Vuelve al ruedo la tercera reedición de la “Obra Negra”, pieza polémica, icónica para
algunos, pero íntegra en definitiva de Gonzalo Arango. La primera edición del año
1974 trabajada en Buenos Aires estaría seguida de la edición bogotana de 1993 con la
diferencia que esta tercera inauguraría en Medellín la biblioteca homónima del autor a
cargo del Fondo Editorial universidad EAFIT y la corporación Otraparte. Este último
trabajo recopila los textos más representativos del fundador del movimiento que se
aseguraría un espacio en la literatura colombiana más por su estruendo mediático y
por el escándalo continuo de sus consignas en una sociedad tajantemente católica a
mediados del siglo veinte.
Sin ánimo de incurrir en una contra reseña o en una ofensa, sobre todo en este país
donde se ha acostumbrado a ver el desacuerdo en la opinión o la discrepancia en el
gusto como una forma de ataque y no como una alternativa, quiero iniciar con la
propuesta de volver a la obra de Arango no como una gran poeta , ni un gran escritor
sino como documento de memoria y como estandarte de una generación que
respondió a la situación desde la tribuna literaria blandiendo la palabra y el ánimo
vital que encerraba para ellos la década de los sesenta y la apertura experimental que
involucró en sus líneas una sociedad ad portas de la siempre proclamada revolución
cultural. Volvamos a la palabra de gonzaloarango por permitirnos entender un poco
más de un periodo de álgida actividad literaria.
No, no me gusta la poesía de Gonzalo Arango ni mucho menos su voz aguda leyendo
sus propios textos y aún así me encantó, hace unos años, encontrarlo en la librería
Merlín, escucharlo y leerlo fue para mi y para algunos amigos con los que cursábamos
el último año escolar una gran hazaña; nosotros que de un colegio católico tuvimos
que aguantar el mismo peso de la figura eclesiástica en nuestra educación vimos en
Los Nadaístas una fuerte respuesta a nuestro deseo, a nuestras ansias por transformar
como si de alquimia habláramos nuestra conciencia en algo superior a la palabra a la
que nos habían acostumbrado, a la servidumbre espiritual en la que nos estaban
cebando ideologías ajenas a nuestra propia voz. Luego llegarían otros autores y otras
lecturas y aun así tengo el recuerdo de ese primer encuentro, luego ese mismo
prosaísmo de panfleto político vendría a exasperarme, no importa.
Ahora, la prosa que discurre por todo el libro no es de carácter privativamente poético
ni representa un trabajo de alta elaboración lírica. De tinta siempre agónica, la
cercanía de este movimiento más a los político que a lo poético se hizo explícita desde
un principio y aun así hay recordar las palabras de su fundador “Nos conservamos al
margen de la política para ser más revolucionarios...” sin embargo su política también
fue la de visibilizar muchos aspectos sociales en su literatura que antes pasaban por
censura. La catástrofe, la derrota y la desazón llegan hacer su propia y exacerbada
mitología en los textos de Arango, ya fuera en sus Prosas para leer en la silla eléctrica,
Ellos eran así o sus manifiestos siempre incendiarios y directos o en general en esa
nada ampulosa que crearon para sí.
No dejar una fe intacta ni un ídolo en su sitio
Adiós al Nadaísmo