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DESIDIA GEOGRÁFICA

PREGUNTAS TRABAJO

Presentar evidencias donde se aprecie la “desidia geográfica”. Para ello realizar una revisión de textos, medios
masivos de comunicación, discursos, intervenciones, publicidad, entre otros. Esta información se debe organizar y
presentar de manera creativa acompañada de una reflexión y propuesta en relación la temática ¿Costa Atlántica?
No. Costa Caribe.

¿Costa atlántica? No: costa Caribe. 2006. Gustavo Bell Lemus. En: El Caribe en la Nación colombiana. X
Cátedra Anual de Historia Ernesto Restrepo Tirado. Museo Nacional de Colombia, Observatorio del Caribe
colombiano, Bogotá.

A mediados de 1995, a raíz de que en los mapas de Colombia que El Tiempo utilizaba para ilustrar sus
informaciones se utilizaba el término océano Atlántico para designar el mar Caribe y, en consecuencia, al referirse
a la costa norte del país decía Costa Atlántica, le envié una nota al entonces defensor del lector de dicho diario,
Leopoldo Villar Borda, llamándole la atención acerca de que, en estricto sentido, Colombia no tenía costas sobre
aquel océano, sino sobre el Caribe y que, por lo tanto, el término correcto para referirse a la costa norte de
Colombia debía ser “Costa Caribe”.

En su respuesta, Villar Borda, después de consultar los atlas del Instituto Geográfico Agustín Codazzi,
reconocía que efectivamente Colombia no posee costas sobre el océano Atlántico sino sobre el mar Caribe y que
ésa, en estricto sentido, es la expresaron correcta. Sin embargo, decía que la tradición de más de cien años hacía
que el término fuera válido y legitimo, es decir, simplemente se apelaba a la tradición, a la costumbre, para
legitimar el término “Costa Atlántica”.

En este trabajo, que realizo desde hace años, pero que aun concibo como preliminar, busco una
explicación al origen de esa tradición, de esa costumbre, con el fin, de plantear una hipótesis, por supuesto, sujeta
a controversias a debates.

En 1993, a raíz de la firma de un tratado de delimitación de áreas marítimas con jamaica, durante el
gobierno del presidente César Gaviria, para lo cual éste viajé a Kingston, la prensa colombiana registré el hecho
con cierto despliegue y trajo a colación la importancia que Jamaica había representado para nuestra historia.

Al final de ese mismo año, en una entrevista a quien iba a ser más adelante vicepresidente de la república,
Humberto de la Calle Lombana, él criticaba el sistema de educación colombiana, en particular la secundaria, por el
excesivo provincialismo. Y haciendo referencia a la firma de ese tratado y a la manera como la prensa lo había
registrado, dijo lo siguiente: “¿Quién sabía hasta hace pocos días que somos vecinos de Jamaica?”.

La verdad es que a comienzos del siglo XIX la pregunta hubiera sido al revés: ¿Quién no sabía que
Jamaica era vecino de la Nueva Granada? Porque -y lo vamos a ver mas adelante-, si alguien o, más bien, si
alguna colonia extranjera jugó un papel definitivo en la independencia de la Nueva Granada, fue Jamaica. Y si de
algo sabían los neogranadinos, más allá de la costa norte, era de la existencia precisamente de Jamaica. Por ello,
la pregunta hecha a comienzo del siglo XIX y hasta su primera mitad hubiera sido al revés: ¿Quién no sabe que
Jamaica estaba frente a las costas colombianas?

Pero ello varió sustancialmente hasta el punto que en 1994, el Ministerio de Relaciones Exteriores, a
través de la Oficina de Longitudes y Fronteras, publicó un libro sobre los límites de la República de Colombia en el
que decía literalmente: “…linda al norte con el océano Atlántico desde el cabo Tiburón hasta el sitio denominado
Castilletes en la costa oriental de la península de la Guajira”. Como lo señale oportunamente, todavía hasta
comienzos de la década de los setenta, en los atlas oficiales del Instituto Geográfico Agustín Codazzi aparecía
como límite norte de Colombia, el océano Atlántico.

No es gratuito que el Ministerio de Relaciones Exteriores incluyera, entonces, en esta documentación


oficial el límite norte de Colombia con el océano Atlántico. No hacía más que recoger lo que decía Leopoldo Villar
Borda, en el sentido que esa había sido la tradición colombiana desde mediados del siglo XIX. ¿Qué hay, pues,
detrás de esa tradición? ¿A caso siempre fue así? ¿Cuándo y cómo surgió esa tradición? La toponimia
colombiana está atravesada por factores políticos, culturales o sociológicos.

La hipótesis, entonces, que me atrevo a plantear es la denominación de Costa Atlántica, en vez de Costa
Caribe, esconde una actitud despreciativa hacia la Costa, surgida a mediados del siglo XIX, con claros orígenes
racistas y discriminatorios. Se originó particularmente luego de la Guerra de los Supremos, al parecer, por la
intensificación de los contactos de las elites del interior del país con la costa norte, en su proceso, obvio, de una
mayor integración con la economía mundial. Ésta es, pues, la hipótesis. Detrás de la denominación Costa Atlántica
hay una actitud, que es la que voy a tratar de mostrar más adelante, que reflejaba la forma como se estaba
conformando o imaginándose la geografía de la Nueva Granada durante todo el siglo XIX.

Los orígenes de lo Caribe

Remontémonos en la historia para recordar los orígenes etimológicos de la palabra Caribe. Y para eso,
obviamente, tenemos que rememorar el primer viaje de Colón a América, a finales del siglo XV, estrictamente su
primer viaje, cuando entró en contacto con las islas de avanzada del Nuevo Mundo.

En su diario, el lunes 26 de noviembre, el navegante genovés entró en contacto con unas poblaciones
indígenas que le referían que del mar provenían otros indios que denominaban caniba, o canima, que por lo
general estos indios llegaban a la isla –donde estaba Colón- y se llevaban a los pobladores y no los retornaban.
De ahí, los indígenas que le estaban contando esta historia a Colón, deducían que los canima se devoraban a sus
compañeros. De esta expresión se va a derivar, a si mismo, la palabra caribata, con la cual Colón designa una
porción de terreno de la Española, donde vivían esos indígenas que le habían contado sobre los caniba. Este es,
entonces, el origen etimológico de la palabra que derivo en caníbal. Caníbal, que es sinónimo de antropófago;
aquellos que comen personas, y por eso, de ahí también se deriva caribata y luego caribes. Con la voz caribes
entonces, se va a denominar a aquellas tribus indígenas precolombinas que históricamente surgen de la cuenca
del Orinoco, van a poblar gran parte de las Antillas Menores, y que se conocen y se les va a identificar como
antropófagos o caníbales. Ese es, pues, el origen de la palabra Caribe.
Hoy en día, leemos en el Diccionario de la Real Academia Española: “caníbal. (De caríbal). Adj.
Antropófago. U.t.c.s. II 2. Se dice de los salvajes de las Antillas, que eran tenidos por antropófagos.” También, en
el mismo diccionario, dice: “caribe. adj. Se dice del individuo de un pueblo que en otro tiempo dominó una parte de
las Antillas y se extendió por el norte de América del Sur. U.t.c.s. II 2. Perteneciente o relativo a este pueblo. II 4. P.
Rico y R. Dom. picante (II que muerde). Hormiga caribe. II 5 . m. Lengua de los caribes, dividida en numerosos
dialectos. II 6. (Por alus. A los indios de la provincia caribana). Hombre cruel e inhumano. II 7. Col. y Ven. Piraña
(pez). II 8. Ven. Persona astuta, vivaz, agresiva.

Teniendo en cuenta estos orígenes etimológicos, pasemos entonces a tratar de ubicar qué pasó durante la
segunda mitad del siglo XVIII, y por qué va a aparecer en los mapas y qué va significar el Caribe dentro de la
geopolítica de las luchas por 1.a independencia, y de las guerras imperiales en esta región del Nuevo Mundo.

Siglo XVIII

A partir de la toma de La Habana por los ingleses en 1762, el Caribe paso a ser uno de los principales
escenarios de la rivalidad entre Gran Bretaña, España y Francia, con un ingrediente adicional, y es que a partir de
1776, con la independencia de los Estados Unidos, los conflictos por el dominio del Caribe se van a incrementar
notoriamente. Ya para finales del siglo XVIII es claro que Inglaterra surge como la principal potencia dominante de
los mares e irá derrotando sistemáticamente, como se verá en las guerras de finales del siglo XVIII, a España, que
entrará en un período de declive.

Inglaterra, entonces, empieza a incrementar su poderío naval y a expandirse en aquella frontera que
todavía no estaba claramente delimitada entre los imperios europeos, que era el Caribe. Si tenemos en cuenta
que también en el territorio continental de Europa occidental las fronteras se estaban moviendo, no se movían con
tanta intensidad como se estaban moviendo en el Caribe. Este mar era pues la frontera imperial, que no estaba
todavía claramente delimitada. Había períodos en los cuales los ingleses tomaban algunas islas españolas o
francesas, o los franceses, igualmente, tomaban algunas posesiones inglesas o españolas o incluso holandesas.
De esta manera, vamos a ver, a finales del siglo XVIII, toda esta rapiña de las potencias europeas por consolidar
su dominio en las islas, en las Antillas.

Aquí se va a producir, también, un hecho que va explicar en buena parte por qué se va a imponer el
nombre mar Caribe, en contraposición a mar del Norte y mar de las Antillas. El desarrollo de instrumentos de me-
dición y precisión le dio un gran auge a la cartografía. En 1759, el relojero inglés John Harrison inventó un
instrumento que permitía medir la longitud con total exactitud; a partir de allí se facilitó el dominio inglés de los
mares, lo que va desembocar más tarde en la creación del Imperio Británico. Esta es una historia fascinante, que
está narrada en el libro Longitud de Dava Sobel. Cuenta la invención del reloj que permitió medir con precisión la
longitud, quizá una de las investigaciones más costosa que se haya desarrollado a lo largo de la historia.

A comienzos del siglo XVIII, cuando ya los instrumentos de navegación permitían a las potencias de
Europa occidental surcar prácticamente todo el orbe, era muy importante inventar un mecanismo que permitiera
conocer con exactitud la longitud, para que, cruzada con la latitud, pudiera facilitar la elaboración de mapas y la
navegación precisa; se inicia, entonces, una carrera —ahí si— contra reloj entre Francia, Holanda, la misma
España e Inglaterra, para ver quién era el que primero podía construir ese instrumento. Pasaron, casi cuarenta,
cincuenta años, todo tipo de ensayos, hasta que, finalmente, este relojero inglés logró construir aquel reloj, TIC
todavía permanece en el museo de Greenwich, y que le va a dar una enorme ventaja a Inglaterra con respecto a
los otros países de Europa occidental en la elaboración de mapas, y en saber exactamente dónde se podía ubicar
un determinado territorio en los océanos. (La novela de Humberto Eco La isla del día de antes, se refiere
precisamente a la invención y las consecuencias que tuvo para la navegación, sobre todo para el Imperio Britá-
nico, el invento del reloj de John Harrison).

Eso explica por qué a finales del siglo XVIII los ingleses le tomaron la delantera a los franceses en al
elaboración de mapas, especialmente en el hemisferio occidental. Y es entre los ingleses y en sus mapas donde
vamos a encontrar por primera vez la palabra Caribbean Sea, para denominar lo que hoy- es conocido, ya
universalmente, como la Gran Cuenca del Caribe. Porque en los mapas franceses de finales del siglo XVIII,
encontramos la denominación mar del Norte o mar de las Antillas; mar del Norte en oposición al océano Pacifico,
que era conocido, desde su descubrimiento, como el mar del Sur. De esta manera, vamos a tener dos tipos de
cartografía: la inglesa, que ya incorpora la palabra mar Caribe, Caribbean Sea, la francesa, con las voces mar del
Norte, o mer du Nord, o mar de las Antillas.

Ahora bien, la importancia del Caribe en la Nueva Granada a finales del siglo XVIII está ligada,
obviamente, a la importancia que desempeñaba Cartagena de Indias dentro de la defensa del imperio español en
Hispanoamérica. Como todos saben., Cartagena era considerada la llave de tierra firme antemural del reino; era el
bastión desde el cual se protegía la costa norte de Suramérica. Cartagena formaba parte, con La Habana y
Veracruz, de los vértices desde los cuales se diseñó la defensa marítima del Caribe por parte de España.

A medida que transcurre el siglo XVIII, son cada vez más continuas las guerras de Gran Bretaña contra
España y Francia; por razones de una misma dinastía, la borbónica, España siempre va a estar aijada a Francia
contra Inglaterra, lo que hace que buena parte de los conocimientos científicos llevados a cabo por los franceses
durante esta época, sean los que se incorporen también a las informaciones y las investigaciones científicas que,
durante el reinado de Carlos III, España hace en sus colonias.
Después de la toma de La Habana por parte de los ingleses, y de las reformas borbónicas de mitad del
siglo XVIII, la corona española empieza a estimular y a financiar un conocimiento más científico de sus colonias,
con miras a modernizar su aparato burocrático, su administración pública, a fin de generar mayores recursos con
los cuales poder defenderse contra el incremento de las incursiones británicas. Es en ese contexto que España va
a financiar expediciones a Hispanoamérica para tener un mejor conocimiento de sus posesiones; es en ese
contexto donde se adelantan, por ejemplo, el viaje de Humboldt, la Expedición Botánica, la Expedición Hidalgo;
todos tratan de aportar un mayor conocimiento geográfico sobre las que eran las posesiones hispanoamericanas.
Hasta entonces, y por razones del celo con el cual la Corona española mantenía el dominio en esta parte
del continente, la cartografía española se había desarrollado muy poco, y la que se conocía era secreta, lo que
hacia que, en la práctica, las autoridades virreinales tuvieran muy poco conocimiento sobre cómo era la
configuración geográfica de los territorios donde ejercían su dominio. Durante décadas, el conocimiento geográfico
fue entonces materia de un riguroso secreto: los pocos mapas que se tenían, que se producían, por ejemplo, en la
Nueva Granada, como en las otras posesiones españolas en Suramérica, eran mapas de pequeñas localidades,
de minas, de fincas, de distritos y, por lo general, se hacían para acompañar reclamaciones judiciales. Pero
existían muy pocos mapas de las regiones, incluso mapas de las jurisdicciones de los virreinatos.

Fue, con estas actividades científicas impulsadas por las reformas borbónicas, cuando se empezaron a
elaborar los primeros mapas que van mucho irás allá de una región o mucho más allá de una provincia, con el
objeto de tener un mayor conocimiento de cómo eran las posesiones en esta parte del continente. Hasta entonces,
las representaciones de las características geográficas que se tenían de estos territorios eran más descriptivas
que visuales; es decir, por las razones que anotaba, existían muy pocos mapas que permitieran a la gente
visualizar la geografía del territorio que habitaban. Las descripciones geográficas eran descripciones literarias,
hechas con mucha profusión, por cierto, por autoridades, por misiones religiosas, etcétera, pero las
representaciones visuales, eran muy pocas.

Tenemos, a finales del siglo XVIII, la actividad científica de la expedición del capitán Fidalgo, que recorre
las costas, hoy del Caribe colombiano, e incluso parte de Venezuela hasta Costa Rica, durante un lapso
aproximado de seis años; esta expedición hace un recorrido por todo el litoral norte, que proporciona una
excelente información sobre la sociedad asentada allí. Hace mediciones de profundidades, bosquejos, croquis de
los principales puertos y se obtiene una excelente información sobre las tribus que habitaban todo el litoral norte
de lo que hoy es parte de Venezuela, Colombia y Centroamérica. Ello coincide, también, con el viaje del barón
Von Humboldt, que es, como sabemos, un hito en la evolución de la geografía de América, conjuntamente con el
surgimiento del sabio Caldas y la publicación del Semanario del Nuevo Reino de Granada.

Durante todo este período mencionado, en los pocos mapas de que se dispone, vamos a encontrar el
término mar de Norte o mar de las Antillas; era la denominación que los franceses le habían asignado a lo que hoy
día conocemos como el Caribe; por eso, en la información española aparece mar del Norte o mar de las Antillas,
en tanto que en el Semanario del Nuevo Reino de Granada, cuando se habla de los límites del virreinato se habla
de océano Atlántico.

¿Qué pasa, entonces, entre 1810 y 1830, período que comprende las luchas de la independencia,
arrancando desde julio de 1810 hasta concluir prácticamente con la disolución de la Gran Colombia, que es, como
todos lo sabemos, el momento crucial en que la definición de las guerras de independencia en Hispanoamérica se
juega, en buena parte, en el Caribe? Es la cuenca del Caribe, quizás, el sitio más importante; el sitio estratégico, el
tinglado donde se lleva a cabo toda la confrontación entre España, Francia e Inglaterra con la presencia cada vez
más permanente de barcos mercantiles de los Estados Unidos. No sin razón ha dicho Germán Arciniegas, en su
libro Biografía del Caribe, que en esta época el Caribe “hierve”. Hierve con la presencia de las expediciones de
Morillo, con las expediciones libertadoras de Simón Bolívar, con los agentes espías de Napoleón, con el
incremento de la presencia de la flota británica en Port Royal. En fin, es la época de los filibusteros, la época en
que se cruzan todo tipo de banderas piratas en el camino.

La geopolítica en esta época se concentra en el Caribe. Acordémonos de que se ha independizado Haití, por
lo que se siente la aprehensión de que la rebelión de los esclavos de Haití se pudiera propagar por toda esta parte
del territorio. Haití asimismo, un incremento de la presencia británica en el Caribe, en especial después de la
batalla de Trafalgar, cuando se consolida la supremacía del poderío naval británico frente al poderío de España y
Francia.

En esa misma época es cuando en la Nueva Granada se empiezan a conocer mapas ingleses y,
obviamente, va a aparecer -y lo vamos a encontrar en los mapas de los que, por cierto, hay copias en el Instituto
Geográfico Agustín Codazzi -el mar Caribe en inglés, Caribbean Sea. Para utilizar un término de Fernand
Braudel, uno pudiera decir entonces que el Caribe, en esta época, 1810-1830, es “un mar en movimiento”1 De ahí
viene la reconquista, pero también las expediciones de Bolívar; el incremento de las mercancías que entran de
contrabando provenientes de Jamaica; del mar Caribe proviene la harina que abastece los mercados de la Nueva
Granada; del Caribe vienen las municiones con las cuales se libran las guerras de independencia; del Caribe,
incluso, vienen las ideas libertarías, las ideas liberales que van a impulsar, también desde el punto de vista
ideológico, las revoluciones de independencia. Es, entonces, un mar en movimiento, un mar que hierve. El mar
Caribe es un mar que une, es un mar que trae.

Es también la época, 1810 - 1815, de la gran rivalidad entre Cartagena y Santa Fe de Bogotá.
Recordemos que cuando se crea el Virreinato de la Nueva Granada en 1739, al momento de definir cuál va a ser
la capital del virreinato, hay toda una discusión que dura aproximadamente una serrana, en Madrid, de dónde
debía quedar la capital de la nueva entidad político-administrativa2. Quienes decían que debía ser Cartagena

1
Fernand Braudel y Georges Duby. El Mediterráneo, Madrid: Espasa-Calpe, 1987, págs. 37-60
2
Jaime Jaramillo Uribe y Germán Colmenares “Estado, administración y vida política en la sociedad colonial”, en Manual de
Historia de Colombia, III tomo, Bogotá, 1978-1979- I, págs. 402-406
aducían su mayor contacto, por razones de las rutas interoceánicas, con la metrópoli, que era el sitio donde
realmente se jugaba la soberanía del Virreinato. Quienes decían que debía ser Santa Fe de Bogotá lo hacían
porque ésta se hallaba, por su distancia al mar, protegida de cualquier ataque de los ingleses, yen ella se podían
preservar las riquezas; en fin, hubo una argumentación que duró por espacio de una semana, hasta que
finalmente se decidió que la capital debía ser Santafé de Bogotá.

Pero en razón del incremento de los conflictos entre Inglaterra y España, buena parte del tiempo que
debían servir los virreyes, tenían que vivirlo en Cartagena de Indias, para poder liderar la defensa contra los
permanentes ataques británicos. A lo largo del siglo XVII, surge toda una rivalidad entre Cartagena y Santa Fe de
Bogotá que va a trascender a la República. Esta rivalidad se va a exacerbar, obviamente, cuando comience el
proceso de independencia en 1810.

¿Qué vamos a encontrar entre 1810 y 1815? La rivalidad irá generando una profunda animadversión por
parte de la elite santafereña contra la elite cartagenera. La elite de Santafé va a recriminar permanentemente a los
cartageneros que dilapidaban todas las riquezas, que no hacían sino pedir constantemente subsidios que se
tragaba la ciudad, y que Cartagena se oponía a un movimiento unificado de independencia. Se van a leer, en la
prensa de la época, los argumentos que tenían los cartageneros para mantener y legitimar su rivalidad y su
oposición a lo que veían como unas estrategias de dominación de parte de Santafé de Bogotá. Esto va a tener
ciertas implicaciones, las cuales forman parte de nuestra hipótesis de por qué después se va utilizar la
denominación océano Atlántico o Costa Atlántica.

Pero lo cierto es que por las razones geopolíticas del momento, la Nueva Granada estaba volcada a la
cuenca del Caribe. Es preciso decirlo: Bolívar, como caraqueño era costeño, su ministro de relaciones exteriores
era cartagenero y buena parte de su equipo de gobierno también era oriundo de Cartagena y, por ello, tenían una
visión más clara de la importancia que jugaba la Cuenca del Caribe en ese momento. Eran también los años en
que el nacimiento de la nueva república generaba grandes expectativas de comercio por parte de Inglaterra, de
Francia, de Suecia, de los Estados Unidos, lo que originó la presencia permanente de agentes consulares y
diplomáticos en la Gran Colombia.

Como Colombia quiere consolidar su independencia, y presentarse ante el concierto de las naciones de
Europa occidental como un Estado fuerte con una independencia consolidada, no es gratuito, entonces, que en
1822, incluso creo que financiada o impulsada por Francisco Antonio Zea, se ordena hacer un texto completo
sobre lo que era Colombia en ese momento. Se publicó en inglés y en español con la idea de difundirlo en
Londres entre los banqueros británicos, la corona británica y Europa occidental para tratar de ganar el
reconocimiento internacional de la naciente república. Pues bien, en ese libro, en el capitulo primero denominado
“Descripción general del país”, al señalar los limites de Colombia, dice textualmente: “al norte con la provincia de
Costa Rica y el mar Caribe”3.

En ese mismo año 1822, se publica en Filadelfia un mapa -en la actualidad publicado por el Instituto
Geográfico Agustín Codazzi —extraordinariamente bello, desde el punto de vista estético, muy bien coloreado,
donde aparece también la denominación Caribbean Sea, y a un costado se ofrece una gran cantidad de
información sobre la República de Colombia 4. (Y aquí hago un paréntesis: nunca se llamó Gran Colombia, fue un
nombre que posteriormente le dimos para evocar con nostalgia lo que fue ese gran Estado, que en su momento se
llamó en propiedad República de Colombia.) En ese mapa, en la información que aparece al lado, además de que
emplea la denominación Caribbean Sea, se dice que Colombia Iimita al norte por el mar Caribe al noreste por el
océano Atlántico. ¿Por qué al noreste con el océano Atlántico? Porque hay que recordar que la Gran Colombia
incluía a Venezuela, que al noreste si limita con el océano Atlántico, en tanto que al norte, justamente al norte,
limita con el mar Caribe.

En 1825 se publica en Londres un mapa para viajeros donde aparece el término Caribbean Sea5. Porque
con las expectativas de abrir grandes mercados para las manufacturas británicas los viajeros ingleses empiezan a
recorrer estas tierras. También en 1824, y todavía en 1842, se publican mapas donde aparece siempre el mar
Caribe. Es curioso que Juan José Nieto -que va ser una de las figuras más importantes de la Costa durante el siglo
XIX, rescatada en buena hora para la historia nacional por Orlando Fals Borda-, en 1840, escribió una geografía
de la provincia de Cartagena, que es hoy lo que comprenden los departamentos del Atlántico, Bolívar, Sucre,
Córdoba y parte de Urabá, en la cual el autor dice que la provincia limita al norte con el mar Caribe o mar de las
Antillas6. Tenemos, entonces, que en esta época, en estos años de la república, existe el Caribe Ahí está en los
mapas, está en las convenciones, está en las descripciones de los limites, ya sea de la República de Colombia o
de la Nueva Granada.

¿Qué ocurre en 1840? Entre 1840 y 1842, vivimos la primera gran guerra civil de nuestra historia
republicana, la denominada Guerra de los Supremos. En esta confrontación, la Costa Caribe se separa por única
vez en la historia del país: hay un movimiento separatista que comienza en Ciénaga, posteriormente se expande a
Santa Marta, y de allí a Cartagena, a Mompox, a Riohacha, y se constituyen las Provincias Federadas de la Costa
Caribe, en un intento separatista liderado por un venezolano, el general Francisco Carmona.

Como curiosidades de este proceso, los barranquilleros, que en ese momento trataban de lograr que el

3
Colombia, siendo una relación geográfica, topográfica, agricultural, comercial, política,
& de aquel pays/ Adaptada para todo lector en general, y para el comerciante y colono en particular .Londres, 1822, 2 vols.
Véase la reimpresión de la obra hecha por el Banco de la República en 1974, pág. I.
4
Agustín Blanco. Atlas Histórico Geográfico Colombia. Archivo General de la Nación. Norma, Bogotá, 1992, p. 78. Todos
los mapas que se citan a continuación se hallan reproducidos en este texto.
5
Ibib, pág. 82
6
Juan José Nieto. “Geografía histórica, estadística y local de la Provincia de Cartagena, República de la Nueva Granada
descrita por cantones”, en Gustavo Bell Lemus, (comp.). Selección de textos políticos, geográficos e históricos, Barranquilla,
1993, pág. 124.
Congreso habilitara el puerto de Sabanilla para las importaciones -pues Cartagena había hecho todo lo que estaba
a su alcance para impedirlo-, aprovechando el desorden, se declaran independientes de Cartagena y crean la
Provincia de Cibeles. Como dato curioso, pero simplemente para ilustrar lo que significaba el Caribe en ese
momento para la Costa norte de Colombia, los barranquilleros redactan la declaración de independencia de
Barranquilla en inglés, y la dirigen al comandante de la Royal Navy en Kingston, Jamaica.

No es la Costa Caribe la única que se intenta separar. Entre 1840 y 1842 la República de la Nueva
Granada, quizá como en ninguna otra parte, en ningún otro momento de su historia, es amenazada por la
disolución, pues sus otras provincias también se declaran federadas. En ese momento, las principales rentas del
país provenían de lo que producían las aduanas en Santa Marta y Cartagena; obviamente, los revolucionarios se
apoderan de estas aduanas y durante dos años con esos dineros financian parte de la rebelión, y, por supuesto,
hubo de todo. Los documentos de la época muestran que el general Francisco Carmona había logrado levantar un
ejército de más o menos 1000 hombres, de todo tipo, de cuanto vago se atravesara en Santa Marta, en
Cartagena, en Mompox, porque tenía recursos suficientes para poder financiarlo, desde luego, mientras duraba el
comercio exterior. Pero una vez que éste se cerrara, obviamente las aduanas no iban a tener el suficiente dinero.

Pues bien ¿qué es lo importante y por qué señalo esto? Porque desde 1840, el gobierno central -primero
José Ignacio Márquez y después Pedro Alcántara Hernán-, comienza la contraofensiva y poco a poco va
sometiendo a las demás provincias a su dominio. La última región de la Nueva Granada en ser sometida
militarmente, por razones geográficas, es la Costa Caribe. En principio, porque tenía en ese momento mayores
recursos económicos, provenientes de la aduana, para enfrentarse al gobierno central. Pero también por razones
geográficas. El general Pedro Alcántara Hernán y Tomás Cipriano de Mosquera tuvieron que esperar a que
pasara la temporada invernal para poder avanzar con las tropas y den rotar al ejército de la Costa en una
población que se llama Tescua, cerca de Pamplona, con el fin, de reconquistar la Nueva Granada. En los
documentos de la época, queda claro que era vital para la supervivencia de la unidad nacional que, de una u otra
manera, la Costa Caribe estuviera bajo un control férreo del gobierno central, por las razones que habíamos
anotado.

Hay otras razones. Por supuesto, se ha pasado muy por encima de este conflicto. Pero quiero hacer énfasis
en estos puntos, porque en 1842 se va a expedir -y como respuesta a esa primera Guerra de los Supremos-,
quizá la constitución más centralista en nuestra historia política. Es curioso, y en esto la relación de causalidad
directa es difícil de probar evidentemente, que a partir de 1840 en todas las geografías del siglo XIX no va a
aparecer más el mar Caribe.

En 1845, el gobierno central envía al general Acevedo para reorganizar el ejército en la Costa norte. Llega,
hace un recorrido por toda la región y elabora un informe completo sobre la situación política de la Costa Caribe,
así como también unas recomendaciones al gobierno central. Desde entonces, y hasta hace muy pocos años, los
generales del ejército que comandan las brigadas o las divisiones en la Costa Caribe, van a ser del interior del
país: nunca se va a confiar en un general oriundo de la Costa, por lo menos durante el siglo XIX y buena parte del
siglo XX. Pero en esas recomendaciones es interesante que el general Acevedo, cuando hace una descripción de
las provincias de la Costa norte, señala que ellas limitan al norte con el océano Atlántico, y la división del ejército
que va a cubrir la Costa norte de Colombia se va a denominar, por primera vez, la División del Atlántico.

Ahora bien, en algunos mapas todavía del siglo XIX vamos a encontrar las denominaciones mar del Norte o
mar de las Antillas, si bien a medida que avanza el tiempo van surgiendo mapas donde aparece el término océano
Atlántico. En las geografías escritas que se empiezan a enseñar en las escuelas, va a aparecer como límite norte
de la Nueva Granada o de los Estados Unidos de Colombia el océano Atlántico; obviamente, por extensión, se
empieza a hablar de Costa Atlántica.

La Guerra de los Supremos significa el último intento de Cartagena por tener cierta relevancia política en la
naciente Nueva Granada. Después de esta guerra, Cartagena literalmente queda exhausta, agotada, pues, ya
venía así desde las guerras de independencia. Prácticamente liquidada, pierde toda su importancia dentro de la
Nueva Granada y, con ello, también la importancia de la Costa en la nueva composición política del país.
Parafraseando, pues, la frase de Churchill, podría decirse que a partir de 1842 cae una especie de cortina de
hierro sobre Colombia. La andinizacion del país se empieza a agudizar a partir de 1842, y no es gratuito -ésa es
parte de nuestra hipótesis-, que desaparezca el mar Caribe y surja el océano Atlántico.

El Caribe desaparece

Estos acontecimientos van a coincidir con el desarrollo de ciertas teorías originadas en Europa occidental
sobre la composición de las razas. Surgen nuevos criterios para delimitar las geografías ¿le los territorios emi-
nentemente racistas, muy ligados a la noción de civilización, que van a ser asimilados y aplicados a la Nueva
Granada. Tales concepciones ¿le la geografía venían va desde el sabio Caldas, cinc los empieza a utilizar para je-
rarquizar las diferentes provincias de la Nueva Granada, con auge especial durante la segunda mitad del siglo
XIX.

Caldas sostenía en sus trabajos que la civilización, como se entendía en ese momento, sólo era posible
en zonas con determinados climas, por supuesto, climas más templados y a determinadas alturas 7. De acuerdo
con esas teorías, la civilización sólo era posible en la región andina; de resto, en aquellas regiones calientes, por
razones de clima, o por razones de otro tipo, no era posible la civilización, pues, además eran territorios, ocupados
por tribus salvajes y bárbaras. Esta concepción va a ser retomada más adelante por José María Samper para
añadirle el criterio de la raza. Este autor sostendrá que no es sólo la geografía el factor dominante: en zonas
diferentes a las altiplanicies también puede ser posible la civilización, pero únicamente allí donde exista la raza
blanca. Obviamente, como en las otras regiones, había mucha más población indígena y mucha más población

7
Véanse los ensayos de Alfonso Múnera, “Las nuevas claves” y José Ignacio de Pombo y Francisco José de Caldas:
pobladores de las tinieblas”, en su libro Fronteras imaginadas, Bogotá, 2005.
negra que en la región andina, en esas zonas tampoco era posible la civilización, pues no había una fuerte
presencia de raza blanca. Obviamente, como en las otras regiones, había mucha más población indígena y mucha
más población negra que en la región andina, en esas zonas tampoco era posible la civilización, pues no había
una fuerte presencia de raza blanca.

Es, entonces, en esta época cuando la Costa Caribe -pero, ojo, no sólo la Costa Caribe, sino también la
Costa Pacífica, los Llanos Orientales y parte de la Orinoquía-, empieza a ser vista como región inculta, bárbara,
donde no es posible la civilización. Pero como en esa misma época, por razones también geográficas, las elites
santafereñas o antioqueñas o santandereanas, en razón, del comercio exterior, tenían que bajar a la Costa
Caribe, de tal forma que ésta fue la región con la que estaban en más contacto en ese momento. Por ello, existe
mucha literatura que incluye esos criterios con los cuales se señala a la Costa Caribe y a sus poblaciones como
salvajes, bárbaras, etc.

Es curioso que el mar empieza a verse como un ente pecaminoso; ya algo de eso venía desde comienzos
del siglo XIX. En 1802, el consulado de Cartagena compra en Filadelfia, Estados Unidos, una moderna imprenta,
que nunca entra en funcionamiento en Cartagena porque Santa fe de Bogotá, en especial su obispo, se opuso.
Los argumentos que se utilizaron en su momento van a ser retomados a lo largo del siglo XIX: el mar es fuente de
pecado, a través de él llegan los extranjeros el protestantismo las sociedades bíblicas, o sea, hay una
estigmatización de todo lo que significa el mar.

En las Reminiscencias de Santafé de Bogotá, de Cordovez Moure, hay un capítulo bien curioso, que habla
de las causas de criminalidad en las clases bajas del pueblo, y describe varios de los criminales más famosos que
hubo en Bogotá en el siglo XIX. Hay uno que atrae particularmente la atención, que se llamaba Juan Rojas Es un
delincuente de alta peligrosidad que después de ser sentenciado a prisión, es enviado a Chagres, lo que hoy es
Panamá. Por uno de los tantos indultos que hay en el pass, Juan Rojas regresa a Bogotá y se cambia el nombre
por el de Juan Rodríguez. Cordovez Moure en el capitulo “Causas de criminalidad en las clases bajas del pueblo”
anota: “la vista del mar, el trato con gentes de diferentes razas y condiciones, Y más que todo la experiencia que
se adquiere en las relaciones con los famosos criminales, habían hecho de Juan lo que se llama un bandido de
primer orden”8.

Aquí, “la vista del mar” es una de las causas por las cuales el sujeto de marras se vuelve criminal; por
supuesto que reconoce el contacto con extranjeros y con diversas razas, pero “la vista del mar” es considerada
como una de las primeras causas que explican la transformación.

Empieza así a existir un a estigmatización de lo que es el mar, el Caribe, y las zonas cálidas. Asociemos a
esto todas las penurias que en esa época significaba viajar de Santa Fe de Bogotá a la Costa, o de la Costa a
Santa Fe de Bogotá. Las descripciones de viajeros abundan acerca de todas las penalidades que implicaba
bajar de 2.600 metros más cerca de las estrellas a las orillas del mar. Uno se imagina o trata de imaginarse un
poco qué idea del mar se tenía aquí en Bogotá y qué idea de las zonas cálidas, en este caso las del Caribe, que
pudieran alimentar el imaginario colectivo, en una época en la cine, por lo demás, existían pocos mapas. Ahora
vamos a apreciar una perla de lo que se podía imaginar un niño en Santa Fe de Bogotá de lo que era el mar.

Leamos la impresión que tuvo Salvador Camacho Roldán cuando vio el mar por primera vez y 35 años
más tarde en sus Notas de viaje: Colombia y Estados Unidos de América, publicadas en 1998: “Treinta y cinco
años antes bahía formado yo conocimiento con el mar” -deduzco repito, por la edad en que tenía cuando escribe
estas memorias, qué treinta y cinco años atrás, era bastante joven, quizás un niño-: “le bahía visto por primera vez
llegando a Cartagena por el camino de tierra de Calamar y no me bahía causado impresión alguna notable, pues
al verlo, en las primeras caletas de la costa, sólo me sugirió la idea de ser un poco más extenso que la laguna de
Fontibón, cerca de Bogotá”9.

Cómo se podía imaginar el mar en la capital en pleno siglo XIX cuando existían mapas, cuando no existía
el conocimiento que se tiene hoy. Es, el mar, “¿un poquito más grande que la laguna ele Fontibón?”. Más adelante
leeremos la impresión que tuvo de adulto, todo el esplendor y la belleza del mar, todo lo que lo transforma a él
como persona, el conocimiento del mar, los atardeceres, etc.

Miremos, para reforzar la percepción que se tenía, en especial en Bogotá, del contacto con las
poblaciones de la Costa, lo que ocurre en el viaje de un neogranadino a China en 1851. Nicolás Tanco sale
expulsado del país y decide hacer un viaje hasta la China, para lo que, obviamente, tenía que salir por Cartagena,
por la Costa, para abordar el barco que lo transportara al Lejano Oriente. Dice Nicolás Tanco; “quince días
bastaron para arreglar mi marcha y el día 16 de de noviembre abandone mi hogar doméstico, abandoné mi
idolatrada familia, abandone mis amigos y todo cuanto se tiene de caro en la vida; salí de Bogotá. Nos
transportaremos rápidamente a la ciudad de Cartagena, uno de los puertos principales ele la Nueva Granada,
inútil me parece detenerme mucho en las impresiones que he experimentado en todo el tránsito hasta llegar a
Calamar; miseria, desnudez, atraso, ignorancia, por un lado, árboles gigantescos, vegetación prodigiosa, un río
caudaloso, unas márgenes pintorescas, todas las bellezas de la naturaleza, por otro. Aquí un buque de vapor, más
allá un champán con sus bogas casi desnudos y su cubierta de guaduas, acullá un bongo amarrado a un tronco,
más lejos una humilde balsa bajando majestuosamente por la mitad del río. Por una parte la civilización con todos
sus adelantos y comodidades, por otro, la barbarie con todas sus calamidades y atraso, en el vapor está
simbolizado el siglo XIX, en el bongo o champán el siglo XV -v así va narrando su estadía en Mompox; por cierto,
para los historiadores de la cultura, tiene unas descripciones de fandangos bellísimas; y a medida que se va
acercando a Cartagena ya vienen sus impresiones sobre lo que está viendo—: “al día siguiente a las seis de la
mañana proseguí mi camino en compañía de un coronel y el día 7 de diciembre llegué a Cartagena, la Ciudad
Heroica, la rival de Bogotá. Dos impresiones principales experimenté al entrar en la ciudad, una de admiración por
la hermosa vista que se presenta, otra de pena y de tristeza por la excesiva cantidad de negros. Por todas partes

8
José María Cordobés Moure, Reminiscencias de Santafé y Bogotá, 1997, pág. 148
9
Salvador Camacho Roldán, Notas de viaje, 4ª ed., París-Bogotá, 1898, pág. 285
reina la quietud, no hay casi actividad, la población parece muerta, en medio de este silencio apenas se oye el
rugido del mar cuyas olas van a estrellarse al pie de magnificas fortificaciones”. Y dice más adelante: “La
desproporción en que se halla la raza blanca con respecto a la negra fue una de las cosas que más me
sorprendieron, pensar que por cada blanco hay nueve o diez negros es una cosa horrible y desconsoladora.
Después de pasadas estas impresiones desagradables, otras por diferente estilo vinieron a asaltarme” 10. Esa
noche hubo una tremenda parranda en las calles de Cartagena y el hombre no pudo dormir y, obviamente,
despotricó por la alegría de los cartageneros.

Estas son percepciones comunes en la época. Es en ese momento cuando planteo como hipótesis que la
Costa es asociada, de una u otra manera, con la raza Caribe, con caníbales, habitada por tribus salvajes, no
civilizadas. Esta apreciación hace, en cierta medida -y ésa es, obviamente, una hipótesis más-, que se sienta
vergüenza de decir que al norte el país limita con el mar Caribe. De esta manera, preferimos ignorar al mar Caribe
y decir: “No. Limitamos es con el océano Atlántico’”, porque en el Atlántico norte está la civilización. El mar Caribe,
que durante la época de la independencia es un mar en movimiento, es un mar de donde nos llega todo, deviene
un obstáculo que hay que vencer para llegar al Atlántico; es un impedimento, es una traba, es un estorbo; cuanto
más, es una protección del interior andino, donde está la civilización.

Y ya eso venía desde las rivalidades de Cartagena y Santa Marta entre 1810 y 1815. Evocando el sitio de
Cartagena de 1815, Pedro Alcántara Hernán, en una carta de 1869, anota: “...aún después que los españoles ocu-
paron a Cartagena e] gobierno de la Unión ninguna medida importante tomó, me acuerdo haber oído a uno de los
patriotas más comprometidos en la causa de la independencia y de los que más influjos ejercía en aquella época,
la demostración con que probaba, matemáticamente, según él decía, que nada debíamos temer, tomaba en
cuenta el número de hombres que Morillo había perdido durante el sitio -de Cartagena-, el que perdería por las
enfermedades, el que perdería a consecuencia del sitio y por falta de recursos, el que habría de quedar en las
guarniciones de la Costa y del tránsito, y deducidos estos números de las fuerzas con que Morillo desembarcó en
nuestras costas no quedaría ningún soldado disponible que pudiera molestarnos en Santafé”11.

Veinticinco años más tarde, cuando por una reclamación diplomática la fuerza naval británica está
haciéndole un bloqueo a Cartagena, José Hilario López, que será posteriormente presidente de la república, es
enviado a Cartagena para organizar la defensa de la plaza. En sus memorias anotará: “Los cuerpos de guardia
nacional se instruían y el entusiasmo que reinaba en toda la República prometía que, aun cuando se perdiese la
Costa por la inmensa superioridad de fuerzas y de toda clase de recursos de que disponía el gobierno inglés, al
menos se salvaría el honor nacional y el interior de la República sería preservado de la invasión”12

Concebido peyorativamente el mar, probablemente no es gratuito que en los textos que se publican en la
segunda mitad del siglo XIX aparezca siempre como límites de la Nueva Granada o de los Estados Unidos, el
océano Atlántico. Por ejemplo, en 1852 Antonio Cuervo publicó en Bogotá el Resumen de la geografía histórica,
política, estadística y descriptiva de la Nueva Granada, para e/uso de escuelas primarias superiores, en el que se
afirma que el límite norte del país es el océano Atlántico 13. En 1863, Felipe Pérez, que había sido designado coito
el calificador y publicista (le los trabajos Liando de .Agustín Codazzi, publico la Geografía física y política del
Estado de Bolívar; en la que igualmente aparece el océano Atlántico como el limite norte de dicho estado. Ahora
bien, en esa geografía, Felipe Pérez anota lo siguiente, también sobre parte de la población del Estado de Bolívar:
“Los indígenas de aquella parte eran antropófagos, como todos los de la raza Caribe, muy valientes y usaban en
sus combates flechas envenenadas, y no obstante, haberse corrido desde ese entonces a acá 350 años, éstos
permanecen lo mismo que entonces, y repuntándose todavía como dueño y señor de ellos al bravo Darién, cuyas
tribus más notables son las de los cunase y caimanes. La civilización a pesar de su gran fuerza y de su mucho
poder no ha hecho por ellos más que cambiarles las flechas de sus mayores, por las escopetas de las fábricas
inglesas compradas con carey o cacao” 14. O sea que también identifica como parte de la población del Estado de
Bolívar estas tribus salvajes, antropófagas, provenientes de la raza Caribe.

En su Compendio de geografía general, política, física y especial de los Lisiados Unidos de Colombia,
editado en 1866 y que fue ampliamente divulgado y distribuido, Tomás Cipriano de Mosquera también señala que
Colombia limitaba al norte con las riberas del Atlántico15. De modo que vamos a encontrar muchos documentos y
libros de la época donde se habla permanentemente del océano Atlántico como el límite norte de Colombia.

Por eso, pues, se va creando, obviamente, por extensión, la expresión Costa Atlántica. Ahora bien, en
aras de la objetividad, esta concepción que, en buena parte, subsiste hasta hoy, de la civilización reducida a la
raza blanca, no es sólo de las elites andinas, es también de las elites cartageneras. En otras palabras, las elites
blancas de Santa Marta y Cartagena participan de este concepto según el cual las tribus que habitan en la Región
Caribe son salvajes e incivilizadas y, por supuesto, adoptan una cierta actitud despectiva con respecto a la raza
negra.

El mar en el siglo XX

Estas cosas van cambiando, por supuesto, con el siglo XX. Las facilidades de comunicación, los medios de
transporte, los mayores viajes, propician que la gente conozca el mar, lo vaya valorando, y vaya cambiando esa
concepción de que el mar es pecaminoso.

10
Nicolás Tanco Armero, Viaje de Nueva Granada a China, París, 1861, págs. 10.11
11
Véase mi ensayo “Cartagena de Indias Británica –El día en que los cartageneros se declararon súbditos de Su Majestad
Británica”, en Cartagena de Indias de la Colonia a la República, Bogotá, pág. 62.
12
Ibib., pág. 66
13
Gustavo Bell Lemus, “La Costa Caribe de Colombia: una geografía falseada”, en Lucano Parejo Alfonso, et. al., El
Federalismo en Colombia – Pasado y perspectivas, Bogotá, 1997, pág. 223.
14
Ibid., pág. 223
15
Ibib.
Veamos enseguida lo que decía treinta y cinco años después Salvador Camacho Roldán: “La sensación
del mar es una de las más extrañas para nosotros, habitantes de las alturas de los Andes, acostumbrados a los
horizontes limitados de las cordilleras y al espectáculo de la mezcla incesante de la luz y la sombra, de las altas
montañas y de los valles profundos, de los contornos del paisaje, la quietud y el reposo eterno de las vistas de la
tierra cambien totalmente con ese movimiento incesante de ir y venir de las ondas sobre la llanura líquida del
océano..”16

Para terminar, leamos dos documentos que indican, cómo, va durante el siglo XX, hay un anhelo de mar,
se desea, el mar ya es otra cosa, afortunadamente.

En 1934 comienza la construcción de la carretera que va a unir Medellín con el mar. Hay un artículo de
Jaime Barrera Parra, publicado ese mismo año, que se titula Canas Cotilas que mira al mar, en el que narra todo
el acontecimiento que signifique comenzar a construir una carretera que los pondría en contacto con el mar: “... la
comitiva sale para Medellín en tres automóviles, vamos a conocer la carretera al mar, hasta Cañas Gordas,
ingenieros y periodistas, hombres de trabajo y de acción acompañan al ministro Araujo va Gonzalo Mejía que es la
carretera hecha tesis y Jesús Tobón Quintero que es su filósofo, vamos al mar que es la ruta del universo. Salen
los niños y las niñas de San jerónimo a saludar a Alfonso Araujo, esos niños y niñas hacen parte de la carretera al
mar, con Gonzalo Mejía, con Tobón Quintero, con el Marichú, con el anisado de San Cristóbal y de Palmitas, la
comitiva se va engrosando, se reanuda la cronografía calentana, los hombres y el paisaje se encuentran, es el
reino de la exuberancia botánica, de la desfachatez temperamental., del allegro ideológico. ¿Cuándo llegamos al
mar, Gonzalo Mejía?, dentro de dos años, por lo pronto estamos en Sopetrán y esta noche dormiremos en Cañas
Gordas. Vivimos un momento el ambiente de la colonia. La colonia termina con la carretera al mar. 1934 [risas de
fondo, no es claro si la fecha es parte del texto]. .. Los colombianos que sabemos llevar en los labios y en la ca-
beza los nombres de los puertos asiáticos y africanos, desconocemos al país escondido, vasto y hermoso. En esa
tarde intrascendente del mes de junio, la carretera al mar se hace toda diálogo. La carretera al mar no puede ni
debe ser el rótulo de una empresa regional, proclama Araujo, sino una gran vía nacional que una a la capital del
país con el océano. Lógicamente, la carretera empieza en Bogotá, pasa por Sonsón y por Medellín y termina en el
puerto de Necoclí sobre el mar Atlántico. En alguna ocasión cuando Cañas Gordas parecía inasequible, yo juré no
volver aquí sino en automóvil, y aquí estoy, como estaré mañana en Urabá con todos vosotros, hemos matado de
una vez por todas el terror mitológico que hacía de la carretera al mar un cuento de locos, hemos vencido dos
cordilleras, pero algo más hemos hecho, le hemos torcido el cuello al escepticismo. Esta obra, que fue descrita
como el sueño de una mente calenturienta, como el sobregiro de un visionario contra las despensas vitales de su
pueblo, casi como una traición a los grandes intereses de Antioquia, constituye hoy una afirmación orgullosa,
estamos en el camino del mar, sobre la gran ruta del mundo” 17.

Veamos este otro texto, también hermoso, de Hernando Téllez, sobre el mar. Quiero hacer una aclaración:
aquí, cuando se habla del mar, no se habla del mar Caribe, sino del Pacifico, Nos interesa la belleza con la que él
narra el anhelo del mar, en el artículo que tituló La Patria: “En el curso de una tediosa sesión del Senado de la
República, durante la cual se debatía un tema más o menos árido, el de los planes oficiales para la construcción
de nuevas líneas de ferrocarril, un vocero del partido conservador, el señor Luís Ignacio Andrade, solicitó la
palabra y pronunció, apoyado en el tema propuesto, uno de los discursos más sencillos y hermosos que me haya
correspondido oír acerca de la provincia colombiana, era evidente la emoción del orador y el éxito completo,
compacto, plenamente justificado que conseguía a medida que avanzaba a través de sus propias cláusulas. Al
concluir, varios de los adversarios políticos del senador mencionado y la totalidad de sus amigos y copartidarios
movieron las manos en espontáneo gesto de aplauso. ¿Qué nervio central, qué fino resorte de la sensibilidad de
quienes lo escuchábamos había tocado con su palabra este orador?, la cuestión era fácil de explicar, el senador
Andrade, sin proponérselo de manera previa y meditada, en un momento de feliz inspiración había hablado con
entrañable afecto de su provincia del Huila18, del áspero trozo de geografía colombiana donde viera la luz por
primera vez, donde había amado, donde había aprendido a hablar, donde deseaba reposar para siempre, nada
mas, pero a través de la exaltación de la provincia por entre el reposado vuelo de las locuciones que aludían, una
y otra vez al paisaje nativo, a las montañas maternales, a los vallecicos, a los valles resecos y sedientos, a las
suaves colinas, a la posición meteorológica del viento entre las cañadas y los cerros, iba surgiendo un poco
mágicamente pero intacta, completa, la buena patria, la buena tierra, todo la patria y todas las tierras colombianas.
Hubo un momento, al levantar una de las manos en el aire y cerrarla dejando el índice afuera para llevarlo hasta el
oído, en que el orador expresó con notable fortuna verbal y plástica cómo sus coterráneos trepaban a una de las
colinas de la pequeña patria y desde allí, quedándose un momento en silencio, oían a la distancia el lejano rumor
del mar. El mar inalcanzable y ambicionado a donde querían llegar a través de una carretera todos los hijos del
Huila”.

Cerremos el círculo recordando la carta que, en 1995, le escribí al defensor del lector de El Tiempo. Hoy,
volando de Barranquilla hacia la cima de los Andes, me llegó una grata sorpresa. A cuatro columnas, el diario
capitalino tituló: Mar Caribe tiene media tonelada menos de basura 19. Ya El Tiempo habla de mar Caribe.

BASES GEOHISTORICAS DEL CARIBE COLOMBIANO. Avella, Francisco. 2000. En: Revista Aguaita No. 3.
Observatorio del Caribe colombiano, Cartagena de Indias, pag. 26 a 32.

El objeto de este artículo es simple: mostrar como primera parte y muy rápidamente, por debajo de la visión que
cada cual puede tener del Caribe colombiano de que ideas está tejido, qué hilos lo componen, de qué está hecho,
es decir su contenido. Como segunda parte, mostrar menos rápidamente como está tejido, es decir mostrar su
“forma”. Y como tercera y última parte, mostrar rápidamente y en forma hipotética cuál sería desde el punto de

16
Salvador Camacho Roldán, Op. Cit. Pág. 286
17
Jaime Barrera Parra, “Cañasgordas que mira al mar”, Prosas, Editorial Universidad de Antioquia, Medellín, 2001, págs.
107-115
18
Hernando Téllez, “La patria”, Selección de prosas, Bogotá, 1975, págs. 112-117
19
El Tiempo, 27 de octubre de 2005, págs. 1-14
vista de la geohistoria su estructuraicón no en el sentido de las partes que lo componen sino de las relaciones que
hacen que, por una parte, pertenezca a:
* Un país de 4 esquinas (amazónica, orinocense, pacífica y caribe), que la Universidad Nacional busca
entender a través de sus sedes de Leticia, Arauca, Tumaco, que áun no ha iniciado, y la de San Andrés que se
creó en 1966, pero que sólo lleva dos años de actividades permanentes, y por la otra
* A la cuenca del Gran Caribe, tal vez el más grande crisol de culturas del planeta, y el mixer cultural más
importante de la historia, pues todo lo que ingresa a su territorio, lo integra, lo vuelve suyo, lo vuelve Caribe, desde
la economía y la política, hasta la música, (me gusta más el “Let´s be” de Celia Cruz que el de los mismos
Beatles), así haya tenido como origen Europa, África o Asia, o la región Andina, como en mi caso personal.

¿Qué es el Caribe?

Oruno Lara (1998:3), el más importante “caribólogo” (no sé si exista esta profesión) francés escribía: “Hoy
tenemos ls mismas dificultades a circunscribir el Caribe que tuvo Fernand Braudel (1964) para delimitar el
Mediterráneo en la época de Felipe II…el Caribe es un personaje complejo que escapa a nuestras medidas y a
nuestras categorías….Personaje que no se puede definir con nuestras normas habituales”. Y podríamos agregar
que no se puede entender con la racionalidad con la que otros buscan explicar Europa, por ejemplo. (Levy,
1997:3)

¿Qué es lo que se llama Caribe a través de la historia?

El Caribe ante todo es uno de los grandes problemas filosóficos modernos. Su ”descubrimiento”, o, mejor, su
encuentro fue una equivocación. Colón buscaba las Indias Orientales y encontró lo que hoy llamanos las Indias
Occidentales, y, de paso, un continente llamado posteriormente “América”, con el nombre de su cartógrafo, y no
“Colombia” por el de su descubridor.

De este encuentro, nace un personaje central: el “otro”, que junto con el “individuo” constituyen los pilares de la
“modernidad”. De aquí que el principio de “alteridad”, o sea la creación del “otro”, haya sido pensado
convenientemente para no tener que sojuzgar al “prójimo” al igual que a sí mismo. Pues hasta ese momento se
creía que todos los pueblos creados por Dios ya estaban reseñados en la Biblia.

Colón encuentra, de pronto, otros hombres, “pobres y desnudos”, sin lugar en la creación bíblica, pero cuya
generosidad lo impresionó hasta el punto de creer que podría convencerlos “por el amor y la amistad y no por la
fuerza” (Fergusson, 1999:12). Creyendo haber encontrado el paraíso perdido, Colón regresa, pero Europa cambia
rápidamente el esquema de su pensamiento: aparece el monopolio de decidir sobre el destino de la humanidad,
de definir quiénes eran los “otros” (“los descubiertos”), y quienes seguían siendo los “mismos” (los que aparecían
en el relato bíblico).

De este modo, se afirma la existencia de alguien que es diferente pero que al mismo tiempo es tan parecido, tan
igual que puede ser “el mismo” dependiendo de donde se sitúe el “yo”, el que juzga, como observador o como
observado (Hartog, 1980). Es en ese juego especular, en el que las imágenes se miran ellas mismas como a
través de espejos, que ha quedado atrapado desde ese entonces el pensamiento eurocentrista (Todorov, 1982),
que tiene su expresión más reciente en el avance de los partidos de extrema derecha.

Pero como en todo paraíso el pecado original existe, por definición, los divulgadores de la “invasión” para unos, y
del “descubrimiento” para otros, descubrieron que “el otro” no sólo era un salvaje sino que era “caníbal”. De aquí
todas las variaciones que de “khan”, como el emperador de la China, a cuyas tierras Colón creía haber llegado, o
de “can” como perro, o de “cariba”, con la connotación de comedor de carne, se orientaron a producir en la
imaginación europea un ser antropófago, lascivo, que engendraba hijos, que luego devoraba (Lestringant, 1996).

Luego, a partir de estas imágenes, se justificaba que este salvaje fuera redimido por la esclavitud. Desde que la
reina Isabel la Católica autorizó esclavizarlos en 1505, prácticamente en todos los demás sitios donde los
indígenas fueron declarados “caribes” se les acusó de las mismas atrocidades (Ibid).

Este parece ser el origen de la palabra usada para llamar “mar de los Caribes” al mar semicerrado que está entre
el arco de las Antillas y el continente americano, que es el núcleo que estructura lo que hoy se llama “el Gran
Caribe”, que incluye no sólo la cuenca de dicho mar, sino su entorno exterior. Algunos incluyen hasta el nordeste
del Brasil, la desembocadura del Amazonas y el Orinoco que constituye el territorio original de donde el grupo de
lengua “karaib” se dispersó a través de las Antillas Menores, y de quienes Colón escuchó hablar en su primer
viaje, bien al norte, en lo que hoy son las Bahamas.

Durante la colonización que siguió al descubrimiento, el Caribe pasó a ser uno de los factores fundamentales en el
proceso de acumulación en Europa. Fue la llave de oro de América. Oro que no sólo sirvió para dar vano
esplendor al imperio español sino también para pagar sus deudas con las casas de comercio y de préstamo
hanseáticas, lo que causó su decadencia finalmente.

Fue también el campo de experimentación de la economía de plantación impuesta por los imperios inglés, francés
y holandés, y los procesos asociados a su explotación: reemplazo y destrucción de la mano de obra indígena, en
su gran mayoría cambiada por la esclava, traslado masivo de poblaciones del África, mestizaje asociados a la
colonización española que marcaría su destino para siempre.

Después de la gran importancia que tuvo en el siglo XIX con las perspectivas de apertura del Canal de Panamá
por los franceses y luego con la apertura real por los americanos en el siglo XX, el Caribe se convirtió en el centro
geopolítico en donde los Estados Unidos implantaron su hegemonía desde la Segunda Guerra Mundial a través de
un sistema de bases estratégicas, que tuvo su coyuntura más álgida con la instalación de misiles en Cuba, un país
que había cambiado de campo político con la Revolución, haciendo evidente el conflicto este-oeste a 90 miñlas de
los Estados Unidos.
En los años 70, frente al ímpetu con el que el “Área Pacífica” entra a la historia después del triunfo industrial de
Japón y de los nuevos “dragones industriales” de la cuenca (Corea del Sur, Taiwán, Hong Kong, Singapur), el
Caribe cede su importancia estratégica, y pasa a ser un área secundaria en el juego geo-político y comercial
internacional, hasta el punto de que algunos autores empiezan a estudiar su situación futura en el “siglo del
Pacífico” (Brabevoy-Wagner, 1993)

Con la caída del Muro de Berlín y los demás procesos de distensión que conducen a conformar hoy un mundo
unipolar, el Caribe se convierte en el Mediterráneo de los americanos (Musset, 1994:1), o más comúnmente en el
patio trasero de Estados Unidos.

Hoy el Canal de Panamá perdió importancia estratégica, por lo cual es devuelto a los panameños. Ahora resulta
más barato transportar la carga hacia Europa a través de los ferrocarriles y los oleoductos norteamericanos. Y la
situación política ya no se analiza en términos de un conflicto bélico, sino de acuerdo con la capacidad competitiva
de los países en el mercado mundial. En este contexto, el Caribe entra al tercer milenio.

¿Cuál es su destino?

El Caribe no sólo está formado por las ideas, a partir de las cuales la historia lo ha modelado. Esta historia tejida
con los hilos de la historia de sus diferentes regiones, que le han conferido un sentido, que identifica en la
diversidad, que expresa una pertenencia que representa a los habitantes de esta parte de la tierra en el resto del
mundo. Este lugar, como el Mediterráneo de Braudel, no sólo une por la historia sino que separa por las
distancias, el aislamiento y la insularidad, aunque, al fin y al cabo, el mar es capaz de unirlo todo.

¿Qué es lo que se llama Caribe desde el punto de vista geográfico?

Gerard Sandner (1982:8-16), el mejor “caribólogo”, anotaba que “a las variaciones históricas y conceptuales en la
terminología del Caribe, corresponden a las variaciones y delimitaciones que reflejan diferencias fundamentales en
los conceptos básicos de la definición de “Área Caribe” o “Región Caribe”.

Diferenciando cuatro grupos de acuerdo con la tradición de la geografía regional, a indicadores culturales,
históricos y socioeconómicos, como el “Rimland” insular euroafricano y el “Mainland” continental euroindio, a las
delimitaciones de las fronteras de países y estratos, y finalmente a criterios etnohistóricos que reflejan una
“identidad caribe”, como la de Manigat (1976).

Sandner muestra con este ejercicio que “el problema de la delimitación y la definición del Caribe aparece como un
rito inicial en todos los estudios que se dedican a esta región” (Ibid, p. 9). Pero lo que expresa cada mapa, en el
fondo, son los intereses de quien fabrica las cartas, hasta el punto en que, como dice Manigat: “Definiciones
competitivas y conflictivas reflejan intereses competitivos e ideologías en conflictos, así que bien podríamos decir:
dígame cuál es su definición en el Caribe y le diré cuál es su definición en política” (Ibid).

El más reciente “caribólogo” inglés, James Ferguson (1999), señala en su libro “La historia del pueblo Caribe”, que
las Indias Occidentales, las Antillas, son “diferentes nombres para una misma región, que reflejan diferentes
percepciones y mitos…En este libro he tratado de estudiar la región como un todo, mirando no sólo lo que separa
las agrupaciones de las diferentes islas, sino lo que tienen en común histórica y culturalmente”.

La consecuencia es que la presencia del Caribe continental, la de los pueblos que desde Miami, bordeando el
Golfo de México hasta las Guayanas (habitando una región que comprende tanto el Caribe como mar interior,
como la cuenca de su borde exterior) no tienen historia. No son parte del “Carribbean People” y el libro no hace
una sola alusión a su existencia. Lo que refleja, evidentemente percepciones puesto que para este autor, originario
de la isla de Inglaterra, el pueblo caribe es exclusivamente el mundo insular.

¿Qué es lo que se llama Caribe colombiano?

Queremos hacer énfasis en que por encima de la visión que cada cual pueda tener del Caribe lo que se quiere
mostrar es simplemente. Cuál es su sentido. Para evitar una larga disertación académica, se ha preferido citar
algunos ejemplos de las maneras cómo las visiones geográficas han contribuido a formar el Caribe colombiano.

La primera visión, que se ha llamado interna, es la que tienen sus propios habitantes sobre su región, lo que
designan como “Costa Atlántica”. Se ha tomado a propósito para señalar la “desidia geográfica” por la cual la
Nación ha cedido y perdido extensos territorios en el Caribe y que, de no superarla, va a continuar perdiendo.

Y también para mostrar como uno de los logros más importantes en el proceso de regionalziación de Colombia, el
artículo 7 de las reformas a la Constitución de 1886, que crea los Consejos de Planeación con sus respectivos
Consejos Regionales llamados Corpes, o sea la primera posibilidad de que las regiones existieran legalmente se
hizo inducida por un error geográfico. Un error que no se puede achacar a la costumbre como algunos pretenden,
sino a la falta de visión hacia fuera que caracteriza al país, pues desde 1773 los ingleses lo registraban así en sus
cartas. Y, por lo menos, a partir de la independencia, se sabe que Colombia no está bañada por el Océeano
Atlántico, sino por el Mar Caribe o de las Antillas, como aún insisten en llamarlo los franceses.

Este error ha sido corregido por el Instituto Geográfico Agustin Codazzi, IGAC; (1995) desde la edición de las
últimas cartas en 1995, afortunadamente, no sólo por el cambio de nombre, sino porque por primera vez aparece
el Caribe insular como parte del territorio nacional: ya no aparecen las islas de San Andrés y Providencia, en
Urabá, en La Guajira, o en la Amazonía, donde quedara un campo para incluirlas en un mapa en donde parecían
no caber, no porque nadie las quisiera sino por problemas de escala.
Por el Corpes Costa Atlántica, que en la edición del interesante Mapa Cultural del Caribe colombiano (1993),
hubiera podido aclararlo, pero dejó pasar la oportunidad por falta de conciencia sobre el Caribe. De paso, hay que
decir que el libro tampoco enfatiza en el contexto más amplio al que pertenece Colombia. Sólo se menciona que:
“En Colombia se hace cada día más necesario afinar el conocimiento de su cultura a partir de sus regiones y de su
vínculo con el contexto latinoamericano” (p.17). De resto, el Caribe aparece más como una localización que como
un contexto, más como algo que contiene una región, que como algo que la forma, la identifica y le da sentido.

Visión externa

Una visión externa sobre la región es la de Jacques Gilard (1984), uno de los mejores “caribólogos” franceses, (ya
casi estamos seguros que sino existe la profesión si existe el oficio de caribólogo), en su monumental tesis de
geografía cultural, la más importante que se haya escrito sobre una región en América, titulada “García Márquez y
el grupo de Barranquilla”, plantea que para entender a García Márquez era necesario tomar en consideración el
mundo de donde había salido. Gilard señala que “hemos dicho que él se comporta como un hombre de la Costa
(Atlántica), región de la cual hemos señalado ciertas particularidades, al menos para establecer un contraste con
el interior andino de Colombia. Además hemos señalado ese rasgo fundamental de un escritor que sin dejar de ser
colombiano, se define en función de la cultura caribe. Aquí hay el signo de una mutación la cual no se ha tenido en
cuenta: García Márquez, en un cierto momento, cometía una transgresión” (p. 4, Tomo III).

¿Cuál es la transgresión? Según Gilard, la transgresión consiste en que García Márquez, sin dejar de ser
colombiano, pasó a pensar como caribe, no sólo como costeño. Esta interpretación particular de su trabajo, que no
es explícita, es la que permite demostrar la hipótesis con un inmenso acervo documental, de que la universalidad
del escritor se gana más a partir de una visión del Caribe que de cualquier otra visión. Sin embargo, a pesar de las
dos mil páginas de la tesis de Gilard, en el capítulo de la Literatura Caribe de la “Enciclopedia Universalis”, García
Márquez no figura como uno de los premios nóbeles caribeños.

¿Qué es lo que se llama Caribe colombiano en este siglo?

Eduardo Posada Carbó (1998) en su libro sobre la historia regional de la Costa Caribe colombiana (1870-1950)
escribe que: “El Caribe colombiano es conocido indistintamente como el litoral, la costa atlántica, y la costa” (p.
25). Más adelante señala: “El Caribe colombiano, que para los propósitos de este trabajo se define por los límites
de los antiguos estados soberanos de Bolívar y Magdalena…”

Lo que hay que señalar es que Posada Carbó trabaja magistralmente una parte del Caribe colombiano, que en
1870 estaba aún formalmente compuesto por el Archipiélago de San Andrés y Providencia, que incluía las islas
Mangle (o Corn Mangle), la Miskitia, Panamá, Urabá, y la Guajira.

El historiador Alfonso Múnera, en su libro “El fracaso de la Nación: Región, Clase y Raza en el Caribe colombiano
(1717-1810)”, anota: “En los albores del siglo XIX, el Caribe colombiano abarcaba en sus tres grandes provincias
de Cartagena de Indias, Santa Marta y Riohacha una extensión aproximada de 150.000 kilómetros cuadrados.
Sus costas se extendían a lo largo de 1.600 kilómetros desde el Golfo de Urabá hasta la península de la Guajira”
(p. 55) Y, en nota al pie de la misma página, agrega: “Es muy difícil describir con exactitud el territorio de las tres
provincias que conforman la región Caribe. No conozco un solo documento del siglo XVIII que contenga un
estimativo aproximado de su área. Faltando esto, me he limitado a sumar la extensión de los actuales
departamentos de la costa Caribe y el área de Urabá, tal y como aparecen registrados en el Instituto Codazzi,
Geografía de Colombia, vol. I (Bogotá, 1984), p. 270”

En este aspecto, Múnera incluye la Guajira y Urabá, pero no hace referencia a la parte de la Nueva Granada que
se extendía “…desde el Cabo Gracias a Dios hasta el río Chagres” (IGAC, 1986:22), que era más fácil de
administrar desde Cartagena que desde la capitanía General de Guatemala. Tampoco incluye a Panamá que en
el período era parte integral del Virreinato.

En la primera mitad del siglo XX y en el siglo XIX, el Caribe continental se empezó a llamar Costa Atlántica tanto
en Centroamérica como en Suramérica. Algunas regiones de Nicaragua (los departamentos de Zelaya Norte y
Sur), se llaman Atlánticas a pesar de que una universidad se llama Universidad de las Regiones Autónomas de la
Costa Caribe de Nicaragua, Uracán. Lo mismo sucede actualmente en Costa Rica, Honduras y Panamá, en donde
se utiliza todavía el término Costa Atlántica en las cartas oficiales.

Aunque no hay una razón precisa para saber por qué se empezó a hablar de Costa Atlántica en el caso
colombiano, “la expresión “Costa Atlántica” –el nombre de un periódico publicado en Barranquilla en la década de
1880- había adquirido una connotación especial desde mediados del siglo”. (Posada Carbó, 1998:411). Y es
posible que se haya utilizado desde años antes como se puede ver en algunos textos y cartas de los años de la
Independencia.

En el siglo XIX, antes de la Independencia, Colombia no existía. Sin embargo, la historia patria, cuyo sentido
mítico de comunidad imaginada es el de suponer que es una entidad que siempre ha existido y siempre existirá,
comienza desde los pobladores originales llamándolos “los primeros colombianos” o “los primeros habitantes de
Colombia”, y ahorramos las citas pues está prácticamente en todos los textos escolares.

Pero lo que si existía era el Caribe, por lo menos a partir del siglo XVI, cuando se inició la Leyenda Negra del
Caribe antropófago, etc., y, expresamente, desde 1775 como se puede ver en la mayoría de las cartas geográficas
inglesas de la época, mar del cual tomaron su nombre todas las regiones costeras. En esa época, el Caribe,
ancho y profundo, unía, no separaba, a pesar de haber sido campo de las potencias europeas.

Al Caribe le da sentido su conceptualización geográfica. Desde ese punto de vista, está compuesto por una
archipiélago de las islas que pareciera que nada las uniera, separadas irremediablemente de un continente, cuya
parte centroamericana es uno de los sitios menos poblados del trópico, y tal vez de los más abandonados de la
tierra, no sólo después del ciclón Mitch, sino desde mucho tiempo atrás, cuando parte de esas tierras pertenecían
a Colombia.
Pero, precisamente, por falta de esa visión geográfica, explicable en un estudiante de postgrado, como se señaló
al comienzo de este artículo, no es explicable en un país como Colombia. Por eso, a manera de conclusión de
esta segunda parte, en donde se busca responder a la pregunta ¿qué es lo que llamamos Caribe? habrá que
hacer como hacía la gente de los primeros tiempos en Macondo, “señalar las cosas con el dedo”, pues,
desafortunadamente, desde el punto de vista de la elaboración conceptual, de lo que le confiere sentido a la
región Caribe colombiana, apenas estamos en el rito de iniciación del cual habla Sandner para el Caribe en
general en 1982.

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