—¿Qué hace una niña tan linda tan sola en la noche? —le preguntó él con una voz profunda,
que hizo latir su corazón.
Adela le contestó que estaba dando un paseo y tras unos minutos de conversación, el charro
la invitó a subirse a su caballo para dar una vuelta. Muy emocionada, la chica permitió que
la ayudara a montar detrás de él y se aferró a su cintura. Se sentía como en una de esas
historias románticas que a su abuelita le gustaba contarle.
Toda esa fascinación no tardó en transformarse en terror, porque tan pronto como estuvo
sobre el animal, el charro se echó a cabalgar rápidamente, hasta que los cascos del equino
contra la tierra abrieron dos líneas de fuego que parecían abrasarla entera. Adela profirió
gritos de dolor e intentó bajarse del caballo, pero el charro no se lo permitió.
Aquella noche, decenas de ojos juraron ver a un caballo negro en llamas, con dos siluetas
a bordo: una de un hombre gallardo y que emitía carcajadas siniestras que les helaron la
sangre. La otra de una mujer que se quemaba y tenía la piel carbonizada.
Nadie volvió a ver a Adela en el pueblo. Por ahí se extendió el rumor de que la chica se
había escapado con un novio, impulsiva como era.
Pero pocas personas sabían la escalofriante verdad. Había sido llevada por el Charro Negro,
en castigo a no saber obedecer y envanecerse de más. Y entonces todas las niñas del pueblo
aprendieron a comportarse decentemente, por temor a que el diablo volviera para raptarlas.