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Las personas nacen sabiendo su valor propio, pero mientras la vida avanza, los

comentarios, las expectativas y las actitudes de otras personas pueden disminuir su


sentido natural de valor propio.
El valor propio es lo que nos permite creer que somos capaces de hacer lo mejor
con nuestras habilidades, de contribuir bien en una sociedad.
Tenemos una naturaleza natural de definir nuestra valoración dependiendo de las
distintas opiniones y aprobaciones que recibimos del exterior. Cuantas más
opiniones positivas acumulemos más valiosos somos, y por el contrario cuanto
menos positivo poseamos, menos valor tenemos.
Si funcionamos desde este encuadre, nos posicionamos desde un lugar de escaso
poder sobre nosotros mismos, ya que éste va a estar en manos de los demás que
podrán determinar a su antojo lo valioso que somos. Estaremos dependiendo de la
validación externa.
Las personas que funcionan desde esa realidad viven en un absoluto miedo e
inseguridad sobre sí mismo. Éste se caracteriza por una actitud en dónde intenta a
toda costa disminuir el valor de los demás, para poder vivir temporalmente en un
lugar más elevado. Quien vive desde este paradigma ha de estar en una lucha
constante y a su vez el poder sigue estando en el exterior, dado que los demás han
de seguir teniendo una valoración menor respecto a él.
La mayoría de la gente no se conoce bien a sí misma, ya que no se toman el tiempo
para llegar a conocerse. La única manera de llegar a hacerlo es vivir y ver lo que
pasa, intentar averiguar cómo es la reacción en ciertas situaciones, ver lo que te
gusta y lo que te disgusta.
En realidad es normal que nos interesemos por la opinión que inspiramos en los
demás. De no ser así, no podríamos integrarnos en un grupo ni, mucho menos, en
una sociedad.
El problema surge a partir del momento en que esta lógica preocupación nos
suponga una limitación, una atadura que nos impone unos determinados actos o
nos impida otros. Porque entonces nos estará haciendo avanzar en el camino de la
frustración.
Puede suponer un problema el necesitar la aprobación de una persona para aquello
que hacemos. En ese caso, no ser capaz de alcanzar esa aprobación puede
paralizarnos, siquiera levemente, en nuestras actividades.
Pero el problema será aún mayor si lo que necesitamos es el apoyo de todo el
mundo. Entonces, la frustración está garantizada. Sin embargo el mayor problema
que deriva de esta forma de ser no es tanto las continuas frustraciones que produce,
sino la falta de personalidad.
La persona deja de ser ella misma para convertirse en las opiniones que los demás
tengan de ella, para convertirse en lo que los demás quieren que sea.
Siempre es más fácil cambiar de opinión y ceder, o dar la razón a una cuestión que
nos desagrada, que enfrentarse a la desaprobación y el rechazo.
Lo más importante es mentalizarse de que es imposible estar de acuerdo con todo
el mundo. Piensa que digas lo que digas al menos la mitad de la gente estará en
contra de tu opinión. Entonces, cuando alguien no esté de acuerdo contigo, piensa
que es una de esas personas.
Cuando comprendas y esperes la posibilidad de crítica, dejarás de interpretarla
como una ofensa personal, y comprenderás que estar en desacuerdo con tu opinión
no significa un rechazo a tu persona.
Por supuesto que nadie conseguirá nunca la aprobación de todo el mundo por todo
lo que hace, pero al valorar la propia opinión y por ende a uno mismo, dejará de
preocuparse y deprimirse por no obtener la aprobación de los demás.
En conclusión, la aprobación es una gran cosa, y es muy agradable sentirse
aceptado. Nada tiene de malo pretender ser aceptado por la gente y de esa forma
estar integrado en el grupo o la sociedad.
Por supuesto, no podemos desentendernos por completo de las opiniones de los
demás, porque somos seres eminentemente sociales.
Sin embargo, cuando te importa más el qué dirán que tu satisfacción, cuando le das
la aceptación de los demás sobre tu propia felicidad, entonces, antes o después, tu
camino se desviara y cuando mires a tu alrededor, solo verás insatisfacción.
Por eso es fundamental encontrar un justo equilibrio entre la persona que queremos
ser, y la persona que los demás quieren que seamos. No es fácil, pero el camino
vale la pena.
El problema surge cuando este deseo se convierte en una necesidad, y no lograrla
resulta doloroso. Vencer este problema resulta muy difícil porque es algo que nos
ha sido inculcado desde nuestro mismo nacimiento.

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