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ENTRADA EN LA POSTMODERNIDAD : NIETZSCHE COMO PLATAFORMA GIRATORIA.

Por Jurgen Habermas

Con la entrada de Nietzsche en el discurso de la modernidad cambia de raíz la argumentación. [...] Nietzsche [...] renuncia a una
nueva revisión del concepto de razón y licencia a la dialéctica de la Ilustración. Son sobre todo las deformaciones historicistas de la
conciencia moderna, su inundación con cualesquiera contenidos y su vaciamiento de todo lo esencial, lo que hacen dudar que la
modernidad pueda aún extraer de sí misma los criterios que necesita - “pues de nosotros mismos, los modernos, no tenemos
absolutamente nada” [i]. Ciertamente que Nietzsche dirige y aplica una vez más, ahora contra la ilustración historicista, la figura de
pensamiento que la dialéctica de la ilustración representa, pero con la única finalidad de hacer explotar la envoltura de razón de la
modernidad como tal.
Nietzsche se sirve de la escalera de la razón histórica para al cabo tirarla y hacer pie en el mito, en lo otro de la razón: “Pues el origen
de la cultura historiográfica -y de su en el fondo, absoluta y radical contradicción contra el espíritu de la “Edad Moderna, de una
“conciencia moderna”, ese origen tiene que ser aprehendido a su vez en términos historiográficos; es el saber histórico el que tiene que
resolver el problema del saber histórico; el saber tiene que volver su aguijón contra sí mismo -este triple “tiene que” es el imperativo del
espíritu de la “Edad Moderna”, en caso de que esta Edad Moderna entrañe algo realmente nuevo, poderoso, prometedor para la vida, y
originario.” [ii] Naturalmente, Nietzsche tiene aquí en mientes su Origen de la tragedia, una investigación practicada con medios
histórico-filológicos, que pasandoor otro lado, la modernidad tiene cerrado el camino de vuelta a una restauración. Las imágenes
religioso-metafísicas de las viejas civilizaciones son ellas mismas ya un producto de la ilustración, demasiado racionales, por tanto, para
poder oponer todavía algo a la ilustración radicalizada que la modernidad representa.
Como todos aquellos que tratan de saltar fuera de la dialéctica de la ilustración, Nietzsche emprende nivelaciones sorprendentes. La
modernidad pierde su posición de privilegio; sólo constituye ya una última época en la historia de la racionalización que viene de muy
lejos y que se inició con la disolución la vida arcaica y la destrucción del mito [iii]. En Europa esta cesura viene caracterizada por
Sócrates y por Cristo, por el fundador del pensamiento filosófico y por el fundador del monoteísmo eclesiástico: “A que remite esa
increíble necesidad de saber histórico de la insatisfecha cultura moderna, ese agavillar en torno a sí innumerables culturas ajenas, ese
destructor querer saber, sino a la perdida del mito, a la pérdida de la patria mítica?” [iv] Pero la conciencia moderna del tiempo prohíbe
toda idea de regresión, toda idea de un retorno ineos que gozan de ella en espectadores indiferentes, sólo el poder suprahist órico de un
arte que se consume en actualidad puede poner remedio “a la verdadera necesidad e íntima miseria del hombre moderno” [vi].
El joven Nietzsche tiene aquí a la vista el programa de Richard Wagner, quien había abierto su ensayo sobre la religión y el arte con
estas palabras: “Cabría decir que allí donde la religión se torna artística, queda reservado al arte salvar el núcleo de la religión captando
en su genuino valor de imágenes sensibles los símbolos míticos que la primera quiere sean creídos como verdaderos, y contribuyendo
así, por medio de una exposición ideal de ellos, al conocimiento de la profunda verdad que llevan oculta en su seno” [vii]. Una fiesta
religiosa convertida ahora en obra de arte sería la encargada de superar, por vía de un espacio público culturalmente renovado, la
interioridad de esa cultura histórica objeto de la apropiación privada. Una mitología renovada en términos estéticos sería la encargada de
poner en movimiento las fue
Como es sabido, Nietzsche volvería más tarde con repugnancia la espalda al mundo de la ópera vagneriana. Pero más interesante que
las razones personales, políticas y estéticas de tal apostasía es el móvil filosófico que se oculta tras la pregunta. “¿Cómo tendría que ser
una música que ya no fuera de origen romántico (como la de Wagner) -sino dionisiaco?” [x] De origen romántico es la idea de una nueva
mitología, romántico es también el recurso a Dionisos como dios venidero. Nietzsche pretende distanciarse del uso romántico de estas
ideas y proclama un versión manifiestamente más radical, una versión que apunta más allá de Wagner. ¿Pero en que se distingue lo
dionisiaco de lo romántico?
[...]
La clave la ofrece la comparación entre Dionisos y Cristo, una comparación que no fue Hölderlin el único en establecer, sino que ya lo
hicieron también Novalis, Schelling y Creuzer, en el contexto de la recepción de los mitos por parte del primer romanticismo. Esta
identificación del delirante dios del vino con el dios redentor cristiano sólo es posible porque lo que el mesianismo romántico busca es el
rejuvenecimiento, pero no el licenciamiento de Occidente. La nueva mitología tenía por objeto restituir la solidaridad perdida, pero no
negar la emancipación que la liberación respecto a los poderes míticos del origen había aportado a los sujetos individuados en presencia
de un Dios único [xi].
III
El Nietzsche maduro se da cuenta de que Wagner, en quien a su juicio “se resume” la modernidad, compartía con los románticos la
perspectiva de una consumación y plenitud “aún pendientes” de la Edad Moderna. Es precisamente Wagner quien lleva a Nietzsche al
“desengaño acerca de todo lo que a nosotros los modernos nos queda para entusiasmarnos”, porque él, un rematado decadente,
“súbitamente... ha caído de rodillas ante la cruz cristiana” [xii]. Wagner permanece pues, atenido a la conexión romántica, Wagner no
venera en Dionisos al semidiós que libera radicalmente de la maldición de la identidad, que deja en suspenso el principio de
individuación, y que hace valer lo polimorfo contra la unidad del Dios transcendente, y la anomía contra toda clase de orden. En Apolo
divinizaron los griegos la individuación, la atenencia del individuo a sus propios limites. Pero Nietzsche no fue solamente discípulo de
Schopenhauer, fue también contemporáneo de Mallarmé y de los simbolistas, un defensor de l’art pour l’art. Así, en la descripción de lo
dionisiaco -como subida de punto de lo subjetivo hasta el completo olvido de sí- penetra también la experiencia, radicalizada una vez
más frente al romanticismo, del arte contemporáneo. Lo que Nietzsche llama “fenómeno estético” se revela en el decentrado trato
consigo misma de una subjetividad liberada de las convenciones cotidianas de la percepción y de la acción. Sólo cuando el sujeto se
pierde, cuando se mueve a la deriva de la experiencias pragmáticas que hace en los esquemas habituales de espacio y tiempo, se ve
afectado por el choque de lo súbito , ve cumplida “la añoranza de verdadera presencia” (Octavio Paz) y, perdido de sí, se sume en el
instante: pérdida de los límites individuales, de la fusión de la naturaleza amorfa, tanto dentro del individuo como fuera.
[...]
Ya en el Origen de la tragedia, tras el arte se oculta la vida. Ya aquí encontramos esa peculiar teodicea según la cual el mundo sólo
puede justificarse como fenómeno estético [xvi]. La atrocidad y el dolor se consideran, igual que el placer, como proyecciones de un
espíritu creador que despreocupadamente se entrega al distraído placer que le ocasionan el poder y la arbitrariedad de sus quiméricas
creaciones. El mundo aparece como un tejido hecho de simulaciones e interpretaciones a las que no subyace ninguna intención ni ningún
texto. la potencia creadora de sentido constituye, juntamente con una sensibilidad que se deja afectar de las maneras más variadas
posibles, el núcleo estético de la voluntad de poder. Ésta es al tiempo una voluntad de apariencia, de simplificación, de mascara, de
superficie; y el arte puede considerarse la genuina actividad metafísica del hombre. Nietzsche sólo puede desarrollar esta idea y
convertirla en una “metafísica de artista” si logra reducir a lo estético todo lo que es y todo lo que debe ser. No puede haber ni
fenómenos ónticos ni fenómenos morales, a lo menos no en el sentido en que Nietzsche habla de fenómenos estéticos. A la demostración
de tal cosa sirven los conocidos proyecto de una teoría pragmatista del conocimiento y de una historia natural de la moral, que reducen
la distinción entre “verdadero” y “falso”, “bueno” y “malo” a preferencias por lo útil para la vida y por lo superior [xviii]. Según este
análisis, tras las pretensiones de validez en apariencia universales se ocultan las pretensiones subjetivas de poder inherentes a las
estimaciones valorativas. Ello no quiere decir que en estas pretensiones de poder se haga valer la voluntad de autoafirmación
estratégica. La teoría de una voluntad de poder que se cumple en todo acontecer, ofrece el marco en que Nietzsche explica cómo surgen
las ficciones de un mundo del ente y de lo bueno, así como la apariencia de identidad de los sujetos cognoscentes y que actúan
moralmente, cómo la metafísica, la ciencia y el ideal ascético llegan a dominar -y finalmente: cómo la razón centrada en el sujeto debe
todo este inventario a una fatal inversión masoquista acontecida en lo más intimo de la voluntad de poder. La dominación nihilista de la
razón centrada en el sujeto es concebida como resultado y expresión de una perversión de la voluntad de poder.
Como la voluntad de poder no pervertida no es más que la versión metafísica del principio dionisiaco, Nietzsche puede entender el
nihilismo de la actualidad como noche de la lejanía de los dioses, en que se anuncia el advenimiento del dios ausente. Su “aparte” y “más
allá” es interpretado por el pueblo como huida ante la realidad -“cuando en verdad no es más que su abismarse, su enterrase, su
profundizar en la realidad para cuando retorna a la luz poder traer la redención a esa realidad desde ella misma”[xix]. Nietzsche define el
instante del retorno del anticristo como “angelus del mediodía” -en notable coincidencia con la conciencia estética del tiempo de
Baudelaire. En la hora de Pan el día suspende su aliento, el tiempo se detiene- el instante transitorio se desposa con la eternidad.
Nietzsche debe el concepto que en términos de teoría del poder desarrolla de la modernidad, a una crítica desenmascaradora de la
razón, que se sitúa a sí misma fuera del horizonte de la razón. Esta critica posee una cierta sugestividad, porque, a lo menos
implícitamente, apela a criterios que están tomados de la experiencias básicas de la modernidad estética. Pues Nietzsche introniza el
gusto, “el sí y el no del paladar”, como órgano de un conocimiento allende lo verdadero y lo falso, allende el bien y el mal. Pero estos
criterios del juicio estético, de los que pese a todo sigue haciendo uso, Nietzsche no puede legitimarlos porque transporta las
experiencias estéticas a un mundo arcaico, porque la capacidad crítica de estimación valorativa, aguzada en el trato y comercio con el
arte moderno, no queda reconocida como un momento de la razón, que al menos oscila entre dos estrategias.
Por un lado, Nietzsche se sugiere a sí mismo la posibilidad de una consideración artística del mundo, practicada con medios científicos
pero en actitud antimetafísica, antirromántica, pesimista y escéptica. Una ciencia histórica de esta guisa, al estar al servicio de la filosofía
de la voluntad de poder, puede escapar a la ilusión de la fe en la verdad [xxii]. Pero entonces habría que empezar presuponiendo la
validez de esta filosofía. De ahí que por otro lado, Nietzsche tenga que afirmar la posibilidad de una crítica de la metafísica, que ponga al
descubierto las raíces de ésta, pero sin considerarse a sí misma filosofía. Declara a Dionisos filósofo y s sí mismo último discípulo e
iniciado de este dios filosofante [xxiii]
Por ambas vías ha sido proseguida la critica de Nietzsche a la modernidad. El científico escéptico que con métodos antropológicos,
psicológicos e históricos trata de desenmascarar la perversión de la voluntad de poder, la rebelión de las fuerzas reactivas y el
surgimiento de la razón centrada en el sujeto, tiene sus continuadores en Bataille, Lacan y Foucault; el crítico de la metafísica, que,
como iniciado reclama para sí un saber especial y que persigue el nacimiento de la filosofía del sujeto hasta sus raíces en el pensamiento
presocrático, tiene sus sucesores en Heidegger y Derrida. (*)

(*) Fuente: Jurgen Habermas, El Discurso Filosófico de la Modernidad, versión castellana de M. Jiménez Redondo, Taurus, 1989.

CITAS:
[1] F. NIETZSCHE, Sämtliche Werke en 15 tomos, ed. por G. Colli, M. Montinari, Berlín 1967, ss, tomo I, 273, citadas en lo que sigue
como N.
[ii] N., tomo I, 306
[iii] Esto vale también para Horkheimer y Adorno, quienes en este aspecto se aproximan a Nietzsche, Bataille y Heidegger. Cfr., sin
embargo, págs. 158 ss.
[iv] N., tomo I, 146.
[v] N., tomo I, 294.
[vi] N., tomo I, 281, 330.
[vii] R. WAGNER, Säntliche Schriften und Dichtungen, tomo 10, 211.
[viii] Ibíd., 172.
[ix] N., tomo I, 56-
[x] En “Versuch einer Selbstkritik” prefacio a la segunda edición de Geburt der Tragöedie, N., tomo I, 20; cfr. También N., tomo 12, 117.
[xi] Jakob Taubes hace a este propósito la observación de que Schelling, en relación con este umbral, distinguió enérgicamente entre
conciencia arcaica y conciencia histórica, entre filosofía de la mitología y filosofía de la revelación; “El programa del último Schelling no es
pues “ser y tiempo” sino “ser y tiempos”. El tiempo mítico y el tiempo de la revelación son cualitativamente distintos” (J. TAUBES, “Zur
Kojunktur des Polytheismus” en BOHRER (1983), 463.
[xii] N., tomo VI, 431 s.
[xiii] N., tomo I, 41.
[xiv] N., tomo I, 28.
[xv] Nietzsche estiliza a Sócrates, quien cae en el error de que el pensamiento puede llegar hasta los más profundos abismos del ser, y
lo convierte en contratipo teorético del artista: “Pues si el artista en cualquier desvelamiento de la verdad, sigue pendiente, con mirada
extasiada, de lo que incluso ahora, tras el desvelamiento, sigue siendo envoltura, el hombre teorético goza y se contenta con la
envoltura que ha roto” (N., tomo I, 88). Con la misma energía se vuelve Nietzsche contra la explicación moral de lo estético, que va de
Aristóteles a Schiller: “El primer requisito para la comprensión del mito trágico es buscar en la esfera puramente estética el placer que le
es propio, sin recurrir al ámbito de la compasión, del miedo, de lo ético-sublime. ¿Cómo puede lo repugnante y lo inarmónico, el
contenido del mito trágico, provocar un placer estéti
[xvi] Esta doctrina la resume Nietzsche en la frase “Esta justificado todo mal cuya mirada resulte edificante a un dios” (N., tomo V, 304)
[xvii] N., tomo I, 17 s; tomo V, 168; tomo XII, 140.
[xviii] J. HABERMAS, “Zur Nietzsches Erkenntnistheorie” en HABERMAS, Zur Logik der Sozialwissenschaften, Francfort, 1982, 505 ss.
[xix] N., tomo V, 336.
[xx] N., tomo I, 13.
[xxi] Cfr. Zur Genealogie der Moral, N., tomo V, 398-405.
[xxii] N., tomo XII, 159 s.
[xxiii] N., tomo V, 238.

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