Actualmente, ante fuerzas comerciales que buscan su mano de obra por todo el
mundo, donde quiera que sea más eficiente y barata, nuestro país enfrenta una
situación compleja por todos conocida: el hecho de contar con una excelente fuerza
de trabajo calificada y un bajo costo salarial, pero, al mismo tiempo, con una severa
carga fiscal y laboral, situación que la ha llevado a perder competitividad en muchos
casos.
Ante dicha situación, los gobiernos estatales han buscado “compensar” las
desventajas con subsidios y negociaciones estatales o federales y, en efecto, han
ganado así cierta participación en este nuevo mercado laboral.
A pesar de la fuerza de la tendencia, las nuevas mecánicas de contratación (oficinas
móviles, desempeño por proyecto temporal, outsourcing, etc.) no han podido borrar
de nuestra sociedad las premisas de la cultura laboral tradicional de dependencia.
Así, en el trabajador convive la satisfacción del trabajo logrado, por un lado, y en
contrapunto, añoranza y frustración por el desvanecimiento de los beneficios de la
protección de antaño, la solución urgente para que la cultura de contratación
temporal pueda ser aceptada y se reconozcan realmente sus beneficios reside en
que se lleve a cabo la reforma legislativa respecto a la jornada laboral y en que
exista claridad en lo concerniente a la responsabilidad del patrón, las condiciones
de contratación del empleado y los resultados que de él se esperan.
Aceptar esta nueva cultura laboral como país, aunque sea paulatinamente, nos
llevaría a cumplir en buena parte con uno de los conceptos más importantes de la
competitividad: el compromiso con los resultados compartidos.