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XIII SEMINÁRIO INTERNACIONAL PROCOAS

9, 10 e 11 de outubro de 2017
São Paulo - Universidade de São Paulo – Brasil
Autogestão como princípio fundamental às práticas da Economia Social e Solidária

Lo tecnológico es político: una discusión urgente para la economía social.


La experiencia de Bariloche (Argentina)

Virginia Martínez Coenda


mumymartinez@hotmail.com
Centro de investigaciones y estudios sobre cultura y sociedad – Consejo Nacional de
Investigaciones Científicas y Técnicas – Universidad Nacional de Córdoba

Tema: Tecnología Social

INTRODUCCIÓN

Las discusiones acerca de “lo tecnológico” que se vienen dando en el campo de la


economía social se articulan, en general, en torno a dos mitos de origen: que la tecnología
es el lado bueno del capitalismo y que las cooperativas deben valerse de ella (o sea,
modernizarse) para tornarse más competitivas. Es allí donde El fetiche de la tecnología de
Henrique Novaes (2015) coloca una pregunta interesante por lo imprescindible: ¿no habrá
que ir más allá de la apropiación de los medios de producción?

En la presentación de ese libro, Andrés Ruggeri dice que Novaes viene a llenar un vacío en
los Estudios Sociales de la Ciencia y la Tecnología (ESCT) al plantear la no neutralidad de
la tecnología. Sin embargo, nos interesa subrayar lo que dice después: “la crítica a la
tecnología no formaba parte del marco analítico de las empresas recuperadas [que] se
limitaba a señalar la falta de actualización, la obsolescencia y el deterioro o la falta de
maquinaria”. Es decir que el texto de Novaes viene a llenar un vacío no sólo en los ESCT
sino también, y sobre todo, en los estudios sobre la autogestión.

La autogestión, en tanto afirmación de la autonomía de los sujetos para gestionar y definir


sus modos y condiciones de trabajo, se ve sensiblemente condicionada por las tecnologías
de las cuales se vale para ello. Pero esto sólo es posible de asumirse si logramos
desarticular aquel aparato conceptual que insiste en la neutralidad tecnológica y, con ello,
en la posibilidad de su simple apropiación para llevar a cabo los fines que nos
propongamos.

Diremos entonces que es necesario quitar el manto de neutralidad que se ha aplicado sobre
la tecnología para develar qué intereses, qué personas, qué ideas, en fin, qué relaciones de
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poder se conjugaron en un desarrollo tecnológico que luego se cristalizó en un producto.


Mudar la pregunta por la autonomía desde la aplicación de cierta tecnología hacia su
desarrollo o su construcción arrojará respuestas diferentes y, sin duda, más interesantes. No
se trata ya de qué hacer con eso que nos es dado, sino de cómo hacerlo por nosotras/os
mismas/os.

Este texto recoge reflexiones de una experiencia de desarrollo colectivo de tecnología


social para el hábitat en la ciudad de Bariloche, de la cual formamos parte hasta fines del
2016. Indagamos allí las posibilidades efectivas de desandar los modos coloniales de
producción de conocimiento que jerarquizan el saber científico sobre otros saberes. Es
imprescindible para ello reconocer las determinaciones que ejercieron los sentidos
profundamente sedimentados sobre los cuales se ha configurado lo que hoy comprendemos
como “el conocimiento válido”. Recaer en el determinismo fatal de las estructuras nos
invalida para pensar la política. Omitir que hay grados y formas de determinismo nos
dejaría en un mundo político, sí, pero puramente decisionista. En el medio de esa tensión
intentaremos desplegar nuestras reflexiones.

PRIMERA PARTE

Tecnología social: lo tecnológico es político

Según Dagnino, la mayor parte de los autores que se inscriben en la perspectiva de la


economía social abordan el problema de la organización de los procesos del trabajo,
soslayando “el sustrato tecnológico y el propio sustrato científico que de alguna manera
producen la tecnología que va a ser utilizada en el emprendimiento” (2010, p.59). Es en
este punto donde las discusiones de los ESCT, específicamente de la tecnología social,
tienen mucho para aportar a la construcción de economías otras.

La tecnología nunca es neutral ni apolítica. Esto implica reconocer que las máquinas,
estructuras y sistemas encarnan ciertas formas de poder y autoridad específicas, que
conllevan la posibilidad de ordenar la actividad humana de diversas maneras con un tono
político característico, por ejemplo, centralizado o descentralizado, de igualdad o
desigualdad, represivo o liberalizador (Winner, 1983; Dagnino y Lima, 2011). De allí que
las tecnologías sociales, en tanto soporte tecnológico de los emprendimientos económicos
solidarios, son funcionales a formas organizativas más horizontales que compartan la
propiedad de los medios de producción.
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Las tecnologías sociales son comprendidas en un sentido amplio; su definición abarca no


sólo lo objetual (artefacto), sino también aspectos organizativos y de gestión. Además,
estando imbricadas en las realidades sociales locales, se orientan a la resolución de sus
problemáticas específicas. En ese sentido, los problemas sociales que la tecnología social
apunta a resolver no pueden ni deben ser definidos a priori por un grupo de expertos, sino
que su identificación emerge, justamente, de un proceso colectivo que relacione a los
gestores estatales, a los trabajadores, a los movimientos sociales y a las comunidades
organizadas locales, superando la noción de “oferta” o “transferencia” tecnológica desde
los expertos hacia los actores “demandantes” de ese conocimiento.

De la transferencia a la co-construcción

El grupo de investigación del cual formamos parte estaba constituido por doce personas
aproximadamente. Un poco más de la mitad provenía de una formación de grado en la
disciplina de la arquitectura, mientras que el resto nos habíamos formado en distintas
carreras de ciencias sociales, en mi caso ciencias económicas. Primer aprendizaje: las
disciplinas por sí solas no son capaces de comprender la complejidad de las realidades que
habitamos. La interdisciplina constituye entonces el primer intento de rebasar ese límite.

Sin embargo, fuimos aún un poco más lejos. En el trascurrir de nuestras investigaciones
hemos comprendido que había otro límite por traspasar pues advertimos que el
conocimiento científico, aún interdisciplinar, tampoco es suficiente. Llegamos así a nuestro
segundo aprendizaje: la resolución de nuestras problemáticas sociales y la producción de
nuestras vidas requiere de la combinación no sólo de saberes de distintas disciplinas sino
que, aún más, de saberes construidos por fuera de los mecanismos convencionales de la
academia. De estos aprendizajes nace la idea de co-construcción del conocimiento, que nos
resultó expresiva de la posición política, epistemológica y metodológica que asumimos
como investigadores/as1.

Si bien el equipo estaba radicado institucionalmente en Córdoba, nuestras experiencias de


investigación se extendían hasta las ciudades de Concordia (provincia de Entre Ríos) y
Bariloche (provincia de Río Negro). De manera resumida (y muy reducida) lo que
hacíamos en ambos casos era promover la integración de saberes diferenciados
(académicos y no académicos) en procesos de desarrollo colectivo de tecnologías para el

1
De allí que el programa de investigación del equipo se denomine “Construcción Interactoral del
Conocimiento”. Dicho programa, dirigido por la Dra. Arq. Paula Peyloubet, está radicado en el
Centro de Investigaciones y Estudios sobre Cultura y Sociedad (CIECS) dependiente del CONICET
y de la Universidad Nacional de Córdoba.
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hábitat. Cuando hablamos de tecnologías para el hábitat nos referimos específicamente a


sistemas constructivos en base a madera, tanto para viviendas como para otros edificios
(salones de usos múltiples por ejemplo). La tecnología es comprendida aquí en sentido
amplio, abarcando tanto el artefacto-producto que resulta de ese desarrollo, como así
también los procesos organizativos que moviliza. Cuando hablamos de procesos de
desarrollo nos referimos concretamente a las instancias de diseño, producción, construcción
y montaje de prototipos tecnológicos.

Problematizando los procesos de producción de conocimiento con que se conciben tales


tecnologías, quisimos complejizar la perspectiva heredada de transferencia de conocimiento
tecnológico. Con los aportes de los ESCT que señalaban el fracaso relativo de experiencias
transferencistas -que endilgan el “no funcionamiento” de artefactos “bien diseñados” a la
incapacidad cultural de las poblaciones “adoptantes”- fuimos construyendo un modo
investigativo colectivo cuyos sentidos se sintetizan en aquello que llamamos renglones más
arriba co-construcción del conocimiento.

Formaban parte de la investigación redes de actores locales compuestas por organizaciones


de trabajadores/as de la construcción (carpinteros/as, albañiles y/o herreros/as), gobiernos
municipales, escuelas e instituciones del sector científico-tecnológico. El horizonte era
aportar al desarrollo de la actividad forestal local, que en ambas ciudades constituye una
actividad de escaso valor agregado, bajo lógicas incluyentes que no reproduzcan el
funcionamiento segregador del mercado capitalista tradicional.

Hablamos recién de un modo investigativo colectivo. La noción de lo colectivo me resulta


particularmente interesante como modo de composición en la pluralidad. Una investigación
colectiva, del modo que la estoy planteando, no supone la fusión de las diferencias. Se
parece más al ch’ixi de Silvia Rivera Cusicanqui, en tanto gris jaspeado resultante de la
mezcla del blanco y el negro, que se confunden a la percepción sin nunca mezclarse del
todo (Rivera Cusicanqui en Gago, 2014). En ese mismo sentido, tampoco supone la
difusión de las asimetrías. Somos conscientes que cualquier forma otra de investigar que
nos propongamos va a estar tensionada por las formas ya sedimentadas e
institucionalizadas. Los esquemas enquistados (cristalizando determinados intereses) van a
ejercer sus fuerzas ordenadoras. Gestada en esta tensión, nuestra investigación colectiva va
a combinar prácticas y racionalidades en apariencia contradictorias: lo asimétrico se
superpone con lo horizontal, lo individual con lo comunitario.

Descolonizar la tecnología: aproximaciones metodológicas


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Cuando Novaes plantea la pregunta sugerente que titula a su tesis de maestría: “¿más allá
de la apropiación de los medios de producción?” está tendiendo un puente con la teoría
decolonial, en especial con la denuncia que ésta hace a los modos de producción de
conocimiento científico. Pensar lo tecnológico requiere pensar más que en la apropiación
de los medios tecnológicos, en su propia concepción.

Al acercarnos a algunas lecturas del proyecto decolonial, descubrimos muchos encuentros


entre lo que allí se decía y nuestras investigaciones. Del encuentro con esas lecturas y con
compañeros/as que trabajan también en esa línea fueron abriéndose horizontes interesantes.
Conectamos profundamente con ellos/as en las denuncias a un patrón de poder, de saber y
de ser que subalterniza ciertas diferencias y a la declamación de la necesidad urgente de
construir un paradigma otro que subvierta no ya los temas de la conversación, sino los
términos en los que ella se produce. La potencia política que encontramos en esa posición
es que nos permite corrernos de dos lugares: por un lado, de la crítica edulcorada al estado
de cosas que no cuestiona los privilegios de pocos/as que se sostienen sobre los hombros
dolorosos de tantos/as otros/as. Por otro lado, de la crítica totalizante anti-todo que, al
constituirse como “todo lo contrario” a eso que critica construye una dependencia
ontológica: sólo es en tanto exista aquello que reafirme la diferencia, su antítesis. Creo que
la opción decolonial nos hace otra invitación: suspender por un momento el pensamiento
dicotómico para situarnos en la complejidad de la experiencia, en las contradicciones, en el
dolor de la diferencia colonial y construir desde ahí una existencia otra.

Así, la denuncia que hace el proyecto decolonial al histórico silenciamiento de saberes


estaba en total sintonía con las experiencias que nuestro grupo de investigación venía
construyendo. La lucha que veníamos dando por ampliar la mirada sobre las tecnologías
para el hábitat (que es nuestro campo de acción, si tal delimitación fuese posible) nos situó,
en principio, en una discusión epistemológica. Afirmamos que todo saber es incompleto,
incluido el científico. Esta afirmación conlleva una crítica al pretendido investigador
científico neutral y objetivo que todo lo mira desde ningún lugar. Entendemos que tal
pretensión opera como una máscara de un sujeto mayoritariamente hombre, blanco,
heterosexual y occidental que evidentemente tiene intereses de control y dominación. Ante
esto, postulamos que todo proceso de producción de conocimientos (para el hábitat en
nuestro caso, pero vale para otros campos) debe ser lo suficientemente sensible para
reconocer aquellos saberes construidos en la práctica cotidiana, por fuera de los espacios y
los mecanismos convencionales de la academia. De allí emerge la noción de co-
construcción de conocimientos.

Sin embargo, nos encontramos ante el hecho de que muchas de las investigaciones del
grupo modernidad-colonialidad y de quienes se inscriben en esta posición aportan
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profundas reflexiones teóricas, políticas, epistemológicas, pero no ahondan en cuestiones


metodológicas ni en experiencias empíricas. Ya Silvia Rivera Cusicanqui señalaba la
necesidad de traspasar las elaboraciones teóricas y las discusiones académicas para operar
en el nivel de una “práctica descolonizadora” (2006, p.7). Nos sentimos identificadas/os
con Juan Pablo Puentes (2015) cuando, ante una encrucijada similar, expresa de manera
inquietante que regalarle los estudios sobre metodología a las tradiciones conservadoras
atenta contra el trabajo de las personas/movimientos que están intentando dejar de ser
subalternos/as y que quieren o se encuentran en procesos de descolonización.

Ante este panorama, y con la insistente persistencia de la pregunta por cómo construir
conocimientos partiendo de las experiencias concretas junto a nuestros/as compañeros/as de
Concordia y Bariloche, cómo hacer operativo el diálogo de saberes, cómo poner a
funcionar ese conocimiento para la transformación social, es que nos fuimos acercando a la
investigación acción participativa (IAP) y a la investigación militante (IM).

Estas metodologías, cuya línea transversal podríamos definirla por la cuestión de la


participación, nos permitieron hallar los cruces entre la tecnología y la autogestión. Lo
interesante es lo que anuda aquí “lo participativo”, no en su versión edulcorada sino en el
sentido profundo de lo que implica ser parte. Dice Cunca Bocayuva que “el debate sobre
autogestión y tecnología social se articula con las respuestas en el plano de la organización
social y la construcción de dispositivos y medios de cooperación productiva que apuntan a
la producción de un socialmetabolismo alternativo al del capital” (2008, p.71). Participar en
la producción de esa alternativa implica necesariamente participar en la definición acerca
de qué y cómo es ella entendida.

No se trata de una “alternativa al capital” definida por los/as científicos/as, ahora


conscientes de las implicancias políticas del conocimiento. Quizás lo más profundamente
alternativo al capital radica, precisamente, en la posibilidad de abrir el espacio para esas
voces que el capital viene callando (a través de múltiples dominaciones) y no de callarlas
bajo nuevas (y progresistas) definiciones. No alcanza con reconocer el carácter político del
conocimiento científico-tecnológico, los intereses que benefician y los que subsumen. Si
eso no viene acompañado por una interpelación a la legitimidad exclusiva del saber
científico por sobre otros saberes, seguiremos tutelando la vida de otros/as, negando su
posibilidad de participar, de ser parte a partir de su autoafirmación, de la autogestión de su
trabajo, en suma, de su autodefinición.

La co-construcción (alojada aquí en su versión metodológica de la investigación


acción/militante) supone producir el espacio para la voz propia. Aun cuando ese espacio se
asiente sobre una morfología desigual que condiciona la posibilidad de la horizontalidad, el
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hecho que habilite la aparición de esa voz hace la diferencia. Es que es ella la que podrá
allanar esa espacialidad, construir la horizontalidad. Y la voz propia -entendiendo a la voz
acá no sólo como la enunciación de palabras, sino también como la puesta en acción de
otras formas de expresiones corporales y gestualidades (inclusive el propio silencio, cuando
es elegido y no impuesto como silenciamiento)- es la mejor forma que se nos ocurre de
representación de la autonomía. Nos afirmamos en nuestra singularidad con esa voz. No
hay autonomía de ser, no hay autogestión del trabajo, si no hay espacio para esa voz.

SEGUNDA PARTE

Investigar en situación: la experiencia de Bariloche

Antes que metodología de casos, preferimos hablar de experiencias situadas. La literatura


acerca de la metodología de casos de tipo cualitativa (al menos con la que nos encontramos
hasta ahora) aporta una mirada indiscutiblemente interesante para nuestra perspectiva de
investigación. Sin embargo, sigue moviéndose en un registro que no nos queda del todo
cómodo. Persiste muchas veces en ella la idea de metodología como un momento previo,
anterior a algo, que prefigura el camino investigativo. Al convocar la idea de situación, en
cambio, ponemos en primer plano a lo contingente, a lo imprevisible. O, como dice
Alejandro Haber (2011), a aquello que sucede en los márgenes de nuestra mirada, lo cual
sólo podríamos notar si desviamos nuestra atención hacia lugares distintos de los previstos
y nos descubrimos así en donde nunca habíamos pensado estar.

Ahora bien, que quede claro: la situacionalidad no es una apología al multiculturalismo


neoliberal ni al relativismo paralizante que, so pretexto de la diversidad y la especificidad,
no dirigen ni un esfuerzo en ensayar algún modo de articularla. Una metodología que opere
en situación requiere de cierta flexibilidad para transcurrir el dinamismo, tiempo para
construir confianzas, sensibilidad para provocar el emerger de las diversidades y
persistencia para trabajar en la creación de un horizonte común que las encuentre y
potencie. En otras palabras, se trata de hallar, al mismo tiempo, la multiplicidad en lo
común y lo común en lo múltiple para no caer en eso que Borio, Pozzi y Roggero (2004)
denominaron el “pensamiento débil” que, no pudiendo dominar la complejidad, la trocean
en mil fragmentos, reivindicando la propiedad de uno específico. Tarea nada sencilla en un
contexto donde la regla es la fragmentación y la dispersión, mientras que la organización,
que requiere de una sostenida práctica, amenaza todo el tiempo con estallar. El desafío
metodológico es, en palabras de Marta Malo (2004), el de cartografiar mapas para
orientarnos y movernos sobre un paisaje de relaciones y dispositivos de dominación en
acelerada mutación.
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En el año 2013 la directora del equipo de investigación recibió un llamado del INTA
Bariloche. Allí venían trabajando en una mesa de trabajo público-privada en torno a la
situación forestal de la región junto a la Comisión Forestal y Maderera de esa ciudad
(CFMB), el director del área forestal de la provincia y un técnico forestal del entonces
Ministerio de Agricultura, Ganadería y Pesca de la Nación. La encrucijada era la siguiente:
en los años 80, a partir de la sanción de la Ley 25.080 que promovía inversiones en nuevos
emprendimientos forestales y en ampliaciones de los bosques existentes, muchos
terratenientes vieron una oportunidad: cobrar subsidios por sembrar pinos. El proceso de
forestación no tuvo un seguimiento estatal (ni de control ni de inversión económica) en las
etapas subsiguientes a la siembra. El resultado es evidente: existen hoy miles de hectáreas
forestadas que producen madera de baja calidad (por no haber recibido nunca los cuidados
que requiere su producción) en manos de propietarios que no se dedican a la actividad
forestal y tampoco tienen interés en hacerlo.

Esa mesa de trabajo había estado pensando en la posibilidad de generar un producto


maderero que, a través de su inserción en el mercado, traccione el circuito económico
forestal desde la demanda. Las/os propietarias/os de los bosques ya habían demostrado el
desinterés por invertir en la actividad, por lo que la opción de “empujar” el circuito desde la
oferta estaba, al menos temporalmente, desestimada. En ese contexto, y conociendo
nuestras experiencias de investigación anteriores, nos convocaron para desarrollar un
sistema constructivo (ya sea para viviendas o edificios públicos) en base a las
características técnicas de la madera local disponible.

Ese primer anudamiento entre “la cuestión productiva” y “la cuestión habitacional” hizo
sentido con una afirmación conceptual que el equipo venía construyendo: la problemática
habitacional no puede reducirse a la vivienda. Cuestiones sociales, económicas,
tecnológicas, políticas van articulándose para componer una definición de lo habitacional
verdaderamente compleja, que es necesario desenmarañar para abordarla con seriedad. En
el reconocimiento de esa complejidad, a nosotras/os nos interesa (por la trayectoria del
equipo) aquello que se encuentra en la intersección de 1) lo económico/productivo
(específicamente a lo que se refiere a un tipo de vinculación en red de trabajadores/as
locales de la economía social o popular) y 2) el desarrollo de tecnología (específicamente
para artefactos habitacionales en base a madera local).

Hubo ciertas tensiones a la hora de definir los acuerdos iniciales, específicamente en


relación a nuestra posición de desacuerdo respecto a que el sector científico-tecnológico se
dedicara a investigar en favor de la acumulación empresarial. Los desencuentros en los
deseos y las diferencias irreconciliables no tardaron en hacerse evidentes con la mayor
parte de las/os integrantes de esa mesa de trabajo. Sin embargo, no fue con todas/os así.
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Conectamos de manera interesante con la gente del INTA y del área forestal de la
provincia, con sus búsquedas, sus intereses, sus deseos, sus modos de pensar la relación con
el territorio y fue con ellas/os que emprendimos los inicios de este proceso. Con el correr de
los meses nos fuimos acercando al municipio, al Taller Integral Angelleli, al Taller San
José Obrero y a la Cooperativa Laburar (entre otros actores que se siguieron sumando
después). Así nació nuestra experiencia en Bariloche.

Ese espacio-tiempo que llamamos taller

Definimos al taller como un procedimiento metodológico. Con la idea de procedimiento no


queremos referirnos a pasos secuenciales predefinidos al modo de una receta, sino más bien
a “la puesta en práctica, siempre situada, que surge de las preguntas sobre cómo se asume la
existencia de las diferencias” (Colectivo Situaciones, 2004, p. 103). Creo que esta
definición pone sobre la mesa tres cuestiones cruciales para nuestra perspectiva
metodológica: 1) la acción como lugar de producción/legitimación/apropiación de
cualquier teoría, atendiendo a la contribución pragmática de esos saberes en el campo de
experiencias; 2) la situación como expresión de la contingencia, de lo que no se puede
prefigurar y 3) las diferencias y, sobre todo, el ejercicio siempre difícil de articularlas.

Los talleres ocupan un espacio-tiempo singularmente interesante en tanto ensayo de


articulación de las heterogeneidades que confluyen en nuestras investigaciones. Mate y
criollitos mediante, inauguramos la jornada de trabajo que, todas/os sabemos, va a ser larga.
Alguna/o de nosotras/os toma la palabra (registro evidentemente habitual para las/os
investigadoras/es) para dar inicio al taller y definir algunas pautas y objetivos del día. Sin
embargo, la ansiedad de los cuerpos presentes por ponerse en movimiento estrecha lo
decible, lo arrincona. Claro, si queremos dialogar con otras/os debemos repensar nuestros
lenguajes, nuestros modos. Negociamos: hacemos una ronda, invitamos (insistentemente) a
la palabra, “que alguien se anime a decir algo” decimos, nos conformamos con unas voces
que salen de algunas bocas que pocas veces antes fueron convocadas a la palabra, a ser
escuchadas. Desarmamos la ronda y nos ponemos a hacer. Y comprendemos: quien trabaja
la madera habla con las manos.

Poner el cuerpo en acción, entonces, habilita la construcción de ese espacio-tiempo que


operará de soporte para el diálogo. Un soporte que tendrá que poder sostener los múltiples
registros con los que hablan nuestros cuerpos. En los talleres se produce un suceder extraño
del tiempo, una suerte de suspensión de la velocidad inscripta en nuestras memorias
corporales inaugurando una temporalidad diferente. La convergencia de varias condiciones
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(de las cuales seguramente apenas podemos percibir algunas) habilita esa
situación/procedimiento/taller. Nos referimos,

1) al hecho de que sólo en esos talleres se produce el encuentro (con cuerpo,


cara a cara) de la gran mayoría de las personas que participamos del proceso. En la
mayoría de los otros espacios/procedimientos la participación es normalmente a
partir de referentes o representantes.
2) a la posibilidad de expresión a través de múltiples lenguajes. Mientras que en
los otros espacios/procedimientos hay un claro predominio de la palabra, y muchas
veces una palabra un tanto acartonada, en el taller se permite el despliegue de otras
formas del lenguaje, se habla con las manos, con los martillos, con los chistes, con
las risas, con los enojos, con el mate, con las fotos.
3) a la aparición concreta del producto tecnológico. Es cierto que los sentidos
de la investigación exceden por mucho la construcción efectiva y concreta del
producto tecnológico. Sin embargo, su aparición, o mejor, su creación, genera una
suerte de efecto de verdad, como si el producto viniera a afirmar que todo el proceso
existe “en serio”. No quiero decir con esto que, efectivamente, la existencia del
proceso dependa de su materialización en una casa de madera. Es obvio que una
conversación, por ejemplo, existe aunque no podamos tocarla. Y creo que, aún sin
ser tangible, involucra cierta materialidad, al menos en los efectos que esa
conversación provoca en nuestros cuerpos. Sin embargo, hay algo en los diálogos,
en la organización, en la gestión, que no termina de ser aprehensible. Deja en
algunas/os de nosotras/os esta sensación de que “falta algo”, de que esto que
hacemos “no se termina de concretar”.
A unos meses de haber comenzado el proceso en Bariloche propusimos que durante
un taller ocupemos media jornada a conversar sobre las expectativas de cada uno/a
de nosotros/as sobre la experiencia. Convenimos que, antes de seguir avanzando en
el desarrollo de la tecnología era preciso parar la pelota, organizar las ideas,
preparar el terreno para la acción. Propusimos dividirnos por grupo productivo y, en
la modalidad de mesa redonda, poner a circular la pregunta por las expectativas. El
fracaso no pudo ser más rotundo. Apenas si pudimos acercarnos a algunas ideas
muy vagas respecto de las expectativas, en un dialogo para nada fluido.
Conversando con uno de los referentes de una de las organizaciones, nos dijo que la
cuestión era, para él, al revés de como la estábamos planteando. A pesar de los
intentos de movernos de ese sitio, seguimos operando en ese momento bajo la
premisa de que acción y pensamiento son instancias separadas, y que a la primera le
corresponde el cuerpo como territorio privilegiado y al segundo el discurso.
Básicamente, nosotras/os queríamos empezar por poner palabras y ellas/os querían
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empezar por clavar maderas. Comprendimos que fue en el mismo ejercicio del
trabajo con la madera que la pregunta por las expectativas pudo circular con mayor
fluidez. Que poner el cuerpo de ese modo, en contacto con la madera, nos dispuso a
conversar de una forma que no nos dispuso el típico formato de mesa redonda,
propia de las metodologías participativas. Que la aparición del artefacto (el taladro,
el martillo, la tabla, el machimbre) producía la aparición de un canal para la palabra
que, sin él, no existía. Que la separación entre el mundo de las ideas-discursos-
abstracciones y el de las acciones-cuerpos-concreciones no nos sirve para pensar
nuestras experiencias.
4) a la cuestión de lo afectivo. Plantear el desligue de lo emocional en la tarea
investigativa sólo “tiene sentido” en ese modelo científico que se basa en la
metafísica de la racionalidad como principio ordenador de las acciones de las
personas. ¿Qué tiene que ver la investigación, la política con nuestras formas
afectivas, con nuestras formas de sentir? Si la/el sujeta/o es el que se involucra, lo
hace con todo su ser; en otras palabras, también con su carne. Y esta/e sujeta/o
encarnada/o, que siente y piensa, actualiza sus respuestas políticas según su
carnalidad, según su cuerpo afectivo. Los afectos son, entonces, políticos. No se
trata de negar lo racional, sino de asumir que su carácter de eje ordenador de las
decisiones no vale para todos los tiempos y lugares. Muchas veces, para no decir
siempre, los mecanismos de la racionalidad se entrelazan con la emocionalidad a tal
punto que resulta imposible establecer cuál determina a cuál. De allí que, lejos de
negar lo emocional, lo afectivo, lo sensible, lo reivindicamos, levantamos sus
banderas. Hallamos en la idea de la confianza aquello que mejor expresa para
nosotras/os esa cuestión afectiva. De nuevo, no porque no opere en la construcción
de la confianza mecanismos racionales, sino por el interés de nominar de alguna
forma, de ponerle alguna palabra, a todo aquello de orden sensible, intuitivo, de lo
que se siente en la piel si se nos permite la expresión. El tema con la confianza es
que requiere de tiempo para hacerse. Y el tema del tiempo es que, al representar hoy
un recurso económico privilegiado, debe usarse para producir aquello que sea
valorizable en términos monetarios. Todo lo otro, es una pérdida de tiempo. Las
rupturas y los dislocamientos que intentamos crear en los talleres habilitan
temporalidades que permiten la creación de esa confianza.
5) al hecho de que el taller es el lugar donde las/os trabajadoras/es de las
organizaciones se sienten cómodas/os, seguras/os en sus saberes, ese es su espacio
cotidiano. Nos colocamos, así, en un lugar extraño, no esperado: las/os
investigadoras/es, portadoras/es del conocimiento supuestamente superior, nos
hallamos de cara a la ficción de esa superioridad, expuestas/os en la incompletitud
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de nuestro saber, heridas/os en nuestro privilegio. Se produce así una dislocación,


un corrimiento (aunque parcial y momentáneo) de nuestro lugar de poder.
6) a la condición de ensayo, de prueba, que deja lugar a la equivocación, que no
la castiga sino que, por lo contrario, la convoca casi como una pedagogía. Se
subvierte así la idea de productividad, de eficiencia, nos “desenganchamos” de la
espacialidad y la velocidad inmediata que impone el ritmo del mercado, para que
seamos nosotras/os mismas/os quienes espacialicemos y temporalicemos según
nuestros propios requerimientos.
Cabe explicitar una suerte de advertencia sobre estos talleres: creer que porque allí se
produce, en ocasiones, una ruptura a la imposición capitalista significa que hallamos la
solución a la dispersión es una pésima ilusión. Lo cierto es que, después de los talleres, la
fragmentación vuelve a ganar terreno. Precarias a la deriva propone una imagen muy
ilustrativa para pensar esto: quizás la paradoja de nuestro tiempo esté en el hecho de que,
como las abejas, después de ser enjambre, volvemos a dispersarnos.

Bibliografía

Borio, Guido; Pozzi, Francesca y Roggero, Gigi. (2004). La conivestigación como acción
política. En Marta Malo (ed.) Nociones comunes. Experiencias y ensayos entre
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