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La venda de la xenofobia: una terrible involución social

Todos los días, camino a la universidad, me encuentro con escenas muy parecidas entre sí:
una señora molesta porque un extranjero de raza negra va al lado suyo, muy apretado en la
micro; dos mujeres conversando sobre el supuesto impacto negativo de la presencia de
inmigrantes en el país; un hombre reprendiendo a un haitiano por ir sentado en el metro,
diciéndole groseramente “nos vienen a quitar la pega, y más encima los asientos. Si quieres
descansar, ándate a tu país”. Y así, la lista continúa. Todas estas situaciones, además de la
enorme impotencia que me provocan, me llevan a pensar en ¿qué factores serán los causantes
de esta mentalidad tan dañina para la sociedad? ¿De dónde nace todo esto? ¿Existirá algún
remedio?

Pues bien, problemáticas muy similares son las planteadas en la película The Help (Tate
Taylor, 2011). Allí se expone cómo un grupo de empleadas domésticas afroamericanas son
constantemente rebajadas, menospreciadas, discriminadas y abusadas por sus empleadores,
quienes las ven como esclavas y no como personas. Y si bien son muchos los aspectos dignos
de análisis de esta película, me gustaría centrar especial atención en el personaje ‘Charlotte
Phelan’, interpretado por la talentosa Allison Janney, pues de ella podemos estudiar varios
puntos que nos dilucidarán a lo largo de este análisis: tanto los orígenes de la problemática
como la posible solución; y a la vez nos brinda esperanza para nuestra sociedad.

Primero, para contextualizar, hablemos por un momento de quién es ella. La película está
ambientada en la década del 60’, en Jackson, Mississippi, un pequeño pueblo en el que son
muy evidentes los vestigios de la época de la esclavitud en EE.UU. Charlotte es la madre de
Eugenia, una joven recién egresada de la universidad que regresa al pueblo en busca de
trabajo para añadir experiencia a su formación profesional como periodista/novelista. Bastan
unos minutos en pantalla para darnos cuenta de la construcción social de Charlotte: contrario
a cómo piensa su hija, tiene muy arraigado el rol tradicional que se le ha asignado a la mujer
en el hogar, siendo más importante éste que los logros, preocupaciones y aspiraciones de
Eugenia.

A modo de paréntesis, me gustaría destacar la visión de Eugenia “Skeeter” con respecto a la


discriminación y el racismo. ¿Por qué es tan diferente a la del resto del pueblo? Debemos
entender que ella acaba de terminar sus estudios universitarios, y estamos en plena época de
transición a lo que Gilles Lipovetsky denomina “la tercera mujer” (La tercera mujer,
Lipovetsky, 1999). Éste fenómeno es toda una revolución que se desarrolla principalmente
en la ciudad, sobre todo en los centros de conglomeración juvenil. El autor postula que “en
las sociedades occidentales contemporáneas se ha instaurado una nueva figura social de lo
femenino, que instituye una ruptura capital en la <<historia de las mujeres>> y expresa un
supremos avance democrático aplicado al estatus social e identitario de lo femenino […] El
mundo cerrado de antaño ha sido sustituído por un mundo abierto o aleatorio, estructurad
por una lógica de indeterminación social y de libre gobierno individual, análoga en principio
a la que configura el universo masculino”. Eso explica la posición de Eugenia, que contrasta
totalmente con la del resto del pueblo. Es muy común que los sectores rurales o los alejados
de las grandes urbes estén muy atrasados con respecto a las evoluciones sociales que
predominan en el momento. Al inicio del filme, su madre forma parte de ese grupo de
personas.

Volvamos a Charlotte. Llamó particularmente mi atención que ella no fuera como el resto de
los habitantes de Jackson, pues su problema no radica en la discriminación, sino en que se
preocupa en exceso en el ‘qué dirán’. Y eso es precisamente lo que ocurre con muchos de
mis compatriotas hoy en día. Cuando presencio las injusticias que mencioné al comienzo,
puedo notar la indignación en los rostros de otras personas, pero la inmensa mayoría no toma
cartas en el asunto. Allí se quedan, estáticos. Se convierten en meros espectadores (y por lo
tanto cómplices) de un brutal atropello a los derechos humanos.

Lo peor es que esta gente no tiene la “justificación” de los pobladores de la película: nuestros
contemporáneos no viven en un pueblo lejano a las ciudades, no están en los años 60’ en
donde el acceso a la información era mucho más limitado que hoy en día. Pero sí cargan con
varias generaciones a las que criaron con un muy extraño y distorsionado concepto de
“patriotismo”, en el que se enseña que ‘mientras más rechazo tengas hacia personas de otras
nacionalidades, culturas y etnias, mejor ciudadano eres’.

Casi al final de la película, se revela que Charlotte sucumbió ante la presión social de la
época, y terminó despidiendo cruelmente a Constantine, la sirvienta que trabajó 29 años con
su familia; todo por demostrar autoridad frente a un grupo de supremacistas blancas, cuya
opinión consideraba sumamente importante. Esto rompió el corazón de Constantine,
llevándola a su muerte. Quizá no somos conscientes del tremendo daño emocional y
psicológico que puede causar la discriminación en una persona. Tenemos la obligación moral
de quitarnos el velo que nos dejaron nuestros antepasados, pues este solo destruye cuando lo
que precisamos como sociedad es construir. Ya no podemos seguir separados por cosas tan
superficiales como el color de la piel o la nacionalidad. Estamos viviendo tiempos difíciles,
y lo que más necesitamos es unión.

Como diría José Luis Cornellas, “hemos llegado a una época histórica en que muchos
problemas – aunque casi todos los problemas de este mundo tienen raíces remotas – nos
parecen nuevos, necesitan de planteamientos distintos y de una comprensión capaz de
permitirnos el enfoque más correcto posible de aquellas cuestiones que nos rodean y muchas
veces nos urgen” (Historia breve del mundo reciente, Cornellas, 2005). Hoy nos urge un
cambio radical en cómo vemos y tratamos a los inmigrantes. Son personas en búsqueda de
oportunidades, con la intención de mejorar su calidad de vida y la de sus familias. En vez de
eso, los vemos como enemigos, como seres que no merecen ningún respeto de nuestra
parte… qué vergüenza me da.

Pero una de las cosas bellas a destacar del final de la película, es que nos muestra que sí es
posible un cambio de mentalidad. Charlotte abandonó su postura, y adquirió valor y
determinación para enfrentar a quienes aún conservaban aquella hostil actitud tan retrógrada.
Pero todo eso fue gracias a la perseverancia de su hija, quien no decayó aun cuando tenía a
todo el mundo en su contra. Y esa es una valiosa lección para nosotros. Defendamos,
entonces, con garras la justicia, no permitamos que se vulneren tanto nuestros derechos como
los de nuestro prójimo. La discriminación, los prejuicios y la falta de empatía son la base de
muchos de los problemas de la vida moderna, y si logramos “curar” a la sociedad de estos
males, podremos caminar todos juntos hacia un mundo mejor.

Ricardo López G.

Sección 2
Bibliografía

Cornellas, J. L. (2005). Historia breve del mundo reciente. Madrid: Rialp. pág 402.

Lipovetsky, G. (1999). La tercera mujer. Permanencia y revolución de lo femenino. Barcelona:


Anagrama. pág 9-10

Taylor, T. (Dirección). (2011). The Help [Película]. EE.UU.

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