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TEMA # 2

EL CONFLICTO ENTRE LAS DOS SIMIENTES

Génesis 3:15:
“Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; ésta te
herirá en la cabeza, y tú le herirás en el calcañar.”

1. La iniquidad es el cuerpo de pecado.

Como vimos en el capítulo anterior, la iniquidad es la esencia espiritual,


es la semilla diabólica de maldad engendrada en el espíritu del hombre
y que va a determinar la actividad pecaminosa, lo torcido de este
durante toda su vida.

La Biblia nos habla de dos simientes, que están en continuo conflicto la


una con la otra (Génesis 3:15).

Estas dos simientes, son dos naturalezas, dos sabidurías; una


demoníaca y caída, y la otra divina, que es Jesús, el eterno Dios hecho
hombre. Ésta es la simiente en la cual se encuentra la promesa que
Dios le hiciera a Abraham (Génesis 12).

Gálatas 3:16:
“Ahora bien, a Abraham fueron hechas las promesas, y a su simiente. No dice: Y a las
simientes, como si hablase de muchos, sino como de uno: Y a tu simiente, la cual es
Cristo.”

2da Pedro 1:3-11:


“Como todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad nos han sido dadas por
su divino poder, mediante el conocimiento de aquel que nos llamó por su gloria y
excelencia, por medio de las cuales nos ha dado preciosas y grandísimas promesas,
para que por ellas llegaseis a ser participantes de la naturaleza divina, habiendo huido
de la corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia; vosotros también,
poniendo toda diligencia por esto mismo, añadid a vuestra fe virtud; a la virtud,
conocimiento; al conocimiento, dominio propio; al dominio propio, paciencia; a la
paciencia, piedad; a la piedad, afecto fraternal; y al afecto fraternal, amor. Porque si
estas cosas están en vosotros, y abundan, no os dejarán estar ociosos ni sin fruto en
cuanto al conocimiento de nuestro Señor Jesucristo. Pero el que no tiene estas cosas
tiene la vista muy corta; es ciego, habiendo olvidado la purificación de sus antiguos
pecados. Por lo cual, hermanos, tanto más procurad hacer firme vuestra vocación y
elección; porque haciendo estas cosas, no caeréis jamás. Porque de esta manera os
será otorgada amplia y generosa entrada en el reino eterno de nuestro Señor y
Salvador Jesucristo.”

i
Santiago 3:13-18:
“¿Quién es sabio y entendido entre vosotros? Muestre por la buena conducta sus obras
en sabia mansedumbre. Pero si tenéis celos amargos y contención en vuestro corazón,
no os jactéis, ni mintáis contra la verdad; porque esta sabiduría no es la que desciende
de lo alto, sino terrenal, animal, diabólica. Porque donde hay celos y contención, allí
hay perturbación y toda obra perversa. Pero la sabiduría que es de lo alto es
primeramente pura, después pacífica, amable, benigna, llena de misericordia y de
buenos frutos, sin incertidumbre ni hipocresía. Y el fruto de justicia se siembra en paz
para aquellos que hacen la paz.”

1ra Pedro 1:22-23:


“Habiendo purificado vuestras almas por la obediencia a la verdad, mediante el
Espíritu, para el amor fraternal no fingido, amaos unos a otros entrañablemente, de
corazón puro; siendo renacidos, no de simiente corruptible, sino de incorruptible, por
la palabra de Dios que vive y permanece para siempre.”

(Gálatas 5:16-26) Cuando venimos a Cristo, al reconocer y aceptar en


nuestras vidas lo que Él hizo por nosotros en la cruz y bautizarnos,
como señal de un nuevo nacimiento, somos engendrados en nuestro
espíritu, de ésta simiente divina. A partir de ese momento va a empezar
un conflicto interno en nosotros, entre la llamada “carne” o “alma no
regenerada” y la semilla de vida nueva que acaba de ser plantada en
nosotros. La carne va a querer prevalecer y va a ser alimentada a través
de la iniquidad, y la vida de Cristo va a luchar contra ella destruyéndola
y llevándonos a vivir por el Espíritu y andar en el Espíritu, una nueva
vida.

¿Qué es la carne? Esta es la estructura de maldad que, a través de la


iniquidad en nosotros, el diablo edificó en nuestra alma, para torcernos,
alejarnos del camino de Dios. Desde que nacemos, la iniquidad
implantada en nuestro espíritu, empieza a contaminar nuestro corazón,
nuestros razonamientos, todo el concepto de quiénes somos, nuestra
forma de desenvolvernos, en dónde vamos poniendo nuestra confianza,
y vamos conformando nuestra identidad, personalidad y carácter,
generalmente alejados de Dios.

La carne, entonces, a más de ser una estructura (un cuerpo), es la


naturaleza humana desprovista del Espíritu Santo y dominada por el
pecado (Rom. 7:14, 21; Col. 2:18; 1ra Jn. 2:16).

En nuestra formación interna, como criaturas caídas, donde toda la


herencia espiritual de iniquidad va a ser vertida en nosotros, para que
se cumplan los designios del diablo y no de Dios. Para desviarnos de la
justicia divina y tomar nuestra propia forma caida como bandera de
conducta y autojustificación (Efesios 4:17-19).

ii
Salmo 58:1-3:
“Oh congregación, ¿pronunciáis en verdad justicia? ¿Juzgáis rectamente, hijos de los
hombres? Antes en el corazón maquináis iniquidades; hacéis pesar la violencia de
vuestras manos en la tierra. Se apartaron los impíos desde la matriz; se descarriaron
hablando mentira desde que nacieron.”

El rey David reconoce esta situación interna que lo arrastra al mal,


luego de caer en adulterio con Betsabé. Él va a tener un claro
entendimiento de lo que ha sucedido, y en su oración, va a dirigirse a la
raíz del problema.

Vemos cómo la luz del Altísimo le hace diferenciar entre INIQUIDAD,


REBELIÓN Y PECADO. Él entiende que, la razón pecaminosa de su
actuar (inclinado al mal), es mucho más profunda que el simple pecado
cometido, y escribe:

Salmo 51:1-6:
“Ten piedad de mí, oh Dios, conforme a tu misericordia; conforme a la multitud de tus
piedades borra mis rebeliones. Lávame más y más de mi maldad, y límpiame de mi
pecado. Porque yo reconozco mis rebeliones, y mi pecado está siempre delante de mí.
Contra ti, contra ti solo he pecado, y he hecho lo malo delante de tus ojos; para que
seas reconocido justo en tu palabra, y tenido por puro en tu juicio. He aquí, en maldad
he sido formado, y en pecado me concibió mi madre. He aquí, tú amas la verdad en lo
íntimo, y en lo secreto me has hecho comprender sabiduría.”

Aquí vemos cómo la iniquidad (la simiente), es implantada desde la


concepción y nacimiento; y si no es purgada, cortada, juzgada de
nuestro ser, va a alimentar continuamente la vida de la carne,
enemistandonos así con Dios, e invadiéndonos de muerte.

2. Las dos simientes en conflicto.

Gálatas 5:16-26:
“Digo, pues: Andad en el Espíritu, y no satisfagáis los deseos de la carne. Porque el deseo de
la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne; y éstos se oponen entre sí,
para que no hagáis lo que quisiereis. Pero si sois guiados por el Espíritu, no estáis bajo la ley.
Y manifiestas son las obras de la carne, que son: adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia,
idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías,
envidias, homicidios, borracheras, orgías, y cosas semejantes a estas; acerca de las cuales os
amonesto, como ya os lo he dicho antes, que los que practican tales cosas no heredarán el
reino de Dios. Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe,
mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley. Pero los que son de Cristo han
crucificado la carne con sus pasiones y deseos. Si vivimos por el Espíritu, andemos también
por el Espíritu. No nos hagamos vanagloriosos, irritándonos unos a otros, envidiándonos unos
a otros.”

iii
En éste y otros pasajes de la Biblia, vemos que como parte de la
doctrina y enseñanza cristiana sobre la vida nueva en Cristo y la vieja y
pasada manera de vivir, existe un conflicto continuo y diario, entre
estas dos simientes, hasta que una de ellas muera. Las consecuencias
de que la iniquidad no sea por completo desarraigada van a tener
mucho más conflicto que una mera lucha interna, como lo veremos más
adelante.

La iniquidad mana del espíritu del hombre; es como “la energía que
está presente en un cable del teléfono o de energía eléctrica, de manera
permanente, porque está alimentada por una fuente de poder; y le dará
forma y estructura a la carne, además de nutrirla de poder.

La iniquidad se manifiesta en la vida del alma (voluntad, emociones,


mente), formando densos velos que impiden el desarrollo de una vida
espiritual efectiva. Es la fuerza que nos jala a permanecer en los
terrenos de la mente y de nuestro corazón dependiendo más de nuestra
forma de pensar y de nuestros deseos, que de Dios (Apoc. 3:15-16).

1ra Corintios 3:1-3:


“De manera que yo, hermanos, no pude hablaros como a espirituales, sino como a
carnales, como a niños en Cristo. Os di a beber leche, y no vianda; porque aún no
erais capaces, ni sois capaces todavía, porque aún sois carnales; pues habiendo entre
vosotros celos, contiendas y disensiones, ¿no sois carnales, y andáis como hombres?”

2da Corintios 10:1-6:


“Yo Pablo os ruego por la mansedumbre y ternura de Cristo, yo que estando presente
ciertamente soy humilde entre vosotros, mas ausente soy osado para con vosotros;
ruego, pues, que cuando esté presente, no tenga que usar de aquella osadía con que
estoy dispuesto a proceder resueltamente contra algunos que nos tienen como si
anduviésemos según la carne. Pues aunque andamos en la carne, no militamos según
la carne; porque las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios
para la destrucción de fortalezas, derribando argumentos y toda altivez que se levanta
contra el conocimiento de Dios, y llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a
Cristo, y estando prontos para castigar toda desobediencia, cuando vuestra obediencia
sea perfecta.”

La carne, la cual es la evidencia manifestada de la iniquidad entre otras


cosas, es un concepto mucho más profundo que tan sólo considerar los
frutos de ella, por cuanto la Biblia habla de corazón inícuo,
pensamientos inícuos, y aún habla del hombre inícuo, el hombre de
pecado, el hijo de perdición, el misterio de la iniquidad, haciéndo
referencia al anticristo (2da Tesalonisences 2:3-12).

También la epístola a los Gálatas dice:

iv
Gálatas 5:19-21:
“Y manifiestas son las obras de la carne, que son: adulterio, fornicación, inmundicia,
lascivia, idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas,
disensiones, herejías, envidias, homicidios, borracheras, orgías, y cosas semejantes a
estas; acerca de las cuales os amonesto, como ya os lo he dicho antes, que los que
practican tales cosas no heredarán el reino de Dios.”

Éstos, en consecuencia, son tan sólo frutos, evidencias externas de una


estructura, de hábitos y paradigmas (lentes) que han controlado
nuestra vida por años, y que tan sólo por el poder del Espíritu Santo y
por la sangre de Cristo aplicada a nuestro espíritu, podemos destruirla.

Tratar con los frutos de la carne, en la vida cristiana, es tan sólo una
obra externa. Es como el alcohólico que deja de beber, en su nueva vida
en Cristo, pero necesita tratar con las raíces de dolor, rencor y de
rebelión que lo condujeron a evadirse de la realidad de ésta forma; y si
no se trata la iniquidad que hay detrás de este pecado, lo podría
arrastrar a otras formas de evasión pecaminosas.

Tratar con la parte superficial, que es el pecado visible, en aras de


buscar nuestra auto-satisfacción, no es suficiente. Por eso hay tanta
frustración, condenación, hipocresía y carnalidad en las iglesias. El
propósito de Dios, a través de la enseñanza, es iluminar nuestro
entendimiento espiritual para alcanzar la verdadera herencia de vida
abundante que Jesús tiene para nosotros (Juan 10:10). La simiente de
Cristo produce en nosotros una vida abundante.

La verdadera lucha o batalla en nuestro interior es cuando estamos


llamados a vivir, a andar, a ser guiados por el Espíritu (Rom. 8:14-16),
que no sólo se traduce con algunas actividades cristianas (congregarse,
leer la Palabra, orar, cantar, testificar, diezmar, ofrendar, evangelizar,
etc.), por mucho que éstas sean actividades sistemáticas y organizadas
por la Iglesia y para la Iglesia (Ej. Modelo de Jesús, Lidere, CEM, etc.),
sino que caminar en el Espíritu tiene que ver con DESARROLLAR cada
área de nuestro ser espiritual, en un caminar sobrenatural, y
totalmente guiados por el Espíritu de Dios, bajo el señorío de Cristo, en
la autoridad de la Palabra, al punto que es la manifestación visible de
Cristo en nosotros y la total destrucción o aniquilamiento del cuerpo de
pecado que es la iniquidad (Colosenses 3:1-25, como ejemplo de este
contraste).

Es necesario recalcar que no es la voluntad del hombre la que destruye


las obras de la carne, sino el Espíritu de Dios. Es la simiente de Dios
(Cristo) trayendo muerte a la simiente diabólica de la carne, hasta
lograr desarrollar la vida en el espíritu, y pasando tiempos de intimidad

v
y de comunión con Dios, quien está en cada uno de nosotros, por
nosotros y con nostros, como buen Padre que es (Efesios 4:6).

La carne, generalmente se disfrazará de “espiritualidad” atrayendo


hacia sí terribles espíritus de religiosidad, control, ocultismo, y aún de
falsa piedad. La religión subyuga la carne, la doblega, tratando con
hábitos externos, dándole apariencia de piedad, pero negando la
eficacia de ella (2da Timoteo 3:1-13).

Las religiones no pueden tratar con la parte interna (el hombre interior)
del ser, donde ya vimos que radica la iniquidad. Ésto sólo puede ser
hecho por medio del Espíritu Santo, adecuando nuestro espíritu al de
Dios (1ra Corintios 2:12-13).

Al hombre religioso, que de por sí es carnal, le agrada HACER cosas


aparentemente piadosas; pero el espíritu, o lo que es del espíritu no
tiene que ver con el hacer, sino con el SER (Colosenses 2:20-23). Si
entendemos esta revelación, no estaremos haciendo esfuerzos ni
sacrificios que para lo único que sirven es para agotarnos, volvernos
hipócritas, y terminar aburridos de todo lo que se llame vida victoriosa
y ungida en la iglesia. No nos quedaremos sin fuerzas y sin dirección;
viviremos la vida cristiana en la verdadera unción, poder y victoria en el
Espíritu de Dios (andar en el Espíritu, ser guiados por el Espíritu, dar
el fruto del Espíritu,etc.).

Otra dimensión de este conflicto de simientes es reconocer que todo lo


que no es originado día a día en el cielo, no es atraído a nosotros por el
Espíritu Santo, tiene su origen en la carne y su fin es muerte. Se puede
orar en la carne, oraciones mentales, peticiones muy lógicas y aún
llenas de llanto; pero que carecen de fe. Se puede leer la Biblia en la
carne, consiguiendo no la revelación, sino la atadura y juicio de la letra.
Se puede adorar cantando tan sólo con la boca y sin ningún objetivo de
alcanzarlo y ministrarlo a Él (intimidad), y es tan sólo para llenar un
tiempo de servicio mientras los corazones están dispersos o disipados
en otros pensamientos. Estos y otros como los recuerdos dolorosos,
palabras soheces y tendencia a la crítica, auto-crítica, el legalismo y
culpa, son lazos de la iniquidad que no permiten, no alimentan un
desarrollo eficaz de la vida cristiana, vida cien por ciento sobrenatural,
y victoriosa.

Tenemos que reconocer que podemos movernos y desarrollar un


cristianismo estructurado y muy bien organizado, como respuesta a
programas de hombres (con normas y fórmulas), pero sin la libertad de
lo que Dios nos dice que puede hacer, con gran eficacia espiritual y
frutos que glorifiquen Su Nombre, viviendo vidas llenas de su
conocimiento y de un espíritu investido de Su poder y de Su sabiduría.
vi
Una vida que ha crucificado la carne en forma verídica, y como un
hábito diario: “Pero los que son de Cristo HAN CRUCIFICADO la carne con sus
pasiones y deseos.” (Gálatas 5:24).

Otro aspecto de la lucha entre las dos simientes es que la carne está
ligada íntimamente a la iniquidad, sirve a la ley del pecado y de la
muerte (algo inexorable, como las leyes físicas. Ej.: ley de la gravedad) y
se opone a la vida del espíritu, afectando, debilitando en muchas cosas
a la vida espiritual del creyente.

En el libro a los Romanos vemos la clara lucha entre las dos simientes
y el resultado de ésta va a determinar nuestro destino final.

Romanos 8:1-2:
“Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no
andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu. Porque la ley del Espíritu de
vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte.”

Nótese en este pasaje bíblico cómo Dios aclara que no hay condenación,
para los que andan conforme al espíritu; no es para aquel que todo el
tiempo anda diciendo: “Señor, Señor”, y aún así continúan en la carne;
sino para los que andan conforme al Espíritu. Podemos ver también las
dos leyes que se oponen entre sí: la ley del espíritu de vida gobernada
por Cristo, a través de una vida nueva y espiritual, y la ley del pecado y
de la muerte dirigida por el diablo, el mal, por medio de la iniquidad (la
esencia espiritual de lo torcido), manifestada en los frutos de la carne.

Es evidente que ya hemos comprendido, en esta lucha, que la iniquidad


tiene que ser erradicada, para no caer permanentemente en los
terrenos de la carne, hasta lograr que nuestra vida diaria (casa, trabajo,
estudios, iglesia, sociedad, etc.) sea espiritual, con un crecimiento
evidente en fe, alabanza a Dios, con amor fraternal, con madurez, y con
los sentidos ejercitados en el discernimiento del bien y del mal, en
nuestra vida, en la iglesia y en el mundo (Hebreos 5:11-14).

No pongamos nuestros ojos en el temor del hombre antes que en el


temor de Dios (Proverbios 29:25), porque la iniquidad nos llevará
siempre a querer agradar al hombre, a querer alejarnos de la
centralidad de la cruz de Cristo, a no permitirnos hacer diferencia
entre: pecado, maldad e iniquidad; entre fama, éxito y servicio; entre
sacrificio, negación y liberalidad; la iniquidad tiene sus ojos en el temor
del hombre (le importa más el status, la fama, la riqueza, las
comparaciones, las exaltaciones, y el qué dirán de los demás).

vii
Filipenses 3:17-19:
“Hermanos, sed imitadores de mí, y mirad a los que así se conducen según el ejemplo
que tenéis en nosotros. Porque por ahí andan muchos, de los cuales os dije muchas
veces, y aun ahora lo digo llorando, que son enemigos de la cruz de Cristo; el fin de los
cuales será perdición, cuyo dios es el vientre, y cuya gloria es su vergüenza; que sólo
piensan en lo terrenal.”

Para el espiritual es importante hacer la voluntad de Dios, aunque


implique perderlo todo aquí para ganarlo todo en el cielo.

Romanos 8:5-7:
“Porque los que son de la carne piensan en las cosas de la carne; pero los que son del
Espíritu, en las cosas del Espíritu. Porque el ocuparse de la carne es muerte, pero el
ocuparse del Espíritu es vida y paz. Por cuanto los designios de la carne son enemistad
contra Dios; porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden”

Las Escrituras nos enseñan que, de una misma fuente, no puede salir
agua dulce y agua amarga (Santiago 3:10-11), no se puede SER del
Espiritu y SER de la carne al mismo tiempo, o se es del uno o se es del
otro.

El SER del Espíritu implica un camino, una forma de vivir y de actuar,


objetivos, y estilo de vida muy diferente a las del mundo. Por algún lado
se infiltró en las iglesias la “enseñanza” o teoría de que se puede ser de
la carne y del Espíritu, y que la justicia de Dios (a veces entendida
como misericordia y gracia), nos justifica, no importando cómo vivamos.
Si aceptáramos esta teoría, sin duda ésta nos llevará a una vida llena
de pecado, esclavizada y de muerte espiritual, de enfermedades, de
religión y carente de poder y de la victoria total de Jesucristo, una vida
de salvación, sin fruto y cambio radical.

3. El nuevo nacimiento... “lo que es nacido del Espíritu, espíritu es”.

A estas alturas, deberíamos enfáticamente preguntarnos, frente al tema


de la iniquidad:

 ¿Por qué un pecador debe nacer de nuevo?


 ¿Por qué tiene que nacer del Espíritu y para el reino celestial?
 ¿Por qué debe producirse una regeneración en el espíritu humano?

La Biblia nos responde y nos dice que, el ser humano, nace en el


mundo con un espíritu caído, bajo la influencia de la iniquidad, y que
éste espíritu necesita nacer de nuevo para lograr la comunión perdida
con Dios, Su creador y Señor. Debe recuperar la condición perdida por
Adán y Eva en la caída espiritual ocurrida en el Edén (Génesis 3).

viii
Del mismo modo que Satanás es un espíritu caído (Ezequiel 28:15-16),
también lo es el ser humano (Génesis 2:17); con la diferencia de que el
ser humano tiene un cuerpo físico, alma y espíritu.

Cuando los representantes de la raza humana fueron seducidos por


Satanás en el jardín del Edén, toda la descendencia fue sumida en la
oscuridad, habiendo perdido su autoridad, derechos y capacidad,
sumida bajo el poder de la iniquidad, como espíritus caídos.

No existe en el mundo ninguna religión, ni cultura, ni filosofía, ni


técnicas de conducta humana, ni disciplina, ética o moral, ni ley
natural que pueda mejorar al espíritu caído del ser humano, porque se
ha degenerado hacia una posición dominada por el instinto carnal
(iniquidad) y nada procedente de ésta posición puede devolverle su
estado original perdido. Debido a esto, es que la regeneración del
espíritu humano es absolutamente necesario.

Tito 3:3-7:
“Porque nosotros también éramos en otro tiempo insensatos, rebeldes, extraviados,
esclavos de concupiscencias y deleites diversos, viviendo en malicia y envidia,
aborrecibles, y aborreciéndonos unos a otros. Pero cuando se manifestó la bondad de
Dios nuestro Salvador, y su amor para con los hombres, nos salvó, no por obras de
justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de
la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo, el cual derramó en nosotros
abundantemente por Jesucristo nuestro Salvador, para que justificados por su gracia,
viniésemos a ser herederos conforme a la esperanza de la vida eterna.”

Entonces, podemos comprender que únicamente el Creador puede


restaurar la naturaleza espiritual perdida de Su creación. Por esto, Dios
envió a Su Hijo para pagar el precio del rescate, precio que ningún ser
humano podía pagar, en el estado pecaminoso en el que se encontraba.
Para satisfacer la justicia de Dios, es necesario que un santo, sin
mancha de pecado, sufriera el sacrificio expiatorio, de manera que la
sangre derramada por el Hijo de Dios fuera, ante todo, suficiente para
Dios, y tuviese el poder sobrenatural de lavar y borrar la herencia del
pecado de Adán y Eva en el corazón del espíritu humano, y al mismo
tiempo reavivar el espíritu dormido, para dar nacimiento a una nueva
vida espiritual, libre de toda condenación, la que fue posible por la
simiente de Cristo.

1ra Pedro 1:18-25:


“sabiendo que fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir, la cual recibisteis
de vuestros padres, no con cosas corruptibles, como oro o plata, sino con la sangre
preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación, ya destinado
desde antes de la fundación del mundo, pero manifestado en los postreros tiempos por
amor de vosotros, y mediante el cual creéis en Dios, quien le resucitó de los muertos y

ix
le ha dado gloria, para que vuestra fe y esperanza sean en Dios. Habiendo purificado
vuestras almas por la obediencia a la verdad, mediante el Espíritu, para el amor
fraternal no fingido, amaos unos a otros entrañablemente, de corazón puro; siendo
renacidos, no de simiente corruptible, sino de incorruptible, por la palabra de Dios que
vive y permanece para siempre. Porque:

´Toda carne es como hierba,


Y toda la gloria del hombre como flor de la hierba.
La hierba se seca, y la flor se cae;
Mas la palabra del Señor permanece para siempre´ (Isaías 40:6-9).

Y esta es la palabra que por el evangelio os ha sido anunciada.”

4. La regeneración espiritual.

Tan pronto como el pecador cree por fe en el Señor Jesús como su


único y suficiente Salvador, se produce el nuevo nacimiento espiritual
(Juan 1:12-13). Dios le provee Su propia vida increada, Su propia
simiente, para que el espíritu del pecador, que estaba apagado, como
muerto, pueda tener una nueva vida (Ezequiel 36:24-28).

La regeneración del pecador ocurre en su espíritu humano, lo cual le


permitirá vivir alineado, tanto en su espíritu, como en su alma y cuerpo
al Espíritu de Dios (Romanos 8:14-16). La obra de Dios empieza dentro
del ser humano, desde el centro mismo de su corazón (su espíritu:
comunión, intuición y conciencia); precisamente al contrario de la obra
satánica que opera de afuera hacia adentro.

x
Dios, primeramente imparte vida al espíritu de la persona,
convenciéndola de pecado, justicia y juicio (Juan 16:7-11), porque fue
el espíritu en esencia, lo que Dios diseñó para que todos los hombres y
mujeres del mundo pudiesen comunicarse con Él, y que por la fe en Su
Hijo reciban Su vida.

El plan de Dios, después de que la persona recibe la salvación de su


ser, es comenzar con Su obra santificadora en el espíritu humano, por
medio del Espíritu Santo que hace habitación en el creyente en el
mismo momento de la salvación, para luego saturar su espíritu, alma y
cuerpo, de esa nueva vida, vida que se abrirá paso en una “vieja vida”,
donde todavía se manifiestan los hábitos de la antigua manera de vivir,
que también con el tiempo serán santificados (Efesios 4:17-32).

La palabra “espíritu”, en este enfoque (tridimensional de la vida


humana: espíritu, alma y cuerpo), está referida a la vida de Dios, recién
recibida, recién implantada, y que por el proceso de regeneración
llegará a copar, dominar y permear toda la vida (Efesios 4:22-24). Esta
nueva vida, o espíritu, pertenece a Dios, para que lleguemos a ser
participantes de la naturaleza divina y vivamos en santidad práctica,
como dice 2da Pedro 1:4: “Porque todo el que pertenece al Señor, no
peca”, y también en 1ra Juan 3:9 que dice: “Todo aquel que es nacido
de Dios, no practica el pecado, porque la simiente de Dios permanece en
él; y no puede pecar, porque es nacido de Dios.”. Pero recuerde, nuestro
espíritu, aunque revigorizado, todavía puede ser manchado, inclinado
por la iniquidad, a través de nuevos pecados (no los que ya han sido
perdonados), por eso necesitamos buscar la santificación práctica en
nuestro andar cristiano (2da Corintios 7:1).

Cuando la vida de Dios, PNEUMA, o Su Espíritu se aloja en nuestro


espíritu humano, por la fe en Su Hijo éste es avivado, sacado de su
estado de sopor y muerte. Por tanto, aunque “el cuerpo está muerto a
causa del pecado, el espíritu vive a causa de la justicia” (Romanos
8:10).

La vida que recibimos de Dios, no es un regalo pasivo, que nos asegura


de manera mecánica, la vida eterna con Él, sino que la vida de Dios
viene con una activa función que cada creyente debe realizar en esta
vida (andar y vivir en el Espíritu). Jesús dijo: “Y esta es la vida eterna:
que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has
enviado” (Juan 17:3). La vida eterna (vida espiritual) significa mucho
más que un simple futuro de bienaventuranza que hemos de disfrutar
los creyentes; es igualmente un tipo de profunda actividad espiritual
(regeneración espiritual), sin este proceso nadie puede conocer, ni
mucho menos amar a Dios, ni a la persona de Jesús (1ra Corintios
12:3).
xi
Este conocimiento del Señor (comunión, intuición conciencia, sentidos
y poder) sólo nos llega una vez recibida la vida de Dios. Con el gérmen,
la simiente de la naturaleza de Dios dentro de él, todo ser humano
natural, puede convertirse en un ser espiritual alineado a Dios. El
objetivo de cada persona regenerada es liberarle de todo aquello que
pertenece a su vieja creación, influenciados por la esencia espiritual
llamada iniquidad. Y esto será posible, porque dentro de su espíritu, –
ahora regenerado –, se encuentran todas las obras de Dios (el ADN
espiritual divino), hechos para esta nueva vida en libertad, y que lo
aleja para siempre de la vieja esclavitud del pecado!

Finalmente, para comprender a profundad el conflicto interno en el ser


humano de las dos simientes, es necesario creer que bíblicamente, es
posible un NUEVO NACIMIENTO ESPIRITUAL, y el Espíritu Santo, por
medio de la predicación del Evangelio, es el motor principal de esta
tarea, pues es el que “convence al mundo de pecado, de justicia y de
juicio” (Juan 16:8). Si bien fue Jesucristo, nuestro Señor, quien
cumplió la obra de la salvación en la cruz del Calvario, le corresponde
al Espíritu Santo aplicar esta obra al corazón humano, no importa su
cultura, su edad, su experiencia, su status social, crea o no crea en
Dios, porque para Dios no hay nada imposible. Existe así una relación
directa entre la cruz de Cristo y su aplicación por el Espíritu Santo.

De hecho, el Espíritu Santo, nunca funciona separado de la crucifixión


de Cristo, que produjo nuestra salvación. Sin la obra de la cruz, no
tendría una base adecuada desde la que operar. Pero, a su vez, sin el
Espíritu Santo, la obra realizada en la cruz sería inefectiva, pues si bien
es totalmente efectiva ante Dios, por sí sóla no podría lograr ningún
efecto sobre los seres humanos, sin que previamente se dé el
arrepentimiento, el perdón de pecados y el nuevo nacimiento.

La muerte del Señor Jesús en la cruz es la que logró toda la victoria,


toda la salvación humana; y la obra del Espíritu Santo, “lo que es
nacido del Espíritu, espíritu es”, otorgando vida a los creyentes, en su
nuevo nacimiento, también realiza una labor posterior de permanencia
en ellos, tal como dice el Señor: “Os daré corazón nuevo, y pondré
espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón
de piedra, y os daré un corazón de carne. Y pondré dentro de vosotros mi
Espíritu, y haré que andéis en mis estatutos, y guardéis mis preceptos, y
los pongáis por obra.” (Ezequiel 36:26-27), convirtiéndonos en
habitación del Espíritu, en templos del Dios viviente, en casa de Dios
(1ra Corintios 6:19).

xii
El rol del Espíritu Santo es el de un edificador, y Él no puede morar allí
donde no se ha edificado. El Espíritu Santo, edifica para habitar, y
habita y llena sólo donde ha edificado. Todo espíritu humano que ha
sido regenerado, se transformó en templo y habitación de Dios, pues
quien habita el corazón de cada creyente, es Dios el Espíritu Santo. Y
los dos, el espíritu humano regenerado y el Espíritu dan testimonio
juntamente de la paternidad de Dios (Romanos 8:14-16).

Dios nos otorga, en medio del conflicto de las dos simientes, la


salvación del pecado, la liberación de la esclavitud del poder satánico,
del mal en el reino invisible, y la liberación de los deseos egoístas de la
carne (frutos de iniquidad). Pero si limitamos la obra redentora de Dios,
y siguen los instintos carnales, no se podrá alcanzar el propósito
liberador de Dios.

Comprendemos que hay pasos para alcanzar la TOTAL LIBERACIÓN, y


no podemos omitir ninguno de ellos:

 Después de la liberación del pecado por medio de la Salvación


(perdón y gracia);
 De ser liberados de la ley del pecado que es esclavizar el alma
humana; hay que

 Enfrentar al enemigo sobrenatural:


 que asedia a los creyentes, y
 que busca seducirlos por medio de la iniquidad,
 el derecho legal para manetenernos en esclavitud.

Sólo así, la liberación y nueva vida serán realmente completas en la


vida del creyente.

Preparémonos para lo que sigue; porque sólo la JUSTIFICACIÓN


VERÍDICA EN CRISTO, NOS LIBERA DE LA INIQUIDAD.

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