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GONZALO ARANGO O LA PRIMACÍA DE LA NADA

Por Lina Alonso Castillo

Mi obra es mi vida, lo demás son papelitos


Darío Lemos

Vuelve al ruedo la tercera reedición de la “Obra Negra”, pieza polémica, icónica para
algunos, pero íntegra en definitiva de Gonzalo Arango. La primera edición del año
1974 trabajada en Buenos Aires estaría seguida de la edición bogotana de 1993 con la
diferencia que esta tercera inauguraría en Medellín la biblioteca homónima del autor a
cargo del Fondo Editorial universidad EAFIT y la corporación Otraparte. Este último
trabajo recopila los textos más representativos del fundador del movimiento que se
aseguraría un espacio en la literatura colombiana más por su estruendo mediático y
por el escándalo continuo de sus consignas en una sociedad tajantemente católica a
mediados del siglo veinte.

El Nadaísmo hizo honor a su nombre y ese fue su legado: nada (y no es la Nada


libertaria de Sergio Givone). Pero cuidado es una nada de muchos adeptos, muchos
lectores y de una infatigable juventud literaria. Aunque algunos seudo- movimientos
literarios hagan de las suyas con la misma ingenua performatividad para atacar este
movimiento, siguen incurriendo en el mismo discurso de no concretar algo “porque no
llegar es también el cumplimiento de un destino”. De estética fragmentaria o de varias
caras por decirlo mejor, el Nadaísmo tuvo su baluarte en Arango y ahora celebramos,
me incluyo, que la palabra del “profeta” no se desvincule de la historia intelectual
colombiana como no se debería desvincular la de ningún autor.

Sin la capacidad de elaborar y proponer reflexiones dinámicas en el albor de los años


que dejaron nombres como Raúl Gómez Játtin, Germán Espinosa, R.H Moreno Durán
(de quien recomiendo novela “póstuma” El hombre que soñaba películas en blanco y
negro) o el mismo Héctor Rojas Herazo quien del nadaísmo afirmaba “Lo importante
de esta juventud es su asumimiento, su virilidad para padecer en carne propia un
pecado que pertenece a las anteriores generaciones”, Los Nadaístas retumbaron por
su pertinente energía de recordar el vacío que dejan las instituciones al hombre
desamparado en todos los tiempos, fueron performáticos y ruidosos como ningúna
otra generación.

Sin ánimo de incurrir en una contra reseña o en una ofensa, sobre todo en este país
donde se ha acostumbrado a ver el desacuerdo en la opinión o la discrepancia en el
gusto como una forma de ataque y no como una alternativa, quiero iniciar con la
propuesta de volver a la obra de Arango no como una gran poeta , ni un gran escritor
sino como documento de memoria y como estandarte de una generación que
respondió a la situación desde la tribuna literaria blandiendo la palabra y el ánimo
vital que encerraba para ellos la década de los sesenta y la apertura experimental que
involucró en sus líneas una sociedad ad portas de la siempre proclamada revolución
cultural. Volvamos a la palabra de gonzaloarango por permitirnos entender un poco
más de un periodo de álgida actividad literaria.

“¿Por qué hay cosas y no más bien Nada?”

No, no me gusta la poesía de Gonzalo Arango ni mucho menos su voz aguda leyendo
sus propios textos y aún así me encantó, hace unos años, encontrarlo en la librería
Merlín, escucharlo y leerlo fue para mi y para algunos amigos con los que cursábamos
el último año escolar una gran hazaña; nosotros que de un colegio católico tuvimos
que aguantar el mismo peso de la figura eclesiástica en nuestra educación vimos en
Los Nadaístas una fuerte respuesta a nuestro deseo, a nuestras ansias por transformar
como si de alquimia habláramos nuestra conciencia en algo superior a la palabra a la
que nos habían acostumbrado, a la servidumbre espiritual en la que nos estaban
cebando ideologías ajenas a nuestra propia voz. Luego llegarían otros autores y otras
lecturas y aun así tengo el recuerdo de ese primer encuentro, luego ese mismo
prosaísmo de panfleto político vendría a exasperarme, no importa.

La batalla a cargo del autoproclamado “Profeta de la Oscuridad Nueva” se vendió a la


juventud como una suerte de existencialismo criollo, como una metafísica colombiana
hija del aguardiente y una actitud de poeta maldito de fonda. Cuando el naufragio
moral comenzaba a expandirse conforme las experiencias sociales se expandían en los
pequeños grupos de escritores y artistas llegaba un grupo de muchachos con su
afrenta y sus quebrantos, con su “sean crueles y sádicos, insulten a la belleza,
vomítense en lo sagrado, ríanse de todo y todos” creyendo novedad en ello. Fue ahí
donde la figura de Arango se erigió como vívida muestra del escritor que hace de su
vida el escenario de sus proclamas, la naturalización del gesto y de su búsqueda en el
lenguaje, el ataque constante a los nombres y las grandes imágenes que cada época
impone como autoridad o tótem, Arango recordaría que para el nadaísta siempre el
orden debía ser desacreditado y la nueva religión habría de ser la irreverencia, fue
Arango el líder, su leyenda.

Ahora, la prosa que discurre por todo el libro no es de carácter privativamente poético
ni representa un trabajo de alta elaboración lírica. De tinta siempre agónica, la
cercanía de este movimiento más a los político que a lo poético se hizo explícita desde
un principio y aun así hay recordar las palabras de su fundador “Nos conservamos al
margen de la política para ser más revolucionarios...” sin embargo su política también
fue la de visibilizar muchos aspectos sociales en su literatura que antes pasaban por
censura. La catástrofe, la derrota y la desazón llegan hacer su propia y exacerbada
mitología en los textos de Arango, ya fuera en sus Prosas para leer en la silla eléctrica,
Ellos eran así o sus manifiestos siempre incendiarios y directos o en general en esa
nada ampulosa que crearon para sí.
No dejar una fe intacta ni un ídolo en su sitio

Los manifiestos, poemas, cuentos y cartas que componen el libro reconstruyen el


panorama que Arango había comenzado a bosquejar desde sus años de estudiante
hasta su metamorfosis en místico de dudosa procedencia. Cada uno de estos textos
prosaicos más que poéticos revelan la intención del autor por golpear la facción
intelectual de su natal Antioquia y del país en general, ya fuera por desde sus
reflexiones escritas o por sus espectáculos públicos.

No se puede negar que para las historiografías literarias colombianas el Nadaísmo


permite, a veces, realizar una transición entre las generaciones de Mito, Piedra y Cielo
a la posterior Generación sin nombre; es más el Nadaísmo pone en tela de juicio como
lo fue para Juan Gustavo Cobo Borda o para Armando Romero la existencia de una
vanguardia netamente colombiana. La pregunta por la existencia o inexistencia de las
vanguardias en la gran parroquia latinoamericana siempre colindó con los Camisas
Rojas precisamente por el influjo de sus lecturas y la forma de sus manifiestos, como si
no tuviésemos a Los Leopardos o Los Nuevos, en fin. El Comunismo, Jorge Eliécer
Gaitán, las lecturas de Sartre, Camus y el humanismo de tinte político o comprometido
como algunos prefieren nominar, fueron fuente de la que tomaron para modelar su
escritura. No obstante la vanguardia colombiana, creo, mucho antes ya se había
consolidado.

Arango promulgó y consolidó su credo en el Nadaísmo cuando el gobierno de Rojas


Pinilla había decidido dar inicio a la persecución de todo aquel que significara una
amenaza en su mandato, sobre todo después de la fallida Asamblea Nacional
Constituyente del año 1959, ahí la lucha se recrudecería. De ese periodo tenemos los
textos de pleno esplendor nadaísta, de ahí que la figura del caudillo político tengan en
gonzaloarango tanta repercusión; recomiendo la “Oración para Camilo Torres” o el
texto “Gaitán”.

Adiós al Nadaísmo

No estoy despachando el nombre de una generación ni socavando el esfuerzo de este


trabajo que en Abril de este mismo año ha visto la luz de librerías y lectores siempre
expectantes a las nuevas que los sobrevivientes del Nadaísmo ofrezcan; Adiós al
Nadaísmo se titula la última sección del libro y es por su carácter controversial y
definitivo que lo tomo para cerrar esta nota. Es aquí donde podemos ver la
transformación del Arango en el “mísitco” que tanto aborrecía por ser una figuración
de ídolo y seguidor de una religión; sus cartas y pequeñas prosas rememorando una
pasada gloria nadaísta también se encuentran en esta faceta. El accidente que acabó
con la vida del escritor en 1976 sólo abrió la puerta para que esta generación realzara
como nunca antes la importancia del movimiento y su líder; al fin y al cabo es lo
inevitable facineroso de lo trágico pero que ha permitido también que muchos
lectores tenga en su referente al escritor antioqueño.
Esperemos que la lectura o relectura de su obra, de esta su obra negra, siga
despertando en la juventud el ímpetu de cuestionar los estamentos que direccionan
las ideas de este tiempo y más si es desde la palabra, desde el lenguaje que permite al
hombre habitar grandes territorios de duda y siempre oportuna indagación.

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