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Universidad Mariana

Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales


Depar�amento de Humanidades

Humanismo Cristiano

Mag. Luis Eduardo Pinchao Benavides


Mag. Alber�o Vianney Tr�jillo Rodríg�ez
Mag. Cesar Oswaldo Ibar�a

San Juan de Pasto, 2011


ISBN:
HUMANISMO CRISTIANO
Primera edición 2010
© Luis Eduardo Pinchao Benavides
Alberto Vianney Trujillo Rodríguez
Cesar Oswaldo Ibarra
Diseño de carátula:
Ángela Marcela Pérez Caicedo
Diagramación:
D.g Nelly Carmenza Burbano Sánchez
Impresión:
Publicaciones. Universidad Mariana
Editorial Universitaria Publicaciones
Pasto – Nariño - Colombia. 2010
Todos los derechos reservados. ©
Se permite la reproducción citando la fuente.
Contenido

pág.
Introducción 5

Capítulo I: Humanismo y humanismos 9


1. El humanismo: Definición, origen y desarrollo 9
2. Humanismos 15
2.1 El humanismo marxista 15
2.2 El humanismo existencialista 17
2.3 El humanismo personalista 18
2.4 El humanismo freudiano 21
2.5 El humanismo nihilista 23
3. El humanismo cristiano 27
Capítulo II: Dimensión religiosa del ser humano 35
1. El fenómeno religioso 37
1.1 La expresión de la experiencia religiosa 38
1.2 Componentes de la experiencia religiosa 39
2. Las grandes religiones del mundo 41
2.1 El hinduismo 41
2.2 El budismo 43
2.3 El Judaísmo 44
2.4 El islam 47
2.5 El cristianismo 51
Capítulo III: Dios al encuentro del hombre 55
1. La historia, lugar de la Revelación 58
2. Historia de la Revelación 59
3. El acontecimiento histórico y el acontecimiento de la palabra
61
en la Revelación
4. Jesús, la manifestación más plena de Dios a los hombres 63
5. Implicaciones de una revelación en y por la historia 66
6. La Sagrada Escritura, testimonio de la Revelación 71
Capítulo IV: Una aproximación a la persona de Jesús 75
1. El contexto 77
2. Jesús un personaje público 81
3. El bautismo de Jesús 83
4. Jesús y las tentaciones 84
5. Jesús, el profeta 85
6. El Maestro y las mujeres 87
7. El Maestro y los discípulos 90

3
Humanismo Cristiano

8. Jesús el subversivo de Dios 92


9. Jesús y el sermón de la montaña 93
10. Jesús enseña a orar 95
11. Jesús y los milagros 98
12. Jesús enseña con parábolas 100
13. Jesús anuncia el Reino de Dios 103
14. La imágenes de Jesús en el evangelio de Juan 106
15. Dos hitos importantes en el camino de Jesús: la confección de
Pedro y la transfiguración 108
16. Nombre con los que Jesús se designa así mismo 110
17. Jesús, creyente fiel hasta la muerte 113

Capítulo V: El humanismo en María, San Pablo, San Francisco


119
de Asís y Madre Caridad Brader
1. María, modelo de ser humano al estilo de Jesús 119
2. El Humanismo cristiano en San Pablo 127
3. Humanismo de San Francisco de Asís 134
4. El ser humano en el pensamiento de la Beata Caridad Brader 141

Capítulo VI desafíos actuales del humanismo cristiano 147


1. Coherencia y testimonio 149
2. Derechos humanos 150
3. Democracia 151
4. Medio ambiente 152
5. Fanatismo religioso y terrorismo 153

4
Introducción
S i bien el concepto de “humanismo”, en su sentido específico, corres-
ponde a un movimiento intelectual, filológico, filosófico y artístico de
la Europa de los siglos XV y XVI, también es cierto que toda la historia hu-
mana ha estado revestida e inspirada por principios e ideas de auténticos
humanismos. Cada época ha sido configurada por una determinada mane-
ra de ver, concebir y comprender al hombre y cuanto le rodea; su actuar y
su obrar han dependido, en gran medida, de tales cosmovisiones.

En sentido amplio, el término “humanismo” está referido a una amplia ca-


tegoría de pensamientos que fundamentan, promueven y exaltan la digni-
dad y el valor de todas las personas, apelando a las cualidades específica-
mente humanas, como la racionalidad y la capacidad de investigar y hacer
ciencia; o amparándose, exclusivamente, en la autoridad divina y en los
preceptos religiosos. En todo caso, el humanismo se ha convertido en un
modo de pensar y de vivir en torno a una idea fuerza: El ser humano, ima-
gen de Dios, criatura privilegiada, digno sobre todas las cosas de la Tierra.

Entre todas las formas de humanismos emergidos en la historia humana


encontramos el “humanismo cristiano”. Como movimiento social o sistema
de pensamiento del siglo XX, tiene como principales exponentes a Jacques
Maritain y Hans Kung, quienes hacen una interpretación cristiana del hom-
bre. Consideran que la Revelación cristiana tiene un énfasis humanista:
Habla de un ser humano hecho a imagen y semejanza de Dios, de un Dios
hecho hombre en la persona de Jesús, y de la persona humana, centro de
enseñanza y acción de Jesús.

Como se advierte en el párrafo anterior, el “humanismo cristiano”, pro-


piamente dicho, no hunde sus raíces en el pensamiento maritainiano,
sino exclusivamente en la persona de Jesucristo. Maritain, como él mismo
manifiesta, sólo representa un eslabón para restablecer el curso de la
evolución histórica del cristianismo que ha sido interrumpido y obstacu-
lizado, principalmente, por el pensamiento renacentista, y una serie de
transformaciones sociales, políticas, religiosas, económicas, culturales, que
emergieron con una clara oposición a lo “medieval”.

5
Humanismo Cristiano

Entre las transformaciones sociales más relevantes que afloraron paralela-


mente al Renacimiento se pueden citar: La reforma luterana, la división de
la Iglesia cristiana en católica y anglicana, la consolidación de los Estados
nacionales y de las monarquías absolutas, el desarrollo de la burguesía
y su papel predominante en la sociedad, el adelanto de la cartografía, el
descubrimiento de la brújula, la utilización de la pólvora, el descubrimien-
to de la imprenta, entre otros, acontecimientos que propiciaron y aumen-
taron la desconfianza respecto al saber medieval y de la Iglesia Católica.

El humanismo cristiano reconoce las contribuciones de otras formas de


humanismo, como: la exaltación del valor de la libertad, del humanismo
existencialista; la lucha del marxismo contra toda forma de explotación
y subordinación del ser humano a las fuerzas materiales y económicas;
el valor absoluto concedido a la persona humana, por el humanismo
personalista. Pero, también guarda distancia respecto de ciertos plantea-
mientos que, al ser pretendidos al margen de Dios, pueden ser nocivos
para el mismo ser humano, ya sea a nivel individual o social. En todo
caso, el humanismo cristiano acoge y valora toda iniciativa encaminada a
dignificar la persona humana, pero está completamente convencido que
el ser humano sólo alcanzará su realización y dignidad plena en Cristo y
en su propuesta liberadora.

El humanismo que propone el cristianismo es un humanismo integral:


penetra en todas las dimensiones de la persona y la compromete en la
búsqueda de una sociedad fraterna, justa, solidaria, sin clasismos; una so-
ciedad cohabitada por seres humanos cada vez más generosos, serviciales,
amorosos, compasivos y misericordiosos, a semejanza del Padre Celestial y
de su Hijo, Jesucristo. En este sentido, el humanismo de inspiración cris-
tiana puede devolver el sentido existencial al ser humano de hoy, después
de vivir en carne propia los desencantos de la modernidad y contemplar,
con sus propios ojos, el desmoronamiento de los proyectos humanos le-
vantados al margen del plan de Dios.

Para ello, es preciso dar el primer paso: conocer la persona de Jesús y


su propuesta redentora, y entrar en diálogo con los planteamientos de
destacados pensadores que han dedicado su vida a proponer formas de
resignificar y dignificar la persona humana; pues, el fin último del huma-
nismo cristiano es y será la persona humana. El Papa Pablo VI, afirmaba
al respecto: “Todo lo que es humano tiene que ver con nosotros y ello
se debe traducir en un nuevo estilo de vida que promueva una cultura
más humana. Hoy están plenamente vigentes las enseñanzas del Concilio

6
Vaticano II: es la persona humana la que hay que salvar, y es la sociedad
humana la que hay que renovar”1.

Aquí subyace, precisamente, el imperativo moral del Humanismo Cristia-


no: el respeto y cuidado de la vida humana, es un deseo de Dios y una
súplica de la humanidad que anhela, por sobre todo, instaurar una cultu-
ra de la vida y del amor fraterno. También, el Papa Benedicto XVI ratifica
y exhorta a incursionar por los senderos del humanismo Cristiano: “Todos
nos movemos por la misma motivación fundamental y tenemos los ojos
puestos en el mismo objetivo: un verdadero humanismo, que reconoce
en el hombre la imagen de Dios y quiere ayudarlo a realizar una vida
conforme a esta dignidad”2.

Finalmente, quiero reiterar que este macroproyecto universal tiene como


fundamento el Evangelio. En él reposan las líneas de orientación y tareas
que la Iglesia Católica y las universidades de inspiración cristiana deben
seguir. Por lo demás, invito a adentrarse en este reto de conocer y hacer
del humanismo cristiano una fuente de inspiración y de gracia para nues-
tras vidas y para la humanidad entera.

LUIS EDUARDO PINCHAO BENAVIDES


Profesor-Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales

UNIVERSIDAD MARIANA
San Juan de Pasto, Octubre de 2010

1
PABLO VI. Gaudium et Spes, nº 3.
2
BENEDICTO XVI. “Dios es amor”, nº 30.

7
Capítulo I
Humanismo y Humanismos
Luis Eduardo Pinchao Benavides*

“El Hombre de Vitruvio. Es un famoso dibujo


acompañado de notas anatómicas de Leonardo
da Vinci realizado alrededor del año 1492 en uno
de sus diarios. Representa una figura masculina
desnuda en dos posiciones sobreimpresas
de brazos y piernas e inscrita en un círculo
y un cuadrado. Se trata de un estudio de las
proporciones del cuerpo humano, realizado a
partir de los textos de arquitectura de Vitruvio,
arquitecto de la antigua Roma, de quien el dibujo
toma su nombre.

También se conoce como el Canon de las


proporciones humanas. El dibujo está realizado en
lápiz y tinta y mide 34,4 x 25,5 cm. En la actualidad
forma parte de la colección de la Galería de la
Academia de Venecia.

El cuadrado está centrado en los genitales, y el


círculo en el ombligo. La relación entre el lado del
cuadrado y el radio del círculo es la razón áurea.
Para Vitruvio el cuerpo humano está dividido en
dos mitades por los órganos sexuales, mientras El Hombre de Vitruvio
que el ombligo determina la sección áurea. En
el recién nacido, el ombligo ocupa una posición
media y con el crecimiento migra hasta su
posición definitiva en el adulto”.
Giedion

* Licenciado en Filosofía y Teología de la Universidad Mariana, Magister en Educación de


la Pontificia Universidad Javeriana, docente-investigador de la Universidad Mariana.

9
Capítulo 1 Humanismo y Humanismos

1. El humanismo: Definición, origen y desarrollo

Aunque el término “humanismo” no se aplicó sino hasta el Renacimiento


europeo, los principios humanistas han estado presentes en toda la histo-
ria humana y han inspirado y configurado la vida de las personas. Si nos
remitimos a los filósofos griegos, como: Tales, Jenófanes, Anaxágoras, Peri-
cles, Protágoras, Demócrito y Epicuro, podemos constatar que sus postu-
ras filosóficas son muy humanistas: Asumieron una actitud materialista en
la búsqueda de explicaciones respecto de los acontecimientos del mundo
natural, valoraron la libre investigación, tomaron una mirada crítica sobre
las creencias en dioses y lo sobrenatural, y promovieron el pensamiento
racional y el uso de la lógica para resolver los problemas cotidianos; en
fin, valoraron la humanidad colocando al ser humano en el centro de las
preocupaciones morales y sociales.

En cierto sentido, la primera persona que debería ser catalogada de “hu-


manista” sería Protágoras, filósofo griego y maestro que vivió alrededor del
siglo V antes de Cristo, concretamente por dos razones: En primer lugar,
por su aforismo: “El hombre es la medida de todas las cosas”, no las dei-
dades ni los preceptos religiosos. En segundo lugar, Protágoras por la acti-
tud escéptica con respecto a los dioses y creencias religiosas tradicionales,
tanto que fue acusado de impiedad y desterrado de Atenas.

En este orden de ideas, también, Sócrates, Platón y Aristóteles, buscaban


comprender al ser humano desde el conocimiento, la ciencia y la lógica ra-
cional. Ya no se limitaron a aceptar y seguir las normas y valores propues-
tos por los dioses, sino que trataban de comprender, evaluar, explicar y vivir
según sus propias virtudes y capacidades humanas.

Durante la Edad Media, especialmente durante el siglo XIII, la filosofía


griega había penetrado en occidente a través de las escuelas de traduc-

11
Humanismo Cristiano

tores (Toledo, Vich, Nápoles, Palermo...) lo que provocó un interés por


volver a la sabiduría clásica. El retorno a los antiguos significó, no sólo la
recuperación de sus obras, sino fundamentalmente el reencuentro con el
terreno del hombre y del mundo humano. Dicho retorno se hizo, exclu-
sivamente, mediante las artes y las ciencias, y no mediante experiencias
místicas o metafísicas.

Pero, el humanismo como movimiento intelectual (filosófico, cultural y


literario), estrechamente ligado al Renacimiento, nació en el siglo XIV en
Italia, en las ciudades de Florencia, Roma y Venecia con personalidades
destacadas. En las ramas de las artes: Rafaello Sanzio, Miguel Ángel, Leo-
nardo da Vinci. En el campo de la literatura: Maquiavelo (El Príncipe),
Bocaccio (Decameron) y Petrarca (Canzoniere); este último considerado
el padre del humanismo. También se destacan en cuanto a las letras
italianas, Baltasar Castiglione (El Cortesano); Ludovico Ariosto (Orlando
Furioso) y Francisco Guicciardini (Historia de Italia).

El Renacimiento, sin renunciar a los temas básicos del humanismo (retor-


no a la sabiduría clásica), buscó un renacer del ser humano a una vida
verdaderamente “humana”; lo hizo mediante el recurso de las artes, las
ciencias y la investigación. Considera al hombre como ser natural, racional,
histórico, libre de decidir y elegir su destino. Ello, constituye una oposición
a la concepción medieval, que valoraba al ser humano desde una pers-
pectiva, específicamente, teológica.

La ciencia, por su parte, empezó a observar los fenómenos de la natu-


raleza con otra perspectiva: ya no sintió necesidad de echar mano de lo
mítico para entender y explicar la realidad. Emprendió, entonces, impli-
cándose en la experimentación y se lanzó en la búsqueda de explicacio-
nes racionales, dejando de lado la idea de que todo ocurre por “Dios“. En
consecuencia, se dilatan los límites del conocimiento de la naturaleza y
del ser humano mismo, creciendo en extensión y profundidad.

Fuera de Italia, el pensamiento humanista fue acogido por destacados


pensadores, como: Tomás Moro en Inglaterra, Francisco Rabelais y Mi-
guel de Montaigne en Francia y Luis Vives y Antonio de Nebrija en
España. Pero, el más destacado a nivel mundial e inspirador del humanis-
mo en Italia fue Desiderio Erasmo, principal intérprete de las corrientes
intelectuales del Renacimiento en el norte de Europa; la mayoría de sus
obras iniciales atacan las prácticas corruptas de la Iglesia Católica y el es-
colasticismo racionalista (intento de integrar el pensamiento griego con la

12
Capítulo 1 Humanismo y Humanismos

doctrina cristiana) fomentado por el clero católico; entre sus obras princi-
pales se encuentran: El libro “Manual del Caballero Cristiano” publicado en
1.503 y su famosa sátira “Elogio de la locura”, publicada en 1511; sus obras
influyeron enormemente sobre los reformadores, por lo que algunos lo
llaman “Padre de la Reforma”.

Todo lo dicho hasta ahora explica, a grandes rasgos, el origen del huma-
nismo como movimiento intelectual explicita y abiertamente declarado;
sin desconocer, claro está, que el pensamiento humanista ha estado la-
tente en toda la historia humana. Sus ideas han estado constantemen-
te regulando y promoviendo la humanización del ser humano; a veces,
fundamentando estos propósitos en preceptos divinos y, en otros casos,
guardando distancia frente a lo trascendente e intentando alcanzar esta
meta confiando únicamente en las propias capacidades humanas.

Volviendo ahora al término humanismo, quisiera añadir que esta expre-


sión ha tenido, en el transcurrir de la historia, diversidad de significados
e interpretaciones. Pensadores y grupos sociales han adoptado este tér-
mino para presentar sus utopías de humanismo. Entre las diferentes visio-
nes de humanismos se destacan, por alto impacto en la historia humana,
los siguientes: El humanismo renacentista, del cual ya se han mencionado
algunas ideas que lo sustentan; los humanismos marxista, existencialista,
personalista, freudiano, nihilista, y el humanismo cristiano.

Aunque cada pensador le da una connotación particular, todos los huma-


nismos tienen en común algunas convicciones que los convergen:

• Manifiesta qué o quién es el ser humano y cuál el camino para alcan-


zar su realización plena.

• Compromiso con el pensamiento racional y el comportamiento


responsable para mejorar la calidad de vida de los seres humanos.

• Creer, firmemente, que el significado y propósito de la vida, debe


encontrarse en la vida y no en la muerte.

• Creer que los humanos son producto evolutivo de la naturaleza.

• Creer que el ser humano tiene en sus manos la libertad de elección y


de forjar su propio destino.

13
Humanismo Cristiano

• Considerar que el objetivo de toda moral debe estar orientado a


alcanzar la felicidad, la libertad y el progreso para todos, sin distingo
alguno.

• Creer en la capacidad humana para investigar y hacer ciencia; para


descubrir y administrar belleza (desarrollo del arte).

Actualmente, el término humanismo se utiliza para indicar toda tendencia


de pensamiento que afirme el valor y la dignidad del ser humano, o que
muestre una preocupación e interés por la vida y la sostenibilidad del ser
humano en el mundo. La tarea principal del humanismo de hoy es hacer
conscientes a hombres y mujeres del significado de su existencia y la ne-
cesidad de humanizar sus acciones para no atentar contra la dignidad del
hombre y de la tierra en que habitamos.

A manera de conclusión y como supuestos, requeridos, para una mejor


comprensión de los temas venideros conviene considerar las siguientes
afirmaciones:

• Ser humanista no equivale a ser, necesariamente, ateo. Hay muchos hu-


manistas como: Santo Tomás de Aquino, Erasmo de Róterdam, Jacques Ma-
ritain y Hans Kung, quienes han sido cristianos comprometidos.

• El humanismo es una filosofía que espolea a las personas a pensar y de-


cidir por sí mismas; no sólo a aceptar, ciegamente, lo que viene por figura
de autoridad.

• El humanismo considera a la persona humana como máximo valor, por


encima del dinero, del Estado, de los sistemas sociales y de la misma re-
ligión. Exige que todos los valores se basen en la persona humana.

• El humanismo propicia la igualdad de derechos y de oportunidades


para todos los seres humanos, reconoce y alienta la diversidad cultural, se
opone a la discriminación y a toda forma de violencia física, psicológica,
económica, religiosa, racial, ideológica, sexual y moral.

14
Capítulo 1 Humanismo y Humanismos

2. Humanismos

El humanismo, como movimiento ideológico


cultural, estrechamente ligado al Renacimien-
to del siglo XVI, no sólo dio lugar a un nuevo
concepto de hombre y de mundo, sino que se
constituyó en el trampolín que diera lugar a un
sinnúmero de movimientos que se propusi-
eron como objetivos primordiales: el bienestar
humano, la felicidad y su realización plena. En-
tremos a considerar algunas de estas propu-
estas.

2.1 El humanismo marxista

Para el humanismo marxista el hombre es un ser de y para la praxis, prin-


cipalmente para la praxis económica; ésta gobierna la historia y determina,
en última instancia, la totalidad de la vida humana. Lo que los hombres
son, lo que hacen y piensan es determinado por la vida económica.

Dicha praxis se realiza en una doble relación: con la naturaleza a través


del trabajo productivo y con la sociedad a través del trabajo revolucio-
nario; razón por la cual, según el pensamiento marxista, el hombre no se
realiza por el pensamiento contemplativo, ni por las sensaciones, ni por la
religión, sino sólo en la praxis laboral y social. Únicamente en esta praxis
el hombre se libera, se autocrea y construye la nueva sociedad.

Frente a una concepción de tipo individualista, heredada del capitalismo,


Marx pone el acento en la dimensión social y comunitaria del hombre,
la cual no se reduce a la simple relación interpersonal, sino a la relación
estructural y colectiva. El hombre marxista no es el hombre individual sino
el hombre social. El hombre en solitario no existe; la sociedad o el Estado
están por encima de los individuos particulares.

Marx no parece descubrir ninguna característica de autonomía personal


en el hombre, si no es en relación al mundo material y al conjunto de la
sociedad. La personalidad humana es, entonces, un producto social, de-
terminado y condicionado por las estructuras socio-económicas; por ello,
la praxis liberadora no es una lucha individual, es la lucha de clases que
tiene como protagonista a la clase trabajadora.

15
Humanismo Cristiano

Por otra parte, el hombre marxista vive en un horizonte donde ha desa-


parecido toda preocupación religiosa: Existe un valor absoluto que es el
hombre; no hay necesidad de Dios para construir el mundo; todo se re-
suelve aquí a nivel de historia y de materia; la única realidad existente es la
material. El hombre es materia, es producto de la naturaleza y está volcado
hacia ella en virtud de sus necesidades más fundamentales.

Este hombre se distingue de los demás seres del planeta porque es ca-
paz de construir la sociedad y elaborar la cultura mediante el trabajo y
la ayuda de la ciencia y la técnica. La fuerza de trabajo es el conjunto de
capacidades físicas e intelectuales que posee el hombre y que emplea
en el proceso de producción de los bienes materiales. Es la única fuerza
que crea valor.

Pero, en la sociedad capitalista existe la propiedad privada de los medios


de producción en manos de una clase: la burguesía. Ésta se beneficia de
otra clase, que sólo dispone de la fuerza de su trabajo: la clase obrera.
Los trabajadores son despojados del producto de su trabajo (plusvalía o
trabajo no pagado) a favor de aquellos que tienen el capital. Esta situación
de explotación y desigualdad económica produce una división de la socie-
dad en dos clases antagónicas: los explotados y los explotadores.

Por otra parte, los hombres están totalmente alienados. Las principales
alienaciones son de índole económica, política, filosófica y religiosa,
aunque todas dependen, en última instancia, de la económica. El problema
radica en que la alienación impide la toma de conciencia y la capacidad
de decisión del hombre para salir de esa condición. En consecuencia, sólo
cuando se haya tomado conciencia de la situación, será posible el proceso
de construcción del hombre nuevo y de la sociedad nueva: una sociedad
libre de dominación y explotación, donde no serán necesaria ni la religión,
ni la ley, ni el Estado. En esta acción revolucionaria el proletariado será el
agente principal de este proceso liberador.

El objetivo último de la liberación marxista es la humanidad entera. Su lu-


cha es por el “hombre total”, que otras veces llama “hombre genérico”, y que
identifica con la humanidad socialista.

16
Capítulo 1 Humanismo y Humanismos

2.2 El humanismo existencialista

El humanismo existencialista es uno de los que más profundamente se


ha encarnado en la vivencia cultural del hombre moderno. Nació en los
años treinta con los filósofos alemanes Heidegger y Jaspers, y se hace
sumamente popular después de la segunda guerra mundial con los tra-
bajos de los escritores Franceses Sartre y Camus. Las obras fundamen-
tales del existencialismo son: El ser y el tiempo (Heidegger, 1927) y el Ser
y la nada (Sartre, 1943).

Antes de continuar, conviene aclarar que para el existencialismo la propia


existencia es una verdad que no se somete a discusión; no sólo es un
hecho evidente sino aquello que determina la existencia de otras reali-
dades. La palabra existencia se utiliza referida, exclusivamente, al ser hu-
mano: Sólo el hombre existe; y existir, según el existencialismo, significa
que el hombre se realiza como interioridad, como conciencia y como
libertad, saliendo fuera de sí mismo, en el encuentro con las cosas y en la
apertura con los otros en el mundo.

En líneas generales el existencialismo es una reacción contra todas las


formas de racionalismo y colectivismo que ven al hombre como si fuera
una cosa; razón por la cual intenta enfatizar en la individualidad del ser
humano, por encima del hombre abstracto del idealismo y del hombre
genérico de Marx. El existencialismo valora la existencia concreta del
hombre en el mundo y hace hincapié en la libertad del individuo, en su
limitación y temporalidad, en su acción y responsabilidad.

El existencialismo encuentra que el “hombre genérico” del Marxismo, el


“hombre abstracto” del racionalismo y el “hombre unidimensional” del
capitalismo, están expuestos a todo tipo de manipulaciones totalitarias y
utilitarias; urge salvaguardar su individualidad para que despierte de sue-
ños utópicos e idealistas y se enfrente con la realidad de la existencia co-
tidiana. Según el existencialismo, el hombre es individual e histórico, que
existe ahí, en el mundo, con el que se relaciona y donde vive.

El modo único de vivir y realizar sus posibilidades es siempre histórico. El


hombre sólo puede realizarse y expresarse como tal en el entorno mun-
dano que, sin quererlo ni buscarlo, le ha tocado vivir. Como “ser de posi-
bilidades” el hombre está forzado permanentemente a ser libre, tiene que
elegir hasta lo inevitable. La libertad humana es la fuente de las posibili-
dades de acción del hombre en el mundo y el medio para realizarlas.

17
Humanismo Cristiano

En consecuencia, el hombre, es al mismo tiempo, actor y autor de su


propia historia. Sólo cuando asume esta responsabilidad histórica, en su
existencia cotidiana, se encuentra consigo mismo y se realiza como hom-
bre; sin embargo, en el ejercicio de su libertad experimenta que es un ser
limitado, ambiguo, lleno de contradicciones y tensiones. Todo en su vida
parece limitarle.

En el desarrollo de su existir histórico y libre, se siente “arrojado en el mun-


do”, en un radical abandono a sus fuerzas; tiene que elegir continuamente
su autocreación, sabiendo de antemano que es un ser para la muerte, por
lo que se percata que todas las actividades humanas están predestinadas
al fracaso. Cuando el hombre descubre este destino, la angustia y la deses-
peración se apoderan de él. La vida es un absurdo (Camus), el hombre es
“una pasión inútil” (Sartre), sólo queda la “náusea de vivir” (Sartre).

Pero, la existencia “auténtica” consiste en aceptar con plena lucidez este


destino del hombre, sin dar lugar a la superficialidad que le lleva a renun-
ciar a su responsabilidad histórica y al ejercicio de su libertad, lo cual lo
aleja de su verdadero ser. A pesar de la angustia que le produce su propio
existir, el hombre debe seguir enfrentando lo que le toque vivir.

2.3 El humanismo personalista

El máximo representante de este movimiento es el filósofo francés


Emmanuel Mounier (1905-1950). En 1933 fundó la revista “Esprit” órgano de
reflexión y de acción política al servicio de este sistema de pensamiento.

El humanismo personalista es un sistema de pensamiento y acción en


el cual la persona humana ocupa el puesto central y representa el valor
fundamental. Existen sistemas políticos, asociaciones nacionales e interna-
cionales y grupos cristianos que asumen este pensamiento como funda-
mento de su actividad en el mundo. El personalismo que afirma el valor
“absoluto” de la persona humana.

El personalismo se propone como objetivo básico afirmar el valor abso-


luto de la persona humana, poniendo a cada hombre en situación de vi-
vir como persona a través de una “revolución personalista, comunitaria
y espiritual”. Este movimiento se sitúa, por tanto, entre el marxismo y el
existencialismo. Frente al primero acentúa el valor de la persona; frente al
segundo la dimensión comunitaria y trascendente del hombre.

18
Capítulo 1 Humanismo y Humanismos

En oposición al colectivismo marxista, el personalismo propone la acción


libre de la persona, más allá de las estructuras sociales. Sin duda, éstas
influyen y condicionan al hombre en su comportamiento individual y
colectivo, pero no lo determinan. El hombre puede redimirse a sí mismo y
ser protagonista del proceso histórico a pesar de dichas estructuras.

El personalismo quiere transformar el orden injusto y liberar enteramente


al hombre para que éste sea realmente persona. En esta transformación
acepta el esquema de clases propuesto por Marx: el hombre debe tomar
conciencia de pertenecer a la clase de los oprimidos para poder iniciar su
liberación; además debe actuar colectivamente, en solidaridad con sus
semejantes, ya que las acciones individuales resultan poco eficaces.

El personalismo asume del existencialismo los valores de libertad, acción


e individualidad; sin embargo, frente a la angustia vital y al pesimismo
radical del existencialismo, cree en la esperanza y en la trascendencia. El
hombre tiene la capacidad de trascender, no se queda encerrado en el
aquí y ahora de su existencia.

El hombre del humanismo personalista está llamado a construir pueblos


y comunidades según el modelo personal, donde cada uno sea res-
petuoso con la persona. Para construir esas comunidades “a la medida de
la persona”, el hombre necesita comunicarse con los otros hombres. En este
proceso de intercomunicación es donde descubre a Dios como suprema
comunicación. Sólo quien vive la verdadera comunicación con los demás,
trascendiéndose en sí mismo, puede creer de verdad en Dios.

Según Mounier3, en su texto El Personalismo, la persona es un ser pluri-


dimensional; en ella confluyen la encarnación, la interioridad, el afronta-
miento, la comunicación, la libertad, el compromiso y la trascendencia.
Sólo es posible conocer y comprender verdaderamente al hombre cuando
se lo aborda en su integralidad. No obstante, manifiesta que el hombre
puede vivir como persona o como individuo; este último es una caricatura
de la persona. En el individuo queda desfigurado el rostro humano.

Dicho en otros términos, el hombre es una persona encarnada en un indi-


viduo, en donde estas dos realidades (persona e individuo) coexisten en una
tensión permanente: Si la individualidad domina, el hombre se dispersa y
se convierte en una cosa, se deshumaniza. Si predomina la personalidad, el
hombre realiza plenamente la peculiaridad de su vocación.
3
MOUNIER, Emanuel. El personalismo. Madrid: Ediciones Taurus, 2002, p. 87.

19
Humanismo Cristiano

A esto se añade otro hecho importante: nadie puede ser persona por otro.
Cada persona es la que debe encontrar su vocación y realizar su destino.
Ninguna otra persona, ni colectividad del tipo que sea, puede usurpar
esta función; por ello, según Mounier: “El fin de la educación no es adies-
trar al niño para una función o amoldarlo a cierto conformismo, sino hacer
que madure y descubra esa vocación, que es su mismo ser, y el centro de
reunión de sus responsabilidades del hombre”4 .

La libertad personal no es algo que se consiga en el plano social. El hom-


bre se libera por sí mismo, independientemente de los condicionamientos
y determinaciones sociales. La verdadera libertad la conquista cada perso-
na. La sociedad sólo puede favorecer una situación en la que las personas
pueden elegir y ser libres lo más ampliamente posible.

De acuerdo con el personalismo, la realización del hombre como persona


únicamente tiene lugar en el ámbito de la comunidad. La vocación personal
lleva al individuo a buscar la comunidad como lugar de personalización. Lo
contrario de la comunidad personal es la masa; ésta es una aglomeración
indiferenciada, una sociedad sin rostro, en la que los individuos son “seme-
jantes” pero no “próximos”: en ella se vive en el mundo del “se dice”, de las
ideas generales, de las soledades ignoradas. La masa tiende al sueño, al con-
formismo, a la manipulación y opresión de unos pocos.

Finalmente, la persona como vocación y realidad encarnada, puede


trascender su existencia, descubriendo el sentido de su vida; esta búsqueda
de sentido se manifiesta en la elección y adhesión personal a unos determi-
nados valores. Para Mounier, estos valores son las mediaciones reales de la
persona, del absoluto que llama y se hace presente en el hombre.

El valor personal absoluto o valor de los valores, según Mounier, es el Dios


cristiano, que se ha manifestado como persona en la historia de los hom-
bres. La experiencia de la trascendencia mantiene a la persona humana
en una búsqueda permanente, desde lo más concreto de su vida hasta lo
más absoluto de su existencia.

4
Ibíd., p. 407.

20
Capítulo 1 Humanismo y Humanismos

2.4 El humanismo freudiano

Sigmund Freud (1865- 1935), médico vienés, especializado en psiquiatría,


elaboró una teoría psicoanalítica que significó una auténtica revolución
en el conocimiento del hombre. Ha explorado el interior del hombre y ha
puesto de manifiesto los mecanismos de la personalidad y su proyección en
la sociedad y en la cultura.

El humanismo freudiano parte de estudios empíricos de la persona, espe-


cialmente del análisis clínico de las perturbaciones emocionales de sujetos
concretos. En la medida en que Freud fue profundizando en la línea que
le determinaban sus descubrimientos, fue precisando sus conocimientos
del hombre; por una parte, descubrió tres niveles de la actividad psíquica:
consciente, preconsciente e inconsciente.

El nivel inconsciente, según Freud, es el más importante. Constató que


la mayoría de las enfermedades nerviosas, especialmente la histeria, son
consecuencia de conflictos psíquicos inconscientes; en el fondo de estos
conflictos hay casi siempre un deseo o recuerdo reprimido que permanece
activo en el inconsciente. Todo esto pone de relieve la existencia de una
actividad de la que no somos conscientes, que influye en el psiquismo hu-
mano. El nivel consciente se refiere a todo lo que el hombre sabe y conoce.
Y el nivel preconsciente se refiere a todo lo que está latente en la persona
humana y puede pasar al nivel consciente en cualquier momento.

La investigación de la naturaleza del inconsciente le permitió, por otra


parte, formular su teoría sobre los tres componentes de la personalidad: El
“Ello”, el “Yo” y el “Súper yo”. El Ello, caracterizado por ser la parte instintiva
o pulsional de nuestra personalidad. Los instintos son la fuerza motivante
del psiquismo humano como tal, toda su “energía” proviene solamente de
ellos; por esta razón, el Ello funciona buscando el placer, la satisfacción
inmediata de las pulsiones y tendencias que lo componen, descargando
los impulsos ciegamente.

Al respecto, Freud, manifiesta: “El Ello no conoce juicio de valor alguno, no


conoce el bien y el mal, ni moral alguna. El factor económico o cuantitativo,
íntimamente enlazado al principio del placer, rige todos los procesos... todo
lo que el ello contiene son cargas de instinto que demandan descargas”5.

5
FREUD, S. Psicología de las masas y análisis del yo. Colección
Psicología y Psicoanálisis, 1973, p. 23.

21
Humanismo Cristiano

Por otra parte, Freud sostiene que puede haber un número indeterminado
de instintos; pero, concluyó que todos ellos podrían ser derivados de los
dos instintos básicos:

a) La sexualidad, la cual abarca las tendencias constructivas y unitivas


del hombre, originadas por la energía sexual o instintos de vida,
también denominamos eros (amor), los cuales son fuente de
desarrollo humano.

b) La agresividad, incluye las tendencias destructivas y disgregadoras del


hombre; llamadas también instintos de muerte, o Thanatos, tienden a
la destrucción del mundo exterior y del propio “Yo”.

Por consiguiente, la presencia de estos dos instintos genera en el hombre


una división interna conflictiva; esta conflictividad ayuda al hombre a su
realización personal. La riqueza de instintos, al mismo tiempo que crea
tensión, enriquece la personalidad si se encausan adecuadamente.

El “Súper yo”, se caracteriza por ser la estancia más propiamente humana.


Nos mueve hacia la superación y el deber, a la vez que representa la exi-
gencia ética y el derecho de los demás. El “Súper yo” tiene como función
indicar a nuestro “Yo” las metas a conseguir, exigiendo su cumplimiento,
por lo que nos aprueba o nos reprueba según nos acerquemos o nos
alejemos de la meta. Freud lo manifiesta de la siguiente manera: “El Súper
yo” es para nosotros la representación de todas las restricciones, morales,
el abogado de toda aspiración a un perfeccionamiento; en suma: aquello
que llamamos más elevado en la vida del hombre, se nos ha hecho psico-
lógicamente aprehensible. Siendo en sí procedente de la influencia de los
padres, educadores, etc.”6.

El “Yo”, busca adaptar el psiquismo humano a la realidad, teniendo en


cuenta los instintos (Ello) y las exigencias morales. El “Yo” percibe la rea-
lidad a través de los sentidos y responde, adaptándose a ella. El “Yo”
funciona buscando lo posible y lo conveniente, lo útil y lo necesario, lo
realista y lo lógico, intentando así, conseguir el equilibrio y la racionalidad
de la persona.

El desarrollo y la madurez de la personalidad dependen de la evolución de


los tres componentes psíquicos, antes mencionados. La evolución del Ello

6
Ibíd., p. 95.

22
Capítulo 1 Humanismo y Humanismos

va a depender de la expresión espontánea del instinto, de las posibilidades


familiares y culturales para satisfacer los impulsos y de los causes capaces
de sublimarlo y transformarlo en fuerza creadora. Cuando la cultura y la
educación son muy represivas para el desarrollo del instinto, el Ello se
atrofia, formándose una posibilidad pobre, sin emociones, sin afectos.

El yo, se forma en los primeros años, mediante un proceso de adaptación


a la realidad. El niño se acerca a su entorno guiado sólo por el Ello, es
decir, por una forma incontrolada; es la madre con sus avisos y reprimen-
das, y la misma realidad, con su propio límite, las que frenan su ávida im-
pulsividad y le ayudan a adaptarse al mundo que lo rodea. Se entiende,
por esto, que el yo no pueda desarrollarse sin frustraciones. Es una tarea
difícil que sólo será posible si el “Yo” acepta sus limitaciones, compren-
diendo que para vivir en relación con la realidad no puede realizar todo
lo que le es posible. De esta manera podrá experimentar vivamente lo
gratificante de una nueva relación con la realidad a pesar de la limitación
que le impone.

El “Súper yo””, comienza su desarrollo al final del segundo año y se va con-


figurando en sucesivas etapas relacionadas con interiorización de las figu-
ras paternas; al final de este proceso el súper yo, ha interiorizado la moral,
los ideales y las normas de los padres y de la sociedad, y continuamente
anhela la perfección. El “Súper yo”, desde esta situación trata de obligar
al yo a lograr metas de índole moral, y no sólo metas realistas. También,
obliga al Ello, a reprimir o inhibir sus impulsos animales o instintivos.

Finalmente, Freud afirma que los tres componentes de la personalidad se


van configurando a medida que la persona atraviesa por una serie de eta-
pas psicosexuales: Etapa oral, anal, fálica y genital.

2.5 El humanismo nihilista

Lleva el nombre de humanismo nihilista por la influencia de la doctrina


del filósofo alemán Friedrich Nietzsche (1844 – 1900). Dos hechos llevan a
este pensador a proyectar un nuevo tipo de ser humano. En primer lugar,
vivió en una época marcada por la decadencia de la sociedad cristiana
burguesa alemana, con una moral puritana y llena de prejuicios; y en
segundo lugar, el surgimiento de numerosos movimientos revoluciona-
rios de tipo socio-político como una esperanza de liberación y de justicia
para el hombre. Su sistema de pensamiento está expuesto en tres obras

23
Humanismo Cristiano

fundamentales: “Así hablaba zaratrustra” (1883), “Ecce Homo” (1888), “la


voluntad de dominio” (obra póstuma).

El humanismo nihilista de Nietzsche hunde sus raíces en la idea: Dios


impide al hombre convertirse en superhombre. Esta convicción lleva a
Nietzsche a declarar, abiertamente, que Dios ha muerto (la tesis de “la
muerte de Dios” no fue original de Nietzsche, pero fue él quien se sintió
llamado a pregonar esta noticia ante el mundo entero). “Dios ha muerto”
significa que se han derrumbado los pilares que sostenía la tradición y la
historia del Occidente: la religión, el derecho, la moral, etc. Esto provocó
la subversión de todos los valores y el derrumbamiento de la vieja huma-
nidad para hacer nacer al superhombre. Con la muerte de Dios, el hombre
se libera así mismo, despojándose de los ideales y los valores que han
impedido su plena realización hasta ahora. El hombre liberado de mitolo-
gías y supersticiones puede convertirse en creador de su propio destino y
llegar por fin a ser hombre (superhombre).

Huérfano de Dios, el hombre está abandonado a sus propias fuerzas, tie-


ne que asumir la difícil tarea que antes estaba reservada a Dios: crear sus
propios valores para la vida. Nietzsche, entonces, fijó su atención en la filo-
sofía y en la moral de su época, especialmente en la cristiana, y descubrió
en ella, una profunda pugna contra la vida y sus valores: se ha limitado a
consolar y adormecer las energías vitales del hombre, impidiendo su reali-
zación; razón por la cual, la cataloga como “opio del pueblo”.

Según Nietzsche, la humanidad desde Platón ha ido rechazando lo sen-


sible, lo espontáneo, la vida y ha inventado un mundo falso de ideales y
valores que deprimen y aplastan el sentimiento vital del hombre; en con-
secuencia, Nietzsche rechaza rotundamente la moral idealista y cristiana,
y propone la moral de la vida, como transmutación de todos los valores
vigentes. Esta moral es una apuesta a lo instintivo, vitalista y natural del
hombre, contraria a la moral cristiana que niega y aplasta lo instintivo, la
fuerza y el placer. Concluye, que el valor principal que emerge de la vida
es el ansia de poder, fundamento de cualquier otra valorización y pauta de
todo tipo de comportamiento humano.

“¿Qué es lo bueno? Todo lo que eleva el sentimiento de poder, la voluntad


de dominio. ¿Qué es lo malo? Todo lo que viene de la debilidad... no
conformidad ni resignación, de más poder; no paz sino guerra, no- virtud
sino destreza. Los débiles y los fracasados deben perecer. ¿Qué es más per-

24
Capítulo 1 Humanismo y Humanismos

judicial que cualquier vicio? La obra de misericordia con toda suerte de


desgraciados y débiles: el cristianismo”7.

Desde esta perspectiva, la moral de la vida se identifica en cierta forma


con el biologismo, al resaltar la preponderancia puramente instintiva y
fisiológica de los más dotados que imponen sus valores, es decir, su fuerza
a los más débiles, pues, según Nietzsche, la aceptación de los valores esta-
blecidos origina una moral de esclavos; en cambio, la creación de valores
desde la vida, crea una moral de señores. Esta moral tiene sus propios
criterios: Bueno es todo lo que conviene al fuerte y malo todo lo que se
opone a la voluntad de dominio.

Por consiguiente, la moral de la vida es necesariamente individual: cada uno


debe forjarse la suya en función de sus necesidades vitales; así, pues, todo
sistema ético de corte metafísico, universal y estable, es para Nietzsche un
fraude que hay que desenmascarar porque acaba creando seres dóciles,
débiles y resentidos.

Apoyado en estos presupuestos, Nietzsche busca crear un nuevo tipo


de hombre: el “Superhombre”, que cuente con sus propias fuerzas y con
criterios puramente vitalistas y terrenos. Y describe tres momentos por
los que tendrá que transitar el hombre que aspire a ser superhombre: El
hombre camello es un animal de carga, que obedece a su amo sin que-
jarse; este hombre cansado por el peso de la carga se rebela contra su
amo y lo derriba, entonces se convierte en hombre león, crítico y dueño
de sí mismo que dice: “yo quiero”, e impone su voluntad. El hombre león,
a su vez, va superándose hasta hacerse creador de sus propios valores;
convirtiéndose en hombre niño, que busca la afirmación de sí mismo y la
creatividad de su propio destino.

Así llegará a convertirse en superhombre, caracterizado por el ansia de


vivir, de luchar, de sobresalir e imponerse. Sus cualidades son: La fuerza
física, la valentía, el poder y la rebeldía del fuerte y del poderoso. Este hom-
bre valora, siente todo, la vida corporal, la salud y el placer, las pasiones,
la violencia, la victoria y el éxito. El superhombre es superación de toda
moralidad. No está sometido a ningún precepto moral, pues se sitúa “por
encima del bien y del mal”. Es un hombre sin conciencia, para quien lo
bueno y lo malo se identifican con lo que le conviene o no.
7
NIETZSCHE, Friedrich. Ecce Homo, citado por Instituto Catequístico
Arquidiocesano de salta. San Francisco Solano. Antropología: El
problema del hombre. Modulo I, Argentina, 2005, p. 7.

25
Humanismo Cristiano

El superhombre es la máxima posibilidad del humano capaz de crear sus


propios ideales y valores. El superhombre es el que tiene voluntad de
poder, de imponerse a los otros, de ser más que los demás, de dominar y
recrear su mundo y su destino. Hasta ahora, la costumbre del hombre ha
sido la de trascenderse en dirección a Dios; en cambio, el superhombre
es la creación del hombre por el hombre, que es fiel a la tierra y niega
toda utopía espiritual.

Finalmente, el superhombre es eterno retorno. La finalidad y horizonte


del hombre en el mundo están marcados por el determinismo. Todo está
inscrito en el destino, no hay alternativas reales. El tiempo es como un
círculo: querer el futuro es volver a querer el pasado, todo ha existido ya.
En esta visión se evapora toda posibilidad de novedad; todo da vuelta
en una repetición interminable.

26
Capítulo 1 Humanismo y Humanismos

3. El humanismo cristiano

Como se ha manifestado en los dos


temas anteriores, a partir del Renaci-
miento, la autoridad espiritual de la
Iglesia, que por mil años había sido
la depositaria de la visión cristiana en
Occidente, había empezado a perder
fuerza y protagonismo; por una par-
te, debido a que la cultura del huma-
nismo renacentista había invertido la
imagen que el cristianismo medieval
había construido acerca del hombre,
la naturaleza y la historia; y por otra,
el advenimiento de la reforma protes-
tante, la cual divide a los cristianos
de Europa.

Acto seguido, entre 1700 y 1800, aparecieron las filosofías racionalistas


que pusieron en discusión la esencia misma del cristianismo, así como
también, las ideologías liberales o socialistas de trasfondo científico que
se desarrollaron paralelamente a la expansión de la revolución industrial,
las cuales conquistaron el rol de guía en la organización de la sociedad
y en la definición de sus fines e ideales; roles que hasta entonces había
desempeñado la religión cristiana.

Después de la tragedia de la primera guerra mundial y ante la desilusión


de las ideas progresistas sostenidas por el socialismo, el liberalismo y el
ateísmo, la Iglesia pasó a tomar otras medidas, tanto en el plano político
como en el plano doctrinal. En el campo político autorizó la formación
de partidos de masas de inspiración cristiana, y en lo doctrinal propuso
una visión, una fe y una moral capaces de dar respuesta a las necesidades
más profundas del hombre de esa época. Emitió entre otras, la encíclica
“Rerum Novarum” de León XIII (1891), donde presenta una propuesta de
acción social, que la denomina “doctrina social”; en ella, invita al Estado y
a las clases más favorecidas a ayudar a los grupos sociales más débiles.

27
Humanismo Cristiano

En ese contexto histórico, de esfuerzo por parte de la Iglesia para hacer


comprender al mundo moderno que, en los valores cristianos está la salida
a la crisis ocasionada por el socialismo y el liberalismo, aparece el huma-
nismo cristiano, como proyecto humano, liderado por el católico francés
Jacques Maritain.

Maritain había sido primero alumno de Bergson, y después se había adhe-


rido al socialismo revolucionario. Insatisfecho de ambas filosofías, en 1906
se convirtió al catolicismo y fue uno de los exponentes más notables de
aquella corriente de pensamiento católico moderno, que reposa la mirada
en Tomás de Aquino y, a través de él, a Aristóteles, cuya filosofía, Santo
Tomás había tratado de conciliar con los dogmas cristianos. Llegado a este
punto, cabe recordar que la encíclica de León XIII, Aeterni Patris de 1879,
había declarado, abiertamente, que la filosofía de Santo Tomás era la que
mejor se adaptaba a la visión cristiana.

Maritain, por su parte, decidió tornar al pasado, transitando por las diferen-
tes épocas y reencontrándose con los distintos sistemas de pensamiento.
En esta experiencia encuentró que es precisamente en el humanismo re-
nacentista donde están los orígenes que llevaron a la crisis y al resquebra-
jamiento de la sociedad moderna, de los cuales el nazismo y el estalinismo
son la máxima expresión. Se propone entonces restablecer el curso de la
evolución histórica del cristianismo que, según su visión, ha sido interrum-
pido y obstaculizado por el pensamiento moderno, laico y secular.

En su libro Humanismo integral, describe no sólo los presupuestos histó-


ricos e ideológicos que han dado lugar al pensamiento moderno, sino la
manera cómo el humanismo renacentista ha llevado a una progresiva des-
cristianización del hombre occidental. Para Maritain, la tragedia de este
humanismo se debió precisamente a desarrollarse al margen de la “gracia
Divina”, perfilándose un tipo de ser humano que ha decidido prescindir de
Dios para forjar su propio destino, confiando ciegamente en las bondades
de la razón y en el simple saber científico. Al respecto, dice Maritain, refi-
riéndose al hombre renacentista: «A él sólo le compete ya crear su propio
destino, a él sólo le corresponde intervenir como un dios, mediante un sa-
ber dominador que absorbe en sí mismo y que supera toda necesidad, en
la conducta de su propia vida y en el funcionamiento de la gran máquina
del universo, abandonada a merced del determinismo geométrico»8.

8
MARITAIN, J. Humanismo Integral. París: Ediciones Palabra, 1936.
Traductor Alfredo Mendizábal, España, 2001, pág. 75.

28
Capítulo 1 Humanismo y Humanismos

Toda esa herencia ideológica-cultural que se había gestado en el Medioe-


vo y se había extendido hasta la modernidad, afirma Maritain, dio origen al
hombre moderno, que como Prometeo se rebela ante Dios y, como Fausto,
está dispuesto a todo, con tal de arrebatar los secretos de la naturaleza a
través de la ciencia. Con Descartes, Rousseau y Kant, el racionalismo dio a
luz hijos caracterizados por la soberbia, la autosuficiencia, la objetividad y
el rechazo absoluto a toda intervención Divina. Fue, precisamente, este en-
greimiento de la razón lo que llevó, no sólo a eliminar los valores tradiciona-
les y trascendentes, sino a desencadenar en el hombre moderno dispersión,
confusión, incertidumbre y desilusión.

Frente a este humanismo antropocéntrico vivido por el hombre moderno,


Maritain, propone un humanismo cristiano, que lo describe como integral
o teocéntrico:

«Llegamos de este modo a distinguir dos tipos de humanismo: un hu-


manismo teocéntrico, o verdaderamente cristiano, y un humanismo
antropocéntrico del cual son responsables el espíritu del Renacimien-
to y el de la Reforma... El primer tipo de humanismo reconoce que
Dios es el centro del hombre, implica el concepto cristiano del hom-
bre pecador y redimido, y el concepto cristiano de gracia y libertad...
El segundo cree que el hombre es el centro del hombre y, por ende,
de todas las cosas, e implica un concepto naturalista del hombre y de
la libertad. Si este concepto es falso, se entiende por qué el humanis-
mo antropocéntrico merece el nombre de humanismo inhumano y
que su dialéctica deba ser considerada la tragedia del humanismo»9.

El concepto de hombre que subyace en el humanismo integral de Maritain,


es el de un ser hecho de materia y espíritu, cuyo cuerpo puede haber sur-
gido de la evolución natural, pero su alma inmortal procede directamente
de la creación divina. Es un ser dotado de razón, inteligencia, libertad y
que tiene relación personal con Dios. Su mayor virtud reside en obedecer
voluntariamente la ley de Dios, y como criatura pecadora está llamada a la
vida divina y a la liberación a través de la gracia y la vivencia del amor. Un
humanismo así entendido, dice Maritain, le compete la misión de inaugu-
rar una “nueva cristiandad” que lleve la sociedad profana a los valores y al
espíritu del Evangelio.

9
Ibíd., p. 81

29
Humanismo Cristiano

La visión de humanismo integral propuesta por Maritain fue acogida por


la Iglesia. El Papa Pablo VI reconoció expresamente la influencia de la con-
cepción humanista maritainiana, al referir en su encíclica Populorum Pro-
gressio, el libro de Maritain Humanismo Integral: «Tal es el verdadero y ple-
nario humanismo que se ha de promover»10; de igual manera, fue acogido
por muchos laicos, en quienes inspiró numerosos movimientos católicos
comprometidos con la acción social y la vida política.

El humanismo integral de Maritain busca, ante todo, construir una civiliza-


ción integralmente humana y de inspiración evangélica. Se trata de una obra
común por mejorar la vida humana individual, superior a una mera aglome-
ración de individualidades. El camino será una vida política que propenda
por el bien común y que responda a la realidad de nuestra naturaleza.

Ahora bien, aunque el humanismo propuesto por Maritain, aparece como


alternativa frente a las estructuras materiales racionalistas y ateas que con-
dicionan la mente y el pensamiento del hombre moderno y contemporá-
neo, conviene aclarar que sus ideas tienen como trasfondo el plan salvífico
de Dios para la humanidad, viabilizado a través de Cristo-Jesús. Se trata,
entonces, de un proyecto universal de inspiración cristiana, directamente
relacionado con lo que Jesús hizo y manifestó en su persona, en su palabra
y en su obrar.

De esta forma, llegamos al meollo del humanismo cristiano: Jesucristo pro-


pone, por sobre todo, un ser humano limpio por dentro y por fuera, libre
de toda atadura, amoroso, justo, compasivo y misericordioso; capaz de co-
rresponder a su esencia primera: ser imagen y semejanza de su Crador. Y
con una misión especial: construir un mundo fraternal, digno de los hijos
de Dios (El Reino de Dios).

Desde esta mirada, el humanismo cristiano es, entonces, un proyecto


global sustentado en el amor, pero no en un amor cualquiera, sino uno
incondicionalmente comprometido con el servicio generoso y desintere-
sado, de manera especial con el más “pequeño”; un amor que invita no
sólo a renunciar a la venganza, sino a devolver bien por mal, y a exten-
derse incluso hasta los que son enemigos. El humanismo cristiano, es
también, un proyecto de esperanza y de justicia, que busca un porvenir
bueno para todos y que lucha por la justicia, especialmente allí donde la
justicia no es una realidad.

10
Ibíd., p. 42.

30
Capítulo 1 Humanismo y Humanismos

Desde estos principios, el humanismo cristiano contempla al hombre, se


acerca al hombre, se solidariza con el hombre, guía al hombre; en fin, abar-
ca todas las dimensiones de la existencia humana, las direcciona hacia la
trascendencia y las dignifica desde la persona de Cristo-Jesús.

Para finalizar, invito a leer un aparte de la propuesta de Maritain11.

La idea de una nueva civilización cristiana

El único modo de regenerar la comunidad humana es vol-


ver a descubrir la verdadera imagen del hombre y realizar
un intento definitivo por erigir una nueva civilización cris-
tiana, una nueva cristiandad. En los tiempos modernos
los hombres buscaron muchas cosas buenas siguiendo
pistas equivocadas. La cuestión está ahora en buscar esas
cosas buenas siguiendo pistas acertadas, y salvar los valo-
res y las realizaciones del hombre, anhelados por nuestros
antepasados, y puestos en peligro por la falsa filosofía de
la vida del siglo pasado.

Debemos asimismo tener el valor y la audacia de pro-


ponernos realizar una gigantesca obra de renovación, de
transformación interna y externa. Un cobarde se aparta de
las cosas nuevas y retrocede; el hombre de coraje avanza
y penetra en las cosas nuevas.

Los cristianos se encuentran hoy, en el orden de la civiliza-


ción temporal, frente a problemas parecidos a los que sus
antepasados tuvieron que hacer frente en los siglos XVI
y XVII. Sería desastroso volver a caer hoy nuevamente en
parecidos errores, en el campo de la filosofía de la civiliza-
ción. La verdadera substancia de las aspiraciones del siglo
XIX, así como las conquistas humanas alcanzadas, deben
salvarse, tanto de sus propios errores como de la agresión
de la barbarie totalitaria. Hay que construir un mundo de
inspiración genuinamente humanista y cristiana.

11
MARITAIN, J. Humanismo Integral. París: Ediciones Palabra, 1936.
En libro El Alcance de la Razón. Buenos Aires: Emecé Editores, S.A.,
1959, p. 75.

31
Humanismo Cristiano

A los ojos del observador de la evolución histórica, una


nueva civilización cristiana será bien diferente de la civi-
lización medieval, aunque el cristianismo esté en la raíz
de ambas. En efecto, el clima histórico de la Edad Media
y el de los tiempos modernos son absolutamente dis-
tintos. Para decirlo brevemente, la civilización medieval,
cuyo ideal histórico era el Santo Imperio, constituía una
civilización cristiana “sacra” en la que las cosas tempora-
les, la razón filosófica y científica y los poderes reinantes
eran órganos subordinados o instrumentos de las cosas
espirituales, de la fe religiosa y de la Iglesia.

En el transcurso de los siglos posteriores las cosas tem-


porales fueron conquistando una posición de autonomía
y éste fue en sí mismo un proceso normal. La desgracia
estriba en que ese proceso tomó mal camino y en lugar
de ser un proceso de distinción, con miras a lograr una
mejor forma de unión, fue separando progresivamente la
civilización terrenal de la inspiración evangélica.

La nueva era del cristianismo, si es que ha de sobreve-


nir, será una era de ajuste de aquello que fue separado;
será la época de una civilización cristiana “secular”, en la
que las cosas temporales, la razón filosófica y científica y
la sociedad civil gocen de autonomía y al mismo tiempo
reconozcan el papel animador e inspirador que desem-
peñan desde su plano superior las cosas espirituales, la fe
religiosa y la Iglesia. Entonces, una filosofía cristiana de la
vida guiaría a una comunidad vitalmente y no decorativa-
mente cristiana, a una comunidad con derechos humanos
y con la dignidad de la persona humana, en la que los
hombres pertenecientes a diferentes razas y a diversas
formaciones espirituales trabajarían en una tarea común
temporal que fuera realmente humana y progresista.

Finalmente, diría yo que, desde el fin de la Edad Media


- momento en que la criatura humana, al despertar para
sí misma, se sintió oprimida y deshecha en su soledad
-, los tiempos modernos ansiaron una rehabilitación de
la criatura humana. Buscaron esta rehabilitación en una
separación de Dios, cuando debían habérsela buscado en

32
Capítulo 1 Humanismo y Humanismos

Dios. La criatura humana aspira al derecho de ser amada,


pero únicamente en Dios puede ser amada real y efi-
cazmente. Hay que respetar a la criatura humana en su
relación misma con Dios y porque todo - hasta su misma
dignidad - lo recibe de Él.

Después de la gran desilusión determinada por el “huma-


nismo antropocéntrico” y de la atroz experiencia del antihu-
manismo de nuestros días, lo que el mundo necesita es un
nuevo humanismo, un humanismo “teocéntrico o integral”
que considere al hombre en toda su grandeza y en toda
su debilidad naturales, en la totalidad de su ser herido y
habitado por Dios, en toda la realidad de su naturaleza, de
su pecado y de su santidad. Tal humanismo reconocería
todo lo que hay de irracional en el hombre, para hacerlo
dócil a la razón, y todo lo que tiene de suprarracional, a
fin de que la razón quede vivificada por ello, y de que
el hombre sea accesible al descenso, en él, de lo divino.
La obra principal de este nuevo humanismo consistiría en
hacer que el fermento y la inspiración del Evangelio pene-
traran en las estructuras seculares de la vida; sería, pues,
una obra de santificación del orden temporal.

Este “humanismo de la Encarnación” cuidaría de las masas,


de los derechos de éstas a una condición temporal dig-
na del hombre, y a la vida espiritual, y también atende-
ría al movimiento que lleva a las clases trabajadoras a la
responsabilidad social propia de su madurez. Tendería a
substituir la civilización materialista individualista y un sis-
tema económico basado en la fecundidad del dinero, no
por una economía colectivista, sino por una democracia
“personalista cristiana”.

Además, la civilización moderna, que paga hoy muy caro


los errores del pasado, da la impresión de verse impul-
sada por fuerzas contradictorias y ciegas hacia formas
acusadas de miseria y de intensificado materialismo. Para
sobreponernos a estas ciegas coacciones necesitamos un
despertar de la libertad y de sus fuerzas creadoras, cosa
que el hombre podrá lograr no por obra del Estado o de
la pedagogía, sino por ese amor que fija el centro de la

33
Humanismo Cristiano

vida humana infinitamente por encima del mundo y de


la historia temporal. En particular, el proceso de pagani-
zación de nuestras sociedades se debe a que el hombre
cifró sus esperanzas únicamente en la fuerza y en la efi-
cacia del odio, en tanto que para el humanismo integral,
lo único capaz de dirigir la obra de regeneración social es
un ideal político de justicia y de fraternidad cívica que, si
bien requiere fuerza política y elementos técnicos, ha de
estar inspirado por el amor.

Jacques Maritain

34
Capítulo II
Dimensión religiosa
del ser humano

Luis Eduardo Pinchao Benavides*


Benavides

D esde sus inicios el ser humano ha consagrado su vida a la búsqueda


de sentido sobre sí mismo y el mundo que le rodea, y lo ha hecho
a través de su inteligencia, de la investigación, de la ciencia, o abriéndose
hacia la trascendencia. Esta última, es quizá la experiencia que más ha
concedido sentido a su existencia; no sólo le ha brindado pautas morales
de comportamiento que configuran su ser y quehacer, sino que además,
le garantiza su inmortalidad personal.

* Licenciado en Filosofía y Teología de la Universidad Mariana,


Magister en Educación de la Pontificia Universidad Javeriana,
docente-investigador de la Universidad Mariana.

35
Capítulo II Dimensión religiosa del ser humano

1. El fenómeno religioso

Comencemos por reconocer que el hecho religioso es un suceso cultural


muy cercano a nosotros. Es un acontecimiento del que somos testigos
oculares, indistintamente de si lo profesamos o no. Sólo basta echar
una ojeada a nuestro alrededor y podemos cerciorarnos de la presencia
de monumentos, templos, santuarios, sinagogas, mezquitas, entre otros,
lugares sagrados destinados a la oración, al culto y a la peregrinación;
así mismo, personas y comunidades que han consagrado su vida al
liderazgo religioso.

La dimensión religiosa se remonta al mismo origen del hombre. Los ha-


llazgos arqueológicos y el estudio de las civilizaciones por la historia, la
antropología, la filología, entre otras, han encontrado evidencias de cómo
esta experiencia era profesada desde tiempos prehistóricos. Un elemento
común y sobresaliente en las culturas pasadas es el culto a los muertos:
eran colocados en urnas funerarias o cámaras de piedra, rodeados de co-
mida y utensilios personales. Estos enterramientos, más un sinnúmero de
monumentos, atuendos, libros sagrados, pinturas y objetos encontrados,
revelan no sólo la vivencia religiosa del hombre acaecida desde tiempos
muy remotos, sino también, la creencia en el más allá, en una prolonga-
ción de la vida luego de una muerte física.

Esta experiencia de creer en el más allá y de abrirse a una realidad tras-


cendente determina más concretamente la religiosidad en el hombre. Pero,
¿qué llevó al hombre a incursionar en el ámbito de la religiosidad? La res-
puesta está ligada a dos asuntos principalmente:

En primer lugar, la búsqueda incesante de sentido a su existencia, des-


cubre que lo trascendente lo sostiene y le otorga sentido profundo a su
existencia; de hecho la religión fue la primera en responder y dar sentido a

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Humanismo Cristiano

las preguntas inquietantes de la humanidad, y lo hizo desde una realidad


que está más allá del propio mundo. Mas la experiencia religiosa no es
solamente la vivencia de algo absolutamente Otro (Dios), sino que implica,
la vivencia de estar unido y en dependencia de esa trascendencia (re-li-
gado). Esa religación es lo que da sentido a la vida y lo que constituye en
definitiva la religión.

En segundo lugar, la posibilidad de inmortalidad. El hombre se percibe


como un ser limitado física y temporalmente, no obstante, percibe que en
él habita un anhelo inexplicable por lo perfecto, lo ilimitado y lo eterno. Y
descubre que la apertura a algo que está más allá del mundo físico, que
se manifiesta como misterio, pero que es omnipotente y eterno, le puede
conceder perpetuidad después de su estancia temporal en la tierra.

En resumen, la experiencia religiosa no es otra cosa que la apertura del


hombre hacia lo trascendente. Es un suceso que surge cuando el hombre
se pregunta por el origen, por el fin último de su existencia, y que en ese
ejercicio descubre la presencia de lo trascendente, lo divino y lo sagrado. La
trascendencia, a su vez, hace que el hombre en su proceso de realización
busque una referencia a aquello que está más allá de sí mismo y más allá
de lo que experimenta en el mundo.

1.1 La expresión de la experiencia religiosa

Como se indicó anteriormente, el núcleo originario del sentimiento reli-


gioso en el hombre estriba en el reconocimiento de que más allá de todas
sus capacidades de dominio y conocimiento, se extiende un poder absolu-
tamente omnipotente al que tiene que someterse, y que se presenta bajo
la forma de misterio; esta es la razón por la que tiene que ser captado a
través de símbolos, en los que el misterio, de algún modo, se auto devela.
Este misterio se presenta como un núcleo común a todas las religiones, y
está revestido de unas características específicas:

• Trascendente: Está colocado más allá de toda forma de ser mun-


dano, de toda forma posible de existencia mundana.
• Santo: En cuanto que provoca en el hombre el respeto y la con-
sideración.
• Fascinante y aterrador: Conmueve el ser humano, atrayéndolo y
repeliéndolo, horrorizándolo o consolándolo, pero siempre concer-
niendo al hombre directo e íntimamente, a su vida y al sentido de
su existencia.

38
Capítulo II Dimensión religiosa del ser humano

• Numinoso: En cuanto que es incapaz de definición en sí mismo, y


ha de revelarse a través de símbolos o de complejos simbólicos, a
los que denominamos hierofanías.
• Sagrado: Debido a que se trata de algo separado de lo cotidiano,
de lo común y de lo diario, pero que sin embargo, es capaz de po-
nerse en contacto activo y eficaz con el mundo y con el hombre.

Volviendo al asunto de la experiencia religiosa con lo totalmente otro, con


lo absolutamente distinto, con el misterio, encontramos que dicha expe-
riencia sólo puede expresarse por medio de símbolos y mitos:

Los símbolos religiosos, aunque tomados de la realidad física, conducen


a otra significación a la que normalmente posee en el vivir cotidiano; en
ellos se revela algo que no puede manifestarse directamente; lo cual signi-
fica que el símbolo en el ámbito religioso pierde contenido si se desvincu-
la del sistema al que pertenece; por ejemplo, el agua del bautismo, fuera
de la liturgia bautismal, pierde la virtud de introducir a una persona en la
gran familia cristiana, y será simple agua. Pero, dentro de la experiencia
religiosa, el símbolo, tiene la fuerza y el poder de remitir al ser humano a
lo totalmente Otro, a la trascendencia.

El mito, por su parte, es también una narración simbólica. En él se cuenta


una historia sagrada, referida a la creación de algo que ha comenzado a
ser gracias a las hazañas de seres sobrenaturales. Pero, el mito no sólo ha-
bla acerca de los orígenes, sino que presupone la existencia de un tiempo
fuera de nuestra temporalidad, en el que los dioses dan origen a nuestro
tiempo y a nuestra historia.

En definitiva, tanto los símbolos religiosos como los mitos son fundamen-
tales para expresar y vivenciar, ya sea a nivel individual o comunitario, la
experiencia religiosa. Esto nos lleva a caer en la cuenta, de que dado su ca-
rácter simbólico deben ser interpretados y comprendidos cautelosamente,
para no desvirtuar su contenido y su significado.

1.2 Componentes de la experiencia religiosa

Habíamos manifestado, que la experiencia religiosa es la experiencia de la


presencia de la divinidad en el mundo y que este acontecimiento hace sa-
grado el lugar o el objeto en que se manifiesta o se rinde culto. La presencia
de lo divino en el mundo hace que el tiempo y el espacio se sacralicen, y
cobren un sentido trascendente; y el grupo humano que participa en esta

39
Humanismo Cristiano

experiencia religiosa se constituye en comunidad de fe y crea instituciones


para mantener y prolongar su creencia.

Concretamente, cuatro aspectos constituyen los componentes principales


de la experiencia religiosa:

Lo sagrado y lo profano:
profano Cuando en un lugar se produce una manifesta-
ción de lo divino (hierofanía), o cuando ciertas cosas de la cotidianidad son
puestas al servicio de lo divino, pasan al ámbito de lo sagrado, separándose
del resto del mundo que se considera como profano, produciéndose una
ruptura de nivel entre lo sagrado y lo profano: Lo sagrado no puede, en prin-
cipio, ser tocado por lo profano.

Tiempos sagrados: El tiempo también es sacralizado. La manifestación de


lo sagrado supone una consagración de tiempos para celebrar la experien-
cia religiosa; estos tiempos, al igual que los lugares y objetos sagrados, son
merecedores de respeto y veneración.

La fe: Es un atributo vivo de la experiencia religiosa; es una experiencia


viva y personal que comprende los significados espirituales, los ideales di-
vinos y los valores supremos. Pero, aunque es una experiencia personal no
se vive de manera solitaria, sino que se comparte con otros seres humanos.
La fe, a la vez que es conocedora de Dios, es servidora del hombre.

El Misterio: Está referido a la realidad trascendente o divina, superior al


ser humano, y que irrumpe en la vida del hombre causándole fascinación,
deslumbramiento y temor. El Misterio es una realidad que no se compren-
de por la razón, sino que se acepta por la fe. En la tradición cristiana (así
como en el mundo judío y musulmán) el Misterio tiene un nombre per-
sonal: DIOS. En otras religiones el Misterio no tiene nombre de persona
sino que lo divino es una realidad intangible que no se concreta en un ser
determinado, por eso aquí, es designado con la palabra “Misterio”.

Las mediaciones: Hace referencia a los medios simbólicos y caminos para


encontrar a Dios y la trascendencia de la vida. Las mediaciones se hacen ne-
cesarias, en tanto que, el Misterio es invisible, inefable y trascendente; mien-
tras que los hombres somos seres sensibles y corporales que necesitamos de
manifestaciones sensibles y concretas para comprender lo trascendente.

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Capítulo II Dimensión religiosa del ser humano

2. Las grandes religiones del mundo

La expresión religiones se usa para hacer referencia a formas específicas


de manifestación del fenómeno religioso, compartidas por los diferentes
grupos humanos. Estas formas religiosas se expresan a través de sistemas
de creencias, mitos y rituales. Cada religión tiene una manera particular de
concebir a la divinidad y a la existencia humana.

Las grandes religiones universales se pueden clasificar en dos grandes ra-


mas, a partir de las cuales aparecieron otras a lo largo de la historia: En el
extremo Oriente, se constituyen las religiones místicas (experiencia interior
de unión con Dios) del budismo e hinduismo; y en el Medio Oriente, sur-
gieron las religiones de tipo profético, con los grandes profetas de Israel, y
con Zoroastro en Persia. La principal religión profética es el judaísmo, de la
que proceden el cristianismo y el islam. Estas últimas se caracterizan por la
iniciativa divina de darse a conocer al ser humano.

A continuación, se presentan las grandes religiones del mundo, destacan-


do en cada una de ellas sus principales características históricas, doctrina-
les, morales y culturales.

2.1 El hinduismo

La religión es para el hindú una forma de vida, algo existencial que debe
definir en concreto cada ser humano; por eso dentro del hinduismo caben
el politeísmo y el panteísmo, aunque la tendencia más fuerte sea la mo-
noteísta. A diferencia de otras religiones, en el hinduismo no se encuentra

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Humanismo Cristiano

fundador alguno, ni un origen claramente definido. El estilo de vida hindú


es el resultado de un largo proceso de evolución que empezó, hace más
de tres mil años, en una civilización nacida en el valle del río Indo, y la
posterior aportación de pueblos arios que provenían del norte o centro
de Europa, los cuales invadieron la India, sometieron a sus habitantes e
introdujeron sus creencias religiosas. En una evolución posterior, las diver-
sas experiencias religiosas se mezclaron y evolucionaron conjuntamente
de forma compleja, lo que dio lugar al hinduismo, el conjunto religioso de
la India actual.

El hinduismo es una de las religiones más extendidas e importantes del


mundo, no sólo por su número de miembros (estimados en más de 700
millones), sino también por la profunda influencia que ha ejercido en mu-
chas otras religiones durante su larga e interrumpida historia, que comenzó
aproximadamente en el 1500 a. C. Es preciso destacar igualmente la corres-
pondiente influencia que el hinduismo ha recibido de esas otras religiones
(el hinduismo posee una extraordinaria capacidad para absorber e integrar
elementos foráneos).

Concepción del mundo. Los hindúes tienen la convicción de que el uni-


verso es una gran esfera encerrada, constituida por muchos cielos, infiernos,
océanos y continentes concéntricos, donde la India está ubicada en el cen-
tro de todos ellos. Creen que el tiempo es degenerativo y cíclico: al final de
cada ciclo, el universo es destruido por el fuego y las inundaciones, comen-
zando así un nuevo renacer histórico.

Concepción del hombre. La vida humana, por ser parte de este mundo,
también es cíclica: “después de morir, el alma deja el cuerpo y renace en
el cuerpo de otra persona, animal, vegetal o mineral”. Este proceso cíclico
de reencarnación se conoce como samsara. La calidad de la reencarnación
viene determinada por el mérito o la falta de méritos que haya acumulado
cada persona como resultado de su actuar o karma, de lo que el alma haya
realizado en su vida o vidas pasadas.

Libros sagrados. Los hindúes reconocen cuatro libros sagrados llamados


Vedas, a los que se suman los Upanisad y otros escritos religiosos que son
recopilaciones, fusiones y reelaboraciones de diversos materiales anterio-
res; sin embargo, el contenido actual de estas normas es desconocido para
la mayoría de los hindúes. El compendio más práctico del hinduismo está
contenido en el smriti (“lo que se recuerda”) resumen que también se trans-
mite en forma oral.

42
Capítulo II Dimensión religiosa del ser humano

Divinidades. El hinduismo es politeísta. Reconoce la existencia de muchos


dioses y semidioses; la mayoría de los fieles son, en primer lugar, devotos
de un solo dios o diosa; los más populares son: Siva, Visnú y Brahma, las tres
grandes deidades. Este último es considerado el creador del universo.

Culto religioso. La adoración a los dioses se hace formando una serie de


círculos concéntricos de personas. Entre los principales ritos están: ritos de
pasajes que comienzan al nacer y cuando el niño come por primera vez co-
mida sólida (arroz). Se realizan ceremonias especiales para el primer corte
de pelo en los niños, y la purificación después de la primera menstruación
de la mujer; así mismo, se hacen ritos especiales en el matrimonio, y para
que las embarazadas tengan hijos varones. Las últimas ceremonias son las
de los muertos a quienes se les crema y en lo posible que las cenizas sean
esparcidas en el rio sagrado (Ganges). También se realiza el ofrecimiento
anual a los antepasados muertos. Una vez al año y durante ciertos días
especiales, la imagen del dios recorre todo el complejo de culto sobre unas
magníficas carrozas de madera tallada (ratha). La estatua es el símbolo de
la presencia divina y la casa en la que mora. El culto en el templo casi nunca
es comunitario, sino en gran medida individual; por eso los ritos domésti-
cos son tan importantes como los del templo.

2.2. El budismo

El origen del budismo se debe a Siddhartha Gautama (Buda), quien nació


en el actual Nepal y habitó en la India en el siglo VI a.C. Se afirma que
cierto día, mientras se encontraba fuera del palacio, Siddhartha Gautama
observó: un hombre anciano, un hombre enfermo, un hombre muerto y
un mendigo; desde entonces se decidió a dejar el lujo de la vida de pa-
lacio y dedicó su vida a buscar una solución a dichos males causantes de
dolor y sufrimiento humano.

En primer lugar, el Buda enseña cuáles son los dos extremos que no debe
seguir alguien que busque la perfección: Por una parte, la complacencia en
los placeres sensuales y, por otra, la adicción a la mortificación. No siguien-
do ninguno de estos dos extremos, se adentra en el Camino Medio que
conduce a la perfección.

Posteriormente, Buda enuncia cuatro nobles verdades:

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Humanismo Cristiano

• La vida humana está marcada por el sufrimiento desde que nace has-
ta que muere, y aún más, este sufrimiento se extiende más allá de la
muerte, puesto que al igual que en el hinduismo la vida es cíclica.
• El origen del sufrimiento está dado por la codicia y el apego a los place-
res sensuales.
• El sufrimiento cesa cuando se logra superar la ignorancia y la depen-
dencia a las cosas mundanas.
• El camino para dar fin al sufrimiento consiste en transitar el camino de
las ocho etapas: Tener adecuada visión de las cosas, buenas intencio-
nes, un modo de expresión correcto, realizar buenas acciones, tener un
modo de vida adecuado, esforzarse de forma positiva, tener buenos
pensamientos y dedicarse a la contemplación del modo adecuado.

Visión del hombre. El budismo ve al ser humano formado por cuatro di-
mensiones fundamentales: cuerpo material, sentimientos, percepciones
y predisposición ante las cosas. Cada persona es simplemente la combi-
nación temporal de estas cuatro realidades, que a su vez están sujetas a
continuos cambios. Ninguna de ellas se mantiene igual, ni siquiera en dos
momentos consecutivos.

Las prácticas budistas. El budismo reúne prácticas rituales de carácter re-


ligioso con prácticas personales de meditación, ayuno y purificación. Aun-
que la imagen de Buda se ha divinizado, no es clara la existencia de un Dios
personal como en el mundo occidental. La idea del creyente es seguir los
pasos de Buda para hacerse él mismo un iluminado. El budismo tiene una
gran cantidad de variantes de acuerdo a las regiones geográficas de expan-
sión. En cada zona existen fiestas y ceremonias tradicionales.

2.3 El judaísmo

El judaísmo es una de las religiones más antiguas de la historia; de ella se


desprende el cristianismo y el islam. Su máxima deidad es Yahvé, el Dios
de los patriarcas que había sacado a los israelitas de Egipto, guiándolos
hasta la Tierra Prometida. Se trata de una religión monoteísta, basada en
la creencia en un solo Dios, omnipresente, intangible y eterno, cuya exis-
tencia no está limitada por el tiempo y se manifiesta a través de la creación
entera. Dios creó el mundo como lo relata el primer libro de la Torá, Géne-
sis I, y lo dirige con sabiduría.

Concepción del hombre. Dios creó a un solo hombre y de él han descen-


dido todos los seres humanos. El hombre constituye la corona de la crea-

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Capítulo II Dimensión religiosa del ser humano

ción, tal como lo expresa el salmo 8: “Pues lo hiciste casi como un dios, lo
rodeaste de honor y dignidad, le diste autoridad sobre tus obras, lo pusiste
por encima de todo” (4.6). Es el ser que más se asemeja a Dios, así lo declara
el Talmud “Bienaventurado es el hombre que fue creado a imagen divina”.

Todo ser humano ha sido dotado de inteligencia y libre albedrío para elegir
entre el bien y el mal, pero nadie tiene el derecho a oprimir al otro. Todos
tienen igual derecho a ser libres, tienen el derecho a ser respetados como
personas. Según la Torá, el hombre fue creado a imagen y semejanza de
Dios, no en su forma externa sino en la posibilidad de imitar los atributos
de Dios, y en esto consiste su tarea en la Tierra.

Libros fundamentales del judaísmo son:

La Biblia judía. Libro de libros, conocido también como Antiguo Testa-


mento, está dividido en tres grandes partes: La primera es la Torá, ley que
abarca los primeros cinco libros, llamados también “Pentateuco” o Ley de
Moisés. Los cinco libros son: Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deutero-
nomio; abarcan el período que va desde la creación del mundo hasta la
muerte de Moisés en víspera a la entrada a la Tierra Prometida (Canaán,
Tierra de Israel).

La segunda parte de la Biblia judía abarca el período que va desde la


conquista hasta los últimos profetas. Los libros que contiene son: Josué
(período de la conquista), Jueces I y II, Samuel I y II, Reyes; los dedicados
a los tres grandes profetas: Isaías, Jeremías y Ezequiel; y los doce profetas
menores, entre los que se encuentran: Amós, Malaji, Zacarías y Jonás.

La tercera parte de la Biblia judía está constituida por los Ketubim (escritos),
formados por los libros de los salmos, proverbios, Job, Daniel, Esdras, Jere-
mías, Rut, Cantares, Lamentaciones, Eclesiastés, Ester y Crónicas I y II.

El Talmud. Es una recopilación de la tradición oral, transmitida de gene-


ración en generación, que abarca todos los temas tratados en la Biblia.
La Halajá, ley judía, explica las normas y preceptos que se enuncian en
la Torá: normas de conducta, principios religiosos y rituales. Abarca una
extensa gama de temas que tienen como epicentro la vida judía del in-
dividuo, la familia y la comunidad. La Halajá rige la vida judía desde hace
siglos hasta el presente.

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Humanismo Cristiano

La Mishná. Son seis tratados básicos que abarcan la vida judía, sus normas
y sus preceptos: 1. Tratado Zeraim (semillas). Concerniente al trabajo de la
tierra: Qué se puede sembrar, cuánto tiempo debe pasar hasta poder comer
los frutos del árbol, qué es el año sabático para la tierra, qué debe darse a
los pobres, viudas, etc. 2. Moadim. Explica todo lo referente a las festivida-
des. 3. Seder Nezikim. Tiene como eje la vida de relación de las personas. 4.
Seder Nashim. Este tratado es específico para guardar las normas que rigen
la vida familiar, incluye normas sobre casamiento, divorcio, relaciones per-
mitidas y prohibidas, deberes matrimoniales, etc. 5. Kodashim. Normas de
santidad (kodesh). Todo lo que debían saber los Kohanim (sacerdotes) para
realizar el ritual en el Templo de Jerusalén, eje de la vida religiosa del pueblo
judío. 6. Teharot-tehará-pureza: Leyes de pureza para una vida sana y santa,
incluye reglas que se deben observar respecto de la higiene personal.

Prácticas religiosas. Por tradición, los judíos rezan tres veces al día: por la
mañana, por la tarde y al anochecer. Las congregaciones mínimas están for-
madas por grupos de diez hombres.

La circuncisión es el primer mandamiento dado por Dios a Abraham, el


primer judío, y es una parte central del judaísmo. Abraham, el padre del
pueblo judío, durante muchos años sirvió a Dios rectamente; sin embargo,
fue sólo después que se circuncidara por orden de Dios, a los noventa y
nueve años, que pudo llegar al máximo nivel de perfección bíblica de “y
serás perfecto” (Génesis 17:1).

Rosh hashana es el año nuevo espiritual judío y se celebra el primero y el


segundo día de Tishrei del calendario hebreo. La celebración comienza al
anochecer de la víspera. El shofar es tocado durante la plegaria matutina;
el sonido de este cuerno, mayormente de carnero, llama a los judíos a
la meditación, al auto-examen y el arrepentimiento. Es el primero de los
días de arrepentimiento e introspección, de balance de los actos y de las
acciones realizadas, de plegaria y sensibilidad, termina con el yom Kippur
(Día del Perdón).

Yom Kipur es el día judío del arrepentimiento, considerado el día más santo
y más solemne del año; su tema central es la expiación y la reconciliación.
La comida, la bebida, el baño, y las relaciones conyugales están prohibidos.
El ayuno comienza en el ocaso, y termina al anochecer del día siguiente.
Los servicios de oración de yom Kipur comienzan con la oración conocida
como “Kol Nidre”, que debe ser recitada antes de la puesta del sol.

46
Capítulo II Dimensión religiosa del ser humano

En el judaísmo, el Bar Mitzvah Bat Mitzvah son los términos para describir
la mayoría de edad de un niño o niña judía. Según la ley judía, cuando los
niños judíos de la mayoría de edad (por lo general, trece años para los varo-
nes y doce de las niñas) se convierten en responsables de sus acciones, y
“convertirse en un Bar o Bat Mitzvah”. Las niñas celebran su Mitzvahs a los
13 años, junto con los niños. Esto también coincide con la pubertad física.
Antes de esto, los padres del niño son responsables de la adhesión del
niño a la ley y la tradición judía, y después de esta edad, los niños asumen
su propia responsabilidad por la ley, el ritual, la tradición y la ética, y se
concede el privilegio de participar en todos los ámbitos de la vida de la
comunidad judía.

En la hora de la muerte, los familiares más cercanos muestran su dolor des-


garrando una prenda que lleven puesta. Durante siete días se sientan en
banquillos bajos, no usan calzado de cuero, y los hombres no se afeitan.
Cada día, durante once meses, un hijo del difunto reza kadish, una antigua
plegaria en arameo.

Los diez mandamientos tienen mucha importancia para la vida de los ju-
díos, los cuales son el centro de la Torá: No tendrás otros dioses, no pro-
nunciarás el nombre del Señor en vano, guarda el día del sábado, honra a
tu padre y a tu madre, no matarás, no cometerás adulterio, no pretenderás
la mujer de tu prójimo, no robarás, no codiciarás los bienes de tu prójimo,
no dirás falso testimonio ante tu prójimo

2.4 El islam

El islam es la religión que nació de las enseñanzas de Mahoma; este profeta


enseñó que el hombre debe someterse completamente a la voluntad de
Dios. Por eso islam significa “someterse” y sus devotos, los musulmanes, son
“aquellos que se someten”.

El islam afirma que Alá es el creador y proveedor, el único señor digno de


adorarle, y el guardián de todo cuanto existe. Así lo manifiesta Mahoma
su mensajero: “Él es el originador de los cielos y de la tierra ¿Cómo habría
de tener hijos si no tiene compañera y lo ha creado todo? Él es conocedor
de todas las cosas. Ese es Alá, vuestro señor. No hay dios sino Él, el Crea-
dor de todo. Adoradle pues. Él es el Guardián de todas las cosas.” (Corán
6:101-102).

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Humanismo Cristiano

El musulmán cree que Alá envió a su mensajero Mahoma (la paz y las
bendiciones de Alá sean con él), a quien reveló el Corán y le ordenó dar a
conocer su religión a la humanidad; por ello, el musulmán considera que
amar y obedecer a Alá y a su mensajero es una obligación que debe reali-
zar toda la humanidad.

El islam está constituido sobre cinco pilares, que son explicados por el Pro-
feta Mahoma: “el testimonio de que no existe ningún dios excepto Alá y que
Mahoma es el Mensajero de Alá; la oración, realizada cinco veces al día (Sa-
lat), orientada hacia la Meca (la Mezquita sagrada) y la oración comunitaria
de los viernes en la Mezquita; la limosna obligatoria para los más necesita-
dos (zakaah); realizar peregrinación a la Mezquita santa de la Meca (Hayy), y
hacer ayuno (Saum ) en el mes de Ramadán”. (Al-Bukhaari, No.8).

A esto añaden algunos musulmanes un sexto pilar, denominado Yihad o


esfuerzo en defensa de la fe. Yihad mayor, entendido como un esfuerzo
espiritual interior de cada creyente por vivificar su fe y vivir de acuerdo
con ella; y yihad menor, que consiste en predicar el islam o defenderlo de
los ataques. De este último concepto nace la idea de yihad como lucha o
guerra que se ha popularizado en todo el mundo.

Según el Corán, el islam es la religión universal y primordial, por ello se


sostiene que hasta la propia naturaleza es musulmana, ya que obedece de
modo automático las leyes que Dios ha establecido en ella. Conforme a este
libro sagrado, todos los musulmanes tienen que creer en Dios, sus ángeles,
sus libros, sus profetas, la predestinación y en la próxima vida.

Mahoma. De acuerdo a la religión musulmana, Mahoma es considerado el


sello de los profetas; es el último de los mensajeros enviados por Dios para
actualizar su mensaje, el mismo que habrían transmitidos sus predeceso-
res: Abraham, Moisés y Jesús.

Mahoma, nació en La Meca (por entonces, era un centro comercial próspe-


ro) y quedó huérfano a temprana edad, razón por la cual, según una cos-
tumbre árabe, no pudo recibir la herencia de sus progenitores. De acuerdo
con el Corán y las narraciones orales, Mahoma era analfabeto, hecho que la
tradición musulmana considera una prueba que autentifica al Corán como
libro sagrado, portador de la verdad revelada.

Mahoma era de carácter reflexivo y rutinariamente pasaba noches medi-


tando en una cueva, cerca de La Meca. A los cuarenta años de edad, mien-

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Capítulo II Dimensión religiosa del ser humano

tras meditaba, tuvo una visión del ángel Gabriel, que le invitó a predicar
una nueva religión. Jadiya, su esposa, con quien tuvo seis hijos, le aseguró
que se trataba de una visión real y se convirtió en su primera discípula.

Mahoma había fundado al islam como una fuerza social, política y religiosa.
Estableció los ritos, determinó las reglas, los cinco rezos diarios, el ayuno
durante el mes de Ramadán y convirtió en deber de todo creyente la parti-
cipación en la Guerra Santa. Pintó con colores apasionados el Paraíso, que
aguardaba a todo aquel que sacrificase su vida luchando para difundir el
islam. Mahoma murió en la cumbre de su gloria el año 632, en Medina,
donde se edificó una mezquita alrededor de su casa y de su sepulcro.

Libros sagrados. El islam considera como libros revelados por Dios:

• El Corán (Qur’an) revelado al profeta Muhammad (S. A. W.).


• La Torá (At-Tawrat) revelada al profeta Moisés.
• Los Salmos (Az-Zabur) revelados al rey David.
• El Evangelio (Al-Injil) revelado a Jesús (Issah para los musulmanes),
hijo de María (Maryam).

La doctrina del islam y las reglas por las que deben regirse sus creyentes
están en el Corán y en la Sunna. Las predicaciones y revelaciones de Ma-
homa habían quedado en su mayor parte en la memoria de sus oyentes,
y sólo años más tarde fueron recogidas. El encargado de realizar esta re-
copilación fue Zaid Ben Tabit, secretario de Mahoma. La edición definitiva
es del 653.

El Corán comprende 114 capítulos o suras, presentado sin ningún orden


metódico o cronológico. Algunas de las revelaciones resultan contradicto-
rias. Es a la vez, el libro de teología y el código supremo de conducta para
los musulmanes.

La Sunna es una recopilación de tradiciones (hadizes) sobre la conducta de


Mahoma en casos concretos, no incluidas entre las revelaciones del Corán.
Se formó con noticias recogidas de sus familiares, especialmente de Aisha
(su segunda esposa). Es considerada indispensable para la interpretación
del Corán.

Visión del hombre. Dios único, es el Señor y Creador de todos los huma-
nos; por ello, todos los humanos son iguales y tienen derechos y obligacio-
nes similares como siervos de Dios. Alá creó a las personas con diferentes

49
Humanismo Cristiano

colores, actitudes y niveles de conocimiento. Ha creado a muchos ricos y a


otros pobres; para probar al rico al mostrar su gratitud, para probar al pobre
cuando se necesita paciencia. Los creyentes forman una hermandad, y esta
hermandad está basada en compasión, bondad, amor y misericordia; Alá ha
ordenado que entre los musulmanes exista el Zakaat (caridad) que se quita
de los ricos y se da a los pobres.

Prácticas y ritos en el islam. Rezar en la mezquita es como entrar en el


Paraíso. El profeta Mahoma dice: “Quien viaja hacia la mezquita ida y vuelta,
Alá le preparará una casa en el Paraíso cada vez que vaya a la mezquita”. Las
cinco oraciones diarias son obligatorias para cada musulmán, ya sea hom-
bre o mujer. El musulmán cree que Alá, les ordena a todos los adultos en
plena facultad realizar las cinco oraciones diarias, las cuales las debe llevar a
cabo en un estado de purificación y humildad de pie ante su Señor, agrade-
ciéndole por sus bendiciones y pidiendo perdón de los pecados.

Las cinco oraciones obligatorias diarias son: Fayr (temprano, antes del
amanecer), Dhur (a medio día), Asr (a media tarde), Maghrib (después del
anochecer), y Ishaa (por la noche antes de la oscuridad completa). Así lo
exige Alá: “Cumplid con las oraciones prescritas y con la oración del medio,
presentaos ante Alá con total entrega” (Corán 2:238). El baño corporal es
obligatorio al asistir a las oraciones de los viernes, así como el uso de perfu-
me, cortarse las uñas, afeitarse el pubis y depilarse las axilas.

Respecto a las obligaciones maritales, es obligatorio que el hombre man-


tenga a su esposa y a sus hijos, proporcionándoles alimento, vestido y
vivienda; es su protector y debe darles un buen trato. La esposa debe
mostrar respeto y obediencia, siempre que no sea pecado; no le está per-
mitido admitir la entrada, en la casa, a alguien que desagrade a su marido;
debe obedecer a su marido y acudir a su lecho cuando éste la requiera. La
mujer tiene derecho a tener relaciones con su marido por lo menos una
vez cada menstruación.

Otra práctica muy característica de los musulmanes es la restricción en


su dieta. Entre los alimentos prohibidos están: la carne de cerdo, sangre,
carroña y el alcohol. Toda la carne debe proceder de animales herbívoros
sacrificados en el nombre de Dios.

50
Capítulo II Dimensión religiosa del ser humano

2.5. El Cristianismo

Cristianismo es el nombre dado a la religión bajo la cual se agrupan todos


los seguidores de Cristo-Jesús, quienes creen que Jesús es el hijo de Dios,
el Mesías, el Cristo profetizado en el Antiguo Testamento, que murió para
la liberación de los pecados del género humano, y que resucitó después
de su muerte.

Jesús nació en Belén, fue hijo de María y José y vivió unos 30 años en Naza-
ret trabajando, seguramente, como carpintero junto a su padre. Luego, se
sabe que partió a recorrer Judea durante tres años, difundiendo sus ideas.
Doce discípulos lo acompañaron durante ese tiempo. Las enseñanzas de
Jesús incomodaron tanto, a las autoridades romanas como a las judías del
Sanedrín, que lo llevaron a ser condenado a muerte y crucificado en la
pascua del año 33.

Las ideas de Jesús implicaban una verdadera revolución; decía que todos
los hombres son iguales ante Dios y que la salvación no dependía de la
fortuna o de la práctica de ritos o ceremonias, sino de la fe y las buenas
acciones de los individuos. Propone la caridad y el amor al prójimo como
normas de vida, las cuales deben extenderse a todos los seres humanos,
incluso a los enemigos. Y muestra en su práctica una opción preferencial
por los pobres y olvidados, quienes, por entonces, eran explotados y me-
nospreciados como seres humanos.

Se afirma vehementemente de Cristo y sus seguidores que predicaban,


sobre todo con el ejemplo, llevando una vida sana y solidaria; rechazando
la riqueza, el egoísmo, la hipocresía, la vanidad y el poder.

Visión cristiana del hombre. El cristianismo trae una idea totalmente nue-
va y que da sentido a la existencia del mundo y del hombre: la creación. El
mundo y el hombre son fruto de la creación amorosa de Dios; el hombre
es formado con sus manos y recibe la vida del propio aliento Divino (Gen
2-7). Es hecho a imagen y semejanza de su Creador; por ende su misión es
desplegar las cualidades de Él: amor, justicia, compasión y misericordia.

Prácticas y rituales. Los cristianos celebran y expresan su fe en un conjunto


de ritos, de ceremonias, entre los que destacan los sacramentos, que son
representaciones simbólicas de actuaciones divinas (dramatización de la
palabra de Dios, según San Agustín), que los fieles celebran en distintos mo-
mentos de su vida, así, por ejemplo, a través del bautismo, una persona se

51
Humanismo Cristiano

convierte en cristiano y pasa a formar parte de la comunidad de creyentes;


en la confirmación se recibe la gracia Divina por acción del Espíritu Santo y
está llamado a confesar y difundir la fe.

Los cristianos se reúnen los domingos en sus templos para cumplir el


tercer mandamiento: santificar las fiestas, y participar en la eucaristía. En
el sacramento de la eucaristía, los cristianos recuerdan la muerte y resu-
rrección de su Fundador, Jesucristo, y celebran haber sido salvados por Él
de la ley, del pecado y de la muerte.

Libro sagrado. La Biblia cristiana consta de dos partes: El Antiguo Testa-


mento y los 27 libros del Nuevo Testamento. Las dos principales ramas del
cristianismo estructuran el Antiguo Testamento de modo algo diferente.
La Biblia Católica es la Biblia del judaísmo más otros siete libros; estos
son: Tobit, Judit, Sabiduría, Eclesiástico, Baruc, 1ª y 2ª de Macabeos, deno-
minados apócrifos por los protestantes y libros deuterocanónicos por los
católicos; además se adicionan otros libros, tales como Daniel 3, 24-90 y
los capítulos 13 y 14. Finalmente, el Apocalipsis, libro con el que concluye
el Nuevo Testamento, representa un género especial de la apocalíptica
cristiana, con numerosas revelaciones, sueños, visiones y especulaciones
sobre el fin de los tiempos y lo que ocurrirá en el mundo futuro.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

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Serie H de la filosofía nº 28. Granada: Cincel, 1985, p. 105.

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Madrid: Graficas Anzos, S.L. Traductor: Alfredo Mendizábal. Madrid, 2001, p.
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Capítulo II Dimensión religiosa del ser humano

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hombre. Modulo I, Argentina, 2005.

RICO, F. El sueño del humanismo: de Petrarca a Erasmo. Madrid: Alianza


Editorial, 1993, p. 231.

53
Capítulo III
Dios al encuent�o del hombre

Luis Eduardo Pinchao Benavides*


Benavides*

La expresión Revelación de Dios no alude a un


suceso único acaecido en la historia humana,
sino a una serie de acontecimientos de par-
te de Dios en el devenir histórico de los seres
humanos. Dios por iniciativa propia ha decido
mostrarse al ser humano, y lo ha hecho de mu-
chas maneras; así lo expresa San Pablo, en su
epístola a los hebreos: “Muchas veces y de mu-
chos modos habló Dios en el pasado a nuestros
padres” (hebr 1,1). La revelación de Dios tiene
como su primer acto la creación, donde Dios
ofrece un perenne testimonio de sí mismo (Ca-
tecismo, 288). A través de las criaturas Dios se
ha manifestado y se manifiesta a los hombres
de todos los tiempos, haciéndoles conocer su
bondad, perfección y omnipotencia; entre estas,
el ser humano, imagen y semejanza de Dios, es
la criatura que en mayor grado revela a Dios.

* Licenciado en Filosofía y Teología de la Universidad Mariana,


Magister en Educación de la Pontificia Universidad Javeriana,
docente-investigador de la Universidad Mariana.

55
Capítulo III Dios al encuentro del hombre

D e esta manera, lo invisible de Dios se hace claramente visible desde


la creación del mundo; su eterno poder y deidad son percibidos y
entendidos por la inteligencia del hombre, gracias a las cosas que Él ha
creado (Rom 1,20). Y desde su humana condición, el hombre, reconoce
y exterioriza tal experiencia: “los cielos cuentan la gloria de Dios, el fir-
mamento anuncia la obra de sus manos” (Salmo 19, 1). Pero, este mismo
hombre, creado a imagen y semejanza de su creador, enceguecido por el
pecado*, deja de contemplar la presencia divina manifiesta en la creación.
Más, Dios en su infinito amor de Padre, envía profetas para que guíen y
lleven su palabra a los hombres y, a su vez, les da como misión preparen
la llegada de su Hijo.

Dios sale nuevamente al encuentro de sus hijos pródigos a través de otro


gesto de bondad y misericordia sin igual: Su Hijo. En su designio amoroso
decide revelarse por medio de su Hijo, a quien constituyó heredero de
todo (Hebr 1,2) y primogénito de toda la creación (Col 1,15), por quien
todo fue hecho. La Revelación de Dios en su Hijo es la buena nueva para
la humanidad entera. En Él, Dios revela el misterio de su vida trinitaria: el
proyecto del Padre de recapitular en su Hijo todas las cosas y de elegir y
adoptar a todos los hombres como hijos en su Hijo (Ef 1,3-10; Col 1,13-
20), reuniéndolos para participar de su eterna vida divina por medio del
Espíritu Santo. Dios se revela y cumple su plan de salvación mediante las
misiones del Hijo y del Espíritu Santo en la historia.

La revelación divina se realiza con palabras y obras; es de modo insepara-


ble misterio y evento; manifiesta al mismo tiempo una dimensión objetiva
(palabra que revela verdad y enseñanzas) y subjetiva (palabra personal que
ofrece testimonio de sí e invita al diálogo). Esta revelación, por tanto, se
comprende y se transmite como verdad y como vida (Catecismo, 52-53).

* Para el cristianismo, el pecado corresponde a la actitud humana por


alejarse de la voluntad de Dios, depositada en la Sagrada Escritura.

57
Humanismo Cristiano

Pero, además de las obras y los signos externos con los que se revela, Dios
concede el impulso interior de su gracia para que los hombres puedan
adherirse con el corazón a las verdades reveladas (Mt 16,17).

1. La historia, lugar de la revelación*

El pueblo de Israel fue el primero en romper el círculo de las estaciones y


repeticiones del mundo antiguo. Para los griegos, el tiempo no tiene un ori-
gen claramente definido y no está vinculado con la libertad y la salvación
del hombre. Para Israel el tiempo es lineal tiene un principio y un fin, y la sal-
vación se realiza en la historia temporal; un suceso que está vinculado a una
sucesión de acontecimientos que se desarrollan según un designio divino.

Israel vive en la naturaleza, pero su atención está centrada en la historia. Lo


importante no es tanto el ciclo anual en el que todo re-comienza, cuanto
lo que Dios hace, hizo y hará según sus promesas. Promesa y realización
constituyen el dinamismo del tiempo que tiene una triple dimensión: El
presente inicia el futuro anunciado y prometido en el pasado. Las fiestas
anuales (la de la pascua en primavera, la de los tabernáculos en otoño),
más que actos del drama cíclico de la naturaleza, son la memoria de los
hechos salvíficos de Dios.

Israel rompió, entonces, con la concepción cíclica del tiempo, porque en-
contró a Dios en la historia. Israel confiesa que Dios intervino en su historia,
que este encuentro tuvo lugar un día y que cambió por completo su exis-
tencia. La historia es, pues, el lugar de la revelación. La esencia de la fe de
Israel en Dios está, precisamente, en su concepción del Dios vivo que se
revela en la historia.

Esta concepción de una revelación en la historia tiene doble efecto: Si Dios


interviene en la historia para manifestar en ella su voluntad, los aconte-
cimientos históricos adquieren una dimensión nueva, se convierten en
portadores de las intenciones de Dios, dan a la historia un sentido, una di-
rección. Otros pueblos no pueden interpretar la historia, porque no cono-
cieron al Dios de la historia: no tienen conciencia del papel que les corres-
ponde, no saben qué actitud tomar en los períodos de crisis. La idea de una
revelación en la historia da también a la revelación un carácter intenso de
actualización. Dios es aquel que puede intervenir en cada instante y puede
cambiar el rumbo de los acontecimientos, está cerca, está ahí, imprevisible

* Síntesis elaborada desde el libro Teología de la Revelación de René


Latourelle.

58
Capítulo III Dios al encuentro del hombre

en sus intervenciones y en sus efectos. Esta experiencia es, precisamente, la


que nos permite y nos exhorta a esperar siempre su venida.

2. Historia de la revelación*

Dios obra en la historia, se revela por la historia. Pero, ¿En qué sentido
puede hablarse de historia en cuanto a revelación? Por historia no enten-
demos la simple serie de acontecimientos en su sentido material, sino sólo
aquellos acontecimientos que, por razón de su importancia para la comu-
nidad hebrea, merecen conservarse. La revelación es un acontecimiento
libre y gratuito de parte de Dios, ninguna voluntad humana puede exigir
que Dios intervenga en este u otro momento. Dios intervino e intervendrá
en la historia humana cuando Él lo considere oportuno y necesario; no
podemos predecir las intervenciones de Dios en la historia. Todo depende
de su libre voluntad.

Ahora bien, las intervenciones de Dios en la historia salpican muchos


siglos. Dios no dijo ni hizo todo de una vez, intervino en los momentos
oportunos, elegidos por Él. La historia de la salvación, propiamente di-
cha, no la forman todas las partes de la línea continua del tiempo (razón
por la cual, muchos acontecimientos de la historia de la revelación no
coincidirán con la historia universal), sino que la revelación se constituyó
progresivamente, a medida que los siglos avanzaban y Dios intervenía en
la historia (Heb 1,1).

Las intervenciones de Dios son en la historia universal como brotes de lo


divino en el tiempo; más no son puntos aislados, sin relación alguna, sino
íntimamente coherentes y conectados. Desde Abraham hasta Jesucristo
se va trazando una línea, va apareciendo paulatinamente el plan divino, la
economía de la salvación. El plan salvífico se limita, inicialmente, a Israel;
adquiere luego proporciones mayores: toda la humanidad. Dios quiere
que los hombres de todos los tiempos entren a formar parte de la econo-
mía de la salvación.

Si Dios ha intervenido en momentos determinados, podemos, entonces,


describir una historia de la revelación, es decir una historia de las sucesivas
intervenciones de Dios en la historia. ¿Cuál es, pues, esta historia? la his-
toria de la salvación. Encontramos al principio de la revelación vetero-tes-
tamentaria* una serie de acontecimientos que dieron lugar al nacimiento
* Síntesis elaborada desde el libro Teología de la Revelación de René
Latourelle.
* Perteneciente o relativo al Antiguo Testamento.

59
Humanismo Cristiano

de Israel como pueblo y que revelaron a Dios como el Dios de la historia,


como el Dios que obra en la historia. Los acontecimientos que correspon-
den a dicha historia de salvación son: El éxodo, la alianza y la entrada en la
tierra prometida. Acontecimientos no independientes, sino profundamen-
te vinculados entre sí. El hecho primordial es la liberación de Israel de la
esclavitud de Egipto; liberación llevada a cabo por Yavé, quien obligó con
sus plagas al faraón a dejar en libertad a Israel, su pueblo (Ex 12, 31-32);
Él aniquiló el ejército egipcio en el mar Rojo (Ex 14, 27-28). Y cuando tuvo
lugar el éxodo, se manifestó a Moisés y su pueblo, como el Dios Todopo-
deroso y Salvador (Ex 14, 31).

Dios realizó esa liberación y segregación en orden a un designio. Las tra-


diciones relativas al Sinaí (Ex 19-25) afirman que la liberación tiene por fin
la alianza. La elección, el éxodo y la entrega de la tierra prometida están
ordenados a la alianza; ésta da sentido al éxodo y hace de las tribus salidas
de Egipto una comunidad religiosa y política; en fin, Dios se asocia con
un pueblo literalmente creado por Él (Ez 16,1-9), llamado Israel, que fue
salvado gratuitamente por Él para convertirse en el pueblo de Yavé. A este
pueblo, Dios le revela su nombre, su ser personal, para indicar y sellar esa
sociedad. Dios se revela como persona que puede invocarse y que respon-
de a la plegaria del hombre.

La alianza inaugura así las relaciones interpersonales entre Dios y su pue-


blo; relación que implica un conjunto de obligaciones y mandatos. Israel se
compromete a ser fiel a las cláusulas de la alianza, a cumplir la ley de Yavé
(Ex 19,3-6; Dt 7,7-14). La fidelidad a la ley hará de Israel un pueblo santo,
consagrado a Yavé (Dt 7, 6; 26, 17-19), llamado a glorificar su nombre entre
las naciones. La entrada en la tierra prometida culmina lo que Dios comen-
zó en Egipto; es la realización de la promesa hecha a Abraham (Gén 17, 3-
8) y el primer testimonio de la fidelidad de Dios a la alianza. Todo es gracia
en este primer encuentro de Yavé con su pueblo: la liberación, la alianza y
la entrega de la tierra prometida.

Si a los acontecimientos mencionados, que constituyen el germen de la


revelación vetero-testamentaria, añadimos el reino y el mesianismo real,
el templo y la presencia de Yavé, el exilio y la restauración, tendremos lo
esencial de los sucesos que alimentarán incesantemente la reflexión reli-
giosa de Israel (historia de salvación). La revelación profética, en concreto,
no hará sino aplicar a su tiempo las implicaciones del régimen de la alian-
za. Expresando a la luz de la alianza y del Espíritu la voluntad de Dios sobre
los acontecimientos de su tiempo, los profetas harán crecer y profundizar

60
Capítulo III Dios al encuentro del hombre

el conocimiento de Dios. Evocan sin cesar ese primer encuentro de Dios y


su pueblo. Así por ejemplo, en tiempos del destierro, Ezequiel y el Deutero-
lsaías, reanudan el tema del éxodo y de la tierra prometida; declaran abier-
tamente que habrá un nuevo desierto, un nuevo pastor, un nuevo Moisés.
La liberación será un nuevo éxodo seguido de una nueva alianza.

Vemos, pues, que la revelación es concretísima. Y muy concretas son tam-


bién las profesiones de fe de Israel. Los «credos» más antiguos del Antiguo
Testamento no son sino la narración sucinta de los hechos salvíficos de
Yavé. El tema esencial es siempre idéntico: Dios eligió a nuestros padres y
les prometió la tierra de Canaán; la descendencia de Abraham llegó a ser
un pueblo grande que habitó en Egipto y allí fue sometido a esclavitud;
Dios con poder maravilloso lo condujo a través del desierto y lo introdujo
en la tierra prometida (Dt 26,5-9; 6,20-24; Jos 24,2-13). Israel incorpora a
su oración su propia historia y en ella encuentra motivo de contempla-
ción, de confianza, de reconocimiento, de contribución (Sal 78; 105,107;
77; 114; 136; 44).

3. El acontecimiento histórico y el acontecimiento de la palabra


en la revelación*

Para hablar de revelación es necesario unir dos realidades: el aconteci-


miento y la palabra. Dios realiza el hecho y manifiesta a la par su significa-
ción. Interviene en la historia y dice a la vez el sentido de su intervención.
Dios obra y comenta su acción. Israel vivió al comienzo de su historia
unos cuantos acontecimientos: liberación de la esclavitud, caminar por el
desierto, la entrada en Canaán. Pero, ¿qué serían esos acontecimientos sin
la palabra que Dios dirigió a Moisés? (Ex 3-4; 6, I), ¿sin la palabra de Moisés
que, en nombre de Dios, manifiesta a Israel el sentido de esa historia y
le hace ver su dimensión sobrenatural? La salida de Egipto no sería sino
una de tantas emigraciones sin rumbo y sin destino; no sería un hecho
tan fundamental si Dios no hubiese hablado por medio de Moisés y sus
diez mandamientos (Ex 14, 31). Esta misma interpretación se convierte en
un acontecimiento que dirige la historia subsiguiente; pues, a través de
la interpretación de Moisés, Dios se revela a sus contemporáneos y a las
generaciones futuras.

La estructura de la revelación es sacramental: consta de hechos, de acon-


tecimientos iluminados por la palabra. El profeta es el testigo e intérprete

* Síntesis elaborada desde el libro Teología de la Revelación de René


Latourelle.

61
Humanismo Cristiano

cualificado de la historia, el que manifiesta su significación sobrenatural.


Encontramos en el Antiguo Testamento dos líneas complementarias: la de
los acontecimientos y la de los profetas que los interpretan y proclaman en
nombre de Dios lo que significan. Dios se revela en la historia, pero por la
historia divinamente interpretada por los profetas. La historia no aparece
como historia de salvación sino cuando la comenta autoritativamente la
palabra del profeta que descubre a Israel la presencia y el contenido de la
acción de Dios. Esta acción, escondida en el acontecimiento histórico, exige
la palabra complementaria para su plena intelección. Por la palabra del pro-
feta toma Israel conciencia de la acción salvífica de Dios en la historia.

El acontecimiento histórico, en cuanto revelación, debe adquirir su senti-


do de la palabra del profeta (Am 3, 7; Is 42, 9). Hay que distinguir, pues,
por una parte, el acontecimiento histórico (real, objetivo), y por la otra,
el acontecimiento de la palabra (real, objetivo), que acompaña al acon-
tecimiento histórico. No obstante, el proceso revelador consta de los ele-
mentos siguientes: a) acontecimiento histórico; b) revelación interior, que
da al profeta la inteligencia del acontecimiento, o al menos reflexión del
profeta dirigida e iluminada por Dios; c) palabra del profeta que presenta
el acontecimiento y su significación como objetos del testimonio divino.
La revelación crece por el acontecimiento histórico y por el acontecimiento
de la palabra (palabra de Dios al profeta, y palabra del profeta al pueblo de
Israel) que se complementan mutuamente; por ello, los momentos revela-
dores de la historia están sellados con la aparición de uno o varios profetas.
La sola presencia de los profetas significa que Dios obra en la historia.

Los primeros credos del cristianismo son la afirmación de los hechos his-
tóricos y de su significación salvífica. Las formas primeras de este credo
recuerdan la resurrección y exaltación de Cristo como Señor e Hijo de Dios
(I Cor 12, 3; Rom 10, 9; Hech 8, 37). Las formas más elaboradas narran cómo
Cristo vivió, murió y resucitó para la salvación del género humano. La pro-
fesión litúrgica de 1 Tim 3, 16 resume en una sola fórmula las principales
etapas de la historia salvífica. El discurso de Pedro en los Hechos recuerda
los principales acontecimientos que dieron lugar al cristianismo, y su signi-
ficación sobrenatural (Hech 2,23-36; 3,12-26; 10,34-43).

Lo esencial del kerigma primitivo* se reduce a los puntos siguientes: Cris-


to inauguró la plenitud de los tiempos anunciada por los profetas; por
su muerte y resurrección realizó la salvación; según las Escrituras, por su
resurrección fue exaltado a la derecha del Padre como Cristo y Señor;

* Primer anuncio del Evangelio.

62
Capítulo III Dios al encuentro del hombre

la existencia actual de la Iglesia da testimonio de la venida del Espíritu;


todos, en consecuencia, deben arrepentirse, y recibir el bautismo y el Espí-
ritu que inaugura una vida nueva. Como se ve, el objeto de la predicación
de los apóstoles es la historia de la salvación realizada por la vida, muerte
y resurrección de Cristo. En Él se termina y culmina la historia de la sal-
vación. En adelante Cristo es el quicio de la historia sagrada, y de toda la
historia, porque la venida de Dios en persona a nuestra historia santifica
aun la historia profana.

El carácter de acontecimiento de la revelación neo-testamentaria es tan


señalado que la obra salvífica de Cristo se describe con el vocabulario del
Antiguo Testamento. Cristo es el nuevo Adán, el nuevo Moisés, el rey según
el corazón de Yavé, el sacerdote según el orden de Melquisedec. Su obra es
liberación de la esclavitud del pecado (Col I, 13-14). Su sangre sella la nueva
alianza. Sus milagros renuevan las maravillas del éxodo.

En definitiva, tanto en el Nuevo como en el Antiguo Testamento la reve-


lación se nos da en forma de historia, cuya significación sólo puede ser
comprendida por el acontecimiento de la palabra. Los acontecimientos de
la cruz y del éxodo, se hacen plenamente reveladores por la palabra que
los interpreta y los propone a la fe; sin este testimonio que cae a la vez
sobre el acontecimiento y sobre su significación salvífica, no hay revelación
en sentido pleno.

4. Jesús, la manifestación más plena de Dios a los hombres*

En Jesús ha tenido lugar la manifestación más plena de Dios a los hombres.


A través de Jesús, Dios se ha hecho presente entre nosotros de un modo
nuevo y único. Jesús hace visible al Dios invisible; en sus palabras, en sus
enseñanzas y en su actuar revela el verdadero ser de Dios: amor y perdón sin
límites, misericordia y acogida sin reservas. Jesús revela a Dios durante toda
su vida. Sólo así se puede afirmar que su amor, su solidaridad con los pobres,
sus denuncias, son todas ellas acciones de Dios.

Todas las experiencias de Dios dadas antes de Jesucristo eran parciales.


Lo anunciado en el Antiguo Testamento no es sino una preparación de la
esperanza que se cumple en Jesús. Solamente Él, por su experiencia per-
sonal e íntima con Dios, puede expresar lo que Él es: “A Dios nadie lo ha
visto jamás; es el Hijo único, que es Dios y está al lado del Padre, quien lo

* Síntesis elaborada desde el texto Jesús Revelación del Padre de


Martín Gelabert Ballester.

63
Humanismo Cristiano

ha explicado” (Jn 1,18). En Jesús, Dios muestra el único camino que pue-
de llevarnos con seguridad a Él; de hecho, el mensaje de Jesús es claro y
contundente al afirmar que la única manera de saber algo con respecto de
Dios, es a través de Él.

La pretensión humana de Felipe: “Señor, muéstranos al Padre y nos bas-


ta” (Jn 14,8), representa la más profunda aspiración de la humanidad en
busca de Dios. Y la respuesta de Jesús confirma que tal aspiración ya ha
sido concedida: “Quien me ve a mí, está viendo al Padre” (Jn 14,9). Ésta es
la “verdad” de Jesús: “Nadie se acerca al Padre sino por mí; si ustedes me
conocen a mí, conocerán también a mi Padre” (Jn 14,7). Esta es justamente
el único camino para conocer al Padre.

En Jesús se nos ha comunicado la presencia amorosa, perdonadora y re-


generadora de Dios. En Jesús hemos experimentado una manera nueva y
concreta del ser de Dios, de relación y de cercanía de Dios con la huma-
nidad. Él hace visible a Dios a través de su inagotable capacidad de amor,
su renuncia a toda voluntad de poder y de venganza, su identificación con
todos los marginados de este mundo. Cristo es sin duda alguna el sacra-
mento primero de Dios; Él es Dios de una manera humana, es hombre de
una manera divina. Oír y palpar a Jesús es oír y palpar a Dios, experimentar
a Jesús es experimentar a Dios mismo (1Jn 1,1); por eso Jesús es el sacra-
mento por excelencia, pues sólo Él puede asumir totalmente lo que en el
hombre hay o puede haber de experiencia de Dios.

Cristo, el Hijo de Dios, es entonces la raíz de todo sacramento. Y cada sacra-


mento tiene que ser revelación de Dios, el mismo que se nos ha revelado
en Jesús; por consiguiente, la celebración de un sacramento tiene que ser
siempre manifestación de la presencia y la cercanía de Jesús a los hombres,
porque sólo a través de Él sabemos quién y cómo es Dios. “No hay más
que un Dios y no hay más que un mediador entre Dios y los hombres, un
hombre, el Mesías Jesús” (1Tim 2,5).

Después de Jesús ya no podemos creer en un Dios alejado e intocable,


que vive en las alturas de su cielo, ajeno a los problemas de los hombres.
Él es imagen de la bondad de Dios, un Dios bueno, que se hizo pequeño,
se hizo historia, tomó nuestra condición humana y se entregó totalmente a
nuestro servicio. Jesús experimenta en su vida la cercanía de ese Dios amor
y lo comunica con toda sencillez. No multiplica sus palabras sobre Dios,
sino que lo vive y lo da a conocer con actitudes concretas. Su vida es un
continuo permanecer en el amor del Padre (Jn 15,10). Deja siempre a Dios

64
Capítulo III Dios al encuentro del hombre

ser Dios, un Dios radicalmente diferente de las imágenes que los hombres
manipulamos sobre la divinidad.

Con Jesús de Nazaret “se hizo visible la bondad de Dios y su amor por los
hombres” (Tit 3,4). Mostró con su vida que Dios es ternura y solidaridad
para con todos. El Dios de Jesús goza con la vuelta a casa del hijo perdido
(Lc 15,20). No es insensible ante ningún dolor humano; Él participa del su-
frimiento de sus hijos, sin perder nada por ello de su dignidad divina. Todo
lo contrario, la enseñanza insistente de Jesús sobre la compasión divina
muestra que, en su omnipotencia, Dios tiene poder para exponerse libre-
mente por amor a experimentar en sí un eco vivo del sufrimiento humano.
Este poder está en la línea del amor más grande y puro, incomprensible al
conocimiento humano.

Por eso, como reflejo del Padre, Jesús siente profundamente en su corazón
las necesidades de sus hermanos. Le llegan al alma las enfermedades de
su pueblo: “Vio Jesús mucha gente, tuvo compasión de ellos y se puso a
curar a los enfermos” (Mt 14,14). Se compadece de los ciegos (Mt 20,34).
Le duele el hambre de los que le seguían por los caminos (Mt 15,32), o el
desamparo en que vivían: “Viendo al gentío, tuvo compasión de ellos, por-
que andaban fatigados y decaídos como ovejas sin pastor” (Mt 9,36). Se
siente conmovido ante el entierro del hijo único de una viuda, y se acerca
a consolarla devolviéndoselo (Lc 7,12-15). Siente profundamente el dolor
de los amigos, hasta derramar lágrimas, como en el caso de la muerte de
Lázaro: “Al ver llorar a María y a los judíos que la acompañaban, Jesús se
conmovió hasta el alma... Se echó a llorar... Y conmovido interiormente, se
acercó al sepulcro” (Jn 11,33.35.38). Lloró también ante el porvenir obscu-
ro y la ruina de su patria (Lc 19,41-42). Y se entristece por los pueblos de
Galilea que no aceptan la salvación que les ofrece (Mt 11,20-24).

Jesús es el hombre de Dios constituido en el “hombre para los demás” por


la fuerza del amor de Dios que habita en Él de un modo nuevo. Su vivir es
siempre un vivir para los otros. “Pasó haciendo el bien” (Hch 10,37). La vida
de Jesús nunca está centrada en sí mismo, sino en su Padre y en el amor al
prójimo. Justamente su experiencia con Dios Padre, hace que se convierta
en servidor incondicional de los otros hijos del Padre, sus hermanos. Ese
ser para los demás en nombre del Padre es la experiencia fundamental de
su vida; por eso, Él es un hombre abierto a todo el mundo, no conoce lo
que es el rencor, la hipocresía o las segundas intenciones. A nadie cierra
su corazón, aunque existen algunos de su predilección: los despreciados
de su época.

65
Humanismo Cristiano

Recibe y escucha a la gente tal como se presenta, ya sean mujeres o niños,


prostitutas o teólogos, guerrilleros o gente piadosa, ricos o pobres. En con-
tra de la costumbre de la época, Él no tiene problema en comer con los
pecadores (Lc 15,2; Mt 9,10-11). Anda con gente prohibida y acepta en su
compañía a personas sospechosas. No rechaza a los despreciados samari-
tanos (Lc 10,29-37; Jn 4,4-42), ni a la prostituta que se acerca arrepentida
(Lc 7,36-40). Acepta los convites de sus enemigos, los fariseos, pero no por
eso deja de decirles la verdad (Mt 23,13-37); incluso, hasta supo invitarse
a comer a casa de un rico llamado Zaqueo, a fin de que éste cambiara su
actitud egoísta y explotadora de los pobres (Lc 19,1-10).

Jesús, es la imagen de Dios hecho hombre por amor a los hombres. La


actitud de servicio total de Cristo a los hombres está maravillosamente
caracterizada en el hecho de ponerse de rodillas delante de sus discípulos
para lavarles los pies; la trascendencia de este hecho es deslumbrante:
“Jesús, sabiendo que el Padre le había puesto todo en su mano, y sabien-
do que había venido de Dios y a Dios volvía, se levantó de la mesa, se
quitó el manto y se ciñó una toalla; echó agua en un recipiente y se puso
a lavarles los pies a los discípulos, secándoles con la toalla que llevaba
ceñida” (Jn 13,3-5). Y es imagen, también, de lo que debemos hacer todos
los que queramos seguir sus huellas. Así lo dijo Él mismo: “Pues si yo, el
Maestro y el Señor, les he lavado los pies, también ustedes deben lavarse
los pies unos a otros” (Jn 13,14).

5. Implicaciones de una revelación en y por la historia*

El mero hecho de admitir que la revelación nos llega principalmente en


y por la historia, implica algunas consecuencias que examinaremos a
continuación.

La primera concierne a la naturaleza y el progreso de la revelación. La


revelación no se nos da como un sistema de proposiciones abstractas
acerca de Dios, sino que va incorporada a los acontecimientos de la his-
toria. Conocemos a Dios, sus atributos, su designio a través de los acon-
tecimientos de la historia. Vemos ahora en qué sentido se puede hablar
de historia al mismo tiempo que de doctrina. La doctrina se halla aquí
en forma de acontecimientos significativos de Dios y de su designio; no
deriva de la pura especulación acerca de Dios. La Escritura no ha fijado
un sistema filosófico sino hechos concretos con su significación religiosa,
sobrenatural. Recitar el credo es recapitular lo que Dios ha hecho por la

* Síntesis elaborada desde el libro Teología de la Revelación de René Latourelle.

66
Capítulo III Dios al encuentro del hombre

salvación de la humanidad. Los acontecimientos de esa historia tienen


tal dimensión, tal plenitud de sentido que interpretarlos es enunciar la
economía de la salvación, exponer la doctrina del cristianismo es, decir, lo
que profesa y enseña; sin embargo, sería inexacto afirmar que la historia y
su interpretación agotan todo el contenido de la revelación.

También el progreso de la revelación está vinculado a la historia, por


ejemplo, los atributos de Dios en el éxodo, Dios se revela como el Dios
personal y salvador; en la ocupación de la tierra de Canaán como el
guerrero todopoderoso; los profetas destacan los atributos espirituales y
morales de Dios (amor, justicia, santidad), reaccionando contra el naciona-
lismo interior y el racionalismo exterior. El exilio pone a Israel en relación
con las naciones: en el Deutero-lsaias, Dios se revela como el Dios de las
naciones, mientras que Israel toma conciencia de su vocación misionera.
El conocimiento de Dios se profundiza, se purifica, pero siempre a través
de la historia. Los acontecimientos del éxodo, de la alianza, de la con-
quista, del reino, constituyen una especie de prototipo de las relaciones
de Yavé con su pueblo, que es como la llave de toda la interpretación
profética ulterior.

A la luz de estos hechos, Israel reflexiona incesantemente en su historia


y percibe sin cesar sus nuevas dimensiones; esta reflexión, dirigida, claro
está, por el profetismo, hace crecer cuantitativa y cualitativamente la reve-
lación. La salvación es ante todo la liberación de la esclavitud de Egipto,
luego la de los enemigos fronterizos; mas poco a poco los castigos que
sufre Israel le hacen pensar en otra esclavitud mucho más profunda, la
de la injusticia social, la de la infidelidad del corazón humano. La alian-
za se concibe al principio como un pacto que asegura la protección de
Yavé, una vez cumplidas las obligaciones que impone (Am 5,14; Is 28,15).
Después, las múltiples infidelidades de Israel, que contrastan con la cons-
tante fidelidad de Dios, le hacen ver la gratuidad de la alianza, iniciativa
amorosa de Dios en favor de la humanidad; por último, en la desdicha, la
concepción de la alianza se espiritualiza y se convierte en alianza con el
corazón del hombre.

La nueva alianza anunciada por Ezequiel será una re-creación del corazón
acompañada del don del Espíritu (Ez 36, 23-28). No será ya una alianza con
un solo pueblo, sino con todas las naciones. Hemos visto ya cómo Israel
llegó a la idea de creación partiendo de la historia. El dueño de las fuer-
zas anárquicas de la naturaleza (mar Rojo, plagas de Egipto, marcha por
el desierto), el que se manifestó como señor de los pueblos y los utilizó

67
Humanismo Cristiano

como instrumentos para después castigar su orgullo, debe ser también


el creador de los pueblos y del universo. Un dominio tan soberano sólo
puede basarse en la creación. Finalmente, es importante recalcar que este
progreso de la revelación no se realiza sino por la palabra que acompaña
la historia y manifiesta su significación salvífica.

La segunda implicación concierne al particularismo de la revelación. Algu-


nos espíritus se resisten a admitir que Dios se haya revelado a un pueblo
particular, a los judíos, y no a los egipcios, a los griegos o a los romanos.
Toynbée*, admite la idea de revelación, pero se resiste a la idea de una
revelación hecha a un pueblo privilegiado. La encarnación de Dios, única y
definitiva, en un pueblo le parece arbitraria e inaceptable. La dificultad no
es nueva. Celso* caricaturizaba a los cristianos con esta frase «Dios se ha
revelado a nosotros y nos anuncia todo. No se preocupa del resto del mun-
do; somos los únicos seres del mundo con quienes entra en comunión»12.

Podemos responder a esta dificultad diciendo que si los hechos abogan en


favor de una revelación a un pueblo y no a otro, por fidelidad a la histo-
ria debemos admitirlos, constatarlos. No nos toca a nosotros determinar
apriori lo que Dios debe o no debe hacer en la economía de la salvación.
Ahora bien, la tradición de Israel nos pone ante un hecho absolutamente
único en la historia de los pueblos ante el profetismo y ante tal profetismo.
El continuo progreso religioso de Israel durante muchos siglos, bajo la in-
fluencia de los profetas, no tiene comparación en los anales religiosos de la
humanidad, lo mismo que el hecho de Cristo o de la Iglesia, que se une al
hecho del profetismo.

La revelación se nos da en y por la historia, como acontecimiento; de ahí


se colige que ese acontecimiento está sometido a las condiciones de la
historia: se realiza aquí y no allá, ahora y no después, en un grupo étnico y
no en otro; pero, la revelación se particulariza más aún en la encarnación.
Ésta tiene lugar no sólo en una comunidad determinada, sino en una per-
sona determinada que vivió y murió en tiempo de Pilato. Mas sin embargo,
que el acontecimiento se realice en Israel y no en Egipto o en Grecia, es un
misterio de la gracia que no puede explicar ni el genio religioso de Israel ni
su fidelidad a las obligaciones de la alianza (Is 1, 4).

* Historiador británico, especialista en filosofía de la historia.


* Filósofo griego del siglo II, quien escribió una serie de textos contra
el cristianismo.
FELDMAN, Louis. Orígenes, Contra Celsum. Princeton: Publicación
12

Data, 1992, p.23

68
Capítulo III Dios al encuentro del hombre

Añadamos que la elección de Israel está ordenada al servicio. La revelación


es confiada a este pueblo, pero debe llegar al mundo entero. La revelación
nos llega por Jesucristo, Él se hace por su muerte y resurrección el centro
de una comunidad que rompe los límites del espacio y del tiempo. La reve-
lación se lleva a cabo en Israel, pero debe extenderse a las naciones; se con-
centra en Jesucristo, pero en orden a su universalización. El evangelio debe
ser predicado a toda criatura. Esta economía de mediación de individuos y
pueblos es una constante de la acción divina que quiere que todos seamos
conscientes de su comunión en la revelación y en la salvación.

Notemos, por último, que la elección de Israel para ser mediador de la reve-
lación, es sobre todo una responsabilidad. Muy pocas ventajas trajo la elec-
ción para Israel. No fue un gran imperio poderoso, sino un pueblo perse-
guido, deportado, exilado, odiado. La elección de Israel como depositario y
testigo de la palabra significa ante todo la obediencia a la palabra, privilegio
poco anhelado por una humanidad terrena y carnal. Israel se mostró en con-
junto infiel a la palabra. Y el amor de Yavé, que brilló en la elección de Israel,
brilló también en la misericordia para con su esposa infiel. La elección no es
un escándalo, sino un misterio de gracia.

La tercera implicación concierne a la validez de una revelación dada en el


tiempo. ¿Cómo puede valer para todos los hombres y para todos los tiem-
pos una revelación que se nos da por las vías de la historia? ¿Cómo pue-
de escapar al relativismo de la historia? Aun afirmando que viene de Dios,
hemos de admitir que se recibe en categorías de una época y mentalidad
determinadas; ¿cómo puede entrar consiguientemente en la historia, si no
está mutilada, deformada, expuesta a todas las vicisitudes de la historia? Tal
parece ser la condición necesaria de una revelación histórica.

La dificultad es seria. Quedaría prácticamente imposible darle una respues-


ta, si se tratase de una doctrina humana; pero no se trata, en hipótesis,
de una doctrina humana, sino divina. Es verdad, sin embargo, que una
doctrina, aunque sea divina, si llega a nosotros por y en la historia, queda
afectada por las condiciones de la historia. Más la revelación nace preci-
samente en unas condiciones tales que parece que Dios previó y resolvió
tales dificultades.

Mucho tiempo antes, Dios preparó el espíritu humano: Por la elección de


un pueblo que sería el depositario de la revelación; por la larga, paciente
y progresiva preparación del mismo; por la intervención continua de los
profetas y por la elaboración y purificación de los conceptos que expre-
sarían después el mensaje divino. Piénsese en las nociones de reino, de

69
Humanismo Cristiano

mesías, de alianza, de salvación, de justicia, de pecado, de ley, etc. Las


categorías de la revelación se prepararon con siglos de antelación. Y sobre
todo la plenitud de la revelación no se nos da por el medio relativamente
ordinario, por un profeta, sino por la mediación extraordinaria del Verbo
encarnado. Cristo es el Hombre-Dios perfectamente connaturalizado con
el lenguaje humano y con el pensamiento divino. Como creador, domina
al hombre, conoce su psicología y sus recursos, domina la historia y conoce
su rumbo. Hombre-Dios elige esas analogías que tienen valor de semejan-
zas con el misterio divino.

Es más, no deja su doctrina al azar de la historia y de la interpretación indi-


vidual; protege primero su transmisión con el carisma de la inspiración, la
confía después a la Iglesia dotada del carisma de la infalibilidad para con-
servar, defender, proponer e interpretar auténticamente la revelación. La
Iglesia, esposa de Cristo, posee su palabra como un depósito, que medita
y asimila sin cesar a la luz del Espíritu. Admitimos que, sin ese magisterio
y sin esa asistencia especial del Espíritu, sería imposible imaginar una doc-
trina, aun divina, que escapase a las fluctuaciones de la historia.

La función de la Iglesia consiste en discernir en la revelación concreta la


materia propiamente revelada, de los elementos relativos que son el vehí-
culo de toda expresión histórica. La doctrina se expresa a través de los con-
ceptos de una época; es, pues, menester distinguir la verdad del modo de
presentarla, por ejemplo, la creación propuesta mediante la concepción
cosmogónica del autor sagrado. Es necesario también tener en cuenta los
géneros literarios, por ejemplo, la doctrina del juicio nos llega envuelta en
descripciones de género apocalíptico. Una expresión oratoria de los pro-
fetas no puede tratarse igual que una expresión estrictamente didáctica.
La Iglesia debe explicar, interpretar la doctrina revelada según su signifi-
cación auténtica, y aplicarla a todas las generaciones, de suerte que sea
siempre idéntica y siempre actual.

Es verdad que tal estado de cosas es único. ¿Pero, no son únicos en la


historia el cristianismo y Cristo? Es claro que una revelación, dada en y
por la historia, no puede escapar a las vicisitudes del devenir histórico,
pero también se han de considerar las condiciones particularísimas de esa
revelación: su preparación (elección), su progreso (profetismo), su comu-
nicación definitiva (Cristo, Verbo encarnado), su transmisión (inspiración) y
su conservación (Iglesia, carisma de infalibilidad). Lo específico de la reve-
lación cristiana nos impide confundirla con las doctrinas humanas.

70
Capítulo III Dios al encuentro del hombre

6. La sagrada escritura, testimonio de la revelación

El pueblo de Israel, bajo inspiración y mandato de Dios, a lo largo de los


siglos ha puesto por escrito el testimonio de la revelación de Dios en su
historia, relacionándola directamente con la revelación del único y verda-
dero Dios hecha a nuestros padres. A través de la Sagrada Escritura, las
palabras de Dios se manifiestan con palabras humanas, hasta asumir, en el
Verbo Encarnado, la misma naturaleza humana. Además de las Escrituras,
acogidas por la Iglesia, y conocidas como Antiguo y Nuevo testamento, los
apóstoles y los primeros cristianos pusieron también por escrito el testi-
monio de la revelación de Dios tal y como se ha realizado plenamente en
Jesucristo, de cuyo pasar terreno fueron testigos, de modo particular, del
misterio pascual de su muerte y resurrección, dando así origen a los libros
del Nuevo Testamento.

La verdad de que el Dios, del cual las Escrituras de Israel dan testimonio,
es el único y verdadero Dios, creador del cielo y de la tierra, se pone en
evidencia, en particular, en los “libros sapienciales”. Su contenido supera
los confines del pueblo de Israel para suscitar el interés por la experiencia
común del género humano ante los grandes temas de la existencia: Desde
el sentido del cosmos hasta el sentido de la vida del hombre; desde los
interrogantes sobre la muerte y lo que viene tras ella hasta el significado
de la actividad humana sobre la tierra; desde las relaciones familiares y
sociales hasta la virtud que debe regularlas para vivir según los planes de
Dios Creador y alcanzar así la plenitud de la propia humanidad.

Dios es el autor de la Sagrada Escritura; los escritores sagrados (hagió-


grafos), han redactado bajo la inspiración de su Santo Espíritu. Para su
composición, “Él eligió a hombres, y se apoyó en sus propias facultades
y medios, de forma que obrando Él en ellos y por ellos, escribieron, como
verdaderos autores, todo y sólo lo que Él quería” (Catecismo, 106). Todo
lo que los escritores sagrados afirman puede considerarse afirmado por
el Espíritu Santo: “hay que confesar que los libros de la Escritura enseñan
firmemente, con fidelidad y sin error, la verdad que Dios quiso consignar
en las sagradas letras”13.

Una recta interpretación de la Sagrada Escritura, reconociendo los diferen-


tes sentidos y géneros literarios presentes en ella, es necesaria cuando los
autores sagrados describen aspectos del mundo, que pertenecen también

13
CONCILIO VATICANO II, Const. Dei Verbum 11. 1959.

71
Humanismo Cristiano

al ámbito de las ciencias naturales: la formación de los elementos del cos-


mos, la aparición de las diversas formas de vida sobre la tierra, el origen
del género humano, los fenómenos naturales en general. Debe evitarse el
error del fundamentalismo, que no se separa del sentido literal y del géne-
ro histórico, cuando sería lícito hacerlo. También debe evitarse el error de
quien considera las narraciones bíblicas como formas puramente mitológi-
cas, sin ningún contenido de verdad que transmitir sobre la historia de los
acontecimientos y su radical dependencia de la voluntad de Dios.

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73
Capítulo IV
Una aproximación
a la Persona de Jesús
Alberto Vianey Trujillo R.*
R.

“Jesús de Nazaret ha sido un hombre,


tal vez el único, que ha vivido
y ha comunicado una experiencia sana de Dios,
sin desfigurarla con los miedos,
ambiciones y fantasmas que, de ordinario proyectan
las diversas religiones de la humanidad”.
Pagola

* Teólogo, Lic. Filosofía, Mg. en Filosofía,


Docente de la Universidad Mariana.

75
Capítulo IV Una aproximación a la persona de Jesús

E n este texto se presenta, de una manera sintética, a la persona de


Jesús, quien propone una nueva manera de comprender y vivir la
experiencia de Dios, las relaciones entre los seres humanos y una visión
general del mundo.*Con esto se busca trazar unas líneas de humanismo
cristiano que permitan comprender cuál es el tipo de hombre que se
desprende de la propuesta novedosa de Jesús.

1. El contexto

Jesús nació, hacia el siglo I, en el seno del contexto judío (afirmación que
resulta muy relevante al intentar comprender su modo de actuar y su
mensaje). Él es un personaje histórico*, enmarcado en unas coordenadas
concretas, vivió en una colonia del gran imperio romano llamada Palestina
y durante su vida recorrió los territorios de Galilea, Samaria y Judea. El
mundo de Jesús estaba caracterizado por las desigualdades sociales: ha-
bían grupos privilegiados como los comerciantes, latifundistas, políticos o

* Esta reflexión es producto de una lectura de los textos de José Antonio Pagola,
“Jesús, aproximación histórica”; Joseph Ratzinger, “Jesús de Nazaret”, y otras fuentes
bibliográficas que permiten un acercamiento a la persona de Jesús.
* Los estudiosos que se han dedicado a investigar la vida de Jesús de Nazaret no
ponen en duda su existencia. En este contexto parece oportuno anexar un testimonio
histórico de una fuente no cristiana, es el caso de Flavio Josefo, quien afirma: “Por este
tiempo, vivió Jesús, hombre sabio, si es que hombre hay que llamarlo, porque realizaba
obras portentosas: era maestro de los hombres que recibían gustosamente la verdad
y se atrajo no sólo a muchos judíos, sino también a muchos griegos. Este era el Cristo.
Habiéndole infligido Pilato el suplicio de la cruz, instigado por nuestros próceres, los
que lo habían amado no cesaron de amarlo, pues al cabo de tres días nuevamente se
les apareció. Los profetas de Dios tenían dichas estas mismas cosas y otras incontables
maravillas acerca de Él. La tribu de los cristianos, que de Él tomó nombre, todavía no ha
desaparecido hasta hoy”. Flavio Josefo. Antigüedades, XVIII, citado en Eusebio, Historia
eclesiástica. Editorial Católica, Madrid: 1973. I, 50-51.

77
Humanismo Cristiano

los de la aristocracia sacerdotal*, mientras que la mayoría de la población


era marginada, por lo general formada por asalariados, mujeres, artesa-
nos, constructores, limosneros, viudas, enfermos. Además de su condición
desfavorable, se pensaba o se justificaba el infortunio de estas personas
considerando que esta realidad era consecuencia del desconocimiento
o incumplimiento de la ley. Además los judíos creían en la retribución:
al justo siempre le va bien en la vida, mientras que al injusto o pecador
siempre le va mal, por lo tanto, la enfermedad o la pobreza eran conside-
radas castigo de Yahvé.

La vida de los judíos giraba en torno a tres grandes instituciones: el Tem-


plo, la Sinagoga y las Fiestas. En primer lugar, la vida del pueblo de Israel
giraba en torno al Templo, creado por el Rey Salomón (1Rey. 6-8), des-
truido por Nabucodonosor en el año 587 a.C, reconstruido por obra de
Zorobabel, luego por Esdras y Nehemías; saqueado por los enemigos y
destruido totalmente por Tito hacia el año 64. El templo para los judíos es
un lugar teológico, presencia de Dios por excelencia; este lugar sagrado
está dividido en Santum Santorum (lugar al que sólo tiene acceso, una
vez al año, el sumo sacerdote), el santo, el altar de los sacerdotes, el patio
de Israel (al que sólo accedían los hombres), el patio de las mujeres y los
niños y el patio de los gentiles; es decir, se habían establecido círculos de
santidad: unos hombres más cerca y otros muy distantes de la realidad de
Yahvé. En segundo lugar está la Sinagoga, íntimamente ligada al Templo.
Son una especie de capillas que se encuentran distribuidas en todo el
territorio, destinada a la enseñanza religiosa y a la celebración de liturgias
menores. Y finalmente está la celebración de las Fiestas, impregnadas de
un profundo sentido religioso, íntimamente ligadas a su historia como
pueblo, pero leída desde la óptica de Dios, como una historia de salva-
ción. Las principales festividades son: la pascua, pentecostés, el perdón,
las tiendas, el sábado y la oración diaria.

La opresión de las mayorías se incrementaba desde la visión religiosa. Para


los judíos lo más importante era el cumplimiento estricto de la ley, la ley
era la razón de su vida; cumplirla al píe de la letra era su obsesión, sin
embargo, ésta se había convertido en una carga muy pesada, imposible
de cumplirla cabalmente, especialmente si se era de condición pobre. En
lugar de propiciar el encuentro entre los hombres, producía más diferen-

* Incluso dentro de la clase sacerdotal judía hay una estratificación


bien marcada, desde el sumo sacerdote hasta los encargados de los
oficios menores, dentro o a las afueras del templo.

78
Capítulo IV Una aproximación a la persona de Jesús

cias y clasificaciones: puros e impuros, judíos y paganos, justos e injustos,


hombres y mujeres, prójimos y no prójimos.*

Al incursionar en los grupos humanos en los tiempos de Jesús, es bueno


resaltar que la sociedad judía tenía una visón teocéntrica (Dios es el centro
de toda su vida), por lo tanto, las convicciones religiosas impregnaban to-
das las demás realidades, a tal punto que imposibilitaba separar lo religio-
so de lo político, lo económico, lo social…, por eso cuando se hace alusión
a grupos de Israel estos son una mezcla de todo. Lo religioso legitimaba
e impulsaba una determinada manera de estructurar su vida. Entre estos
grupos estaba presente la idea del mesianismo, la espera de un Elegido
de Dios, que recupere la monarquía, el respeto de los vecinos y procure
un nuevo orden salvífico de la mano de Yahvé. Esta esperanza involucra
todos los aspectos de sus vidas. Miremos de manera breve los principales
grupos de la sociedad judía:

Los saduceos eran amigos del imperio romano, formaban parte de la aris-
tocracia sacerdotal y como gozaban de muchos privilegios no tenían nin-
guna intención de ir en contra del orden establecido. Procuraban mantener
el statu quo remitiéndose continuamente a las tradiciones y a la retribución
material e inmediata. Podríamos decir que éstos eran de extrema derecha.
No creen en la resurrección de los muertos. La salvación es el presente.

Los zelotes, a diferencia de los anteriores, eran de extrema izquierda. Apa-


recieron como un grupo de resistencia en tiempos del dominio de los
griegos y permanecían como un grupo revolucionario peligroso a los in-
tereses de los romanos. No reconocían el poder del imperio y procuraban
derrotarlos para establecer el único y verdadero reinado de Dios.

Los fariseos, llamados los separados, porque buscaban la pureza moral


radical lejos de los demás, considerados impuros y malditos. La salvación
sólo viene de Dios y, por tanto, no hay nada más que hacer, sino cumplir
estrictamente la ley para acelerar su acción redentora. Eran hombres es-
tudiosos de la Torá, la ley, y gozaban de gran influencia en el pueblo; mu-
chos consultaban algunos casos morales: qué está permitido y qué no está
permitido hacer. Aunque no pertenecían a las clases ricas, eran respetados
y se hacían llamar maestros y vistos como guías espirituales.

* En esta realidad de desigualdad social aparecieron grupos


revolucionarios que buscaban reivindicar los derechos de los pobres,
tal es el caso de los Zelotes.

79
Humanismo Cristiano

Los esenios
esenios, llamados los devotos, los silenciosos, eran hombres que lle-
vaban una vida al estilo de los monjes, retirados de la vida social y sus
seducciones para evitar el pecado y alcanzar la perfección espiritual. Con
respecto a los anteriores grupos eran más estrictos en el cumplimiento de
la ley y las normas de pureza, y de esta manera, lejos del mundo prostitui-
do, esperaban la venida del Mesías.

Los herodianos eran aliados o seguidores del rey Herodes, caracterizados


por defender los intereses de los romanos y perseguir a todos los que
atentaban contra la estabilidad del imperio. Eran mal vistos y odiados por
las mayorías.

Los bautistas eran un grupo religioso que enfatizan en la práctica del


bautismo como signo de arrepentimiento y conversión para prepararse a
la venida del Mesías; sostenían que solamente la vuelta a la rectitud de la
fe haría posible este acontecimiento. Uno de los personajes más destaca-
dos fue Juan el Bautista.

Los publicanos eran los encargados de cobrar los impuestos para el impe-
rio romano, por eso eran despreciados y aborrecidos por el pueblo, vistos
como traidores que oprimían a sus propias gentes; además, era de cono-
cimiento común que éstos acostumbraban subir el porcentaje a los im-
puestos para obtener sus propias utilidades, y por eso eran tenidos como
ladrones vulgares.

A esta larga lista es necesario agregar el grupo de personas marginadas:


los extranjeros, los campesinos, los esclavos, los gentiles, las prostitutas, los
samaritanos, las mujeres*, los niños y las viudas. Los enfermos merecen un
punto aparte a la clasificación anterior, porque desde la concepción judía la
enfermedad era fruto del pecado personal o heredado de los padres, y por
eso consideraban necesario apartarlos del pueblo para que no lo contamine.
El pecado es visto como una enfermedad de contagio que se trasmite por
el contacto físico. Aquí se incluyen los paralíticos, los ciegos, los cojos, los
mancos, los leprosos, los enfermos mentales, los epilépticos, entre otros.

* “Bendito el Señor que no me hizo ni esclavo, ni mujer, ni ignorante”,


repite el israelita tres veces al día.

80
Capítulo IV Una aproximación a la persona de Jesús

2. Jesús un personaje público

Aparentemente, Jesús apareció de la nada, sin embargo ya era conocido


en Nazaret, una población pequeña de unos 200 a 400 habitantes, de casas
rústicas y de una vida familiar campesina, dedicada a actividades agrícolas
– pastoriles y oficios varios como el de la carpintería. Precisamente, Jesús
tomó la realidad de su cotidianidad para dar a conocer sus enseñanzas;
la observa, la admira, la respeta y se vale de ella para predicar la buena
nueva. Así por ejemplo, en sus predicaciones se vislumbra como Él conocía
el proceso de fermentación del vino, la vida del pastor en el cuidado de
sus ovejas, la importancia de la sal, de la levadura, de la luz, el terreno de
la semilla, el crecimiento de las plantas y la maleza…, y esto hace que sus
enseñanzas sean más cercanas, apreciadas y comprensibles para la gente
sencilla de su época. Por eso Jesús no es un simple rabino judío ni un sa-
cerdote más del templo. El es un Maestro.

Jesús, el Maestro, se dirigía al común de las gentes, arrinconadas por la po-


breza y la exclusión generalizada: en lo político no tenían participación, en lo
religioso eran considerados pecadores, en lo económico, la mayoría carecía
de lo básico y fundamental para la subsistencia y en la parte intelectual pre-
sentaban muchas carencias. Los impuestos crecían y se institucionalizaban,
y la distribución de las riquezas era cada vez más inequitativa. La esperanza
de vida se sumaba más o menos en los 30 años, pocos llegaban a 50 ó 60.

El ambiente religioso en Nazaret no giraba en torno al templo o a los sacrifi-


cios, por su lejanía con Jerusalén; a esta lejana vereda no llegaban los gran-
des maestros de la ley. Tenían una fe bastante conservadora y elemental,
expresada en el recitar el shemá*, el conocimiento de la Torá, la figura del
templo, el guardar el shabat* y celebrar las fiestas; eran cosas que aprendió
Jesús en el seno de su familia.

No sabemos si Jesús aprendió a leer y escribir; lo que aprendió fue el


oficio familiar de artesano, que probablemente ejercía en Seforis, capital
Galilea, debido a que Nazaret no tenía mucha oferta de trabajo, probable-
mente la circunstancia lo llevó a moverse constantemente para encontrar

*Shemá Israel ("Oye, oh Israel"), son las primeras palabras y el nombre


de una de las principales plegaria
plegarias de la religión judí
judía en la que se
manifiesta su credo en un sólo Dios. Los creyentes la recitan dos
veces por día, en las oraciones de la madrugada y del atardecer.
* Es el séptimo día de la semana judía, consagrado al descanso y al
culto al Señor.

81
Humanismo Cristiano

empleo. Otro dato interesante es la costumbre bien afincada en el mundo


judío de casarse y formar familia en el seno del clan, Jesús por el contrario
renuncia al amor conyugal, pero no lo hace por un fin ascético; su vida
célibe atiende a una consagración total al Reino de Dios.

Jesús dejó sin razón conocida su vida en Nazaret y se fue al desierto, lugar
que evocaba el nacimiento del pueblo de Israel; no era un místico en busca
de armonía personal, Él va más por una fuerza de salvación para su pueblo.
Cuando se encontró con el Bautista, le atrajo la propuesta de "un pueblo
renovado", pues Juan buscaba atacar la raíz de todos los problemas judíos
que lo corrompía todo. La alianza estaba rota y la llamada era ir al desierto,
vivir una conversión radical, buscando el perdón divino, para iniciar de
nuevo, estando listos para la inminente llegada de Dios; por esto, Juan es
"la voz que clama en el desierto".

El bautismo propuesto por Juan, en cuanto acto no es distinto a otros que


se realizaban en la época, pero su significado si era algo nuevo y original;
el bautismo con agua viva, que fluía, era signo de purificación; el sumergir
todo el cuerpo indicaba, una limpieza total; más aún, Juan se atribuyó la
autoridad para bautizar, es decir, purificar en nombre de Dios, que incluye el
perdón. Este es el inicio de la restauración de Israel.

Juan pensaba en un proceso dinámico de dos etapas: la primera, de pre-


paración en el desierto y, la segunda, tendría lugar en la tierra prometida
realizada por “el más fuerte”. Así, el bautismo de agua, será sucedido por
un bautismo de fuego, que otorga vida plena. El gran juicio purificador que
desembocara en un estado de paz, la nueva alianza con Dios. El aconte-
cimiento del bautismo de Jesús por Juan, nos plantea dos interrogantes:
1. ¿Al hacerse bautizar por Juan, Jesús denota inferioridad? 2. ¿Si Jesús
fue al Jordán a bautizarse es porque era pecador? Los evangelios plantean
esta situación y tratan de direccionar la reflexión, que nos debe centrar en
el significado de un giro total de la vida del hombre de Nazaret; además
denota el hecho que Jesús comparte la visión de pecado del pueblo y la
necesidad de preparar al pueblo para el encuentro con Dios.

Jesús se adhirió al grupo de los discípulos del Bautista, movimiento que


encuentra resistencia en las élites judías, de allí que los herodianos, conspi-
raron contra Juan hasta causarle la muerte; interrumpiendo así el proyecto
de purificación del pueblo. Jesús reaccionó de forma sorprendente, co-
menzó a verlo todo desde un horizonte nuevo, empezó la irrupción defini-
tiva de Dios, inició para el pueblo el gran don de su salvación, comenzó a

82
Capítulo IV Una aproximación a la persona de Jesús

mirar la realidad desde la misericordia de Dios. Jesús abandonó el desierto


y se dirigió a las gentes a proclamar y escenificar la salvación para todos.
Otra novedad es que deja el ayuno, la austeridad y convirtió el banquete
compartido por todos en el símbolo más expresivo de un pueblo que aco-
gía la plenitud de vida.

La prueba que el Reino de Dios está aquí, irrumpiendo en la historia, es que


Jesús empezó a expresar el perdón, la curación y la misericordia que vienen
de Dios; curando enfermos que nadie curaba, aliviando el dolor de la gente
abandonada, bendecía y abrazaba a los niños; acercando la presencia de
Dios incluso a los olvidados: publícanos, prostitutas, endemoniados, sama-
ritanos, gentiles... Su lenguaje era nuevo, era dulce, era buena noticia, todo
era diferente; ahora se habla de la confianza total en un Dios Padre. Jesús
es ahora aquel hombre al que Juan llamaba “El más fuerte”.

3. El bautismo de Jesús

“la vida pública de Jesús comienza con su bautismo en el Jordán por Juan
el bautista”14 El hecho del bautismo abrió el momento inicial de la misión
de Jesús, en éste sentido, los evangelistas ubican éste suceso en un contex-
to específico. Lucas lo enmarca en la historia universal y Mateo lo ubica en
la historia de Israel como heredero de la promesa de Abraham, y como un
compromiso del Dios con David.

Es importante recordar en el contexto, el hecho del bautismo de Jesús por


parte del profeta, como era considerado Juan, por el pueblo Judío. Éste bau-
tismo consistía en un arrepentimiento de los pecados, y en un baño sim-
bólico en el río Jordán, que “es señal de vida, y se trata de una purificación,
quitarla suciedad del pasado y abre paso a un nuevo comienzo.15

El bautismo es un rito que practicaban los habitantes de Galilea para expiar


sus pecados, no es una tradición ajena a sus costumbres, por eso el discur-
so de Juan es bien entendido por la comunidad, al igual que su manera
de vivir en austeridad; esto es entendido como el signo de su compromiso
con la predicación, por tanto cuando Jesús se acerca a recibir el bautismo,
quiere incluirse en los ritos celebrados por la comunidad, que obviamente
no representan los intereses religiosos ortodoxos de la época.

14
RATZINGER, Joseph. Jesús de Nazaret, Bogotá: Editorial Planeta,
2006, p. 31
15
Ibid., p. 33.

83
Humanismo Cristiano

“El bautismo entonces pasa a ser en Jesús la aceptación de la muerte por


los pecados de la humanidad y la voz del cielo este es mi hijo amado”16; es
decir desde el bautismo ya se vislumbra el misterio pascual, por tanto el
bautismo de Jesús debe comprenderse como compendio de la historia, en
la que se retoma el pasado y se anticipa el futuro. Con el bautismo, Jesús
asume el lugar de los otros y, concretamente, de los pecadores. Será hijo
y será hermano en el camino del Reino. “El descenso del espíritu de Jesús
con que termina la escena del bautismo, significa la investidura formal de
su misión... y que El es el ungido esperado” 17 En Jesús se inicia una lucha
interior, entra en el drama de la existencia humana. Jesús se hace solidario
con los pecadores.

4. Jesús y las tentaciones

Mateo y Lucas hablan de tres tentaciones de Jesús, en las que se refleja


su lucha interior por cumplir su misión. Jesús después de ayunar cuarenta
días con sus cuarenta noches sintió hambre (Mt 4,2). El número 40 es rico
en simbolismo para el pueblo de Israel; recuerda el paso por el desierto y
también hace pensar en los 40 días en los que Moisés pasó en el monte
Sinaí. “los padres, jugando un poco a ensancharla simbología del numero
40 lo han visto como el numero cósmico, los cuatro confines de la tierra, y
los 10 mandamientos”.

Las tentaciones* tienen que ver con aquello que experimenta todo hom-
bre desde sus limitaciones, como una posibilidad. Jesús no fue ajeno a esta
realidad porque asumió la condición humana, y en esa perspectiva, no
sólo en este momento, sino durante toda su vida estuvo conviviendo con
la tentación, como una posibilidad de abandonar la voluntad de su Padre.
Sólo la fidelidad, el amor profundo a los seres humanos y la esperanza con-
fiada en el Padre le permitieron mantenerse firme hasta la muerte.

Mateo empieza diciendo que “Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto
para ser tentado por el diablo” (Mt 4,1), y a continuación la primera tenta-
ción: “si eres hijo de Dios di que estas piedras se conviertan en pan” (Mt 4,3).

16
Ibid., p. 40.
17
Ibid., p. 49
* En este punto se sigue las pautas dadas por González Faus en un artículo
titulado “Las tentaciones de Jesús y la tentación cristiana”. Además resulta
interesante dos datos: este autor sigue el texto de las tentaciones en el
evangelio de Mateo, no el de Lucas y las nombra como tentación de la
religión, tentación del prestigio y tentación del poder.

84
Capítulo IV Una aproximación a la persona de Jesús

Es un desafío frontal que lanzó el demonio, personificado en las intencio-


nes nefastas de los detractores de Jesús; por tanto, el milagro que pidió el
demonio de convertir piedras en panes implica tres aspectos fundantes: le
precede la búsqueda de Dios, de su palabra, y de una recta orientación de
toda la vida; el pan se le pide sólo a Dios, obtenerlo desde la “magia” es pre-
tender quitar del pensamiento religioso la ayuda de la providencia divina.

En la segunda tentación Jesús fue llevado al lugar más alto del templo de
Jerusalén, y el demonio lo incitaba a lanzarse, ya que Él será protegido
por Dios, pues es su Hijo. En este sentido, el sentimiento es claro, el amor
podría ser la clave de la tentación pues si su Padre lo ama lo protegerá de
todos los peligros, pero Jesús aludió a esta invitación con palabras muy sa-
bias, “no tentarás al Señor tu Dios", y con esto nos recuerda los signos que
son pedidos a Jesús para poder reconocer su poder como enviado de Dios.
Es la tentación de la ostentación y el prestigio, la espectacularidad pedida
por los fariseos, y Jesús asume la actitud del servicio a la humanidad para
ir cimentando el Reino de Dios sin pedir dádivas a cambio.

En la tercera tentación el demonio promete dar todo el poder terrenal si


Jesús lo adora, es un ataque directo a la soberanía de Dios sobre todo lo
creado frente a la invitación de adorar al poder, el señor pronuncia una pa-
labra del Deuteronomio, "al señor tu Dios adorarás y a Él solo darás culto;
éste es el precepto principal, el mandamiento máximo". (Dt 6,3). Una breve
conclusión de este punto llevaría a afirmar que Jesús asumió la condición
humana con todos los riesgos que ella implica y desde allí verificó su rela-
ción con Dios, lejos de los poderes de este mundo y de la espera de hechos
extraordinarios. Él es verdadero hombre, manifestando el querer de Dios
de una forma inesperada. Jesús tomó distancia de las falsas seguridades de
este mundo y puso su confianza en Dios. Abrirse a la acción de Dios en la
existencia de los hombres es una condición clave para construir el Reino.

5. Jesús, el profeta

Jesús dejó el desierto, cruzó el Jordán y entró de nuevo en la tierra que ha-
bía regalado al pueblo.18 Esta acción dio inicio a la segunda etapa propuesta
por Juan Bautista, es el momento de la irrupción, toda la historia de la sal-
vación se centra en este momento, era la hora de la manifestación gloriosa

18
PAGOLA, José Antonio. Jesús, aproximación histórica. Madrid:
editorial Planeta, 2007, pág. 83

85
Humanismo Cristiano

de Dios, el Reino de Dios despuntaba como la aurora. Curiosamente, no


tuvo lugar en la gran Jerusalén, ciudad del templo, sino que se presenta en
medio de los pecadores, en la región apartada de la Galilea, Jesús se dirigió
al lago de Galilea y vivió en Cafarnaún, en casa de Simón y Andrés, dos her-
manos que conoció en el entorno del Bautista; ésta es tierra de pescadores,
gente modesta, que tenían sólo para sobrevivir, que esperaban con ansias
la venida del Dios libertador.

El trabajo mesiánico, era itinerante, fue recorriendo las poblaciones en tor-


no al lago, evitando las grandes ciudades y si se acercaba a éstas sólo se
presentaba en las zonas marginales; al llegar a un pueblo, Jesús buscaba
el encuentro con los vecinos, respondiendo a una estrategia bien pensada.
Jesús vio en estas aldeas el mejor punto de arranque para iniciar la renova-
ción de todo el pueblo.19 Hay una razón muy poderosa para que Jesús visitar
estas poblaciones: allí se encontraba el pueblo más pobre y desheredado,
despojado de su derechos a disfrutar de la tierra regalada por Dios, aquí
se encontraban más que en todo Israel, enfermos y maltratados. Pagola lo
sintetiza afirmando que la vida itinerante de Jesús en medio de ellos es
símbolo de su libertad y de su fe en el Reino de Dios.

El Reino de Dios es la clave para captar el sentido que Jesús dio a su vida y
para entender el proyecto que quería ver realizado en todo Israel, no es una
doctrina religiosa, su objetivo era dignificar la vida del pueblo, implantan-
do la justicia y la paz. Jesús habló incansablemente de este Reino, pero no
explicaba directamente en qué consiste, no obstante, de alguna manera,
aquella gente sencilla comprendía lo que Él decía. Este símbolo del Reino
de Dios no era una especulación de Jesús, era una esperanza que estaba
arraigada en el corazón de su pueblo, “Él sólo decidió usarla de forma regu-
lar y constante, no encontró otra expresión mejor para comunicar lo que Él
creía. Dios librará pronto a Israel de la opresión de las potencias extranjeras
y establecerá en su pueblo la armonía, la paz, la justicia y la dignidad.”20

Frente a la desalentadora realidad, aparece y sorprende la declaración de


Jesús, ¡El Reino de Dios ha llegado! Que mejor noticia, Dios está con no-
sotros y nos da nueva vida. Si algo está claro, es que Jesús, buscó la mane-
ra más sencilla, de cautivar y seducir a sus oyentes, para que su mensaje
tuviera la fuerza necesaria capaz de despertar la conciencia del pueblo y
descubrir que en el fondo de la vida pueden encontrar a Dios; este lenguaje

19
Ibid., p, 86.
20
Ibid., p, 91.

86
Capítulo IV Una aproximación a la persona de Jesús

poético que Jesús empleó no era ajeno a aquellos campesinos, así habían
hablado los profetas, lo que resulta original y sorprendente, es que las pa-
rábolas que contaba la hacía en su vida cotidiana y que ésta era parte de la
historia sagrada narrada en la Sagrada Escritura.21

Entonces, ¿Para qué cuenta Jesús sus parábolas?, la respuesta no se hace


esperar, para hacer presente a Dios irrumpiendo en la vida de sus oyentes.
Su lenguaje parabólico conmueve y hace pensar, toca los corazones e invita
a abrirse a la acción de Dios. La vida es más que lo que se ve, esto es algo
desconcertante para la mayoría del pueblo que creía que su vida cotidiana
sólo era la sucesión de acontecimientos causados por el cumplimiento o
no de la ley, Jesús vino a enseñarles el valor de la vida como don;; éste es el
lugar de la obra salvífica, que va actuando sin darse cuenta, como la semilla
sembrada en el campo.

Jesús conocía el concepto que el pueblo tenía de Dios, para ellos era el in-
alcanzable, el juez severo; las parábolas vinieron a mostrar un nuevo rostro
de Dios: el rostro de un Padre compasivo y misericordioso, revalorizando la
figura patriarcal imperante en Israel, ¿es posible que Dios sea así? La insis-
tencia en el amor compasivo de Dios, despertó el interés y la curiosidad de
los oyentes, que anhelaban alcanzar alivio y libertad de sus cargas.

La propuesta de Jesús va más allá, invita a ser compasivos y misericordiosos


a semejanza del Padre;no hay que ir al desierto de Qumrán o encerrarse en
la observancia estricta de la ley, tampoco levantarse en insurgencias vio-
lentas; lo que hay que hacer es introducir en la vida de todos los hombres
la compasión, parecida a la de Dios. Las parábolas se convierten así en una
trampa para los oyentes, que se ven cuestionados por los ejemplos senci-
llos del Maestro de Nazaret. Después de oír a Jesús sólo les quedaba acoger
el mensaje o resistirse al cambio que éste genera en la vida interior.

6. El Maestro y las mujeres

A Jesús la gente lo llamaba “Rabi”, lo reconocían como un sabio, conocedor


de la ley y las tradiciones; su familiaridad con los textos bíblicos y con las
expresiones e imágenes se reflejan en todos sus actos; su mensaje citaba la
Sagrada Escritura, aunque de una forma sencilla, casi implícita en los ejem-
plos cotidianos que utilizaba. La maravilla del mensaje de Jesús, es que
al proclamar el Reino de Dios, lo hace buscando una respuesta, “cambiad

21
Ibid., p, 116.

87
Humanismo Cristiano

vuestro corazón”. Como en ocasiones anteriores se ha dicho, el mensaje de


Jesús está cargado de elementos emotivos que buscan suscitar una reac-
ción en los oyentes, porque no es suficiente el simple cumplimiento de la
ley, sino una apertura a la acción divina.

El mensaje del Reino, va más allá de la ley, ¿qué pensaba respecto a ella?,
nunca se pronunció a favor o en contra, no ofrece una doctrina sistemática
sobre la Torá, más bien, va tomando posición en cada caso, partiendo de
su propia experiencia de Dios. Con esto da a entender que la ley no ocupa
un puesto central, es un instrumento útil, muy valioso, pero no es decisiva
para descubrir la verdadera voluntad de Dios. Lo decisivo en la vivencia
del Reino, es la manifestación el amor, lo explica Jesús, al establecer una
estrecha relación entre el amor a Dios y al prójimo: quien se siente hijo de
Dios, lo ama con todo el corazón, con toda el alma y todas las fuerzas, des-
cubriéndolo incluso en el enemigo.

Este fue el gran legado que dejó Jesús a sus discípulos, quienes fueron
escogidos por El para difundir la buena nueva por todo el mundo. Curiosa-
mente, en este contexto discipular de Jesús, encontramos personajes muy
particulares, de distintos niveles sociales, en los que se destacan un grupo
de mujeres de Galilea, que lo seguían a todos los lugares donde iba y lo
apoyaban con sus contribuciones, creando gran controversia en su tiempo,
por la visión que tenían de las mujeres.

En una sociedad llena de discriminaciones, la mujer era considerada infe-


rior y subordinada al hombre. En el templo le estaba reservado un patio
situado entre los hombres y los gentiles; ésta es una muestra del poco
aprecio en que se tenía a la mujer. En el tiempo y en el mundo, ya sea
hebreo o pagano, en el que vivió Jesús, se hacía una clara diferencia entre
los dos sexos; así por ejemplo, en el pensamiento hebreo se afirmaba que
en la unión matrimonial: “La mujer es inferior al hombre en todo”. La mujer
era considerada como una perpetua menor de edad. En las plegarias de los
hebreos y de otros pueblos, el hombre daba gracias a Dios por no haber
nacido infiel, mujer, esclavo o ignorante; las mujeres hebreas se limitaban a
agradecer al Señor por haber sido creadas “según su voluntad”.

Jesús puso al descubierto el problema de la naturaleza y dignidad de la mu-


jer, dándole su lugar en la familia y en la sociedad22. Se debe tener presente
también que el ángulo desde el cual el evangelio considera a la mujer es el
religioso, por el cual se afirma la igualdad de los dos sexos desde el punto
22
Ibid., p, 215.

88
Capítulo IV Una aproximación a la persona de Jesús

de vista de los valores supremos, haciendo posibles otras deducciones de


los valores morales y sociales.

Hay algo curioso y sorprendente: se puede decir que el evangelio de la sal-


vación empieza y termina con intervenciones femeninas. El primer anuncio
de la venida al mundo del esperadísimo Mesías le fue dado a María de
Nazaret; la primera noticia de la victoria del Crucificado sobre la muerte es
comunicada a las piadosas mujeres que se llegaron al sepulcro de Cristo al
amanecer del domingo. La flor y el fruto del evangelio se depositan en el
temeroso corazón de la mujer.

Se exaltan las virtudes femeninas y se pone a la mujer como sobre un pe-


destal. Sin gritarlo a los cuatro vientos y sin presentarse como un luchador,
Jesús dijo e hizo cosas que representaban una revolución auténtica, porque
remueve lugares comunes y comportamientos inveterados.

Pero es todavía más significativo el comportamiento que Jesús tuvo con las
mujeres. En el Talmud se lee: “Se quemará la palabra, pero no se comunicará
a las mujeres”. Contra esta manera de pensar, Jesús abre a las mujeres el Rei-
no de los Cielos, como lo ha abierto a los hombres; y a algunas mujeres en
especial les dio enseñanzas que otros habrían reservado para los hombres.

Entre los amigos íntimos de Jesús se contaban tres hermanos que habita-
ban en Betania; Lázaro, Marta y María, a quienes Jesús “amaba” y en cuya
casa se albergaba cuando iba a Jerusalén con ocasión de las grandes festi-
vidades de su pueblo23. Nuestra mentalidad sugiere pensamientos rápidos,
maliciosos y banales, tanto que en realidad los mismos apóstoles se extra-
ñaron que Jesús, al contrario de los maestros de su época, hablara con la
mujer. La extrañeza de los apóstoles era la extrañeza de cualquier persona
bien intencionada de entonces. Jesús no solamente no demuestra despre-
cio en las confrontaciones de las mujeres, sino que quiso a su alrededor un
grupo femenino estable24.

Las mujeres de Galilea que seguían a Jesús no lo abandonaron ni siquiera


en las horas trágicas del Calvario y a pesar de esto, resulta curioso que las
“discípulas” galileas de Cristo, además de no haber recibido una vocación
especial, tampoco recibieron poder o mandato alguno relativo a la futura
predicación, a diferencia de los doce, pero esto no quita que ellas aparez-
can en momentos bastante significativos del evangelio.
23
Ibid., p, 233.
24
Ibid., p, 235.

89
Humanismo Cristiano

Fueron, pues, estas mujeres las que descubrieron primero la tumba vacía
de Cristo, y el Resucitado se les mostró a ellas, en especial a María Mag-
dalena, a quien confió el encargo de transmitir a los apóstoles el mensa-
je de su resurrección y de su nueva condición gloriosa. Por este motivo,
los escritores cristianos definen a la Magdalena “apóstol de los apóstoles”
“evangelista y embajadora de Cristo”25.

La relación de Jesús y sus discípulos fue de fraternidad, de cercanía, y bien


podría decirse que fue una relación de iguales; su intención no era trans-
mitirles un compendio de normas y leyes, sino inculcarles una nueva pers-
pectiva de la vida, desde la experiencia personal de un Dios que es Padre,
al que podemos acceder con un corazón dispuesto a dejarse amar y con-
vertirse en instrumento de amor.

7. El Maestro y los discípulos

“Jesús llama a un núcleo de íntimos, particularmente elegidos por Él, para


que estén con Él, que continúen su misión y den orden a una familia de hi-
jos de Dios”.26 Desde las diferentes versiones de los evangelios es claro que
existe un grupo de personas que acompañan al Maestro, y son llamados
discípulos; no sólo son unos seguidores, son los más fieles, y los que han es-
cuchado todo lo que Jesús propone para vivir y entender el Reino de Dios.

Lo dicho anteriormente, nos remonta a pensar que un gran maestro tiene


un séquito de personas que lo siguen; de hecho en aquella época existían
muchos modelos de maestros y discípulos, los fariseos, por ejemplo agru-
paban un buen número de seguidores, como el caso de Hillel o Gamaliel*.
Había unas reglas estrictas y unas exigencias académicas como conocer a
cabalidad la ley y recitar de memoria los textos de los profetas y otros escri-
tos sagrados, al igual que la tradición oral.

En Jesús de Nazaret esta visión de discípulos tiene una connotación total-


mente diferente de lo que se podría concebir en medio del pueblo. En pri-
mer lugar, por mencionar algunas cuestiones, Jesús no los llamaba súbditos
o aprendices, u otros nombres que pueden recibir; Él los llamó amigos (Jn

25
http://www. mercaba.org/Fichas/H-M/721-2.htm. Tomado el día
18, 07, 2010.
26
Ratzinger. Op. Cit., p. 207.
* Hillel llegó a tener un promedio de 80 discípulos y Gamaliel fue el
rabino de Saulo (Hch 22, 3)

90
Capítulo IV Una aproximación a la persona de Jesús

15. ss.); en sus discursos pone de manifiesto que, si bien el maestro es más
que su discípulo, no por este hecho Él no podía lavar los pies a sus amigos,
y por tanto es el maestro quien da ejemplo de humildad y sabiduría, pues,
no es grande quien se enaltece, si no quien es reconocido por la capacidad
de luchar por un mundo mejor, desde las cosas más sencillas. El más grande
y el primero es el que más sirve.

Los evangelios coinciden que el número de seguidores fieles al Señor es


doce, aunque el número puede representar según el lenguaje judío una
expresión de totalidad: doce son las tribus de Israel, que representan la to-
talidad del pueblo elegido de Dios. Según las Sagradas Escrituras, “Mientras
caminaba a orillas del mar de Galilea, Jesús vio a dos hermanos: a Simón,
llamado Pedro, y a su hermano Andrés, que echaban las redes al mar por-
que eran pescadores”. Entonces les dijo: “Síganme, y yo los haré pescadores
de hombres. Inmediatamente, ellos dejaron las redes y lo siguieron. Conti-
nuando su camino, vio a otros dos hermanos: a Santiago, hijo de Zebedeo
y a su hermano Juan, que estaban en la barca con Zebedeo, su padre, arre-
glando las redes, y Jesús los llamó. Inmediatamente, ellos dejaron la barca y
a su padre, y lo siguieron”. Marcos 1, 16-20; Lucas 5, 1-11.

Por tanto, el número de los discípulos no es por azar, o simple casualidad,


sino que el mismo Jesús quiso hacer la nueva alianza con el pueblo, con
la representación de doce personas, que si bien no pertenecen a las doce
tribus, en su corazón e intenciones, que se suscitan después de Pentecostés,
encarnaban en sus vidas las nuevas tribus del Señor, la nueva Jerusalén, el
nuevo pueblo elegido y bañado por la sangre del cordero que borra los pe-
cados de la humanidad.27

La misión que tienen estos hombres no es sencilla. Los evangelistas Marcos


y Lucas la describen como un envío hasta los confines del orbe, para hacer
discípulos en nombre de Jesús, expulsar demonios, restaurar la paz, y por
supuesto, con todas estas obras se anuncia en medio de la población que
es el tiempo de Dios, y que su Reino ha llegado para posarse en medio de la
humanidad, agobiada por la muerte y el odio.

La predicación de los discípulos, después de la resurrección de Jesús, pro-


dujo un movimiento que reconoce a Jesús como el enviado de Dios, como
su Hijo, pues mientras estuvo en medio del pueblo no fue reconocido; por
tanto, el papel de los discípulos es importante para la creación de la Iglesia

27
Ibid., p. 219.

91
Humanismo Cristiano

naciente y son los primeros que recibieron el Espíritu de Dios para anunciar
el mensaje de salvación a todos los pueblos.

8. Jesús el subversivo de Dios

Desde el primer momento, Jesús se rodeó de amigos y colaboradores. La


llegada del Reino de Dios pedía un cambio de dirección en todo el pueblo,
lo que no podía ser tarea exclusiva de un predicador particular, era necesa-
rio poner en marcha un movimiento comunitario, que ayude a tomar con-
ciencia de la cercanía salvadora de Dios28.

Jesús tenía algo que atraía a la gente. Sea por curiosidad o por real com-
prensión de su mensaje, Jesús produjo un gran impacto en la gente sencilla
de Galilea que, o terminaban por seguirlo, o se resistían a su mensaje. Lo
llamativo del caso, es que familias enteras, le manifestaban una adhesión
cordial, así por ejemplo, la familia de Lázaro, Marta y maría.

El grupo de discípulos de Jesús aumento de un momento a otro, siendo un


verdadero fenómeno en la tradición rabínica del pueblo judío. Tal vez vien-
do las dimensiones de esta masa popular, Jesús en un momento determi-
nado, decidió elegir de entre todos estos discípulos, a doce, conformando
un núcleo estable, que se moviera a su sombra.

Cabe resaltar el papel de Pedro, Santiago y Juan. Es la terna que parece


cumplir la tarea de ser sus amigos íntimos y que en el futuro, serán pilares
fundamentales del nuevo movimiento social y religioso. Estos hombres lla-
mados desde el inicio de la irrupción de la predicación de Jesús, fueron sig-
no de contradicción, y a pesar de su poca preparación intelectual y escasa
capacidad económica, fueron la semilla de un nuevo cambio de mentalidad
suscitado al interior de la sociedad judía.

Aunque era un grupo heterogéneo, los discípulos fieles a Jesús se conso-


lidaron como una familia29, todos estaban al servicio de todos, aboliendo
toda diferencia jerárquica, inclusive de género. El objetivo era la vida frater-
na, hacer realidad el ideal de la fraternidad. Bien podemos decir que Jesús
fue un reformador social que trabajó por una sociedad de justicia y paz,
actuando desde la misma célula30. Lo que va a ser tan llamativo es que en

28
Ibid., p. 270.
29
Ibid., p. 290.
30
Ibid., p. 295.

92
Capítulo IV Una aproximación a la persona de Jesús

el contexto en el que se desarrolla la misión de Jesús; (la opresión colonial


de los judíos por los romanos). Jesús se opuso al dominio de Roma y a la
colaboración de la aristocracia sacerdotal con Roma, no desde una insur-
gencia armada, sino una mentalidad de respaldo fraterno personalizado.
Desde una propuesta novedosa.

En esta situación colonial de lucha de clases y conflictos, Jesús, fiel a la


tradición profética del Antiguo Testamento, tomó parte por el pobre, acusó
a la clase gobernante y planteó la equidad como único medio para alcan-
zar el desarrollo social. El hecho de predicar un mensaje que demandaba
una revolución política y social, despertó la conciencia de un pueblo que
estaba dormido y no valoraba las riquezas que contenía, buscando un
mero cumplimiento de unas normas, que les hacía añorar el pasado. Es
preciso indicar que Jesús no estaba interesado en organizar una revolución
política, sino una revolución social, que empiece por los corazones de los
hombres. Su movimiento como un partido pacífico pedía una intensifica-
ción de las leyes que pertenecían a la esfera social y una relajación de las
religiosas. Así, la imagen de Jesús, aunque implicada con el cambio social,
no fue suficientemente radical.

Tal predicación fue comprendida por el poder gobernante como subver-


siva. Los líderes políticos como también los líderes religiosos no estaban
contentos con Jesús, y con quien decía ser, y peor aún, con sus acciones. Él
desafió el status quo de muchas formas, pidió cambios fundamentales en
las actitudes de las personas, en las acciones tomadas hacia la mujer, hacia
el pobre y el marginado, incluso hacia los líderes políticos. El dijo, “a ustedes
les gustaría dominar a sus súbditos pero yo quiero a líderes que sirvan.” Los
violentos revolucionarios querían persuadir a toda la nación judía a que se
levantara en rebelión y Él dijo: “no, yo quiero que amen a sus enemigos.” El
llamó a los hombres a tratar a las mujeres con igualdad. Por ello fue Jesús
ejecutado y declarado el subversivo de Dios.

9. Jesús y el sermón de la montaña

“Jesús se sienta en la cátedra (de Moisés) pero no como los maestros que
se forman para ello en las escuelas; se sienta allí como el Moisés más gran-
de, que extiende la alianza a todos los pueblos.”31 El evangelista Mateo
referencia un sermón muy significativo en los discursos pronunciados por
Jesús, recoge en sí mismo la intención del llamado a observar en medio de

31
Ibid., p. 93.

93
Humanismo Cristiano

los seres humanos el Reino de Dios. (Mt 4, 12-25). Es común en el tiempo


de Jesús ver a los grandes maestros predicando en lugares públicos. Lo no-
vedoso de Cristo es el lugar, en el monte, así como lo hizo Moisés cuando
recibió de Dios las tablas de la ley, que simbolizan el compromiso de los
hombres con Dios.

De este modo se aclara también el significado del monte. El evangelista no


nos dice de qué monte de Galilea se trata, pero como se refiere al lugar de
la predicación de Jesús, es sencillamente la montaña, el nuevo Sinaí. “La
montaña es el lugar de oración de Jesús donde se encuentra cara a cara
con el Padre, por eso es precisamente también el lugar donde se enseña su
doctrina, que procede de su intima relación con el Padre”.32

Las bienaventuranzas (Mt 5, 1 s) son consideradas, desde la antropología


cristiana, la ética superior de los hombres, los máximos que nos identifican,
y son pronunciadas por Jesús en el sermón del monte, por decir de alguna
manera en comparación con los mandamientos de la Ley mosaica. Se in-
sertan en una larga tradición veterotestamentaria sobre dichos y frases que
eran comunes en el pueblo judío; un ejemplo es la frase “dichoso el hom-
bre que confía en el Señor”, que aparece en varios libros sagrados, como
consta en el salmo 1 y en los escritos del profeta Jeremías.

A pesar que Jesús era consciente del peligro que corría al anunciar este
sermón, pues era considerado como subversivo, tanto por su circunstancia,
es decir por el lugar de la predicación, como por el mensaje, se hace visible
la misericordia divina, la presencia de Dios que se da a los seres humanos
para que la acojan y sientan que sus vidas pueden tener un sentido más
elevado, que el simple hecho de cumplir la ley. El sermón de la montaña es
el retrato más fiel de Jesucristo que podamos tener y, en consecuencia, es
el modelo de vida más exacto que Él mismo nos haya propuesto.

El Sermón de la Montaña propone un programa de vida, vivida en la fe en


el Hijo de Dios y en un espíritu filial ante el Padre celestial. Las bienaven-
turanzas nos amplían el léxico teológico con expresiones como “pobres”
en el espíritu, que tantos han intentado descifrar, pero que en realidad es
y según algunos escritos de Qumram simbolizan los pobres, simplemente
los pobres, aunque puede quedar abierta la discusión para hacer de este
concepto utilizado por Jesús un pretexto para ilustrar que aquellos que
no tienen nada terrenalmente pueden poseer en herencia, si lo desean, el
Reino de los cielos, que supera cualquier capacidad humana.
32
Ibid., p. 93.

94
Capítulo IV Una aproximación a la persona de Jesús

El Reino de Dios es la categoría fundamental del discurso de Jesús, y el


sermón de la montaña, se convierte en un itinerario para poder acceder
a este premio de Dios; cuando se revisa detenidamente este discurso es
fácil notar cuál es el camino que el Maestro plantea para lograr que en
medio de los seres humanos, y no solo como un lugar insustancial, sino
como realidad en medio de los avatares cotidianos de la humanidad, que
se encuentra sumergida en odios, rencores y otros factores que impiden
ver los frutos del Reino que algunos seres humanos con sus buenas obras
siembran en medio del mundo.

Se esperaba que el Mesías trajera una nueva Torá, pero en realidad la misión
de Jesús es reivindicar el sentido perdido de las Escrituras; es decir, mostrar
el rostro misericordioso de Dios, y no sólo como aquel que está presto a
juzgar a quien viole la ley, sin posibilidad de regreso al camino de la justicia;
por tanto y como se mencionó anteriormente, el Evangelio de Jesús, la bue-
na noticia, es en síntesis un itinerario que propone el Señor, para entender
que es lo que quiere Dios de su pueblo: trabajar por el bienestar y la paz de
todos sus habitantes y que reine el amor y la justicia.

10. Jesús enseña a orar

“Como hemos visto, el sermón de la montaña traza un cuadro completo de


la humanidad auténtica. Nos quiere mostrar cómo se llega a ser hombre.
Sus ideas fundamentales se podrían resumir en la afirmación: el hombre
sólo se puede comprender a partir de Dios”33

La oración es la forma con la que los seres humanos se acercan a la divini-


dad, y por tanto les recuerda que son creados por Dios y hacia Él volverán.
La oración tiene un sentido tanto teórico como práctico: por una parte
lleva a la concentración y exaltación del pensamiento humano y, por
otra parte, se puede hacer vida en medio de la comunidad, porque las
palabras dichas entran a ser parte de la realidad y en muchas ocasiones
trasforman o, por lo menos, denuncian las situaciones que acontecen en
medio de la humanidad.

La oración de Jesús está precedida por la catequesis, es decir, la enseñanza


del Reino de Dios, y tiene como fin último prevenirnos del mal uso de la
plegaria, un ejemplo claro, y que se desarrollará a lo largo de este punto es
la oración del Padre Nuestro. Esta oración no tiene exclusividad por lo parti-

33
Ibid., p. 161.

95
Humanismo Cristiano

cular, sino que realza la bondad de Dios e invita a los hombres de cualquier
tiempo y lugar a trabajar por el otro, por el Reino de Dios, por su justicia, y
en esa medida el ser humano podrá acercarse de manera individual al Dios
de la vida que regala dones y gracias para todos sus hijos.

La Oración del Padre Nuestro

Padre nuestro que estás en los cielos

Estas palabras describen la naturaleza y el carácter de Dios, y resumen la ver-


dad del ser humano. Dios es el Padre misericordioso de la humanidad, elimi-
nando la creencia de la vieja teología de un Dios vengativo y castigador.

Al decir Padre Nuestro estamos revelando el hecho de la hermandad entre


los hombres. Esto disipa la ilusión de que los hombres de una determinada
raza, nación o color, sean superiores a los demás. Y al pronunciar esta ora-
ción no sólo estamos orando por nosotros mismos, sino por toda la huma-
nidad, “somos en verdad, miembros de un solo cuerpo”. Jesús explica que la
naturaleza de Dios es estar en los Cielos y la del hombre estar en la Tierra,
porque Dios es causa y el hombre efecto o manifestación. Aquí la palabra

“Cielo” significa Presencia de Dios, y la palabra “Tierra”, quiere decir manifes-


tación. La función del hombre es expresar o manifestar a Dios.

Santificado sea tu nombre

El nombre de una cosa representa su naturaleza esencial y su carácter. Je-


sús dice que la naturaleza de Dios es “santificada”, cuyo origen etimológico
significa “santo, “sano”, “sanar”; de esta manera la naturaleza de Dios se nos
revela perfecta y eternamente buena. Un efecto es siempre de la misma na-
turaleza que la causa que los produce, por lo tanto todo lo que proceda de
Dios no puede ser menos santificado que Él. La naturaleza es esencialmente
buena y Él es Creador, bien perfecto.34

Venga a nosotros tu Reino, hágase tu voluntad así en la Tierra


como en el Cielo

El hombre como manifestación de Dios tiene un destino. Su obra es expre-


sar de forma consciente las ideas que Dios le proporciona. El hombre es en
sí una conciencia; los obstáculos se desvanecerían, si se confiara más plena-
34
Ibid., p. 177.

96
Capítulo IV Una aproximación a la persona de Jesús

mente en la voluntad del Padre y como consecuencia gozaríamos de felici-


dad y de todas las virtudes del Padre.

Danos hoy nuestro pan de cada día

Somos los hijos de un Padre que nos ama, y podemos esperar naturalmente
de Él todo lo que necesitamos, como de manera natural y espontánea los
niños esperan recibir de sus padres. Es la Voluntad de Dios que nuestras
vidas sean abundantes; por ello debemos poner nuestra mente más allá
de las aparentes cosas materiales, cambiando nuestra creencia limitada y
poniendo nuestra conciencia en la única Fuente Infinita que es Dios.

Perdónanos nuestras ofensas, como nosotros también perdona-


mos a quienes nos ofenden

El pecado es la sensación de estar separado de Dios, y la causa de todos los


sufrimientos proviene de ese sentimiento de separación. Es la sensación de
una existencia absolutamente personal, mientras que la verdad de Dios es
que todo es uno. El mal, el egoísmo y todos los sufrimientos provienen de
la negación o el no reconocimiento de esta idea, puesto que lo que se hace
al otro se hace a sí mismo. El fin del perdón, es el de hacer desaparecer la
ilusión de la separación, con esto nos acercaremos a Dios y al prójimo, disi-
pando todas las culpas que nos atan a un sufrimiento innecesario. El perdón
es el escape de la limitación y la culpa.35

No nos dejes caer en la tentación, más líbranos del mal

En este versículo pedimos que se nos libere de todas las dificultades, recor-
dando esta frase: “Ninguna plaga tocará tu morada, yo estoy con vosotros
todos los días hasta el fin del mundo”. En el evangelio de Mateo encontra-
mos el Padre Nuestro (Mt 6,1ss) formando parte del sermón de la montaña
(Mt 5 - 7), y más específicamente, dentro de una serie de enseñanzas sobre la
oración. En el capítulo 6, Mateo reúne varias enseñanzas de Jesús sobre los
tres pilares de la piedad de los judíos: la limosna, la oración y el ayuno, pero
les da un nuevo sentido: no se trata de quedarse en el formalismo del hacer
por hacer o, peor aún, hacer limosna, ayuno u oración para que los demás
nos vean, lo importante es el espíritu con el que se hacen estos ejercicios de
piedad; en efecto, estas prácticas sólo cobran sentido si están cimentadas
en el amor a Dios y en el amor al prójimo.

35
Ibid., p. 193.

97
Humanismo Cristiano

Jesús comienza exhortando a no aparentar en la oración. Convoca a orar


en secreto, lejos de la vista de los demás, pero cerca de los ojos de Dios.
Los fariseos acostumbraban a orar en público para que la gente los viera y
reconociera su fervor. Jesús critica esta disposición a exhibir la oración (Mt
6, 5-6). Es una práctica vacía de sentido. También enseña a no excederse
en palabras. Lo importante es confiarse en las manos de Dios (Mt 6, 7-8).
A continuación enseña el Padre Nuestro, como modelo de oración (Mt 6,
9-13), y termina alentando a vivir el perdón sincero a los demás. “El perdón
- la disposición propia para perdonar y la súplica de perdón cuando es uno
mismo quien ha cometido una ofensa - es la condición previa por excelen-
cia para la oración por parte de los discípulos de Jesús.”36

11. Jesús y los milagros

La palabra para denominar esta acción es la de taumaturgo. Taumaturgo


es quien hace milagros y cosas maravillosas. En la antigüedad se refería
a los magos, pero en el cristianismo se utiliza para referirse a grandes
santos que hacen milagros con el poder de Dios. En el caso de Jesús, la
curación de los enfermos y la liberación de los poseídos eran vistas como
un gran regalo para el pueblo, frente a las grandes problemáticas sociales
que le aquejaban.

Los proyectos urbanísticos de los monarcas habían producido cambios so-


ciales y económicos en la región; con las ciudades de Seforis y Tiberíades,
Galilea conoció por primera vez el fenómeno de la urbanización, éstas se
convirtieron en centros administrativos desde donde se controlaba toda
la región; pero estos proyectos emprendidos por los herodianos, hicieron
crecer todavía más los tributos y las tasas exigidas a los campesinos; esto,
unido a la implementación de los monocultivos, hacía más pesada la car-
ga para el pueblo, que no encontraba como sustentar sus familias.

En contraposición a la opresión del pueblo, Jesús seguía sorprendiendo


a todos. La buena noticia no solo era un mensaje motivacional, sino que
era respaldado por signos visibles. A diferencia del Bautista, que nunca
curó a nadie, Jesús proclamaba el Reino de Dios poniendo salud y vida
en las personas y en la sociedad entera.37 Su mirada estaba puesta en los
que sufrían la enfermedad física o espiritual y el desvalido. Lo peor para
estas personas no era la desgarrante enfermedad, sino la vergüenza y la

36
Ibid., p. 153.
37
Ibid., p. 155.

98
Capítulo IV Una aproximación a la persona de Jesús

humillación a la que eran sometidas como impuras, pues en la mentalidad


semítica Dios estaba en el origen de la salud y la enfermedad y quien esta-
ba enfermo era considerado abandonado por Dios. Estos eran alejados de
las poblaciones e incluso excluidos del templo, lo que les recordaba: Dios
no los quiere como a los demás.

Estos tienen que ser los primeros en experimentar la misericordia del Pa-
dre y la llegada de su Reino. La actuación de Jesús debió de sorprender
sobremanera a las gentes de Galilea, ¿de dónde le viene su fuerza cura-
dora? Sus técnicas, aunque parecidas a la de los taumaturgos de la época,
distan de estos en que para Él, las curaciones no son hechos aislados, sino
que forman parte de su proclamación del Reino de Dios.

La terapia que Jesús puso en marcha es su propia persona; su amor apa-


sionado a la vida, su acogida entrañable, su fuerza para regenerar a la
persona desde sus raíces, su capacidad de contagiar su fe en la bondad de
Dios.38 Ante todo, la mejor medicina, es mostrarles que son dignos de ser
amados, por eso curó siempre de manera gratuita.

Jesús no aportaba solo una mejoría física, su sanación era de toda la perso-
na, reconstruyendo al enfermo desde su raíz. El único requisito es tener fe
en la bondad de Dios Padre; esto remonta al mismo momento de la crea-
ción; es Dios quien hace nuevas todas las cosas. Se abre así la posibilidad
que el enfermo pueda vivir con un corazón nuevo y reconciliado.

Por otro parte, Jesús no solo curaba enfermos, fue un exorcista extraordi-
nario; lleno del Espíritu de Dios se acercaba a los poseídos y los liberaba
de los espíritus malignos39; esto provocó un impacto mayor que la de sus
curaciones. Los exegetas tienden a ver estas posesiones como una enfer-
medad (histeria, esquizofrenia, alteración de conciencia), sin duda es legi-
timo pensar hoy así, en opinión de Pagola habría que dejar un margen de
duda hacia lo paranormal. Los poseídos a los que se acerca Jesús, no son
simples enfermos psíquicos, son gente desnutrida, víctima de la violencia
de una sociedad excluyente; nos queda el interrogante, ¿Qué poder ma-
ligno se esconde detrás de una experiencia de estas características?, no es
fácil responder. Solo sabemos que Jesús se acercó a ese mundo siniestro y
liberó a quienes vivían atormentados por el mal. Jesús se enfrentaba a los
demonios con la fuerza de su palabra “sal de él40”; la fuerza descrita por las
38
Ibid., p. 165.
39
Ibid., p. 169.
40
Ibid., p. 172.

99
Humanismo Cristiano

fuentes es una confrontación violenta entre quienes se sienten poseídos


por Satanás; pero no sólo al príncipe del mal alude, sino que las autoridades
también sentían estos exorcismos como una amenaza al orden social.

Toda esta acción sanadora de Jesús no es más que la manifestación


trascendental del signo de un mundo nuevo; el mensaje transmitido en
sus parábolas queda así reafirmado; en el que las mujeres, los niños y los
desechados son protagonistas. Es gracias a la insegura vida itinerante que
acerca a Jesús a este mundo de indigencia, identificado con ellos y sufriendo
de cerca sus mismas necesidades. Jesús va tomando conciencia que, para
estos hombres y mujeres, el Reino de Dios sólo puede resultar una buena
noticia41. Todo el mundo ha de saber que éstos son precisamente los hijos
predilectos de Dios, lo que les confiere una dignidad absoluta.

Toda esta reflexión nos debe llevar a pensar, como quiso incitarlo Jesús;
solo hay una disyuntiva: vivir como imbéciles, indiferentes al sufrimien-
to de los demás o despertar y ablandar el corazón y mover las manos
para ayudar a los demás. Jesús introduce así una verdadera revolución,
“el código de compasión”, nos viene a mostrar que la santidad no está en
alejarse del mundo evitando relacionarse con el otro o en tener mucho
sin pensar en los demás, sino en llevar la luz a los que viven en tinieblas,
ofreciendo el perdón de Dios que aunque inmerecido, se derrama sobre
toda la creación42

12. Jesús enseña con parábolas

Las parábolas son indudablemente el corazón de la predicación de Je-


sús. Las parábolas son el lenguaje predilecto de Jesús para enseñar como
maestro. Etimológicamente, la parábola es una breve comparación basada
en una experiencia cotidiana de la vida, cuyo fin es enseñar una verdad
espiritual. No son fábulas ni alegorías porque se basan en un hecho o
una observación real. La parábola es un arma de controversia, que lleva al
adversario a admitir ciertos puntos que no habría aceptado por otros ca-
minos. Ella abre espacios de diálogo, permitiendo tomar ciertas distancias
respecto a una situación concreta, o haciendo entrar al otro en el mismo
punto de vista del narrador.

41
Ibid., p. 183.
42
Ibid., p. 207.

100
Capítulo IV Una aproximación a la persona de Jesús

Jesús utilizó parábolas frecuentemente para enseñar las verdades más ele-
vadas en una forma que estuviese al alcance de todos. Su enseñanza con-
trastaba por su sencillez y sus imágenes con el estilo complejo de otros
maestros de la época; de esta manera, el Maestro interpelaba a las perso-
nas: unos acogían su mensaje, y otros lo rechazaban y otros, por el contra-
rio, se cerraron totalmente al mensaje por su dureza de corazón a la hora de
aceptar la propuesta innovadora del Reino de Dios. “Es que a vosotros se os
ha dado el conocer los misterios del Reino de los Cielos, pero a ellos no. Por-
que a quien tiene se le dará y le sobrará; pero a quien no tiene, aun lo que
tiene se le quitará. Por eso les hablo en parábolas, porque viendo no ven, y
oyendo no oyen ni entienden. En ellos se cumple la profecía de Isaías: Oír,
oiréis, pero no entenderéis, mirar, miraréis, pero no veréis.” (Mt 10,11-14).

Al escuchar una parábola, cualquiera de las que hacen parte de los discur-
sos de Jesús, narrados por los diferentes evangelistas, se puede sentir la
pasión y la fuerza de su mensaje, las ganas de cautivar a un público sencillo
y trabajador; para la época predominaba lo agrícola – pastoril, y el trabajo
representaba para dichas personas su razón de ser e incluso su apellido.
Jesús, en medio de esta realidad se impregnó de su cultura y daba a cono-
cer el Reino de Dios en estos términos, para que todo el que lo escuchara
entendiera de inmediato a qué se refería en sus enseñanzas. Caso contrario
sucedía con los letrados y maestros de la ley, quienes no podían entender
el mensaje, pues pensaban que la Palabra sería revelada en términos que
sólo ellos podrían entender. Vale la pena recordar el hecho pasado con el
profeta Elías, quien sólo encontró a Dios en una suave brisa; no en los true-
nos y terremotos, fuerzas abrumadoras, pero vacías. Por tanto, la finalidad
y naturaleza de las parábolas, como se mencionó anteriormente, es acoger
a todas las personas, incluirlas y recordarles que a pesar de su condición
humilde y sencilla Dios los considera sus predilectos, y que sólo cuando el
hombre coloca su confianza en Dios y se despoja de sus orgullos y vanida-
des puede vislumbrar en su vida la verdadera luz de Dios.

El padre que lleno de amor y ternura quiere instruir a sus hijos, lo hace con
cariño; sería ilógico querer enseñar por la fuerza, pues ese conocimiento
poco a poco, como ha sido aprendido por la represión del ser humano, se
olvida y degenera en fracaso; por tanto, Jesús quiere enseñar la misericordia
del Padre de manera que todos lo entiendan, y si bien las parábolas son una
forma, también su discurso está impregnado de sencillez, de testimonio, de
entrega y compromiso para anunciar el Reino de Dios y su justicia, que se
trasluce en la denuncia del mal uso del poder por parte de algunos de su

101
Humanismo Cristiano

tiempo, y como gran profeta que denuncia las injusticias del mundo de hoy
donde vale más lo material que la vida de la persona humana.

Todos los evangelios describen y testifican el uso de las parábolas como un


recurso de enseñanza. A manera de referencia se presenta a continuación
un bosquejo de las mencionadas en Lucas:

Los niños que juegan Lucas 7:31, 35


Los dos deudores Lucas 7-41-43
El sembrador Lucas 8,5-8
El buen samaritano Lucas 10,25-37
Amigo inoportuno Lucas 11,5-8
Rico insensato Lucas 12,16-21
La higuera estéril Lucas 13,6-9
El grano de mostaza Lucas 13,18, 19
La levadura Lucas 13,20, 21
La gran cena Lucas 14,16-24
La fiesta de matrimonio Lucas 14,16-24
El último lugar en los banquetes Lucas 14,7-11
La torre y la guerra Lucas 14,28-32
La oveja perdida Lucas 15,44
La moneda perdida Lucas 15,8-10
El hijo pródigo Lucas 15,11-32
El administrador infiel. Lucas 16,1-8
Lázaro y el hombre rico Lucas 16,19-3
El juez injusto Lucas 18,1-8
Fariseo y publicano Lucas 18,9-14
Las minas Lucas 19,12-27
Los viñadores homicidas Lucas 20,9-18

Si nos adentramos en cada una de ellas, comprendemos que las parábolas


son una invitación a la conversión, a aceptar la propuesta del Reino que
está en medio de los hombres. Se ha cumplido el plazo está cerca el Reino
de Dios, convertíos y creed en la buena noticia, con estas palabras describe
el evangelista Marcos el inicio del ministerio público de Jesús. El evangelio

102
Capítulo IV Una aproximación a la persona de Jesús

o “buena noticia” es principalmente un llamado que Dios hace a los seres


humanos a acercarse a la verdad, a entender en los acontecimientos coti-
dianos como el Dios de la vida acompaña a su pueblo, por tanto, el Reino de
Dios no es otra cosa que la vida misma. Jesús invita a su pueblo a iniciar un
camino que los lleve a descubrir a Dios como Padre, por medio del Espíritu.

Finalmente, la parábola quiere presentarnos una situación torcida y des-


viada y otra situación correcta, justa y creadora, para que la persona que
la escucha saque una enseñanza para la vida. Se constituyen, entonces, en
una especie de reto para el oyente. El contenido de las mismas tiene que
ver con: 1. La nueva imagen de Dios: Padre misericordioso, bondadoso,
creador, capaz de perdonar, que hace una opción preferencial por el pobre
y desvalido. 2. La nueva imagen del hombre que acepta la buena nueva
en su corazón y obra inspirado en el amor, el servicio y la misericordia con
el prójimo, a quien llama hermano. A mayor honestidad del hombre en
su vida cotidiana, mayor fuerza y transparencia en mostrar la experiencia
de Dios 3. El hombre de fe firme y de esperanza dinámica, que procura
transformar lo que no sirve, comenzando a vivir cada instante de su vida
como si fuera el último y definitivo. Si alguien quiere saber sobre Jesús y el
anuncio del Reino, debe meditar las parábolas.

13. Jesús anuncia el Reino de Dios

Todos los estudiosos de Cristología coinciden que lo verdaderamente ori-


ginal de Jesús es el anuncio del Reino de Dios, sin embargo a la hora de
acercarnos a este fenómeno tenemos algunas dificultades porque Jesús
no nos dice expresamente qué es el Reino de Dios, sólo afirma que está
cerca. Para tener algunas ideas, es necesario acudir al itinerario de la vida
de Jesús, a sus enseñanzas y a sus acciones.

La enseñanza de la doctrina judía era radical “sed santos porque yo, el Se-
ñor, vuestro Dios soy santo”, pero el concepto de santidad que se despren-
día de la imagen misma que se tenía de Dios era vaga y confusa; en ella no
hay cabida para todos los hombres, es más, se desecha y se rechaza a los
paganos, a los pecadores, a las mujeres y a todos los impuros, generando
una sociedad de la discriminación y de la exclusión. El Dios anunciado por
Jesús, por el contrario, es interesado, cercano y comprometido con la vida
de los hombres y las mujeres, sin discriminar a nadie; es compasivo y mi-
sericordioso, tierno y amoroso con sus hijos. Así lo deja comprender en las
parábolas más bellas y conmovedoras, cuando el Maestro habla del Padre.

103
Humanismo Cristiano

A continuación encontramos una explicación de la parábola del Buen Sama-


ritano por José Antonio Pagola.
“La compasión no es un mero sentimiento sino un prin-
cipio de acción que desafía los esquemas de actuación
convencionales. Consiste en interiorizar y hacer nuestro el
sufrimiento del otro para reaccionar y hacer por él todo lo
que podamos. Jesús lo sugirió de manera provocativa en
la parábola del buen samaritano. Jesús habla de un hom-
bre asaltado y abandonado medio muerto en la cuneta
de un camino solitario. Afortunadamente, por el camino
aparecen dos viajeros: un sacerdote y un levita. Vienen del
templo, después de realizar su servicio cultual. El herido
los ve llegar esperanzado: son de su propio pueblo; repre-
sentan al Dios del Templo; sin duda, tendrán compasión.
No es así. Los dos «dieron un rodeo» y pasaron de largo.
Por el camino aparece un tercer viajero. No es sacerdote
ni levita. Ni siquiera pertenece al pueblo elegido. Es un
odiado samaritano, miembro de un pueblo enemigo. El
herido lo ve llegar atemorizado. Se puede esperar lo peor.
Sin embargo, el samaritano «tuvo compasión», se acercó
al herido e hizo por él todo lo que pudo hasta salvarlo.

La sorpresa de los oyentes no podía ser mayor. La parábola


rompía todos sus esquemas y clasificaciones entre amigos
y enemigos, entre pueblo elegido y gentes extrañas e im-
puras. ¿Será verdad que la compasión nos puede llegar,
no del Templo ni de los canales religiosos oficiales, sino de
un enemigo proverbial? Jesús miraba la vida desde la cu-
neta, con los ojos de las víctimas necesitadas de ayuda. No
había duda. Para Jesús, la mejor metáfora de Dios era la
compasión con los heridos. Y la única manera de ser como
Dios y actuar de manera humana era actuar como aquel
samaritano. La parábola de Jesús introducía un vuelco to-
tal. Los representantes del Templo pasan de largo junto al
herido. El odiado enemigo es el salvador. Con la compa-
sión caen las barreras. Hasta un enemigo tradicional, rene-
gado por todos, puede ser canal de la compasión de Dios.
¿Habrá que olvidar prejuicios y enemistades seculares, los
odios y sectarismos? ¿Habrá que reordenarlo todo desde

104
Capítulo IV Una aproximación a la persona de Jesús

la compasión? Una última parábola en la que no es fácil


llegar hasta el relato original de Jesús, nos permite captar
la revolución que introduce en la historia.

La parábola es en realidad una descripción grandiosa del


juicio de todas las naciones. Allí están gentes de todas las
razas y pueblos, de todas las culturas y religiones, genera-
ciones de todos los tiempos. Se va a escuchar el veredicto
final que lo esclarecerá todo. Dos grupos van emergiendo
de aquella muchedumbre. Unos son llamados a recibir la
bendición de Dios para heredar su reino; a otros se les invi-
ta a apartarse. Cada grupo se dirige hacia el lugar que ellos
mismos han escogido. Unos han reaccionado con compa-
sión ante los necesitados; los otros han vivido indiferentes
a su sufrimiento. Lo que va a decidir su suerte no es su reli-
gión ni su piedad. No han actuado por motivos religiosos.
Sencillamente, unos han vivido movidos por la compasión,
otros no.

En la parábola se habla de seis situaciones de necesida-


des básicas. No son casos irreales, sino situaciones que se
conocen en todos los pueblos de todos los tiempos. En
todas partes hay hambrientos y sedientos; hay inmigran-
tes y desnudos; enfermos y encarcelados. No se habla de
grandes palabras como «justicia» o «solidaridad», sino de
comida, de ropa, de algo de beber, de un techo para res-
guardarse. No se habla tampoco de «amor» sino de cosa
tan concretas como «dar», «acoger», «visitar», «acudir».
Lo decisivo no es la teoría, sino la compasión que lleva a
ayudar al otro cuando está necesitado. El verdadero pro-
greso, la salvación de la humanidad está en atender a los
desgraciados del mundo. Su perdición, por el contrario, en
la indiferencia ante el sufrimiento. El mensaje proclamado
y vivido por Jesús hasta el final fue este: «Sed compasivos
como vuestro Padre del cielo»”43.

43
PAGOLA, José Antonio. La alternativa de Jesús. Loyola, 25 de junio
de 2005.(conferencia)

105
Humanismo Cristiano

El itinerario vital de Jesús está encausado hacia la consecución del Reino


de Dios. El Reino es su causa. Así lo presenta el evangelista Mateo en dos
parábolas muy breves, pero de gran profundidad: “El Reino de Dios se
parece a un tesoro escondido en el campo. Si un hombre lo encuentra lo
vuelve a esconder y de la alegría va y vende todo lo que tiene y compra
el campo aquel” (Mt 13, 44). “El Reino de Dios se parece a un comerciante
que buscaba perlas finas, al encontrar una perla de gran valor fue a vender
todo lo que tenía y la compró” (Mt 13, 45).

14. Las imágenes de Jesús en el Evangelio de Juan

“Es hora de centrar nuestra atención en la imagen de Jesús, que nos da el


cuarto evangelista (Juan) que en varios aspectos es muy diferente a la que
nos presentan los sinópticos”.44 En este aparte nos dedicaremos a estudiar
cuáles son las concepciones del evangelista Juan, a la hora de abordar
el pensamiento de Jesús, y cómo a partir de este evangelio se hace una
lectura teológica, que si bien tiene que ver con la de los sinópticos, clara-
mente se observa que es posterior y posee una teología más elaborada
sobre la persona de Jesús.

“El símbolo fundamental del Evangelio de Juan es Jesús. Él es el gran signo


de la gloria del Padre”45 En efecto, el simbolismo joánico es fuertemente
teocéntrico; es decir, el fin de los símbolos joánicos no es Cristo, sino el
Padre; pero, es Cristo quien se ofrece como luz, agua viva, pan de vida, vid,
camino, verdad, vida, etc. Todos estos son símbolos centrales en el evan-
gelio y de carácter universal, que se pueden proponer y ser comprendidos
por todo hombre, sin distinción de pueblo, raza, cultura. Son símbolos ar-
quetípicos de la vida humana en cualquier cultura o época.

La simplicidad de las imágenes y de las escenas elegidas por Juan es sor-


prendente. Las realidades cotidianas constituyen a menudo el punto de
partida de su lenguaje simbólico: imágenes tomadas de la subsistencia de
toda vida humana (agua, vino, pan, peces, alimento...) o de los trabajos más
comunes de su época (pesca, pastoreo, siembra, recolección...)46

La misma existencia humana es una “parábola” que sirve para expresar las
grandes verdades de la fe: el nacimiento (Jn 1,13; 3,5-6); el sufrimiento del
parto y el gozo de dar a luz (Jn 16,21); la necesidad de una casa permanen-
44
RATZINGER. Op. cit., p. 261
45
RATZINGER. Op. cit., p. 270.
46
RATZINGER. Op. Cit., p. 273.

106
Capítulo IV Una aproximación a la persona de Jesús

te (Jn 14,2), etc. “los muertos oirán la voz del Hijo de Dios y todos los que
la oirán, vivirán” (Jn 5,25); el tocar es expresión de la experiencia concreta
sobre todo a propósito del Señor Resucitado “tocado” por los suyos (Jn
20,27); el olfato aparece en relación con la unción del cuerpo de Jesús, tan-
to en Betania (Jn 12,3) como en el sepulcro (Jn 19,39); el gustar es símbolo
de la experiencia de la salvación en el relato de Caná de Galilea donde se
gusta “el vino mejor” de la era mesiánica (Jn 2,9-10).

Algunos símbolos agrícolas son utilizados para expresar el crecimiento


humano y el mismo misterio de la muerte de Jesús. En el primer caso, la
maduración en la fe se explica con la acción de los “cortes” y “podas” a los
que se somete un árbol para dar fruto (Jn 15,1ss); en el segundo, el grano
de trigo que cae en tierra y muere es signo elocuente del misterio de la
cruz (Jn 12,24).

A continuación describiremos algunas de las figuras que más se trabajan


en el texto del Evangelio según San Juan:

El agua. Es un elemento primordial de la vida, y por ello también, uno de


los símbolos originarios de la humanidad; el hombre la encuentra en dis-
tintas formas y con diversas interpretaciones. Es claro afirmar que el agua
simboliza la pureza y llena de vida el corazón del hombre; solo quien toma
del agua de la vida, dice Jesús, en palabras narradas por Juan, encuentra la
salvación, que se trasluce en el buen vivir de la humanidad; es decir, la sal-
vación no es un agente lejano de la vida cotidiana del ser humano, sino que
se debe convertir en factor primordial para la vida, como el caso que ocurre
con el agua, que nutre y da vitalidad al cuerpo.

El agua, también, en muchos casos simboliza la purificación de lo corpo-


ral, pero asimismo de lo que está más allá de lo físico: lo espiritual, se pue-
de limpiar por medio del agua, que simbolizara además la muerte, pues la
abundancia de agua, puede producir este otro momento. El agua que es
un factor no sólo de vida, si no de muerte, significa del mismo modo para
el evangelista Juan un sello; ejemplo claro de esto es cuando se narra que
brotó del pecho abierto del cuerpo de Jesús sangre y agua. El agua es un
elemento simple, pero su explicación requiere un estudio muy profundo
y detallado, y sobre todo en el texto de Juan, vale la pena aclarar que es
necesario observar muy bien el contexto para poder determinar a qué se
refiere el evangelista.

107
Humanismo Cristiano

El vino. Si el agua es un elemento primordial para la vida de cualquier ser


humano, para la cultura mediterránea, el vino, y por supuesto la vid, repre-
sentan en si mismos el producto agrícola por excelencia de esta zona del
mundo. Para el evangelista Juan es claro que la vid representa la humani-
dad, que requiere un proceso de crecimiento, desarrollo, poda, que es
factor importante para que los sarmientos puedan ofrecer un fruto sano
y abundante.

El pan. Representa para la cultura Judía, una de las formas más tradicio-
nales de alimentación, pues en los campos de aquella zona es normal ver
los grandes cultivos de espigas, que después de un proceso de selección y
molienda se convierten en harina, para formar el pan. Para el evangelista
el pan representa la unidad de la Iglesia, que se deja conducir y proteger
por el sembrador, que cuida su cultivo, aleja la maleza y después, llegado
el tiempo, recoge el grano, para formar la harina, es decir, el fruto de la
comunidad, que nutre de bendiciones el mundo entero.

El pastor. Es una de las imágenes más conocidas tanto en los sinópticos


como en el evangelio de Juan; además es una figura con la que explica
su misión en medio de la humanidad, como orientador, sanador y con
fortaleza para alejar el mal en este caso representado por el lobo y otros
animales que quieren solo comer las ovejas. Para el evangelista es claro
que Jesús es el buen pastor, que da la vida por sus ovejas y que enseña a
otros como ser realmente pastores, no trabajando por un salario, sino por
propia convicción y seguridad.

15. Dos hitos importantes en el camino de Jesús: La confesión de


Pedro y la Transfiguración

“En los tres evangelios Pedro contesta en nombre de los doce, una decla-
ración que se aleja del común de la gente: tu eres el Cristo”.47 Los evange-
listas nos narran dos acontecimientos que enmarcan el camino de vida de
Jesús: la confesión de Pedro y la Transfiguración.

La confesión de Pedro

Cristo pregunta a sus apóstoles: ¿quién dice la gente que soy yo? (Mt
16,13-19) Pone esta pregunta sólo después de haber llevado a término su
misión de enseñar lo que el Padre le ha dicho. Podría decirse que el caso

47
RATZINGER. Op. cit. p. 337.

108
Capítulo IV Una aproximación a la persona de Jesús

ya está expuesto y ahora llega el momento de pronunciar el juicio; sin em-


bargo, la gente que había visto y oído todas las pruebas necesarias para
reconocerlo como Mesías, no terminaba por comprender sus signos. Es
como si un velo cubriera sus ojos y les impidiese dar una respuesta segura
y convincente: “Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo.”

Para Pedro, al igual que para Pablo, tiempo después, Cristo fue un au-
téntico enigma difícil de descifrar; por ejemplo, ¿qué pensaría Pedro al
ver a su Maestro caminando sobre las aguas? ¿Qué sentimientos fluirían
es su corazón cuando escucha de Cristo “tú eres Petrus (piedra*) y sobre
ti edificaré la iglesia" y más tarde le dice "apártate de mí Satanás." Este
misterio sobre Cristo lo comprenderíamos mejor con los ojos de la fe
que nos da el Padre. Mientras la fe no sea el oxígeno de nuestra vida, no
seremos capaces de reconocer a Cristo como el Mesías. Por esto Cristo le
dice a Pedro "dichoso Tú, Pedro, porque esto no te lo ha revelado ningún
hombre, sino mi Padre que está en el cielo."48

El don de la fe se lo da gratuitamente el Padre a Pedro, no por mérito pro-


pio ni por sus cualidades personales -era pescador- sino por su propia bon-
dad divina. Es el don más precioso, el de reconocer a Dios como Mesías,
como la auténtica luz que guiará nuestros pasos hacia la felicidad eterna.
Y gracias a la fe Pedro y Pablo encontraron la fuerza para llevar a término
su misión en la tierra.

La Transfiguración

En el monte Tabor, Jesús se transfiguró mientras oraba. Sus vestiduras se


volvieron blancas como la nieve y su rostro resplandecía como el Sol, de-
jando así escapar hacia el exterior un rayo de gloria que ocultaba como un
misterio; pero, Jesús no vino a darnos lecciones de gloria; por eso la visión
del Tabor pasa prontamente y apenas duró un instante. La Transfiguración
confirmó la fe de los apóstoles y fue para ellos la luz “que brilla en un lugar
oscuro, hasta que despunte el día y el lucero renazca en vuestros corazo-
nes”.49 La Transfiguración plantea una cuestión que es vital en el cristianis-
mo: la fe es para los apóstoles algo luminoso, como una inmensa alegría,
que nadie les podrá robar. Si una persona, joven o mayor, experimenta la
alegría de la fe, ya no la pierde nunca jamás.

* La Iglesia se edifica sobre los cimientos de la fe de todo creyente.


48
Mateo, 16, 13 – 19.
49
RATZINGER. Op. Cit. p. 357.

109
Humanismo Cristiano

El Salvador resplandece en medio de la escena, flanqueado por Moisés y


Elías, con los discípulos a sus pies. Toda la naturaleza, se diría que, despierta
como atraída por blancura de la túnica del transfigurado: montañas y va-
lles, prados y flores, animalillos y personas que en la perspectiva aparecen
encaminándose hacia sus respetivos trabajos. Todo está iluminado por la
luz de Cristo. Los discípulos en la cima de aquella montaña se despren-
dieron de sus envidias, pero no prescindieron de los problemas de la vida,
problemas penetrados de la tragedia que les venía encima. Esto es, la ple-
garia no consiste en desentendernos de los problemas de la vida, sino que
proyecta sobre ellos una luz nueva.

16. Nombres con los que Jesús se designa a sí mismo

“Cada vez más se fueron cristalizando tres títulos fundamentales: Cristo


(Mesías), Kirios (Señor) e Hijo de Dios”50 Ya durante la vida de Jesús, los
hombres procuraron interpretar su misteriosa figura según las categorías
que les eran familiares y que deberían servir para descifrar el misterio: se
le consideró un profeta, como Elías o Jeremías que habían vuelto, o como
Juan el bautista (Mc 8, 28.). Pedro utilizó en su confesión títulos diferentes,
superiores: Mesías Hijo de Dios Vivo.

Encontramos por tanto, una referencia clara, pues ya desde el principio


la figura de Jesús entre los judíos de su tiempo gozó de fama y se le
buscaba atribuir un título que se lo pudiera identificar, y es a partir de
este testimonio en Marcos que descubrimos que posiblemente para los
de su época no se consideraba como el mismo Hijo de Dios, sino como
una autoridad en materia espiritual, pero no para elevar su categoría has-
ta las consecuencias que traería su afirmación como ser divino. También
encontraremos la referencia del apóstol Pedro, quien lo reconoce o le da
un título más elevado, como el Mesías, el Cristo, el Ungido, el Salvador; y
según el testimonio de Marcos el mismo Jesús le manifiesta a Pedro, que
es el Padre quien le ha revelado este misterio. Para los discípulos de Jesús
en cierto sentido no es claro el título que se le debe dar a su Maestro.

También encontramos una tradición que lo menciona como el Hijo de


Dios o el Kirius, pero los dos apuntan en la práctica al mismo significado,
sin embargo, esta categoría Hijo encierra en sí misma una gran proble-
mática, ¿es acaso Hijo por su cercanía espiritual con el Padre? O porque
realmente proviene del Padre; este tema fue una gran controversia para

50
RATZINGER. Op. Cit. p. 371.

110
Capítulo IV Una aproximación a la persona de Jesús

los primeros cristianos y en especial sería uno de los temas fundamentales


del concilio de Nicea celebrado en el año 325, en el cual se asume la ca-
tegoría de Homooúsios (consustancial, de la misma sustancia); es Hijo de
Dios porque comporta la misma sustancia del padre.

Desde el testimonio de los evangelios encontramos unas expresiones que


son atribuidas a las palabras de Jesús, por tanto es necesario revisar para
ver en qué consisten para poder comprender su significado. Ahora pase-
mos a estudiar los títulos con los que el mismo Jesús se describe según el
testimonio de los evangelios. Esencialmente son tres:

El Hijo de Hombre

“Hijo de Hombre: esta misteriosa expresión es el título que Jesús emplea


más cuando habla de sí mismo”51. Según los estudios de la exégesis moder-
na, existen diferentes momentos en los cuales Jesús se refiere a si mismo
con este título: el primer grupo sería cuando menciona que ha de venir a
estar con su pueblo, promesa mesiánica; el segundo grupo está sujeto a la
actuación física del Mesías; y el tercer grupo de palabras hablaría sobre su
pasión y resurrección.

Esta subdivisión del título permite observar claramente, que esta expresión
refiere a diferentes acontecimientos de la vida de Jesús que, como se ha
mostrado anteriormente rodea toda su vida, ya sea desde el reconocimien-
to como el que se esperaba para liberar de la opresión, pasando por su tra-
bajo a favor de los más necesitados (leprosos, enfermos, desvalidos, pobres)
restituyéndoles no solo un orden físico, sino dándoles un nuevo impulso
sanador que trasciende los aspectos morales, psicológicos y sociales entre
otras categorías de los seres humanos; y por último, también, hablando de
su muerte y resurrección, culmen del misterio pascual de Cristo.

“En tiempos de Jesús “hijo del hombre” no existía como título. No obstante
hay una alusión a él en la visión de la historia universal contenida en el libro
de Daniel basada en las cuatro fieras y el hijo de Hombre...,”52 éste no era
un título conocido para la época; sí se pueden encontrar ciertas similitudes
en el libro de Daniel, cuando un hijo de hombre es el que contempla todo
lo que pasa mientras se va desarrollando todo el proceso que narra este
libro de corte apocalíptico. Es claro que existen distintas visiones sobre este

51
RATZINGER. Op. Cit. p. 374.
52
RATZINGER. Op. Cit. p. 378.

111
Humanismo Cristiano

título; lo único que se podría afirmar inicialmente es que por la cantidad de


veces que aparece en los testimonios evangélicos, se podría pensar que se-
guramente Jesús si utilizó esta referencia para hablar de su persona.

El Hijo

“La expresión Hijo de Dios se deriva de la teología política del antiguo


oriente. Tanto en Egipto como en Babilonia, el rey recibía el título de Hijo
de Dios.”53Si bien la expresión Hijo, lo acompaña otra connotación a mane-
ra de pregunta, es decir, ¿Hijo de quién? Es relevante que para las culturas
vecinas a los judíos la expresión Hijo de Dios designaba a un rey, sin caer en
problemas de orden religioso, pues se asumía que la autoridad civil, en este
caso tenía que estar influenciada directamente por el linaje divino para que
fuese distinguido y poderoso. En el caso judío sucedía algo contrario, este
título generaba una blasfemia, en otras palabras, un insulto para el mismo
Dios, pues bien si había la consciencia de ser creados por Dios, existía una
diferencia enorme para el pueblo entre lo que significaba ser creatura e hijo,
por tanto era imposible que un hombre se auto-determinara hijo de Dios.

Para los primeros cristianos se hizo evidente que éste era el título apropia-
do para Jesús, pues si pudo vencer la muerte es claro que realmente es el
Hijo de Dios. Tal como lo constata Marcos 15 en boca del centurión romano
al presenciar la muerte de Jesús. También encontramos testimonio en los
hechos de los apóstoles (13, 32), donde Pablo por medio de una exposición
a los judíos reunidos en Antioquía, les expone el motivo por qué conside-
rarlo Hijo de Dios.

Por otro lado, Jesús se reconoce como Hijo, cuando habla del Padre, cuan-
do lo coloca por encima de su obra, como inspirador; pero en este caso,
es claro que a sí mismo no se llama Hijo de Dios, pero al referirse a Dios
como su Padre, esta expresión es tácita, y clara para los interlocutores de
su dialogo, lo que causó escándalo entre la clase sacerdotal, los escribas
y los fariseos de su época, porque para ellos es claro que se trata de una
amenaza al dominio religioso que contenían en sus manos.

Yo soy

“Cuando Jesús dice, yo soy, retoma toda la historia y la refiere a sí mismo.


Muestra unicidad: en Él está presente personalmente el misterio del único

53
RATZINGER. Op. cit. p. 389.

112
Capítulo IV Una aproximación a la persona de Jesús

Dios”54. Esta última expresión, la encontramos con más auge en el Evan-


gelio de Juan, aunque en los sinópticos encontramos ciertas alusiones, y
tiene varios grupos en los cuales se puede descubrir: el primero de ellos es
cuando Jesús simplemente dice: yo soy; y en otro grupo, esta expresión se
ve acompañada por otro grupo de palabras, para citar un ejemplo, yo soy...
la luz, entre otros. También, toma como referencia el libro de Éxodo donde
Dios se manifiesta a Moisés como el que Es, y de esta manera, no se revela
ningún tipo de nombre específico para poderlo determinar; por tanto, este
título nos informa claramente una concepción de Jesús, que se auto-revela
como Dios, y desde la idea joánica es claro que Jesús se siente como tal y
por eso realiza sus obras con la conciencia de Señor de todo.

17. Jesús, creyente fiel hasta la muerte

La experiencia de Dios fue central y decisiva en la vida de Jesús. No es una


persona dispersa por sus actividades (antes descritas), sino que es una per-
sona unificada en torno a una experiencia nuclear; Dios el Padre de todos.
Para este ser, lo principal es Dios y lo demás es accesorio, la experiencia es-
piritual que vive es una experiencia transformadora, que busca armonizar
todo el cosmos, recobrando la dignidad para toda la creación.

Los antecedentes de Jesús muestran que nació en un pueblo creyente, Él


siente a Dios actuando ahora, en el presente55. No sabemos cómo conoció
el contenido de la Escritura, propio de los escribas y fariseos, lo que sí es
claro, es que conoce bien los contenidos proféticos y sapienciales de la
tradición escrita del pueblo de Israel y la interpreta, como la manifestación
del único Dios que es el defensor de las víctimas, el creador y restaurador
de la humanidad.

Desde que inició en las riveras del Jordán, la intensa experiencia de Dios
lleva a Jesús a ser el canal de transmisión de la misericordia del Padre celes-
tial; por esta razón, no pierde oportunidad para acudir a la fuente de la que
nutre su actividad: La oración. Se levantaba muy temprano y se dormí muy
tarde, disfrutando del diálogo extaciante con el Padre.

El hijo del hombre necesitaba, como nosotros, orar, estar con el Padre, dis-
cernir su voluntad y vivir a impulsos de su corazón; a impulsos de su mise-
ricordia56. Dios es el Padre de todos. Es él quien inspira su mensaje, quien
54
RATZINGER. Op. Cit. p. 402.
55
PAGOLA. Op. Cit. p. 305.
56
PAGOLA. Op. Cit. P. 218.

113
Humanismo Cristiano

unifica su actividad y polariza sus energías, por ello uno de los impactos del
mensaje de Jesús es dar a conocer a Dios como Padre, Abbá.

Jesús, se siente y se sabe “Hijo amado”. Es una experiencia entrañable y go-


zosa que marcó su vida: Se abandonó en sus manos porque en manos del
Padre ¿qué puede pasar?, con esta nueva imagen de Dios, Jesús no solo re-
direccionó la religiosidad del pueblo, sino que modificó la estructura pa-
triarcal autoritaria de la sociedad judía. El Dios de Jesús no es autoritario
y legislador severo, es el Dios del perdón y de la vida, al que nos podemos
dirigir diciendo Padre Nuestro...

Para Jesús, el gran amor al Padre se había convertido en su razón de ser,


su gran obligación es, ser fiel hasta la muerte (Apocalipsis 2,10). Así que el
trágico final no fue una sorpresa. Se había ido gestando día a día desde que
comenzó a anunciar con pasión el proyecto de Dios que llevaba en su cora-
zón, convirtiéndose en un profeta peligroso.

La vida pública de Jesús se desarrolló como una creciente oposición entre


Él y quienes fueron los causantes de su muerte.57 No cabe duda que Je-
sús y sus enemigos representaban dos opciones, dos totalidades distintas,
que pretendían dirigir de forma contrapuesta, la vida humana. Esta contra-
dicción representada por Jesús y sus enemigos es llevada al campo de la
existencia cotidiana. Aparecieron sus enemigos espiándole para acusarle y
condenarle, puesto que los fariseos y demás grupos estaban dispuestos a
deshacerse de él.

Pero, el complot definitivo aparece en la pasión, narrada por los cuatro


evangelistas. Parecería que hasta Juan se ha vuelto «sinóptico», a la hora
de contar el proceso de la muerte de Jesús. Esta relativa «coincidencia
sinóptica» de los cuatro evangelistas indica el carácter histórico del fondo
de la narración.

Se reunieron los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo, los escribas
y los fariseos. Coincidían todos en querer matar a Jesús y no se atrevían a
hacerlo por miedo al pueblo, con lo cual se sobrepasa el nivel de la confron-
tación puramente personal58. Pero se aprovecharon de Judas, quien llegó
a capturarlo con un grupo numeroso, enviado por los sumos sacerdotes
y los ancianos del pueblo, la acusación muestra por qué le persiguen y le
combaten estos poderes.
57
PAGOLA. Op. Cit. p. 342.
58
PAGOLA. Op. Cit. p. 359.

114
Capítulo IV Una aproximación a la persona de Jesús

Le acusaron de blasfemia, pero pronto las acusaciones cambiaron ante Pila-


to. El punto de conexión está en la acusación de presentarse como Mesías,
que de cara a los judíos se presentaba como Hijo del Bendito y de cara a los
romanos como rey de los judíos. Pilato sabía que el Mesías sería enemigo
de los romanos; toda la época de su mandato estaría llena de expectati-
vas mesiánicas y de levantamientos armados de tinte mesiánico. Por eso
pregunta a Jesús: ¿eres el Rey de los judíos? Ninguno de los cuatro evan-
gelistas pone en boca de Jesús el rechazo de esta acusación. Ante las reti-
cencias de Pilato, los sumos sacerdotes y los escribas lo siguieron acusando
violentamente (Lc 23,10) e insistían en que Jesús sublevaba al pueblo con
su enseñanza. Ni Herodes ni Pilato recogieron la acusación; pero, cuando
amenazaron a Pilato con que si no condenaba a Jesús se convertía en ene-
migo del César, acabó por ceder.

Ha llegado la hora en la que es entregado el Hijo del Hombre en manos de


los pecadores; mi alma está triste hasta la muerte, y oraba para que si fuera
posible, pasase de Él esta hora; he aquí que se acerca el que me entrega;
levantaos, vayamos; estas palabras, pronunciadas anticipaban este mo-
mento. Jesús, pues, esperaría la “hora”, pero la “hora” tiene un claro carácter
mesiánico que, implica el paso por la glorificación de la muerte. Aunque, es
bueno anotar que las palabras de Jesús en la cruz muestran el dramatismo
de una conciencia oscura respecto al sentido último de su muerte. “Dios
mío, Dios mío, por qué me has abandonado”.

La crucifixión, el más cruel y horroroso de los suplicios, consistía en colgar a


una persona de una cruz o del tronco de un árbol, fijándola con sogas o con
clavos y dejarla así hasta que muriera. Cuando se trataba de una cruz, según
las costumbres romanas, la madera transversal era llevada en hombros por
el condenado, que recorría desnudo el trayecto entre el tribunal y el lugar
de ejecución, donde ya se encontraba fijo el palo vertical. Se le colgaba al
cuello una tabla en la que constaba el delito por el que había sido condena-
do, y esa tabla quedaba a la vista de todos una vez realizada la crucifixión.
No se conoce cómo era la cruz de Jesús. Podía tener forma de cruz “F”, de
“T” o de “X”, u otra.

Al condenado se lo colgaba desnudo porque su ropa y otras pertenencias


se repartían entre los que procedían a la ejecución. El arte cristiano repre-
senta un paño que cubre el cuerpo de Jesús crucificado; pero algunos escri-
tores de la Iglesia antigua hablan de su desnudez en la cruz. Para que todos
lo vieran y temieran cometer los mismos delitos, la ejecución se realizaba
en un lugar de mucho tránsito.

115
Humanismo Cristiano

El crucificado quedaba expuesto largo tiempo, durante una agonía que


duraba varios días, mientras los soldados romanos custodiaban para que
nadie se le acercara a llevarle algún alivio, o con la intención de sacarlo de la
cruz. Después de tan espantoso sufrimiento, el condenado moría de fiebre,
o de sed e inanición, o porque estando tanto tiempo suspendido por los
brazos, se le comprimía el tórax y moría por asfixia. Perecía miembro por
miembro, y como por una gotera, exhalaban su vida gota a gota.

Podía haber algo más atroz aún: una inscripción de la época de Jesús dice
que se colgaba al condenado para que sirviera de comida para los anima-
les salvajes y las aves de rapiña. El crucificado, estando todavía vivo, podía
ser desgarrado y devorado por los perros salvajes o los buitres, sin que
pudiera defenderse ni nadie le prestara ayuda59.

Los evangelios coinciden en que Jesús murió a pocas horas de su cruci-


fixión. Esto fue excepcional, y según el evangelio de Marcos, sorprendió a
Poncio Pilato. Los discípulos, amigos y familiares de Jesús vieron todo des-
de lejos y no pudieron dejar un relato detallado de lo sucedido; sólo dije-
ron que fue crucificado y murió en la cruz. Sin embargo, los autores de los
evangelios se extienden mucho más; pero no lo hacen con el fin de dejar
una crónica precisa que responda a las inquietudes de los historiadores o
curiosos, sino para ofrecer a los creyentes un dato para la fe. Explicaron qué
significa para la fe, esa ejecución que exteriormente podía ser igual a la de
cualquier delincuente.

Mientras, quienes lo insultaban lo desafiaban a que usara su poder para


salvarse, Él no les responde y sólo habló para prometer el paraíso al delin-
cuente que estaba crucificado a su lado. Jesús murió recitando un salmo
de confianza en Dios: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”, y des-
pués de su muerte, todos se retiraron golpeándose el pecho como señal de
penitencia universal.

Jesús murió en un acto de amor a la humanidad hasta el extremo. Sucedió


en la víspera de la Pascua, a la hora que en el templo se realizaba el sacri-
ficio del cordero. Ahora, el verdadero cordero es Jesús, inmolado sin que
se rompa ningún hueso. Se cumplieron las Escrituras cuando los soldados
repartieron sus ropas y cuando de su costado herido brotó sangre que tes-
timoniaba su sacrifico y el agua que representa el Espíritu que Él derrama a
partir de su elevación al cielo60.
59
PAGOLA. Op. Cit. p. 392.
60
PAGOLA. OP. Cit. p. 298.

116
Capítulo IV Una aproximación a la persona de Jesús

Antes de morir, constituyó a María como Madre de los discípulos, para que
por medio de ella, todos sean hermanos de Jesús. Para que se cumplan
todas las Escrituras, Jesús dijo que tenía sed, como el justo sufriente de los
Salmos, luego, que ya todo estaba cumplido, y muró entregando el Espíritu.
Jesús murió en la noche más oscura. No entró en la muerte iluminado por
una revelación sublime. Murió con un por qué en sus labios. Todo quedó
en manos del Padre.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

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Brouwer, S. A., 1975.

117
Capítulo V
El Humanismo en María,
San Pablo, San Francisco y
Madre Caridad Brader

Cesar Oswaldo Ibarra*

1. María, modelo de ser humano al estilo de Jesús

“Se sorprendían de que hablara con una mujer” (Jn 4, 27). Con estas palabras
nos muestra el Evangelio la situación de marginación y de discriminación
de la mujer en tiempos de Jesús. Generalmente un judío no hablaba con
una mujer y mucho menos si esta era extranjera o, en el peor de los casos,
pecadora. Jesús rompe con los paradigmas de su tiempo, de su cultura
y de su religión y se acerca a la mujer, a la santa y a la pecadora, y las
contagia de ese amor profundo y sincero que tenía por todas las personas;
sin embargo, el encuentro con Jesús no deja tranquilo ni indiferente al
que se encuentra con Él: el encuentro con Jesús transforma y hace que el
pecador se convierta en santo: “vete y no peques más” (Jn 8,11).
* Magíster en Educación. Docente de la Universidad Mariana.

119
Capítulo V El Humanismo en María, San Pablo, San Francisco y Madre Caridad Brader

¿De quién aprendió Jesús esta forma de acercarse al otro, especialmente


al pobre, al marginado y al que sufre? Evidentemente lo aprendió de sus
padres; son esos valores que se aprenden en la familia los que marcan a la
persona y le dan un talante propio. No nos podemos equivocar al afirmar
que el humanismo de Jesús no es un humanismo nacido por generación
espontánea o que sea el resultado de su condición divina, solamente;
no, el humanismo de Jesús es, también, el fruto del humanismo de
María y de José. De tal palo tal astilla, decían nuestros viejos, y con un
lenguaje un poco hosco pero muy sincero lo decía también la mujer del
Evangelio: “¡Dichosa la mujer que te llevó en su seno y cuyos pechos te
amamantaron!” (Lc 11, 27). Podemos afirmar que el humanismo de Jesús
fue alimentado por el humanismo de María.

Jesús y María son dos personas arrolladoras. Por un lado, Jesús, nos muestra
el rostro amable de Dios, la misericordia se ha convertido en carne en Jesús
y ha venido a nosotros a restañar las profundas cicatrices del odio y del
egoísmo que nos han hecho cada vez menos humanos. Por el otro lado,
María se nos presenta como modelo de humanidad; la mujer entrañable
que nos acoge a todos como madre universal. Ambos se influyeron
mutuamente: Jesús antes que maestro fue hijo y aprendió de su madre las
cualidades y las virtudes que lo modelaron como hombre y como persona;
y María después de ser madre, fue discípula y creyente y apóstol de aquel,
que sin dejar de ser hijo, se convirtió, también para ella, en su Maestro
y en su Señor. El humanismo de María y el humanismo de Jesús tienen
fuentes comunes y tienen tantos puntos de contacto que difícilmente se
pueden diferenciar. Podemos afirmar que en cuanto a humanismo, María
y Jesús se influyen mutuamente y entre los dos construyen una visión de
humanismo profundamente cristiana.

121
Humanismo Cristiano

1.1 ¿Qué caracteriza el humanismo de María?

Veamos, a continuación, unas características del humanismo de María


entresacándolas de las páginas del evangelio y procurando que nos sirvan
de pistas no solo para conocer más profundamente a María sino, sobre
todo, para que nos ayuden a ser tan humanos como Jesús y como María,
porque sólo de esa manera podremos construir lo que la Iglesia llama la
“civilización del amor”, una forma de ser y de vivir que rompa con la cultura
de odio y de muerte que domina nuestras sociedades y nuestro mundo.

1.2 He aquí la Esclava del Señor (Lc 1, 26-80)

En cumplimiento de las promesas que Dios había hecho en el Antiguo


Testamento de enviar al Mesías que salvaría al pueblo de Israel, el Arcángel
Gabriel se le apareció a María de Nazaret, una jovencita judía de familia
muy sencilla, y le anunció que ella sería la madre del Salvador. En este
acontecimiento se revelan algunas notas de la humanidad de María, que
nos ayudan a hacer un acercamiento al humanismo de la Virgen.

En primer lugar, María aparece como una mujer que no “traga entero”
y que antes de aceptar la propuesta que le hizo el Ángel, presentó sus
inquietudes: “¿cómo será posible eso, puesto que no conozco varón?” (Lc
1, 34), dado que está apenas comprometida con el que será su marido y,
por lo mismo, todavía es virgen. Sin embargo, ante las razones del Ángel,
abrió su corazón a la propuesta divina, facilitando la llegada del Salvador:
“He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra” (Lc 1, 38).
Estas palabras de María nos dan una primera clave de su humanismo:
María se sabe servidora del Señor, no tuvo otra voluntad que la de
obedecer la voluntad de aquel que le hizo la mayor propuesta de amor
que le puede hacer Dios a una persona: ser la Madre de su Hijo… Lejos
de pensar en su propia comodidad o en su conveniencia, María se abre
a una misión superior: colaborar en la obra salvadora de Dios que quiere
salvar a su pueblo, por medio de su Hijo, pero que necesita de esta joven
mujer para llevar a cabo tamaña empresa, por eso dice San Pablo en la
Carta a los Gálatas: “Pero, al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios
a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que se
hallaban bajo la ley, y para que recibiéramos la filiación adoptiva” (Gal 4,
4-5). Nacido de mujer, Jesús salvará a los hombres y a las mujeres, eso no
lo debemos olvidar nunca. Dios necesita del hombre para poder salvarlo y
específicamente necesitó de María para llevar a cabo su plan de salvación,

122
Capítulo V El Humanismo en María, San Pablo, San Francisco y Madre Caridad Brader

y María, al cooperar en ese plan, se ha convertido para todos nosotros en


modelo de creyente y en modelo de ser humano.

El humanismo de María nació, por tanto, de una apertura total a la


voluntad de Dios. Desde esa óptica, María se vio a sí misma como persona
(la esclava del Señor), y vio las relaciones con su esposo, con su Hijo y con
los demás hombres y mujeres, como prolongaciones de esa misión que
ha asumido, la de ser la Madre del Señor. María ve a los demás desde la
óptica del plan salvador de Dios.

1.3 Se levantó María y se fue con prontitud (Lc 1, 39-80)

Apenas pasada la escena de la conversación de María con el Ángel, el


evangelio nos muestra un detalle muy importante del humanismo de
María: el servicio. En efecto, a pesar de su embarazo y de las complicadas
circunstancias en que éste se desarrollará (la incomprensión inicial de su
futuro marido, la posibilidad de un escándalo, los problemas sociales y
políticos, etc.), María no pensó en sí misma y en su propio embarazo, sino
que salió al encuentro de Isabel, su prima que también está embarazada,
con el agravante de que, por su avanzada edad, el embarazo de Isabel es más
riesgoso. Aquí podemos ver un componente fundamental del humanismo
de María: el servicio.

El verdadero encuentro con Dios no aquieta ni aliena, sino que conmueva


las más íntimas fibras del corazón humano y lo hace solidario ante las
necesidades ajenas. María, necesitada de atenciones por su estado, no dudó
en servir a quien ve como más necesitado. No hay verdadero humanismo
sin servicio. El humanismo cristiano no es simple filantropía, no es servir al
otro desde la propia comodidad, es ponerse en el lugar del otro y servirlo
con amor y con entrega total.

Pero el humanismo cristiano, al no ser simple filantropía, se convierte en


anuncio. Por eso Isabel sintió en su corazón la presencia del Salvador,
presente en el vientre de su joven prima: “Bendita tú entre las mujeres
y bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que la madre de mi
Señor venga a mí? Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo,
saltó de gozo el niño en mi seno” (Lc 1, 42-44). El servicio manifiesta la
coherencia entre la fe y la vida, coherencia sin la cual nuestro cristianismo
no tendría sentido.

123
Humanismo Cristiano

El humanismo cristiano es anuncio de los valores más profundos y


legítimos del hombre (la libertad, la justicia, la solidaridad, el amor, el
servicio, etc.), pero también es anuncio de Jesús y de sus valores (la
caridad, la esperanza, la entrega, el sacrifico, la santidad, etc.); pero este
anuncio no es simple teoría, a Jesús se lo anuncia con el servicio y si las
palabras no van unidas al servicio, se vuelven huecas y estériles.

1.4 Su madre conservaba cuidadosamente estas cosas en su


corazón (Lc 2)

María enfrentó las dificultades del nacimiento y el crecimiento de Jesús


con la misma valentía con la que había enfrentado su concepción, aunque
no siempre llegó a comprender lo que estaba pasando. La personalidad
independiente y fuerte de Jesús se manifestó muy pronto en la escena
de la pérdida en el templo y con toda seguridad a lo largo de su proceso
de crecimiento.

María no siempre logró comprender lo que pasaba y guardó un silencio


y una discreción propios de quien sabe que está al servicio de un plan
superior que sobrepasa los límites de la capacidad humana. La frase de
Lucas es muy clara: “Su madre conservaba cuidadosamente todas las cosas
en su corazón” (Lc 2, 51). Efectivamente, María era una persona reflexiva
y discreta que iba absorbiendo poco a poco la personalidad arrolladora
de su Hijo, que se va manifestando como el gran líder y salvador de su
pueblo: “Jesús progresaba en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios
y ante los hombres” (Lc 2, 52).

Estos rasgos nos muestran otra faceta del humanismo de María: la


discreción, el respeto por los procesos de los otros, el saber poner en
contexto los acontecimientos dentro de un proceso mayor.

En este sentido, María es para nosotros modelo y maestra de humanismo:


casi siempre nos cuesta comprender a los otros y fácilmente nos dejamos
llevar por la impaciencia. Saber poner las cosas en su contexto nos libera de
tomar decisiones equivocadas en momentos de apresuramiento.

María nos enseña, también, a comprender a los otros y a no estar esperando


a que se acomoden a nuestro modo de pensar. Hemos de respetar los
procesos ajenos, cada uno tiene derecho a desarrollarse dentro de sus
propias circunstancias y conforme a sus propios criterios. Las grandes
dificultades de nuestra convivencia con los otros provienen de nuestra falta

124
Capítulo V El Humanismo en María, San Pablo, San Francisco y Madre Caridad Brader

de tolerancia ante los procesos ajenos y por la pretensión que tenemos de


querer ser nosotros el centro del mundo y el modelo de los demás.

1.5 “Hagan todo lo que Él les diga” (Jn 2, 5b)

El evangelista Juan nos presenta una escena muy bella y al mismo tiempo,
muy elocuente del talante de María en el episodio de las Bodas de Canaán.
María y Jesús habían sido invitados a una fiesta de bodas y en medio de
la misma, se terminó el vino. María intervino ante Jesús para que hiciera
el milagro y, a pesar de la reticencia del mismo, se terminó “imponiendo”
suavemente la sutileza de la madre a la aspereza del Hijo que ve que lo está
llevando a hacer su primer milagro cuando él mismo no había pensado
hacerlo todavía.

Lo que hemos visto y la palabra de María a los sirvientes (“Hagan lo que


Él les diga” (Jn 2, 5b)), nos revelan aspectos muy importantes del papel
de María en nuestra salvación, que al mismo tiempo nos muestran otras
facetas de su humanismo.

En efecto, María se presenta como una sutil y poderosa intercesora, que


ve las necesidades de los hombres: “no tienen vino” (Jn 2, 3b), y que las
presenta a un Jesús que no se resiste a sus súplicas. Es la madre, ¿cómo
podría el Hijo decirle que no? La intercesión de María no suplanta el papel
salvador del Hijo sino que lo favorece.

No puede haber un humanismo genuinamente cristiano haciendo a un


lado a la Madre de Jesús. Ellos son inseparables y complementarios: ella,
cercana como buena madre, a las realidades de todos nosotros, presenta
nuestras necesidades y Él las puede resolver con su palabra poderosa y con
sus gestos eficaces.

Nosotros, como María, estamos llamados a “ver” las necesidades de


los otros y a “presentárselas” a Jesús. También nosotros podemos ser
intercesores de los demás y los otros pueden ser intercesores ante Dios
por nuestras necesidades.

Un rasgo fundamental del humanismo cristiano es esta solidaridad tan


profunda de sentir como propio el dolor y la necesidad del otro y de
presentárselos al Padre. Y presentar la necesidad, ayudando a resolverla
por medio de la caridad, puede ser igualmente eficiente. En un mundo

125
Humanismo Cristiano

transido por el dolor y por la injusticia, este aspecto podría ser muy
enriquecedor para el humanismo cristiano.

Conclusiones:

• María es para los creyentes modelo de verdadero humanismo.


• El humanismo de María es una prolongación del humanismo
de Jesús.
• El evangelio nos presenta a María fuertemente comprometida con
el proyecto humano de Jesús, del cual es testigo elocuente.
• El humanismo de Jesús y el humanismo de María se comple-
mentan mutuamente.
• El humanismo de María nace de su profunda apertura al plan de
Jesús.
• El humanismo de María se manifiesta en acciones concretas de
servicio a los demás.
• El humanismo cristiano se basa en la tolerancia y el respeto del
otro y de la forma en que cada uno vive sus propios procesos.
• El humanismo cristiano se manifiesta en gestos de solidaridad ante
las necesidades ajenas.

126
Capítulo V El Humanismo en María, San Pablo, San Francisco y Madre Caridad Brader

2. El humanismo cristiano en San Pablo

Alberto Vianey Trujillo R*

Este texto pretende poner de manifiesto la manera de comprender y de


vivir el humanismo cristiano un hombre que vivía convencido de su religión
judía y tras una experiencia profunda del encuentro con Jesús Resucitado,
cambió su manera de ver el mundo y las relaciones con Dios, con los demás
seres humanos y consigo mismo, mediante un proceso de conversión.

2.1 La vida de Pablo

Pablo de Tarso nació en el seno de una familia judía, en Tarso, tal como él
mismo nos cuenta en una de sus cartas (Filp 3, 5-6); estudió en su lugar de
origen y pronto se fue a vivir a Jerusalén, el centro del culto judío, donde se
aferró a las ideas de sus maestros fariseos. Terminó sus estudios de rabino
a los pies de Gamaliel, un doctor muy célebre de su tiempo (Hch 22,3).
Producto de su formación doctrinal, tomó partido contra los cristianos, en
quienes veía una secta hereje peligrosa. Así, por ejemplo, participó de la
ejecución de Esteban, considerado el primer mártir de la iglesia, y luego
viajó a Damasco para seguir en tareas semejantes.

De camino a Damasco tuvo una experiencia de Jesús Resucitado (Hch 9, 1-


30), que lo llevó a una conversión, asumiendo una actitud de seguimiento e
imitación a Cristo, dejando atrás la idea de ser su perseguidor (Hch 26, 9 -18).

* Lic. Teología. Lic. Filosofía. Mag. Filosofía. Docente de la Universidad Mariana.

127
Humanismo Cristiano

Esta experiencia es entendida como el paso de la ceguera a la luz, porque


en adelante toda su vida la consagró a vivenciar y a enseñar que Jesús es
el Hijo de Dios. Evangelizó en Damasco, en Antioquía y luego se dirigió al
mundo griego, hecho que no fue bien visto por los judíos. Fue arrestado
por las autoridades y trasladado a Roma (Hch 27, 16s), permaneciendo
prisionero un tiempo considerable. Murió bajo el suplicio del martirio hacia
el año 66 ó 67.

Pablo no fue sólo un hombre de acción, también fue un teólogo, que bajo
la inspiración divina, dirigió numerosas cartas a las comunidades cristianas
para alentar su fe, hacer algunas correcciones o formarlos en la doctrina.

2.2 Sus enseñanzas

“Con Él (Cristo) hemos sido sepultados por el bautismo para participar en


su muerte, para que como Él resucitó de entre los muertos por la gloria, así
también nosotros vivamos una nueva vida” (Rm 6,4). Según San Pablo, con
el bautismo el creyente entra a una nueva vida en Cristo, dando muerte al
pecado y al hombre viejo, por la gracia de Dios, siendo partícipes de la vida
en Cristo. La ley, el pecado y la muerte, con sus tiranías, han quedado atrás,
porque Jesucristo, con su resurrección los ha vencido para siempre. En Él
ha nacido un nuevo orden: la redención, que hace del creyente una criatura
nueva, llena del Espíritu, presencia del Dios en el ser humano.

San Pablo se refiere al bautismo como un momento especial de liberación,


de quien deja atrás (como él mismo lo hizo) su vieja condición de pecado,
para iniciar una vida nueva desde el querer de Dios; al unirse a Cristo, el
creyente, participa de todo lo que Él ha adquirido para los hombres (2Cor
5,15 s), llamados a construir el verdadero pueblo de Dios (Gal 6,16). Ahora
la existencia humana cobra un nuevo sentido, su regla de vida ya no se
acoge al querer de este mundo, sino a la voluntad de Dios Padre, tal como
lo hizo el Hijo.

Para esbozar este paso tan fundamental de la condición antigua del


hombre viejo a la condición renovada del hombre nuevo, Pablo hace una
comparación entre Adán y Jesucristo (1Cor 15, 22s; Rm 5,12-21). Por un solo
hombre, Adán, toda la humanidad fue condenada al pecado y la muerte;
por un solo hombre, Cristo, todos están destinados a la vida. Adán es la
humanidad entera que ha caído en el pecado, Cristo es el hombre nuevo,
en quien se da el designio de Dios. En Él y por Él los planes de Dios sobre el
hombre y la creación son llevados a la práctica, al cumplimiento perfecto.

128
Capítulo V El Humanismo en María, San Pablo, San Francisco y Madre Caridad Brader

El hombre nuevo en Cristo es el hombre que abre su existencia al actuar


de Dios en su vida, desde la opción de fe.

San Pablo acude a la historia de la salvación para poner de manifiesto la


nueva condición del creyente. Adán es el primer hombre, creado a imagen
y semejanza del Creador y constituido señor de la creación, a pesar de su
condición criatural, tal como lo expresa el salmo 8:

¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él? Les has hecho poco inferior a
Dios; le has coronado de gloria y dignidad; le diste señorío sobre la obra de
tus manos. Todo lo has puesto bajo sus pies.

Pero el hombre rehusó reconocer su sumisión a Dios y trató de ense-


ñorearse, igualarse, e incluso, sobreponerse a Dios; y Dios no le retiró el
favor divino, sino que lo protegió y lo defendió, e hizo un pacto de alianza:
ustedes serán mi pueblo y yo seré vuestro Dios.

2.3 El hombre viejo

“Sabemos que nuestro hombre viejo fue con Él crucificado, para que sea
eliminado el cuerpo del pecado, a fin de que en adelante ya no seamos
esclavos del pecado” (Rm 6, 6-7). El hombre viejo – pecador – ha sido cruci-
ficado y con él ha sido vencido el pecado y la esclavitud que éste impone.
Para hablar de este término (hombre viejo) Pablo muestra dos realidades:
el hombre según la carne y el hombre según el espíritu. Un hombre ar-
rastrado por el pecado y sus tendencias de perversión y perdición, que
corresponde a la figura de Adán, el hombre viejo, y en él representada
toda la humanidad que antecedió a la venida del Hijo. Por eso el autor
sagrado invita a tomar conciencia que esta realidad cercana al pecado ya
ha quedado en el pasado. “Mortifiquen los miembros terrenos: fornicación,
impureza, pasión, concupiscencia y codicia…, en las cuales anduvo el hom-
bre un tiempo. Ahora es el tiempo de deponer todas esas cosas: ira, cólera,
malicia, maledicencia, palabras torpes, lejos de tu boca. No se engañen los
unos a otros, ya que han sido despojados del hombre viejo con todas sus
obras” (Col 3, 5-9).

En el texto de Gálatas, Pablo explicita aún más cómo es el hombre viejo


que vive según las apetencias de la carne, ateniéndose a la enseñanza de
Jesús: “por sus frutos los reconocerán”. “Los frutos de la carne son conocidos:
fornicación, impureza, libertinaje, idolatría, hechicería, odios, discordias,
riñas, celos, rencillas, divisiones, disensiones, envidias, embriagueces, orgías
y cosas semejantes…” (Gal 5, 19-21). La tarea del cristiano, entonces, es ir

129
Humanismo Cristiano

anulando las tiranías de las apetencias de la carne y todas las actividades


del hombre viejo, para irse abriendo espacio a la vida según el espíritu,
mediante una actitud de mortificación.

2.4 Hay que revestirse del hombre nuevo

“Ya has sido despojado del hombre viejo y revestido del hombre nuevo,
que sin cesar se renueva para lograr el perfecto conocimiento, conforme a
la imagen del Creador” (Col 3, 9-10). Sólo en Cristo asistimos a la crucifixión,
muerte y sepultura del hombre viejo y sus apetencias propias del pecado;
ahora, el creyente por medio del bautismo se reviste de una nueva condición,
como hombre nuevo en Cristo, que implica una lucha y una revisión
continuas en la existencia del creyente. El bautizado es como un recién
nacido, que tiene el principio o potencialidad de lo que lo hará más tarde
realmente hombre, como un proceso lento de una laboriosa formación,
de un irse revistiendo de Cristo; lo cual implica una tarea constante para ir
dejando atrás los vestigios del hombre viejo. Los frutos del hombre nuevo
son también conocidos: “amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad,
fidelidad, mansedumbre, dominio de sí” (Gal 5,22-23).

Desde los textos bíblicos de San Pablo se puede precisar cómo se ha dado
muerte al hombre viejo y se ha dado vida al hombre nuevo; el cristiano
pertenece a una nueva raza, la de Cristo el Señor, porque en Él somos,
nos movemos y existimos (Hch 17, 28). Atrás ha quedado el hombre viejo,
caracterizado por ignorar la realidad de Dios, por vivir en la mentira, en
una aparente felicidad. Ser hombre es vivir en el espíritu, realidad que se
entiende como un germen de vida de quien busca que la acción divina lo
transforme continuamente en verdadera imagen de Dios.

Jesucristo es la verdadera imagen de Dios, modelo a seguir de todo


creyente, porque Él es verdadero Dios y verdadero Hombre; esto es
posible sólo viviendo en la fe, la esperanza y el amor, llevando a cabo el
plan diseñado por Dios. La vida del cristiano se define, efectivamente, en
la relación con Dios, establecida por Cristo, mediante el don del Espíritu.
Este don es un tesoro que llevamos en vasos de barro para que se muestre
la fuerza de Dios, antes que la del hombre mismo (2Cor 4,7). El tesoro es la
vida del espíritu, mientras que el vaso de barro es el cuerpo o las apetencias
carnales, siempre débiles, frágiles y quebradizas; pero esto no quiere decir
que esta realidad corpórea carezca de importancia; el cuerpo es valioso
porque es templo sagrado del Espíritu.

130
Capítulo V El Humanismo en María, San Pablo, San Francisco y Madre Caridad Brader

La invitación de San Pablo, desde su propia experiencia de vida, es asumir


una actitud de cambio interior, permitiendo que Dios actúe en la profun-
didad del corazón humano, abriéndose a la gracia; es decir, pasar de la
vida de pecado a la amistad con Dios, mediante un proceso de conversión,
como una posibilidad de vida, de quien se adhiere por la fe a una nueva
realidad, la realidad de Dios. En esta relación del hombre con Dios es como
(el hombre) cobra mayor valor y dignidad. Así lo expresa San León Magno,
en su sermón I de Nativitate “Reconoce, cristiano, tu dignidad, y puesto
que has hecho partícipe de la naturaleza divina, no pienses volver con un
comportamiento indigno a las antiguas vilezas. Piensa de qué cabeza y de
qué cuerpo eres miembro. No olvides que fuiste liberado del poder de las
tinieblas y trasladado a la luz y al reino de Dios”61

2.5 El humanismo cristiano en la práctica

Estas reflexiones nos llevan a formular unos puntos breves que debería-
mos observar todos, para que la sociedad en que nos ha tocado vivir no se
destruya sino que aprenda a construir una pausa de paz y de armonía:

• Amar a nuestros semejantes, palabra dentro de la cual caben los que


trabajan o estudian con nosotros, los vecinos del edificio, del barrio, de
la ciudad y del planeta, los que andan por la calle con su problema a
cuestas, los que nos empujan o nos miran con el ceño fruncido, los que
nos dan la espalda y los que nos ofrecen la mano.

• Respetar a los demás cumpliendo lo que hemos pactado con ellos,


concederles el mismo espacio vital que nosotros ocupamos, no atro-
pellarles sus derechos, no pisotear el surco donde dejan su siembra, no
arrancarles las hojas del cuaderno donde tratan de hacer su tarea de la
mejor manera posible.

• Entender que la paz es una necesidad individual y colectiva, y hacerla


todos los días, construirla con persistencia y con entusiasmo, predicarla
en la casa, en el taller, en la oficina, en las calles y plazas, en los países y
los continentes.

• Darle a cada uno el espacio suficiente para su libertad sin olvidar la


nuestra, y saber que ser libre es la esencia primordial de los seres
humanos, lo que los justifica, lo que los define no sólo dentro de sus
derechos sino también dentro de sus deberes.
61
SAN LEÓN MAGNO, Sermo I de Nativitate Domini, PL 54, 192. Citado en Dignidad de
la persona humana de Luis Francisco Sastoque, ediciones USTA, Bogotá, 2006, p. 210.
210

131
Humanismo Cristiano

• Entender que la igualdad es una constante, que no somos más ni me-


nos que nadie, que ocupamos el mismo espacio y respiramos la misma
cuota de aire, y que por lo tanto tenemos un lugar en la felicidad colec-
tiva y en la esperanza en una era donde el odio sea el gran derrotado.

• Compartir lo que tenemos y aceptar lo que los demás quieran com-


partir con nosotros, y ser generosos y derrotar el egoísmo que nos dis-
minuye y nos limita; y aceptar que sólo tenemos esta casa grande de
la tierra, nuestra madre y nuestro destino, la que nos nutrió para llegar
a lo que somos y la que nos consumirá para que sigan floreciendo las
violetas, volando los trinos y abrazándose los árboles.

• Tener una clara conciencia de la fraternidad, de que somos hermanos


en el sufrimiento y en el placer, en el día y en la noche, en el más acá y en
el más allá, y que la solidaridad nos da mucho más de lo que pensamos
que nos quita, y que la generosidad es hermosa y nos llena de una
alegría sin claudicaciones.

• Aprender que las diferencias entre personas, razas, creencias, son


saludables, porque esa diversidad es la que hace múltiple y eterno el
mundo que nos dieron como lugar para amarnos y entendernos.

• Ser honestos en el sentido de no quitarle nada a nadie, dar lo que al


otro le haga falta, no ser mezquinos y no caer en la tentación de la ava-
ricia para que el mundo sea de todos.

• Andar siempre con la verdad como norte y destino, y ser justos para
no incurrir en un atropello, y tener fe en los demás para que ellos
también la tengan en nosotros, y saber que si entre todos no nos en-
cargamos de salvar el mundo no tendremos perdón ni en esta pausa
breve de la vida ni en nuestro destino en la eternidad62.

El humanismo cristiano no es ajeno a la vida misma del ser humano, pues-


to que desde la novedosa propuesta de Jesús se puede establecer unos
mínimos que posibiliten la convivencia del ser humano con sus semejantes
y la naturaleza, y unos máximos fundamentados en la vivencia del amor
que posibiliten la hermandad, la fraternidad.

62
www.umng.edu.co/docs/revderecho/rev2d2005/Reflex etica. tomado 10 - 09 – 2010.

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Capítulo V El Humanismo en María, San Pablo, San Francisco y Madre Caridad Brader

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

BAGOT, J.P. DUBS, J.CL. Para leer la Biblia. Navarra: Editorial Verbo Divino,
1993.

BULTMANN, R. Teología del Nuevo Testamento. Salamanca: Sígueme, 1991.

RAHNER, Karl. Dignidad y libertad del hombre. Escritos teológicos. Madrid:


Ediciones Cristiandad, 1963.

RUIZ DE LA PEÑA, J. Imagen de Dios. Santander: Ediciones sal terrae, 1985.

SASTOQUE, Luis Francisco. Dignidad de la persona humana. Bogotá: USTA,


2006.

SCHILLEBEECKX, Eduard. Los hombres, relato de Dios. Salamanca: Sígueme,


1994.

133
Humanismo Cristiano

3. Humanismo de San Francisco de Asís

3.1 Francisco de Asís

Francisco Bernardone, hijo de un rico mercader


italiano, nació en 1182. Después de una
juventud alegre y de haber buscado en las armas
un futuro lleno de aventura y de riqueza, lo dejó
todo y se dedicó a vivir el evangelio en medio
de la pobreza y de la sencillez. Sus amigos y
muchos jóvenes y mujeres siguen su estilo de
vida, dando origen a la familia franciscana. Es
proverbial su respeto por la naturaleza y por
todas sus creaturas y su alegría y transparencia.

Como signo de su unión con Cristo, recibió en


su cuerpo los estigmas, las heridas del Señor en su pasión. Después de una
vida plena de amor hacia los demás y de íntima comunión con Dios, murió
en 1226 y fue canonizado al poco tiempo de su muerte. La humanidad en-
tera lo ha reconocido siempre como un modelo de persona y lo ha mirado
siempre con simpatía por ser un legítimo seguidor de Cristo y por su vida,
fiel a las exigencias del evangelio.

3.2 El Humanismo de San Francisco de Asís

No cabe duda que uno de los pocos santos que ha inspirado una profunda
simpatía en toda la humanidad, incluso en aquellos que no pertenecen a
la Iglesia, es San Francisco de Asís. El santo italiano que vivió en la Edad
Media es uno de los iconos de la humanidad, casi un arquetipo de lo que
debería ser una persona: amigo de todos, amable y sencillo, no violento y
respetuoso con el medio ambiente.

San Francisco, en palabras de José Antonio Merino, “supo captar como


pocos las profundas aspiraciones del corazón humano y las inquietudes
insatisfechas del hombre social. También en nuestro mundo actual se
busca un tipo de hombre que sepa captar las aspiraciones e inquietudes
de sus contemporáneos y sea capaz de dar una respuesta a sus exigencias
no tanto en el plano teórico cuanto en el plano existencial”63. Es en este
sentido que San Francisco se presenta como modelo de lo humano y de
MERINO, José Antonio. Humanismo Franciscano. Franciscanismo y
63

mundo actual. Madrid: Cristiandad, 1982, pág. 63

134
Capítulo V El Humanismo en María, San Pablo, San Francisco y Madre Caridad Brader

un verdadero humanismo: sabe captar las aspiraciones de los hombres y


mujeres de su tiempo y de los hombres y mujeres de todos los tiempos.
Una de las personalidades más poderosas de todos los tiempos, el Pobre
de Asís sabe captar la esencia del evangelio, en un tiempo en que eso no
era tan fácil, y se nos presenta como un gigantesco interrogante sobre la
forma en que nosotros estamos viviendo nuestra vida y sobre la forma
en que estamos cifrando nuestra felicidad en cosas pasajeras que no
valen la pena, olvidando que la verdadera felicidad no está en lo material
sino en lo más profundo del ser humano: “¿Cuál es la verdadera alegría?”,
preguntaría el Santo.

El humanismo de San Francisco no es una teoría, ni es el fruto de su acción


como filósofo o como teólogo, o como maestro universitario, no porque
no era nada de eso. San Francisco era un hombre sencillo que, a duras pe-
nas, sabría leer y escribir, pero que tenía una profunda sensibilidad y que
era capaz de hacer extraordinario lo cotidiano, podríamos decir que es el
santo de las cosas sencillas, el que es capaz de ser un héroe para nosotros
sin necesidad de hacer grandes cosas o de escribir grandes obras, es el
santo del gusano que va pasando por el camino, de la piedra que hubiera
podido pisar el Señor, del leproso que va pasando por el camino.

Veamos algunas de las principales líneas maestras del talante humanista


de San Francisco de Asís, valiéndonos de sus propios escritos y de los de
sus contemporáneos.

3.3 La verdadera alegría

Un bello escrito llamado la Verdadera Alegría nos permite conocer la forma


de ser y de actuar del Santo de Asís:

“El mismo fray Leonardo refirió allí mismo que cierto día el bienaventurado
Francisco, en Santa María, llamó a fray León y le dijo: «Hermano León, escri-
be.» El cual respondió: «Heme aquí preparado.» «Escribe –dijo– cuál es la
verdadera alegría. Viene un mensajero y dice que todos los maestros de
París han ingresado en la Orden. Escribe: No es la verdadera alegría. Y que
también, todos los prelados ultramontanos, arzobispos y obispos; y que
también, el rey de Francia y el rey de Inglaterra. Escribe: No es la verdadera
alegría. También, que mis frailes se fueron a los infieles y los convirtieron a
todos a la fe; también, que tengo tanta gracia de Dios que sano a los en-
fermos y hago muchos milagros: Te digo que en todas estas cosas no está

135
Humanismo Cristiano

la verdadera alegría. Pero ¿cuál es la verdadera alegría? Vuelvo de Perusa y


en una noche profunda llegó acá, y es el tiempo de un invierno de lodos
y tan frío, que se forman canelones del agua fría congelada en las extre-
midades de la túnica, y hieren continuamente las piernas, y mana sangre
de tales heridas. Y todo envuelto en lodo y frío y hielo, llego a la puerta, y,
después de haber golpeado y llamado por largo tiempo, viene el hermano
y pregunta: ¿Quién es? Yo respondo: El hermano Francisco. Y él dice: Vete;
no es hora decente de andar de camino; no entrarás. E insistiendo yo de
nuevo, me responde: Vete, tú eres un simple y un ignorante; ya no vienes
con nosotros; nosotros somos tantos y tales, que no te necesitamos. Y yo
de nuevo estoy de pie en la puerta y digo: Por amor de Dios recogedme
esta noche. Y él responde: No lo haré. Vete al lugar de los Crucíferos y
pide allí. Te digo que si hubiere tenido paciencia y no me hubiere alterado,
que en esto está la verdadera alegría y la verdadera virtud y la salvación
del alma”64

A nosotros, pegados del amor propio y apegados a los mimos y al qué


dirán, este texto nos puede parecer chocante, porque estamos convencidos
que la verdadera alegría está en ganar mucho dinero, en aparentar y en
tener muchas cosas materiales. San Francisco nos enseña que lo que
verdaderamente alegra el corazón humano es lo simple y lo sencillo y
que, incluso, cuando se tiene paciencia en medio de las adversidades, se
puede ser feliz.

En un tiempo como el nuestro en el que todos buscamos desaforadamente


la felicidad y en el que morimos sin haberla encontrado, este mensaje de
Francisco debería interpelarnos seriamente. La verdadera alegría está en
nuestro propio corazón, está en el servicio desinteresado a los demás,
está en el otro visto como hermano y está en la naturaleza, hermana
nuestra ella también, como nos lo enseña el Santo.

3.4 Alabanza de las Creaturas

El Papa Juan Pablo II nombró a Francisco de Asís, Patrono de la Ecolo-


gía, reconoce su íntima relación con la naturaleza: “Entre los santos y los
hombres ilustres que han tenido un singular culto por la naturaleza, como
magnífico don hecho por Dios a la humanidad, se incluye justamente a
San Francisco de Asís. Él, en efecto, tuvo en gran aprecio todas las obras
del Creador y, con inspiración casi sobrenatural, compuso aquel bellísimo
“Cántico de las Criaturas”, a través de las cuales, especialmente del hermano
64
San Francisco de Asís. La Verdadera Alegría. Encontrado el 18 de
junio del 2010.

136
Capítulo V El Humanismo en María, San Pablo, San Francisco y Madre Caridad Brader

sol, la hermana luna y las estrellas, rindió al omnipotente y buen Señor la


debida alabanza, gloria, honor y toda bendición”65. El Papa reconocía así el
papel modélico de San Francisco como ecologista. El descubrir en la na-
turaleza la obra de Dios, el gran cuaderno en el que Dios escribe su mayor
poema de amor al hombre y a la mujer, hacen de este santo, modelo e in-
tercesor de todos los que se comprometen con el cuidado de la creación.

Para el cristiano, la ecología no es una afición más o una causa filantropista,


no, para el cristiano el cuidado del medio ambiente es una acción co-
creadora, que lo une a la acción creadora de Dios. El verdadero cristiano,
como San Francisco, descubre en cada detalle de la creación, las huellas
amorosas de Aquel que lo ha hecho todo para disfrute del hombre, como
nos enseña el Génesis. San Francisco descubrió que todo le habla de Dios
y en el Cántico de las Creaturas, que cita Juan Pablo II, nos dejó un hermoso
himno a la creación:

“Loado seas, mi Señor, con todas tus criaturas,


especialmente el señor hermano sol,
el cual es día, y por el cual nos alumbras.

Y él es bello y radiante con gran esplendor,


de ti, Altísimo, lleva significación.

Loado seas, mi Señor, por la hermana luna y las estrellas,


en el cielo las has formado luminosas y preciosas y bellas.

Loado seas, mi Señor, por el hermano viento,


y por el aire y el nublado y el sereno y todo tiempo,
por el cual a tus criaturas das sustento.

Loado seas, mi Señor, por la hermana agua,


la cual es muy útil y humilde y preciosa y casta”66.

El cuidado de la naturaleza no es sólo poesía para el hombre actual, es


una obligación de conciencia y es una imperiosa necesidad si quiere seguir
existiendo como especie. La destrucción del equilibrio natural, la defores-
tación inmisericorde, el despilfarrar de los recursos naturales, la excesiva

65
Juan Pablo II. Bula Inter Sanctos. Encontrado el 18 de junio del 2010,
en:http://www.vatican.va/holy_father/john_paul_ii/letters/1979/
http://www.vatican.va/holy_father/john_paul_ii/letters/1979/
documents/hf_jp-ii_let_19791129_bolla-francesco-ecologia_sp.html
documents/hf_jp-ii_let_19791129_bolla-francesco-ecologia_sp.htm
San Francisco de Asís. Alabanzas de las Criaturas, 3-7. Encontrado el 18
66

de junio del 2010, en: http://www.franciscanos.org/esfa/cant.htm


http://www.franciscanos.org/esfa/cant.html

137
Humanismo Cristiano

dependencia de los combustibles fósiles, todo eso pone en peligro la vida


humana y exige una respuesta urgente de parte de la humanidad para de-
tener una catástrofe que lo puede llevar a la extinción. Pero, por otro lado,
es también un compromiso de lo mejor del hombre, de aquellos valores
que lleva por dentro y que exigen que cuide de la naturaleza por sentido
ético y, también, estético. Un mundo cada vez más bello nos convertirá, in-
defectiblemente, en mejores hombres y en mejores mujeres, seremos más
humanos y más humanistas si somos capaces de cuidar esta “casa común”
que es la creación.

3.5 En el nombre del Señor

En su Primera Carta a los Fieles, San Francisco, nos deja unas frases muy
bellas que nos permiten regresar sobre una característica esencial del
humanismo franciscano: el amor a lo trascendente: “¡Oh cuán glorioso,
santo y grande es tener un Padre en los cielos! ¡Oh cuán santo, consolador,
bello y admirable, tener un tal esposo! ¡Oh cuán santo y cuán amado,
placentero, humilde, pacífico, dulce, amable y sobre todas las cosas
deseable, tener un tal hermano y un tal hijo: Nuestro Señor Jesucristo!,
quien dio la vida por sus ovejas”67.
Efectivamente, una de las características del humanismo franciscano tiene
que ver con valorar la dimensión trascendente del ser humano. No puede
haber humanidad sin relación con lo eterno. Sin trascendencia quedamos
reducidos a una animalidad racional que nos hace un poco superiores a
los animales, pero que no le da sentido a nuestra existencia.

En Dios, en lo trascendente, en la religión, el hombre encuentra la puerta


que lo conduce a la verdadera felicidad. No podemos ser felices yendo del
trabajo a la casa y de la casa al trabajo, no podemos ser felices haciendo
depender nuestra felicidad de otros tan o más necesitados de felicidad que
nosotros. Cuántas veces hemos descubierto, para nuestra desgracia, que
aquellas personas en las que habíamos puesto nuestra confianza y que nos
aseguraban la felicidad, nos decepcionan, nos traicionan y nos engañan.

Y lo peor de todo es que hemos puesto nuestra felicidad en las cosas y las
cosas, como son muertas, no nos hacen felices. Las cosas llenan armarios,
sirven de adorno, llenan nuestros estómagos y nuestras cabezas, pero no
nos hacen felices. “Dónde está la verdadera alegría”, decía San Francisco y la

San Francisco de Asís. Carta a los Fieles I, 11-13. Encontrado el 18


67

de junio del 2010, en: http://www.franciscanos.org/esfa/ctaf1.htm


http://www.franciscanos.org/esfa/ctaf1.html

138
Capítulo V El Humanismo en María, San Pablo, San Francisco y Madre Caridad Brader

respuesta es simple: la felicidad está dentro del corazón de cada uno y está
en el Corazón de Aquel que nos ha amado hasta dar la vida por nosotros.

3.6 El Encuentro con el leproso

Una leyenda escrita por contemporáneos de San Francisco, la Leyenda de


los Tres Compañeros, nos narra un episodio clave en la vida del Santo: el
encuentro con el leproso. Desde tiempos inmemoriales, el leproso ha sido
objeto del rechazo de todos. El evangelio nos muestra cómo era eso, en
tiempos de Jesús; y la Leyenda a la que nos referimos, nos muestra cómo
era la realidad de los leprosos en la Edad Media. Una enfermedad altamente
contagiosa, que deforma terriblemente el aspecto de la persona que la
padece, los olores nauseabundos que emite e, incluso, la equivocada creencia
de que el que padecía la enfermedad había sido objeto de una maldición
divina, todo eso hacía del leproso objeto del desprecio. El leproso era un
no-hombre, al que había que eludir y que tenía que llevar una campana
para anunciar a los otros hombres que se acercaba un leproso, al que había
que evitar…

San Francisco tenía un escrúpulo muy grande hacia los leprosos y los
evitaba cuánto podía, pero un día, en medio de su proceso de conversión se
encontró con un leproso en el camino…

“Alegre y confortado con estas palabras del Señor, yendo un día a caballo
por las afueras de Asís, se cruzó en el camino con un leproso. Como el pro-
fundo horror por los leprosos era habitual en él, haciéndose una gran vio-
lencia, bajó del caballo, le dio una moneda y le besó la mano. Y, habiendo
recibido del leproso el ósculo de paz, montó de nuevo a caballo y prosiguió
su camino. Desde entonces empezó a despreciarse más y más, hasta conse-
guir, con la gracia de Dios, la victoria total sobre sí mismo68.

El encuentro con el leproso es un acontecimiento crucial en la vida del


Santo. Supone el rompimiento existencial con todo lo que ha sido la vida
para él hasta ese momento y el inicio de una vida nueva. Es el vencimiento
del amor propio, del orgullo, de la vanidad y el descubrimiento de una vida
nueva, del encuentro con el otro, especialmente del encuentro con el otro
que sufre, del que ha sido excluido por la sociedad y que ahora se convierte
en hermano, al que se besa, al que se ama…
68
ANÓNIMO MEDIEVAL. Leyenda de los Tres Compañeros, IV, 11.
Encontrado el 18 de junio del 2010, en: http://www.franciscanos.
org/fuentes/leyendatrescom01.html.
org/fuentes/leyendatrescom01.htm

139
Humanismo Cristiano

Nuestra sociedad que pasa por ser tan humanista, es muy hipócrita en
este sentido. Lepra casi no hay y si se manifiesta es controlada por el
médico, y los leprosos son especies muy raras. Pero cuántos leprosos hay
en nuestra sociedad, cuántos excluidos… El enfermo de SIDA, el que es
diferente a los demás, el pobre, la mujer violentada, el niño abusado, el
campesino abandonado, el indígena desposeído, la prostituta, el alcohólico,
el drogadicto, en fin todo el que es excluido por una o por otra razón.

El humanismo cristiano y, específicamente el humanismo franciscano, se


nos presentan como humanismos incluyentes. Lo menos humanista que
uno pueda imaginarse es la exclusión. No puede ser humanista, ni menos
franciscano o cristiano, el que discrimina, el que ve al otro como inferior, el
que mira por encima del hombro a aquellos que no son como él o que no
son de su misma clase social.

El encuentro con el otro como legítimo otro se produce cuando el joven


Francisco se planta ante el leproso, no simplemente para estar frente a él,
sino para acogerlo como hermano, para abrazarlo y para besarlo, para mos-
trarle cómo la lepra no es la que lleva el enfermo sino la que lleva el sano
que discrimina, que superadas las apariencias, por doloroso y duro que eso
sea, en el fondo todos somos hermanos, hijos del mismo Dios.

Quien quiera ser humanista al estilo de Jesús de Nazaret o de Francisco de


Asís, debería tener este detalle de la vida del Santo muy claro. Si no lo tiene
claro, lo franciscano no pasará de ser algo cosmético que no compromete
la esencia de la vida. Ser franciscano supone ir al encuentro del otro para
ver en el otro la imagen del Otro, de Aquel que solo se deja ver en el rostro
de los que sufren.

140
Capítulo V El Humanismo en María, San Pablo, San Francisco y Madre Caridad Brader

4. El ser humano en el pensamiento de la Beata Caridad Brader

4.1 Carolina Brader Zahner

Nació en kaltbrunn, Suiza, el 14 de agosto de


1860. Recibió una educación muy esmerada
y obtuvo el título de Maestra. A pesar de ser
hija única y de haber muerto temprana-
mente su padre, Carolina dejó una vida
prometedora tanto en lo profesional como
en lo familiar, e ingresó a un convento de
clausura, en el cual ejerció el magisterio con
mucho provecho para todos, especialmente
para sus alumnas. Al hacer su consagración
religiosa, recibió el nombre de Caridad, el cual
llevara hasta su muerte.

A fines del siglo XIX se autorizó a las religiosas que así lo quisieran, a dejar
los monasterios para dedicarse a las misiones. Monseñor Pedro Schumacher,
un obispo alemán que trabajaba en una región muy pobre del Ecuador,
invitó a la hermana Caridad y a sus compañeras a irse con él, a trabajar con
los indios de su Diócesis.

La hermana Caridad y algunas de sus compañeras dejaron la vida tranqui-


la de su convento y de su hermosa Suiza y, después de atravesar el mar
Atlántico con todos sus peligros, llegó al Ecuador, país en el que ejerciera
su acción misionera hasta que en 1893 fue destinada a Túquerres (Nariño),
a fundar una casa de su nueva comunidad religiosa.

En 1894 fundó la Congregación de Franciscanas de María Inmaculada para


que se dedicaran a la educación y a la evangelización. La Congregación
creció rápidamente y fue extendiendo sus servicios en Pasto y en otros
lugares de Nariño, del Cauca, del Putumayo y del Ecuador. Con el tiempo,
religiosas franciscanas extenderían los ideales de la Madre Caridad por
muchos lugares del mundo.

La vida de la Madre Caridad giraba en torno a su devoción a la Eucaristía, la


educación, la veneración por los sacerdotes y el cuidado de los pobres.

141
Humanismo Cristiano

A los 82 años y después de una vida dedicada al servicio de los demás,


murió la Madre Caridad en Pasto, el 27 de febrero de 1943. Fue beatificada
por el Papa Juan Pablo II el 23 de marzo del 2003.

4.2 Un humanismo que vive en el cielo

La vida cristiana y, especialmente, la vocación religiosa, hacen que el


humanismo de la Madre Caridad no nazca ni se alimente con argumentos
filantrópicos o racionales. La Madre Caridad se entiende a sí misma y
entiende a los demás desde el horizonte del evangelio, ella ve al hombre
y a la mujer con los ojos del Jesús del evangelio y solo desde esa óptica se
pueden entender sus ideas y, sobre todo, sus actitudes hacia las personas.

Cuando la Madre Caridad se trazó su programa de vida, lo hizo bajo un lema


propio: “Todo por amor a Dios y como él lo quiere”. El humanismo de la
Madre Caridad vive en el cielo. Cuando ve al niño que necesita educación y
cuidado, o al pobre que necesita cariño y alimento, o al indígena que busca
a Dios en medio de su propia forma de ser, la Madre Caridad los ve como
los ve Dios: como a hijos pero también como hermanos y al servirlos a ellos
sabe que está sirviendo a Dios. “Como él lo quiere…” significa que la acción
evangelizadora y el servicio social no se hacen sobre cálculos humanos, sino
que se apoyan en la voluntad y en la providencia de Dios.

El humanismo cristiano, el humanismo de la Virgen María, el humanismo


franciscano y el humanismo de la Madre Caridad nacen de la misma fuente
y tienden al mismo fin: llevar el hombre a Dios y acercar a Dios a los hom-
bres. Esta dimensión trascendente y amorosa está a la base de la idea que
tiene la Madre Caridad sobre el ser humano y sobre su destino.

4.3. El ser humano integral

Luís José González Álvarez en su obra “Ética Latinoamericana”69, nos pre-


senta unas dimensiones de la persona, las cuales son: corporeidad, inte-
rioridad, comunicación, afrontamiento, libertad, trascendencia y compro-
miso. Decimos que son dimensiones de la persona porque sin ellas, se
deja de ser persona humana. Podríamos decir que son elementos cons-
titutivos de lo humano, esas dimensiones nos hacen personas. Cuando
la Madre Caridad se acerca a las personas, entiende que el ser humano

GONZÁLEZ ÁLVAREZ, Luís José. Ética Latinoamericana. Bogotá:


69

USTA, 1997.

142
Capítulo V El Humanismo en María, San Pablo, San Francisco y Madre Caridad Brader

no es solo religión. Sí, es religión, pero también es inteligencia, cuerpo,


sentimientos, necesidades…

Al fundar sus escuelas, al establecer la “Sopa de los Pobres” que daría


alimento y esperanza a los más necesitados, al anunciar el evangelio a los
indígenas, al establecer la adoración al Santísimo, lo que estaba haciendo es
atender a las distintas dimensiones de la persona humana porque entendía
al hombre como un ser integral, al que debía servir desde Dios pero sin
olvidar las otras necesidades que todos tenemos.

Cuando hacemos sesgos en la forma de ver al ser humano, fácilmente cae-


mos en exageraciones, algunas de ellas muy peligrosas. Cuando ponemos
la religión por encima de todo y nos cerramos a las otras realidades, nos
volvemos fundamentalistas; cuando ponemos el corazón en una ideología,
nos volvemos intransigentes e intolerantes; cuando olvidamos a Dios, nos
volvemos irracionales. El hombre es un ser muy complejo, probablemente
el ser más complejo de la creación y multidimensional.

Nosotros, desde lo propio de nuestras profesiones y oficios, hemos de ser-


vir al hombre en toda su complejidad pero con la sencillez del evangelio,
como lo hizo la Madre Caridad.

4.4 La pedagogía del amor

No sólo como maestra, sino también como misionera y como superiora


de su congregación, la Madre Caridad supo poner en práctica lo que se ha
venido en llamar la “pedagogía del amor”, enseñar al otro no por la fuerza,
como era costumbre en su tiempo, ni imponiéndose por la autoridad del
cargo o de la dignidad, sino por el ejemplo y, sobre todo, por el amor.

La pedagogía del amor puede que no sea una pedagogía en sentido estric-
to, pero no importa, lo que importa es que sea una actitud. San Pablo nos
define el amor con palabras traídas del cielo: “Tener amor es saber sopor-
tar; es ser bondadoso; es no tener envidia, ni ser presumido, ni orgulloso,
ni grosero, ni egoísta; es no enojarse ni guardar rencor; es no alegrarse de
las injusticias, sino de la verdad. Tener amor es sufrirlo todo, creerlo todo,
esperarlo todo, soportarlo todo (1Cor 13, 4-7). Y como actitud, la Madre
Caridad, como lo indica su nombre que en latín es sinónimo de amor, supo
desplegar el amor hacia sus religiosas, cuyas necesidades atendía con so-
licitud; hacia los indígenas y hacia los pobres, necesitados de tantas cosas,
pero sobre todo necesitados de amor; hacia los niños y niñas, a quienes

143
Humanismo Cristiano

trataba de educar con disciplina pero también con afecto; hacia los sacer-
dotes, a quienes tenía particular devoción, y hacia todas las personas con
las que trataba.

La Madre Teresa de Calcuta nos ha enseñado que el hombre y la mujer de


nuestro tiempo tienen muchas necesidades pero que la mayor necesidad
del hombre de hoy es la necesidad de afecto. El hombre de hoy se siente
solo y busca con desesperación y, a veces, con desesperanza, un poco de
amor, aunque tenga que pagarlo, para no sentirse tan solo.

La pedagogía del amor de la Madre Caridad nos puede ayudar a entender


que solo cuando nos sintamos hermanos y cuando aprendamos a servirnos
mutuamente con un amor sincero, podremos construir la “Civilización
del Amor” de la que hablaba el Papa Juan Pablo II y podremos erradicar
esta “cultura” de la indiferencia, del odio y de la muerte, que llenan de
desesperanza al hombre y al mundo de hoy.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

GONZÁLEZ ÁLVAREZ, Luís José. Ética Latinoamericana. Bogotá: USTA, 1997,


págs. 67

MERINO, José Antonio. Humanismo Franciscano. Franciscanismo y mundo


actual. Madrid: Cristiandad, 1982, págs. 115-120

URIBE, Fernando. El proceso vocacional de San Francisco de Asís. Bogotá:


Verdad y Vida, 59. Págs. 75-100

VILLEGAS VELASQUEZ, Mariela. CARIDAD ES SU NOMBRE. Pasto: diseñarte,


2003, págs. 35-58

CIBERGRAFÍA

Anónimo medieval. Leyenda de los Tres Compañeros, IV, 11. Encontrado


el 18 de junio del 2010, en: http://www.franciscanos.org/fuentes/
leyendatrescom01.html

Beata María Caridad Brader, página web de la Universidad


Mariana. Encontrado el 18 de junio del 2010, en: http://www.umariana.edu.
co/madrecaridad.htm

144
Capítulo V El Humanismo en María, San Pablo, San Francisco y Madre Caridad Brader

Conferencia Episcopal Latinoamericana. Documento de Puebla. Encontrado


el 18 de junio del 2010, en: http://multimedios.org/docs/d000363/p000007.
htm#6-p0.1.1

Juan Pablo II. Bula Inter Sanctos. Encontrado el 18 de junio del 2010, en:
http://www.vatican.va/holy_father/john_paul_ii/letters/1979/documents/
hf_jp-ii_let_19791129_bolla-francesco-ecologia_sp.html

Pablo VI. Evangelii Nuntiandi. Sitio Oficial de la Santa Sede. Consultado el


18 de junio del 2010, en: http://www.vatican.va/holy_father/paul_vi/apost_
exhortations/documents/hf_p-vi_exh_19751208_evangelii-nuntiandi_
sp.htm

San Francisco de Asís. Alabanzas de las Criaturas, 3-7. Encontrado el 18 de


junio del 2010, en: http://www.franciscanos.org/esfa/escritossf.html

San Francisco de Asís. Carta a los Fieles I, 1113. Encontrado el 18 de junio


del 2010, en: http://www.franciscanos.org/esfa/escritossf.html

San Francisco de Asís. La Verdadera Alegría. Encontrado el 18 de junio del


2010, en: http://www.franciscanos.org/esfa/veral.html

The Guardian, 2001-10-11 “Has the world changed?“ The Guardian.


Encontrado el 18 de junio del 2010, en:

ttp://www.guardian.co.uk/world/2001/oct/11/afghanistan.terrorism2.

145
Capítulo VI
Desafíos act�ales al
Humanismo Cristiano

Cesar Oswaldo Ibarra*

S i damos por sentado que hay un humanismo cristiano, tendremos


que reconocer que actualmente, en una situación tan compleja como
la que vive la humanidad, a ese humanismo se le plantean desafíos cru-
ciales. En últimas, ¿qué dice el humanismo cristiano al hombre de hoy,
sumergido en problemas tan álgidos que ha perdido el sentido mismo
de su existencia?

El humanismo cristiano piensa al hombre no solo desde la racionalidad


sino también desde la trascendencia. En ese sentido, podemos decir que
la visión cristiana del hombre es una visión integral, por cuando agrega a
dimensión trascendente las otras dimensiones que cualquier otra clase de
humanismo le reconoce (la corporalidad, la sociabilidad, la comunicación,
etc.). Podríamos decir que el humanismo cristiano mira al hombre en su to-
talidad, no solo desde el punto de vista religioso y, en contraste, los desafíos
que se plantean al cristianismo vienen de varias orillas y plantean pregun-
tas que no se pueden eludir.
* Magíster en Educación. Docente de la Universidad Mariana.

147
Capítulo VI Desafios actuales al Humanismo Cristiano

1. Coherencia y testimonio

En la Evangelii Nuntiandi, el Papa Pablo VI afirmaba: “Tácitamente o a grandes


gritos, pero siempre con fuerza, se nos pregunta: ¿Creéis verdaderamente
en lo que anunciáis? ¿Vivís lo que creéis? ¿Predicáis verdaderamente lo que
vivís? Hoy más que nunca el testimonio de vida se ha convertido en una
condición esencial con vistas a una eficacia real de la predicación. Sin andar
con rodeos, podemos decir que en cierta medida nos hacemos responsables
del Evangelio que proclamamos” (E.N. 76)70. Hay una profunda y estrecha
relación entre coherencia y testimonio. Nada hay que deteste más el
hombre de hoy, especialmente el joven, que la incoherencia, la brecha, a
veces el abismo, que se da entre lo que se dice y lo que se hace.

El mundo de hoy le pide a los cristianos que sean testigos coherentes: “Vivís
lo que creéis”, dice el Papa. Allí está el dilema para el cristianismo de hoy y,
por lo mismo, para el humanismo cristiano: la coherencia y el testimonio.

Los cristianos no pueden ser testigos de sí mismos, son testigos de Aquel


en el que han creído: tienen que mostrar al Jesús del evangelio en todo
lo que dicen y, especialmente, en todo lo que hacen. El mundo de hoy no
aceptará un humanismo que se diga cristiano si ese adjetivo no se hace
evidente en las actitudes, en los gestos y en las palabras. La posibilidad
de existencia de un legítimo humanismo cristiano pasa por este sendero
ineludible de la coherencia.

Es preciso volver a las raíces del cristianismo, aquellas que se entroncan


en lo más profundo del evangelio y que llaman a una vida sencilla y
transparente, para que los demás descubran lo que les queremos decir no
70
Pablo VI. Evangelii Nuntiandi. Sitio Oficial de la Santa Sede.
Consultado el 18 de junio del 2010, en: http://www.vatican.va/
holy_father/paul_vi/apost_exhortations/documents/hf_p-vi_exh_
19751208_evangelii-nuntiandi_sp.html
19751208_evangelii-nuntiandi_sp.htm

149
Humanismo Cristiano

por la fuerza de nuestras palabras sino por la evidencia de nuestras obras.


El gran desafío a los cristianos de hoy es de hacer creíbles los valores del
Reino a unos hombres y mujeres fríos y distantes que, muchas veces, miran
con desconfianza a una Iglesia que no parece ser testigo de aquellas cosas
de las que habla.

2. Derechos Humanos

El mundo actual, a pesar de sus innegables progresos, vive una serie de lacras
que empañan el desarrollo tecnológico y cultural que ha alcanzado en el úl-
timo siglo, el cual no tiene comparación con el progreso que había hecho
en los casi veinte siglos anteriores. Y esas lacras tienen nombres propios y se
traducen en rostros concretos, como decía el Documento de Puebla:

“rostros de niños, golpeados por la pobreza desde antes de nacer, por


obstaculizar sus posibilidades de realizarse a causa de deficiencias mentales
y corporales irreparables; los niños vagos y muchas veces explotados de
nuestras ciudades, fruto de la pobreza y desorganización moral familiar;
rostros de jóvenes, desorientados por no encontrar su lugar en la sociedad;
frustrados, sobre todo en zonas rurales y urbanas marginales, por falta de
oportunidades de capacitación y ocupación; rostros de indígenas y con
frecuencia de afroamericanos, que, viviendo marginados y en situaciones
inhumanas, pueden ser considerados los más pobres entre los pobres;
rostros de campesinos, que como grupo social viven relegados en casi todo
nuestro continente, a veces, privados de tierra, en situación de dependencia
interna y externa, sometidos a sistemas de comercialización que los explotan;
rostros de obreros frecuentemente mal retribuidos y con dificultades
para organizarse y defender sus derechos; rostros de subempleados y
desempleados, despedidos por las duras exigencias de crisis económicas y
muchas veces de modelos de desarrollo que someten a los trabajadores y a
sus familias a fríos cálculos económicos; rostros de marginados y hacinados
urbanos, con el doble impacto de la carencia de bienes materiales, frente a
la ostentación de la riqueza de otros sectores sociales; rostros de ancianos,
cada día más numerosos, frecuentemente marginados de la sociedad del
progreso que prescinde de las personas que no producen (Puebla 32-38)71.

Cuando hablamos de derechos humanos no lo hacemos desde un punto


de vista filosófico o cultural, la violación de los derechos humanos asume
gestos concretos en los rostros de los que sufren.
Conferencia Episcopal Latinoamericana. Documento de Puebla. Encontrado el 18
71

de junio del 2010, en: http://multimedios.org/docs/d000363


http://multimedios.org/docs/d000363/

150
Capítulo VI Desafios actuales al Humanismo Cristiano

El humanismo cristiano tiene que hablar claro a un mundo tremendamente


injusto, que guarda silencio ante las dolorosas injusticias que sufren millo-
nes de hombres y de mujeres, a causa de la codicia de unos pocos que se
apropian de lo que es de todos. Así como la injusticia tiene rostros propios,
también tiene responsables con rostros bien definidos y es urgente que
desde el humanismo cristiano se llame a la conversión a los unos y se den
respuestas concretas de caridad y de misericordia a los otros, no en térmi-
nos de filantropía sino en términos de justicia.

El anuncio del evangelio no es aséptico; se dirige a hombres y mujeres


concretos y tiene que iluminar situaciones concretas de injusticia y de do-
lor. El humanismo cristiano tiene que asumir como suya la causa de los
derechos humanos pero no de una manera sesgada, que es como casi to-
dos los tratan, sino de una manera clara, comprometida e integral. Algunos
defienden a las ballenas o a las focas que son asesinadas inmisericorde-
mente y sin necesidad pero guardan silencio ante el aborto y la eutanasia,
como si la vida del feto o del viejo fuera menos importante que la vida de
algunos animales.

El compromiso con la vida es el compromiso que debe asumir un huma-


nismo que se diga cristiano. Vida que comienza con la concepción y que
termina con la muerte natural y que nadie ni nada pueden cortar porque
la vida es un valor en sí mismo que no admite interpretaciones ni disculpas
que justifiquen la muerte ni del niño, ni del viejo, ni del débil, ni del enfer-
mo, sino cuando el ciclo vital ha terminado por sí mismo. Sin embargo, un
compromiso por la vida por sí solo no basta: es necesario que haya, también,
un compromiso con una vida digna y eso pasa por el respeto a los derechos
humanos. Es preciso, pues, que el humanismo cristiano tenga bien clara su
visión de lo que es el hombre y de lo que son sus derechos.

3. Democracia

Se ha dicho y con razón que a pesar de sus defectos la democracia es la


única forma de gobierno que responde a los intereses del hombre de hoy;
sin embargo, la democracia hoy tiene muchos enemigos, desde los que, su-
tilmente, la van manipulando hasta los que descaradamente la han despo-
jado de sus atributos hasta llevar a sus pueblos a dictaduras que se creían
superadas hacía tiempo.

La defensa de la democracia no puede ser meramente retórica, tiene que


ser un compromiso concreto que debe traducirse en procesos de formación
y de concientización a las comunidades y a las personas para que asuman

151
Humanismo Cristiano

sus compromisos ciudadanos con integridad y con mucha responsabilidad.


Pero, también, se trata de crear espacios de participación y de decisión den-
tro de la misma Iglesia y en las comunidades para que las personas apren-
dan a ser demócratas en la práctica.

La democracia no es solamente una forma de gobierno, también tiene


que ser una forma de vida, porque la democracia se tiene que vivir y en-
señar desde el hogar, en la escuela, en el trabajo y en la vida política. Ser
demócrata fuera y no serlo dentro es favor muy flaco a la democracia. El
humanismo cristiano tiene que formar para la democracia en la vivencia
de la democracia.

4. Medio ambiente
Cuando se hablaba del fin del mundo, se pensaba en los cuatro jinetes
del Apocalipsis o en una catástrofe nuclear, pero hoy tenemos que cons-
tatar con dureza que el fin del mundo se puede producir por la debacle
climática y por el desequilibrio del medio ambiente. El mismo hombre
produce su fin en la misma medida en que no cuida a la naturaleza como
a su madre nutricia.

La destrucción del medio ambiente señala el fin del hombre y de la histo-


ria y ante esa cruda realidad los cristianos no pueden quedarse callados.
San Pablo dice en la Carta a los Romanos: “la creación entera gime hasta
el presente y sufre dolores de parto” (8, 22), pero no lo hace como él se lo
imaginaba, como un tránsito del cosmos a su plenificación sino que lo está
haciendo hacia su destrucción.

La naturaleza, vista como la obra de un Dios generoso y omnipotente, su-


pone un valor agregado que el ecologista o el medioambientalista no co-
noce. Por eso mismo se esperaría de los cristianos una actitud tanto o más
comprometida que la que tienen algunos que, sin referirse a sus creencias,
luchan por mantener un medio ambiente sano.

Si bien los cristianos tienen que ver el fin de este mundo y la venida del
próximo con esperanza, no es menos cierto que la destrucción del mundo
por nuestra propia mano, sería un pecado total que, seguramente, pone
en peligro la salvación de todos, conforme a aquel principio de que nos
salvamos o nos condenamos no individualmente sino en comunidad. Es un
poco complicado hablar de humanismo y de humanismo cristiano sino hay
un mundo en el que podamos ser humanos.

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Capítulo VI Desafios actuales al Humanismo Cristiano

5. Fanatismo religioso y terrorismo

Junto al terrorismo y a veces sirviéndole de pretexto, el fenómeno del fa-


natismo religioso es una de las realidades más dolorosas de la humanidad.
Uno pudiera pensar que esos fanatismos se quedaron en la Edad Media o en
las guerras religiosas del renacimiento, pero no, hoy en día, en pleno siglo
XXI subsiste como una de las peores lacras de la humanidad un fanatismo
nacido en la cuna en la que debería nacer la tolerancia y el respeto por la
diferencia: en la religión.

Visiones ideologizadas de la religión, que, en últimas, manipulan los senti-


mientos religiosos de las personas y de los pueblos, conducen a la huma-
nidad a un sentimiento permanente de zozobra y de inquietud. La terrible
experiencia del atentado a las torres gemelas el 11 de septiembre del 2001,
le mostró a la humanidad la dimensión del problema y la forma en que
podía atacar no solo en los desiertos del Medio Oriente o del África sino,
también, en el corazón mismo del capitalismo, en lo que algunos llaman “la
capital del mundo”, en el mismo centro de Nueva York.

Un científico escéptico en materias religiosas como Richard Dawkins


nos muestra la dimensión exacta del problema y de cómo el atentado,
aparentemente inspirado en ideologías religiosas, cambió la historia del
mundo: “Muchos de nosotros veíamos a la religión como una tontería
inofensiva. Puede que las creencias carezcan de toda evidencia pero,
pensábamos, si la gente necesitaba un consuelo en el que apoyarse,
¿dónde está el daño? El 11 de septiembre lo cambió todo. La fe revelada
no es una tontería inofensiva, puede ser una tontería letalmente peligrosa.
Peligrosa porque le da a la gente una confianza firme en su propia rectitud.
Peligrosa porque les da el falso coraje de matarse a sí mismos, lo que
automáticamente elimina las barreras normales para matar a otros. Peligrosa
porque les inculca enemistad a otras personas etiquetadas únicamente por
una diferencia en tradiciones heredadas. Y peligrosa porque todos hemos
adquirido un extraño respeto que protege con exclusividad a la religión de
la crítica normal. ¡Dejemos ya de ser tan condenadamente respetuosos! 72

Efectivamente, la religión manipulada puede ser muy peligrosa y el daño


que puede hacer es muy grande. El humanismo cristiano, por ser humano
y por ser cristiano, por ser racional y por fundamentarse en los criterios
de la fe, debe dar una respuesta coherente ante este fenómeno y debe

72
The Guardian, 2001-10-11

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Humanismo Cristiano

plantear formas de vivir lo religioso sin caer en fundamentalismos ni en


integrismos que, como se ha visto, pueden ser tan peligrosos.

En conclusión, podría decirse que el mundo de hoy plantea serios inte-


rrogantes al humanismo cristiano, algunos sobre la misma integridad del
mensaje religioso y otros sobre asuntos que inquietan profundamente al
hombre de hoy y que esperan de los cristianos posiciones muy claras
y comprometidas.

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Capítulo VI Desafios actuales al Humanismo Cristiano

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

GONZÁLEZ ÁLVAREZ, Luís José. Ética Latinoamericana. Bogotá: USTA, 1997,


págs. 67

MERINO, José Antonio. Humanismo Franciscano. Franciscanismo y mundo


actual. Madrid: Cristiandad, 1982, págs. 115-120

URIBE, Fernando. El proceso vocacional de San Francisco de Asís. Bogotá:


Verdad y Vida, 59. Págs. 75-100

VILLEGAS VELASQUEZ, Mariela. CARIDAD ES SU NOMBRE. Pasto: diseñarte,


2003, págs. 35-58.

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Humanismo Cristiano

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