuestro objetivo con el uso de este análisis fue
discernir el rango de significados potenciales contenidos en las palabras usadas por los
participantes, a los grupos focales y entrevistas, desarrollando mejor en términos de sus
propiedades y dimensiones. El acto de denominar puede lograr algo de esto. Cada vez
que clasificábamos, seleccionábamos o le colocábamos un nombre conceptual a algún
elemento había cierto grado de interpretación de significados derivados del contexto.

Estos procedimientos permitieron segmentar el corpus de manera de que quedó


estructurado en fragmentos abordables para una análisis más minucioso, a los que
posteriormente, se continuó reagrupando de manera constante durante fases posteriores
del análisis, según fueran emergiendo nuevas relaciones relevantes para nuestro orden
expositivo (Strauss y Corbin, 2002 p.136).

113
VIII. ANÁLISIS DE RESULTADOS

Los resultados obtenidos a partir del corpus textual, analizado por categorías de
contenido, se ha organizado en función a siete dimensiones identificadas que ilustran la
organización lógica de los hallazgos que seguidamente se desarrollaremos. En primer
lugar desarrollamos el campo semántico de la droga que definen los hablantes, una
dimensión de su discurso que denominamos Referencias en torno a la noción de drogas
en la que se define la relativización como argumento que les permite explicar la
diversidad de significados que ésta adquiere de acuerdo con cada contexto; cuando se
pone en uso la categoría de droga se plantea una asociación entre drogas y adicción.

La segunda dimensión que identificamos engloba las caracterizaciones y esferas


de significado que emplean los hablantes al referirse a Los actores del consumo,
definidos a partir de un cuestionamiento a las estereotipaciones que se le aplican
normativamente a los consumidores, que luego da paso al establecimiento de unas
“verdaderas” características estereotipadas del consumidor, de acuerdo a la droga que
consume, cocaína o marihuana, principalmente.

La tercera dimensión que planteamos es La práctica del consumo en la que se


definen ciertas “topologías” que asume la actividad, justificadas en relación a sus
contextos de emergencia, la etapa escolar o el entorno familiar; así mismo, se plantea la
dicotomía Ludismo vs. ritualismo en la droga como repertorio a través del cual los
usuarios de drogas dan cuenta de un proceso de maduración en el actor que transforma la
configuración de la actividad.

La cuarta dimensión corresponde a la Situación de consumo de drogas


ilegalizadas, que agrupa las referencias en torno a las circunstancias de consumo, a las
cuales se asocia el sentido que adquiere la práctica y su forma general. Identificamos
dos formas principales, a manera de rituales estructurados a partir de la figura social
bajo la cual se produce el consumo de determinada droga, consumo colectivo, o bien
consumo individual.

114
La quinta dimensión, Los efectos subjetivos de las drogas, constituye una
caracterización de las atribuciones subjetivas que se construyen en relación al consumo
de drogas, estos repertorios en torno a los efectos se plantean como el aspecto
“individual” y “psicológico” de las sustancias, constituyendo su mayor ganancia en
términos de “experiencia personal”. No obstante, se identifican ciertos factores de
naturaleza ajena a las drogas; sociales, psicológicos y biológicos, que gozan de la
facultad de modificar los efectos de éstas sobre la persona.

En una sexta dimensión hemos agrupado los repertorios del discurso a través de
los cuales los sujetos sitúan la actividad de consumo como una actividad de riesgo, así
como, las estrategias que definen para la gestión de éste.

La séptima y última categoría, Las marcas de la prohibición, agrupa las


implicaciones discursivas y relacionales de las drogas que se justifican a través de su
condición de prohibidas.

115
1. Referencias en torno a la noción de drogas

Los repertorios que se expuestos en esta dimensión, se estructuraron a partir de


las consideraciones planteadas por los usuarios cuando se les interrogó sobre los
significados que asocian al referente: droga.

1.2 La relativización de la droga respecto a la experiencia

Para los hablantes, la idea de elaborar una definición de droga responde a la


experiencia vivida con éstas. Durante la discusión, el consenso se produjo en torno a la
imposibilidad de una definición unívoca de dicha categoría dada la multiplicidad de
experiencias con la droga y su referencia subjetiva, aunque reconocen su limitada
diversidad. Esta relativización de la noción de drogas resulta interesante, en cuanto
señala el carácter construido y relacional del significado de éstas. En este sentido, se
produce un re-anclaje de los significados de la droga en los contextos de consumo. A
continuación, analizaremos varios fragmentos de las discusiones propiciadas en los
grupos focales a este respecto:

- Sujeto 3: es una experiencia demasiado subjetiva es demasiado


contextual, si aquí estuviera por ejemplo un indígena para él sería algo
como… o de pronto si traes a alguien de Ámsterdam, que ya algo no tan
extremo dirá que es algo día a día normal como tomarse una cerveza, o
sea es tan contextual, tan histórico es como que cada quien aquí se
pusiera a escribir un diario porque nunca, porque es absurdo una
respuesta, yo creo que cualquier excusa es válida para que el que diga
que… que tripeó burda como pal que la pasó mal y como que el que
diga que a veces tripea y a veces no, o sea, es tan relativo que o sea no
creo que vaya más allá de una experiencia subjetiva (G.f.2, p.13)

- Sujeto 11: pero no son tan distintas esas visiones no son infinitas (G.f.2,
p.14)

En el ejemplo anterior, la noción de droga se vincula a elementos vivenciales


tanto subjetivos como contextuales. Los elementos subjetivos aparecen inseparables de
los contextos culturales que los determinan, la subjetividad es el argumento que justifica
la multiplicidad de usos del término. A partir de ahí, se plantea toda perspectiva
individual como válida respecto a las subjetividades particulares que la determinaron, al
tiempo, que estas perspectivas no se presentan inconmensurables o inconciliables entre
sí.

116
Yo definitivamente, opino como este pana, es demasiado subjetivo y , es
como que varía demasiado el contexto, de acuerdo a cada droga e incluso
con la misma droga, pues, por lo menos yo que fumo monte no es igual
cuando fumas con los panas, cuando fumas pa‟ tripear escuchar música, pa‟
trabajar en la computadora, siempre es diferente pues, y definitivamente
tampoco las notas son iguales que la de la primera vez, pero tampoco no
quiere decir que no llegue todavía a eso, también puede ser la calidad del
monte, pues cualquier cosa, y también es demasiado variado (sujeto 2,
G.f.2, p.16)

La noción de drogas se presenta como un posicionamiento subjetivo respecto a


éstas, relativo a cada droga, variedades y calidades de la misma droga, así como los
diferentes propósitos asociados a cada una y el tiempo de experiencia en el consumo de
drogas. En este fragmento, se expone la discusión a partir del caso de la marihuana,
donde las experiencias subjetivas (“las notas”) de una misma sustancia, en una misma
persona, se diversifican de acuerdo a los propósitos de consumo (“no es igual cuando
fumas con los panas, cuando fumas pa‟ tripear escuchar música, pa‟ trabajar en la
computadora, siempre es diferente pues, y definitivamente tampoco las notas son
iguales”).

Yo sí creo lo del cambio de la mente pero lo veo como un cambio de


percepción porque también se asocia con la experiencia de la droga… yo
por lo menos puedo definir lo que es droga porque en tal caso se abre como
que una categoría, yo solo fumo marihuana entonces para mi es hablar de la
marihuana, entonces es como un cambio de percepción (Sujeto 4, G.f.2,
p.14)

La definición de drogas se plantea como elaboración del consumidor a partir de


la experiencia con su droga de preferencia. En el ejemplo, el hablante declara a la
marihuana como su droga y por ende, como referente de lo que significan las drogas
para él. Desde este punto de vista, las drogas se definen en tanto cambio perceptual.

Aunque todas las drogas tienen como un punto en común que alteran o
deprimen el sistema nervioso central, depende mucho de tu cuerpo, de la
propensión biológica que tienes a que te afecte una más que otra. Y la
manera también en cómo has llegado a ellas, si fue por curiosidad, si fue a
los 17 o si fue a los 20, si fue con un novio, si fue con unos panas, con la
mama de tu amigo. Sabes, es también la relación con ella es importante
destacarla. Porque no es el consumo por el consumo, no es que la droga es
mala, porque te hace daño, porque no, es también como tú has conocido la
sustancia, cualquiera de ellas (Sujeto 6, G.f.1, p.14)

117
Más allá de los elementos comunes entre drogas, como la acción sobre el
sistema nervioso; la experiencia con drogas es relativa a factores individuales como
características biológicas individuales y contextos e historia personal de consumo. La
droga será dañina o beneficiosa de acuerdo a la vivencia de la persona con la droga y las
condiciones en las que emergió la vinculación con éstas.

Los fragmentos presentados, permiten hacer visible el proceso de resignificación


de la droga que agencian los consumidores como repertorio que permite invalidar la
perspectiva hegemónica y convencional del término y así, validar el contenido de sus
vivencias placenteras con las diferentes sustancias.

1.2 La droga en tanto adictiva

La definición de droga con mayor recurrencia entre los hablantes, generaliza la


categoría a toda sustancia, actividad u objeto de la vida cuyo consumo, práctica o
aplicación produzca una alteración interna placentera que permita liberar tensiones y
conlleve un riesgo de adicción. Veamos los siguientes fragmentos:

Bueno yo creo que las drogas es eso que cambia algo en ti en ese momento
mentalmente así sea el alcohol, así sea marihuana, ácido, éxtasis lo que sea
para mí eso es las drogas en general que unas te causen cierto tipo de
afinidad (…) tomarme una birra eso es una droga, eso causa un cambio en
mi, que ya hay una relajación en ti o lo que sea, pero eso son para mí las
drogas, todas todas son los fármacos para mi una droga, hacer un deporte
demasiado que activa todas esas endorfinas y tal, mi droga es jugar futbol
todos los días, conozco amigos así y esa es su droga, droga es todo aquello
que te hace sentir bien a lo mejor por un ratico y luego quien sabe si sigues
tripeando (Sujeto 9, G.f. 2, p.14).

En este ejemplo, la droga se asocia con un cambio interno de tipo mental


limitado a la circunstancia de consumo (“cambia algo en tu mente en ese momento”), el
elemento temporal se evidencia en el uso de frases adverbiales reiterativas (“en ese
momento”) (“por un ratico”). Este cambio resulta placentero a la persona, quien
desarrolla cierta afinidad por estos efectos. Se mencionan en esta categoría, deportes,
drogas legales e ilegales, sin ninguna distinción aparente entre elementos. Así mismo, el
referido cambio mental se presenta aparejado con reacciones fisiológicas (“activa todas
esas endorfinas”). Pasemos al siguiente ejemplo:

118
Todos, porque he conocido, tengo un amigo que casi estuvo internado,
recibió ayuda porque estaba adicto al chocolate, tenía ya problema de
procesamiento, el páncreas se le estaba escoñetando, tenía diabetes, la
gordura, la cara se le estaba deformando, al final si mezclo la parte
romántica de la droga y la parte fea, al final todo el mundo se mete azúcar
en el café , todo el mundo tiene salsa de tomate en su casa, café, tienes
chocolate, tienen cigarros, entonces al final, o también el zapato de marca
que también puede ser hasta una adictivo, una cuestión adictiva, entonces
al final, si es por eso también vivimos en una sociedad de consumo,
entonces no nos escapamos tampoco (Sujeto 1, G.f.2, p.27).

A partir de un relato anecdótico se plantea la adicción en relación a una sustancia


de consumo convencional, el chocolate, como una condición de deterioro del sujeto
referida a su organismo, tanto fisiológica como físicamente; lo cual adquiere visibilidad
en la deformación corporal del individuo (“tenía ya problema de procesamiento, el
páncreas se le estaba escoñetando, tenía diabetes, la gordura, la cara se le estaba
deformando”). La categoría de droga se reitera en su carácter generalizado, es decir, se
presenta todo como potencialmente adictivo: azúcar, café, cigarro, salsa de tomate,
zapatos; dichos elementos se definen como productos de consumo normalizado (“todo el
mundo se mete azúcar en el café”). Si todo el mundo consume cotidianamente
productos adictivos, entonces todo el mundo se convierte en potencial adicto. Esta
relación supone una idea de sujeto definida a partir de una predisposición a la adicción
que le es inmanente (“vivimos en una sociedad de consumo, entonces no nos escapamos
tampoco”).

Eso también puede ser disparar, yo he disparado y es una vaina para liberar
tensión increíble pero eso puede ser un vicio, puede convertirse en un vicio
al punto de que puedas causar un daño, pero esa es como una droga, las
drogas no necesariamente tienen que ser una sustancia, puede ser cualquier
cosa a la que tú te vuelvas adicto, porque si tú te vuelves adicto a cortarte
las uñas de los pies coño vas a tener las uñas chiquitas y vas a sangrar pero
vas a sentir el placer de que te estas cortando la uña, no necesariamente
tiene que ser el sexo, no tiene que ser el alcohol puede ser oler pega, pintar
una pared, a lo mejor pintas la pared y coño eres adicto a pintar esa pared
un millón de veces al día y ahí está esa es tu manera de liberarte tu manera
de ... como decía el pana pues, es tu manera de soltar las tensiones y liberar
estrés (Sujeto 8, G.f. 1, p.13).

El placer que define a la droga se asocia con una práctica de auto-liberación


vinculada a ciertos estados internos (“es una vaina para liberar tensión increíble”). Las
drogas se presentan como el agente más adecuado (“increíble”) para “liberar tensión”.

119
Esta asociación se enuncia con reiteración en el texto (“ahí está esa es tu manera de
liberarte”, “es tu manera de soltar las tensiones y liberar estrés”). Vicio y adicción se
emplean como términos equivalentes para referirse a un estado dañino. Para los
hablantes, el vicio o adicción es el riesgo ineludible de todo vínculo con algún evento de
la vida, motorizado por el placer “fisiológico”. Esta relación da cuenta de un proceso de
apropiación simbólica que constituye a la sustancia como un ente “metafísico” que goza
de cierta autonomía. De este modo, la condición que transforma en droga a un elemento
cualquiera, es su capacidad de volver adicto al consumidor; el potencial dañino que ésta
–la droga- signifique será proporcional a la fuerza sensual atribuida por el consumidor;
la frase que mejor explica esta convergencia de elementos dice así: “si tú te vuelves
adicto a cortarte las uñas de los pies coño vas a tener las uñas chiquitas y vas a sangrar
pero vas a sentir el placer de que te estas cortando la uña”. En este caso, también se
entendería la categoría drogas como toda fuente de placer potencialmente adictiva.
Analicemos el siguiente fragmento de diálogo:

- Sujeto 8: Si bueno una que otra sustancia tendrá un efecto más adictivo
que otras, es más difícil hacerse adicto a correr, a la adrenalina que
tienes que producirla, a un cigarro algo que te viene de afuera, que te
puedes fumar uno y se te acaba y prendes el otro, y prendes el otro…

- Sujeto 4: Hay como un practicismo allí

- Sujeto 8: También eso de la accesibilidad, no es más fácil correr todos


los días el Ávila que prenderte un porro por ahí. Es cuestión también de
comodidad (G.f. 1, p.17).

El elemento interesante que introduce este ejemplo, tiene que ver con la
enunciación de la condición fáctica que pauta la diferencia entre la actividad de correr y
la de fumar marihuana: la accesibilidad y el practicismo. Ambos criterios, se refieren al
grado de dificultad y el costo en esfuerzos individuales, que implica alcanzar el efecto
placentero de una situación X del mundo social: relación costo-efecto (“no es más fácil
correr todos los días el Ávila que prenderte un porro por ahí”), la actividad de correr
implica un mayor costo personal: entrenamiento, disciplina, esfuerzo, a diferencia de la
practicidad e inmediatez de de los efectos del consumo de sustancias: “prenderte un
porro por ahí, es cuestión también de comodidad”.

120
2. Los actores del consumo

Interrogar a las referencias en torno a los actores del consumo devino en dos
repertorios básicos: el primero se estructura a modo de cuestionamiento acerca de los
estereotipos de usuario de drogas relacionados a la categoría normativa de adicto o
drogadicto a partir de la idea de toda persona como consumidora; el segundo, se elabora
a partir de las tipologías de consumidor que ellos asumen ciertas en relación a cada droga
de consumo.

2.1 El cuestionamiento a los estereotipos normativos

Las referencias en torno al consumidor de drogas parten de la dificultad del


estereotipo convencionalmente asociado al consumo de drogas para identificar al usuario
de éstas. La experiencia constituye la mejor evidencia para afirmar que el consumidor de
drogas puede pertenecer a cualquier tipología de persona, incluido “el encorbatado” como
figura antagónica a un estereotipo que se supone en el discurso pero no se enuncia, lo no
dicho. Los rasgos estereotipados encontrados en algunos consumidores se atribuyen a
preferencias personales en relación a su vinculación pública o privada con las drogas; en
otras palabras, algunos deciden comunicar su relación de consumo con las drogas y otros
deciden mantenerlo como un evento privado. Cuando se interroga sobre dichos rasgos
los sujetos se mostraron incapaces de elaborar un figura estereotipada más allá de la
identificación de los rasgos mismos, dando la impresión de un sin sentido.

Si caigo en esa categoría, me pregunto ¿yo soy drogadicto? Entonces me


viene el imaginario colectivo de que es un drogadicto y no lo asocio, o ¿será
que lo que yo consumo no es droga? o ¿si soy? ¿no es? (…) (Sujeto 1, G.f.2,
p.21).

El hablante, a través de una interrogación plantea la disociación entre la propia


identidad y el estereotipo de consumidor a disposición, asociado a la idea de drogadicto;
inaugurando con esto, una separación entre ambos actores que se plantean erróneamente
igualados. El recurso de la interrogación también le permite plantear que dicha
disociación cuestiona la validez de la categoría de droga que se aplica a la sustancia
consumida por el actor, quien no se clasifica a sí mismo como drogadicto. Veamos el
siguiente ejemplo:

121
Yo creo que bueno, si, o sea, al final están los típicos estereotipos y pueden
variar según la droga, así, pero claro eso no lo hace definitorio, pues, tú
hablas de que crees que todos los marihuaneros están en la gente de
sociología, pero tu vas a comprarle a un dealer y te das cuenta del montón de
gente, que es increíble que pasa por ahí, que no todos son peluos; van desde
el tipo que esta encorbatado (risas) igual te paras en una licorería así y están
desde las secretarias hasta los metaleros que están por ahí en la calle, que
están full metido así, entonces como que es difícil pues (Sujeto 2, G.f.2,
p.27).

En el fragmento anterior, se afirma la existencia de consumidores identificables a


través del estereotipo, así como, una diversificación del estereotipo según la droga de
consumo. Sin embargo, los actores plantean que estos tipos ideales (siguiendo la noción
planteada por Weber) no permiten dar cuenta de la totalidad de consumidores, ni
siquiera de una buena parte.

Se cuestiona la vinculación normalizada –de sentido común- entre el modelo de


consumidor de marihuana y la población estudiantil de sociología, como producto de la
experiencia en contextos de compra y consumo de drogas; se expresa, con tono de
asombro, la diversidad de estilos de personas que compran y usan drogas identificables
en estos contextos. El “encorbatado” se presenta como figura antagónica a un
estereotipo de consumidor vinculado a rasgos como “peluo”, pero cuya descripción
siempre queda entredicha.

Los hablantes asumen como marco explicativo de su experiencia la negación de


los estereotipos normativos, que se sitúan como ideas artificiales e impuestas desde la
sociedad; así mismo se asumen todos y todas como potenciales consumidores, de modo
equivalente al imaginario construido sobre las relaciones entorno al mundo del alcohol
(“desde las secretarias hasta los metaleros”).

Yo creo que en la sociedad occidental todos consumimos drogas, menos los


mormones por cuestiones culturales (…) pero creo que eso tiene que ver
con el estilo de personalidad de la persona, algunas de las personas que no
andan con máscaras no tienen ningún problema, tampoco es que vas a estar
con una camisa de la mata, o algo así, no tienes necesariamente que caer en
eso. Creo que existe un, como un arquetipo del drogadicto, pero eso no
sirve para todo el mundo pues, porque eso depende de cómo tu lleves la
cuestión (Sujeto 5, G.f.2, p.29).

122
Se plantea como un hecho de orden societal aquello por lo que todos y todas
somos potenciales consumidores de droga, sin embargo, cada consumidor, dadas ciertas
tendencias subjetivas referidas como “personalidad” decidirá si hacer ostensiva su
vinculación con la droga, no solamente, a través de la asimilación de elementos
simbólicos del estereotipo, sino de un cierto modo más directo: el rompimiento de lo que
hemos denominado el secreto a partir de los lineamientos de Matza (1981) y Becker
(2009), quienes desarrollan la idea del secreto como estrategias conductuales y
discursivas dirigidas al ocultamiento, en los contextos normativos, de los vínculos con
actividades prohibidas, estableciéndose como una pauta de resguardo de la identidad
desviada.

Casi todo el mundo; si estás de hippie ya te acusan directo o si tienes un


poco de loqueritas puestas… ayy tu fumas marihuana verdad? Y sabes a lo
mejor no, yo conozco un pana que tiene unos dreck loks gigantes, le encanta
el reague y ese pana no fuma, no fuma así de simple, es más yo creo que él
no sabe ni que yo fumo, eso es un estereotipo de que hay qué fastidio,
también se lo puede fumar el que tiene la corbata, quizás está haciendo algo
peor, o tal vez es un borracho que se vuelve loco todas las noches… y eso
está asociado muchas veces al aspecto físico, o no al aspecto físico, sino a lo
que llevas puesto, la ropa (Sujeto 9, G.f.2, p.30).

Los bienes de consumo que conforman la apariencia social, muy vinculados a la


moda y consecuentemente al mercado, como la ropa, el peinado, la música que se
adquiere, se plantean como los rasgos estereotipados que permiten la determinación de
los vínculos individuales con las drogas. Esta forma inductiva de clasificación social
atribuida al orden societal se asume falaz desde el repertorio de los consumidores. La
idea se fundamenta a través de dos ejemplos remitidos a la experiencia, como fuente más
fidedigna para la explicación de la realidad: “conozco un pana que tiene unos dreck loks
gigantes, le encanta el reague y ese pana no fuma, no fuma así de simple, es más yo creo
que él no sabe ni que yo fumo”, “se lo puede fumar el que tiene la corbata, quizás esta
haciendo algo peor, o tal vez es un borracho que se vuelve loco todas las noches”.

Desde esta perspectiva nos permitimos a afirmar que el rompimiento del secreto
está vinculado a la dilatación de los contextos normativos permeados, gracias a la acción
del mercado, por los símbolos y significados de las subculturas juveniles de consumo.
De este modo, las dinámicas de pertenencia e inclusión en los grupos sociales, que

123
brindan forma a sus identidades desviadas, son también productos mercantilizados. En
otras palabras, esta asimilación individual de rasgos estereotipados responde a las
relaciones sociales y los contextos de significación en los que emerge la práctica.

2.2 Los actores estereotipados desde el consumo

El consumidor de drogas fue caracterizado a partir de las referencias a una


alteridad, a un Otro, distanciándose de este modo de los juicios que establecieron en
torno a las figuras estereotipadas de consumidor. Presentaron al actor de dos formas
recurrentes y distintivas entre ellas vinculadas a la droga de consumo. Se establece una
caracterización particular al “consumidor de marihuana” y otra en referencia al
“consumidor de cocaína”, como dos categorías sociales diferentes, a pesar de sus
convergencias aparentes.

2.2.1 El consumidor de cocaína: el yuppie

La tipología construida en torno al consumidor de cocaína o “periquero”, se


caracteriza a partir de su asociación a un modelo ideal vinculado con un elevado estatus
social, un yuppie: actor económicamente próspero, “ejecutivo”, poderoso y cuyo ejercicio
de poder se considera exitoso. Se le relacionan un sentido de independencia económica,
libertad y cierta irreverencia.

Una identidad así construida, se sostiene gracias a la utilidad de los efectos de la


cocaína en cuanto a un mayor rendimiento y productividad. De forma paradójica, dicha
identidad a partir de este mismo vínculo con la sustancia se pone en riesgo de dos
maneras: una primera, tiene que ver el ocultamiento ineficaz de su vinculación con la
sustancia, el secreto. El consumidor de cocaína no debe aparecer públicamente como tal,
dada su asociación moral con estereotipos negativos vinculados a la drogadicción. Un
segundo riesgo se relaciona con el potencial adictivo de la sustancia, que implica un
efecto antagónico en cuanto a productividad, éste haría insostenible, en términos
concretos, la figura del joven exitoso.

(…) Cocaína no la consigue cualquiera, cocaína es una droga de un nivel


bastante alto, y con lo general se puede asociar con las personas que tienen
un poder para tomar decisiones, entonces es una doble moral un doble

124
discurso: el de la legalidad, la ilegalidad, lo bueno, lo malo (...) (Sujeto 5,
G.f.1, p.19)

La cocaína se plantea como una droga vinculada a una tipología de persona de


“alto nivel”, esto es, personas de poder en la toma de decisiones y buena capacidad
económica. Lo anterior plantea a los actores una contradicción en cuanto a las ideas
morales convencionalmente asociadas al usuario de drogas; al tiempo que la cocaína
potencia las capacidades productivas de ciertos actores “poderosos” se reproduce a través
de la cultura mayoritaria un imaginario moralizante de la figura del “periquero” que se
relaciona a su condición de ilegalidad.

Resulta interesante cómo los dispositivos de poder aún se soportan del bastión de
la prohibición, como estrategia moralizante, a pesar de la utilidad que reportan sustancias
como la cocaína para los actores mejor integrados a actividades económicas, los actores,
que como reportan los usuarios de drogas, son el antagonismo de la desviación.

Y la última droga que yo probé fue la cocaína, y después de ver un poco de


panas, y también como la cocaína es más fácil de que „qué bolas éste es
periquero‟ suena más feo (Sujeto 6, G.f.1, p.23).

El consumo de cocaína supone para los usuarios un mayor riesgo de rechazo


social asociado al fracaso en las estrategias de ocultamiento de la actividad desviada. La
figura del “periquero” se define más culpabilizada respecto a los estereotipos asociados
con otras drogas; dicha idea se expresa bajo una forma moralista propia de los enunciados
del tipo acusativos, que asumen una naturaleza inadecuada inherente a la actividad (“„qué
bolas éste es periquero‟ suena más feo”) sin más sustento que el proceso mismo de
dicotomización de la sociedad: feo-bonito, bueno-malo, saludable-riesgoso.

Sujeto 5: (...) pero, “que eso es malo no lo hagas”, pero, yo voy atrás me
echo cuatro pases y nada que ver

Sujeto 4: por eso le dicen la ejecutiva, las relaciones públicas y tal…

Sujeto 6: por el alto target. Si por eso la asocian, a las personas que toman
buenas decisiones, supuestamente (G.f.1, p.19).

Se plantea que a pesar de advertencia social respecto al peligro asociado al


consumo de cocaína (“pero, „que eso es malo no lo hagas‟”), la discrecionalidad y

125
practicidad de su consumo garantiza al usuario mayor posibilidad de mantener el secreto.
El consumo de cocaína configura a un actor “exitoso”, estos es, efectivamente
productivo, que cumple con diversas exigencias sociales de la clase aburguesada y posee
cierta capacidad económica y política.

(...)y la droga entra allí, y yo te digo: yo creo que la droga si es mala, esa es
mi conclusión ¿por qué?, porque la droga daña al yuppie, el yuppie, el
muchacho triunfador, millonario que no se entiende sin la droga, pero la
droga le causa su propia destrucción, es la paradoja, es lo trágico de nuestra
vida, la vida no se entiende sin el goce, pero el goce me causa mi propia
destrucción, es una vaina paradójica (Sujeto 3, G.f.1, p.20).

En el ejemplo anterior, la referencia a “la droga” se asume como referencia a la


cocaína, en cuanto a las referencias que contextualizan la intervención. La tipología de
consumidor de cocaína asociada al estereotipo “yuppie” joven profesional urbano,
caracterizado como “el muchacho triunfador, millonario”, se vincula con esta sustancia a
modo de dependencia (“no se entiende sin la droga”), dependencia que se expresa en un
sentido particular que indica que el yuppie no se concibe en cuanto tal –joven profesional
exitoso- fuera de su relación con la cocaína. Esta relación de dependencia se concibe
como paradójica en relación a aquello que posibilita: el éxito. Tal como expresa el
hablante, esta paradoja se produce en relación al doble sentido asociado a la cocaína: en
primer lugar, aparece como pilar del éxito, asociada a efectos estimulantes aprovechables
en términos de productividad; simultáneamente, significa destrucción del mismo sujeto,
en relación al potencial adictivo de la sustancia, expresado como su mayor riesgo. Esta
relación es explicada por el hablante de acuerdo a un carácter que asume inherente a la
naturaleza misma de la vida, en el que se establece el goce, el placer como elemento
necesario de la vida y simultáneamente, como el mayor de los elementos que la
amenazan. El sujeto se halla, de este modo, en un permanente jalonamiento entre
seguridad y placer; la búsqueda del placer implica el sacrificio de la seguridad y el
sometimiento a una situación de riesgo inevitable.

2.2.2 El consumidor de marihuana: el tolerante

El consumidor de marihuana se define a través de una cierta apertura referida en


dos sentidos distinguibles: el primero se asocia a los efectos subjetivos de la sustancia,
también llamada “ganja”, que posibilita un volcamiento especial de la atención del actor
126
hacia la comprensión de la situación propia y ajena. El otro sentido que adquiere esta
apertura refiere a un efecto social del consumo de drogas vinculado al contexto,
esencialmente diverso, en que emerge. El consumidor de marihuana se define a razón de
su capacidad para desenvolverse en grupos de personas muy heterogéneos y por su alta
tolerancia respecto a la diferencia.

La misma idea de meditación, pero también puede estar atado a la idea de la


contemplación, entonces la persona que consume marihuana va más lento
porque puede estar en un estado de contemplar la situación en la que tu estás
y en la que las otras personas pueden estar, eso en el caso de la marihuana,
desde otras drogas no sé, ¿qué está pensando? está pensando en lo mismo
pero desde una actitud más contemplativa, una perspectiva fuera de ti, pero
a la vez que parte de ti mismo (…) o lo mismo que todo el mundo está
viendo, de repente él se para y te dice mira este tornillo. (Sujeto 4, G.f.2,
p.30).

El usuario de marihuana se describe como un agente cuyas acciones se desarrollan


con un ritmo inferior y diferente a lo normado (“va más lento”), lo cual se explica a partir
de una referencia directa a los efectos subjetivos asociados a la sustancia en sí, que el
hablante caracteriza como “contemplación” y “meditación”, términos convencionalmente
empleados en un sentido religioso o filosófico. En la intervención anterior, éstos se
muestran vinculados a un estado de la conciencia alterado en cuanto a una ampliación de
ésta y una disposición inusual hacia la comprensión de la situación propia y ajena. Se
niega una transformación del pensamiento aparejada con este estado de conciencia; el
cambio que introduce la marihuana en el sujeto es entendido con relación a un aspecto
actitudinal, disposicional del actor hacia la comprensión, hacia nuevas perspectivas,
acaso ¿nuevas coordenadas de interpretación? Mismas que plantea como una expresión
ampliada de sí, de su identidad, en respuesta a la acción de la sustancia.

Entonces, coño, sobre todo la ganja tiene esa posibilidad de que bueno uno
se despeja de muchas cosas, cómo te digo yo no me la paso con
regueatoneros, pero te digo voy a una rumbita de regueaton una noche con
estos panas que les gusta bailar regueaton y perreo ahí como un loco, y eso
no me gusta, pero que creo que toda la experiencia con la ganja te abre un
poco a esas posibilidades de conocer gente de todo tipo, gente que consume
o no consume, gente que le gusta una u otra vaina y coño, o sea como que
la personalidad de la persona se desarrolla como que en un ambiente así y
uno se vuelve un poco quizás más tolerante, si yo creo que más tolerante, el
peo es convivir e intercambiar con varias personas sin tanto peo, no?
(Entrevista 2, p.8).

127
Se asocia cierto sentido de apertura a la diversidad con el estereotipo de usuario
de marihuana, en relación a los marcos experienciales que la marihuana abre a sus
usuarios en un sentido empírico. Esta a apertura tiene que ver, con los efectos sociales del
consumo de cocaína. El actor se involucra en unas redes sociales que desde su
perspectiva resultan más amplias, arropando una diversidad de actores que entran en
interacción a través del consumo; se constituye así, un contexto que los actores definen
“tolerante”, esto es, más permisivo respecto a los actores de lo mundo de la desviación.

Se ilustra esta característica a través de un ejemplo vivencial del hablante: “digo


yo no me la paso con regueatoneros, pero te digo voy a una rumbita de regueaton una
noche con estos panas que les gusta bailar regueaton y perreo ahí como un loco”. El
actor se define como un agente socialmente capacitado para desenvolverse en contextos
sociales muy diversos, que rompan inclusive con toda preferencia personal, bajo la idea
de una “mente abierta” propia de los repertorios discursivos de las subculturas juveniles
que heredaron algunas ideas de la contracultura hippie.

3. La práctica del consumo

Los repertorios que se expondrán a continuación refieren a los elementos que


configuran la práctica de consumir drogas; espacios y situaciones así como los contextos
que justifican su iniciación en el consumo, a partir de los relatos y anécdotas de los
hablantes.

3.1 Contextos justificativos para la iniciación del consumo

Los actores construyen el relato sobre la primera experiencia con drogas a través
de ciertos recursos anecdóticos, que al tiempo que dan cuenta de la configuración
acostumbrada del evento iniciático: espacios, actores, temporalidades, prácticas;
constituyen todo un contexto para la justificación de la vinculación inicial al consumo.
Asumiendo dos composiciones básicas: una primera que se estructura desde la esfera
escolar remitida a la adolescencia temprana y otra que se configura desde la esfera
familiar enlazada a la etapa infantil.

128
El emplazamiento del actor, en ambas situaciones, se produce en relación a la
cuota de intencionalidad atribuida a su consumo inicial. En el contexto de justificación
referido a la etapa escolar el sujeto se define como agente activo, cuya práctica de
consumo de drogas ilegales parte de un poder subjetivo de elección. Contrariamente al
contexto familiar, asociado a un ejercicio involuntario y automático del consumo de
drogas legales.

Este repertorio argumentativo sugiere un ejercicio retórico que se constituye a


partir de la contraposición fundamental entre drogas legales e ilegales, disputa en la que
las ilegalizadas intentan conquistar un espacio de legitimidad bajo el argumento de la
racionalidad: esto es intencionalidad, voluntariedad y ejercicio de libertad.

3.1.1 La etapa escolar en tanto contexto temporal-espacial que posibilita la


iniciación

El colegio aparece en el relato del consumo inicial, no sólo como espacio en el


que se suscitan las vinculaciones sociales necesarias para la aproximación de la persona
a la droga, sino como momento o etapa de iniciación en las drogas. A continuación
algunos fragmentos:

Nosotros incluso hacíamos educación física en un parque que queda frente


al Ángel (un liceo) y nos metíamos por una trochita atrás para cortar camino
y caías en una canchita toda abandonada, entonces antes de las clases de
educación física, la parada del porro y después de la educación física otra
vez y luego al salir de clases, y ahí, un pana que se llamaba Alexis, le dije
así: „coño pa probar‟ y nada el pana me rodó el porro y fue la primera vez
que fumé (Entrevista 1, p.1).

El relato anecdótico anterior plantea una descripción espacio-temporal de la


aproximación inicial al consumo, que se expresa con un matiz de naturalidad, de
normalidad (“le dije así „coño pa‟ probar‟ y nada el pana me rodó el porro”).
Temporalmente, nos sitúa en los momentos entre las actividades institucionales.
Espacialmente, nos ubica en lugares escondidos, ocultos, fuera de la vista pero muy
próximos, tanto física como simbólicamente al espacio escolar (“en una canchita toda
abandonada, entonces antes de las clases de educación física la parada del porro y

129
después de la educación física otra vez”). Los actores que posibilitan la aproximación a
las drogas son las amistades “panas” compañeros de colegio.

Este recuento, un tanto simplista, del primer consumo define un contexto que lo
justifica a través de la alusión a prácticas acostumbradas, repetidas y ritualizadas –en un
sentido sociológico-. Las referencias al consumo como un evento rutinario, cuya
configuración temporal y espacial esta signada por la inserción en un grupo social,
justifica la institucionalización del evento de consumo como una práctica acostumbrada.

La centralidad del inicio no se halla en este caso vinculada a la sustancia en sí,


sino a los rituales de consumo institucionalizados en las relaciones sociales en las que el
sujeto participa; dicha institucionalidad es el factor que imprime la naturalidad y
normalidad con que se expresa el consumo inicial. En este sentido, el consumo inicial
se constituye como mecanismo de integración del sujeto al grupo “sentirse parte de”, el
relato de iniciación expresa cómo la pertenecía a un grupo social constituye la condición
antecedente para la concreción del consumo en el sujeto particular.

Por ejemplo en el caso mío, yo estaba en el colegio y ni siquiera comencé


con la marihuana sino con el jarabe, pues… (risa) y era por una cuestión de
accesibilidad yo podía ir a la farmacia a pedirlo y podría tomármelo allí
también, tampoco así (risas todos) no iba a tener problemas de que me
vieron y tal, mucha gente ni lo sabe pues, o que no me la iban a vender, para
nada más bien hasta era burda de barato pues. Después fue que probé la
marihuana y dije no la pinga, el jarabe es muy cabilla (risas todos) después
me fui loco, es una cuestión de que en ese momento estaba yo chiquito y
quería era tripear una nota, probar algo, y fue el contexto de la accesibilidad
que me dio por el jarabe (Sujeto 3, G.f.2, p.26).

El colegio nuevamente surge como referente temporal, esta emergencia acude a


la idea de segmentación de la vida de los sujetos en épocas o etapas de acuerdo a
categorías temporales como la edad, a partir de las cuales los actores aparecen agrupados
en relación a su pertenencia común a tal o cual categoría etaria. En este preciso caso se
clasifica al sujeto como joven.

La categoría de juventud se encuentra vinculada a unas definiciones de sujeto


que permiten justificar su incorporación a la práctica de consumo (“es una cuestión de
que en ese momento estaba yo chiquito y quería era tripear una nota, probar algo, y fue

130
el contexto de la accesibilidad que me dio por el jarabe”) el argumento excusa la
vinculación del actor al consumo dado cierto registro temporal que signa la pertenencia
del sujeto a una categoría de juventud, en la que el actor es situado en un momento –
tiempo- de disminución subjetiva –“chiquito”, inmaduro- respecto al momento actual.
Así mismo, se le atribuye una búsqueda hedonista y una necesidad de experiencias como
características inmanentes a dicha etapa.

Volviendo al ejemplo, encontramos que la marihuana se plantea como droga


acostumbrada de inicio, idea de la cual este relato constituye una excepción, justificada a
partir de las condiciones de accesibilidad que brindan los fármacos legales en términos
de economía (“era burda de barato”), disponibilidad (“podía ir a la farmacia a pedirlo”)
y aceptabilidad (“no iba a tener problemas de que me vieron y tal, mucha gente ni lo
sabe”). Sin embargo, estas ventajas se plantean insuficientes ante la dureza –“cabilla”-
de los efectos del fármaco, característica que se logra identificar en contrastante con la
marihuana.

En este particular hace una nueva aparición la dicotomía prohibido-permitido,


esta vez convertida en una taxonomía irracional, dada su desconexión fáctica de los
argumentos supuestos que definen lo ilegal en cuanto tal, lo ilegal se desconecta del
criterio acerca del grado de contundencia de la sustancia. Las sustancias más fuertes –
peligrosas- son legales y gozan de los beneficios de la legalidad, frente, a las ilegalizadas
como la marihuana que se plantea más natural, es decir, menos peligrosas; desde esta
perspectiva la prohibición parece no justificable.

Al principio tal vez las razones son diferentes a las que puedas tener ahora;
por lo menos para mí, yo cuando salí de 5to año, yo no tomaba y no fumaba
cigarrillos, no salía de rumba, no hacía nada porque nunca me interesó
pues…era un gallito pues…y después cuando sales, bueno, yo entre de un
colegio católico a la central así de una…, yo no quería otra universidad,
todos mis compañeros se fueron pa‟ la católica, pero yo quería estar aquí en
la central y yo creo que forma parte de mi proceso de identificación, de
descubrir quién era yo, no es que yo sea eso, sino que éso formó parte de
eso, en la medida de convertirme en un joven universitario, que es lo que
soy ahora, y aprendí más de lo que era eso, y ahorita me coloco
aquí…(Sujeto 5, G.f.2, p.26)

131
La idea de la etapa escolar como período normal de iniciación se confirma a
partir de su contraparte: el emplazamiento del adolescente no iniciado como anormal.
Éste se caracteriza, bajo la figura del “gallito”, como un sujeto desvinculado de las
prácticas rituales normales de la adolescencia: beber, fumar cigarro, rumbear. Esta
anormalidad se plantea como parte de un ejercicio de elección del sujeto (“nunca me
interesó pues”).

La iniciación desplazada al contexto universitario permite, siguiendo este


argumento, la normalización del sujeto y su conformación como Estudiante
Universitario. La iniciación en el consumo de drogas motoriza un proceso de
autodescubrimiento y construcción identitaria, que reposiciona al actor en el mundo.

Se reafirma la idea planteada en el Ejemplo 13, sobre la iniciación del sujeto en


las prácticas de consumo a partir de su inserción en los contextos y grupos sociales en
los que se configuran los rituales de consumo. Primero se involucra el actor en los
grupos de consumo y posteriormente halla las bases conductuales y discursivas para
reproducir esta práctica.

3.1.2 La dicotomía libre albedrío / presión grupal en la etapa escolar

La experiencia iniciática que emerge en el contexto escolar es comprendida por


los actores a partir de la discusión sobre los elementos que determinan la participación
efectiva del sujeto en el evento situado de consumo. Para los hablantes la determinación
del consumo es potestad subjetiva e individual del sujeto dotado de libertad, en
contraposición a la idea de una determinación externa y contextual del consumo. La
dicotomía libre albedrío / presión grupal funciona como repertorio argumentativo a
través del cual explican su consumo inicial de drogas ilegales, tal como se puede
evidenciar en los ejemplos presentados a continuación:

- Sujeto 2 (...) y el inicio fue algo burda de normal, burda de gafo,(risas), con
dos panitas, en mi casa después de una clase en la Cristóbal, coño vamos
pa‟ la casa, coño que el pana uno de ellos, ya fumaba hierba, entonces…yo
tengo un chicharrón, verga…bueno nada, dale préndelo, lo prendimos y
listo, fumé allí, Bueno nada y fue por joder, por buena vibra, bueno por ahí,
fue el inicio normal de todo..

132
- Sujeto 8: … pero es eso, el que quiere

- Sujeto 2: Eso el que quiere

- Sujeto 8: porque aquí de verdad nadie te está poniendo una pistola en la


cabeza y te está diciendo metete unos pases, nadie te lo pone en la boca y te
dice fúmate esto (G.f.1, p.26).

El relato anecdótico, que encabeza el fragmento, describe el inicio del consumo


de drogas como un evento fútil y circunstancial asociado a ciertas intenciones lúdicas, en
el que una serie de condiciones prácticas convergen para dar pie al consumo; en este
orden de ideas el individuo aparece como ente pasivo y su hacer como involuntario. Se
plantea -con tono de obviedad- esta situación inicial de consumo como situación normal
de inicio de toda actividad.

El elemento de relevancia en esta intervención se muestra cuando los interlocutores


introducen un elemento adversativo (“pero es eso, el que quiere”), que a manera de
contrargumento, sitúa a la práctica de consumo en su relación de dependencia con las
voluntades y disposiciones del individuo hacia ésta. Se rebate la idea de presión grupal
y se retorna el carácter intencional a la acción, a través de exageraciones que
caricaturizan y en consecuencia, invalidan la idea del grupo como determinante del
consumo individual (“aquí de verdad nadie te está poniendo una pistola en la cabeza y te
está diciendo metete unos pases”).

La primera droga que yo me metí fue tabaco, un cigarro, y por qué, porque
quería hacer circulitos de humo (risas) la segunda que probé fue un ron
espiritual de esos Santa Barbaraa (risas) una cosa espirituosa que la tenían al
lado de los santos, ¿Por qué? Porque asociamos que la cuestión era
espirituosa y estábamos jugando que si la ouija y nos caímos allí..aaa (risas),
estoy hablando de 13 y 16 años, vine a probar la ganya a los 19-20 años,
¿por qué? Por la música porque mis panas estaban tocando y así los bichos y
yo empecé a tocar, y me pasaron un porro y yo ¿y Qué, qué es esto? Y seguí
tocando, ¿entiendes? Entonces al final fue tan subjetivo, porque yo fui de
libre albedrío porque me pasaron la cuestión, yo la agarre, y no fue que me la
metieron en la boca, no me apuntaron con nada, no me amenazaron con
nada, yo decidí, porque por la música que es social, entonces en dado caso
es una cuestión… (Sujeto 1, G.f. 2, p.25)

En el fragmento anterior, un relato secuencial presenta a las drogas legales –


cigarro y alcohol- como drogas iniciáticas en la adolescencia temprana, asociadas a
ciertas situaciones y significados específicos. Posteriormente, ubica la anécdota del
133
primer consumo de marihuana en un contexto de actividad grupal, donde los otros
referidos son amigos ya iniciados en el consumo, que ofrecieron al sujeto la oportunidad
de iniciarse.

De nuevo se plantea una asociación entre la inserción del sujeto en determinada


dinámica social, como condición antecedente a la participación del individuo en los
rituales de consumo. Sin embargo, el contexto social es una condición necesaria no
suficiente para que se produzca la acción, desde la perspectiva de los entrevistados la
ocurrencia efectiva de la ingestión de cierta droga expresa gran dependencia de la
“voluntad” del sujeto.

La voluntad del sujeto se expresa en diferentes gradaciones con relación a los


distintos contextos, categorías etarias y sus drogas asociadas. En este sentido, el primer
consumo de marihuana se expresa como un evento de naturaleza distinta a las
referencias anteriores en torno al consumo de alcohol y cigarro. He aquí lo interesante,
la lectura del actor respecto al primer consumo de marihuana, supone en la actividad un
ejercicio subjetivo de libre elección superior en comparación al evento inicial de
consumo de drogas legales. Esta lectura se refuerza a través de las mismas imágenes
estereotipadas que caricaturizan y exageran el tema de la presión grupal (“me pasaron la
cuestión, yo la agarre, y no fue que me la metieron en la boca, no me apuntaron con
nada, no me amenazaron con nada, yo decidí”).

(…) pasé dos años de mi vida, saliendo con él y todos sus amigos fumaban
y yo nada, ni ellos me ofrecieron, ni yo quería, hasta que llego un día, en
tres años dije bueno nada dame un poquito pa‟ probar, umm que tripa!!,
(risas de todos)…..¿qué me indujo hacerlo? Que si la publicidad, en
realidad no sé, él. Una vez lo hablamos, y ay que linda la pipa, y yo y que
umm, si la pipa, y todavía no me había dicho nada; incluso cuando me lo
dijo, incluso en la universidad me lo decían, que si estaba saliendo con un
marihuanero, y me preguntaban si yo también, nada más porque me veían
con los panas de él, y nada más por eso, lo sacaban así.. eso es cuestión de
que lo hagas, no de que te digan, que lo hagas o que no está en ti, es una
decisión, yo lo tuve de todas las formas, y miles de oportunidades y sabes,
no lo hice, no fue porque mis papas me lo dijeron, a lo mejor me lo dijeron:
mira cuidado con las drogas, pero nunca me hablaron de la marihuana es así
verdecita, sabía que era matica que me ponía en el zarcillito, pero más nada
hasta ahí vine a saber de la marihuana ahorita, y para mi es así como el
cigarro, estas fumando y ya, y a mí como no me gusta fumar, no me gustaba

134
fumar, pero ahora fumar marihuana si me parece divertido y lo hago (Sujeto
9, G.f.2, p.16).

En el ejemplo anterior, se describen las situaciones antecedentes al primer consumo


de marihuana como contextos adecuados de iniciación, en otras palabras, contextos que
insertan al sujeto en una serie de prácticas ritualizadas y discursividades que rodean la
práctica misma de consumo. La escena para su emergencia está compuesta, y el sujeto
participa de ésta sin concertar la ingestión de la sustancia. El ritual se reproduce de
manera incompleta hasta que el individuo no decida dar ese paso final que lo completaría.
El individuo, posicionado como único dueño de su hacer, decide participar del ritual hasta
el final sobre la base del ejercicio subjetivo de libertad (entendida como libre albedrío:
libertad para elegir entre una serie finita de alternativas).

Este argumento parece rebatir el repertorio que versa sobre la determinación social
y situacional de la aproximación primaria del sujeto a las drogas ilegalizadas. Se expresa,
como único determinante de la vinculación de la persona con la droga, la intencionalidad
particular y subjetiva del actor. Las situaciones de no consumación de la iniciación en
contextos adecuados se explica a razón de la condición de desinformación de la persona;
se rebate, en este sentido, la idea de una evitación del consumo en relación a las
advertencias familiares. Del mismo modo que se concluye falaz la operación de
clasificación de las personas como usuarias de drogas, a partir de la apariencia o las
relaciones sociales que mantenga.

3.1.3 El torbellino familiar

Entre los repertorios circundantes a la cuestión de la iniciación con las drogas, se


define el entorno familiar como un contexto diferente de justificación del consumo
inicial. A diferencia de la subcategoría anterior, esta no se estructura a través del relato
anecdótico, en cambio, guarda la forma de un razonamiento explicativo, desde el cual se
asume la naturaleza del entorno familiar como contexto de repetición acrítica y
automática de prácticas habituales, en las que el sujeto se posiciona como ente pasivo,
en una situación de obligación respecto a las costumbres y consecuentemente, sin
alternativas a las acciones impuestas.

135
A partir de ahí, se establece una diferencia fundamental con los rituales
iniciáticos que se definen en el mundo juvenil, contexto, asociado a las drogas ilegales,
que justifica el consumo a través de la participación automotivada y definida por los
propios actores; y el mundo adulto y familiar, que impone sus prácticas a su miembros,
mismos que tampoco han decido su pertenencia al grupo, esta se atribuye a
contingencias fuera de su dominio vinculadas al orden de lo natural. Veamos los
siguientes fragmentos:

Yo creo que la cerveza fue la que me desvirgo, (risas) si esa fue la más niño,
porque es la más cotidiana, porque uno tú esta acostumbrado a nacer y a
celebrar, tú no has nacido todavía, aún estas en la barriga y la gente ya esta
bebiendo caña contigo y por ti… Eso que si de tomarse los miaos, de
celebrar el “baby shower”, todo es antes de nacer y desde que naces, allí
empieza todo, cumpleaños, cumpleaños de familiares, reuniones, a medida
que vas agarrando tú más confianza, y vas agarrando más conciencia,
rumbeas con los amigos, después reuniones con los familiares de los amigos,
y todo se vuelve un circulo vicioso, y vuelve… tu te conviertes en uno de
esos que brinda cuando un niño está en la barriga, cuando comienza tu
circulo vicioso (Entrevista 2, p.1).

Beber cerveza se plantea como droga de iniciación; es descrita por los hablantes
cómo la droga más cotidiana y por tanto, más normalizada; se le asigna cierto carácter
cultural, sobre el que se llama la atención a través de la exageración de este aspecto (“tú
estás acostumbrado a nacer y a celebrar, tú no has nacido todavía, aún estas en la barriga
y la gente ya esta bebiendo caña contigo y por ti…”) y la apelación a ejemplos de
prácticas culturales cuya pauta sea la celebración y el consumo de alcohol (“eso que si
de tomarse los miaos, de celebrar el “baby shower”, todo es antes de nacer y desde que
naces, allí empieza todo, cumpleaños, cumpleaños de familiares, reuniones, a medida
que vas agarrando tú más confianza, y vas agarrando más conciencia, rumbeas con los
amigos, después reuniones con los familiares de los amigos”).

Estos ejemplos se plantean como una progresión que parte del momento del
nacimiento, pasando por la niñez, hasta llegar a la juventud; estableciendo asociaciones
entre las etapas de la vida y rituales familiares que inician y mantienen el consumo de
drogas legalizadas. Esta progresión se expresa a modo de ciclo, de “círculo vicioso” del
que no hay escapatoria, un ritual te lleva ineludiblemente al que sigue en la próxima
etapa de la vida.

136
Con la familia, porque sabes que uno desde chamito, crianza venezolana,
desde chamito si no te dan un tetero te dan una cerveza y así uno va, uno ve,
tú ves todo la vida a tus familiares viendo los que fuman, los que no fuman,
los que beben, los que no beben, los que beben mucho los que no beben
nadaaa…y los que fuman demasiado, o sea, tú ves los que lo llevan al
extremo y los que lo llevan como una cosa cotidiana, (Entrevista 2, p.2).

La naturaleza cultural de la práctica de consumo, en este fragmento, se hace


evidente cuando se explica ésta en función de la identidad cultural venezolana, así
mismo, se recurre a exageraciones que dan fuerza al argumento y resaltan la condición
pasiva del sujeto (“si no te dan un tetero, te dan una cerveza”). Se plantea que el actor, a
lo largo de la vida, va construyéndose a partir de la observación de la familia, que es su
ejemplo más próximo de las distintas formas y pautas de consumo de drogas legales,
expresadas en términos de ritmo y/o cantidad de consumo, y de “naturalidad” con que la
este se produzca (“los que fuman, los que no fuman, los que beben, los que no beben, los
que beben mucho los que no beben nadaaa…y los que fuman demasiado, o sea, tú ves
los que lo llevan al extremo y los que lo llevan como una cosa cotidiana”).

(…) el cigarro, el alcohol o las cervezas, que por ser lícitas se te meten en la
cabeza a tal punto, que te vuelves un consumidor activos, de cualquier otra
droga, te aseguro que se meta cualquier vaina, te aseguro que ha
incursionado con el cigarro la cerveza desde que era un niño, y no se fuma
un porro cuando tenía seis años, ¿entiendes?, pero cuando tú ves a un niño
pequeño, que lo están cargando, yo le doy siempre, yo lo hago, lo hago
porque me lo hicieron, un niño pequeño quieres tomarte un trago, si te gusta
bien, y no también, es muy pequeño para saber si le gusta o no le gusta, si le
hace bien o no le hace bien, ya cuando tú tienes cierto nivel consiente, tú
ves voy a probar esto, en cambió no, la cerveza, el tabaco o inclusive el sexo,
es imputado, eso es así, bebe cerveza, bebe cerveza, bebe caña, fuma cigarro,
acuéstate con putas..ves en las calles ese comportamiento, todo te incita a
eso…y es totalmente lícito.. (Sujeto 8, G.f.1, p.26).

En el fragmento anterior, se habla de las drogas legales –cigarro, alcohol-


principalmente las cervezas, a modo de entidades vivas a las que se atribuye la
capacidad de actuar en relación al sujeto, de intervenir e invadir el cuerpo de éste sin su
consentimiento y ocuparlo de modo tal, que pueda dominar la voluntad misma del sujeto
y transformarlo en un consumidor intencionado de otras drogas.

Bajo esta noción, las drogas legales se plantean como inaugurales del consumo
de drogas en la infancia temprana, en oposición a las drogas ilegales cuyo consumo en

137
esta etapa se concibe como situación imposible (“te aseguro que ha incursionado con el
cigarro la cerveza desde que era un niño, y no se fuma un porro cuando tenía seis años,
¿entiendes?”).

El evento iniciático de consumo escapa a la voluntad del actor, la práctica del


mundo adulto que impone a los niños el probar alcohol, es el salto que permite la
concreción del ritual de consumo en el niño. Desde esta perspectiva, el niño se concibe
como un agente, que dada su corta edad y su situación de dependencia respecto a la
institución familiar, resulta inevitablemente arrastrado al consumo de drogas legales.

Este repertorio argumentativo, que justifica la iniciación en el consumo de


alcohol y cigarrillo, desplaza el control sobre la acción de la esfera de la voluntad y
libertad individual hacia el Otro adulto-familia, como contexto social que inserta al
individuo en las prácticas y discursividades vinculadas a las drogas legales para luego
ser forzado a su consumo. Del mismo modo, el sostenimiento del consumo recae sobre
dicho contexto que de modo generalizado continúa incitándolo. Este argumento se
contrapone al imaginario sobre el ritual iniciático con las drogas ilegales, las cuales se
reservan para una etapa más “consciente” y madura de la persona, y por tanto, se asocian
a un ejercicio electivo del sujeto.

3.2 Ludismo vs. ritualismo en la droga

Entre los significados vinculados a la droga, emergen dos sentidos en relación a


la intencionalidad del consumo, que se hallan en aparente disputa para los consumidores:
ludismo versus ritualismo, entendiendo este último término en un sentido laxo
estructurado desde el sentido común; no pretendemos dar cuenta de la discusión
teorética planteada en torno a esta noción, sino brindar una lectura de los marcos de
significación que emergen aparejados a este término en el discurso de los usuarios,
cuando éstos dan cuenta de su experiencia con drogas.

- Sujeto 7: yo creo que casi todos como elemento lúdico, que no me


mientan, aquí el que diga que fuma o que se come un papel, o que no sé
que haga lo que le dé la gana por meditación y por alcanzar algún tipo de
espiritualidad, no me mientan

138
- Sujeto 9: entonces ¿por qué lo hacen?

- Sujeto 7: por pura experiencia lúdica a ver vamos al caso… hay un


componente de diversión que está implícito en la cuestión de hacer eso

- Sujeto 4: eso es la gran verdad sobre la espiritualidad y la meditación?


Como que si no está de acuerdo a tu concepción de la espiritualidad como
que la espiritualidad y la meditación es una cosa, sería lo que vende la
opinión pública, yo sí creo que la gente lo haga por meditar (G.f.2, p.11).

Este fragmento de diálogo es la respuesta inmediata a la pregunta sobre la


noción de droga, que inaugura la temática en el grupo focal. En la intervención inicial
encontramos una asociación de la idea de droga con propósitos lúdicos, la cual se
expresa en la negación de sus términos opuestos: meditación o espiritualidad. Este
ejercicio retórico contra argumentativo como respuesta más inmediata, nos sugiere que
la discusión entre ludismo y ritualismo es la continuación de un debate
institucionalizado en el discurso de los consumidores de drogas.

La falsación de la intencionalidad espiritual se efectúa a través del


establecimiento de una acusación: el consumo espiritual como mentira. La mentira se
refiere al ocultamiento de los propósitos reales de la práctica, además es una mentira
que se ha anticipado, como evento imaginario casi platónico. Por defecto, la realidad se
asume como menos deseable que su excusa espiritual.

Las expresiones meditación y espiritualidad se emplean como términos


equivalentes. La intención espiritual del consumo se enuncia, en forma de opinión (“yo
sí creo”) como sentido general y compartido de la práctica de consumir drogas (“yo sí
creo que la gente lo haga por meditar”).

El sentido espiritual como sentido implícito de la acción de consumo, a su vez,


rebate esta postura ludista, a partir de un rompimiento con el sentido convencional y
público del término (“la espiritualidad y la meditación es una cosa, sería lo que vende la
opinión pública, yo sí creo que la gente lo haga por meditar”).

Para mí las drogas es eso pues, bueno no les digo droga más bien es como un
ritual para mí, son una experiencia que hago con amigos, para ir al cine, para
disfrutar, para entender, para llorar, para hacer cosas que en un momento
quiero hacer y que simplemente en compañía de otros que están en la misma

139
que yo esteee y que de alguna manera son mi familia, porque para mí las
personas con las que yo he tenido esa experiencia han sido mi familia, este…
me ha permitido entender muchas cosas (Sujeto 11, G.f. 2, p.13).

Con tono opinático, se enuncia la sustitución del término droga por el término
Ritual, como categoría más adecuada para nombrar a esos objetos del mundo (“no les
digo droga más bien es como un ritual”). Esta idea se apareja con las finalidades
prácticas asociadas al consumo de drogas (“con amigos para ir al cine para disfrutar,
para entender, para llorar, para hacer cosas que en un momento quiero hacer”); del
mismo modo, se asocia con la posibilidad de un mayor entendimiento de la realidad.

En este ejemplo, la práctica de consumo en grupo se plantea como situación que


permite el establecimiento de vínculos de proximidad de tipo familiar entre los
consumidores.

En dado caso, sí, la mayoría puede comenzar por un elemento lúdico o


dependiendo también de las edades en que se comience, yo conozco a más
de uno que comienza a los 14 o 15 años y te pones a analizar que el punto
de un chamo de 14 15 años es ludismo, pero hay otros que comenzaron a
los 25 y ya su concepción o su conocimiento asumo yo diferente del chamo
de 14, ya lo va a tomar como otra cuestión, de repente se lo toma como
ludismo o pa‟ relajarse o porque conseguirse un join de marihuana es más
barato que una botella de Chivas Regal, pero en dado caso depende de cada
droga la definición que pueda ofrecer porque no puedo generalizar la misma
definición para todos y la otra es que por lo menos para mí que yo lo que
consumo es marihuana eh comenzó como ludismo, pasó a relajación y
ahorita estoy tratando de pasarlo a un ritual (Sujeto 1, G.f.2, p.12).

En este fragmento, el ludismo se asocia con la intencionalidad de los primeros


consumos que se dan en una edad adolescente. Con un matiz anecdótico, se expresa la
diferencia, en términos de conocimientos, entre estos consumidores de corta edad y
otros que inician su consumo de drogas en una edad más adulta. Los propósitos de
consumo son relativos a la edad del consumidor. El usuario adulto se presenta como un
actor cuya intencionalidad al consumir es diferente y de cierto modo superior: se
manifiesta asociada a la liberación de tensiones, cierto ludismo y cuestiones de
economía (“porque conseguirse un join de marihuana es más barato que una botella de
Chivas Regal”). De la misma forma, a menor edad del consumidor mayor será la
tendencia de la persona hacia propósitos lúdicos, y por tanto, infantiles, ingenuos e
inmaduros -recordando los contenidos simbólicos asociados popularmente a la infancia.

140
Los hablantes establecen una jerarquización de las intencionalidades y los
propósitos; en el estadio inferior de esa jerarquía se halla el ludismo, asociado a la
infancia -como ya dijimos-, a medida que aumenta la edad y por tanto, la madurez del
consumidor, el propósito de consumo se transforma en relajación, hasta llegar al estadio
superior: la intención ritual, que implica una mayor madurez del consumidor.

Se reitera la noción de droga como relativa a cada una de ellas, y la consecuente


imposibilidad de construir una definición compartida por los consumidores.

Me parece que lo que vimos ahorita el alcohol es mucho más peligroso que
fumarse un join, estar totalmente alcoholizado aunque sea con 14°
alcohólicos dos palos de algo, oye y hay una justificación de la sociedad por
ciertas cosas que le produce en el mercado y que son supuestamente legales
no sé por qué razón, y otra satanización de algunas sustancias que muchos
las han utilizado hace milenios en rituales antes de ser lúdico y antes de
volverse una cultura lúdica, yo entiendo lo que tú quieres decir claro, si se
ve esa cuestión pero también entiendo a Jo. también hay personas que han
empezado tarde o personas que se han transformado a lo largo de su
trayectoria como consumidor de sustancias, por ejemplo el primer porro que
yo me fumé no me lo fumé y tripeo lo mismo que tripeo ahorita cuando me
fumo un porro si hubo como una maduración en cierto sentido, entonces no
sé es como qué nada… (Sujeto 8, G.f.2, p.12)

Las drogas legales se vinculan a un peligro superior, por tanto, su condición de


aceptabilidad se muestra irracional; a diferencia de las drogas ilegales, cuya restricción
se plantea injusta en cuanto a su vinculación con Lo Tradicional y sus fines rituales –en
un sentido mítico- antecedentes de sus usos actuales que se expresan esencialmente
lúdicos.

Se reitera la jerarquización establecida a partir de la clasificación de los


propósitos de consumo según la clasificación etaria del consumidor. El consumo se
plantea como un trayecto de maduración en el que el usuario se va transformando, de la
misma manera, en que se transforman los propósitos aparejados, los contextos de
consumo y los argumentos que lo justifican. La madurez en este ejemplo, se asocia a
propósitos lúdicos “maduros” y mejor aprovechados, ubicados jerárquicamente por
encima de los propósitos lúdicos asociados a la juventud; en los ejemplos anteriores, es
la idea de ritualismo la que ocupa el lugar asociado a la madurez del consumo.

141
4. Situación de consumo de drogas ilegalizadas

La actividad de consumo de drogas ilegalizadas se estructura en una diversidad


de prácticas ritualizadas que guardan ciertas formas comunes, vinculadas al carácter
colectivo o individual de la situación de consumo, así como, a la droga en torno a la cual
se estructura la práctica. En estos rituales se hizo visible el papel que juegan las drogas
legales en la constitución de la situación.

4. 1 Consumo de marihuana en situaciones colectivas

El consumo de marihuana en una situación colectiva de fue caracterizado por los


actores como un espacio de encuentro social, en el que la proximidad entre los actores
se ve favorecida por los efectos subjetivos de la sustancia y la atmósfera de
complicidad e intimidad que genera el estatus prohibido de ésta. Se concibe el
consumo de marihuana como una práctica ritualizada que en sí misma funciona como
catalizadora de vínculos sociales. La experiencia de contacto social es el efecto de la
marihuana del que parten los demás efectos secundarios; y por ende, es central en la
configuración de la situación de consumo.

(…) porque bebemos, es como llegar a una licorería, y te puedes tomar una
birra con un poco gente que está allí juntos pero no revueltos, todos beben
birras, pero tampoco…si hay oportunidad de socializar, socializamos (…)
con la ganja igualito pueden haber aquí cuatro personas fumando, cayendo a
pases, y yo tengo mi ganja y me fumo mi ganja, y si es pa‟ sacarle dos:
bueno toma pana, o sea, no se niega hay un dicho que dice que la ganja no
se niega, es como el agua…la gente nunca te la va a negar, a menos que
coño este de pana muy frito (Entrevista1, p.7 y 8)

En este fragmento se plantea una forma de interacción que tiene como punto de
partida el consumo compartido de marihuana, una práctica que en su forma se plantea en
situación de equivalencia respecto a las prácticas ritualizadas de consumo de drogas
legales (“porque bebemos”, “todos beben birras”, “con la ganja igualito”). .

El elemento que marca la particularidad de esta intervención es la enunciación de


una pauta normativa de la interacción social en el contexto de consumo de marihuana:
“hay un dicho que dice que la ganja no se niega, es como el agua…, la gente nunca te la
va a negar”; el hecho compartido de la sustancia se convierte en un mecanismo que regla

142
la práctica social, se transforma en una pauta de comportamiento. Este elemento
ritualizado se puede entender como parte de ese sentido de apertura vinculado al actor
del consumo.

También depende del tipo de droga que se consume, por ejemplo, la


marihuana es una droga muy social, tú te estás fumando un porro solo en un
árbol y llega alguien: ¿qué paso?‟…(risas) mira estos árboles crecen aquí de
pinga, verga a quien le compras tú, verga a aquel, bueno si va plomo
gracias, chao… pero llega otro que me diga: „Dame un pase ahí, ni
pendiente‟… (Sujeto 4, G.f.2, p.29).

Los actores sitúan al consumo de marihuana como un elemento que posibilita y


efectivamente conlleva a la interacción social. Los vínculos construidos en este espacio
de interacción se califican en relación a una mayor proximidad social. A este respecto se
establece una diferencia categórica con la situación de consumo de cocaína, asociada a
una mayor clausura del individuo al contacto social.

Ejemplo 1

Sujeto 6, p.11: (...) yo he consumido sola, a veces consumo sola y a veces


consumo acompañada, yo creo que esteee, es depende del momento... igual
como tú te puedes tomar una birra sólo, también te la puedes tomar
acompañado, o también llegas a tu casa y te tomas un vaso de whisky sólo
o te tomas la botella acompañado

Sujeto 8, p.11: porque compartes la nota

Sujeto 2, p.11: así como uno sólo, como que depende del momento, es como 50%
paz interior, círculos cerraitos con uno mismo para tripear, para pensar, para que
se yo, para pintar, sabes, es muy arrecho (…)

Sujeto 2, p.1: (…) Y también está el otro que es como que fumar con los panas,
fumar con los brothers, con la verga, tripear, la montaña, irse pa‟ la playita, el
diario, esa de vamos a dar una vuelta, es de pinga también si eso yo creo que es
relativo, de cada quien (G.f.1).

Ejemplo 2

Yo lo veo como una ocasión para conocerse entre varias personas, o sea,
para relacionarse, conocerse más, hablar, compartir ideas x (…) darte más
soltura pues, o al tomarte una cerveza, coño y ya te relajas (…). Entonces
tomarte una cerveza, a mi el tabaco nada que ver, el monte si de pinga me
provoca hablar con la gente, esa es mi experiencia personal, hay gente que a
lo mejor se cae a curda él sólo y sea feliz, a cierta persona.. (Entrevista 1,
p.4).

143
En el primer ejemplo, los hablantes dicotomizan la experiencia de consumo en
dos formas rituales posibles definidas a partir del elemento relacional: consumo grupal o
individual. Las ideas de libertad individual intervienen para dar cuenta del origen de
esta apertura social a través de una tendencia personal.

La actividad estructurada desde la dicotomía social-individual se plantea


equivalente con los rituales de consumo de drogas legales, no se reporta una ruptura con
las pautas convencionales de acción establecidas en los contextos de recreación con
sustancias legales (“igual como tú te puedes tomar una birra sólo también te la puedes
tomar acompañado”, “te tomas un vaso de whisky solo o te tomas la botella
acompañado”)

Por otra parte, el consumo grupal plantea su justificación en los efectos de la


sustancia misma, “la nota” -estado subjetivo- de la marihuana proporciona una cuota
superior de placer si se desarrolla en un contexto de interacción. En cambio, la
experiencia de consumo individual se justifica en relación a contextos cotidianos como
un aporte creativo (“paz interior”, círculos cerraitos, con uno mismo para tripear, para
pensar, para que se yo, para pintar).

El consumo de marihuana además, reporta una serie de condiciones subjetivas


(“darte más soltura”, “te relajas”) y objetivas (“relacionarse”, “conocerse más”,
“hablar”) que facilitan la experiencia de socialización. El hablante hace énfasis, en esta
intervención, en su experiencia subjetiva con la sustancias como una ocasión para
socializar (“el monte si de pinga me provoca hablar con la gente”) situación que varía en
relación a preferencias que se definen individuales (“hay gente que a lo mejor se cae a
curda el solo y sea feliz a cierta persona.”).

Lo interesante de esta referencia es la centralidad de la descripción social de la


actividad como criterio fundamental para la reconstrucción del ritual de consumo, pues
tal como desarrolla Becker (2009), el mundo social del sujeto es el contexto en el que se
producen los marcos de significación que amplían la comprensión de la experiencia y
permiten así un efecto de orden subjetivo.

144
4.2 Consumo individual de marihuana

Como hemos dicho anteriormente, las tendencias individuales y los elementos


contingentes a la situación, se ubican como factores que justifican la producción de una
acción bajo unos propósitos referidos al sujeto en tanto individualidad. Así pues, el
consumo que guarda una forma individual también constituye una práctica ritualizada; la
soledad de la acción no significa independencia respecto de todo marco de significados,
de todo contexto de enunciación, y por tanto es posible para los sujetos coincidir
respecto a una definición ese espacio “íntimo”. Veamos los siguientes ejemplos:

Ejemplo 1:

Yo me mentalizaba trofeos cuando subía pal Ávila, voy a subir hoy en 15


minutos por Sabas Nieve o Pajarito, entonces esteee, cuando llegue a arriba
y consiga un mirador o una lomita ahí está el trofeo que me está esperando
(risas todos) subía eso volando chamo y después bajaba como "wolverine”
(personaje de película de acción) es decir, viajando en una vaina así
salvaje, era brutal (...) (Sujeto 2, G.f.1, p.13)

Ejemplo 2:

(…) depende de la persona, yo personalmente, consigo diversión,


concentración muchísimo yo la utilizo también mucho para trabajar, yo
trabajo en cocina, y necesito fumarme un porro antes de cocinar ajuroo…
la concentración allí en la cocina eso me ayuda muchísimo, trabajo mucho
más rápido…esooo, personalmente yo la utilizo más que todo para eso (…)
(Sujeto 6, G.f.2, p. 26).

En los fragmentos anteriores la experiencia de consumo individual significa


un espacio absolutamente íntimo y autodeterminado por el actor (“depende de la
persona, yo personalmente, consigo diversión”); al tiempo que se puede distinguir en las
intervenciones anteriores un propósito común respecto a la práctica de consumo
individual: el elemento productividad-creatividad, el cual se expresa potenciado durante
la experiencia individual (“subía eso volando chamo y después bajaba como
"wolverine” [personaje de película de acción] es decir, viajando en una vaina así
salvaje, era brutal (...)”; “yo la utilizo también mucho para trabajar, yo trabajo en
cocina, y necesito fumarme un porro antes de cocinar ajuroo… la concentración allí en
la cocina eso me ayuda muchísimo, trabajo mucho más rápido”).

145
Estos términos de productividad y creatividad se ajustan, incluso rebasan, los
cánones establecidos de conducta, acomodados al Orden social. En este sentido
impresiona la conformación de una técnica de neutralización, según dice Becker (2009).
La mayoría de la gente es susceptible a los códigos de conducta convencionales, los
sujetos inventan estrategias conductuales y discursivas novedosas para la neutralización
de las implicaciones desviadas de su actividad. De este modo no se asumen marginales,
se enuncian un espacio en el espectro de la legitimidad, vinculado a un criterio
normativo de productividad social, que además de neutralizar surte un efecto de
normalización.

Ejemplo 1:

(...)En mi caso particular, en mi vivencia yo o sea, las probé me gustó, sentí


que me relajaban, y cuando fumo tomó una actitud, yo digo que yo no
cambio mi forma de ser simplemente como que me relaja, yo digo que me
relaja mucho. A mí sí me ayuda a pensar, me encanta dibujar, me encanta
escribir, escuchar música cuando estoy fumado, es mi punto de vista lo que
me parece… (Sujeto 8, G.f.1, p.22).

Ejemplo 2:

Creo que eso cuando se dice que las drogas para los momentos que estas
tranquilos en la casa, fumas y te relajas un pelo más, igualito estas
alternando con toda tu familia te sientes de pinga, te sientes bien, haces
todas las cosas que tienes que hacer, pendiente de la familia más que todo,
de tu trabajo ¿sabes?, normal…claro, es un momento de placer, y a la final
no sabes si vives un momento diferente, x, te pones a leer un libro,
cualquier vaina de esas (…) (Sujeto 4, G.f.1, p.21).

Las intervenciones anteriores nuevamente, describen la situación de consumo


individual bajo propósitos individuales relacionados al ámbito de la productividad y
creatividad, como maximización de estos aspectos humanos que expresan un anclaje de
los contextos cotidianos de actividad. Contrariamente al consumo colectivo, asociado a
espacios ocultos de los ojos de la seguridad y por ende más permisivos; el consumo
individual se desarrolla a contextos regulares (“se dice que las drogas para los
momentos que estas tranquilos en la casa, fumas y te relajas un pelo más, igualito estas
alternando con toda tu familia te sientes de pinga, te sientes bien, haces todas las cosas
que tienes que hacer”), a manera de interludio cuyo efecto potencia la experiencia
placentera relacionada a las acciones cotidianas creativas, ritualizadas o productivas.

146
4.3 Rituales de consumo de cocaína

El consumo de cocaína adquiere dos formas básicas; una forma grupal asociada
al espacio de rumba, en la que el actor se caracteriza por una marcada tendencia hacia la
interacción con otros, y una forma individual. El consumo de cocaína se estructura de
una forma vinculada a los propósitos de interacción y aproximación sexual asociados al
espacio de rumba. El efecto subjetivo de activación de la sustancia es un elemento de
utilidad respecto al desarrollo de los propósitos sociales vinculados a la situación. En
este orden de ideas, se plantea funcional la combinación del consumo de cocaína con
drogas legales como alcohol y cigarrillo, insumos característicos de esta situación. La
segunda forma bajo la cual se construye la situación de consumo de cocaína adquiere
propósitos individuales y se asocia a contextos productivos, como el trabajo o la
academia.

4.3.1 La rumba como espacio de consumo de cocaína

La vinculación del consumo de cocaína con el espacio de la rumba se justifica a


razón de la adecuación de sus efectos subjetivos de activación con las prácticas y los
propósitos de asociados a este espacio social; la intención en este caso se vincula a la
búsqueda de experiencias lúdicas. El consumo de cocaína constituye, en este sentido,
una exageración del sentido de la rumba: se extiende temporalmente y se reproducen en
exceso todas las actividades que la conforman –bailar, beber, fumar-.

Por lo memos para mi, el perico siempre ha estado relacionado a la rumba,


yo no soy del tipo de personas que se cae a pases para estudiar, no puedo,
me pongo muy hiperactivo, se me quita el sueño, tengo que buscar con
quien hablar, tengo que hacer algo para descargar, entonces por ahí se
relaciona el perico con lo que es rumba y sexo pues y alcohol, con la ganja
era otro peo, era más como que con los panas otro tipo de vaina, otro tipo
de discusión, entonces coño bueno vamos a lanzarnos pa‟ Mérida a comer
hongos, nos lanzamos unos ácidos, pero llegó un momento que como te
digo, ya no pude hay que pararlo, o sea yo puedo rumbear pero si rumbeo
me van a dar ganas de darme unos pases, me van a dar ganas de tomar y
fumarme un cigarro (Sujeto 7, G.f.1, p.10).

Con tono de opinión, se plantea en este fragmento, la relación entre la cocaína -


perico- y la rumba como preferencia individual; del mismo modo que la relación de uso
establecida entre la cocaína y el estudio. Se hace referencia al efecto de activación e

147
insomnio, propios de la cocaína, como elementos que instigan a la búsqueda de
comunicación, a modo de “descarga” de estos estados.

Dicha vinculación entre los efectos de la cocaína y la búsqueda de interacción es


el argumento a través del cual los hablantes explican la asociación entre esta sustancia, la
rumba y el alcohol, en la que se introduce un nuevo elemento: el sexo. A diferencia de la
situación de consumo de marihuana, vinculado a una comunicación grupal descrita como
“otro tipo de vaina, otro tipo de discusión”, que recuerda la caracterización de sus efectos
en cuanto a cierta reflexividad inusual.

Esta relación cocaína-rumba-alcohol se presenta con la fuerza de un imperativo


difícilmente eludible; la única posibilidad de ruptura implica el abandono total del ritual:
la rumba. Es inevitable que cualquier aproximación a los contextos de consumo de
alcohol sin que esto implique una provocación de consumo de cocaína.

- Entrevistado: el perico lo probé con los del colegio, entonces coño fue la
vaina que yo probé el perico, me acoplo con estos otros panas de la rumba,
claro… el peo era que yo era periquero y jarabero a la vez, entonces me caía
a jarabes y me caía a porros, pero entonces me iba pa‟ la rumba el viernes y
el viernes no tomaba jarabe, me acuerdo que una vez me lancé un jarabe pa‟
la rumba y no pude pues porque era una nota demasiado pesada, coño, pa‟
estar en una rumba bailando, la música, la gente, la vaina.

- Facilitadora: y por qué el perico sí?

- Entrevistado: coño porque el perico sí era como más activo pues, unos
pases y coño más animado, la fuerza, la vaina, entonces, coño, vamos a
rumbear, recuerdo que me la pasaba rumbeando toda la noche así en aquel
entonces con una o dos bolsitas (Entrevista 2, p.3).

A través de un relato se plantea la afiliación que ocurre entre el sujeto que se


inicia en el consumo de cocaína y el grupo en que se inserta a través de la rumba. El
actor se presenta como consumidor habitual de múltiples drogas, una legal –jarabe para la
tos- y dos ilegalizadas –cocaína y marihuana-, lo cual exige seleccionar la droga
apropiada a cada situación de consumo, de acuerdo a la adecuación sus efectos respecto a
las exigencias del contexto: en este fragmento, el uso de jarabe se expresa inadecuado a
situación de rumba dados sus efectos antagónicos “pesados” para la situación: “bailando,

148
la música, la gente, la vaina”; a diferencia de la cocaína, cuyo efecto, descrito como
activación, ánimo, fuerza permite largas jornadas de rumba (“toda la noche”).

(…) yo soy el tipo de persona que yo necesito estar activo, interactuar con
gente, entonces, coño, me encuentro jalao‟, no tengo con quién hablar y me
doy la vuelta y saludo al que tengo atrás, coño disculpa pana me llamo tal,
mucho gusto pana, coño disculpa pana, coño, y tú qué haces, coño y yo qué
hago, entonces es este mismo, no sé, si ventaja, pero la manera en como yo
lo asimilo si me lleva digamos mas sociable, interactuar más, esteee..coño,
no sé, necesito descargarme la traba, entonces no sé si no tengo unos pases
bailo un ratico, me siento un ratico a tomarme una curdita y hablar porque no
fumo. Si me estoy cayendo a pases, me siento hablo un ratico, coño, me pica
el pie y tengo que pararme a bailar otra vez y en el proceso vemos que hay
una interacción más fuerte o puede ser lo mismo, coño porque con la ganja te
fumaste un porro y llegamos al lugar y no te provoca pararte a bailar, pero se
te sienta alguien a lado y descargas la nota hablando la nota con la persona y
de pinga. Por el otro lado, la cocaína si te puede dar el mismo efecto, pero
también creo que ese nivel de exaltación de coño… hiperactividad, tengo
que moverme y la vaina y bueno tu estas bailando y te pegaste al de lado y
terminas hablando paja o qué sé yo y ya estas de salida y están hablando dos
personas y te metes en la conversación así de loco, y es como te digo no creo
que son vainas, que creo que la cocaína sea el ingrediente necesario pero
creo que si, en la manera mía de aceptarlo a mi me obliga como a exaltar eso
entonces sí creo que hay una interacción más fuerte (…) (Entrevista 1, p.6).

En este fragmento se describe la situación de rumba vinculada al consumo de


cocaína. En primer lugar, se define al actor de acuerdo a una tipología de persona que
tiene una marcada tendencia, a modo de necesidad, hacia la interacción, así como, hacia
cierto estado subjetivo de activación. Durante la situación de rumba, los efectos de la
cocaína le proporcionan una ventaja al sujeto; el cual reporta una mayor facilidad para la
aproximación, en general, una mayor disposición a la interacción y mejor sociabilidad.

La interacción forma parte de una forma de “descargar la traba”, esto se refiere a


una necesidad de exteriorizar los efectos subjetivos de la cocaína. Las afectividades y
los ánimos que guían el hacer del sujeto se encuentran estimulados de modo tal que éste
vivencia un cambio en su relación con el mundo, que resulta en este caso provechosa.
Esta ventaja se expresa a través de ejemplos que describen cierta situación usual en la
rumba, “estar bailando” y el efecto relacional inusual (“te pegaste al de lado”, “te metes
en la conversación así de loco”) obtenido a partir del efecto subjetivo de estimulación
proporcionado por la cocaína (“hiperactividad, tengo que moverme y la vaina y bueno tu
estas bailando y te pegaste al de lado y terminas hablando paja, o qué sé yo”)

149
4.3.2 Cocaína: compañera de las drogas legales

Otro aspecto que se presenta potenciado a partir del consumo de cocaína es el


consumo de alcohol, relacionado estrechamente al consumo de cigarro; gracias a la
acción de la cocaína en el sujeto, éste puede soportar por más tiempo y en mayor
cantidad los efectos del alcohol.

(…) si bien tú puedes hacer una sin la otra que no es necesaria, que no es
necesaria la vinculación alcohol con drogas o cocaína con cerveza, una vez
que consumes cocaína y tomas curda es como que una relación difícil de
dejar, o sea como que tú te metes unos pases y te provoca una curda, o te
metes burda de curda y te provocan unos pases, es comoo, pero no es
necesariamente así, no es una relación AB, pero puede pasar, es como lo más
general y esto me parece que es una incitación porque es un trampolín,
además me parece que es el alcohol (Sujeto 6, G.f.1, p.5).

La relación que se presenta entre drogas legales y drogas ilegalizadas en la


situación de consumo se entiende como una contingencia; el consumo de cocaína junto a
alcohol se plantea como un hábito vinculado a la situación de rumba, donde el alcohol
recuerda inmediatamente a la cocaína. Se describe por los usuarios una incitación a la
cocaína que se realiza desde el alcohol. La idea anterior guarda la lógica de lo que
Becker (2009) concibe como la primera estrategia de neutralización, referida a un
impulso de los desviados a ajustarse a la ley, estructurado a modo de negación sobre su
responsabilidad respecto a sus actos desviados, el sujeto empieza a verse a sí mismo
como un ente impulsado contra su voluntad; halla el camino para desviarse del sistema
normativo dominante sin atacar frontalmente las normas.

(…) un viernes en la noche, a las 11 de la noche, tu no vas a salir a tomarte


un juguito, sales es a tomarte una birrita, te encuentras con el otro pana y
están en la mesa de al lado cayéndose a curda, bueno si va podemos
echarnos una birra y yo siempre he visto muy relacionado el cigarro con el
alcohol, para mí siempre ha sido muy jodido, yo dejé de fumar dos años y
para mí siempre lo más jodido ha sido estar en una mesa tomándome algo de
alcohol sin un cigarro en la mano. Entonces para mí siempre han estado
relacionados y yo digo bueno el peo de la rumba y el alcohol (…) me gusta
la cocaína y claro, la cocaína siempre viene agarrada de la mano con el peo
de la rumba, con el peo del alcohol como antes, digamos que quedé más o
menos igual, yo no puedo desprender la cocaína de este tipo de situaciones, o
sea yo no puedo caerme a pases y quedarme sentado en mi casa viendo
televisión es una vaina que no puedo hacer, entonces todo este peo de la
interacción viéndolo desde un punto un poquito más grande después de todo

150
lo que yo pasé, para mí tiene mucho que ver el peo de la interacción social
entre individuos (…)Y en ese aspecto yo diría que yo soy más… bueno para
mí la cocaína está relacionada con la rumba y si es una rumba fuerte, que
están un poco de panas cayéndonos a curda y a pases y para mi es una vaina
burda de fuerte, coño meterme cocaína si no tengo algo con qué pasarla y el
agua no me sirve y el juguito tampoco (Entrevista 2, p.5)

El consumo de alcohol se plantea como práctica necesaria en relación a cierto


momento, el tiempo libre –viernes por la noche -, y que se estructura en torno a ciertos
espacios de interacción dispuestos para tal fin. Es un sin sentido el consumo de cocaína
fuera de estos espacios de interacción vinculados a la rumba (“viernes en la noche a las
11 de la noche tu no vas a salir a tomarte un juguito, sales es a tomarte una birrita”).

La ruptura de la estructura ritual de la situación que vincula a ambas drogas:


alcohol y cigarro se describe como “lo más jodido” separar el consumo de cigarro del
consumo de alcohol cuando se haya en la situación de consumo (“estar en una mesa
tomándome algo de alcohol sin un cigarro en la mano”).

La situación de consumo: tiempo libre nocturno, espacio para la interacción


dispuesto para el consumo de alcohol; se refiere entre los hablantes como rumba. El
consumo de cocaína se presenta en su estrecha relación con la rumba. El actor expresa
su incapacidad para desprender la cocaína de tales situaciones (“yo no puedo caerme a
pases y quedarme sentado en mi casa viendo televisión, es una vaina que no puedo
hacer”) dada la función insustituible del alcohol respecto a la cocaína (“meterme cocaína
si no tengo algo con qué pasarla y el agua no me sirve y el juguito tampoco”); así como,
la significación de la cocaína en cuanto a la interacción social; ya hemos visto que los
efectos de la cocaína se encuentran fuertemente asociados con una potenciación de la
disposición del individuo hacia la comunicación, siendo la rumba el ritual de interacción
establecido.

4.3.3 La cocaína y el sexo

Un aspecto de la actividad de rumbear que se ve potenciado es la disposición del


sujeto en cuanto a las interacciones íntimas de carácter sexual. La sexualidad, como
propósito asociado a la naturaleza de la persona en cuanto tal, es vinculada al contexto
de rumba, como contexto dispuesto para el encuentro social. El acceso sexual de los

151
sujetos es potenciado por una forma de desinhibición social que posibilita una
interacción dada de una manera tal, que los hablantes describen como “locura”, es decir,
trasgresión de las pautas y normatividades sociales supuestas en la acción de
aproximarse entre personas.

Entonces por lo menos en mi caso, el peo de la cocaína, yo por lo menos


estoy en una rumba estoy hirperactivo, me caigo a pases, la vaina, hablo con
todo el mundo, la locura, la vaina bueno vámonos pa‟ otra rumba, dónde es
la vaina. Y son las seis de la mañana y me dan las cuatro de la tarde y
todavía estoy rumbeando, entonces en esos círculos, conoces mucha gente
que consume cocaína, se da la interacción pues, entonces en ese aspecto la
cocaína es mucho más personal de lo que puede ser la ganja, la ganja es
mucho más grupal, en cambio la cocaína es una vaina mucho mas tabú,
incluso para muchos consumidores de droga, y se deriva más complicidad
unos pases una vaina y eso también te permite una relación mas estrecha,
entonces claro, ahí entra la parte sexual porque claro, ponte tu yo no tengo
pareja, caigo en la vaina digo esta pana y vaina y tal… y no se creo que
siempre hay ese coqueteo a veces inconciente, no? Como te digo para mi
coño uno como individuo, tu puedes tener tu pareja, estar casado, puedes
tener 50 años, puedes estar casada y con hijos pero coño ves una persona en
la calle, esa geva tiene tremendo culo, verga ese tipo es burda de bonito
(Entrevista 2, p. 4).

El consumo de cocaína, en el contexto de la rumba, se describe como una


secuencia: consumo, hiperactividad y sociabilidad, que provoca la prolongación
temporal e intensificación de la vivencia subjetiva del evento mismo. En el transcurso
de éste, los consumidores alcanzan entre ellos un nivel de aproximación más “íntimo”,
en referencia a la práctica de consumo de marihuana, que suele darse como una
interacción caracterizada por cierto sentido de grupalidad (“la cocaína es mucho más
personal de lo que puede ser la ganya, la ganya es mucho mas grupal”), esta intimidad
superior renueva la dicotomía social/individual y genera nuevas jerarquizaciones; el
consumo de marihuana puede ser social/individual, pero siempre será más social que el
consumo de cocaína. La diferencia se justifica a través del nivel de moralización de la
actividad, en el que la cocaína resulta más culpable y por tanto su consumo se reduce a
un círculo más pequeño.

La asociación de la práctica de consumo de cocaína con un mayor peso moral,


incluso entre usuarios de drogas ilegales, deviene en un estrechamiento de la relación
entre consumidores de cocaína, tanto en proximidad como en complicidad. Una

152
interacción así descrita, es vinculada a un acercamiento de tipo sexual, que se manifiesta
como aspecto inevitable, en tanto inconsciente, del contacto con el/la otr@. Este
contacto sexual se refiere a una seducción asumida como “natural” entre personas que se
perciben estéticamente atractivas.

Eso me recuerda en Perú en Nemia el balconcito, coño eso era si un


trancadito, en un balcón así cerramos la puerta y blah, blah, coño, un
trancadito los dos solitos ahí y de repente un cariñito una vaina y la pana va
pendiente, está burda de chévere y yo también voy pendiente, y si pues ese
nivel de complicidad te puede facilitar un hiperbolación poco las cosas
(Sujeto 2, G.f.1, p.12).

El contacto sexual asociado al consumo de cocaína en el contexto de la rumba, se


vincula al elemento de complicidad que añade la situación misma; en tanto exige a los
actores cierto aislamiento superior. El imperativo del secreto adquiere mayor
relevancia, se produce un efecto de cercanía entre los consumidores de cocaína. En el
ejemplo, la aproximación inicial del actor hacia una mujer y pareja potencial se
posibilita gracias a la vinculación común con dicha sustancia, que deviene en una
complicidad que facilita el acercamiento íntimo, descrito como comunicación y contacto
físico de tonalidad sexual (“cerramos la puerta y blah, blah, coño un trancadito los dos
solitos ahí y de repente un cariñito, una vaina”).

(…) si uno va pendiente de cuadrarse un culo en una rumba de hoy y


también puedes enfocarla para la descarga en eso, entonces, coño no sé, voy
a la rumba, conocí una pana y me estoy cayendo a pases, y toda la descarga
de la traba es, coño, vamos a bailar y es porque voy pendiente, o coño,
vamos a hablar o qué sé yo, si la otra persona con quien estás consume
cocaína, coño, hay un nivel de complicidad así burda heavy…entonces
claro, muchas veces se puede confundir, bueno yo te estoy invitando pases a
ti pero eso no quiere decir que yo vaya pendiente contigo, pero muchas
veces si se da o sea a mi me ha pasado mucho, que me estado cayendo a
pases en el baño así y malinterpreto la vaina y la pana no va pendiente
conmigo.

En el fragmento anterior, aparece la vinculación sexual como intención asociada


a un evento de consumo de cocaína particular, en el que la exteriorización de los efectos
subjetivos “la descarga” es dirigida hacia la búsqueda de contacto íntimo (“si uno va
pendiente de cuadrarse un culo en una rumba de hoy y también puedes enfocarla para la
descarga en eso”). Se mencionan como prácticas de aproximación en la situación de
rumba, bailar y conversar; sin embargo, es el consumo compartido de cocaína el
153
contexto de interacción que introduce un grado de acercamiento de magnitud
trascendental (“si la otra persona con quien estas consume cocaína coño hay un nivel de
complicidad así burda heavy”).

Este acercamiento que se plantea automático no es necesariamente sexual, sin


embargo, entre una aproximación íntima de implicaciones sexuales y una aproximación
íntima restringida al consumo de cocaína los límites se muestran confusos para los
actores. En el ejemplo, el hablante menciona cierta situación de consumo compartido
que sucedió en el espacio aislado e íntimo del baño y no implicó contacto sexual, una
excepción que el actor relata con tono de sorpresa.

4.3.4 Consumo productivo de cocaína

Aunque en menor medida y con un énfasis más disperso, se presenta la actividad


de consumo de cocaína en vinculación a propósitos productivos, tales como estudio o
trabajo, adquiriendo una modalidad individual y aún más discreta de consumo.

Yo creo que tiene mucho que ver con la persona y el entorno, pues yo
conozco panas que tienen que hacer un trabajo y se tienen que comprar una
bolsa para hacer el trabajo y pasar toda la noche trabajando, otros
simplemente es para ir a rumbear para aguantar la curda (…) (Sujeto 3,
G.f.2, p.16).

Relativo a factores sociales, o contingencias del contexto en la relación persona-


sustancia, la forma que el consumo asumirá será individual, en relación a un mayor
rendimiento dadas ciertas actividades productivas; de igual manera, dependiendo de
estos factores, asumirá dicho efecto en el rendimiento, una ventaja en cuanto al consumo
de alcohol en el contexto de rumba.

(…) yo voy pendiente de ese cambio de visión del estudiante, para


ver qué se rumora, para ver qué tienes tú, verga! y pruebas otra cosas,
mira ayer yo me caí a pases e hice el examen demasiado
chola...verrrrga! yo voy pendiente también y lo pruebas (Sujeto 4,
G.f.2, p.25).

El actor manifiesta la intención de transformar su perspectiva como estudiante; se


produce una asociación entre éstos propósitos y lo que se dice acerca de los efectos de
las drogas. Así mismo, reporta una búsqueda activa de experiencias con sustancias

154
ilegalizadas y cita como ejemplo, el interés que despiertan las referencias de otros, en
relación a la potenciación de la experiencia de productividad asociada a las actividades
académicas, bajo los efectos de la cocaína.

5. Los efectos subjetivos de las drogas

Esta categoría se construye a partir de las referencias de los hablantes en torno a


los efectos asociados a las sustancias de mayor consumo entre los actores: Cocaína y
Marihuana. Los efectos se expresan como consecuencias inmediatas de orden subjetivo
–mental, fisiológico, anímico- que influyen objetivamente, esto es conductualmente en el
sujeto. Se circunscriben al espacio temporal del evento de consumo, en el que se
construye un escena tal que sustenta otro tipo de efectos, que podríamos llamar
secundarios o diferidos, mismos que traspasan esta delimitación temporal del momento
de consumo. Estos efectos remanentes son mencionados en relación directa a la acción
de la droga; sin embargo, son consecuencias de diferente naturaleza, generalmente social
o existencial, es decir, se presentan como saldos experienciales que el sujeto ha de
incorporar a su universo simbólico.

La propiedad de las drogas sobre la subjetividad humana hace de éstas unas


entidades de carácter trascendental, cuyo poder en relación al individuo se acciona desde
el interior de su cuerpo, por lo que una gran diversidad de prácticas subsecuentes son
entendidas a partir de la acción de éstas, constituyendo un amplia y diversa categoría que
integra acciones, pensamientos, sentimientos, identidades, vinculaciones y proximidades
sociales entre personas, así como, experiencias vitales. Sin embargo, la forma en que
estos efectos se manifiestan y las tonalidades que adquieren para cada quien y respecto a
cada evento de consumo son explicadas a partir de las singularidades de la relación que
cada sujeto establezca con las sustancias, además de las características fisiológicas y
psicológicas de éste.

Los efectos se plantean como el propósito que guía la acción de consumirlas,


dadas sus implicaciones efectivas en el desarrollo de ciertas prácticas sociales,
actividades productivas, recreativas o hedonistas. El hedonismo, se presenta como una

155
intencionalidad siempre supuesta al empleo de drogas: el consumo se entiende como una
búsqueda de placer.

Por razones analíticas y para evitar confusiones, hemos construído esta categoría
únicamente, con referencias a los efectos subjetivos primarios, éstos que han sido ámbito
exclusivo de la farmacología y la medicina. Los efectos secundarios o remanentes se
presentarán a lo largo del análisis como meras consecuencias, propósitos que guían el
consumo o como elementos definitorios del sujeto en tanto consumidor, esto dependerá
de la categoría temática a la que haga referencia.

5.1 La Cocaína

Esta sustancia se relaciona con dos efectos subjetivos, principalmente: la


activación, referida a un estado general de estimulación del individuo, que le predispone
a la interacción, aumenta su productividad y contrarresta los efectos de una
sobresaturación de alcohol. Y la euforia, asociada a una sensación de bienestar y alegría,
que de acuerdo a la intensidad puede aproximarse al frenesí. Este efecto, en sujetos con
un tono anímico bajo, significa la evocación de sensaciones de autoimportancia.

5.1.1 Activación

El estado de activación remitido al uso de cocaína, se caracteriza como una


sensación interna de incremento energético que se enfoca comúnmente hacia tres
propósitos básicos: la comunicación con otros, caracterizada como una interacción más
suelta asociada a determinados contextos de socialización, como la rumba; hacia la
productividad en el trabajo -ya hemos mencionado la vinculación entre la cocaína y el
estereotipo de joven exitoso- y hacia la neutralización de los efectos del consumo
excesivo de alcohol.

- Sujeto 1: En el sentido de la coca, yo creo que es una droga netamente


social, pues y a la final la gente que prueba esa vaina, yo mismo la probé
así y bueno, de vez en cuando, sabes, me meto unos toques, peroooo, coño
la gente dice, es una vaina como te activas así y lo que quieres es coño
llegar a un sitio así de pinga, donde intercambiar palabras con la gente,
porque es una vaina así como queee...

- Sujeto 6: por eso es que le dicen perico, te pone a hablar (G.f.1, p.11).

156
La cocaína se caracteriza como una sustancia asociada a un uso “netamente
social”, se hace referencia a sus efectos desde lo qué se dice, que ha sido corroborado
en la propia experiencia. La cocaína produce un efecto de activación general del
sujeto, que conlleva cierta disposición a buscar un contexto positivo (“de pinga”) para
socializar. Los efectos de la estimulación sobre la capacidad e inclinación hacia la
comunicación con otros se expresan en la alusión al nombre común de la cocaína:
“perico”, que en un sentido metafórico refiere a sus efectos comunicativos sobre los
usuarios.

Ejemplo 1:

Con el perico así, si me dio burda de curiosidad porque estos otros panas que
yo tenía eran burda de periqueros y siempre hablaban del tema y la vaina…

Y qué te decían?

Coño que la vaina es burda de activa y tal, o sea te das unos pases y estas
como más activo más pendiente de la vaina y en aquel tiempo la curdita y la
vaina te das unos pases y se te quita la borrachera, claro pero estos pana nunca
me ofrecieron, yo con los otros panas del colegio, cuando yo veo a este pana
cayéndose a pases me dio curiosidad y la vaina y tal, y empecé a caerme a
pases también (Entrevista 2, p.5).

Ejemplo 2:

(…) yo conozco panas que tienen que hacer un trabajo y se tienen que
comprar una bolsa para hacer el trabajo y pasar toda la noche trabajando,
otros simplemente es para ir a rumbear para aguantar la curda o por lo que sea
(…) (Sujeto 3, G.f.2, p.16).

El Otro referido en el ejemplo, constituye el punto de partida para el consumo de


cocaína. Lo que se dice de la sustancia entre el grupo de pares estimula la “curiosidad”
del actor. Es decir, contribuyen la experiencia y los saberes referidos al Otro con cierto
sentido de apertura en el actor hacia el consumo de cocaína.

Lo que se dice gira en torno a los efectos de activación, definidos en este caso
como una estimulación atencional del sujeto (“te das unos pases y estas como más activo
más pendiente de la vaina”).

157
Este efecto, en ambos ejemplos, se plantea favorable en combinación con el
alcohol, pues neutraliza los efectos de la “borrachera”, entendida ésta como un estado de
saturación y descontrol de los efectos del alcohol.

En el ejemplo se asocia el efecto de activación de la cocaína con el mantenimiento


del estado de vigilia por períodos prolongados de tiempo, a fin de desarrollar actividades
que exigen un alto nivel de rendimiento.

5.2 Marihuana

La marihuana se asocia a una variada gama de efectos, cuya manifestación


depende, de modo crucial, del contexto y las condiciones individuales, que serán
presentadas en una categoría posterior. Los efectos referidos con insistencia entre los
hablantes, implican cambios en las esfera perceptiva, las sensaciones corporales dejan de
ser rutinarias, se potencian las sensaciones placenteras, se produce una forma de
relajación interna del sujeto, se plantea el afloramiento de pensamientos críticos y
reflexiones profundas sobre temas inusitados, se reporta una potenciación del lado jovial
de las cosas, así como, se produce un cierto sentido inusual de inspiración en relación a
actividades de tipo creativo o recreativo.

La experiencia con la marihuana se presenta estructurada en dos modalidades


básicas, de acuerdo a la situación general y los propósitos hacia los que se oriente la
ocasión de consumo. Cada tipo experiencial, reporta varios efectos asociados que
interactúan conformando un conjunto integrado; el primero lo hemos denominado
Relajación y vivencias de inspiración, el segundo se refiere a una suspensión de las
coordenadas cotidianas. Veamos a continuación:

5.2.1 Relajación y vivencias de inspiración

El tipo experiencial que hemos agrupado en esta categoría, emplaza la


relajación interna del sujeto y cierto sentido de inspiración placentera
“concentración”, como principales efectos. Estos aparecen vinculados al
mejoramiento de la ejecución y acentuación del placer asociado a actividades
productivas, creativas o recreativas, así como, cotidianas.

158
Creo que eso cuando se dice que las drogas para los momentos que estas
tranquilos en la casa, fumas y te relajas un pelo más, igualito estas
alternando con toda tu familia te sientes de pinga, te sientes bien, haces
todas las cosas que tienes que hacer, pendiente de la familia más que todo,
de tu trabajo ¿sabes?, normal…claro, es un momento de placer, y a la final
no sabes si vives un momento diferente, x, te pones a leer un libro,
cualquier vaina de esas, y eso a la final… tu lo absorbes, como para bien,
porque ese conocimiento… que absorbiste de ese libro lo aplicas a tu vida
personal, si tiene características que puedas extraer de ese texto, y bueno no
sé, es de pinga (Sujeto 4, G.f.1, p.21).

El consumo de marihuana que se sucede en el espacio privado del hogar, en un


“momento tranquilo”, es asociado, en el ejemplo, a efectos de relajación, bienestar y
placer que abren la posibilidad de “vivir un momento diferente” o experiencias vitales a
partir de la realización de actividades que permitan extraer elementos reflexivos “leer un
libro”. La marihuana -y sus efectos de relajación- aparece como catalizadora de cierta
facultad reflexiva que permite integrar nuevos conocimientos a la vida.

Aparece con tono de aclaratoria, que impresiona que el hablante a pesar de los
efectos cumple con sus roles y deberes asumidos en los contextos normativos familiar y
laboral.

(…) depende de la persona, yo personalmente, consigo diversión,


concentración muchísimo yo la utilizo también mucho para trabajar, yo
trabajo en cocina, y necesito fumarme un porro antes de cocinar ajuroo… la
concentración allí en la cocina eso me ayuda muchísimo, trabajo mucho
más rápido..esooo, personalmente yo la utilizo más que todo para eso (…)
(Sujeto 6, G.f.2, p. 26).

En el fragmento anterior, el punto de partida es la relativización de los efectos en


relación al individuo. Se plantean como efectos la diversión y la concentración; éstos se
platean como resultados que la individualidad en sus condiciones particulares alcanza.
Así mismo, aparecen compatibles con el trabajo, como prerrequisito para un mejor
rendimiento (“me ayuda muchísimo, trabajo mucho más rápido”).

(...)En mi caso particular, en mi vivencia yo o sea, las probé me gusto, sentí


que me relajaban, y cuando fumo tomó una actitud, yo digo que yo no
cambio mi forma de ser simplemente como que me relaja, yo digo que me
relaja mucho. A mi si me ayuda a pensar, me encanta dibujar, me encanta
escribir, escuchar música cuando estoy fumado, es mi punto de vista lo que
me parece…(Sujeto 8, G.f.1, p.22).

159
Se reitera el condicionamiento de los efectos en relación a cierta particularidad de
la experiencia individual. Los efectos se asocian a una relajación, en cuanto cambio de
actitud; se aclara que el sujeto no cambia en sustancia, en sí mismo, es una
transformación de primer orden que facilita la realización de actividades individuales,
vinculadas a la realización creativa “escribir, dibujar” y al hedonismo.

Yo me imagino o intento imaginarme que en vez de esa vaya donde esta lo


de la vaca, que en vez de cervezas este un tipo con porro así, igual donde
salen las vallas donde salen lo de las drogas porque no puede haber unos
tipos con una cerveza cayéndose a coñazos, o sea me lo imagino así, porque
generalmente tu fumas y estas relajado, con cerveza tú ves claramente
cualquiera que se arrechan es más propicio que se terminen echando a
coñazos quien sabe que , ¿entiendes?...Entonces tú ves esas cosas que es
puro mercado (Sujeto 3, G.f.2, p.23).

Un repertorio argumentativo bastante acudido partía del establecimiento de


comparaciones entre los efectos de la marihuana y los del alcohol siendo los primeros
bastante menos perniciosos que los segundos. En el ejemplo, se emplea una situación
figurativa para vincular los efectos del alcohol con violencia en oposición a los efectos
de relajación propios de la marihuana, al tiempo que denuncia la condición de
invisibilidad de esta realidad en el espacio publicitario; lo que se explica a través del
tema de los intereses de mercado.

5.2.2 Suspensión de las coordenadas cotidianas

Este tipo experiencial refiere, por un lado, a un cambio en la esfera perceptual, las
sensaciones corporales se vuelven inusuales, se agudiza una sensibilidad por estímulos
cotidianos, normalmente desapercibidos; por otro lado, esta suspensión de las
coordenadas cotidianas posibilita, en otro nivel, el afloramiento de pensamientos críticos
y reflexiones profundas sobre temas inusitados que potencian el lado jovial de las cosas.
Generalmente, el componente de tipo perceptual se presenta asociado a los relatos de los
primeros encuentros con la sustancia. Veamos algunos fragmentos:

- Entrevistado 2: (…) bueno 1 porro pa‟ 3, 4 panas coño era de pinga la


sensación, porque coño era primero la vaina de, o sea, empiezas como a
tripearte la vaina de otra manera pues, no solamente que lo ves más lento y
toda la mariquera sino que empiezas a tripear otras vainas (p.2).

- Facilitadora: como qué? (p.2).

160
- Entrevistado 2: me acuerdo que era burda de pegao, no sé, de pronto
cualquier cosa, fumando el porro me ponía a ver la matas así arriba y coño
el peo del cinetismo de los árboles con la brisa, esteee, o sea como apreciar
las vainas de otra manera, en otro estado de pronto, ay si las matas se
mueven que de pinga va a llover hay burda de brisa, entonces coño con los
porros era así como que verga la vaina se mueve muy de pinga y tal las
figuras, la vaina, me acuerdo una con las sensaciones de tacto, o sea el peo
de tocar la tierra húmeda así después de fumar un porro, era muy de pinga
y tripeabas la vaina de otra manera (…) (p3).

Los efectos se asocian al bienestar. Los efectos concretos entre los que se
menciona el enlentecimiento entre otros que con un tono de obviedad se resumen en un
etcétera, éstos significan en un nivel trascendental, un gran efecto o resultado: “empiezas
a tripear otras vainas”, “como a tripearte la vaina de otra manera pues”, que entendemos
como disfrute de objetos, personas y situaciones Otras, desde una perspectiva Otra.

Se caracteriza este cambio como una transformación en la relevancia sensual con


la que se nos presenta el mundo; a modo de sensibilidad renovada y disfrute inusual por
ciertos elementos estéticos de la cotidianidad: movimiento, texturas, colores, formas.

Claro porque para mí siempre la ganya también vino relacionada como a una
manera de no ver la vaina como en blanco y negro, sino que también la vaina
te abre como otras perspectivas también de grises donde tu puedes entrar a
análisis de distintos puntos de vista y coño fue muy de pinga, de hecho yo
me acuerdo que cuando yo empecé a fumar que fue 4to y 5to año fueron los
mejores 2 años, de pronto no en notas, pero si de tripearme la clase y
entender las vainas de otra manera (…) E1p3

El cambio, la transformación en el sí mismo que significa el consumo de


marihuana, es también relacionado a un ejercicio racional diferente (“tu puedes entrar a
análisis de distintos puntos de vista”), en el que a partir de la oposición al estado de
normalidad referido, en el que la racionalidad se plantea como un posicionamiento
restringido a opciones limitadas, perspectivas duales restringidas a “blanco y negro”. A
través de esta metáfora del color se plantea esta apertura como ampliación del marco de
posibilidades en toda una gama de grises. El sujeto se hace capaz de visualizar los
matices, esto es, comprender a tal punto, desplegar y entender perspectivas cercanas entre
sí.

Igualito le pondrían poner un coffe shop, y yo creo que no irían, porque ese
tipo de drogas no creo. Porque te hacen ver más alla y analizar…más las

161
cosas y eso también es lo que les conviene, pues con la birra te vuelves
loco..y ahhh estoy borracho, y con el porro también pero empiezas a hablar a
filosofar sobre las cosas y yo la primera vez que fume, era yo pero eran mis
ojos que estaban viendo fuera y era como una estatua, y rara y cuantas cosas
me he tripeado…entonces por eso es lo que les conviene, no trasciendas más
alla, de lo normal y de lo que yo te ofrezco, yo te ofrezco, con la birras se te
olvidan algunas pero de ahí no piensas más, en cambio con un acido o con
peyote al día siguiente ves el mundo distinto, ves distinto el día siguiente,
eres tu pero hay algo en ti, en tu mente que guaoo…que va un poco más
alla…(Sujeto 9, G.f.2, p.24).

Se planteó con reiteración por los hablantes la incompatibilidad entre los efectos
de la marihuana y la productividad, el repertorio que explica este planteamiento se
vincula a una inconveniencia entre los efectos de reflexividad de la marihuana y el
trabajo, que sí es compatible con el olvido y un estado de locura que brinda la cerveza,
requerido para garantizar la intrascendencia del sujeto. El efecto de la marihuana
produce una ganancia secundaria asociada a una transformación de la perspectiva del
sujeto sobre el mundo, que le permite afirmarse “soy diferente a otros” (“eres tu pero
hay algo en ti, en tu mente que guaoo…que va un poco más allá”)

5.3 Condiciones que determinan los efectos

Los efectos se plantean variables, como regla general, ningún evento de consumo
es igual a otro, aún para el mismo individuo. Transcurren cambios contextuales,
temporales, internos al sujeto, biológicos, mentales, anímicos, etc. que determinan la
forma y los matices que con que se manifestarán los efectos. Estos factores que malean
los efectos han sido agrupados en dos categorías de acuerdo con su índole social o
subjetiva.

5.3.1 Sociales

Se mencionan entre los factores sociales que intervienen en la conformación de


los efectos aquellos que tienen un carácter social, como la historia de aproximación a las
drogas, el contexto de consumo, y el momento.

Aunque todas las drogas tienen como un punto en común que alteran o
deprimen el sistema nervioso central, depende mucho de tu cuerpo, de la
propensión biológica que tienes a que te afecte una más que otra. Y la
manera también en cómo has llegado a ellas, si fue por curiosidad, si fue a
los 17 o si fue a los 20, si fue con un novio, si fue con unos panas, con la

162
mama de mama de tu amigo. Sabes.. es también la relación con ella es
importante destacarla. Porque no es el consumo por el consumo, no es que la
droga es mala, porque te hace daño, porque no, es también como tú has
conocido la sustancia, cualquiera de ellas (Sujeto 6, G.f.1, p.14).

Inicialmente, se plantea como elemento general de las drogas su efecto de


alteración o depresión del individuo en un nivel fisiológico. La proposición “aunque”
señala el sucesivo contrargumento: los efectos dependerán de la disposición biológica
particular del individuo. En el mismo orden y con mayor relevancia, se menciona la
historia de aproximación a las drogas –edades, motivos del consumo, grupo de
iniciación, contextos- como elemento particular al actor que da forma a su relación con
la droga, a la que llamamos consumo. A modo conclusivo, se plantea que el elemento
fisiológico no hace a las drogas naturalmente dañinas, es la relación, y la historia de
vinculación a éstas, el factor que incide en la conformación de la droga –cualesquiera de
ellas- como una sustancia dañina.

Yo creo que eso también tiene que ver con el momento en que la consumas,
hay momento que consumo cocaína y me quedo sentado viendo pal suelo, y
otras en las que me da una lora, y la gente que si cállate (Sujeto, 2, G.f.2,
p.31).

Se hace referencia al espacio temporal en que se desarrolla el evento de


consumo, como condición determinante del efecto. Este último se caracteriza a través de
las conductas precisas que ocasiona el uso de cocaína en el sujeto (“me quedo sentado
viendo pal suelo”) y (“me da una lora”).

Por otro lado, la diversificación de los efectos asociados a la cocaína gira en


torno a la cantidad de interacción social que evoca en las personas, desde el silencio sin
mirar a nadie hasta el extremo de una comunicación exaltada, que apabulla a los
interlocutores (“me da una lora, y la gente que si cállate”).

Pero también depende del sitio donde esté, de repente eso que dije ahorita de
la marihuana es estando ahí, en la playa no pienso lo mismo, cuando lo estoy
haciendo por diversión, en otro lado, pienso en que tripa, en otra situación
pienso que bueno que me fumé un porro para no escuchar a este huevón,
todo depende de lo que vaya hacer, donde esté yo, y por qué lo hago, y qué
pienso acerca de las drogas (Sujeto 9, G.f.2, p.30).

163
En este fragmento, el efecto se expresa como pensamiento determinado por la
situación de consumo. Así, lo que se piensa durante el consumo, se ve modificado en
relación al contexto y a los propósitos vinculados.

En cuanto al propósito del consumo, que ha sido referido por los actores como
un factor individualmente determinado -una potestad exclusiva del actor- en el ejemplo
anterior, muestra su carácter ambiguo, pues revela sus ataduras contextuales (“en la
playa no pienso lo mismo, cuando lo estoy haciendo por diversión” “en otra situación
pienso que bueno que me fume un porro para no escuchar a este huevón”).

5.3.2 Subjetivas

Se refieren a elementos internos al sujeto, de orden mental, emocional o de


personalidad que modifican los efectos de las sustancias.

(…) creo que también depende de cada persona, claro cada droga tiene un
efecto distinto, pero depende de lo interno, por eso que si el que fuma
marihuana todo el mundo se va poner a atracar, verga…te pones cocaína te
pones agresivo, verga nunca en mi vida, me he puesto hablador, me he
puesto retraído, no mi personalidad, debe haber gente que se fuma un cigarro
y se pone loco, pues…o se pone agresivo , o sin necesidad de meterse
ningún tipo de droga lo es, creo que lo que hace es un cierto catalizador de tu
vida interna más nada.. (Sujeto 8, G.f.2, p.31).

La personalidad ha sido referida como factor interno al individuo, que define los
efectos de las drogas. Siendo el efecto de las drogas en este caso, la consecuencia de
catalizar la “vida interna” de los actores. A través de ejemplos, se menciona la
delictivización de la conducta como un efecto estereotípicamente asociados a la
marihuana, así como, la agresividad comúnmente referida al consumo de cocaína. Estas
relaciones sustancia-efectos se invalidan a partir de la mención de casos en que la
violencia de la conducta no puede explicarse a partir del consumo drogas ilegalizadas
(“debe haber gente que se fuma un cigarro y se pone loco, pues…o se pone agresivo, o
sin necesidad de meterse ningún tipo de droga”) y a partir de la experiencia personal del
actor, quien comprende esta varianza a partir de la noción de personalidad;
posicionándose a sí como evidencia que falsea estas asociaciones estereotipadas. El
hablante no refiere experiencias subjetivas de agresividad vinculados al consumo de
cocaína, que explica de acuerdo al estilo de su personalidad.

164
Depende del estado de animo de cada quien porque a lo mejor ella se mete
cierta droga feliz y le cae buenísimo, pero si estas depre y te metes cualquier
droga, todo el mundo esta bien y a ti te mete al fondo del hueco en el que
estabas porque tu estas centrada en eso, entonces se te refuerza más eso que
estas sintiendo, que yo voy a fumar, pero si a lo mejor andas con la paranoia
que nos van a agarrar, que es lo que vas a estar tripeándote el porro, que
nada, así mismo..así de simple, entonces todo depende de tu estado de
ánimo, de cómo quieras verlo, hacia donde quieras enfocarlo, eso que vayas
a consumir, sea lo que sea.. (Sujeto 9, G.f.2, p.32).

Se refieren variaciones en los efectos proporcionados por cada droga, de acuerdo


al estado de ánimo del sujeto durante el consumo. Este se expresa como ámbito del sí
mismo vinculado a las emociones, que predispone la atención del sujeto bajo los efectos
de una droga, cualquiera que sea, hacia estados psicológicos agradables o desagradables.
En este sentido, los estados anímicos experimentados se acentúan bajo el influjo de una
sustancia. Se mencionan entre ellos: depresión, felicidad y paranoia, esta última es una
predisposición anímica atada simbólicamente a las prácticas de trasgresión, puesto que se
vincula al temor de ser atrapado o descubierto cometiendo la infracción.

6. Las drogas en tanto riesgo

La droga se define en cuanto al riesgo general que significa. Los hablantes


afirman la peligrosidad de las drogas en dos sentidos: el primero, se relaciona con el
potencial adictivo, característica necesaria y suficiente para identificar una sustancia
como droga; el segundo, se explica por la posibilidad de ser descubierto y confrontado
por los no consumidores como trasgresor de la ley. El actor, dada su relación inevitable
con la droga, debe disponer una serie de medidas de seguridad para sortear el riesgo que
el consumo de drogas supone. El fracaso de estas medidas es una ocasión asegurada
para todo usuario, sin embargo, recuperarse de este evento es siempre posible.

6.1 La adicción como el verdadero Problema de las Drogas

Siendo que la adicción, tal como hemos desarrollado en el primer apartado, es la


condición que determina una sustancia como droga; se dice que la droga es
esencialmente riesgo. Los hablantes plantearon la adicción como el riesgo supremo
asociado al consumo de drogas, gestionar este riesgo constituye el verdadero problema
de las drogas. Los sujetos deben gozar de cierta capacidad subjetiva que permita la

165
minimización de éste; la gestión depende del individuo que “inevitablemente” se
relaciona con la droga. .

Yo no las veo como un problema, yo vería como un problema el saberse


manejarse con la sustancia, por lo menos un ejemplo en la calle, con el sexo,
el sexo se puede volver adictivo pana, terminas mal, ninfomano pa'l coño
(risas), depende como tú te manejes con la sustancia, creo yo... (Sujeto 5,
G.f.1, p.17).

Los hablantes redirigen el problema de las drogas hacia la capacidad individual


de practicar seguramente el consumo de drogas. En el ejemplo, se plantea esta relación
haciendo un símil con el sexo a partir de su potencial adictivo, que de ser consumado por
el sujeto, a causa de una autogestión fracasada, implicaría para éste su destrucción. En
este sentido, destruirse significa para los usuarios, ser adicto (“se puede volver adictivo
pana, terminas mal, ninfomano pal coño”).

(...)pero yo creo que hay una incompatibilidad entre la vida y eso, o sea, yo
le decia a los muchachos ahorita, a (X) y a (Y), que vaina más peligrosa que
la electricidad, y desde que conocimos la electricidad no podemos vivir sin
la electricidad, desde que conocimos la droga tenemos que asumirla pana,
desde que conocimos el sexo ilícito de acostarse con la mujer de otro
tenemos que vivir con eso, que es paracticamente normal un duo de a tres, es
normal, el que diga otra vaina es hipócrita, entonces, el que hable mal contra
la droga es un hipócrita (Sujeto 3, G.f.1, p.2).

La droga se sitúa como riesgo supremo y normalizado del mundo de la vida


social, se apareja con otros elementos de alta peligrosidad como la electricidad. Estos
elementos, entre ellos la droga, el sexo y la electricidad, guardan una relación paradójica
con la vida, que no se concibe posible sin ellos,al tiempo que constituyen los grandes
peligros para el sostenimiento de la misma.

Llama la atención el caracter de inevitabilidad con que se plantea el consumo de


drogas, al punto que adquiere un matiz de imposición; conocer la droga conlleva
necesariamente, a una implicación con ésta. Lo anterior se explica a través de un símil
con el ámbito sexual, en tanto referencia al registro de las “necesidades” vinculadas al
placer cuyo acceso implica necesariamente, una cierta desviación de los cánones morales
establecidos. El ejercicio inevitable de los placeres “necesarios” -el sexo y el consumo de
drogas- entraña el costo oculto de la trasgresión; los actores deberán construir los medios

166
para neutralizar las consecuencias morales de su desviación (“...desde que conocimos la
droga tenemos que asumirla pana, desde que conocimos el sexo ilícito, de acostarse con
la mujer de otro tenemos que vivir con eso...”)

En este sentido, la droga constituye un ingrediente indispensable para la vida, a la


vez que significa el mayor riesgo para ésta; el sujeto que se halla en medio de esta
contradicción, es forzado a asumir el peligro y disponer una serie de estrategias de
seguridad, tal como hacemos con la electricidad, para la gestión del riesgo que significa
para sí el consumo de drogas. Esta última idea se desarrollará en otro apartado de esta
misma categoría.

(...) como dice X tanto el alcohol, como la hierba, la cocaina, la heroina, la


piedra, el perico lo que sea son adictivos y cada quien las lleva como quiere,
lo único malo ahí es que cuando te vas, te aceleras demasiado y te estrellas
entonces, es ahí donde te vienen todos los peos (Sujeto 2, G.f.1, p.14).

(...)que si, bueno uno dice que no es malo, pero si hay un momento en si te
quedas pegado con lo que sea, con los ácidos, con la coca, con el “H”, con lo
que sea, hay un momento de tu vida que crees que la dominas, pero si hay un
momento en que te quedas pegado, que después sales finísimo, que ojala
siempre sea así, pero hay un momento en que estas pegado (Sujeto 6, G.f.1,
p.23).

Entre los hablantes, las medidas de gestión del riesgo que dispone el sujeto para
resguardo de sí, se refieren al ejercicio voluntario de dominación sobre la acción de las
drogas en el propio cuerpo; entendido como un ejercicio de autorregulación del consumo,
en el que el sujeto debe, además, dominar la acción independiente de las drogas sobre sí.

Sin embargo, estas medidas son falibles, el evento de fracaso está asegurado para
estas estrategias subjetivas de seguridad, no solo por fallos del actor -transgresión de los
límites propios de consumo- sino a causa del carácter ilusorio que adquiere la capacidad
propia de dominio sobre la droga (“hay un momento de tu vida que crees que la dominas,
pero si hay un momento en que te quedas pegado”).

La situación mencionada como “quedarse pegado”, hace referencia al estado de


adicción del sujeto, en el que pierde el control y la autonomía: está “pegado” a la droga,
no puede separarse de ella, sin embargo, es un estado transitorio del que es posible
recuperarse, en un acto voluntario del sujeto.

167
6.2 La gestión del riesgo

La capacidad subjetiva de dominio sobre el consumo personal fue un aspecto


que los hablantes manifestaron como imperativo para la gestión del riesgo referido a la
adicción. Estas prácticas de auto-regulación suponen la capacidad del consumidor para
identificar la dosis máxima controlable y placentera. Esta capacidad, que cobra la
relevancia de una exigencia social, se relaciona con los planteamientos neoliberales
respecto al sujeto, que bajo la figura del consumidor, se encuentra facultado
racionalmente para regular su comportamiento de consumo y asumir la responsabilidad
sobre éste. En este mismo orden de ideas, transgredir el límite individual de consumo
significa descontrol personal y displacer, y en cierto modo, implica un sentimiento de
fracaso social para el actor. Veamos los siguientes fragmentos de discurso:

... yo creo que cada quien sabe los límites y sabe hasta cuándo quiere tripear,
yo por lo menos con las birras, ya hasta aquí, hasta aquí porque ya tripee, y
si me tomos unas más, me empiezo a sentirme mal, a sentirme mareada, que
tengo sueño, pero que en verdad me quedo dormida, así echada y pegada
pues (Sujeto 9, G.f. 2, p.25).

Un elemento recurrente en el proceso de auto-regulación es la centralidad del


establecimiento de límites en la relación con las drogas. En el ejemplo anterior, la auto-
regulación viene a suponer un ejercicio privado y subjetivo de limitación a partir de la
experiencia íntima del consumidor con los efectos sensoriales de la droga. El límite se
sitúa temporal y espacialmente en la escena del consumo y durante el consumo,
concretándose en la acción específica de su interrupción. Lejos de ser un criterio estable
y general a toda situación, el límite funciona como una señal de alarma interna que
agencia la conciencia cuando, en el diálogo permanente entre la sensorialidad del
momento y las experiencias anteriores, la conciencia puede avistar un posible descontrol
y sucesivo agotamiento del placer.

Al final es un estímulo ¿no? es un estimulo para el cuerpo y lo de pinga del


caso es que tu tienes que ser inteligente para saber de qué manera, para que
lo... tienes que sacarle el provecho, no que ella te domine a ti, o sea,
entiendes... una vaina así como de que... verga hoy fumé y me siento
demasiado feliz voy a hacer tal vaina, voy a llevarme al chamo pal‟ parque,
voy a pintar un cuadro, voy a hacer un mural, sabes... y lo llevas de una
buena manera y si lo sabes conllevar yo creo que puedes tener buenos

168
resultados a la final como cualquier otra persona sana (Sujeto 1, G.f. 1,
p.12).

En el fragmento anterior, el proceso de auto-regulación se traduce en una gestión


favorable de los efectos de la droga sobre el cuerpo, que permite el aprovechamiento de
éstos en la realización de actividades cotidianas; sin embargo, para ejercer éxitosamente
este dominio no basta la capacidad subjetiva; el consumidor requiere inteligencia para
identificar sus dosis personales. En consecuencia, auto-regularse significa administrarse
inteligentemente, dosis adecuadas, que garanticen la facultad de control sobre sí mismo
y la posibilidad de guiar la experiencia íntima con drogas en términos favorables.

Por otro lado, ambos ejemplos relacionan el descontrol y desmadre del consumo
con un fracaso en la práctica de auto-regulación, que implica ceder a la droga misma el
control sobre la experiencia, a modo de un ente que doblega al individuo y lo somete a
sus leyes, situación que revierte en displacer y desagrado la situación de consumo.

Si está bien, pero esta nota de que esto te lleva a esto y después a un piedrero
que vas a vivir debajo de un puente, creo que no es así me parece que, por lo
menos en mi experiencia personal, creo que las drogas, las drogas no, bueno
no sé cómo decirle... ellas (risass) estas sustancias tienen un límite, ellas te
dicen algo y tu te apropias de lo que te pueden decir. Depende, porque ellas
tienen un límite porque ellas no te van acompañar eternamente, porque esa es
una experiencia que tu tuviste una primera vez en tu vida, arrecha de pinga
disfrútala, pero eso no va a durar todo la vida, eso disfrútala porque no la
puedes perpetuar eternamente, eso es lo que yo entendí, porque ya yo no voy a
seguir buscando eso, porque ya yo entendí algo en ese momento y eso, eso me
quedó y lo agradezco, parte de que sea un ritual, es precisamente eso lo que
agradezco, pero entendí que se agotan, y entender eso hace que tu no te
conviertas en un adicto, porque ya yo no voy a meterme brugesic (risas)con
ganja y vaina para poder sentir lo mismo que sentí esa primera vez, es una
experiencia en la que comulgas y sigues (Sujeto 11,G.f.2, p.18)

En este caso, las drogas se presentan con cualidades de sujeto, se les atribuye la
capacidad de actuar en referencia a los consumidores: ellas dicen, acompañan y
prescriben a los actores ciertas pautas de uso (“ellas (risass) estas sustancias tienen un
límite, ellas te dicen algo y tu te apropias de lo que te pueden decir, depende, porque
ellas tienen un límite, porque ellas no te van acompañar eternamente”)

Los límites de la experiencia con drogas que ellas nos plantean tienen un carácter
definitivo en la relación de la persona con la droga. Los límites se asocian a la acción

169
de interrumpir el consumo, que en este caso no se ciñe a la situación de drogarse, en
cambio se relaciona con un ejercicio racional en el que el actor decide poner fin a la
práctica de consumo de droga como medida para evitar la adicción. El consumo
prolongado de drogas pareciera indicar una mayor riesgo.

6.3 El instante de alarma

Además de las estrategias para la gestión del riesgo los hablantes hicieron
mención de una serie de indicadores de consumo peligroso, esto es, condiciones en la
vida del actor que le señalan un estado de saturación y descontrol respecto al propio
consumo, que significa un posible estado de adicción o una proximidad peligrosamente
cercana a éste. Estos indicadores se expresan de dos maneras distintas, como una
preocupación referida a la salud física o como una preocupación de tipo social,
vinculada al fracaso del sujeto en las relaciones y contextos normativos, y a su
consecuente resignificación moral.

Este darse cuenta de las señales de peligro, aunque hace referencia a un proceso
progresivo, se expresa como un instante de lucidez en el actor que de algún modo
“inconsciente”, ya ha rebasado los propios límites de consumo; es decir, darse cuenta de
los indicadores de peligro expresa el momento en el que el sujeto hace conciencia sobre
ciertas transformaciones de su consumo que podrían estarle hablando de un patrón de
consumo prolongado y/o excesivo que los actores refieren como “quedarse pegao”. A
continuación expondremos este proceso de alarma del usuario:

Que no piensas, que no haces, que te fumas una vara y te quedas todo el día
así, no sé pensando en las estrellas, con cualquiera de ellas, hay una con la
que te quedas pegado, con cualquiera en un momento específico de tu vida.
Entonces, no, no le deseo eso a mi hijo para nada (...) (Sujeto 6, G.f.1, p. 23).

En el fragmento anterior, “quedarse pegado” es decir, encontrarse en situación


de riesgo, se plantea como una condición ineludible en la carrera del consumidor (“con
cualquiera de ellas, hay una con la que te quedas pegado, con cualquiera en un momento
específico de tu vida”). “Estar pegado” se define como una situación en la que el sujeto
ha desplazado su ejercicio racional y la facultad de control sobre su comportamiento a
manos de la droga, esto se expresa en cierto estado de inconsciencia, de no

170
pensamiento, no acción e irrealidad, que ocupa la jornada completa del sujeto (“que no
piensas, que no haces, que te fumas una vara y te quedas todo el día así, no sé pensando en las
estrellas”). El mencionado estado resulta negativo y principalmente improductivo, por
tanto, indeseable.

Coño, porque fue demasiado fuerte en tan poco tiempo tanto tipo de drogas y
además, coño, digamos que yo estaba empezando y los panas con los que yo
empecé eran unos duros, coño y llevarles el ritmo, ese fue un tiempo de
prueba muy loco porque también probé las pepas, los micro puntos, los
ácidos, pero aun así nunca probé la heroína en ese momento, pero todo este
peo de mis tres grupos de panas llegó el momento del consumo de drogas en
todos lados, y coño, eran unas vainas demasiado fuertes, yo me acuerdo que
académicamente yo me fui pa'l piso, también yo perdí 5to año, la vaina,
estuve en para-sistema dos veces, entonces llegó un momento que yo dije
„coño no puedo seguir así‟ (Entrevista 2, p.6).

En el relato, el hablante describe su carrera de consumidor como un proceso de


excesos “demasiado fuerte”, refiriéndose al ritmo acelerado e inusual de consumo que
adquirió a razón del ritmo grupal en el que se insertaba. De igual modo, alude a una
práctica de experimentación con nuevas drogas, que se tornó regular y extendida a toda
ocasión.

El relato da cuentas de un efecto de ampliación del grupo de consumo, la acción


grupal ha expandido su rango a otras esferas de la vida de los sujetos que ahí se vinculan
y se consagra como esfera única de actividad social. Es decir, el usuario de drogas ha
restringido sus marcos de referencia a un nuevo ámbito de acción vinculado con la
ilegalidad.

A modo de reacción, el sujeto efectúa un quiebre de la actividad a partir de un


instante en el que se da cuenta de, haciendo referencia a un instante de reflexividad, a
manera retrospección, a partir del cual el sujeto se determina a sí mismo en situación de
especial riesgo guiado por ciertos indicadores como: la desafiliación de los contextos
normativos en los que regularmente participaba como la escuela: esto se asume a modo
de fracaso social sobre el cual el sujeto trae su atención para estimar la pérdida de
límites y recuperarlos mediante una decisión subjetiva.

Todo el mundo tiene su caída, o sea, una vez me paré en la mañana, en la


tarde fue, después de una rumba sádica (risas), estaba con los panas y unas

171
jevas, y nos jalamos toda la noche, estábamos en casa de un pana y habían
controlado un poco e‟ bolsas, cada quien tenía lo suyo, además es que había
curda pareja, y de ahí pa‟ otra rumba, y ahí la pegamos de rumba en rumba,
después de esa farra cuando me desperté boté un moco con sangre, pero una
bola de sangre que me impresionó demasiado y dije „no que va‟, además que
ya me estaba gustando la vaina (Entrevista 3, p. 3).

En el ejemplo, se plantea la situación de exceso y descontrol como un momento


inevitable de “caída” para todo consumidor, un fracaso en la auto-regulación del
consumo y en la práctica de límites, lo que se infiere a partir del relato de una situación
de excesos, se puede distinguir un énfasis en la presencia cuantiosa de cocaína y en lo
prolongado del evento de consumo; estas características: cantidad de droga en
proporción al tiempo definen una situación que se plantea riesgosa.

Luego, se plantea una interrupción de la práctica a partir de una alarma física y


de salud: “boté un moco con sangre, pero una bola de sangre que me impresionó
demasiado y dije „no que va‟”, la señal física es el signo que alerta al sujeto sobre una
posible situación de riesgo, este volcamiento repentino de la conciencia sobre la propia
práctica de consumo se efectúa a modo de evaluación („no que va‟, además que ya me
estaba gustando la vaina).

6.4 Ser descubierto

Otro de los riesgos que mencionan en su discurso los consumidores de sustancias


ilegalizadas es el peligro de confrontar la autoridad que implica la práctica. El temor a
las consecuencias de quedar en evidencia ante la autoridad sustenta esta idea de peligro
asociada al consumo de drogas. La autoridad referida se asocia, en lo más concreto, a los
cuerpos de seguridad, e imaginariamente, a la familia y la sociedad general. No obstante,
como refiere Becker (2009) la consecuencia más temida es, por encima de la represión
directa, la identificación general del sujeto como delincuente por parte de la sociedad.

A partir de ahí, la situación de consumo se organiza en torno a la práctica del


secreto, como mecanismo de gestión del riesgo. Esta medida, tal como describe Matza
(1981) se refiere al ocultamiento generalizado del vínculo con la actividad desviada:
restricción de los temas y vocabularios propios de la actividad a los contextos de
consumo, determinación del momento de consumo en función a lugares ocultos

172
vinculados con otros grupos “marginales”. De este modo, los usuarios de sustancias
ilegalizadas se garantizan un espacio más invisible en el cual el consumo sea más seguro.
Veamos los siguientes ejemplos:

(...) ok de pinga, te para un policía, tu andas con drep, tu eres rasta, tienes la
ganja por todos lados dibujada, osea, ¿fumas ganja? Si, es lo primero que te van
a preguntar, es que: ¿fumas? Si, ¿fumas ganja? Si, ¿tienes ganja? No, si tienes
sí, ya tú estas afrontando ya la a ley, tu sabes que si portas algo ilegal tienes que
afrontar la ley, porque eso está penado por la ley, si no tienes nada, de pinga no
te van a meter preso porque consumas, a menos que…¿Dónde la consigues y
tal? Tu veras si lo dices o no lo dices que ser un poco más eso, ya conlleva a las
función de los policías y de las autoridades. (Entrevista 1, p.9)

Ciertos elementos accesorios, asociados simbólicamente con los estereotipos de


consumidor de drogas ilegalizadas, pueden constituir en sí un riesgo para el actor; en
cuanto permiten a la autoridad identificar al consumidor. En el ejemplo, el consumidor
describe su apariencia como rasta, grupo estereotipado asociado al consumo de
marihuana, esto permite a la autoridad abordar al sujeto, lo que aumenta la posibilidad
de ser descubierto como infractor.

La situación hipotética de ser descubierto, supone que el actor debiera aceptar su


castigo o consecuencia en cuanto trasgresor, dada la condición de ilicitud de las drogas

(…) estamos en una fiesta, estamos en una reunión de todos tus panas, tampoco
la idea es arruinarle el momento a algunas personas que o sea, no ni pendiente,
pueden ser familiares, entonces coño, no es no, y uno no lo hace, si lo
reconocen lo reconocen, hay gente que está clara, hay gente que lo reconoce,
para mi hay mucha familia mía que no lo sabe, en realidad casi nadie, casi
nadie...(risas) en realidad nadie…y a los que saben no se lo hago en la cara
(Entrevista 1, p.7).

En este ejemplo, los hablantes expresan una restricción voluntaria del consumo
de drogas ilegalizadas en el contexto o las cercanías familiares, limitándose a un lugar
oculto, apartado y fuera de la mirada familiar; no sólo por el temor a ser descubierto,
esto es, ser identificado como inmoral; sino porque se concibe esta posible situación
como una degradación de la situación familiar. Los únicos miembros de la familia
capaces de reconocer al actor en cuanto consumidor serán aquellos que también se
encuentran vinculados a la droga y por ende, no resulten un peligro significativo para el

173
actor. Es por esta razón que se realiza el consumo en ciertos lugares, situaciones, y con
personas cuya apertura les permita entender el consumo de drogas.

7. Las marcas de la prohibición

La prohibición de ciertas sustancias se estructura, en principio, como una medida


legislativa. Sin embargo, como sabemos ésta posee un tipo de repercusiones en los
diferentes objetos de la vida social hacia los que apunta directamente y hacia otros
objetos y ámbitos que de forma indirecta también afecta, de acuerdo a los repertorios
enunciados por los hablantes. A continuación veremos la forma en que esta medida los
configura de acuerdo a lo planteado por los consumidores.

7.1 Discusión drogas legales vs ilegalizadas

Las diferencias que se establecen entre drogas e ilegales se construyen alrededor


de ciertos aspectos de la actividad de consumo; en otros aspectos se encuentran
inseparables, legales junto a ilegales ocupando el mismo lugar de esta práctica
ritualizada. La medida prohibitiva que produce la separación de facto se asume
arbitraria. Los hablantes definen también una postura ante el Estado como ente visible
de la ejecución de las leyes, perciben esta medida prohibitiva, como una decisión
relegada a intereses políticos y económicos, argumento que permite la falsación del
discurso referente a la peligrosidad de la sustancia. Construyen su discurso bajo la figura
de una demostración referente a la artificialidad de la prohibición. Veamos lo que los
hablantes refieren:

Ejemplo 1:

Sujeto 3: Y ningún adicto al whisky se considera drogadicto (comentarios)

Sujeto 8: ¡Es lo mismo! una cosa es más permitida que otra

Sujeto 3: Es la misma droga

Sujeto 4: Todo depende de la ley con la que estemos regulados, ¿porque el


alcohol si y la cocaína no? (G.f.1 p.6).

Ejemplo 2:

174
A mí me parece una bazofia, es un descaro como ella decía (en referencia a S6),
es un peo político mundial total, porque en Ámsterdam por decir, hay zonas
que tu puedes andar por ahí, y te puedes prender un porro, y es algo normal,
igual tú puedes pararte darte un toque y seguir caminando, y es algo normal, y si
estuviera tan en la mente como el alcohol y el tabaco, ahí la gente te viera verga
este tipo se está metiendo un pase, te sabe a culo, allá tú ves si lo haces o no lo
haces (...) (Sujeto 8, G.f.1, p.17)

Vemos que en el primer ejemplo los hablantes argumentan como desde la postura
del sentido común los consumidores de drogas legales no son considerados como
adictos, etiqueta reservada para los usuarios de sustancias ilegalizadas (“Y ningún adicto
al whisky se considera drogadicto”). Plantean desde su perspectiva, que las sustancias
legales son equivalentes a las otras sustancias (“¡Es lo mismo! una cosa es más
permitida que otra”, “Es la misma droga”) sólo que estás últimas están penadas por la
ley y las otras no lo están, es esa la diferencia fundamental que señalan; la ley constituye
una arbitrariedad (“depende de la ley con la que estemos regulados”, “¿porque el alcohol
si y la cocaína no?”). Es así que para los consumidores de sustancias prohibidas, resulta
contradictorio que se les aplique la etiqueta de drogadicto cuando la propia droga se
asocia a un menor riesgo que el alcohol, Becker (2009) explica u fórmula argumentativa
como un mecanismo de legitimación del sujeto, a través del cual neutralizan las
connotaciones morales de su actividad igualándola con una legal. Se aplica la etiqueta
y se les margina con este término, que deviene en connotaciones sociales altamente
discriminatorias. La necesidad de romper este orden prohibicionista se expresa como
un imperativo; la restricción legal es inválida para los usuarios de drogas ilegalizadas.
En el siguiente ejemplo se exponen más claramente estas ideas:

A mi me parece primero y principal que esa categoría de drogas lo que es


una clasificación y categoría para separar…o sea que no tiene ningún tipo
de fundamento, droga es el alimento que comemos, es algo que funciona en
nuestro sistema químico como quiera que nos hace cambiar de un estado a
otro, lo que yo quiero resaltar ahorita es que el tratamiento no sé si Uds.
están enfocados ahí, pero el tratamiento que le da la sociedad o la
diferenciación que le da a las drogas o las categorizaciones, me parece que
lo que vimos ahorita el alcohol es mucho más peligroso que fumarse un
join(tabaco de marihuana), estar totalmente alcoholizado aunque sea con
14° alcohólicos dos palos de algo, oye y hay una justificación de la sociedad
por ciertas cosas que le produce en el mercado y que son supuestamente
legales no sé por qué razón, y otra satanización de algunas sustancias que
muchos las han utilizado hace milenios en rituales antes de lo lúdico y antes
de volverse una cultura lúdica (…) (Sujeto 8, G.f.2, p.12)

175
Los consumidores de sustancias ilícitas refieren una y otra vez que la prohibición
de estas sustancias constituye una medida que se tomó para separar, ya sean mercados,
personas u otro tipo de objetos del mundo social (“esa categoría de drogas lo que es una
clasificación y categoría para separar”). Se plantea que los efectos producidos al
individuo y al entorno por las sustancias permitidas pueden resultar más dañino que las
sustancias que no lo están, esto lo afirman al comentar: “el alcohol es mucho más
peligroso que fumarse un join (tabaco de marihuana)”. La prohibición se plantea
injustificable (“hay una justificación de la sociedad”, “no sé por qué razón”), reiterando
los planteamientos de Becker (2009) expuestos para el ejemplo anterior.

7.2. El costo de lo prohibido

La prohibición posee repercusiones muy concretas en la vida social del individuo


que consume las sustancias señaladas como ilegales. Esta medida se ha encargado de
trazar una serie de estigmas en el individuo que consume drogas, relacionados con
discursos que han rodeado y estructurado las bases de la prohibición: el discurso moral,
el discurso legalista, el discurso del riesgo, así como otras discursividades que vienen
van a esbozar la manera en que la persona se acerca a las sustancias ilegales y configura
su consumo.

En este sentido, los consumidores refieren una separación de los grupos


normativos y su reubicación en una minoria, que se les impone a partir de la prohibición,
del mismo modo, refieren una imposibilidad de la sociedad para distinguir entre
consumidor y drogadicto, la etiqueta de drogadicto, agenciada por las discursividades
que parten de la restricción, no ha dejado lugar para el consumidor habitual.
Observemos con detalle estos fragmentos:

Ejemplo 1:

Bueno yo creo que si hay un problema con la droga, a pesar de que ella ha
existido durante todo la historia de la humanidad siempre ha estado presente,
bueno ya desde el punto de vista de la ilegalidad es lo que hace que los
criminaliza a los consumidores de droga, de la droga y luego una minoría te
empuja cierto circulo social (Sujeto 2, G.f.2, p. 20).

Ejemplo 2:

176
Que ahora no me pasa igual con mucha gente que me conoce y se enteran
“coño X se cae a pases” “vale que bolas, no este pana es un drogadicto,
mándalo pá allá” creo que yo, que tiene que ver con la interacción social, uno
se acostumbra a redes donde hay temas comunes, entonces coño sobre todo la
ganya tiene esa posibilidad de que bueno uno se despeja de muchas cosas,
(Entrevista 2, p. 6).

El problema de las drogas se redefine en relación a la ilegalidad, más no a la


sustancia por sí misma, que se definen inseparables de la historia de la sociedad humana.
A partir de la ilegalidad el sujeto se ubica como parte de un grupo minoritario y de las
relaciones que lo constituyen tanto simbólica como concretamente.

Esta acción de retirada no se plantea como una elección que parta del sujeto sino
de los actores de la normalidad, que ejercen sobre sí una fuerza de expulsión. Es así que
los usuarios justifican su separación de ciertos espacios convencionales, aunque en otros
se hallen totalmente integrados; la diferencia legales e ilegales se muestra relevante en
tanto esta ambigüedad. Para los hablantes, la prohibición hace indistingible al
consumidor del adicto: “mucha gente que me conoce y se enteran “coño X se cae a
pases” “no este pana es un drogadicto, mándalo pá allá”.

Esa misma ilegalidad crea un contexto, por ejemplo en el que fuma


marihuana tiene que echar humo no puede fumarse un porro como el que se
mete un pase en el baño, en una ascensor, en cualquier lado, por eso el que
está echando el humo tiene que esconderse, ya tú te escondes por la misma
cuestión moral, y ponte que tú te estás escondiendo se piensa: ¿por qué este
tipo se está escondiendo? seguro está robando. No se piensa otra cosa,
entonces con el tiempo el mismo consumo de marihuana te lleva a estar
alerta y previsivo entonces de repente te fumas un porro pero estas
pendiente de la ventana allá, (comentarios dispersos) cualquier cosa que
pase en un contexto, es el contexto de que te van a agarrar, y se va creando
la paranoia y de cierta forma se pierde, se pierde el uso lúdico que las
personas quieren hacer de la droga, te quedas así como quieres estar ido
pero no puedes estar ido, porque tienes que estar pendiente y que mierda,
mierda, quieres conseguir algo que no tiene una lógica del mercado también
(…) (Sujeto 4, G.f.2, p. 20).

En este fragmento el hablante relata un conjunto de prácticas


derivadas del carácter ilegal de la sustancia. Al estar prohibida la sustancia, el
usuario debe estructurar su consumo a manera de no ser visto por otros, el secreto, esta
condición de estar escondido posiciona al sujeto en un lugar de criminal, el lugar de
quien está fuera y debe mantenerse oculto (“por eso el que está echando el humo tiene

177
que esconderse”, “ya tú te escondes por la misma cuestión moral”, “¿por qué este tipo se
está escondiendo? seguro está robando”).

A pesar de estar escondido se encuentra previsivo ante el riesgo de ser


descubierto, se va constituyendo un estado de alerta ante la amenaza que representa
exhibir su consumo ante el mundo de los no consumidores. En el caso de la marihuana
es necesario realizar el consumo en espacios donde estén más apartados, que en el caso
de la cocaína porque es más evidente; a pesar de su normalización entre los
consumidores. En este contexto el uso lúdico que en un principio otorgaba la droga se va
perdiendo, ante este estado de activación sobre todo en espacios públicos (“se pierde el
uso lúdico”, “quieres estar ido pero no puedes estar ido”, “tienes que estar pendiente”).
Observemos el próximo fragmento:

(…) la marihuana sigue siendo ilícita, y por ser ilícita y por ser ilícita coño
tú tampoco vas a boletearte, o vas a estar fumar en la quincalla así,
fumándole a la gente y tal. Tampoco vas a estar por la calle cayéndote a
pases, ni con una inyectadora ahí pegada…este bicho esta…no es lo normal
por ser ilícita, esta condición de ser ilícita de no permitida, coño ya es algo
que está penado por la ley y tal…ya conlleva a muchas otras cosas coño,
nada yo sé que es ilícito, tampoco voy a ir preso si vas a fumar, tampoco es
que vas a fumar en todos lados…eso también depende mucho de la
situación(...)porque si estas en un lugar donde puedes fumar, gente sabe y
gente no sabe, gente fuma y gente no fuma, pero tú puedes fumar , tú
puedes fumar tu tabaco, osea, discúlpame si te molesta el humo, yo me
puede poner en otro lado, pero no me lo voy a dejar de fumar porque tu
vengas a menos que yo de verdad no quiera que la persona se entere que yo
fumo por algún motivo, porque, entonces sigue la conexión de lo licito y lo
ilícito. Es ese peo de la licitud hasta donde se permite, que ese peo de no ser
lícita conlleva a coño...que uno tenga que tener cierto….hay que ser un
poco más recatado, uno tiene que llevarlo, como es algo ilícito algo que es
penado (...) (Entrevista 1, p.8).

En este fragmento se percibe la manera en los consumidores se someten ante las


condiciones de la ilegalidad que enmarca a la sustancias: por ejemplo, asumen un rasgo
de anormalidad en su actividad que proviene de la imposibilidad para consumir
públicamente, no sólo por medidas de ocultamiento sino porque la mirada del público
“no debe ver eso”, elemento que adquiere importantes connotaciones morales que
parecen impactar en el usuario de drogas (“por ser ilícita y por ser ilícita coño tú
tampoco vas a boletearte”, “no vas a estar fumar en la quincalla así, fumándole a la
gente y tal”, “ni con una inyectadora ahí pegada”, “no es lo normal por ser ilícita”).
178
Los consumidores deben encontrar una situación donde puedan realizar el
consumo experimentando menos temor a ser descubierto (“no quiera que la persona se
entere que yo fumo por algún motivo”). Establece un conjunto de limitaciones que
cercan al individuo en el campo social de la vida, dada su vinculación al consumo de
sustancias ilegales.

7.3 Los vínculos ilegales como requisito para la adquisición de drogas

La vinculación de los actores con el consumo de drogas ilegalizadas supone para


éstos una implicación necesaria con las redes de distribución de drogas y con el universo
“parelelo” de las actividades ilícitas. Esta afiliación comporta, no sólo el
involucramiento del actor con lo criminal, sino su articulación con nuevas formas de
subjetividad y esferas discursivas cuyo eje fundamental es la condición de anormalidad
que se imprime sobre los sujetos. Veamos lo que expresan:

Yo creo que las drogas si son un problema social, porque de repente en mí,
personal, yo puedo consumir droga y la paso chévere pero detrás de ese
producto hay una red hay un tráfico, hay mafia, pero no es que eso sea malo en
sí mismo, es que eso es malo, por la situación social que ha catalogado la droga
que es ilegal, si no fuera ilegal, yo podría ir a tomar como si fuera así una
cerveza y no habría problema, entonces que es lo que lo convierte en un
problema el hecho de que este al margen de la ley, de que hay todo un
submundo que lo convierte en un problema, entonces hay capos de la droga en
los barrios, matan a la gente…(Sujeto 10, G.f.2, p.19)

El problema de las drogas se establece para los sujetos, no sólo respecto a la


adicción, sino asociado al riesgo que implica su vinculación con las redes de ilegalidad
que acompañan su consumo. El mundo de las drogas se percibe como una realidad
“paralela”, oculta, subterránea, asociada a grupos excluidos y marginales (“en mi
personal yo puedo consumir droga y la paso chévere pero detrás de ese producto hay una
red hay un tráfico, hay mafia”). Los sujetos refieren el problema a las asociaciones
delictivas que se establecen a raíz de la prohibición; sus vinculaciones con éstas se
justifican a través de la necesidad de acceso a la sustancia.

El sujeto se ubica en una situación “peligrosa”, en tanto desregulada (“hay capos


de la droga en los barrios, matan a la gente”) de la que debe participar inexorablemente
para tener acceso a la sustancia de su preferencia. La única alternativa, planteada a

179
modo de hipótesis, que podría revertir la condición marginal y oculta de estos grupos
sociales es la legalización de las drogas, la anulación de la prohibición y su restitución a
la vida pública “si no fuera ilegal, yo podría ir a tomar como si fuera así una cerveza y
no habría problema”, “lo convierte en un problema el hecho de que este al margen de la
ley”). Dado que la única distinción planteada entre legales e ilegales es dicha situación
legal, argumento que aunque parezca un tanto obvio implica un rompimiento con los
subterfugios de esas discursividades científicas y morales que mantienen la vigencia de
la restricción; en esta medida, la legalización implica la desaparición de las diferencias
concretas entre drogas legales e ilegalizadas.

Por ejemplo en el caso de mío, yo estaba en el colegio y ni siquiera comencé


con la marihuana sino con el jarabe, pues… (risa) y era por una cuestión de
accesibilidad yo podía ir a la farmacia a pedirlo y podría tomármelo allí
también, tampoco así,(risas todos) no iba a tener problemas de que me vieron y
tal…mucha gente ni lo sabe pues…o que no me la iban a vender…para nada
más bien hasta era burda de barato, pues…después fue que probé la marihuana
y dije no la pinga, el jarabe es muy cabilla (risas todos) después decía: me fui
loco!…es una cuestión de que en ese momento estaba yo chiquito y quería era
tripear una nota, probar algo, y fue el contexto de la accesibilidad que me dio
por el jarabe..(Sujeto 3, G.f.2, p.26).

Según relata el hablante su inicio en el consumo se produjo con una sustancia


legal de acuerdo a un asunto de seguridad, aun cuando ésta resultaba más fuerte en
términos de sus efectos; el consumidor novel sopesa los riesgos y decide no sacrificarse.
Para el actor el consumo de una sustancia legal le permitió mantenerse fuera de las
redes de criminalidad, acceder a la sustancia con gran facilidad y consumirla sin
ninguna timidez ante la mirada pública (“por una cuestión de accesibilidad”, “podía ir a
la farmacia a pedirlo y podría tomármelo allí también”).

Un segundo balance de riesgos que establecen entre la droga legal de consumo y


otras ilegales, como la marihuana, arrojó un resultado diferente: los beneficios de la
legalidad resultaron menos significativos en relación a los riesgos asociados a la salud
que conllevaba; de este modo, el actor asumió los costos de la prohibición como única
alternativa para asegurar su salud (“después fue que probé la marihuana y dije no la
pinga, el jarabe es muy cabilla”).

180
El ejemplo permite visibilizar las consecuencias de la prohibición en términos
del acceso a la sustancia. La drogas ilegalizadas confrontan al sujeto con unas
condiciones de acceso cuyo riesgo está marcado por el tratamiento institucional de
éstas. La desviación del sujeto es una resultante de estas dinámicas de acceso a las que
necesariamente se va articulando.

181
IX. DISCUSIÓN DE RESULTADOS

El análisis nos permitió perfilar con cierto detalle, las temáticas relevantes y
discusiones planteadas por los usuarios de drogas en relación a su experiencia con
sustancias ilegalizadas. Surgieron complejas y múltiples conexiones de significados y
redes de sentido que posibilitaron algunas conclusiones; no obstante, vemos necesario
bosquejar ciertas relaciones internas e intertexto que delinean marcos interpretativos de
interés para la comprensión del problema que nos hemos planteado.

De este modo, nos permitimos caracterizar los marcos estructurados a partir de su


oposición con un discurso prohibitivo, psiquiatrizante y culpabilizante con el que la
sociedad habla de ellos (los consumidores de drogas). Estos se configuran alrededor de
algunas nociones usualmente asociadas al consumo de drogas, pero tematizadas a
manera de ruptura con el sentido convencional de éstas. De forma estratégica, los
hablantes restituyen su propia normalidad mediante la contra argumentación de los
repertorios excluyentes tradicionales, en los que se plantea una separación entre ellos –
trasgresores- y el resto “adaptado” de la sociedad.

Resulta interesante como el discurso de los usuarios de sustancias ilegalizadas se


ha configurado a modo de desafío a la prohibición y los modos de comprensión del
fenómeno que de ahí se derivan. Da un viraje al entendimiento acostumbrado, resituando
al sujeto, redefiniendo las drogas y sus conexiones de sentido, en un acto de legitimación
de la práctica y del actor, que los restituye simbólicamente como miembros “normales”
y “adaptados” de la sociedad.

182
La Droga como Categoría Extensiva a Todo

Pruébame y veras
que todos somos adictos
a estos juegos de artificio
voy a hacerte
un macro porno intenso
lo que seduce
nunca suele estar
donde se piensa…

(Soda Stereo, Zoom).

Las condiciones necesarias y suficientes que permiten categorizar un elemento


como “droga” son el potencial adictivo y el potencial placentero de éste; el potencial
adictivo se expresa como riesgo inmanente a las drogas, el potencial placentero se
presenta como ganancia asociada a su uso, que justifica la afiliación del sujeto a esta
actividad peligrosa.

La droga como categoría de cosa del mundo se define a partir del carácter
ambiguo de su naturaleza; es fuente de placer, al tiempo, que en sí misma representa
riesgo inevitable de destrucción. El binomio placer-dolor/destrucción, como dicotomía
inherente a la vida, nos hace pendular a través de los estadios que se encuentran entre el
placer y el dolor. Generalmente, se asocia a mayor placer mayor riesgo de
dolor/destrucción. La relación entre ambos elementos expresa: en la medida en que una
sustancia, actividad u objeto de la vida se asocie efectivamente con la obtención de
placer, en esa misma proporción, significará un riesgo de adicción para los actores; es
decir, un elemento resultará potencialmente adictivo y por tanto droga, en cuanto, los
sujetos encuentren placentera la vinculación con éste.

Los hablantes extendieron la etiqueta de droga a una diversidad de elementos de


muy distinta índole, desde correr, pasando por el amor, hasta cortarse las uñas, la salsa
de tomate, chocolate, entre otros ejemplos. Esta idea supone que, todo el mundo
consume cotidianamente productos adictivos, entonces todo el mundo se convierte en
potencial adicto. Cada sujeto se halla inevitablemente en situación de riesgo de adicción.
Este argumento minimiza el efecto de la diferencia que se establece sobre el sujeto a
partir de su relación con la droga. Los consumidores han hecho así, a nuestro modo de

183
ver, una maniobra retórica de auto legitimación social y de legitimación de estas
sustancias a través de la naturalización del riesgo y de los “objetos de placer”.

Sin embargo, la puesta en uso de la categoría nos plantea otras asociaciones de


significado; el significante droga no se pronuncia para mencionar la actividad de correr,
ni de comerse las uñas, así como tampoco se pone en uso para referirse a sustancias
alimenticias. La categoría en uso acude a un sentido del placer vinculado con una gran
practicidad y accesibilidad, inmediatez y comodidad en la búsqueda de efectos
subjetivos agradables y beneficiosos para el actor, lo cual establece una diferencia entre
las drogas y otras actividades placenteras que implican mayor esfuerzo; por ejemplo, los
deportes, los hobbies.

Otro elemento que tanto en la puesta en uso como en las referencias manifiestas
de los actores, se expresa como distintivo de aquello que llamamos “drogas”, lo
constituye su estatus de ilegalidad y los repertorios moralizantes consecuentes.

Caracterización del Consumo

En los inicios del consumo de sustancias ilegales los individuos refieren una
intencionalidad y una racionalidad. El sujeto activo manifiesta poseer poder de decisión
respecto al consumo; debido a que su apertura generalmente ocurre en la etapa de
adolescencia temprana durante la escolaridad o en los comienzos de la adultez en la fase
universitaria, periodos que se asocian a una madurez superior; marcando una diferencia
con la drogas legales cuyo ritual de iniciación sucede en etapas mucho más tempranas y
usualmente dentro del núcleo familiar, caracterizado como una práctica involuntaria y
automática. Esto parece indicar que el actor relaciona el consumo de droga con un estar
diferente en el mundo social sin perder la conciencia sobre sí mismo y su consumo.
Es percibido por los actores que el consumo de sustancias ilegales es una práctica
normalizada durante la etapa escolar, se asume que la vinculación con estas sustancias,
ya sea de manera directa o indirecta, ocurre a través de los grupos de pares; en este
sentido se debate la idea de la presión grupal como responsable sobre el consumo,
retornando la intención de consumo al individuo, determinado por la voluntad y su
disposición a la dependencia; dejando en evidencia que el grupo induce a los primeros

184
acercamientos de la sustancia con carácter de primer proveedor, del mismo modo que
pauta la configuración del consumo posterior.
Es así que las primeras experiencias hacen referencia a una búsqueda de placer, a
una cultura lúdica. El consumo sostenido de sustancias se aleja del ludismo para dar
paso a una forma de autodescubrimiento del sí mismo, donde parece que el transgredir
las normas establecidas reconfigura la identidad del consumidor en el mundo social, y
refiere nuevas pautas de relación para los nuevos sujetos que le rodean y para las
antiguas relaciones.

El Control Racional como Dispositivo de Seguridad

El riesgo asociado al uso de drogas se relaciona, como ya dijimos, a una


condición que le es inherente, la adictividad, pero también a una condición atribuida a la
sociedad: la prohibición, ambas constituyen, desde la perspectiva de los actores, el
verdadero problema de las drogas.

El potencial adictivo se vincula con la capacidad de la droga, en cuanto ente, de


doblegar al sujeto respecto a los “poderes” de ésta. En este sentido, la condición de
adicción es referida a una condición de deterioro del sujeto, de descontrol, en la que el
sujeto no gobierna su consumo sino la sustancia que adquiere una dinámica propia, en
otras palabras, adicción significa un pérdida de libertad. El actor, dada su relación
inevitable con los elementos de placer, debe disponer una serie de medidas de seguridad
para sortear esta posibilidad que el consumo de drogas supone. El fracaso de estas
medidas, según los hablantes, es una ocasión inevitable pero circunstancial: el
consumidor siempre puede recuperarse tanto de un episodio de extralimitación como de
una fase de adicción.

Para comprender las implicaciones del riesgo de adicción debemos recordar los
imperativos básicos del sujeto moderno, que exigen al individuo ser responsable de su
propio bienestar y capaz de controlar su comportamiento de manera racional. El
consumidor confronta esta idea, citando a Becker (2009) “el estereotipo del drogadicto
es el retrato de alguien que viola estos estereotipos. A esto debemos sumarle la noción
de que el consumidor se convierte en un esclavo de la droga, que se entrega

185
voluntariamente a un hábito del que no hay escapatoria” (p.96). Los actores neutralizan
lo supra a través de las prácticas de auto-regulación.

La auto-regulación supone el control racional, esto es, un ejercicio privado y


subjetivo de limitación a partir de la experiencia del consumidor con los efectos
sensoriales de la droga; además implica la posibilidad de dirigir la experiencia con
drogas en términos favorables. Lejos de ser un criterio estable y general a toda situación,
el límite funciona como una señal de alarma interna que agencia la conciencia cuando
puede avistar un posible descontrol y el agotamiento del placer. En consecuencia, auto-
regularse significa administrarse, inteligentemente, dosis adecuadas, que garanticen la
facultad de control sobre sí mismo y la consecución de las cuotas más elevadas posibles
de placer.

Transgredir el límite individual de consumo significa descontrol personal y


displacer, además del fracaso de las propias prácticas de auto-regulación, lo cual implica
para los consumidores ceder el control sobre la propia experiencia a un agente externo,
la droga; que doblega la voluntad individual y la somete a sus leyes. De este modo la
situación de consumo se revierte en displacer, desagrado: el sujeto no se puede detener.

Esta preocupación por la capacidad de controlar racional y eficazmente el propio


consumo, lejos de referirse a una máxima de orden moral, se refiere a nociones
vinculadas al ámbito de la salud y la psicología. Los usuarios aceptan la perspectiva
normativa de que los consumidores que han rebasado o no han establecido sus propios
límites lo han hecho dadas ciertas condiciones o características individuales de tipo
mental o físico, referidas a la naturaleza del sujeto, descritas en términos de
“desequilibrio”.

El descontrol también aparece asociado con un estado de desinformación de las


personas acerca de las drogas, sus efectos físicos y mentales reales, así como las
medidas de seguridad necesarias. Si bien los actores asumen nociones de sustrato
psicológico o médico, plantean su postura como una reelaboración, una “teoría
psicológica propia”, que rebate las matrices convencionales de información en tres
aspectos principalmente, niega la asociación de los efectos de las drogas con una pérdida

186
de las coordenadas de sí mismo –“sigo siendo yo”-, que vincula únicamente a los
estados de adicción; por otra parte, desmiente la adicción como consecuencia inevitable
del consumo de drogas, se plantea la adicción como un fallo en la administración del
consumo por parte del sujeto, dados ciertos estados circunstanciales del individuo
remitidos a condiciones psicológicas (estados de ánimo, conflictos psicológicos) y
corporales (estados internos al cuerpo que permiten menos tolerancia a la droga). En
este contexto argumentativo, se plantea como requisito imperioso para un consumo
“saludable”, conocer y consecuentemente, manejar los efectos tantos psicológicos como
físicos de las drogas, así como su adecuación a los determinados contextos y usos. El
grupo de consumo o las referencias de consumidores experimentados se ubican como
única fuente válida de saberes relacionados al consumo.

Este repertorio responde a una lógica de auto-legitimación, que se produce en un


doble sentido; por una parte, los usuarios de drogas validan esta actividad de consumo
atribuyendo el rechazo convencional hacia éstas a una desinformación de la sociedad y a
la aceptación de una perspectiva cuyas explicaciones erradas sobre el “fenómeno” sólo
pueden ser desmentidas en la experiencia con drogas y con otros consumidores. Al
mismo tiempo, la perspectiva “alternativa” de los hablantes plantea una ruptura del cerco
que emplaza a los consumidores de droga al margen del resto de los consumidores; el
sujeto se caracteriza a sí como un consumidor que cumple con la exigencia moderna de
auto-control y racionalidad, que únicamente en condiciones extraordinarias físicas o
psicológicas incurre en descontrol a través del uso de drogas; y ya hemos dicho que esta
situación es general a todos los objetos de placer y por tanto, a todos los consumidores.

El Riesgo de Ser Descubierto

Ya hemos mencionado el segundo –pero no menos importante- riesgo definido


en relación al Consumo de Drogas, aquel referido a la condición prohibida de la
actividad, que a diferencia de la adicción, se presenta como una restricción impuesta
legalmente, la cual se expresa paradójica considerando el carácter normal de la práctica,
continuando el repertorio argumentativo que nos plantea “cualquiera como potencial
consumidor de drogas ilegalizadas”, del mismo modo que “todos como consumidores de
drogas, en cuanto elementos de placer”; este argumento permite revelar una
187
contradicción entre la disposición legal y la generalidad con que se presenta socialmente
la actividad.

La condición de ilegalidad significa riesgo en cuanto a la posibilidad de ser


identificado por los Otros como transgresor y sufrir las sanciones morales y penales
consecuentes; en función a esto los sujetos refieren una serie de medidas de seguridad o
disposiciones destinadas a sortear el riesgo de ser descubierto, aprendidas al interior de
los grupos de usuarios de sustancias ilegalizadas; éstas se relacionan con el
establecimiento de restricciones contextuales, como limitarse a situaciones permisivas:
fiestas entre jóvenes, lugares aislados y poco transitados durante el día; y la adopción de
ciertas pautas de discreción ante los no consumidores como: disimular al estar bajo los
efectos de la sustancia, ocultar la perspectiva propia acerca de las drogas ilegalizadas e
incluso simular acuerdo con la perspectiva convencional; disimular aún sin estar bajo los
efectos de las drogas, evitar el uso de jergas propias de los consumidores y comentarios
relacionados con sustancias ilegales, entre otras.

Se asocia una mayor eficiencia del sujeto en la aplicación de estas medidas a una
mayor experiencia con la droga y sus contextos; sin embargo, un mayor éxito en el
ocultamiento del consumo no significa un empeño superior por parte del sujeto en la
aplicación de estas medidas, sino por el contrario, una cierta pericia en la práctica
permite al consumidor experto aplicar sólo las medidas necesarias para mantener el
secreto, experimentando menor temor a ser descubierto y aplicando la menor cantidad
de restricciones posibles.

El consumidor con la experiencia va descubriendo que el temor a ser descubierto


es injustificado, por lo tanto sus medidas son excesivas; para los hablantes el uso de
sustancias no es fácilmente evidenciable para los no consumidores, dada la ignorancia de
estos respecto al mundo de las drogas.

El consumidor ha falseado la perspectiva convencional, para él los bienpensantes


son ignorantes de esta realidad, inclusive resultan incapaces de comprenderla, la
información “falsa” que convencionalmente circula los ha imposibilitado para esto. La
perspectiva válida se genera, únicamente, al interior de los grupos de consumo en la

188
experiencia con la drogas. Este argumento forma parte de una retórica de
autolegitimación, a la que hemos hecho referencia en apartados anteriores. En este
mismo orden de ideas, la legalización se presenta como alternativa única para circular
información verdadera al respecto, lo que beneficiaría la toma de decisiones al momento
de la iniciación en el consumo de sustancias y de definir su droga de preferencia,
además de tornar menos significativo el riesgo de ser descubierto.

Prohibición de las Drogas e Identidad del Transgresor

Participar en una actividad prohibida significa para los hablantes, entrar en


contacto con una serie de actores, prácticas y discursos particulares a la cultura del grupo
de personas que se concentra alrededor del consumo de drogas y otras actividades
ilegalizadas. En el encuentro cotidiano con este contexto el actor se posiciona a sí mismo
como partícipe de una verdad escondida para los bienpensantes, desinformados e
imposibilitados – ¿acaso ingenuos?-.

Desde esta perspectiva, los actores no se identifican como marginales sino como
alternativa social que defiende otra manera de entender las drogas. El conocimiento y
los saberes propios de los grupos de consumidores se asocian a mayores niveles de
verdad; en contraposición, refieren a los no consumidores como manipulables, acríticos
e ignorantes; incapacitados para la comprensión del fenómeno por cuenta propia. Se
plantea la transgresión como condición necesaria de aproximación a la “verdad última”
sobre las drogas.

En este sentido, la identidad de los sujetos consumidores de drogas se asocia a


elementos valorados positivamente: una forma “diferente” de estar en el mundo
vinculada al patrimonio experiencial que proporcionan los contextos de la desviación y
una ampliación de la capacidad crítica sobre el mundo posibilitada por los efectos
subjetivos de las drogas; elementos que se traducen en una madurez superior, apertura a
la diversidad y a la exploración –situaciones, personas, actividades-.

El transgresor, gracias a estos elementos, se define como aventajado en relación a


los demás. Impresiona que en la medida en que el acceso a cierto discurso se encuentre
restringido su posesión es más valorada en términos de experiencia y maduración. Del

189
mismo modo, genera curiosidad a los no consumidores próximos al grupo. La
restricción de las drogas evoca un sentido de desafío o simple curiosidad que seduce a
las personas y motiva la iniciación de aquellos que entran en contacto con el grupo de
consumo.

Por otro lado, el grupo de consumo se sitúa como factor esencial en la


adquisición de los conocimientos necesarios para la iniciación, la consolidación de la
práctica y la maduración del consumidor. El primer contacto con los significados y los
modos de relación posibles con las drogas se establece a partir de la relación con el
grupo de consumidores, luego este mismo posibilita el acceso a nuevas drogas y agencia
el conocimiento necesario para involucrarse con éstas.

El carácter “compartido” de la transgresión y las experiencias vitales que supone,


suscitan un sentimiento de complicidad entre consumidores, expresado en mayor
proximidad y fuerza de sus lazos; favorecidos también, por el debilitamiento simultáneo
de los vínculos con bienpensantes, ocasionada por la imposibilidad del sujeto para
identificarse como consumidor de drogas entre éstos. La acción del “secreto” genera un
distanciamiento en las relaciones con no consumidores, al tiempo que deviene en mayor
afiliación con los grupos desviados (Becker, 2009). En consecuencia, el grupo de
consumo va adquiriendo paulatinamente, mayor centralidad en las relaciones sociales
que mantienen los usuarios de drogas.

Sin embargo, la experiencia de ser consumidor de drogas ilegales debe –es lo


ideal- permitir la participación efectiva del sujeto en los contextos “legítimos” de acción:
el trabajo, la familia. El consumidor más hábil evita ser descubierto, al tiempo que se
involucra con grupos desviados y constituye parte de su identidad desde la vivencia con
la droga. Participar con cierta “normalidad” de la vida social no es simplemente el
cumplimiento de un mandato social, constituye una estrategia de los desviados para
subvertir los estereotipos e imaginarios, los discursos oficiales y científicos, así como
las prácticas de la sociedad que los definen incapaces, criminales, amorales e
improductivos.

190
X. CONCLUSIONES Y RECOMENDACIONES

En esta investigación nos propusimos indagar los discursos cotidianos en torno al


consumo de drogas ilícitas y su relación con las formaciones discursivas normativas a
partir del discurso de un grupo de consumidores y consumidoras. Desde una revisión
socio-histórica de los mecanismos que agencian la prohibición como dispositivo, se
identificaron tres líneas discursivas que analizamos. La primera se relaciona con el
discurso moralizante que asume una vinculación entre consumo de drogas y
criminalidad, fundada en la corriente enunciativa de la desviación; la segunda se
formula a partir de la preocupación soci

al por la salud, la productividad y el aprovechamiento de la libertad de la


población en relación al consumo de drogas, que constituye el paradigma de riesgo; y
finalmente, la tercera línea se vincula al consumo y los estándares del mercado que
plantean unos ideales sociales profundamente contradictorios con la realidad y colocan a
los sujetos ante un dilema permanente entre seguridad y libertad de consumo.

En relación a la primera línea discursiva, encontramos el argumento


prohibicionista y las múltiples discursividades que se estructuran a partir de éste como
marco de referencia de las prácticas criminalizantes accionadas sobre sí por las distintas
instituciones sociales; también se identificaron un conjunto de estrategias retóricas
estructuradas por los hablantes a manera de neutralización discursiva de estas prácticas
y discursos normativos, los cuales sitúan a los actores como desviados, anormales,
incapaces de ajustarse a la sociedad, entre otras ideas estereotipantes asociadas al orden
regente de la sociedad. Por otra parte, en cuanto a la vivencia de desviación y a la
identidad desviada se encontró que los sujetos reconstruyen su experiencia con una
actividad ilegal a manera de proceso de vinculación e institucionalización de unos
vínculos sociales relacionados el grupo de consumo, otras personas más expertas en la
actividad y otros grupos también vinculados a la esfera de las actividades prohibidas.
Matza (1981) y Becker (2009) ya han señalado estas relaciones de sentido y sitúan al
grupo social de inserción como factor esencial en la afiliación de los sujetos con las
prácticas desviadas y en la conformación de cierto sentido común entre los
consumidores. Los sujetos dieron cuenta, respecto a este elemento grupal de la
191
desviación, de un cierto beneficio secundario referido al tipo de beneficios propios de la
pertenencia a un grupo social y a un conjunto de relaciones que conforman una minoría.

En cuanto a la segunda línea discursiva, vinculada al riesgo, se hallaron ciertos


repertorios, también vinculados al argumento prohibitivo, que sitúan a la actividad de
consumo de drogas como una práctica de riesgo. En primer lugar, se estructura un
peligro relacionado con ser descubierto, y por tanto identificado como sujeto
transgresor, en las instituciones normativas a las que se vincula; ser descubierto significa
una amenaza de represión institucional directa sobre sí. Por otra parte, no menos
importante, el consumo de drogas sitúa al sujeto en una condición de riesgo, natural en
la sociedad, a partir de la idea de adicción, justificada en términos convencionales a
partir de un elemento de carácter óntico supuesto en la sustancia, el potencial adictivo,
así como, se justifica en un elemento volutivo, racional, inherente al sujeto “libre” y al
“consumidor inteligente”, que le permite gestionar su propio consumo a modo de
garantía de una mayor seguridad. Una mayor o menor destreza del sujeto para realizar
esta gestión será indicativa de un menor o mayor peligro de adicción; condición que
significa un estado de destrucción importante del sujeto caracterizado por, un deterioro
en las relaciones sociales y capacidades de participación del sujeto en espacios
normales, deterioro “físico” y “fisiológico” del sujeto, y un estado subjetivo de
descontrol e inconsciencia. No obstante, al tematizar el autocontrol los sujetos se
plantean como sujetos de riesgo bajo unos argumentos propios de los dispositivos de
seguridad de poder.

En relación a la tercera línea discursiva, la forma que adquiere el consumo de


drogas ilegales se plantea en términos que equiparan esta actividad con las prácticas
legitimadas socialmente. Se identifican estilos de consumo que parten de los rituales
vinculados a las drogas legales, por ejemplo la fiesta; en la estructura de la situación de
fiesta el consumo de drogas ilegales adquiere diversos sentidos de maximización de la
experiencia concreta de festejo, según se vincule al consumo de marihuana o cocaína,
cada una reporta beneficios diferenciables en relación a este contexto. Por otra parte, el
consumidor se plantea verdaderamente “libre”, aún más libre que el consumidor de
artículos legales sobre quien recaen las presiones sociales; el consumidor de drogas

192
ilegales, en cambio, se afilia de manera “libre” y voluntaria a esta actividad, tal y como
el neoliberalismo exige a ser a los sujetos: consumidores libres pero responsables.
Estos estilos de consumo se estructuran como fórmulas que permiten a los sujetos
declarar su inserción social, desde este punto de vista, el consumo ilegalizado se
convierte en una alternativa para cumplir con los estándares sociales.

Hemos resaltado estas relaciones de significado definidas durante la


investigación dada la relevancia de estos repertorios en cuanto a la formulación de
políticas públicas, tal como desarrollamos en nuestro marco conceptual, donde el
alcance máximo de éstas se ha estructurado a modo de biopoder, a través de unos
dispositivos discursivos centrados en el riesgo, que modernizan las viejas premisas
médico-jurídicas. Una propuesta de política pública que supere los límites de la noción
de riesgo podría plantearse a partir de una aproximación a la cotidianidad de esta
práctica, que suponga la consideración de las preocupaciones reales de sus actores en
cuanto a la droga y una mayor participación del sujeto en relación a la organización y
ejecución de medidas que apunten a mejorar su vivencia social y solventar los problemas
que han afectado históricamente a los sujetos a consecuencia de elementos de poder
estructurantes de esta realidad; en otras palabras, de acuerdo a las caracterizaciones de
esta realidad que hemos identificado en el discurso de sus actores proponemos un
abordaje guiado por un modelo participativo.

No obstante, recomendamos para una perspectiva más ajustada al contexto social


caraqueño, la elaboración de un estudio a partir de las poblaciones de los sectores
populares, cuyos marcos de significado presentan diferencias con el imaginario mass
media de la clase media trabajadora, que aparece vinculado a nuestra población, un
grupo privilegiado de estudiantes con buen nivel de inclusión. Se hace relevante
estudiar estos repertorios en los sectores marginales a la ciudad.

Una recomendación que también surge relevante es la necesidad de diferenciar


la población de consumidores habituales de drogas ilegales de las características
estereotipadas de drogadicto, en tanto que elementos que mantienen el proceso de
exclusión de los sujetos. Renovar esta imagen brinda la posibilidad de una posición más
justa en la sociedad para esta población, que entre muchas otras bajo la etiqueta de
193
criminalidad, resultan no atendidas sino vulneradas en los derechos más básicos que
reclaman.

Sin embargo, estos derechos aclamados reproducen el paradigma del consumo y


las exigencias neoliberales de “desarrollo”, un modelo profundamente alienante y
hegemónico gestado desde las potencias mundiales. Desde este punto de vista, para
lograr la transformación del modelo nocivo de consumo de drogas haría falta
revolucionar el modelo económico, sus mecanismos de sujeción y producción de
significados, como parte de un proceso de cambio general organizado desde las bases
sociales. Esta investigación constituye un aporte de conocimientos orientados hacia la
desintegración de los modelos normativos de abordaje tradicional, profundamente
excluyentes.

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