A través de los años, los seres humanos, de manera inevitable perecemos; unos antes y otros
después, pero todos, en algún momento de nuestra existencia terrenal, debemos cerrar el ciclo
que comprende la vida. De esta manera, aquellas acciones que realicemos durante la misma,
forman la influencia que inevitablemente marcamos y que a veces, en casos muy especiales,
nos trasciende y logra perdurar por muchos siglos, más allá de nosotros.
De Caravaggio, dicen algunos críticos como Baglione, Bellori o Mancini, se sabe que
las primeras producciones conocidas son aquellas donde se ven representadas flores y frutas,
las cuales, se comenta, fueron realizadas en el taller de Giusseppe d´Ardino, donde el artista
se desenvolvió en sus primeros años. Se sabe también que el pintor mantuvo una estrecha
relación con el cardenal del Monte quien lo acogió en su casa. Fue gracias a este último que
Michelangelo Merisi, obtiene sus primeros trabajos como decorador de capillas, tarea por la
cual es ampliamente conocido y reconocido. Pintó para el cardenal un gran número de
cuadros durante el periodo que comprende los años 1595 y 1600 entre los cuales se encuentra
la obra que este trabajo pretende analizar.
El Narciso, como menciona Catherine Puglisi (1998), es una obra que se considera,
data de 1597 y al parecer fue encargo del mismo cardenal como regalo para un amigo de su
infancia perteneciente a la familia Giordano di Pesaro (p. 52). Un cuadro realizado con olio
sobre lienzo, tiene un tamaño de 113 cm x 95 cm que forma parte de la colección que se
encuentra en la Galería Nacional de Arte Antiguo de Roma.
Si bien la vida de Caravaggio continúa hasta 1610, donde su producción no cesa,
nosotros nos detendremos en este punto. Los acontecimientos ocurridos después de 1600 son
todavía menos relevantes que los ya mencionados para el estudio que se pretende en este
trabajo analítico de la obra pictórica del artista italiano del siglo XVI perteneciente a la
corriente barroca de su país.
De esta manera, dejamos de lado el recorrido biográfico del pintor para dar paso al
análisis iconográfico de la pintura. Sin embargo para entrar en materia, es necesario retomar
la idea de iconografía que el historiador de arte, Erwin Panofsky (1972), plantea en su obra:
“Iconografía es la rama de la Historia del Arte que se ocupa del contenido temático o
significado de las obras de arte, en cuanto algo distinto de su forma” (p. 13), debido a esto el
autor separa una definición de contenido temático o significado, paralela a un concepto de
forma. El primero dividido en dos partes: significado factico, que comprende aquello que es
“aprehendido sencillamente al identificar ciertas formas visibles con cierto objetos
conocidos” (p. 13), esto último está estrechamente ligado a las experiencias prácticas que el
espectador tiene y que le permiten identificar ciertas acciones y acontecimientos.
La parte dos que comprende la primera definición que Panofsky propone deriva de la
primera, puesto que, con relación a los objetos y las acciones que el espectador percibe, es
posible que se genere en él una reacción. Esta primera interpretación de matices psicológicos
con los que se cubren los objetos, conforman el significado expresivo y necesitan de un cierto
nivel de sensibilidad para ser captados. Ambos conceptos forman parte del grupo de
significados primarios o naturales, un primer nivel de análisis que se considera más bien
como pre-iconográfico.
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Al conjunto de características que componen este primer nivel científico del arte que el
historiador alemán propone, se le conoce como los motivos artísticos, y es el que comprende
la “Historia del estilo (percatación acerca de qué manera, bajo diferentes condiciones
históricas, objetos o acciones han sido expresadas por formas)” (Panofsky, 1972, p. 25),
sucintamente, nos referimos al estilo del artista, el cual se ve influenciado por las tendencias
de su tiempo, y Caravaggio no es la excepción.
Debemos tomar en
cuenta la falta de fondo,
sustituido por en negro total;
el modelo prototípico de la
época, un sujeto caucásico
de rasgos delicados,
femeninos; la luz proyectada
en los hombros, brazos,
cuello y rodilla del mismo;
el reflejo en lo que parece
ser agua en la parte inferior
del cuadro; la perfecta
simetría y proporción entre
la parte superior y la inferior
de la pintura; el arco que, en
conjunto con el reflejo,
forman un circulo;
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la vestimenta muy propia de la época y las diferencias que hay entre ambos rostros
que se perciben en la obra.
El relato narra la historia de un joven muy famoso en las ciudades aonias, quien era
hijo de la ninfa Lírope y se caracterizaba por su extrema belleza. Narciso, rechazaba a todo
hombre y mujer que lo pretendiese y tenía fama de déspota al hacerlo. Su madre, preocupada
por él, consulta el oráculo que le informa que su hijo solamente vivirá largos años si nunca
llega conocerse. Sin embargo la suerte no está de su lado, puesto que la ninfa Eco, sierva de
Zeus, lo ve y se enamora de al instante. Baja a la tierra a declararle su amor, pero tenía una
dificultad. Puesto que su tarea era entretener a Hera mientras Zeus hacía de las suyas, la
diosa, al percatarse de esto, la hechiza para que sólo pueda pronunciar la última palabra que
escuche. A pesar de esto, la ninfa se acerca a Narciso en el bosque con la esperanza de ser
correspondida pero el joven la rechaza igual que a todos los demás. Destrozada, se va a llorar
a una cueva donde Nemesis, la diosa de la venganza la escucha y atiende sus peticiones,
haciendo que Narciso vea su hermoso reflejo en un lago y quede enamorado de él, sin poder
apartarse. Desesperado por no poder tocarlo ni besarlo, el muchacho cae en depresión y se
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deja morir en el sitio. Donde yacía su cuerpo sólo quedó una flor que, en su memoria, lleva
su nombre (p. 47- 50).
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Bibliografía