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Consciente, Inconsciente y

Subconsciente – Los 3 Niveles De La


Mente

Subconsciente, Consciente e Inconsciente.

Estos son los 3 niveles de tu mente, la mía, y la de todos los seres


humanos.

La ciencia ha logrado grandes avances en conocer la manera cómo


funciona el cerebro humano, llegando a conclusiones interesantes como
las que veremos a continuación.

Y la división de nuestra mente en 3 partes, parece ser la teoría más


aceptada por estos días, por su forma de aplicarse en la vida real.

Lo cierto es que como seres humanos, hemos evolucionado desde


siempre, para adaptarnos a nuestro entorno.
Sin embargo, así como muchos animales desarrollaron alas para volar o
maneras de respirar bajo el agua.

El desarrollo humano fue principalmente intelectual, debido a que gracias


a nuestro intelecto, no necesitamos desarrollar tanto nuestro cuerpo,
como nuestra mente.

Por ejemplo nunca fue necesaria una mejor piel, pues inventamos la ropa
y construimos sitios dónde vivir, lejos de las inclemencias de elementos
como el sol y sus efectos.

Este es un gran ejemplo de que nuestra mente es nuestra mejor ventaja


evolutiva.

Así pues, dicha mente está dividida en 3 partes como veremos a


continuación, estas partes son:

 Consciente
 Inconsciente
 Subconsciente

Cada una de ellas tiene igual importancia en nuestro comportamiento y


actitud día a día.

El hecho de que se tomen en consideración las 3 mentes explica los


deseos y comportamientos humanos en su máxima expresión.

Mente Consciente
La mente consciente, es la más conocida de todas.

Es en la cual desarrollamos directamente la inteligencia y mediante la


cual adquirimos los conocimientos.

También podríamos denominar a la mente consciente, como la mente


lógica o racional.
Es la que nos permite tomar decisiones acertadas en determinados
instantes con base en las condiciones y el análisis que se pueda realizar
sobre ellas.

La mente consciente es la que usamos para saber cómo hacer lo que


vamos a hacer.
Es con la que le prestamos atención a los detalles y con la que llevamos
a cabo nuestras acciones.

Usamos nuestra mente consciente por ejemplo, para decidir si cruzar o


no la calle, con base en si vemos o no tráfico en determinado momento.
La mente consciente muchas veces hace uso de los recuerdos y las
memorias almacenadas, por lo que tiende a desarrollar y mejorar sus
habilidades con el tiempo.
Pero lo más curioso es que mientras más se desarrolla una habilidad
conscientemente, más se vuelve esta subconsciente y
hasta inconsciente.
Los caminos neuronales que componen la mente consciente, por lo
regular son fuertes y vienen programados…
… no sólo desde nuestros antepasados a través de la genética, sino
también desde nuestra infancia, a través de nuestros aprendizajes.

Quizás la mente consciente es la que percibimos como más activa en


todo momento.
Mente Subconsciente

La mente subconsciente por su parte, es la mente emocional.


Es aquella que se deja llevar por los gustos, los deseos y el corazón.

Subconscientemente creamos fuertes enlaces neuronales hacia ciertas


cosas o personas.
Por ejemplo, intenta cambiar de lugar el bote de basura de tu cocina o de
tu cuarto.

Verás como te tomará al menos unos días acostumbrarte a su nueva


ubicación.
Esto debido a que la conexión neuronal se había fortalecido y de
manera subconsciente conocíamos su lugar, por lo que no teníamos
que pensar conscientemente en dónde tirar la basura.
Cuando nos habituamos a estar con alguna persona nuestra
mente subconsciente va fortaleciendo sus conexiones neuronales hacia
ella.
Posteriormente puede llegar a surgir el amor y el afecto.

Es por esto que es tan duro para una madre perder un hijo, porque la
conexión es sólida como roca, y se empieza a crear desde la mismísima
fecundación.

Nuestra mente subconsciente es la encargada de obligarnos a llevar a


cabo acciones que en ocasiones consideramos irracionales.
Es por ejemplo la que nos impulsa a comprar cosas innecesarias en
ocasiones, o la que nos hace sentir celos o ira.

Es la encargada en sí, de nuestros sentimientos, pues es la mente que


nunca olvida.

La Mente Subconsciente Tiene Acceso A Tus Recuerdos

Si quisieras conscientemente recordar todo lo que has hecho en tu vida,


sería imposible.
Pero cosas que incluso creías que habías olvidado, las puedes recordar
si logras tener un acceso a esa mente subconsciente.
Como por ejemplo cuando hablamos con un viejo amigo de experiencias
pasadas.
Estas conversaciones en sí mismas crean atajos a nuestros recuerdos
almacenados en el cerebro.

Y los traen de vuelta mediante nuestra mente subconsciente.


Es por esta mente subconsciente que podemos recordar cosas tan
abstractas como sentimientos.
Por ejemplo, cómo nos sentimos en cierto lugar, o con ciertas personas y
hasta olores.
Normalmente los vendedores logran a través de la persuasión
comunicarse con nuestra mente subconsciente para crear la necesidad
o el deseo de compra en nosotros.
No sólo las demás personas pueden comunicarse con nuestra
mente subconsciente, sino que también nosotros mismos podemos
hacerlo.
Existen ciertas técnicas que permiten incluso modificar nuestra
manera subconsciente de pensar.
Esto último resulta bastante útil cuando queremos alinear nuestros
pensamientos, sentimientos y acciones.

Mente Inconsciente

Finalmente nuestra mente inconsciente, es la más primitiva de todas.


Es aquella que almacena todas aquellas experiencias vividas por nuestra
especie en sus millones de años de existencia.

Es la encargada de gestionar cuestiones fisiológicas tales como la


respiración, el ejemplo más claro de todos.

Fácilmente puedes controlar de manera consciente tu respiración y


aumentar, disminuir o detener su ritmo en cualquier momento.
Pero cuando no lo haces, y estás ocupado en muchas otras cosas, tu
mente inconsciente toma el control y te permite seguir viviendo.
Cuando estás durmiendo, por ejemplo, no piensas en respirar, porque
simplemente tu mente consciente está dopada.
Está viviendo un trance con el objetivo descansar y consolidar memorias
a largo plazo.

La mente inconsciente, es la que por ejemplo te hace cerrar los ojos


cuando detecta algún peligro potencial acercándose a tu rostro.
O la que mueve tus brazos para protegerte la cara cuando alguien intenta
golpearte.

La mente inconsciente es una mente reactiva y cuyos patrones de acción


están determinados por situaciones y vivencias milenarias.

Es también la encargada de hacernos sentir placer y dolor.


Es esta la mente encargada de centrarnos en nuestra zona de confort y
de alejarnos de los displaceres de la vida.

A pesar de que también es posible dominar esta mente, es la más


compleja de todas.

Debido a que sus funciones vienen determinadas por una genética


increíblemente fuerte de muchos, pero muchos años de aprendizaje y
error.

Tener el control absoluto sobre nuestra mente subconsciente e


inconsciente nos permitirá lograr el éxito.
Hacer consciente lo inconsciente para modificar los
procesamientos inconscientes: algunos mecanismos del cambio
terapéutico
Publicado en la revista nº022

Autor: Bleichmar, Hugo


Publicado en el International Journal of Psychoanalysis, 85 (2004), 1379-1400

Resumen

Se examinan algunos de los mecanismos por los cuales la interpretación dirigida primariamente a
incrementar el conocimiento consciente puede, sin embargo, producir cambios inconscientes,
considerándose a éstos como objetivo básico del tratamiento psicoanalítico. Se propone el
concepto de valencia o peso motivacional de la interpretación en base a evaluar qué fuerzas de los
diferentes sistemas motivacionales moviliza (hetero/autoconservación, sensual/sexual, apego,
narcisista, regulación psicobiológica, etc.), en cuál de éstos se apoya, cuáles serán los que se
opondrán a la intervención terapéutica y porqué. Se analizan también ciertas condiciones que
puedan explicar lo que se ha llamado cambio mediante la relación psicoanalítica, señalándose que
a pesar de las diferencias importantes con la interpretación compartiría con ésta algunos
mecanismos de cambio. Lo que conduce a la necesidad de matizar la concepción de que la
interpretación se dirigiría exclusivamente a la memoria declarativa sin efectos sobre la memoria
procedimental. Se plantea qué consecuencias podrían derivarse para la técnica terapéutica de los
hallazgos recientes en neurociencia sobre la llamada memoria en estado lábil, proponiéndose el
acoplamiento de experiencias como parte del instrumental analítico para el cambio terapéutico. Se
presenta una viñeta clínica que ilustra algunos de los aspectos teóricos y técnicos considerados.

La experiencia clínica ha mostrado el poder de la interpretación para promover


cambios, pero ¿cuál son las razones por las cuales los produce? ¿Es porque hace
consciente lo inconsciente? Esta respuesta con ser cierta, al menos en parte, no
termina de aclarar la cuestión de su acción transformadora ya que obliga a la
pregunta: ¿por qué hacer consciente lo inconsciente inclina hacia una nueva forma
de sentir, de pensar, y de actuar? Podríamos intentar responder a la cuestión del
mecanismo de acción diciendo que se altera el balance entre las fuerzas que
operan en el psiquismo, que lo que previamente estaba reprimido al encontrar un
cauce en la conciencia hace posible diferenciar fantasía de realidad, lo interno de
lo externo, el pasado del presente, o que el psiquismo dispone ahora de nuevas
energías previamente estranguladas, aunque tampoco esto dice mucho de la
naturaleza íntima del proceso de cambio ya que requiere que demos cuenta de
porqué el hecho que lo reprimido encuentre un cauce, o que libere fuerzas
reprimidas, o que apunte a rectificar fantasías arcaicas, encaminaría al
procesamiento psíquico y la conducta en una dirección determinada y no en otra.

De manera equivalente a lo que venimos de plantear respecto a la interpretación


nos sentimos obligados a interrogarnos acerca de porqué la relación terapéutica,
el vínculo, produce cambios. ¿Es porque cambia la memoria procedimental?
Concordamos con esto, aunque nos ubica frente a nuevas preguntas: ¿por qué el
vínculo cambia la memoria procedimental en cierta dirección, ciertos aspectos de
ella y no tantos otros que están también implicados en el vínculo? Y, sobre todo,
¿por qué el paciente incorpora los elementos de ese vínculo, la posición que en él
ocupa, por qué acepta inconscientemente participar en la forma de interacción que
la relación con el analista condiciona? Parece necesario, por tanto, intentar
profundizar en los mecanismos que hacen que la interpretación o el vínculo
producen el cambio terapéutico. Terreno para nada nuevo en psicoanálisis,
podríamos decir que ha sido una preocupación incesante desde su comienzo y en
el que contamos con numerosos y valiosos aportes que nos orientan en nuestra
búsqueda.

Comencemos por la interpretación, y examinemos la posición de Strachey (1934)


respecto a lo que denominó interpretación mutativa. Dice:

“Si todo va bien, el yo del paciente se dará cuenta del contraste entre el carácter
agresivo de sus sentimientos y la naturaleza real del analista, que no se comporta
como los objetos arcaicos “buenos” o “malos” del paciente. El paciente, por así
decirlo, se dará cuenta de la distinción entre su objeto de fantasía arcaico y el
objeto externo real” (p.146).

Más adelante sostiene: “En la segunda fase de una interpretación completa, por
tanto, el sentido de realidad del paciente desempeña un papel fundamental”.

Pero, ¿es que la interpretación modifica porque muestra una realidad que
contrasta con las fantasías del paciente poniendo en evidencia lo inadecuado de
éstas o, más bien, porque posee un poder motivacional que es el que predomina
sobre el poder motivacional de la fantasía y de las conductas que va a modificar?
Ninguna creencia, sea inconsciente o consciente, será reemplazada por otra si la
segunda no posee un valor motivacional que la haga más poderosa en el
procesamiento psíquico. Lo comprobamos con los intentos frustros de mostrar al
paciente paranoide que distorsiona la realidad. Es siempre el interjuego dinámico
entre el placer/displacer entre unas y otras creencias, entre unas y otras fantasías,
entre unas y otras conductas, lo que decide el rumbo que tomará el psiquismo. Por
ello debemos averiguar en qué condición interna se apoya la interpretación para
que lo que transmite reestructure aquello que el sujeto cree/siente/hace. De lo que
se trata, según entendemos la cuestión, es de especificar qué es lo que mueve al
psiquismo, cuáles son las fuerzas que están en juego, y entonces sí evaluar cuál
de éstas fuerzas son las que activa y moviliza la interpretación o la relación
terapéutica, y las resistencias con que se enfrentan una y otra.

El psiquismo puede ser considerado como teniendo una estructura modular


(Chomsky, 1984), dentro de la cual existe un conjunto de sistemas
motivacionales (Stern, 1985; Lichtenberg, 1989; Lichtenberg et. al., 1992), cada
uno con necesidades y deseos propios, con un origen diferenciado, con ciertos
objetos que los satisfacen, y angustias que le son específicas. Así, podemos
reconocer un sistema de la hetero/autoconservación (heteroconservación significa
cuidado, preservación del otro; autoconservación, cuidado, preservación del propio
sujeto); un sistema sensual/sexual; un sistema del apego; uno organizado
alrededor del narcisismo; otro de la regulación psicobiológica. Esta categorización
que no pretende ser, inclusiva sólo se presenta a los fines de destacar la
existencia de diversos tipos de motivaciones. Si bien esos sistemas tienen origen y
evolución propia, ello no implica encapsulamiento (aislamiento) como propone
Fodor (1983) sino que los sistemas se van organizando en un proceso de
modularización de interacciones recíprocas (Karmiloff-Smith, 1992). Así, por
ejemplo, la sexualidad, cuando es utilizada para contrarrestar angustias
narcisistas, puede evolucionar para ser más fuente de placer narcisista que
pulsional; o, si la sexualidad genera angustias narcisistas o de autoconservación
es abortada en su desarrollo; o si sirve para el apego pasa a ser reforzada y es
orientada hacia modalidades impuestas por el objeto de apego tanto en cuanto a
la zona erógena como en el tipo del objeto que la despierta.
Sistemas motivacionales que se estructuran en el seno de relaciones
interpersonales que los van marcando desde el momento del nacimiento. La
estabilidad en el predominio jerárquico de uno o de varios de estos sistemas
motivacionales ofrece la posibilidad de caracterizar ciertas estructuras de
personalidad (ej.: personas impulsadas predominantemente por intensas
necesidades de apego, o por deseos narcisistas, u orientadas hacia la
autopreservación y detección de peligros, etc.). Puede haber una alternancia en el
predominio relativo de estos sistemas motivacionales en distintos momentos y en
diferentes contextos intersubjetivos, lo que también ocurre durante el tratamiento.

Si las fantasías y las formas que adoptan los vínculos surgen y se mantienen
porque satisfacen profundas necesidades y deseos de distintos sistemas
motivacionales, de igual manera la interpretación para tener poder transformador
debe movilizar y sostenerse en esos sistemas motivacionales. El contenido de una
interpretación –o el vínculo terapéutico - deben ofrecer al sujeto algo que tenga
más peso motivacional que su forma habitual de representarse a él y al mundo, de
sentir, de actuar, de relacionarse. Si la interpretación y la relación son capaces de
generar cambios es porque movilizan en una dirección determinada a ciertos
sistemas motivacionales. Ese sería el elemento común a la interpretación y a la
relación en el que consideramos útil detenernos, a pesar de las enormes
diferencias entre ambas.

No hay interpretación que no implique una acción sobre alguno o varios de los
sistemas motivacionales mencionados más arriba. Como cualquier mensaje tiene,
incluido en el propio nivel semántico y en la intencionalidad del que la formula, un
componente afectivo y conativo, “propone” implícitamente algo a
pensar/sentir/hacer. Veamos esto con una condición que nos sirva de ilustración.
Un paciente, para proteger su narcisismo, para no sentirse defectuoso o culpable,
critica a otras personas, proyectando en los demás la identidad de inadecuado. El
terapeuta constata reiteradamente este tipo de defensa y se lo comunica al
paciente, incluso le muestra las raíces infantiles, las fantasías que le subyacen en
el presente, las angustias que lo impulsan. La descripción es convincente para el
analista, recoge los datos que a alguien que no fuera ese paciente se le
aparecerían como válidos, pero sólo si se movilizan en éste determinados
componentes motivacionales la interpretación tendrá alguna posibilidad de ser
transformadora. Esos componentes motivacionales podrán ser de diferente tipo.
Así, si el paciente tiene necesidades importantes de apego, de mantener el vínculo
con el analista, los contenidos de la interpretación podrán pasar a formar parte de
su psiquismo de igual manera que los mensajes parentales van siendo
incorporados en una identificación que asegura la relación con las figuras
significativas. O si el analista es una figura a la cual el paciente necesita como
sostén narcisista, para obtener ese sostén tenderá a transformarse en la dirección
que marca la interpretación. O, sin que sea por el poder de la transferencia, si la
interpretación va en un sentido congruente con el ideal del yo del paciente, en la
gratificación esperada por conformarse narcisísticamente de acuerdo a éste, se
hará factible el cambio pues se pueden abandonar defensas por el sentimiento
narcisista de que “no tengo el defecto de defenderme, de negar, de no
reconocer...”. En no pocas ocasiones el cambio de una conducta narcisista es
porque la nueva conducta promueve el narcisismo bajo otra modalidad, bajo el
sentimiento “yo cambio, y al cambiar, me veo como valioso por ser capaz de
hacerlo”. Por tanto, apoyo en el narcisismo para abandonar otra forma de
gratificación narcisista. Que la nueva forma sea menos patológica, que sea acorde
con criterios de salud mental, eso no es lo decisivo sino que ha encontrado su
poder en aportar satisfacción narcisista; interjuego entre variantes del narcisismo
que inclina la balanza en el sentido del cambio.

O si la interpretación señala algo que moviliza sentimientos de culpa –


heteroconservación, cuidado del otro-, el paciente tenderá a ser guiado por la
preocupación por el otro, por salir de su egocentrismo, por intentar reparar los
efectos de previas agresiones o desatenciones del otro. O, si sustentándose en las
necesidades de regulación psicobiológicas produce, sin ni siquiera subjetivación
en el paciente de lo que está sucediendo, un estado de mayor calma por la
disminución de conflictos con las figuras externas, lo captado simplemente como
eso, mayor bienestar psicobiológico, funcionará como impulso a dejar de lado lo
que producía tensión, en un proceso automático guiado por el principio del placer.
O si remueve obstáculos que dificultaban el placer sensual/sexual, permitiendo
que éste se incremente o que surja, entonces será en estas gratificaciones
anticipadas que encontrará peso dentro del psiquismo.

No hay interpretación que al ser formulada por el analista no implique la


subjetividad del analista y algún grado de preferencia por parte de éste sobre el
sentir pensar/hacer del paciente, a pesar de su intención de que esto no
suceda (Aron, 1992; Baranger et. al., 1983; Cooper, 1997; Grossman, 1996;
Makari, 1997; Meissner, 1998; Mitchell, 1997; Raphling, 2002; Renik, 1998; Smith,
1997). Sabemos de los riesgos del abuso del poder del analista, de que éste
quede colocado en el lugar de lector omnipotente del inconsciente del paciente,
pero este riesgo no desaparece porque el analista desee ubicarse en un supuesto
no saber, en ser él mismo sorprendido por los efectos de la interpretación, por el
“voluntarismo” yoico de no ser el saber. Paradoja de una posición que cuestiona al
yo del analista para proponer una identidad de no saber, que es también una
asunción yoica, todavía más idealizada. Por ello creemos que no se trata de
renunciar a un saber sino de cómo se lo usa, de las cautelas que guíen el hacer
del analista, de su apertura al diálogo analítico (encuentros/desencuentros con el
paciente), a la emergencia sin prejuicios de lo que derive de su intervención (De
León de Bernardi, 2003)

La intervención del analista requiere indispensablemente que pase a ser aceptable


para el paciente para que recién entonces se convierta en meta a la que éste
se acomodará referencialmente, inconscientemente. Por transformación
referenciada entendemos el proceso por el cual alguien se modifica tomando
como punto de referencia a un indicador externo o interno. Proceso automático,
inconsciente, uno de cuyos ejemplos más sorprendente es el de las
investigaciones que muestran cómo las personas pueden modificar las ondas
corticales lentas y los ritmos “mu” y “beta” de su electroencefalograma (algo que
intuitivamente se podría pensar que está totalmente por fuera de cualquier
posibilidad de influencia) al observar los efectos que esa modificación de las
propias ondas cerebrales van produciendo en un monitor de ordenador que recoge
las consecuencias de las mismas, y que actúa como referente externo. Esto
permite que sujetos cuadripléjicos escriban palabras en el ordenador mediante la
modificación de sus ondas eléctricas cerebrales al determinar que los potenciales
eléctricos se hagan positivos o negativos. (Kübler et al., 2001; Kotchoubey et. al.,
2002; Wolpaw et. al., 2002).

Lo interesante para nuestro propósito de pensar técnicas en psicoterapia


destinadas a modificar estados afectivos y neurovegetativos es que indican que si
resulta factible controlar funciones tan habitualmente fuera de la acción voluntaria
como la actividad de ondas eléctricas cerebrales, ello tiene lugar en base a una
comparación continua entre un estado interior y un referente que se convierte en
la guía para ir ajustando el estado interior en función de cómo esa guía va
reaccionando a lo que son las variaciones en el estado interior. Hay un proceso de
ida y vuelta, en que lo interno provoca una modificación en el exterior y esta
modificación permite cambiar algo interior, que sin ese referente externo no
podría autorregularse pues no se poseería ninguna información acerca de qué
sucede internamente. Gergely y Watson (1996), preguntándose cómo es que la
madre puede regular el estado afectivo del bebé consideran que ese proceso
consiste en algo similar al biofeeback. En este caso, argumentan los autores, es la
madre la que actuando como el referente exterior, con su propia emocionalidad, va
permitiendo que el bebé vaya acomodando su estado afectivo al que va
constatando en la madre (Fonagy et. al., 2002).
A pesar de que el control de las ondas eléctricas cerebrales llama la atención
porque escapa al sentido intuitivo que todos tenemos acerca de la cuestión, sin
embargo el hecho de que un referente externo sirva para ir modificando algo
corporal que no se halla bajo control voluntario ocurre en fenómenos que por ser
tan habituales no despiertan la misma curiosidad, y que podrían ser explicados por
un mecanismo similar. ¿Por qué los sujetos criados en una cierta lengua son
capaces de pronunciar sonidos que los de otras lenguas no lo pueden hacer? Para
articular esos sonidos se requiere colocar los componentes del aparato fonador –
lengua, labios, velo del paladar, epiglotis, cuerdas vocales, faringe, etc.- en cierta
combinación de posiciones que no son objeto de ningún control voluntario. Se
aprende a hacerlo en un proceso de acomodación al referente externo: se
escucha un sonido y se modifica algo interior enormemente complejo en sus
combinaciones, de manera totalmente inconsciente, hasta lograr que lo producido
por el sujeto encaje con lo escuchado.

Parecería que nos encontramos ante un mecanismo muy básico por el cual una
condición-guía externa dirige, en un acercamiento continuo hacia ella, procesos
psicológicos y corporales de modo de ir disminuyendo la diferencia entre cada
acción del sujeto y esa condición-guía. Mecanismo al que nos ha parecido
adecuado denominar de transformación referenciada ya que es la contrastación
continua entre un estado del sujeto y un referente que sirve de guía para ir
aproximándose a ese referente. Regulaciones basadas en la transformación
referenciada que es lo que muestran todos los estudios sobre las regulaciones
recíprocas en los intercambios afectivos entre el bebé y su personaje
significativo (Stern, 1985; Beebe & Lachmann, 2002).

Pero la transformación referenciada no es una simple cuestión cognitiva sino que


el referente-guía debe satisfacer necesidades motivacionales del sujeto. La
condición-guía a alcanzar podrá ser la determinada por preferencias del propio
sujeto –deseos, necesidades, ideales/mandatos del superyó- o por las de los otros
significativos, activándose tanto en uno como en otro caso todos los mecanismos
corporales, afectivos y cognitivos a nivel procedimental o simbólico que hagan
aproximar a éstos a la condición-guía. Si se controlan las ondas cerebrales, el
aparato fonador, y muchos otros elementos habitualmente por fuera de la
conciencia, entonces no es de extrañar que suceda lo mismo con los estados
afectivos, con los procesos de éstos en el cuerpo, no sólo con la expresión de las
emociones sino con su misma existencia. Para adecuarse al otro, se adoptan
formas emocionales que acerquen a las de ese otro. No es únicamente que se
supriman o bloqueen emociones sino que serán construidas, desde el comienzo,
en toda su complejidad, en resonancia con las de los personajes significativos. Lo
que no quiere decir que no haya componentes biológicos innatos de disponibilidad
emocional (Davidson et. al, 2003; Keltner et. al 2003) pero sí que el desarrollo, la
amplitud, la especificación depende del otro significativo (Dunn, 2003).
Transformación referenciada que ocurre por fuera de la conciencia y que está en
la base de la identificación que el sujeto infante o adulto realiza con sus otros
significativos. Para la cual parecieran existir algunos módulos innatos, como el de
las recién descubiertas “neuronas espejo” en la corteza cerebral que tienen la
facultad, desconocida hasta el presente para una neurona, de descargar impulsos
tanto cuando el sujeto observa a un otro realizar un movimiento como cuando es
el sujeto quien lo hace (Rizzolatti et. al., 2001; Stamenov & Gallese, 2002). Estas
neuronas, a las que se ha denominado "neuronas espejo", forman parte de un
sistema percepción/ejecución de modo que la simple observación de movimientos
de la mano o de la boca de otro sujeto activa regiones específicas de la corteza
motora en el sujeto observador como si éste se estuvieran realizando esos
movimientos aun cuando esta activación motora no se transforme en movimiento
actuado visible (Blakemore & Decety, 2001; Ferrari et. al., 2003).

Las neuronas espejo proveerían ciertos medios biológicos para favorecer los
procesos de identificación esenciales para garantizar que el infante y el cuidador/a
se encuentren, para que los caracteres comportamentales del segundo puedan
pasar a ser parte del primero (Stamenov & Gallese, 2002). Pero, también, para
que los movimientos del lactante puedan resonar en el cuidador/a, quien pasará a
sentirlos como propios. Las consecuencias van más allá de que el movimiento del
otro, al ser observado, genere un movimiento igual en el observador. Los
investigadores que trabajan en el sistema percepción/ejecución de las "neuronas
espejo" se plantean con mucho fundamento la idea de que este sistema integra un
circuito que permite atribuir/entender las intenciones de los otros (1). Cuando un
sujeto realiza acciones -simples o complejas-, estas acciones van acompañadas
de una captación de las propias intenciones que impulsan el hacerlas. Se forma
así una articulación en el psiquismo de modo que la propia acción queda asociada
a la intención que la puso en marcha. Cada intención queda asociada a acciones
específicas que le dan expresión, y cada acción evoca las intenciones asociadas.
Una vez formado ese complejo asociativo "acción/intención" en un sujeto, cuando
sea un otro quien realiza una acción que en base a las neuronas espejo evoca en
el cerebro del sujeto observador la acción equivalente, ésta acción evocaría en
éste la intención que con ella está asociada. Es decir, la siguiente secuencia:
observación de la acción del otro, neuronas espejos que en el sujeto codifican la
activación cerebral de las mismas acciones, acciones que en el sujeto están
asociadas a intenciones. Por eso el sujeto va a atribuir al otro la intención que
tendría la acción si la realizase él mismo. Se entiende entonces que la lectura que
alguien hace de las intenciones del otro es, en buena medida, atribución desde las
propias intenciones, con lo cual el mecanismo de proyección es estructural en la
intersubjetividad y no mero proceso defensivo. La defensa, en realidad, hace uso
de una propiedad estructural del psiquismo.

La resistencia al cambio
El analista, mediante la interpretación indica cierta meta a alcanzar (Raphling,
2002); el paciente posee otras metas que le son “preferibles” para sus sistemas
motivacionales -ej: satisfacción narcisista que le produce cierta forma de ser o de
actuar, incluido el sentimiento/necesidad de no dejarse influenciar, o satisfacción
sexual a la que no está dispuesto a abandonar, o formas de apego, etc.
Discordancias posibles entre la meta preferible para el analista y la del paciente
que determinará si se producirá o no la transformación referenciada. Lo que
denominamos resistencia al cambio terapéutico puede ser entendido como la
discordancia entre las metas internas del paciente, con sus automatismos de
actuación incluidos, y las metas hacia las cuales el analista apunta, más allá de su
firme intención consciente de no fijar ninguna.

Lo anterior pone en cuestión los supuestos de una posición cognitivista en


psicoanálisis o la de la escuela de psicoterapia cognitiva: no se trata únicamente
de una contrastación entre creencias, entre las “falsas” y las “verdaderas” acordes
con la realidad, sino de que las metas a las que tienda el terapeuta con sus
intervenciones no sean discordantes con las preferencias básicas automatizadas
del paciente derivadas de sus sistemas motivacionales de
hetero/autoconservación, sensual/sexual, narcisista, de apego, de regulación
psicobiológica, de evitación del sufrimiento. Por ello, la cuestión no es sólo si la
interpretación describe adecuadamente el funcionamiento del paciente, su mundo
interno, sus formas de vínculo –debe hacerlo, no cualquier narrativa es igual-, o
que su formulación se produzca en el momento adecuado –la cuestión del timing-
sino, y especialmente si se espera que tenga carácter transformador, que la meta
hacia la que apunte posea mayor grado de preferencia motivacional para el
paciente que sus automatismos. Para superar a estos automatismos tiene que
haber una recompensa en algunos de los sistemas motivacionales que sea mayor
que los que aquellos proveen. Si el principio de interjuego dinámico de fuerzas fue
uno de los grandes descubrimientos freudianos, esta regla de funcionamiento del
psiquismo no se aplica exclusivamente a las relaciones entre instancias psíquicas
–entre el yo y el superyó, por ej.- sino, también, al existente entre las motivaciones
a las que apela la intervención terapéutica y las que mantienen habitualmente el
procesamiento psíquico dentro de ciertas direcciones. Eglé destaca que el valor de
“verdad” de una interpretación depende de la experiencia afectiva que promueve:

“Al poner el énfasis en la experiencia afectiva más que en la información o la


verdad analítica, creo que reconocemos que la experiencia afectiva es lo único
que tiene la capacidad de dotar a la verdad del analista, o a la interpretación
“correcta”, de la cualidad de verdad para el paciente.” (1994, p. 1094).

Desde otra posición, Weiss (1992) considera que la interpretación resulta efectiva
si es, como él la denomina, “pro-plan”, si se halla en la dirección de la necesidad
profunda del paciente.
El mérito que le vemos al concepto de peso motivacional o de valencia
motivacional de la intervención terapéutica –sea la interpretación, el señalamiento,
el consejo o la relación que se va inscribiendo como memoria procedimental- es
que ubica a ésta dentro de un modelo dinámico: en vez de ser algo en sí misma,
su valor depende de su interacción con el estado de los sistemas motivacionales,
con su capacidad para modificar su balance. En el balance entre lo que satisface a
las necesidades de los sistemas motivacionales y lo que está en contra de las
mismas, ¿qué es lo que predomina con una intervención determinada? ¿Qué
variante posible de una intervención terapéutica se ajustará mejor para producir un
menor nivel de contradicción con tal o cual sistema motivacional? ¿La intervención
se apoya, por ejemplo, en el sistema motivacional del apego pero entra en
contradicción con el narcisista, hace sentir a la persona inferior o humillada,
provocando por ello una aceptación formal para mantener el apego pero siendo
rechazada profundamente por lesionar al narcisismo? O, por el contrario,
¿apuntala al narcisismo al promover, por ejemplo, un sentimiento de autonomía
del sujeto, haciéndole sentir que puede seguir un camino independiente respecto a
personajes a los que hasta ese momento se sometía, pero le crea angustias de
apego, de separación, de pérdida de las figuras significativas, con lo cual generará
resistencias profundas? Todo lo cual indica que el peso motivacional de una
intervención terapéutica es un peso ponderado: es el balance resultante de su
entrada en un sistema dinámico en que el poder de los distintos componentes –
sistemas motivacionales- suman, restan, interactúan para dar una dirección
determinada al procesamiento psíquico de las fantasías, los sentimientos y las
tendencias a la acción.

La teoría del conflicto, central en psicoanálisis, se puede aplicar así al interjuego


entre sistemas motivacionales. Alguien por necesidades narcisistas puede reprimir
necesidades de apego o sexuales o, incluso, de autoconservación. O por
necesidades de apego renunciar a aspiraciones narcisistas aceptando toda clase
de humillaciones, negando la existencia de éstas. O por necesidades de
regulación psicobiológica dejar de lado satisfacciones narcisistas, a la sexualidad y
al apego con tal de encontrar el equilibrio, la disminución de la ansiedad y de la
actividad neurovegetativa, que pasan ser prioritarias. Por otra parte, puede haber
una alternancia en el predominio relativo de cada sistema motivacional. En
determinados contextos y momentos intersubjetivos, tanto en la vida real como en
la transferencia, el sistema narcisista pasa a ser dominante y prácticamente todo
gira en torno a sus deseos, angustias y tipos de defensas, mientras que en otros
las preocupaciones derivadas del sistema de apego, o de la autoconservación
(persecución, angustias hipocondríacas, crisis de pánico) toman el comando de la
vida psíquica. Puede haber conflictos intermotivacionales o sinergias entre los
diferentes sistemas.

La discusión entre cambio mediante la interpretación y cambio mediante la


relación durante el tratamiento psicoanalítico al enfatizar las indudables diferencias
existentes puede hacernos dejar de lado la pregunta de por qué producen
transformaciones uno y otro procedimiento, y de si existe algún elemento común
entre ambos. Generalmente para explicar los efectos del vínculo terapéutico
solemos invocar el argumento de que el analista no repite lo que hicieron las
figuras del pasado, que ello posibilita la incorporación de otros modelos
relacionales que se inscriben en términos de memoria procedimental, o que hay
una experiencia emocional correctiva. Pero, como planteamos más arriba, si la
relación produce un cambio es porque lo hace desde los propios sistemas
motivacionales del paciente y no por lo que simplemente actúe el terapeuta. Por
otra parte, la interpretación establece también una forma de vínculo, otorga una
identidad al paciente, hace sentir a esa identidad como más o menos valorada por
el analista. Se podría pensar que la interpretación modifica la memoria declarativa
y la relación la procedimental. No estamos convencidos de que esta formulación
dé cuenta de la totalidad de los fenómenos involucrados. La interpretación posee
un claro componente declarativo, consciente, semántico, pero en su decir ubica al
paciente en un lugar con respecto al que la formula y, por tanto, reestructura la
relación; la interpretación es también relación. Esto no borra las diferencias entre
la interpretación y la relación actuada pero establece algunos puentes que
permiten superar el cognitivismo conciencialista que otorga el poder de cambio a
una supuesta simple rectificación de ideas por otras más acordes con la realidad
objetiva.

Ejemplificación del peso motivacional de la interpretación: un caso de


narcisismo paranoide destructivo

Veamos en qué se apoyaron las interpretaciones en el caso de una persona que


sufría de narcisismo destructivo, que agredía a los demás, que manifestaba
hostilidad intensa en el vínculo conmigo, malhumor, reproches, que presentaba
frecuentes actitudes exhibicionistas. Tratamiento marcado por el sentimiento de
que aceptar al terapeuta era someterse, y por la necesidad de ser el que humilla y
no el humillado -identificación con el agresor, con padres sádicos, hostiles. Su
conducta sádica satisfacía al sistema narcisista –fantasías de "Soy agresivo, por
tanto, poderoso y grandioso- y al de la autoconservación –“Soy agresivo, por
tanto, poderoso y no corro peligro". ¿Cuál fue la forma de encarar el tratamiento?
Por un lado, un trabajo que podríamos considerar típico sobre la identificación
proyectiva defensiva (Kernberg, 1989; Sandler & Sandler, 1993) en que empleé
intervenciones del tipo: "Entiendo cómo se debe de haber sentido de pequeño:
humillado, teniendo que soportar todo lo que su mamá decidía arbitrariamente. Es
como si se hubiera dicho: nunca más voy a estar en esa situación". Además, fui
viendo su identificación con el agresor, mostrando el lugar en que me ubicaba:
"Ahora yo soy el humillado, el que debe aguantar toda arbitrariedad, que Ud. no la
siente como arbitrariedad sino que tiene el derecho a maltratarme por lo que
siente que yo y los demás le hemos hecho".

También me detuve en compartir con el paciente mi visión del código paranoide


desde el que construía al otro, a sus presuntas ofensas y malos tratos, en la
codificación que hacía de la realidad, en cómo seleccionaba los datos que lo
confirmaban y desechaba los que no encajaban. Le planteé que siempre había
mirado las intenciones de los demás y que eso le había impedido reflexionar sobre
su propia mente, sobre la forma en que construía sus pensamientos. Le dije que el
poder colocarse como observador del funcionamiento de su mente, el preguntarse
sobre las necesidades emocionales que le conducían a las convicciones que iba
teniendo, el no quedar atrapado en esas convicciones como si fueran verdades
inobjetables, sería un progreso decisivo, nada fácil de alcanzar. O sea, apelación a
su narcisismo para promover el cambio. También le señalé en otra ocasión que
siempre se había sentido muy diferente de los padres pero que parecía tener, a
pesar de desear lo contrario, un rasgo en común con ellos: el desconocer que la
realidad puede ser vista de muchas maneras, que así como sus padres no podían
entender que sus creencias no fueran las verdaderas, él, aunque llegando a
distintas conclusiones que los padres, tenía el mismo grado de "fanatismo" –
palabra usada por el paciente para describir al padre- que tanto criticaba.
Nuevamente apoyo en el narcisismo del paciente –“no seré como mis padres,
fanático, seré superior a ellos”- como aquello que otorgaba peso motivacional a la
interpretación en el psiquismo del paciente. En esa etapa del tratamiento no puedo
considerar que fuera la influencia de la transferencia positiva, o la necesidad de
apego, lo que promovía que lo que yo dijera tuviera poder en él, ni tampoco la
“verdad” contenida en mis interpretaciones. Más bien, a pesar de que por
narcisismo rechazaba sentir que de mí podría venir algo novedoso, por ese mismo
narcisismo no podía tolerar ser visto, y mirarse desde su superyó, como
poseyendo un psiquismo defectuoso.

La promoción del "descentramiento respecto a la propia mente", de modo que


pudiese observar las producciones de su mente como lo haría un observador
externo, requirió la disminución de las angustias que hacían que se equiparasen
las propias ideas y la realidad, sin fisuras entre aquéllas y ésta. El
descentramiento respecto a la propia mente es una condición que trasciende a la
autoobservación. Una persona puede autoobservarse, decir que siente tal o cual
emoción, que tiene tal o cual fantasía, pero lo esencial es que pueda llegar a
captar las razones por las cuales su mente construye ciertos significados y no
otros. Proceso paradójico pues al contemplarse a la propia mente en sus procesos
de producir pensamientos y sentimientos se lo va haciendo desde ciertas
perspectivas, que, a su vez, pueden ser examinadas, en un movimiento que, sin
pretender ser una regresión al infinito, constituye la mejor posibilidad del ser
humano de no quedar hipnotizado por los propios pensamientos y sentimientos.

Los efectos de las intervenciones destinadas al descentramiento respecto a su


propia mente, actividad retomada por el paciente pero ahora narcisizada,
permitieron ir moderando notablemente sus rasgos patológicos más destacados.
Como llegó a poder expresar: "antes creía que lo que pensaba era una fotografía
de todo, tal cual como eran las cosas"; ese “antes” indica que el cambio al que
apuntaban mis intervenciones encontró en el paciente un soporte narcisista –el
sentimiento “yo cambio, no soy el de antes”. Pero, además, y esta es una paradoja
en el tratamiento de las personalidades con rasgos narcisistas como los que el
paciente presentaba, me incorporó dentro de sus posesiones narcisistas: yo era el
analista con el que sí se podía dialogar en un intercambio “inteligente”. Nueva
espiral en la elaboración progresiva de su narcisismo que se apoyaba en éste para
ir transformándolo hacia modalidades menos patológicas. La modificación
creciente de su forma de narcisizarse permitió ir dando paso a incipientes
satisfacciones en sus necesidades y deseos de apego, no sólo conmigo sino con
el conseguido con figuras que antes lo rechazaban. Mejores vínculos que
posibilitaron, a su vez, menores angustias persecutorias y, en consecuencia,
participación del sistema de la autoconservación en el proceso de impulsar el
cambio.

La conclusión más general que podría extraerse del caso en cuanto al poder que
tuvieron las interpretaciones para producir un cambio terapéutico es que se
apoyaron en las propias necesidades narcisistas del paciente y luego, de manera
jerárquicamente secundaria con respecto a aquéllas, en las de apego y de
autoconservación. Para este paciente, la regulación psicobiológica constituía un
sistema motivacional de peso menor comparado con las gratificaciones que
proporcionaba el sistema narcisista. Así como para otras personas –casos de
crisis de pánico- el alcanzar el equilibrio emocional, el no ser desbordado por la
angustia, constituye algo prioritario, este paciente era capaz de tolerar niveles
importantes de tensión, de activación neurovegetativa si ello era la consecuencia
de conductas que satisfacían su narcisismo.

El acoplamiento de experiencias: interjuego placer/displacer

Pero, ¿en que radicó el poder de la interpretación, de las ideas que le fueron
transmitidas por ésta? ¿Es que simplemente el paciente se dio cuenta de que sus
conductas y fantasías eran equivocadas, “falsas creencias”? ¿Es que cambió para
adecuarse a mi escala de valores, de criterios de salud y enfermedad? Creemos
que no residió ahí el mecanismo de acción de las interpretaciones sino en una de
las variantes de lo podríamos llamar acoplamiento de experiencias. Cuando en el
curso del tratamiento, repetía las conductas agresivas o exhibicionistas, cuando
revivía las “hazañas” de las que se vanagloriaba, en ese momento de exaltación
narcisista había una nueva experiencia, generada en buena medida por mi
respuesta transmitida implícitamente por la interpretación, y por mi actitud en
general, en que lo previamente placentero quedaba, en el momento de la
reactivación, acoplado con algo que le quitaba el placer experimentado. La
interpretación no actuó por su contenido semántico, por la verdad contenida en
ella, por describir mecanismos del paciente, sino por el contenido afectivo que
producía al ser parte de un vínculo que generaba una nueva significación y
valoración. La interpretación generaba una imagen diferente de la sostenida por el
paciente con anterioridad, representación de sí no placentera, incluso se podría
decir que desagradable, en que se veía como una persona agresiva y
exhibicionista que necesita de la aprobación de los demás. La vivencia placentera
agresiva y exhibicionista que formaba parte de su forma de ser fue acoplada en el
momento de activación, de estado de memoria lábil, con otra que la modificó (ver
más adelante el concepto de memoria en estado lábil).

De ahí que al evaluar qué intervención será aquella por la que optaremos durante
los distintos momentos de un tratamiento, el elemento a considerar será sobre qué
sistema motivacional se apoyará, cuál es el peso motivacional que tendrá en la
economía psíquica del paciente en cada momento y, de importancia no menor,
qué sistema motivacional o variante de éste será lo que se opondrá a su
efectividad. Si bien estamos lejos de la aspiración utópica de poder hacer un
cálculo de maximización de efectos, de algoritmo que tenga en cuenta el conjunto
de sistemas motivacionales que obtienen satisfacción en la intervención
terapéutica y de los que se le oponen, del interjuego dinámico entre todos ellos,
por lo menos el pensar en estos términos nos coloca en el camino de una
evaluación cualitativa de los factores en juego. Por satisfacción de un sistema
motivacional no entendemos satisfacción subjetiva sino simplemente el que las
regulaciones a las que apunta, que lo guían, puedan ser alcanzadas de alguna
manera. Cuando varias unidades funcionan simultáneamente, en paralelo,
influenciándose entre sí, cada una de ellas establece una restricción a las
posibilidades de funcionamiento de las otras y, por tanto, al conjunto de todas
(Westen & Gabbard, 2002). El estado que se alcanza en un momento dado es el
que satisface al mayor número de unidades del sistema, o sea, al conjunto de
restricciones que imponen a las demás. La expresión “satisfacción de las
restricciones paralelas” indica, precisamente, que se alcanza un estado en que se
han satisfecho las restricciones que las unidades del sistema funcionando
simultáneamente –en paralelo- van imponiéndose.

Ejemplo: alguien, ante una observación por parte de otra persona que le señala
una mejor forma de hacer una tarea, si se trata de un paciente narcisista este
sistema motivacional restringe las codificaciones posibles a una determinada: la
observación es vivida como crítica humillante. Si, a su vez, su forma de reaccionar
frente al sufrimiento narcisista fuera la agresividad –podría ser otra, la retracción y
la huida- esta modalidad restringe su tipo de respuesta de modo que ésta será de
tipo agresivo. Y si, simultáneamente, se trata de una personalidad fóbica, con
temor a la venganza del otro, este rasgo caracterológico restringirá su respuesta
posible con la finalidad de no ofrecer blanco al otro. Su psiquismo puede
encontrar, como forma de “satisfacción” de los distintos sistemas que imponen
restricciones, el responder mediante una agresión encubierta, de modo que se
“satisface” el sistema narcisista, el sistema agresivo, y los temores fóbicos. La
clásica idea de formación de compromiso encuentra en el interjuego entre los
sistemas motivacionales una clara ejemplificación. De esta manera, una
determinada conducta puede ser la resultante que satisfaga a distintos sistemas
motivacionales que están simultáneamente en juego. Cuál será la intervención que
produzca la satisfacción de las restricciones paralelas que se imponen entre los
sistemas motivacionales activados por la intervención terapéutica y los que actúan
automáticamente en el paciente -y que se oponen a la intervención- no lo
sabremos por anticipado sino que lo iremos descubriendo por las respuestas del
paciente.

La reinscripción en palabras de la memoria procedimental no es


suficiente para el cambio

El psicoanálisis es una cuestión de la palabra y del lenguaje, pero no sólo de ello


ya que los procesamientos inconscientes tienen múltiples formas de inscripción, y
el cuerpo las suyas. Por ello, son preguntas pertinentes: ¿Qué papel juega en
cada caso particular la palabra en la posibilidad de reestructuración del psiquismo,
qué papel la vivencia, qué papel la imagen cuasi alucinatoria que el paciente
puede convocar, qué papel el clima emocional que produce el analista con su
intervención? Son diferentes las narrativas conscientes que el paciente pueda
construir de su historia y del momento presente, de las narrativas inconscientes
con cierto grado de organización lógica, o de las fantasmáticas inconscientes en
términos de imágenes y objetos fragmentarios, o de diferentes formas de
inscripción procedimental presimbólica en que queda registrada la historia del
paciente y que sólo pueden ser recuperadas en formas de enactments
transferenciales. Cuestiones que colocan en primer plano la pregunta de cuál es la
relación entre el conocimiento consciente -uno de los objetivos básicos del
tratamiento analítico- y la modificación y cambio terapéutico. Aquí es pertinente
recordar lo que afirmaba Freud:

“Por tanto, para una consideración superficial parecería comprobado que


representaciones concientes e inconcientes son transcripciones diversas, y
separadas en sentido tópico, de un mismo contenido. Pero la más somera
reflexión muestra que la identidad entre la comunicación y el recuerdo reprimido
del paciente no es sino aparente. El tener-oído y el tener-vivenciado son, por su
naturaleza psicológica, dos cosas por entero diversas, por más que posean
idéntico contenido” (Freud, 1915, pp. 171-172, cursivas mías)

Diferencia entre tener-oído (palabras, representaciones en términos de discurso,


de explicaciones, de interpretaciones, de conocimiento sobre sí mismo) y tener-
vivenciado a nivel emocional y de esquemas de acción, de memoria procedimental
en las relaciones con el exterior en general y con los otros en particular. Freud no
conocía de las inscripciones que en la actualidad se ubican como memoria
procedimental (Clyman, 1991; Fonagy, 1999; Lyons-Ruth, 1999; Tulving & Craik,
2000; Davis, 2001) pero se dio cuenta que es diferente el hablar de algo y el
vivenciar ese algo del cual hablamos (2). Los procesamientos inconscientes se
hallan formados por más elementos que palabras y significados. Junto a éstos, a
las creencias matrices pasionales, a las fantasías complejas, existen esquemas de
acción, esquemas de coordinación entre ideas, afectos y acciones.
Lograr el cambio terapéutico no es cuestión simplemente del levantamiento de la
represión ni del mero acceso a la conciencia de lo desconocido por el paciente -a
pesar de la enorme importancia que esto tiene, y que buscamos en todo
tratamiento- sino de algo que va más allá de la ampliación de la conciencia (3). Se
trata de modificar los procesamientos inconscientes en múltiples niveles: en las
creencias matrices pasionales pero, también, en las formas de reaccionar a nivel
afectivo, a nivel neurovegetativo, a nivel de mecanismos anteriores a la
proyección, a la represión, a la negación, como son la desconexión respecto al
entorno, el bloqueo emocional, la desactivación parcial del desear, incluso la
defensa de intentar suspender -a veces exitosamente- la actividad mental (Ogden,
1982). Para cada una de estas condiciones se requieren formas de intervención
específica, que integren lo mejor del repertorio psicoanalítico. De otra forma, se
continuaría en la tendencia de usar una técnica monocorde para no importa qué
tipo de paciente o de sintomatología.

Paradojas de la técnica analítica

Hay una contradicción entre la afirmación de que la terapia psicoanalítica se basa


en hacer consciente lo inconsciente, por un lado, y la conceptualización de que lo
decisivo es el inconsciente, que son los procesamientos inconscientes los
determinantes, que la conciencia es un encubrimiento. Toda la teoría
psicoanalítica sobre el funcionamiento del psiquismo le otorga el peso prioritario a
los procesamientos inconscientes y la teoría de la cura, en cambio, al saber de la
conciencia. ¿Cómo se puede compatibilizar la importancia atribuida a los
procesamientos inconscientes como lo que guía básicamente al individuo y la
experiencia clínica de que poner al descubierto el funcionamiento inconsciente
produce cambios significativos? Si el cambio ocurriera exclusivamente en la
conciencia, si los procesamientos inconscientes no se modificasen, entonces nada
decisivo, estructural, se habría alcanzado. Por ello, hacer consciente lo
inconsciente, el insight emocional, tiene poder no porque sea algo en sí mismo
sino porque constituye un primer paso para la modificación ulterior de lo
inconsciente. Un paciente se entera de una forma de protegerse frente al
sufrimiento, de una fantasía inconsciente, de un tipo de vínculo que actúa
automáticamente, y si ese nuevo conocimiento posee peso motivacional, entonces
servirá de guía para que se vaya aproximando a otra forma de funcionar mediante
la repetición, hasta llegar a ser automatismo, de la dirección hacia la cual el saber
consciente le va inclinando. La ampliación de la conciencia prepara el camino, es
un primer tiempo, un instrumento valioso, para la modificación del inconsciente,
que es el objetivo último de la terapia psicoanalítica.

¿Se puede alcanzar el mismo resultado de modificar los procesamientos


inconscientes mediante la relación, mediante el más allá de la interpretación? Lo
que hoy sabemos sobre la memoria procedimental, y el trabajo clínico, indican que
la relación terapéutica produce cambios significativos en la forma de estar con el
otro. Hay cambios mediante la relación, pero ésta tiene también limitaciones
importantes, de las que quisiéramos destacar dos:

a) En el vínculo terapéutico es imposible que se reproduzca el amplio repertorio


de sentimientos y de conductas que el paciente puede experimentar en otros
vínculos. Si el vínculo es cuestión de dos, si se co-construye en el intercambio,
¿acaso la posición del analista que no reacciona con la emocionalidad de la
pareja, ni tiene el grado de implicación de ésta, ni responde con agresividad o con
amor de igual manera e intensidad que un personaje externo, no determinará que
el rango de transferencias posibles del paciente encuentre en ello una limitación?
¿Es igual el “como si” de la transferencia a la multiplicidad de vínculos, de
emociones, de compromisos corporales que se tienen con personajes fuera del
tratamiento? Nos parece una paradoja no resuelta en la que se encuentran ciertas
concepciones intersubjetivistas en psicoanálisis que afirman, simultáneamente,
que lo que siente y hace el paciente en la relación terapéutica es el resultado de
una co-construcción en la que interviene el terapeuta con su sentir y su hacer, que
el terapeuta debe mantener ciertos límites a su actuación, a pesar de su
involucración espontánea, con lo cual restringen lo que el paciente hará y, por otro
lado, la postura de que el cambio tiene que tener lugar exclusivamente en la
relación con el terapeuta, siendo prescindible la interpretación. Sin embargo, si la
relación analítica se construye de forma conjunta y el analista no se comporta
como otras figuras externas, ¿cómo podría abarcar la relación analítica toda la
gama de experiencias emocionales del paciente?

b) Dejar librado el cambio inconsciente a la relación sin que el paciente amplíe


el conocimiento acerca de su funcionamiento es privarle de la posibilidad de dirigir
en cierta medida su vida, aun con las limitaciones que esto siempre tiene, incluso
de permitir la generalización de lo vivido en la relación terapéutica a otros vínculos.
La conciencia engaña, sin dudas, pero es la única posibilidad que tiene el ser
humano de escapar a la repetición ciega de sus automatismos pues lo
inconsciente no engaña menos. Por ello, pensamos que ampliación de la
conciencia y cambio mediante la relación no se oponen, ambos tienen sus
potencialidades y sus limitaciones.

Cómo modificar los procesamientos inconscientes. La memoria en estado


lábil

Antes de proponer alguna variante técnica para la cuestión de cómo modificar los
procesamientos inconscientes, veamos unos descubrimientos recientes sobre la
estructura de la memoria que significan una verdadera revolución en nuestro
conocimiento acerca de la misma. Hasta ahora se sostenía que las memorias
antiguas una vez constituidas, fijadas, permanecían inalterables. Cuando esas
memorias eran reactivadas, recordadas, sobrevendría una nueva inscripción que
se agregaba a la anterior; aposición de inscripciones que determinaban la
consolidación de las mismas (Nadel & Land, 2000; Nader, et al., 2000; Sara,
2000). Pero los trabajos experimentales muestran que en el momento del recuerdo
la memoria entra en un estado, al que se ha denominado de memoria lábil, en que
la antigua inscripción es modificada por la experiencia que se está viviendo. La
conclusión -hay múltiples experimentos que confirman esos resultados- es que en
el momento del recordar, en ese momento, hay una reinscripción de la antigua
memoria, se reestructura, entrando en un estado lábil. Reestructuración que
implica la posibilidad de agregado de elementos que no estuvieron en la situación
original. El fenómeno de retroacción (après-coup) descrito por Freud encuentra
una sólida corroboración en las investigaciones actuales en neurociencia (para el
fenómeno de la retroacción, incluida una crítica a la traducción de Strachey del
término Nachträglichkeit usado por Freud, ver Thomä & Cheshire, 1991).

Una propuesta técnica: el acoplamiento de experiencias

Veamos, ahora, las consecuencias que este conocimiento sobre la memoria en


estado lábil y de reconsolidación pueda tener para nuestro campo, para las
intervenciones psicológicas reestructurantes de creencias y de inscripciones
presimbólicas sólidamente enraizadas en el psiquismo. Por de pronto, la
necesidad, para modificar las creencias pasionales disfuncionales y las
configuraciones vinculares disfuncionales, de revivir las experiencias concretas,
una a una, no la síntesis conceptual, no las descripciones sobre rasgos de
carácter, sino el detenerse en recorrer las experiencias, los acontecimientos que
fueron estructurantes, tanto con los personajes importantes como con los actuales,
incluido el terapeuta. Pero no basta el revivir en sí, o el recordar con intensidad;
eso lo único que produciría sería una reconsolidación. La catarsis no cura, lo
sabemos desde Freud.

Aquí resulta pertinente, antes de continuar, introducir otro concepto, el de


"memoria afectivamente dependiente" que se refiere al hecho de que se recuerda
aquello que corresponde a un estado emocional similar al que tiene el sujeto en el
momento de recordar. Bajo un estado de alegría se asocia con las experiencias
alegres y bajo uno de tristeza se recuerdan las experiencias correspondientes a
este estado. La asociación no es por la temática sino que el estado afectivo -
tristeza, alegría, miedo, etc.- va convocando todo lo que tenga estas
cualidades (Forgas, 2003). El recuerdo y la asociación por el estado afectivo, la
memoria afectivamente dependiente, ha sido relegada en psicoanálisis y la
psicología cognitiva porque se ha privilegiando la asociación por el significado o la
asociación por el significante.

Uniendo los conceptos de "memoria lábil" y "memoria afectivamente dependiente",


aparecen consecuencias para la psicoterapia, por ejemplo para el tratamiento de
las adicciones. Cuando a un paciente afectado por una adicción, el terapeuta le
muestra las motivaciones de la misma, o las consecuencias, ese momento
terapéutico está transcurriendo en un estado afectivo que no es el del estado de
placer del momento de la adicción. Las asociaciones que va a evocar la
intervención terapéutica, en el momento de la sesión en que ésta es realizada,
serán, por su carácter persecutorio -cuestionan al paciente en cierta manera- las
correspondientes a estados de miedo, de culpa de persecución. Se producirá una
disociación entre el estado afectivo en la terapia y el del momento en que el deseo
por la droga es activado por lo cual, al no estar activo el recuerdo del momento del
beber, con toda su cuota de placer, no hay posibilidad de modificar la vivencia que
ese beber produce.

Para superar la disociación emocional entre el momento del recordar en terapia y


el de beber, se requiere recrear en el tratamiento el momento de la activación del
deseo de consumir. No sirven las descripciones en términos de narrativas como
"fui al bar y me bebí la primera copa y después...". En cambio, hay que lograr que
el paciente recuerde con carga vivencial, tratando de recuperar, casi de manera
alucinatoria, el momento del deseo y el placer de la copa. En el momento en que
eso sucede, sí valen las interpretaciones de las motivaciones o de las
consecuencias, pues se podrá reestructurar la memoria del deseo de beber. La
reconsolidación/modificación de la inscripción del momento de placer transcurre al
tiempo que la vivencia actual en ese momento de la sesión, con lo cual sí existe la
posibilidad de dotar de una valencia afectiva, y de significado, más compleja a la
primera.

En términos de Freud, no es lo mismo lo vivido que lo oído. Por ello, la técnica de


acoplamiento que proponemos busca poner en contacto dos experiencias con sus
componentes afectivos, perceptuales, con los pensamientos, con lo hablado, en
síntesis con todo lo vivido en diferentes niveles en que eso vivido queda inscrito -
memoria episódica, asociativa y procedimental. Apliquemos ahora este principio
del acoplamiento experiencialcomo forma de intervención a otro tipo de cuadros, el
del trastorno narcisista por déficit de narcisización, con baja autoestima. No resulta
suficiente el reaseguramiento, o que paciente y terapeuta recorran los méritos, los
logros, -el apoyo narcisista, emocional-, o que se trate de mostrar que la
inferioridad corresponde a falsas creencias -la terapia cognitiva-, pues estos
reaseguramientos quedarían nuevamente escindidos, separados de las
experiencias inferiorizantes, dolorosas, traumatizantes. Resulta indispensable la
conexión vivencial de esas experiencias de inferioridad -o de temor-, que se
encuentran en estado de memoria lábil en el momento en que se recuerdan en el
tratamiento, con otras experiencias del pasado o con aquellas jamás antes vividas
pero experimentadas por primera vez en la relación terapéutica que tienen una
valencia opuesta a las de inferioridad. Por tanto, nueva vivencia, nueva
experiencia afectiva/cognitiva, sí, pero uniéndola con las experiencias pasadas,
con su recuerdo, de modo que lo antiguo disfuncional se reconsolide, se reinscriba
de otra manera. El pasado y la nueva experiencia deben estar juntas en la
memoria para que haya reconsolidación de lo antiguo. Después será necesario
que las nuevas experiencias se consoliden a través de su repetición, tiempo
indispensable.
Esto nos conduce a la necesidad de superar un cierto estereotipo interaccional
entre paciente y terapeuta que ha sido descrito como que el paciente asocia y el
analista observa e interpreta (Busch, 1994). En cambio, ¿cuáles serían las
intervenciones requeridas? Como dijimos, el revivir experiencias concretas, para lo
cual los recursos técnicos pueden ser de lo más variado, y librados a la creatividad
del terapeuta y paciente: ej. traer fotos de la infancia, vídeos, cartas, etc., de las
reuniones familiares, para mencionar algunos, porque eso crea una conexión
emocional particular con el recuerdo. Si el paciente nos cuenta, puede estar
contándolo pero sin revivirlo: relata algo a un otro, y la preocupación de que el otro
le entienda puede impedir que el paciente se quede en la vivencia de lo que está
relatando. Es necesario recuperar un aspecto de la cura catártica pero
agregándole una otra dimensión que no tenía y la hizo fracasar: se requiere que
se promuevan fantasías y conductas en la relación con los demás que, al tiempo
que suceden, se acompañen del recuerdo del pasado. Se trata de recrear el
recuerdo con intensidad vivencial -momento en que estará en estado de memoria
lábil- para que quede insertado en una nueva estructura vivencial de significación
al acoplarse con otros recuerdos del pasado de signo diferente o con experiencias
del presente -de dentro o fuera de la terapia- que lo reestructuren.

Freud, en "Nuevos caminos de la terapia psicoanalítica", propuso que el paciente


haga algo en la realidad (1919). El paciente fóbico, además de comprender, tiene
que actuar en la realidad. Pero esto no es suficiente. La nueva inscripción del
sentimiento de potencia y eficacia en la realidad puede quedar escindido de las
anteriores en que el sujeto sintió lo contrario. Tanto cuando se recuerda o cuando
se actúa en la realidad una nueva conducta, elfactor terapéutico
es el acoplamiento de las inscripciones antiguas con las nuevas. Ni el recuerdo ni
la actuación de por sí producen la modificación profunda a la que aspiramos en
terapia pues la escisión entre la memoria antigua y la nueva puede persistir.

Objetivo de la terapia analítica: modificar al inconsciente

Si nuestras formas de relacionarnos se adquieren de manera inconsciente, si los


automatismos que guían nuestras formas de pensar, sentir y actuar son
inconscientes, ¿es prescindible la interpretación, el insight, el hacer consciente lo
inconsciente? El hacer consciente lo inconsciente, y la interpretación como un
instrumento para ello, es desde nuestra perspectiva, esencial y no reemplazable
por el cambio a través de la relación, a pesar de la importancia que le otorgamos a
esto último y que ha recibido sólida fundamentación en la literatura psicoanalítica
de las últimas décadas. Pero, entonces, ¿cuál es el alcance de hacer consciente
lo inconsciente para modificar al inconsciente, ¿cómo es que la interpretación
logra modificar al inconsciente, lo que constituye en última instancia el objetivo de
una terapia psicoanalítica que persigue modificaciones estables, estructurales, del
psiquismo? La interpretación y el insight constituyen el primer paso en un proceso
de cambio. Como sostuvieron Joseph y Anne-Marie Sandler:

“Si bien inicialmente la aplicación de las estructuras del insight puede ser
consciente, después de un tiempo éstas se vuelven automáticas e inconscientes
en gran medida, permaneciendo operativas aun cuando el paciente pueda no
recordar el insight que ha obtenido en el curso del análisis”. (1993, p.69)

Cuando el paciente toma conciencia de un rasgo, de un mecanismo de defensa,


de un deseo sometido a la represión por el superyó, de una limitación por
fantasías que le impiden hacer algo, y cuando ese nuevo conocimiento encuentra
peso en sus sistemas motivacionales, y cuando cuenta con los recursos
instrumentales para implementar en la realidad nuevas formas de actuar –se
requieren estas tres condiciones-, el conocimiento consciente actúa como punto
de referencia para que se vayan practicando nuevas formas de sentir, de pensar y
de hacer. Lo que señala la interpretación, la meta a la que apunta, actúa como
guía identificatoria para una forma de ser a adquirir, de igual manera que los otros
significativos funcionan como modelo para la identificación desde el comienzo
de la vida. La meta del paciente –no recaer en las viejas formas patológicas, no
repetir una conducta, no establecer antiguas formas de vínculos que le han hecho
sufrir- es consciente, pero el proceso de ir adquiriendo las nuevas formas de ser
transcurre en el inconsciente mediante el proceso de transformación
referenciada que hemos descrito más arriba. El proceso de elaboración, que
desde Freud sabemos que es indispensable para que el cambio sobrevenga, no
consiste únicamente en que se vayan conociendo cada vez más capas de lo
reprimido sino que lo que se conoce sea capaz de quedar incorporado en el
inconsciente como nueva forma de ser, de relacionarnos con nosotros mismos y
con los demás.

NOTAS

(1) El desarrollo de dicha capacidad se ha convertido en un campo de investigación importante e


independiente de la investigación sobre neuronas espejo, tanto en el campo de la teoría de la
mente (Baron-Cohen, 1995) como en el psicoanálisis, con el desarrollo del concepto de función
reflexiva o mentalización (Fonagy et al., 2002).

(2) Para una revisión de los distintos tipos de memoria, y su aplicación al psicoanálisis, ver Westen
& Gabbard, 2002.

(3) Ver, entre otros: Loewald, 1960; Balint, 1968; Kohut, 1971; Gedo, 1979; Clyman, 1991;
Lichtenberg et al., 1992; Killingmo, 1995; Greenberg, 1996; Mitchell, 1997; Stern et al., 1998;
Lyons-Ruth, 1999)

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