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Textos: Revolución científica

Salviati: «¿Y qué puede ser más vergonzoso en los debates públicos, mientras se está
tratando de conclusiones demostrables, que el oír a uno aparecer de pronto con un texto
– a menudo escrito con un objetivo muy distinto – y cerrar con él la boca de su
adversario? (….) Señor Simplicio, venid con razones y con demostraciones, vuestras o
de Aristóteles, y no con textos o meras autoridades, porque nuestros discursos han de
versar sobre el mundo sensible y no sobre un mundo de papel» (Galileo, Diálogo sobre
los sistemas máximos).

«Tampoco digo que no haya que escuchar a Aristóteles, por lo contrario, alabo que se le
oiga y se le estudie con diligencia, y únicamente critico el entregársele de forma que se
le estudie con diligencia, y únicamente critico el entregársele de forma que se suscriba a
ciegas todo lo que dijo y, sin buscar ninguna otra razón, haya que tomarlo como decreto
inviolable; lo cual constituye un abuso que sigue a otro extremo desorden y que consiste
en dejar de esforzarse por entender la fuerza de sus demostraciones» (Galileo, Diálogo
sobre los sistemas máximos).

Es «el mismo Aristóteles» quien «antepone (…) las experiencias sensatas a todos los
razonamientos». De suerte que «no me cabe la menor duda de que, si Aristóteles viviese
en nuestra época, cambiaría de opinión. Esto se deduce manifiestamente de su propio
modo de filosofar: cuando escribe que considera que los cielos son inalterables, etc.
porque en ellos no ha visto engendrarse ninguna cosa nueva ni desvanecerse ninguna
cosa vieja, nos da a entender implícitamente que, si hubiese visto uno de estos
accidentes, habría considerado al contrario, anteponiendo, como conviene, la
experiencia sensata al razonamiento natural» (Galileo, Diálogo sobre los sistemas
máximos).

«Cuando vivía en Londres tuve ocasión de conocer a varias personas que se dedicaban a
eso que ahora se llama filosofía nueva o experimental. Habíamos excluido de nuestras
consideraciones la teología; nuestro interés se dirigía hacia la física, la anatomía, la
geometría, la estática, el magnetismo, la química, la mecánica y los experimentos
naturales» (John Wallis, 1645).

«En cuanto concierne a los miembros que deben constituir la Sociedad, hay que anotar
que son admitidos libremente hombres de diferentes religiones, países y profesiones
(…). Todos ellos confiesan abiertamente que no preparan la fundación de una filosofía
inglesa, escocesa, irlandesa, papista o protestante, sino una filosofía del género humano.
Han pretendido que su obra esté en condiciones de crecer conjuntamente, estableciendo
una correspondencia inviolable entre la mano y la mente. Han pretendido liberarla de
los artificios, humores y pasiones de las sectas, transformarla en un instrumento
mediante el cual la humanidad pueda obtener el dominio sobre las cosas y no sólo sobre
los juicios de los hombres. Han pretendido, por último, llevar a cabo esta reforma de la
filosofía no mediante la solemnidad de las leyes y la ostentación de las ceremonias, sino
mediante una práctica sólida y mediante ejemplos, no a través de una gloriosa pompa de
palabras, sino a través de silenciosos, efectivos e irrefutables argumentos de las
producciones reales (…). [A sus miembros] se les exige un modo de hablar discreto,
sobrio, natural, significados claros, una preferencia por el lenguaje de los artesanos y de
los comerciantes frente al de los filósofos» (Sprat, Th., History of the Royal Society of
London, 1667).

«Vimos establecerse imperceptiblemente en Europa una república literaria, a pesar de


guerras y pugnas religiosas» (Voltaire)

***

«Mi propósito es aquí continuar aquí una ciencia muy nueva que trata de un tema muy
antiguo. Seguramente no hay nada en la naturaleza nada más antiguo que el
movimiento, y los libros escritos por filósofos tratando de este tema no son ni pocos ni
breves. Sin embargo, he descubierto mediante experimentos algunas nuevas
propiedades de éste, que vale la pena conocer, y que no han sido hasta el momento ni
observadas ni demostradas. Sí se han realizado algunas observaciones superficiales
sobre ellas, como, por ejemplo, que el movimiento libre de un cuerpo pesado que cae
experimenta una aceleración continuada. Pero hasta qué punto ocurre esta aceleración
no ha sido todavía determinado. Pues, por lo que yo sé, nadie ha señalado hasta el
momento que las distancias recorridas durante intervalos iguales de tiempo por un
cuerpo que cae a partir del reposo están en la misma proporción entre sí que los
números impares comenzando por la unidad.

Se ha señalado que misiles y proyectiles describen un recorrido curvo. Pero nadie ha


señalado el hecho de que este recorrido forma una parábola. Pero yo he conseguido
probar con éxito este y otros hechos, no pocos en número ni menos dignos de
conocimiento. Y lo que yo considero más importante, se han abierto a esta vasta y
excelente ciencia, de la cual mi trabajo no representan sino el comienzo, caminos y
direcciones a partir de los cuales otras mentes más brillantes que las mías explorarán
hasta su límites más remotos. … Es concebible que de tal manera un tratamiento tan
excelente puede ser gradualmente extendido hasta todos los ámbitos de la naturaleza»
(Galileo, Discursos sobre dos nuevas ciencias)

«Cuando Galileo hizo rodar por el plano inclinado sus esferas, con un peso que él había
elegido; o cuando Torricelli hizo que el aire sostuviera un peso que él mismo había
pensado de antemano igual al de una columna de agua por él conocida (…) se encendió
una luz para todos los investigadores de la naturaleza. Comprendieron que la razón sólo
entiende lo que ella misma produce según su [propio] plan; que ella debe tomar la
delantera con principios de sus juicios según leyes constantes, y debe obligar a la
naturaleza a responder a sus preguntas, mas no debe dejarse conducir por ella como si
fuera llevada por cabestros (….). La razón, llevando en una mano sus principios, sólo
según los cuales los fenómenos coincidentes pueden valer por leyes, y en la otra el
experimento, que ella ha concebido según aquellos [principios], debe dirigirse a la
naturaleza para ser, por cierto, instruida por ésta, pero no en calidad de un escolar que
deja que el maestro le diga cuanto quiera, sino de un juez en ejercicio de su cargo, que
obliga a los testigos a responder a las preguntas que él les plantea» (Kant, Prólogo a la
2ª edición de la Crítica de la razón pura).

***

«La filosofía está escrita en ese grandísimo libro que está abierto continuamente ante los
ojos (me refiero al universo), pero no puede ser entendido si antes no se aprende a
entender la lengua, a conocer los caracteres en los cuales está escrito. Y está escrito en
lengua matemática, y los caracteres son triángulos, círculos y otras figuras geométricas,
sin los cuales medios es imposible humanamente una palabra; sin ésos, es un andar
dando vueltas en vano por un oscuro laberinto...» (Galileo, El ensayador)

«Aquí se verá a través de innumerables ejemplos en qué consiste el uso de las


matemáticas en las ciencias naturales, y cómo resulta imposible filosofar correctamente
sin la guía de la geometría, como señalaba el sabio lema de Platón» (Epígrafe que
Galileo quiso poner a sus obras; cfr. Randall, The Making of the Modern Mind, p. 237)

«Determinar la esencia lo considero una empresa tan imposible y un esfuerzo tan vano
en las substancias próximas y elementales como en las muy remotas y celestiales: y me
creo tan ignorante de la substancia de la Tierra como de la substancia de la Luna, de las
nubes elementales y de las manchas del Sol (…). Sería inútil intentar una investigación
de las substancias de las manchas solares, pero esto no impide que podamos conocer
algunas de sus afecciones, por ejemplo, el lugar, el movimiento, la figura, el tamaño, la
opacidad, la mutabilidad, la producción y desaparición» (Galileo, El ensayador).

«Cuando se me dice que [hay] algo, además de la figura, el tamaño y la situación de las
partes sólidas, en la esencia de este cuerpo, algo que se llama la forma substancial,
confieso que no tengo la menor idea de ello» (Locke).

***

«Por tanto, yo digo que bien siento que me impele la necesidad, en cuanto concibo una
materia o sustancia corpórea, de concebir a la vez que está terminada o figurada con esta
o aquella figura; que, en relación con otras, es grande o pequeña; que está en este o
aquel lugar, en este o aquel tiempo, que toca o no toca a otro cuerpo, que es una, pocas
o muchas, y que ni siquiera por un esfuerzo de la imaginación puedo separarla de estas
condiciones; en cambio, que deba ser blanca o roja, amarga o dulce, sonora o muda, de
olor agradable o desagradable, no siento que mi mente sea forzada a tener que conocerla
acompañada necesariamente de tales condiciones; más aún, si los sentidos no nos
sirviesen de guía, tal vez el raciocinio o la imaginación por sí mismos no llegarían
nunca a ello. (…) Por lo cual, me estoy formando la convicción de que esos sabores,
olores, colores, etc., que por parte del sujeto nos parece que nos informan de algo, no
son otra cosa que puros nombres, pero que residen solamente en el cuerpo sensitivo, de
suerte que, desaparecido el animal, desaparecen y quedan reducidas a la nada todas esas
cualidades; pero, con todo, nosotros, como les hemos impuesto nombres particulares y
diferentes de los otros accidentes primeros reales, queremos persuadirnos de que son
verdaderos y realmente diversos de ésos» (Galileo, El ensayador).

«Que en los cuerpos externos, para excitar en nosotros los sabores, los olores y los
sonidos, se requiera otra cosa que la magnitud, la figura y multitud, y los movimientos
lentos o veloces, yo no lo creo; y pienso que, suprimidos los oídos, la lengua y la nariz,
quedan, sí, las figuras, los números y los movimientos, pero no los olores, ni los
sabores, ni los sonidos, los cuales, fuera del animal viviente, no creo que sean otra cosa
que nombres, lo mismo que no son más que nombres las cosquillas y la titilación en los
sobacos y la piel en torno a la nariz» (Galileo, El ensayador).

«Volviendo a mi primer propósito en este lugar, una vez que hemos visto cómo muchas
afecciones de las que se piensa que son cualidades que residen en los sujetos externos
no tienen verdaderamente más existencia que en nosotros, y fuera de nosotros no son
más que nombres, digo que me siento muy inclinado a creer que el calor es de esa clase,
y que aquellas materias que producen en nosotros y nos hacen sentir el calor, a las
cuales damos el nombre general de fuego, son una multitud de corpúsculos mínimos,
con tal o cual figura, movidos con tanta velocidad, los cuales, al dar contra nuestro
cuerpo, lo penetran con suma sutileza, de suerte que el hecho de tocar con ellos,
originado en su paso a nuestra sustancia y sentido por nosotros, es la afección que
nosotros llamamos calor, agradable o desagradable, según la multitud y velocidad
mayor o menor que estos corpúsculos mínimos que lo van presionando y penetrando»
(Galileo, El ensayador).

***

«Lo artificial no difiere de lo natural por su forma o esencia (…) ni importa, con tal de
que las cosas estén dispuestas para producir un efecto, que éste resulte producido por
medios humanos o de otra manera» (Bacon).

«En lo que respecta a las cosas naturales, las investigamos del mismo modo que
investigamos las cosas que hemos hecho nosotros mismos» (Gassendi).

«No hay diferencia entre las máquinas que construyen los artesanos y los cuerpos
diversos que sólo la naturaleza compone» (Descartes).

«Es seguro que no hay reglas en mecánica que no se cumplan en física, de la cual la
mecánica es una parteo un caso particular (de modo que todo lo que es artificial es
también natural); pues no es menos natural que un reloj, que está compuesto del número
necesario de ruedas, indique las horas, que un árbol que ha crecido de una u otra
semilla, produzca un fruto particular» (Descartes).

***

«Estoy muy ocupado con la investigación de las causas físicas. Mi objetivo en este
aspecto es mostrar que la máquina del universo no es similar a un ser animado divino,
sino a un reloj» (Kepler).
«Vemos que los relojes (…) y otras máquinas de este tipo, aunque han sido construidas
por el hombre, no carecen, por ello, del poder de moverse por sí mismas de maneras
diversas» (Descartes).

La naturaleza es «como si dijéramos un gran reloj [como el de la catedral de


Estrasburgo] (…). Las diversas piezas que forman esta curiosa máquina están tan bien
montadas y adaptadas entre sí, y tienen tales movimientos que, aunque las numerosas
ruedas y otros mecanismos se mueven de maneras distintas, lo hacen sin nada parecido
al conocimiento o designio; sin embargo, cada pieza realiza su cometido de acuerdo con
el fin para el que fue ideada, tan regular y uniformemente como si lo hiciera
deliberadamente y con la preocupación de cumplir con su deber» (Boyle).

***

«Si tuviéramos la vista lo suficientemente aguda, o microscopios muy perfectos, lo cual


me temo que es más un deseo que una esperanza, nuestro sentido así perfeccionado
podría discernir (…) los tamaños, formas y situaciones de los cuerpos extremadamente
pequeños» (Boyle).

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