Por ejemplo nunca fue necesaria una mejor piel, pues inventamos la ropa
y construimos sitios dónde vivir, lejos de las inclemencias de elementos
como el sol y sus efectos.
Consciente
Inconsciente
Subconsciente
Mente Consciente
La mente consciente, es la más conocida de todas.
Es por esto que es tan duro para una madre perder un hijo, porque la
conexión es sólida como roca, y se empieza a crear desde la mismísima
fecundación.
Mente Inconsciente
Resumen
Se examinan algunos de los mecanismos por los cuales la interpretación dirigida primariamente a
incrementar el conocimiento consciente puede, sin embargo, producir cambios inconscientes,
considerándose a éstos como objetivo básico del tratamiento psicoanalítico. Se propone el
concepto de valencia o peso motivacional de la interpretación en base a evaluar qué fuerzas de los
diferentes sistemas motivacionales moviliza (hetero/autoconservación, sensual/sexual, apego,
narcisista, regulación psicobiológica, etc.), en cuál de éstos se apoya, cuáles serán los que se
opondrán a la intervención terapéutica y porqué. Se analizan también ciertas condiciones que
puedan explicar lo que se ha llamado cambio mediante la relación psicoanalítica, señalándose que
a pesar de las diferencias importantes con la interpretación compartiría con ésta algunos
mecanismos de cambio. Lo que conduce a la necesidad de matizar la concepción de que la
interpretación se dirigiría exclusivamente a la memoria declarativa sin efectos sobre la memoria
procedimental. Se plantea qué consecuencias podrían derivarse para la técnica terapéutica de los
hallazgos recientes en neurociencia sobre la llamada memoria en estado lábil, proponiéndose el
acoplamiento de experiencias como parte del instrumental analítico para el cambio terapéutico. Se
presenta una viñeta clínica que ilustra algunos de los aspectos teóricos y técnicos considerados.
“Si todo va bien, el yo del paciente se dará cuenta del contraste entre el carácter
agresivo de sus sentimientos y la naturaleza real del analista, que no se comporta
como los objetos arcaicos “buenos” o “malos” del paciente. El paciente, por así
decirlo, se dará cuenta de la distinción entre su objeto de fantasía arcaico y el
objeto externo real” (p.146).
Más adelante sostiene: “En la segunda fase de una interpretación completa, por
tanto, el sentido de realidad del paciente desempeña un papel fundamental”.
Pero, ¿es que la interpretación modifica porque muestra una realidad que
contrasta con las fantasías del paciente poniendo en evidencia lo inadecuado de
éstas o, más bien, porque posee un poder motivacional que es el que predomina
sobre el poder motivacional de la fantasía y de las conductas que va a modificar?
Ninguna creencia, sea inconsciente o consciente, será reemplazada por otra si la
segunda no posee un valor motivacional que la haga más poderosa en el
procesamiento psíquico. Lo comprobamos con los intentos frustros de mostrar al
paciente paranoide que distorsiona la realidad. Es siempre el interjuego dinámico
entre el placer/displacer entre unas y otras creencias, entre unas y otras fantasías,
entre unas y otras conductas, lo que decide el rumbo que tomará el psiquismo. Por
ello debemos averiguar en qué condición interna se apoya la interpretación para
que lo que transmite reestructure aquello que el sujeto cree/siente/hace. De lo que
se trata, según entendemos la cuestión, es de especificar qué es lo que mueve al
psiquismo, cuáles son las fuerzas que están en juego, y entonces sí evaluar cuál
de éstas fuerzas son las que activa y moviliza la interpretación o la relación
terapéutica, y las resistencias con que se enfrentan una y otra.
Si las fantasías y las formas que adoptan los vínculos surgen y se mantienen
porque satisfacen profundas necesidades y deseos de distintos sistemas
motivacionales, de igual manera la interpretación para tener poder transformador
debe movilizar y sostenerse en esos sistemas motivacionales. El contenido de una
interpretación –o el vínculo terapéutico - deben ofrecer al sujeto algo que tenga
más peso motivacional que su forma habitual de representarse a él y al mundo, de
sentir, de actuar, de relacionarse. Si la interpretación y la relación son capaces de
generar cambios es porque movilizan en una dirección determinada a ciertos
sistemas motivacionales. Ese sería el elemento común a la interpretación y a la
relación en el que consideramos útil detenernos, a pesar de las enormes
diferencias entre ambas.
No hay interpretación que no implique una acción sobre alguno o varios de los
sistemas motivacionales mencionados más arriba. Como cualquier mensaje tiene,
incluido en el propio nivel semántico y en la intencionalidad del que la formula, un
componente afectivo y conativo, “propone” implícitamente algo a
pensar/sentir/hacer. Veamos esto con una condición que nos sirva de ilustración.
Un paciente, para proteger su narcisismo, para no sentirse defectuoso o culpable,
critica a otras personas, proyectando en los demás la identidad de inadecuado. El
terapeuta constata reiteradamente este tipo de defensa y se lo comunica al
paciente, incluso le muestra las raíces infantiles, las fantasías que le subyacen en
el presente, las angustias que lo impulsan. La descripción es convincente para el
analista, recoge los datos que a alguien que no fuera ese paciente se le
aparecerían como válidos, pero sólo si se movilizan en éste determinados
componentes motivacionales la interpretación tendrá alguna posibilidad de ser
transformadora. Esos componentes motivacionales podrán ser de diferente tipo.
Así, si el paciente tiene necesidades importantes de apego, de mantener el vínculo
con el analista, los contenidos de la interpretación podrán pasar a formar parte de
su psiquismo de igual manera que los mensajes parentales van siendo
incorporados en una identificación que asegura la relación con las figuras
significativas. O si el analista es una figura a la cual el paciente necesita como
sostén narcisista, para obtener ese sostén tenderá a transformarse en la dirección
que marca la interpretación. O, sin que sea por el poder de la transferencia, si la
interpretación va en un sentido congruente con el ideal del yo del paciente, en la
gratificación esperada por conformarse narcisísticamente de acuerdo a éste, se
hará factible el cambio pues se pueden abandonar defensas por el sentimiento
narcisista de que “no tengo el defecto de defenderme, de negar, de no
reconocer...”. En no pocas ocasiones el cambio de una conducta narcisista es
porque la nueva conducta promueve el narcisismo bajo otra modalidad, bajo el
sentimiento “yo cambio, y al cambiar, me veo como valioso por ser capaz de
hacerlo”. Por tanto, apoyo en el narcisismo para abandonar otra forma de
gratificación narcisista. Que la nueva forma sea menos patológica, que sea acorde
con criterios de salud mental, eso no es lo decisivo sino que ha encontrado su
poder en aportar satisfacción narcisista; interjuego entre variantes del narcisismo
que inclina la balanza en el sentido del cambio.
Parecería que nos encontramos ante un mecanismo muy básico por el cual una
condición-guía externa dirige, en un acercamiento continuo hacia ella, procesos
psicológicos y corporales de modo de ir disminuyendo la diferencia entre cada
acción del sujeto y esa condición-guía. Mecanismo al que nos ha parecido
adecuado denominar de transformación referenciada ya que es la contrastación
continua entre un estado del sujeto y un referente que sirve de guía para ir
aproximándose a ese referente. Regulaciones basadas en la transformación
referenciada que es lo que muestran todos los estudios sobre las regulaciones
recíprocas en los intercambios afectivos entre el bebé y su personaje
significativo (Stern, 1985; Beebe & Lachmann, 2002).
Las neuronas espejo proveerían ciertos medios biológicos para favorecer los
procesos de identificación esenciales para garantizar que el infante y el cuidador/a
se encuentren, para que los caracteres comportamentales del segundo puedan
pasar a ser parte del primero (Stamenov & Gallese, 2002). Pero, también, para
que los movimientos del lactante puedan resonar en el cuidador/a, quien pasará a
sentirlos como propios. Las consecuencias van más allá de que el movimiento del
otro, al ser observado, genere un movimiento igual en el observador. Los
investigadores que trabajan en el sistema percepción/ejecución de las "neuronas
espejo" se plantean con mucho fundamento la idea de que este sistema integra un
circuito que permite atribuir/entender las intenciones de los otros (1). Cuando un
sujeto realiza acciones -simples o complejas-, estas acciones van acompañadas
de una captación de las propias intenciones que impulsan el hacerlas. Se forma
así una articulación en el psiquismo de modo que la propia acción queda asociada
a la intención que la puso en marcha. Cada intención queda asociada a acciones
específicas que le dan expresión, y cada acción evoca las intenciones asociadas.
Una vez formado ese complejo asociativo "acción/intención" en un sujeto, cuando
sea un otro quien realiza una acción que en base a las neuronas espejo evoca en
el cerebro del sujeto observador la acción equivalente, ésta acción evocaría en
éste la intención que con ella está asociada. Es decir, la siguiente secuencia:
observación de la acción del otro, neuronas espejos que en el sujeto codifican la
activación cerebral de las mismas acciones, acciones que en el sujeto están
asociadas a intenciones. Por eso el sujeto va a atribuir al otro la intención que
tendría la acción si la realizase él mismo. Se entiende entonces que la lectura que
alguien hace de las intenciones del otro es, en buena medida, atribución desde las
propias intenciones, con lo cual el mecanismo de proyección es estructural en la
intersubjetividad y no mero proceso defensivo. La defensa, en realidad, hace uso
de una propiedad estructural del psiquismo.
La resistencia al cambio
El analista, mediante la interpretación indica cierta meta a alcanzar (Raphling,
2002); el paciente posee otras metas que le son “preferibles” para sus sistemas
motivacionales -ej: satisfacción narcisista que le produce cierta forma de ser o de
actuar, incluido el sentimiento/necesidad de no dejarse influenciar, o satisfacción
sexual a la que no está dispuesto a abandonar, o formas de apego, etc.
Discordancias posibles entre la meta preferible para el analista y la del paciente
que determinará si se producirá o no la transformación referenciada. Lo que
denominamos resistencia al cambio terapéutico puede ser entendido como la
discordancia entre las metas internas del paciente, con sus automatismos de
actuación incluidos, y las metas hacia las cuales el analista apunta, más allá de su
firme intención consciente de no fijar ninguna.
Desde otra posición, Weiss (1992) considera que la interpretación resulta efectiva
si es, como él la denomina, “pro-plan”, si se halla en la dirección de la necesidad
profunda del paciente.
El mérito que le vemos al concepto de peso motivacional o de valencia
motivacional de la intervención terapéutica –sea la interpretación, el señalamiento,
el consejo o la relación que se va inscribiendo como memoria procedimental- es
que ubica a ésta dentro de un modelo dinámico: en vez de ser algo en sí misma,
su valor depende de su interacción con el estado de los sistemas motivacionales,
con su capacidad para modificar su balance. En el balance entre lo que satisface a
las necesidades de los sistemas motivacionales y lo que está en contra de las
mismas, ¿qué es lo que predomina con una intervención determinada? ¿Qué
variante posible de una intervención terapéutica se ajustará mejor para producir un
menor nivel de contradicción con tal o cual sistema motivacional? ¿La intervención
se apoya, por ejemplo, en el sistema motivacional del apego pero entra en
contradicción con el narcisista, hace sentir a la persona inferior o humillada,
provocando por ello una aceptación formal para mantener el apego pero siendo
rechazada profundamente por lesionar al narcisismo? O, por el contrario,
¿apuntala al narcisismo al promover, por ejemplo, un sentimiento de autonomía
del sujeto, haciéndole sentir que puede seguir un camino independiente respecto a
personajes a los que hasta ese momento se sometía, pero le crea angustias de
apego, de separación, de pérdida de las figuras significativas, con lo cual generará
resistencias profundas? Todo lo cual indica que el peso motivacional de una
intervención terapéutica es un peso ponderado: es el balance resultante de su
entrada en un sistema dinámico en que el poder de los distintos componentes –
sistemas motivacionales- suman, restan, interactúan para dar una dirección
determinada al procesamiento psíquico de las fantasías, los sentimientos y las
tendencias a la acción.
La conclusión más general que podría extraerse del caso en cuanto al poder que
tuvieron las interpretaciones para producir un cambio terapéutico es que se
apoyaron en las propias necesidades narcisistas del paciente y luego, de manera
jerárquicamente secundaria con respecto a aquéllas, en las de apego y de
autoconservación. Para este paciente, la regulación psicobiológica constituía un
sistema motivacional de peso menor comparado con las gratificaciones que
proporcionaba el sistema narcisista. Así como para otras personas –casos de
crisis de pánico- el alcanzar el equilibrio emocional, el no ser desbordado por la
angustia, constituye algo prioritario, este paciente era capaz de tolerar niveles
importantes de tensión, de activación neurovegetativa si ello era la consecuencia
de conductas que satisfacían su narcisismo.
Pero, ¿en que radicó el poder de la interpretación, de las ideas que le fueron
transmitidas por ésta? ¿Es que simplemente el paciente se dio cuenta de que sus
conductas y fantasías eran equivocadas, “falsas creencias”? ¿Es que cambió para
adecuarse a mi escala de valores, de criterios de salud y enfermedad? Creemos
que no residió ahí el mecanismo de acción de las interpretaciones sino en una de
las variantes de lo podríamos llamar acoplamiento de experiencias. Cuando en el
curso del tratamiento, repetía las conductas agresivas o exhibicionistas, cuando
revivía las “hazañas” de las que se vanagloriaba, en ese momento de exaltación
narcisista había una nueva experiencia, generada en buena medida por mi
respuesta transmitida implícitamente por la interpretación, y por mi actitud en
general, en que lo previamente placentero quedaba, en el momento de la
reactivación, acoplado con algo que le quitaba el placer experimentado. La
interpretación no actuó por su contenido semántico, por la verdad contenida en
ella, por describir mecanismos del paciente, sino por el contenido afectivo que
producía al ser parte de un vínculo que generaba una nueva significación y
valoración. La interpretación generaba una imagen diferente de la sostenida por el
paciente con anterioridad, representación de sí no placentera, incluso se podría
decir que desagradable, en que se veía como una persona agresiva y
exhibicionista que necesita de la aprobación de los demás. La vivencia placentera
agresiva y exhibicionista que formaba parte de su forma de ser fue acoplada en el
momento de activación, de estado de memoria lábil, con otra que la modificó (ver
más adelante el concepto de memoria en estado lábil).
De ahí que al evaluar qué intervención será aquella por la que optaremos durante
los distintos momentos de un tratamiento, el elemento a considerar será sobre qué
sistema motivacional se apoyará, cuál es el peso motivacional que tendrá en la
economía psíquica del paciente en cada momento y, de importancia no menor,
qué sistema motivacional o variante de éste será lo que se opondrá a su
efectividad. Si bien estamos lejos de la aspiración utópica de poder hacer un
cálculo de maximización de efectos, de algoritmo que tenga en cuenta el conjunto
de sistemas motivacionales que obtienen satisfacción en la intervención
terapéutica y de los que se le oponen, del interjuego dinámico entre todos ellos,
por lo menos el pensar en estos términos nos coloca en el camino de una
evaluación cualitativa de los factores en juego. Por satisfacción de un sistema
motivacional no entendemos satisfacción subjetiva sino simplemente el que las
regulaciones a las que apunta, que lo guían, puedan ser alcanzadas de alguna
manera. Cuando varias unidades funcionan simultáneamente, en paralelo,
influenciándose entre sí, cada una de ellas establece una restricción a las
posibilidades de funcionamiento de las otras y, por tanto, al conjunto de todas
(Westen & Gabbard, 2002). El estado que se alcanza en un momento dado es el
que satisface al mayor número de unidades del sistema, o sea, al conjunto de
restricciones que imponen a las demás. La expresión “satisfacción de las
restricciones paralelas” indica, precisamente, que se alcanza un estado en que se
han satisfecho las restricciones que las unidades del sistema funcionando
simultáneamente –en paralelo- van imponiéndose.
Ejemplo: alguien, ante una observación por parte de otra persona que le señala
una mejor forma de hacer una tarea, si se trata de un paciente narcisista este
sistema motivacional restringe las codificaciones posibles a una determinada: la
observación es vivida como crítica humillante. Si, a su vez, su forma de reaccionar
frente al sufrimiento narcisista fuera la agresividad –podría ser otra, la retracción y
la huida- esta modalidad restringe su tipo de respuesta de modo que ésta será de
tipo agresivo. Y si, simultáneamente, se trata de una personalidad fóbica, con
temor a la venganza del otro, este rasgo caracterológico restringirá su respuesta
posible con la finalidad de no ofrecer blanco al otro. Su psiquismo puede
encontrar, como forma de “satisfacción” de los distintos sistemas que imponen
restricciones, el responder mediante una agresión encubierta, de modo que se
“satisface” el sistema narcisista, el sistema agresivo, y los temores fóbicos. La
clásica idea de formación de compromiso encuentra en el interjuego entre los
sistemas motivacionales una clara ejemplificación. De esta manera, una
determinada conducta puede ser la resultante que satisfaga a distintos sistemas
motivacionales que están simultáneamente en juego. Cuál será la intervención que
produzca la satisfacción de las restricciones paralelas que se imponen entre los
sistemas motivacionales activados por la intervención terapéutica y los que actúan
automáticamente en el paciente -y que se oponen a la intervención- no lo
sabremos por anticipado sino que lo iremos descubriendo por las respuestas del
paciente.
Antes de proponer alguna variante técnica para la cuestión de cómo modificar los
procesamientos inconscientes, veamos unos descubrimientos recientes sobre la
estructura de la memoria que significan una verdadera revolución en nuestro
conocimiento acerca de la misma. Hasta ahora se sostenía que las memorias
antiguas una vez constituidas, fijadas, permanecían inalterables. Cuando esas
memorias eran reactivadas, recordadas, sobrevendría una nueva inscripción que
se agregaba a la anterior; aposición de inscripciones que determinaban la
consolidación de las mismas (Nadel & Land, 2000; Nader, et al., 2000; Sara,
2000). Pero los trabajos experimentales muestran que en el momento del recuerdo
la memoria entra en un estado, al que se ha denominado de memoria lábil, en que
la antigua inscripción es modificada por la experiencia que se está viviendo. La
conclusión -hay múltiples experimentos que confirman esos resultados- es que en
el momento del recordar, en ese momento, hay una reinscripción de la antigua
memoria, se reestructura, entrando en un estado lábil. Reestructuración que
implica la posibilidad de agregado de elementos que no estuvieron en la situación
original. El fenómeno de retroacción (après-coup) descrito por Freud encuentra
una sólida corroboración en las investigaciones actuales en neurociencia (para el
fenómeno de la retroacción, incluida una crítica a la traducción de Strachey del
término Nachträglichkeit usado por Freud, ver Thomä & Cheshire, 1991).
“Si bien inicialmente la aplicación de las estructuras del insight puede ser
consciente, después de un tiempo éstas se vuelven automáticas e inconscientes
en gran medida, permaneciendo operativas aun cuando el paciente pueda no
recordar el insight que ha obtenido en el curso del análisis”. (1993, p.69)
NOTAS
(2) Para una revisión de los distintos tipos de memoria, y su aplicación al psicoanálisis, ver Westen
& Gabbard, 2002.
(3) Ver, entre otros: Loewald, 1960; Balint, 1968; Kohut, 1971; Gedo, 1979; Clyman, 1991;
Lichtenberg et al., 1992; Killingmo, 1995; Greenberg, 1996; Mitchell, 1997; Stern et al., 1998;
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