ADMINISTRATIVO
Por
GABRIEL REAL FERRER
Profesor Titular de Derecho Administrativo
Universidad de Alicante
1.1. Administración-función.
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(2) No hay que olvidar que, como dice PAREJO, en el absolutismo ilustrado «se forma y
define una verdadera Administración del Estado sujeta a reglas propias», articulada, inclu-
so, según principios burocráticos (PAREJO ALFONSO, JIMÉNEZ-BLANCO y ORTEGA ÁLVAREZ, Ma-
nual de Derecho Administrativo, Barcelona, 1990, pág. 6). Tampoco, que el cameralismo
apunta a una división material de las funciones del Estado, pero mantenemos que la pre-
misa para la cristalización de la Administración-organización es la división estructural de
las funciones del Estado.
No obstante, algunos autores rechazan atribuir la emergencia del Derecho administra-
tivo a la división de poderes. Así, MESTRE, que rechaza su origen en la separación de pode-
res señalada en la Revolución de 1789 (J. L. MESTRE, Introduction historique au droit admi-
nistratif française, PUF, París, 1985). Algo más prudente, aunque en la misma línea, se
manifiesta E. CANNADA BARTOLI, Vanum disputare de potestate: riflexioni su Diritto Amminis-
trativo, «Rivista Trimestrale Diritto Processuale Amministrativo», núm. 2, 1989, afirmando
que el Derecho administrativo no surge de la nada, sino en términos de continuidad (refe-
rencia tomada de C. CHINCHILLA, «Reflexiones en torno a la polémica sobre el origen del
Derecho Administrativo», en Nuevas perspectivas del Derecho Administrativo. Tres estudios,
AA.VV., Civitas, Madrid, 1992). Entre nosotros es conocida la postura de A. GALLEGO ANABI-
TARTE, expresada en Administración y jueces: Gubernativo y Contencioso. Reflexiones sobre el
antiguo régimen y el Estado constitucional, y los fundamentos del Derecho Administrativo es-
pañol, IEAL, Madrid, 1971.
(3) En su conocida obra Revolución Francesa y Administración contemporánea, Civi-
tas, Madrid, reimp. 1984.
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(4) Ibidem.
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1.2. Administración-organización.
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(15) Históricamente, la que mejor ha destacado los aspectos formales ha sido la tesis
de la «prerrogativa», defendida por Maurice HAURIOU. HAURIOU sostiene su tesis sobre la
prerrogativa o puissance publique como elemento caracterizador de la actuación adminis-
trativa y del Derecho administrativo. Se pretende definir el Derecho administrativo a partir
de los procedimientos utilizados por la Administración, es decir, a través de los medios uti-
lizados. Se inscriben en estas doctrinas otros autores como LAFFERRIÈRE o BERTHÉLÉMI. Vid.
M. HAURIOU, Précis Élémentaire de Droit Administratif, Sirey, París, 1943; Obra escogida, tra-
ducción de SANTAMARÍA PASTOR y S. MUÑOZ MACHADO, Madrid, 1975, y su trabajo Principios
de Derecho público y constitucional, obra traducida por C. RUIZ DEL CASTILLO,
2.ª ed., Reus, Madrid, 1927. Sobre la significación de HAURIOU, véase la «Presentación» a la
obra citada, a cargo de SANTAMARÍA PASTOR.
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(16) Véase M. HAURIOU, Précis de Droit Administratif, 11.ª ed., París, 1926, prefacio.
(17) Así, por ejemplo, G. VEDEL y P. DEVOLVÉ, Droit Administratif, 12.ª ed., Presses Uni-
versitaires de France, París, 1992, que definen el Derecho administrativo como «el derecho
de las actividades del Gobierno y de las autoridades descentralizadas, siempre que tales ac-
tividades sean distintas a la conducción de las relaciones internacionales y a las relaciones
de los poderes públicos, y sean realizadas bajo un régimen de potestad pública». Como
puede observarse, se identifican en esta definición elementos orgánicos o subjetivos, junto
al criterio objetivo de la puissance publique. También R. CHAPUS, Le service public et la puis-
sance publique, «RDP», 1968, pág. 235, se aparta de la concepción ortodoxa de esta teoría.
(18) L. PAREJO ALFONSO, El concepto de Derecho Administrativo, Editorial Jurídica Ve-
nezolana, Caracas, 1984, afirma que la tesis de BOQUERA OLIVER debe ser calificada como
mixta o sincrética puesto que se fundamenta tanto en aspectos objetivos como orgánicos,
además de formales. No obstante, BOQUERA OLIVER prefiere situarse en el marco de las no-
ciones objetivas, y en concreto en la jurídico-formal, tal como indica expresamente en su
obra Derecho Administrativo, 10.ª ed., Civitas, Madrid, 1996, pág. 71. Esta posición fue ini-
cialmente elaborada en su trabajo Criterio conceptual del Derecho Administrativo, núm. 42
de esta REVISTA, 1963, así como en Estudios sobre el acto administrativo, 2.ª ed., Madrid,
1984.
(19) Que serían la «concreción» de la actividad administrativa frente a la generalidad
de la legislativa, la «parcialidad», ya que la Administración sostiene un determinado tipo de
intereses como son los públicos, y la «subordinación», dada su vinculación a la legalidad.
(20) Los actos jurídico-públicos, por contraposición a los jurídico-privados, crean si-
tuaciones jurídicas y las aplican a los destinatarios sin su consentimiento. En definitiva, la
teoría de BOQUERA se elabora en base a la ejecutividad del acto, en el que van de suyo implí-
citas las nociones de legalidad, prerrogativa y garantía de los administrados. «El Derecho
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(24) Se refiere, por ejemplo, a la introducción en el artículo 1.1 LJCA del criterio de
asunción competencial de la jurisdicción contenciosa de «la actuación de las Administra-
ciones públicas sujetas al Derecho Administrativo». Véase J. A. SANTAMARÍA PASTOR, Princi-
pios de Derecho Administrativo, vol. I, 3.ª ed., Ceura, Madrid, 2000, págs. 47 y 83-84.
(25) Véase J. A. GARCÍA-TREVIJANO FOS, Tratado de Derecho Administrativo, Revista de
Derecho Privado, Madrid, 1971. Debe indicarse que algunos autores han calificado esta po-
sición como sólo «aparentemente» ecléctica, en la media en que la utilización del término
«accesoriamente» parece suponer que el estudio de las «funciones administrativas» es un
elemento sin mayor significación que no afecta al núcleo de su tesis. Si atendemos a este
planteamiento, la postura del autor se situaría en la corriente orgánica. Sobre el particular,
véase J. GONZÁLEZ SALINAS, Personalidad y definición, cit., pág. 921.
(26) Véase A. GALLEGO ANABITARTE, «Órganos constitucionales, órganos estatales y De-
recho administrativo», en Administración instrumental, o.c., págs. 899-903.
(27) E. RIVERO YSERN, El Derecho administrativo y las relaciones entre particulares, Se-
villa, 1969, pág. 120. Al decir que el Derecho administrativo «no sólo va a ser el ordena-
miento regulador de la organización y relaciones que se den entre la Administración y los
administrados o entre dos administraciones, sino que va a incidir y regular en gran medida
la organización, la actividad y las relaciones de esta Administración material».
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sociabilidad urbana, por microscópica que sea, parece que ha sido la primera de las formas
de solidaridad, en el sentido que ahora damos a esa palabra. La densidad social, en efecto,
reúne en una ecuación compleja el lugar geográfico, el número de sus habitantes protegi-
dos por las murallas, la organización más o menos sabia de las tareas especializadas, la
conciencia jurídica y guerrera de pertenecer a un conjunto coherente, autónomo y de rela-
ciones sociales que ignoran el patriarcado, el nomadismo, los vínculos de dependencia o de
vasallaje o los imperios jerarquizados que están bajo el dominio de algún soberano caris-
mático mediador único con el más allá. No todas las aglomeraciones son ciudades, como
lo fueron las ciudades griegas, chinas, árabes y, más tarde, italianas, flamencas, bálticas.
Limitar el concepto es precisar la solidaridad que se agrega a estas ciudades donde han flo-
recido las formas de lo que llamamos cultura» (La Solidaridad. Vínculos de sangre y víncu-
los de afinidad, Fondo de Cultura Económica, México, 1986, pág. 40).
Obviamente, es inmensa la literatura sobre solidaridad. Al margen de cuanto se ha es-
crito siguiendo la estela de los trabajos clásicos del XIX, han servido especialmente a nues-
tros propósitos, además de lo que aquí expresamente se cita, G. PECES-BARBA, «Humanismo
y solidaridad social como valores de una sociedad avanzada», en Los Servicios Sociales, Ci-
vitas-ONCE, Madrid, 1991; J. GONZÁLEZ AMUCHÁSTEGUI, Notas para la elaboración de un prin-
cipio de solidaridad como principio político, «Sistema», núm. 101, 1991; P. BALDWIN, La Polí-
tica de Solidaridad Social. Bases sociales del Estado de Bienestar europeo 1875-1975, Ministe-
rio de Trabajo y Seguridad Social, Madrid, 1992; R. PETRELLA, El bien común: elogio de la
solidaridad, Debate, Madrid, 1997; así como el libro colectivo Justicia, solidaridad, paz: estu-
dios en homenaje al Profesor José María Rojo Sanz, Colegio de Registradores de la Propiedad
y Mercantiles de España, Madrid, 1995, coord.: Jesús BALLESTEROS.
(32) O, más exactamente, de la Nación. En el concepto sociológico-político de Na-
ción, como «plebiscito diario de vida en común» (MANCINI) o como unidad de destino, va
implícita la idea de la solidaridad. En realidad, el Estado es la formalización (juridifica-
ción) de esa vocación de estar y permanecer unidos/soldados/solidarios. También en la
Unión Europea la solidaridad se cuenta entre sus principios constitutivos. En un docu-
mento divulgativo titulado El ABC del Derecho Comunitario, impulsado por la Dirección
General de Educación y Cultura, del que es autor Klaus-Dieter BORCHARDT, se recoge entre
los «Principios fundamentales de la Unión Europea» el de solidaridad, con el siguiente
texto:
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(37) Más que de solidaridad, habría que hablar de solidaridades pues las manifesta-
ciones de este vínculo son tantas como infinitas las combinaciones que permite la relación
humana. La derivada de la asociación política es, en palabras de DEVIGNAUD:
(38) Que tendría una cierta coincidencia con la que DURKHEIM denomina «solidaridad
orgánica». Cfr. E. J. VIDAL GIL, Los derechos de solidaridad en el Ordenamiento jurídico espa-
ñol, Tirant lo Blanch, Valencia, 2002, pág. 43. Este importante y original trabajo resulta de
imprescindible lectura, aunque gira excesivamente, a mi parecer, sobre el concepto de soli-
daridad en su dimensión ética, es decir, de algún modo, altruista; lo que es frecuente en las
aproximaciones desde la filosofía del Derecho. Ocurre que esta óptica explica sólo una re-
ducida parte de la acción pública, cuando tan solidario se puede ser por egoísta interés
como con espíritu benefactor. En el Estado, al igual que en toda comunidad compleja, será
habitual la coexistencia de ambos modos de solidaridad.
(39) En extenso, dice DE LUCAS: «... entiendo la solidaridad como conciencia conjunta
de derechos y obligaciones, que surgiría de la existencia de necesidades comunes, de simi-
litudes (de reconocimiento de identidad), que preceden a las diferencias sin pretender su
allanamiento ... la solidaridad requiere no sólo asumir los intereses del otro como propios
sin quebrar su propia identidad, ni aun asumir los intereses comunes del grupo (la vieja in-
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tuición romana de las res comunis omnium), sino asumir también la responsabilidad colec-
tiva. En otros términos, se trata de la “lógica de la acción colectiva” (OLSON), esto es, asu-
mir también como propios los intereses del grupo, es decir, de lo público, lo que es de to-
dos, y esa titularidad común acarrea asimismo el deber de contribuir, de actuar positiva-
mente para su eficaz garantía, en la medida en que se trata de una responsabilidad de
todos y de cada uno: si se piensa, por ejemplo, en el patrimonio cultural o en el medio am-
biente, es cuando nos encontramos precisamente en lo que, como veíamos, VASAK llamaba
“derechos de solidaridad”, los que tienen su origen en la concepción de la vida en comuni-
dad y cuya efectividad sólo es posible mediante una conjunción de esfuerzos, no a través
de la mera reciprocidad» (El concepto de solidaridad, Distribuciones Fontamara, México,
1993, págs. 39-40).
(40) La constante referencia al Estado está basada en su comprensión como grupo
político por excelencia al asumir fines globales, y también por comodidad expositiva, pero
en absoluto supone —porque no lo precisa— una posición respecto de la cuestión de su
personalidad jurídica, sobre lo que ahora mismo no nos pronunciamos por carecer de un
criterio sólido; ni excluye, antes al contrario, la personificación de otros entes públicos di-
ferentes al Estado, lo que, en todo caso, sería coherente con lo que proponemos. Al respec-
to resultan muy sugerentes las consideraciones de ESTEVE PARDO («La personalidad jurídica
en el Derecho público y la dialéctica Estado-Sociedad», en Administración instrumental,
o.c., págs. 871 y ss.) sobre la conformación constitucional de numerosos entes autónomos:
municipios, universidades, colegios profesionales, etc., inscritos en el Estado pero personi-
ficados. Desde nuestro punto de vista, responden a necesidades sociales representadas por
colectivos «parciales» con intereses igualmente «parciales», pero que en su formación y en
su funcionamiento obedecen al mismo impulso solidario, bien que acotado materialmente
en su ámbito y extensión a los fines que a cada organización le resultan propios. Por otra
parte, la concepción teleológica de toda organización política y de sus aparatos ya se en-
cuentra expresada con absoluta contundencia en ARISTÓTELES: «toda “polis” es evidente-
mente una comunidad y toda comunidad se constituye con el fin de conseguir algún bien,
puesto que los hombres siempre actúan para obtener aquello que les parece un bien. Es
claro que si todas las comunidades tienden a conseguir un bien, el más importante de to-
dos los bienes debe ser objeto de la más importante de las comunidades, de aquella que
comprende en sí a todas las demás, y a la que se llama “polis” (civitas, Estado) y también
comunidad política” que procura el “fin de la completa suficiencia”» (Política, W. L. NEW-
MAN, Oxford, 4 vols.; J. MARÍAS, Instituto de Estudios Políticos, Madrid, 1951, citado en
J. A. ALONSO DE ANTONIO, El Estado autonómico y el principio de solidaridad como colabora-
ción legislativa, o.c., nota 12).
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testades singulares y creadas con ese fin; y, por otra, se establecen las
garantías individuales necesarias frente al irregular ejercicio de dichas
potestades.
VIDAL GIL asocia acertadamente la solidaridad al concepto de ciu-
dadanía que cabe predicar del Estado actual (48); lógico es que el
Derecho que regula las relaciones del poder con los ciudadanos ten-
ga en esta perspectiva uno de sus principales referentes. La acción
pública es, sobre todo, «acción solidaria», y en esta noción se en-
cuentra implícita la idea de interés general pues resulta simplemente
absurdo pensar que el grupo se esforzará en perjudicarse (otra cosa
es que no se sepa qué es lo que interesa o que los agentes del grupo
desvíen el objetivo, pero resulta igualmente objetable si aludimos al
interés general como criterio definitorio), por lo que es redundante
hablar de actuación solidaria e interés general.
Vaya por delante que, como he dicho, no creo que el Derecho ad-
ministrativo se deje definir de modo inobjetable en unas cuantas lí-
neas, por lo que lo que se propone es simplemente una nueva aproxi-
mación al fenómeno, una relectura del Derecho administrativo que
encuadre, por ejemplo, esa nueva dimensión de su actividad y expli-
que el porqué de la posición dominante de la Administración y la su-
bordinación consciente y deseada de los intereses individuales a los
colectivos. Por lo demás, se me podrá decir, por ejemplo, que cómo
se entiende el Derecho administrativo cuando se proyecta sobre suje-
tos que no pertenecen a ese concreto grupo político y falta, por tanto,
la solidaridad. Sin embargo, esta objeción sería fácilmente superable
acudiendo a la intrínseca dimensión territorial del grupo político.
Con todo, este enfoque podría ayudar a entender algunas cosas.
Por ejemplo, el emergente Derecho administrativo comunitario no
puede ser de ninguna manera, hoy por hoy, equiparado al estatal.
Sin necesidad de recurrir a argumentos técnicos o accidentales, es
evidente que la Unión Europea es una organización parcial, es decir,
a diferencia del Estado, no tiene fines globales, no alcanza a todas
las esferas de interés de los individuos que la componen. A pesar del
proyecto de Constitución europea sobre el que se viene trabajando,
está muy lejos el día en que pueda predicarse que constituye una en-
tidad política presidida por relaciones de plena solidaridad. Como en
otros muchos grupos, la solidaridad existe, pero subordinada a aque-
llas facetas en la que resulta necesaria para las finalidades, parciales,
del colectivo. En el actual proceso de construcción europea el objeti-
vo decididamente perseguido es consolidar la realidad de un auténti-
co mercado interior —los fines «políticos» están mucho más desdi-
(48) E. J. VIDAL GIL, Los Derechos de solidaridad..., o.c., págs. 293 y ss.
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(49) Así, por ejemplo, STJCE en el asunto Radio Telefis Eireann contra la Comisión, de
10 de julio de 1990. En este caso, entendida como «misión cultural, social y educativa».
(50) Naturalmente que esto traslada el problema a determinar en qué casos resulta
necesaria la acción colectiva y eso no puede ser resuelto categóricamente. Habrá que acu-
dir a conceptos jurídicos indeterminados, pero tal técnica parece inevitable ante lo contin-
gente. No otra cosa hizo el Consejo Constitucional francés en su trascendental decisión de
23 de enero de 1987 al afirmar la existencia de una reserva constitucional de competencia
a favor del juez administrativo, estableciendo como límite aquellas materias que deban
quedar reservadas «por naturaleza» a la jurisdicción ordinaria. La referencia a la «natura-
leza» de las cosas ha sido criticada por su vaguedad, pero permite progresar en problemas
que carecen de solución apriorística. Vid. B. LOZANO, en C. CHINCHILLA, B. LOZANO y S. DEL
SAZ, Nuevas perspectivas del Derecho administrativo (tres estudios), Civitas, Madrid, 1992.
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1. Aproximación
(51) R. DROMI, Nuevo Estado, Nuevo Derecho. Constitución para todos, consolidación
de las leyes, Códigos de solidaridad, Ciudad Argentina, Buenos Aires, 1999.
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(52) A. PÉREZ CALVO, Presente y futuro del Estado autonómico, «Revista de Estudios
Autonómicos», núm. 1, 2002, pág. 230.
(53) E. GARCÍA DE ENTERRÍA, Revolución Francesa y Administración contemporánea,
2.ª ed., Taurus, Madrid, 1981, pág. 48, siguiendo a HAURIOU.
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(54) Enmienda al apartado s) del número 1 del artículo 141 (hoy 148.1.20). Sesión de
12 de septiembre de 1978.
(55) Fue enmienda única y resultó aprobada por 19 votos a favor (UCD y PSOE) y 6
en contra. Se puede encontrar en Lorenzo MARTÍN-RETORTILLO, Materiales para una Consti-
tución. Los trabajos de un profesor en la Comisión Constitucional del Senado, Akal, Madrid,
1986, pág. 191.
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(56) En un reciente, sugerente y denso trabajo, Ernesto J. VIDAL GIL ha hecho un repa-
so de la significación del principio de solidaridad en la construcción del Estado actual y de
su virtualidad en la adecuada comprensión del catálogo de derechos y libertades funda-
mentales que contiene nuestra Constitución y, aún más, de la comprensión de nuestro Or-
denamiento jurídico. Su argumentación, por ejemplo —siguiendo a ATIENZA y RUIZ MANERO
(Ilícitos atípicos. Sobre el abuso del derecho, el fraude de ley y la desviación de poder; Trotta,
Madrid, 2000)—, sobre la solidaridad como límite al ejercicio del Derecho resulta suma-
mente interesante (Los Derechos de solidaridad en el Ordenamiento Jurídico español, Tirant
lo Blanch, Valencia, 2002).
(57) En muy buena medida, los numerosos aspectos fallidos de la Cumbre de las
Naciones Unidas sobre Desarrollo Sostenible celebrada en Johannesburgo (agosto-septiem-
bre 2002, conocida como Río+10) tienen su origen en la evidente quiebra del progreso civi-
lizatorio que supuso la Cumbre de Río alentando la institucionalización de la solidaridad
entre los Estados y los pueblos de la Tierra. Como hemos sostenido reiteradamente, su-
mándonos a otras muchas voces, el próximo e inexorable paso civilizatorio que la Humani-
dad debe dar si quiere evitar la no muy lejana degradación de su entorno, cuando no su
propia desaparición, es la articulación de la especie como grupo organizado basado en la
solidaridad planetaria. Desde otro punto de vista, lo ha expresado así recientemente PÉREZ
CALVO:
«Desde el momento en que se parte de la igualdad sustancial de todos
los seres humanos, el último objetivo utópico que la lógica exige en esta
materia es la consideración de la Humanidad como ámbito general de la
solidaridad. Actuaciones singulares de los Estados, de organizaciones pri-
vadas y de los individuos, junto con movimientos ideológicos universalis-
tas convergen hacia ese objetivo utópico del mundo entero como ámbito
organizado de la solidaridad» (Presente y futuro del..., o.c., pág. 232).
Planteamiento que puede reputarse de utópico, pero, como ha sido dicho en conocida
frase, lo que realmente es utópico es pensar que el Mundo pueda seguir así indefinidamente.
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(62) Véanse las lúcidas referencias de LUHMANN al sistema político como «autorrefe-
rente», es decir, que «produce y reproduce por sí mismo los elementos —decisiones políti-
cas, en este caso— de que está constituido». «La idea de bienestar —dice— como meta po-
lítica (en vez de la medieval de pax e iustitia) constituye el exacto correlato semántico de la
autorreferencia política. La autorreferencia es ante todo un principio tautológico; el bie-
nestar es un principio correspondientemente indefinido. El aumento del bienestar, por tan-
to, puede remitirse siempre a sí mismo y generar bienestar» (Teoría política..., o.c., págs.
55-56).
(63) Entiéndase lo dicho en términos relativos. Peter BALDWIN, en su importantísimo
análisis del Estado de Bienestar solidario, atribuye su desarrollo a los intereses de clase
—en particular de la clase media— más que a la materialización de valores de corte altruis-
ta. «La solidaridad —la decisión grupal de asignar los recursos según las necesidades— es
engañosamente análoga al altruismo —dice—. Como sentimiento individual el altruismo
generalmente se limita a estrechos círculos de afines. La solidaridad, en aquellas pocas
ocasiones en que ha sido realizada, ha sido el desenlace de un interés propio recíproco y
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(70) Con lo que reitera la doctrina establecida por sentencia de 7 de octubre de 1997.
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(72) Miguel Ángel RODILLA, Presentación a John RAWLS, Justicia como equidad. Mate-
riales para una teoría de la justicia, 2.ª ed., Tecnos, Madrid, 1999, pág. 37. Si bien es cierto
que RAWLS sólo apuesta por corregir las contingencias sociales arbitrarias, no así las natu-
rales.
(73) David HUME, Tratado de la naturaleza humana, Libro III, Parte 2.ª, 481, Orbis,
Barcelona, 1984, tomo III, pág. 704.
(74) Karl R. POPPER, La sociedad abierta y sus enemigos, Paidós/Orbis, Barcelona,
1984, pág. 403.
(75) Sobre las distintas formas de organización política y el juego de la solidaridad en
las de corte complejo y, en especial, sobre nuestro sistema y su historia, véase el monumen-
tal trabajo de José Antonio ALONSO DE ANTONIO, El Estado Autonómico y el Principio de Soli-
daridad como colaboración legislativa (2 vols.), Publicaciones del Congreso de los Diputa-
dos, Madrid, 1986.
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para atender a otros gastos, pero precio y renta no están directamente relacionados. Al
margen de esto, que es su situación real, el sistema me parece un disparate. ¿Por qué tene-
mos que subvencionar los estudios de los hijos de los multimillonarios? ¿No sería mejor
que quienes puedan paguen el coste íntegro y el resto según sus ingresos? Claro que eso re-
conduciría inmediatamente a los hijos de los pudientes a la Universidad privada, que les
costaría prácticamente igual, reduciendo la cohesión. Otro ejemplo de compensación está
en la gratuidad que en algunas poblaciones se reconoce a los mayores de sesenta y cinco
años para el acceso a los transportes públicos, pero eso tampoco se hace en función de la
renta, sino de un dato, la edad, que nada dice, en principio, sobre el poder adquisitivo del
sujeto.
(91) Es frecuente en Latinoamérica que las tarifas del conjunto de lo que allí denomi-
nan «los servicios» se asocien, indicativamente, a los niveles de renta. Por ejemplo, en Co-
lombia existen seis «estratos» en los que se dividen las distintas zonas de las grandes ciuda-
des según el coste de las viviendas que allí se encuentran. Los precios del agua, de la elec-
tricidad o del teléfono variarán en función del «estrato» en el que se ubique la vivienda,
con muy acusadas diferencias (incluso llegando a la gratuidad en algunos servicios para los
estratos «0» y «1»). Éste es un mecanismo de justicia distributiva que utiliza a los servicios
públicos como herramienta, a diferencia de nuestro modelo, en el que los servicios públi-
cos, en principio, son neutrales.
(92) Artículo 9.2 CE.
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B) La solidaridad reparadora.
a) Catástrofes naturales.
(93) Como recuerda Jerôme KULLMAN, «la Constitución francesa de 1958 incluye un
principio afirmado desde el año 1946: “La Nación proclama la solidaridad y la igualdad de
todos los ciudadanos frente a los costos que resultan de desastres nacionales”. De esta ma-
nera, si un individuo es víctima de algún desastre, la reparación del daño que ha sufrido
corresponde a un gasto público, o dicho de otra forma, está a cargo de la sociedad entera»
(en «Solidaridad y Seguros en Francia», conferencia impartida en Tegucigalpa, 12-03-2001,
pág. 2).
(94) Como las medidas de alerta basadas en la predicción, o las normas sobre cons-
trucción sismorresistentes, o las infraestructuras para el encauzamiento de avenidas, etc.
En realidad, la acción del hombre sobre su entorno físico ha propiciado, más bien, el agra-
vamiento de las consecuencias de determinados fenómenos naturales.
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(103) Como, por ejemplo, la energía nuclear o el manejo y gestión de residuos tóxicos
y peligrosos.
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derada (109), pero que forman parte de fenómenos sociales que des-
piertan un profundo rechazo en sus manifestaciones, a la par que
una gran conmiseración frente a la víctima. Las ayudas no tienen, y
suele así expresarse en las normas que las establecen, ningún carác-
ter de reparación derivada de responsabilidad; son, expresa y simple-
mente, manifestaciones de solidaridad. Pero, la verdad, en lo recón-
dito —o no tan recóndito— de la conciencia colectiva late el que la
sociedad tiene algún grado de culpa en la emergencia de este tipo de
fenómenos o, cuando menos, en la incapacidad de acabar civilizada-
mente con ellos. Si no fuera así, ¿por qué se atiende —solidariamen-
te, esto es, por encima de lo que el sistema tiene previsto para cual-
quiera— a la víctima de un delito —de determinados delitos— y no a
quien le cae un rayo encima? Es obvio que no ha existido sociedad
en la que no se produjeran delitos, pero forma parte del riesgo de vi-
vir, como también lo es el que te parta un rayo. No diré ni una sola
palabra contra este proceder, pues me parece justo, aunque no estoy
tan seguro si equitativo.
En todo caso, los supuestos son varios, como por ejemplo:
(109) Claro es que determinados supuestos puntuales, por ejemplo atentados terroris-
tas, pueden afectar a varias personas, incluso a muchas; pero entendemos que cabe distin-
guir entre la reacción concebida frente a lesiones individuales, aunque pueda extenderse a
un determinado número de sujetos, y la establecida frente a un evento de alcance colectivo,
que precisa de su posterior individualización. En el primero se construye de lo individual a
lo colectivo; en el segundo, al contrario. Otra distinción se encuentra en que en el ámbito
de las calamidades colectivas de origen humano se parte de la involuntariedad del evento y
tras las ayudas individuales se encuentra un acto voluntario. Las distinciones explican que
en un caso la normativa sea ex post y en el otro ex ante.
(110) Con anterioridad, el Decreto-Ley 10/1975 estableció la obligación del Estado de
indemnizar determinados daños y perjuicios, pero únicamente los sufridos por las perso-
nas «con ocasión de su actividad o colaboración para la prevención o represión» del terro-
rismo, no con carácter general para todas las víctimas.
(111) Ley 9/1984, de 26 de diciembre, para el resarcimiento de las víctimas de bandas
armadas y elementos terroristas (desarrollada por RD 336/1986, de 24 de enero), hoy dero-
gada. Posteriormente, el régimen general de ayudas ha sufrido muchas variaciones me-
diante Leyes de Presupuestos o de acompañamiento a los mismos; así, por las Leyes
33/1987, 4/1990, 31/1991 (que a su vez tuvieron sus RR.DD. de desarrollo: 1311/1988, de 28
de octubre, y 673/1992, de 19 de junio). El régimen se estabilizó un tanto mediante los artí-
culos 93 a 96 de la Ley 13/1996, de 30 de diciembre, de medidas fiscales, administrativas y
de orden social —posteriormente ligeramente modificada por sucesivas leyes de acompa-
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don Vicente Conde Martín de Hijas y don Fernando Garrido Falla. La cuestión también ha
sido tratada en las SSTC 154/1994 y 197/1995.
(122) El Consorcio de Compensación de Seguros es un Organismo Autónomo, depen-
diente de la Dirección General de Seguros del Ministerio de Economía y Hacienda, que
tiene por objeto la cobertura, en régimen de compensación, en los ramos no personales de
los siniestros que, afectando a riesgos asegurados, no sean susceptibles de garantía me-
diante póliza de seguro privado ordinario, por obedecer a causas anormales o de naturale-
za extraordinaria. También comprenderá la cobertura, en igual régimen de compensación,
de los siniestros que, relativos al ramo de accidentes individuales en los seguros privados,
sean producidos por causas de naturaleza extraordinaria, excluidos de la póliza. Conviene
especificar que se entiende por «riesgo extraordinario» precisamente aquel que queda fue-
ra de la cobertura del seguro privado, por contraposición al «ordinario», que sí está cubier-
to. Al respecto, véase La reparación de los daños catastróficos..., o.c., de Jesús JORDANO FRA-
GA, profundo y exhaustivo trabajo donde se analiza, entre otras cosas, la evolución y régi-
men actual del Consorcio y en el que se maneja una profusa bibliografía especializada, a la
que en este punto me remito.
(123) En Francia no es hasta 1982 que se crea el seguro obligatorio frente a catástro-
fes naturales, cubierto por aseguradores privados que pueden acudir al reaseguro a través
del organismo público Caisse centrale de réassurances. Cfr. J. KULLMAN, Solidaridad y Segu-
ros..., o.c., pág. 7.
(124) Directiva 88/357/CEE, sobre libertad de servicios en seguros distintos al de vida.
(125) Extraordinariamente profusa y que omitimos.
(126) Que son los «terremotos y maremotos, las inundaciones extraordinarias, las
erupciones volcánicas, la tempestad ciclónica atípica y las caídas de cuerpos siderales»
(art. 6.1 del Estatuto aprobado por el art. 4 de la Ley 21/1990), fenómenos que, a su vez, se
definen en el artículo 3 del RD 2022/1986.
(127) Artículo 7.2 del Reglamento de Riesgos Extraordinarios sobre las Personas y los
Bienes.
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C) La solidaridad compensadora.
a) La acción pública.
(128) En concreto, el mismo precepto referido en nota anterior establece que «en este
supuesto (catástrofe o calamidad nacional) el Consorcio satisfará las indemnizaciones que
se fijen por Ley, sin perjuicio de los derechos de los aseguradores». Con independencia de
la atinada y crítica exégesis del precepto, JORDANO FRANA (La reparación de los daños..., o.c.,
pág. 133) destaca la sustancial coincidencia de lo previsto en esta norma reglamentaria, re-
dactada en 1998, con la «cláusula de complementariedad» utilizada en el artículo 141.1 de
la LRJPAC en su redacción de 1999. Es claro que el recurso a las ayudas puntuales consti-
tuye el cierre del sistema tanto en mecanismos originariamente solidarios como en los de-
rivados de la responsabilidad, y tanto para catástrofes naturales como para «riesgos del de-
sarrollo» como para, en fin, cualquier daño generalizado, sin que importe mucho su etiolo-
gía.
(129) N. LUHMANN, Teoría política..., o.c., pág. 32.
(130) R. MARTÍN MATEO, «La asistencia social como servicio público», estudio prelimi-
nar al libro Guía de actividades públicas asistenciales, Secretaría General Técnica del Minis-
terio de Gobernación, Madrid, 1967.
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(131) Todas las Comunidades Autónomas han promulgado legislación específica so-
bre sus propios sistemas de asistencia social. Junto a una ley de carácter general, como la
técnica y filosóficamente muy notable Ley 5/1995, de 13 de marzo, de Castilla-La Mancha,
de Solidaridad, en ocasiones existe regulación puntual para colectivos específicos o en ám-
bitos singulares. Como ejemplos de interesante legislación puntual explícitamente basada
en la solidaridad pueden citarse la Ley 3/1996, de 11 de julio, de Canarias, sobre Participa-
ción de las personas mayores y solidaridad entre generaciones, que fija como uno de sus
objetivos el de «promover la solidaridad entre las generaciones» —art. 1.b)—; o la Ley
9/1999, de 18 noviembre, de Andalucía, sobre Solidaridad en la Educación, cuyo Preámbu-
lo es clarificador: «En el proceso de desarrollo y avance de la sociedad, la educación se
configura como un importante instrumento para impulsar la lucha contra las desigualda-
des, correspondiéndole al sistema educativo establecer los mecanismos que contribuyan a
prevenirlas y compensarlas, cualquiera que sea el motivo que las origine, y promover la
transformación social a través de su compromiso solidario con las situaciones de desventa-
ja en las que se encuentran colectivos y grupos que reciben los beneficios del sistema».
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(132) Acorde con su creciente importancia, comienza a ser muy importante la litera-
tura científica que se ocupa del tercer sector. Una serie de obras colectivas resultan de im-
prescindible consulta: VV.AA., El sector no lucrativo en España, Escuela Libre Editorial-Ci-
vitas, Madrid, 1993; J. I. RUIZ OLABUÉNAGA (dir.), El sector no lucrativo en España, Funda-
ción BBVA, Madrid, 2000; así como la trilogía, dirigida por S. MUÑOZ MACHADO, J. L. GARCÍA
DELGADO y L. GONZÁLEZ SEARA, Las estructuras del bienestar. Derecho, economía y sociedad
en España, Escuela Libre Editorial-Civitas, Madrid, 1997; Las estructuras del bienestar en
Europa, Escuela Libre Editorial-Civitas, Madrid, 2000, y Las estructuras del bienestar. Pro-
puestas de reforma y nuevos horizontes, Escuela Libre Editorial-Civitas, Madrid, 2002. En-
tre las monografías, a destacar: M. A. CABRA DE LUNA, El Tercer Sector y las Fundaciones en
España. Hacia el nuevo milenio, Escuela Libre Editorial-Civitas, Madrid, 1998; M. HERRERA
GÓMEZ, El tercer sector en los sistemas de bienestar, Tirant lo Blanch, Valencia, 1998; S. DE
SALAS MURILLO, Las asociaciones sin ánimo de lucro en el derecho español, Centro de Estu-
dios Registrales, Madrid, 1999.
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mentar —bien que hoy por hoy limitadamente— los recursos públi-
cos y, sobre todo, movilizarán una norme fuerza de trabajo altruista y
solidaria —no retribuida— a través del voluntariado (133).
MUÑOZ MACHADO se plantea una serie de preguntas acerca de
esta creciente constelación de entidades sin fin de lucro que protago-
nizan esta «revolución asociativa»: «¿Pretenden cuestionar los servi-
cios del Estado? ¿Colaborar con las políticas públicas de bienestar?
¿Complementarlas? ¿O sustituirlas?» (134). Las transformaciones
son imparables y nos encaminan resueltamente a un nuevo modelo
de relación sociedad-Estado y a una reconsideración sobre la elabo-
ración e implementación de las políticas solidarias de éste, con lo
que «el resultado, dependiendo del protagonismo que alcancen las
organizaciones no lucrativas, podrá llegar a ser lo que se ha dado en
llamar un welfare mix, en el que la oferta de servicios, aunque finan-
ciada fundamentalmente por el Estado, sea también diseñada con la
participación y la gestión de las entidades no lucrativas» (135). De he-
cho, puede decirse que ya estamos en el modelo, aunque sea inci-
pientemente, pues los mecanismos de financiación mediante la asig-
nación fiscal previstos en el Impuesto sobre la Renta de las Personas
Físicas, IRPF, son explícitos y crecientes (136). La «Plataforma de
ONGs de Acción Social», integrada por aquellas organizaciones que
reciben una buena parte de estos fondos, edita unos folletos infor-
mativos, con la colaboración del Ministerio de Trabajo y Asuntos So-
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