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“Terapia Gestáltica”
Cap. 4: “Las transacciones de la resistencia”

El sujeto encauza su energía para establecer un contacto satisfactorio con el ambiente, o


se resiste al contacto. Si siente que sus esfuerzos van a dar fruto enfrentará el medio con
confianza, pero si los esfuerzos no rinden aparecen “sentimientos turbados”: ira,
confusión, fastidio, etc. Entonces, derivará la energía de modo que se reduzcan las
posibilidades de una interacción plena de contacto con el ambiente. Esta interacción
desviada adopta derroteros específicos que colorearán el estilo de vida personal según la
predominancia de canales accesibles. Hay cinco canales de interacción resistente (cada
uno con un estilo expresivo particular):
- Introyección
- Proyección
- Retroflexión
- Deflexión
- Confluencia
INTROYECCIÓN
El introyector invierte su energía en incorporar pasivamente lo que el medio le
proporciona, apenas se molesta en aclarar necesidades/preferencias porque él tiene una
actitud poco discriminativa o porque el medio es totalmente benigno. “Toma las cosas
como vienen”
La introyección es el modo genérico de interacción entre el individuo y su ambiente. El
bebé acepta cualquier cosa no nociva, acepta el alimento en la forma en que se lo
ofrecen, o lo escupe. Solo desde que mastica aprende a reestructurar lo que ingiere, pero
antes traga confiadamente todo lo que se proporciona alimentos e impresiones acerca de
la naturaleza de su mundo. De esta necesidad inicial de tomar las cosas como vienen, o
desembarazarse de ellas cada vez que puede, deriva su notoria necesidad de confiar en
el medio: si el medio es confiable el material que ingrese en el organismo infantil
(alimento – trato personal) será nutritivo y asimilable. También los “deberías” empiezan
temprano y no tienen mucha congruencia con lo que el niño siente que “debe hacer” por
sus necesidades (ejemplo ensuciarse). Los juicios de las autoridades externas prevalecen
y disminuyen la confianza del niño. La entidad extraña rige al sujeto, quien se frustra cada
vez que su sistema de valores resulta incompatible con sus necesidades presentes. El
niño aprende absorbiendo lo que hay en tanto, por ejemplo: camina igual que su padre sin
siquiera imitarlo.
Pero, aprender exclusivamente mediante la introyección exigiría en ambiente óptimo e
invariablemente ajustado a las necesidades del individuo. Cuando este ajuste perfecto
falla el individuo tiene que seleccionar aquello que “quiere” y con lo cual esta dispuesto a
identificarse, pero además debe resistir las presiones e inferencias que “no quiere” y que
a pesar suyo seguirán ejerciéndose sobre él. Aquí empieza la lucha. A ciertas edades (por
ejemplo los dos años en la adolescencia) el conflicto cobra una intensidad crítica, las
incursiones del mundo exterior resultan dolorosas, y el sujeto sacrifica la prudencia con tal
de afirmar el dominio de su propio sistema de elecciones: “yo estoy primero y mi bienestar
después”. Por eso a los dos años opone a todo un “no “, y en la adolescencia preferiría
que lo expulsen de la escuela antes que someterse a imposiciones ajenas.
El atractivo primario del proceso de introyección (que es imprescindible como proceso)
explica que cueste tanto renunciar a la introyección, aún después que aparecen otras
formas de aprendizaje que la superan en importancia. Las discriminaciones entre las
corrientes nocivas y las saludables que entran en el sujeto se van haciendo más seguras.
Aparecen las elecciones y en el proceso de elegir se incorporan valores y estilos
personales. Aumenta el poder de reestructurar lo que existe. Así el individuo se va
capacitando para acordar la experiencia a sus necesidades y crea lo que necesita en vez
de limitarse a aceptar o rechazar.
El movimiento que va de la temprana discriminación reactiva a la discriminación creativa
está representado por la aparición de la masticación – prototipo de la actividad que hace
asimilable el mundo a las propias necesidades (si originariamente no lo era). Pero aquí
también empieza el inevitable conflicto que dura mientras uno vive: entre tomar la vida al
como es o cambiarla.
La tarea primordial para deshacer la introyección consiste en establecer dentro del
individuo un sentido de las elecciones que le son accesibles, y su capacidad de
diferenciar el “yo” del “tú”. Como ejemplo de procedimiento, hay que hacerle formar pares
de oraciones referentes a sí mismo y al terapeuta, empleando como sujetos los
pronombres “yo” y “usted”. Luego, hay que sondear cuantas representan juicios
personales espigados de su propia experiencia y cuantos son meras repeticiones de
prejuicios recibidos de otras personas en el curso de su vida. La oraciones pueden
comenzar así: “yo creo que..”
Cualquier experiencia que intensifique en el paciente el sentido del yo es un paso
fundamental para deshacer la introyección. Es que el introyector minimiza la diferencia
entre lo que se traga entero y lo que verdaderamente querría si se permitiera
discriminarlo. Neutraliza así su propia existencia y evita la agresividad que se requiere
para desestructurar lo que existe.
La importancia de la forma en que el sujeto se relaciona con las diferencias o con la
novedad fue reconocida por Allport, quien describió los estilos perceptuales en términos
de “Agudización” (los agudizadores recuerdan y exageran las diferencias entre lo que
preveían que iba a ocurrir y lo que en verdad experimentan, distinguen entre lo familiar y
lo desconocido con mucha agudeza) o “nivelación” ( los niveladores aminoran las
diferencias, atenuando los aspectos descollantes, los nuevos aprendizajes no tienen
novedad, y no tienen que esforzarse mucho para retenerlos).
La tríada constituida por la impaciencia, la pereza y la voracidad, opone numerosos
impedimentos para elaborar lo que se introyecta (impedimentos para masticar, en sentido
real o figurado). No tolerar la diferencia inevitable es no tolerar la agresión requerida para
alterar las diferencias. La impaciencia por engullir algo rápidamente, la pereza cuando hay
que esforzarse mucho para deglutirlo, la voracidad por tener lo más posible y lo más
pronto posible: todas estas tendencias conducen a la introyección.
El introyector quiere que le den de comer en la boca, cae en el símbolo, la explicación
simplista, el truco publicitario, la elección fácil de repetir obsesivamente.
Cuando en el curso de la terapia el introyector moviliza su agresión y su crítica, entra en
resonancia con su amargura acumulada, por haber “tragado” lo que no era conveniente
para él, y se encuentra así en la posición de víctima (propia de la gente que ha sido
invadida).
No es lo mismo amargura que agresión: La amargura se conforma con justificarse a sí
misma. La agresión pretende cambiar algo. Al principio los cambios suelen ser inciertos,
porque cuando el sujeto todavía no sabe lo que quiere, no sabe lo que no quiere y
necesita desembarazarse de ello. Cuando la vitalidad está restaurada, aparece la
dirección del cambio.
Pese a todo, la energía debe ser liberada. La rebelión es necesaria para deshacer la
introyección (igual que el vomito).
Descubrir que “lo dado” no está dado en absoluto es la experiencia dramática que vive el
que recupera la autodirección y ya no da por sentada su existencia, sino que la crea
constantemente.
PROYECCIÓN
El proyector rechaza algunos aspectos de sí mismo, adscribiéndolos al ambiente porque
no puede aceptar sus propios actos o sentimientos, porque no debería actuar o sentir así.
El “no debería” es el introyecto básico que rotula su acto o sentimiento como inadmisible.
Para resolver este dilema el sujeto no reconoce su culpa y la achaca a cualquiera menos
a sí mismo. Resultado: la escisión clásica entre sus características reales y lo que sabe
de ellas. En cambo tiene aguda conciencia de estas características en los demás. A
diferencia del introyector (quien renuncia a su sentido de identidad), el proyector
desperdiga su sentido de identidad y devolverle los fragmentos de su identidad dispersa
es la piedra angular del proceso de elaboración.
La técnica terapéutica se apoya en la creencia de que nosotros mismos creamos nuestra
propia vida, y que al reconocer como propias nuestras creaciones cobramos coraje para
cambiar nuestro mundo.
Cuando las proyecciones se han consolidado en autoapoyo paranoide, las dificultades
aumentan, porque el proyector siente que cualquiera que no está a favor está en su
contra, y se opone a toda sugestión de reasumir sus propias características con una
violencia tan desesperada que puede dejar al terapeuta imposibilitado de actuar. En este
punto resulta indispensable la confianza, porque si este da un solo paso en falso en el
camino de restaurar la autoconciencia del paciente, parecerá plegarse al enemigo. En
tales circunstancias (sea cual fuere la verdad) el paciente requiere que se tenga en cuenta
su punto de vista, de lo contrario, aparece la resistencia. La reapropiación del material
proyectado no se efectúa si falta (o no se siente) apoyo real.
La proyección no rehúye invariablemente el contacto.
La capacidad de proyectar es una reacción natural del hombre: para extrapolar lo que uno
sabe o intuye, acerca de sí mismo como igualmente válido para los demás, es un
testimonio de la reciprocidad humana. Nos permite saber lo que significa la timidez, la
excitación sexual, etc. Que pueden observarse en otra persona.

RETROFLEXIÓN
El retroflector abandona toda tentativa de influir sobre el medio, convirtiéndose en una
unidad aislada y autosuficiente, reinvirtiendo su energía en un sistema interpersonal e
imponiendo severas restricciones al tráfico entre el ambiente y él. El sujeto vuelve contra
si mismo lo que querría hacerle a otros, o se hace a sí mismo lo que querría que otro le
hiciera.
La retroflexión pone de relieve la capacidad esencial del hombre de desdoblarse en un
observador y un observado, y en uno que hace y uno que es hecho. Este poder tiene
diversas manifestaciones: el hombre habla consigo mismo, su sentido del humor atestigua
también la escisión (porque significa que puede aislarse y apreciar la incongruencia o el
absurdo de su conducta), su sentido de vergüenza o de culpa supone la perspectiva del
que se observa y se juzga a sí mismo.
Así, la dolorosa capacidad del hombre de ser su propio juez enficiona su vida entera.
En su mejor aspecto la retroflexión sirve para autorectificarse. Pero se vuelve
caracterológica cuando se convierte en una paralización crónica de las energías que se
contraponen dentro del individuo. Entonces la suspensión de la actividad espontánea
(saludable si es temporaria) se petrifica en helada resignación. Se pierde así el ritmo
natural entre la espontaneidad y la autobservación, y el hombre queda interiormente
dividido en fuerzas que lo inhiben, bloqueando sus salidas al mundo.
Pensar es un proceso retroflexivo, un modo sutil de conversar con uno mismo. Tiene
cualidades disruptivas (interfiere la acción o la pospone) el pensamiento es un medio
valioso para orientar al individuo en todos los asuntos de su vida que son demasiado
complejos para quedar liberados a la decisión espontánea.
En la retroflexión la escisión suele causar abrasión interna y estrés, porque permanece
autocontenida y no se convierte en la actividad necesaria El movimiento hacia el
desarrollo consistiría en redirigir la energía para que se abra la lucha interna.
La menta perseguida es que el sujeto tienda al contacto con la realidad (luego de la
elaboración de dicha lucha). Es que el impulso a ponerse en contacto con los demás está
encubierto por lo que hay que redinamizar la interacción dentro del yo escindido
haciéndola consciente.
La observación del comportamiento físico del sujeto permite identificar donde se está
liberando la batalla (examen de actitudes, gestos o ademanes, permite ver la lucha por el
control de su cuerpo). Quizás el campo de batalla de otra persona este centrado en la
prohibición de hacer comentarios mordaces, hirientes, hostiles (ejemplo), se observará su
tensión y rigidez de la mandíbula inmóvil, en guardia contra la expresión de cólera.
Las resistencias a liberar la actividad retroflexionada se presentan en dos niveles de
toxicidad. En el nivel más moderado el individuo hace lo que necesita para sí, por ej. Si es
cariñoso se mima, se encierra en su propio abrazo, etc., se proporciona en parte la tibieza
y el contacto que necesita de otra persona. En un segundo nivel esta atención interna de
sus necesidades es mínima, porque ha llegado a sentirse a sí mismo como intocable y ni
siquiera puede autogratificarse (Ej. Se sienta tieso en la silla, se seca expeditivamente
después de bañarse).
De ahí que cuando se trata de deshacer el proceso retroflexivo, una etapa inicial de
relajación de la musculatura puede mover al sujeto hacia sí mismo, y no hacia otros. Todo
movimiento que corta la paralización y restituye energía vital al sistema promueve la
restauración eventual de contacto con el mundo exterior (aunque en principio esté dirigido
a uno mismo).
Todas estas cosa empezaron como controles conscientes. El niño tentado por el dese de
tocar lo prohibido mira el objeto y se ejercita en decirse “no, no, no” a sí mismo, como si
fuera su propio padre. Más adelante, este “no” queda incrustado y olvidado, pero no
escondido, porque el cuerpo tiene muchas maneras de registrar ese mensaje olvidado:
nudos en el estómago, espaldas tiesas, etc.
Lo que se necesita para deshacer la retroflexión es volver a la autoconciencia que
acompaño sus comienzos. El sujeto debe darse cuenta de su forma de sentarse, abrazar,
etc. Cuando sepa lo que está pasando en su interior, su energía movilizada podrá buscar
salida en la fantasía o acción.

DEFLEXIÓN
Es una maniobra tendiente a enfriar el contacto real con otra persona. Le quita calor al
diálogo mediante el circunloquio y la verborrea, tomando a risa lo que se dice, evitando
mirar al interlocutor, hablando abstractamente, hablar del pasado, etc.
Aunque la deflexión es autolimitadora puede resultar útil, ej.: el lenguaje de la diplomacia
es hábil para sortear la expresión insidiosa y el agravio. Pero el conflicto empieza cuando
el sujeto se habitúa a la deflexión o la usa con escaso descernimiento. Así, el deflexor no
cosecha frutos de su actividad, “no pasa nada”. Aunque hable, se siente incomprendido,
su incapacidad de llegar al interlocutor malogra el mensaje.

CONFLUENCIA
Característica de aquellos que prefieren limar asperezas. Es una medida paliativa por la
que uno se compromete mediante un convenio superficial, a no tumbar el bote. Falta aquí
el sentido profundo del otro que el sujeto conserva en el contacto genuino. La confluencia
es base precaria para una relación. Dos individuos cualquiera no pueden tener
exactamente la misma mentalidad, pero un individuo puede optar por allanar diferencias
para no apartarse del camino, pero renunciando al estilo personal. Esto lo llevará a la
frustración y al agotamiento. Ej: la esposa que se lamenta “no se porqué me abandonó si
jamás tuvimos una pelea” eso sugiere una relación frágil. Porque la continuidad no es una
armonía ininterrumpida, sino que está mechada ocasionalmente por la discordia.
Dos clases de las relaciones confluentes perturbadas son los sentimientos de culpa o
rencor. Ej. Si una de las partes advierte que ha violado la confluencia, se siente obligada a
disculparse, quizás ignore porqué, pero tiene la sensación de haber delinquido. Tal vez
solicite el castigo, tal vez lo busque, tal vez se lo imponga (mediante una conducta
retroflexiva). La parte contraria (la que se siente víctima) experimenta una virtuosa
resignación y resentimiento. Esta lastimada y ofendida, la han traicionado, y tiene que
obtener algo del ofensor. Exige que aquel se disculpe. Esta parte también puede
retroflexionar para procurarse algo de lo que quiere del otro.
Otra posibilidad es que el individuo trate de hacer contactos de confluencia con la
sociedad, pero como la sociedad no reconoce estos convenios también en este caso está
destinado a la insatisfacción y resentimiento. Es que no hay compensación intrínseca en
lo que hace ya que sus actos están determinados por otros ser desconocido. No hace las
cosas porque le guste, sino que se preocupa más en averiguar si les gusta a los otros. Y
cuando la recompensa no llega en medida satisfactoria, se lamenta, se resiente y dice “la
gente no se merece nada”. O quizás se miente a sí mismo y piensa “si no hubiera hecho
tal cosa hubiera triunfado”. (Supone que la sociedad aceptó el convenio y que fue él quien
no cumplió las condiciones).
Los antídotos de la confluencia son el contacto, la diferenciación y la enunciación clara. El
sujeto debe empezar a experimentar las elecciones, necesidades y sentimientos que son
exclusivamente suyos, y que no tienen porqué coincidir con los de otras personas. Debe
aprender que puede afrontar el terror de separarse de esas personas y seguir vivo.
Preguntas como ¿Qué siente usted ahora? ¿Qué desea? Pueden centrar al sujeto en sus
propias direcciones. Familiarizándose con las sensaciones resultantes de esas preguntas,
evitará frustrarse a raíz de la no convergencia de sus necesidades y las de los demás.
Manifestando en voz alta sus expectativas (primero al terapeuta y luego a la persona de
quien espera satisfacción) puede dar los primeros pasos para sortear las tentativas
solapadas de relaciones confluentes.
Atendiendo a sus propias necesidades y enunciándolas con claridad, uno descubre cuales
son sus direcciones personales exclusivas y puede obtener lo que desea. Como él mismo
fija sus objetivos, no se traba y conserva toda su libertad para cambiar y moverse,
adaptándose flexiblemente a sus experiencias en el momento presente en vez de vivir de
acuerdo con un “convenio firmado tiempo atrás”.

Cap.5: La frontera del contacto


Nuestro sentido de unión depende de un acrecentado sentido de separatividad. La función
que sintetiza la necesidad de unión y de separación es el contacto. A través del contacto
cada persona tiene oportunidad de encontrarse con el mundo exterior.
Contacto
No es mero acoplamiento o espíritu gregario. Sólo puede existir entre seres separados,
que siempre necesitan independencia y siempre se arriesgan a quedar cautivos de la
unión. En el momento de la unión, el sentido de la propia personalidad es arrastrado a
una creación nueva. Yo no soy ya solamente yo, sino que yo y tú somos ahora nosotros.
Aunque lleguemos a ser nosotros nominalmente, nos jugamos nuestras identidades
respectivas: tú o yo podemos disolvernos. Sin embargo, solo a través de la función de
contacto pueden lograr completo desarrollo nuestras identidades.
Perls, Hefferline y Goodman desciben el contacto: “un organismo vive en su medio
manteniendo sus diferencias. En la frontera es donde se superan los obstáculos, y se
selecciona y apropia lo asimilable. Lo seleccionado y asimilado es siempre nuevo, el
organismo subsiste asimilando lo nuevo, mediante el cambio y el desarrollo.
Primordialmente el contacto es la Cc de las novedades asimilables y el comportamiento
correspondiente hacia ellas, y el rechazo de la novedad inamisible, lo que invade, lo que
se mantienen siempre igual o lo indiferente, no es objeto de contacto”.
El contacto es el medio de cambiar uno mismo y la experiencia que uno tiene del mundo.
El cambio es producto forzoso del contacto, ya que apropiarse la novedad asimilable o
rechazar la inasimilable conduce inevitablemente a cambiar. El contacto es implícitamente
incompatible con el hecho de seguir siempre igual. No es necesario que uno se proponga
cambiar a través de él, porque el cambio se produce de todos modos.
El contacto es una cualidad de la que a menudo no tenemos Cc. Las funciones
sensoriales y motoras son resortes potenciales para establecerlo, así como un todo es
más que la mera suma de sus partes, el contacto es más que la suma de todas las
funciones posibles que intervienen en él. El mero hecho de ver o de oír no es garantía de
buen contacto: lo que determina que este se logre cómo se ve o se oye. El contacto se
extiende a la interacción con las cosas inanimadas: mirar un árbol por ejemplo, es una
forma de contacto, tb se puede entablar con recuerdos e imágenes.
Perls subraya l naturaleza dualista de la función de contacto: “cuando surge a la vida una
frontera se la siente como contacto y como aislamiento”. Los mismos autores antes
citados dicen: “más que una parte del organismo, la frontera del contacto es
esencialmente el órgano de una relación particular entre el organismo y el ambiente.” Es
el punto en que uno experimenta el yo en relación con lo que no es el yo, y a través de
este contacto ambos se experimentan más claramente. Perls: “las fronteras, los lugares
de contacto, constituyen el ego. Sólo donde y cuando se encuentra el sí mismo con lo que
es ajeno a él empieza a funcionar el ego, surge a la vida y demarca la frontera entre el
campo personal y el impersonal”.
El contacto supone no sólo un sentido del propio yo, sino a demás el sentido de cuanto
afecte esa frontera, amenazándola o incorporándose a ella.
El albedrío surge y engendra vida en el contacto real, que sin embargo entraña un grave
riesgo para la identidad y la separatividad.
Dada la posición central que asigna al contacto la gestalt descartó el concepto
psicoanalítico de la transferencia a cuya luz muchas interacciones de la terapia se
consideraban meras distorsiones resultantes de vivir en el pasado y carentes de toda
validez actual. Si el paciente ve a su terapeuta como un personaje apático, algunas veces
será por distorsionar la realidad, pero aunque haya distorsión, no cabe atribuirla
fundamentalmente a la transferencia de una relación anterior. Otras veces resultará que
ha visto la situación con lucidez, que él es bastante latoso y su terapeuta un antipático.
Un aspecto especial del contacto deriva de la posibilidad de tenerlo con uno mismo. Esto
no contradice lo anterior, al definirlo como la función de encuentro entre el yo y lo que no
es el yo. El contacto interno puede ocurrir debido a la capacidad del hombre de
desdoblarse en un observador y un observado. La posibilidad de emplear esta dicotomía
en pro del crecimiento es inherente a gran parte del autoexamen. Pero esta escisión
también suele ser perturbadora y desviar reflexivamente hacia adentro el curso de la
conciencia, en vez de dejarlo fluir hacia un foco exterior pertinente.
El proceso especial que permite al sujeto tomar contacto consigo mismo puede
permanecer orientado únicamente a su propio crecimiento, autoconocimiento, o puede
servir de trampolín para sostener el desarrollo de la función de contacto con otra persona.
Fronteras del yo
El contacto es una relación dinámica que sólo ocurre en la frontera de dos figuras de
interés, ambas diferenciadas. Cada una de estas dos tiene un sentimiento de limitación de
lo contrario no podrían llegar a ser figuras ni entrar en contacto.
La frontera del ser humano (del yo) está determinada por toda la gama de sus
experiencias en la vida, y por las aptitudes que haya adquirido para asimilar experiencias
nuevas o intensificadas. Esta frontera delimita en cada persona la capacidad de contacto
que considera admisible. Comprende fronteras de contacto y define los actos, las ideas, la
gente, los valores, los escenarios, las imágenes, los recuerdos y todo aquello que una
persona quiere elegir en un compromiso con el mundo exterior y con las reverberaciones
posibles de ese compromiso dentro de sí mismo.
Dentro de la frontera del yo el contacto puede efectuarse con comodidad y soltura,
dejando un grato sentido de satisfacción y crecimiento. En la frontera misma el contacto
se hace más riesgoso y la probabilidad de gratificación menos cierta. Traspuesta la
frontera del yo el contacto se vuelve casi imposible.
La selectividad para el contacto determinada por la frontera del yo gobernará el estilo de
vida de un individuo, la forma en que una persona bloquea o permite la conciencia, y la
actividad en la frontera de contacto es su forma de mantener el sentido de sus propios
límites.
La frontera del yo no está rígidamente prefijada, pero la medida individual de su
expansividad o contractilidad es muy variable.
Cuando se han fijado rígidamente los límites, la expansión de la frontera del yo se
experimenta como una amenaza de sobrecarga psíquica: el individuo cree que estallará,
sofocado por un exceso de sensaciones y emociones. Pero tb teme la retracción de esa
frontera por que lo asusta sentirse vacío, consumido, o debilitado ante la presión
avasalladora del exterior. Lo que le da miedo en uno y otro caso es la ruptura de la
frontera habitual.
Si la ruptura es grave, puede sentir que su existencia misma está en peligro, y la alarma
despertará entonces su función de emergencia. Esta función incluye tanto el estallido de
la emoción violenta como su antítesis, la represión que se traduce en angustia. Lo
paradójico es que la amenaza con la frontera del yo provoca en el sujeto reacciones de
emergencia destinadas a defenderla pero que suelen estar del otro lado de esa frontera.
La angustia originada por la necesidad de sofocar la emoción se experimenta como
inhibidora, y suele producir a su vez incapacidad para concentrarse, ineficiencia e
incertidumbre y aun otras consecuencias más graves como la psicosis o el suicidio.
Para la mayoría de las personas el bueno contacto continuado es una cuestión de flujo y
reflujo, una relación sutil entre la energía del agente y la del receptor.
De ahí que carguemos el acento en el poder del individuo para crear su propia vida,
entendiendo que este poder incluye la facultad de reconocer la conveniencia o
inconveniencia de su ambiente.
La experiencia de la frontera del yo puede describirse desde varios puntos de vista:
- Fronteras del cuerpo: la gente suele proceder con un extraño favoritismo con lo
que respecta a su cuerpo. Restringe o bloquea la percepción de determinadas
partes o funciones, sustrayéndolas al sentido que tiene de sí misma. Pero como es
prácticamente imposible tomar contacto con lo que está más allá de la frontera del
yo, la consecuencia es que el sujeto queda desconectado de importantes partes
suyas.
- Fronteras de los valores
- Fronteras de la familiaridad: algunas personas en cambio les inspira terror y
hacen que prefieran reducirse a funcionar en ambientes que los limitan, pero que
le son familiares. Un cambio de empleo, o de personas significativas en su vida, o
de relación con estas personas, son para tales sujetos transmisiones
extremadamente difíciles.
El temor a lo desconocido no es lo único que delimita nuestras fronteras de la
familiaridad. La vida apenas nos da ocasión de experimentar una pequeña parte
de lo posible, los limites de espacio o tiempo restringen el contacto con lo nuevo, o
desacostumbrado. Pero la frontera que fijamos para deslindar nuestro yo de lo
desconocido, cuyo contacto rechazamos, aunque tengamos ocasión de entablarlo,
es un límite que nos imponemos nosotros mismos.
Una de las dificultades para salir de lo desconocido es la tentación de poner fin a
todo el drama del cambio sin dar tiempo a que maduren sus atractivos.
- Fronteras expresivas: los tabúes con el comportamiento expresivo empiezan
temprano, y así se van trazando las fronteras. Lo que comenzó en la infancia
continúa mientras crecemos, sólo que más sutilmente, nos hacemos más
inclusivos y hasta encontramos situaciones nuevas a las que podemos aplicar las
prohibiciones originarias.
Empujar más allá de las fronteras que fijamos para nosotros mismos causa temor,
nos hace sentir amenazada nuestra identidad, ya que inevitablemente perdemos la
que tuvimos en otro tiempo. Necesitamos descubrir nuestra identidad en
evolución. El yo no es una estructura es un proceso. En el acto de desmantelar
antiguas fronteras expresivas se puede avanzar hacia un sentido ensanchado de
uno mismo.
- Fronteras de exposición: hay una estrecha interrelación entre las diferentes
formas de fronteras del yo. Lo que empieza como una repugnancia a expresarse
puede hacerse tan habitual que aunque desaparezca el tabú expresivo, la frontera
de la familiaridad lo sustituya y continúe. La frontera de la exposición tb comparte
con todas las otras una base común, pero aquí se trata de una renuencia
específica a ser observado o reconocido. Exponerse, ya sea a los elementos de la
naturaleza, ya al desdén o a las exigencias de los demás, siempre es peligroso.
La necesidad de elaborar los propios problemas siguiendo el propio ritmo y en un
terreno determinado por elección propia debe ser respetada. Pero cuando una
persona consigue aceptarse a sí misma en sus diferencias manifiestas, su
preocupación de exponerse ante los demás disminuye.
Otro elemento vinculado al desarrollo de la frontera de la exposición es la
influencia del exhibicionismo en el crecimiento personal. Cuatro tipos de expresión:
bloqueada, inhibida, exhibicionista, y espontánea. Las dos primeras etapas son no
expresivas. En la etapa del bloqueo, el sujeto ni siquiera sabe que quiere expresar,
en la etapa de la inhibición lo sabe, pero no lo expresa. Llega a la etapa tercera o
exhibicionista cuando expresa lo que quiere, aunque no ha integrado del todo la
expresión en su sistema. Alcanza la etapa espontánea cuando expresa lo que
quiere, comprometiéndose en la expresión, que es compatible con sus deseos y
está asimilada a ellos.
En la etapa exhibicionista es donde la expresión puede parecer torpe e
inauténtica, a pesar de todo esta etapa es necesaria e inevitable, porque la
persona que está aprendiendo expresiones nuevas no puede diferir su ensayo
hasta asimilaras por completo.
El proceso de la terapia en cuanto estimula los comportamientos nuevos, fomenta
el exhibicionismo, pero por otra parte lo condena, al cargar el acento en la
autenticidad. Cierta disposición a aceptar los momentos inauténticos y torpes es
indispensable para el crecimiento. Estos momentos no son más que una parte en
el proceso de expandir las fronteras del yo y no su completo desarrollo.

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