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Arturo Calle, quien comenzó su empresa en un local de 8 metros cuadrados y hoy

aporta 5.000 empleos, se desnuda para hablar sobre mujeres, religión, televisón y
lo que más le gusta: no pagar arriendo. Historia del último colombiano sin
deudas.

Quienes lo conocen desde niño cuentan que ‘ Arturito Calle’ era un flaquito de
pelo largo y crespo, de ojitos claros, blanco, muy buen mozo y simpático. Él
mismo, a sus 74 años, lo corrobora: “ Las señoras no podían resistirse,
enloquecían. ¿Quién podría dejar de comprarle mandarinas a ese monito pecoso y
con sex appeal, de 10 o 12 años?” .En el barrio Robledo, de Medellín, donde
nació, jugaba con carritos de balineras porque no había dinero para más. Le
gustaba el fútbol, montaba en bicicleta y trepaba a los árboles con sus nueve
hermanos, pero esas eran actividades triviales para él. Desde que dejó el biberón
supo que su pasión eran los negocios y se dedicó a vender todo lo que produjera
la finquita en la que vivía su madre, hortalizas, flores, frutas, lo que hubiera a
mano. Cuenta que un día, en aquellos tiempos de infancia, ordeñó una vaca a
escondidas para hacer panelitas de coco que pudiera vender en el mercado. Su
madre, al encontrar las ubres vaciadas, culpó al ternero, pero pronto descubrió
que su hijo había sido el culpable. Es que el ternerito languidecía de hambre pero
‘ Arturito’ , en cambio, tenía sus bolsillos llenos de monedas y una sonrisa de
oreja a oreja dibujada en el rostro. Le gustaba volarse a las ferias ganaderas de su
pueblo, colarse con su menuda figura entre los compradores y ver cómo hacían
negocios los hombres ricos. Su destino estaba trazado: este niño inquieto llegaría
a ser uno de los empresarios más destacados de Colombia, que hoy tiene 50
almacenes y aporta 5.000 empleos con un lema que no aprendió en ninguna
escuela de negocios: “ No hay que tener miedo a crecer lento” .Cuando tuvo
edad para afeitarse, su meta fue ser independiente, ser su propio jefe, tener su
propio negocio sin deberle nada a nadie. Y tan ahorrativo era que guardaba dos
mudas de ropa buena para ir a misa los domingos; el resto de los días se vestía
con ropa de dotación que les compraba baratísima a sus compañeros de una
empresa de manufactura. A los 20 años de edad hizo su primer negocio en
grande. Y aquello de ‘ grande’ es un decir, pues compró un almacén de escasos
8 metros cuadrados en San Victorino, un populoso sector de Bogotá. Corría la
década del 50 y este, su primer almacén de ropa masculina, se llamaba ‘ La
Camisita’ , así, en diminutivo. En aquel negocio invirtió $17.000 pesos de los
cuales pidió prestados $4.000. “ Fue la última vez que le debí algo a alguien” ,
nos dice. Le aconsejaron cambiar el nombre por uno más “ sofisticado” : Danté.
Hasta que un publicista le dijo sin sonrojarse que el nombre era horrible y le
sugirió bautizar su negocio con su propio nombre, ‘ Arturo Calle’ , a la usanza
de los grandes diseñadores europeos. Con el mismo aspecto encantador con que
atraía a las señoras de la plaza cuando niño, hipnotizaba a sus clientes con su
facilidad de palabra y su apariencia de lord inglés. Revela que en aquel tiempo no
tenía más que una empleada que no lo llamaba ‘ jefe’ ni ‘ don Arturo’ , sino
“ Mono” .“ Eran tiempos muy difíciles, tiempos de competencia feroz porque los
comerciantes aplicaban la ley del regateo. El cliente decía ‘ ofrezco tanto’ , y
empezaba el tire y afloje. Competir contra el que regala el producto, contra el que
le dice al cliente ‘ tenga’ , era algo a lo que yo no estaba acostumbrado. No me
gustaba. Yo vendía con precios justos pero quería obtener la merecida
ganancia” , recuerda. A fuerza de ser el mejor vendedor, abrió un segundo local y
luego un tercero, pero lo hizo a su manera: sin endeudarse. “ Esta ha sido su
regla invariable en los negocios” , explica el textilero vallecaucano Edwin
Salazar, gerente general de Procostura, “ su estrategia ha sido reinvertir sus
ganancias en el mismo negocio, sin acudir a fuentes de financiación externas” ,
añade. La diseñadora Lina Cantillo, especializada en moda para hombres, afirma
que las circunstancias en que Arturo Calle comenzó su negocio le parecen
admirables. “ Luego vivió épocas doradas de la economía colombiana, como los
años 70 y 80, previos a la apertura económica, en los que el dinero fluyó a manos
llenas. Ahora vivimos un regateo como el que él sufrió, pero peor, porque los que
apostamos por una propuesta de alta moda nos enfrentamos a otros que regalan el
trabajo y dañan el mercado” , asegura Cantillo desde una visión más
contemporánea. Cuando llegaron a Colombia los grandes almacenes de cadena,
los clientes se acostumbraron a pagar un precio fijo por los productos. Pero no
hay época libre de retos: “ Llegaron también las grandes marcas de ropa, que nos
han obligado a movernos, a adaptarnos. De la línea clásica tuvimos que abrir una
línea casual y otra sport” , dice Arturo Calle. Su gran amigo, el ex presidente
Álvaro Uribe, vestía de su marca, y hace una semana el presidente Santos
confesó en Colombiamoda que, si bien buscaba ropa de diseñadores
internacionales cuando joven, “ ahora me siento orgulloso de vestir ropa Arturo
Calle” .Tiene fama de medir bien cada peso, y ni él ni su familia se desviven por
salir en las páginas del jet set criollo a pesar de que su hijo mayor, Carlos Arturo
Calle, ya se convirtió en gerente general de la empresa. Don Arturo, quien se ha
casado dos veces, ha educado a sus otros cuatro hijos para tomar las riendas del
imperio que edificó. Confiesa, eso sí, que tiene la costumbre de acariciar y besar
los billetes. Es difícil saber si lo dice en sentido figurado, si se trata de una
exageración suya, pero explica que al dinero hay que mimarlo, consentirlo:
“ Quien no ame el dinero nunca lo conseguirá. Hay que amar la riqueza porque
puede dar bienestar, puede dar empleo. La riqueza sirve para pagar impuestos,
para ayudar fundaciones y hacer crecer a Colombia. La veo como algo puro,
bueno y deseable” .

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