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Rolando Astarita Teorías del valor: austriacos vs marxistas (3)

Teorías del valor: austriacos vs marxistas (3)

Es continuación de las partes uno y dos.


Valor y trabajo abstracto

Marx presenta la ley económica que gobierna los intercambios en un pasaje muy
conocido, en el que se pregunta qué es lo que tienen en común dos mercancías para que
puedan compararse cuantitativamente. Afirma que para comparar cuantitativamente,
tiene que encontrarse algo en común en las mercancías (es imposible comparar, por
ejemplo, el color amarillo con el logaritmo natural del número 37). Además, el elemento
en común que haga comparable a las mercancías debe ser determinable
cuantitativamente. Por eso, no puede tratarse de las características físicas, ya que éstas
no son reducibles a alguna proporción en común. Tampoco el valor de uso puede ser el
elemento común que haga comparable a las mercancías. Si, por ejemplo, la utilidad que
el productor A obtiene de Y es distinta de la que B obtiene de X, y si X e Y se
intercambian en la proporción de 1:1, la utilidad no puede ser el elemento en común que
se iguala en el intercambio.

Ahora bien, “si ponemos a un lado el valor de uso del cuerpo de las mercancías,
únicamente les restará una propiedad: ser productos del trabajo” (Marx, 1999, p. 46, t.
1). Sin embargo, no puede tratarse de los trabajos en tanto creadores de valores de uso,
dado que los mismos son idiosincŕaticos, y por lo tanto no son comparables. No tiene
sentido comparar cuantitativamente el trabajo de un tornero con el de un tapicero en lo
que respecta a sus especificidades; a igual que sucede con las características físicas de
los bienes, no hay forma de reducirlas a unidad común. Pero sí tiene sentido comparar
los trabajos invertidos haciendo abstracción de sus formas concretas, ya que entonces
“dejan de distinguirse, reduciéndose en su totalidad a trabajo humano indiferenciado, a
trabajo abstractamente humano” (idem, p. 47). Esto es, a gasto humano de energía. Ésta
es la base material, fisiológica, de todo trabajo, concebido como actividad destinada a la
reproducción de los seres humanos.
A partir de esta deducción, Marx define el valor como el tiempo de trabajo socialmente
necesario para la producción, objetivado en la mercancía. Al mismo tiempo, al deducir

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la propiedad común que hace comparables a X e Y en tanto mercancías, llegamos a la ley


económica que rige su intercambio: los tiempos de trabajo. Por eso la medida se
identifica con la ley reguladora -tiempos de trabajo social- que a su vez explica la fuente
del valor.

La objetividad de las mercancías en cuanto valores y el mercado

Aunque por razones de espacio no puedo desarrollar completamente el tema, tengamos


en cuenta que el término “objetivado” alude a la necesidad de que la mercancía se
venda, esto es, realice su valor en la venta. La cuestión se comprende fácilmente si
recordamos que el valor es una propiedad social (en términos de Marx, los valores de las
mercancías son expresiones de una misma unidad social, el trabajo humano) y objetiva
(es la mercancía X la que vale, con independencia de quien la posea). Dado que la
mercancía X no puede expresar su valor a través de sus características físicas, lo hace a
través de una relación con otra mercancía: 1 X vale 5 Y, por ejemplo. En esta relación se
expresa el valor de X en cuanto “objetividad”, esto es, en cuanto propiedad social y
objetiva. Pero eso sólo puede ocurrir en y a través del mercado. Por esta razón también
el trabajo no puede tener valor; el acto de trabajar crea el valor, pero no es valor. Para
que exista el valor el trabajo empleado debe pasar a una forma objetiva, convertirse en
una propiedad de la mercancía. Y esto ocurre cuando la mercancía expresa esa
propiedad objetiva relacionándose con otra mercancía.

Por eso Marx dice que el valor se genera en la producción, y se realiza en la venta (contra
lo que sostienen los economistas austriacos, en la teoría de Marx el mercado importa).
Es que pudo haberse trabajado en la producción de X, pero si X no se puede vender, por
la razón que sea, el trabajo no habrá generado valor. La razón más esencial es que los
trabajos, que se realizan como trabajos privados deben validarse en tanto partes del
trabajo social, y esta validación se concreta a través de la reducción de los productos, y
los trabajos privados, a valores de cambio, más específicamente, a dinero. Por eso, en la
concepción de Marx, el valor no surge de una relación privada entre el trabajo individual
y la mercancía (como sucede en el enfoque de Ricardo), sino de una relación social de
los trabajos individuales, que son partes integrantes del trabajo total social.

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Esto significa también que sólo bajo un determinado tipo de sociedad -propietarios
privados de los medios de producción- el trabajo privado adquiere un doble carácter
social: debe ser productor de valores de uso y de valor. En la sociedad capitalista este
hecho se expresa en que los capitalistas no producen con vistas a producir valores de
uso, sino con el fin de producir valor que incrementa el valor del capital adelantado.
Es un enfoque distinto del que presentan la ortodoxia neoclásica, la corriente austriaca o
Keynes, con su énfasis en el valor de uso como el objetivo único de la producción (en
esta visión, pareciera que Carlos Slim o Rockefeller siguen invirtiendo por afán de
obtener valores de uso).

El principio fundamental de la economía, visiones contrapuestas

El argumento de Marx se inscribe, a su vez, en una perspectiva histórica y social que


tiene como eje la centralidad del trabajo humano. La cuestión está planteada en una
carta a Kugelman, del 11 de julio de 1868, donde explica que aunque no hubiera escrito
ningún capítulo sobre el valor, “el análisis de las relaciones sociales hecho por mí
contendría la prueba y demostración de la relación real de valor” (Marx y Engels, 1973,
p. 206). Y a continuación observa que hasta un niño sabe que si un país dejara de
trabajar siquiera por unas pocas semanas, moriría. Por lo tanto, cualquiera sea la forma
histórica de producción, siempre hubo que comparar y determinar cuantitativamente
los trabajos humanos, porque siempre hubo que distribuir los tiempos de trabajo
según alguna proporción definida. De manera que también en la sociedad capitalista
los trabajos humanos, que se realizan bajo la forma privada, deben compararse, medirse
y distribuirse. Lo que hay que demostrar entonces no es que en la sociedad productora
de mercancías los trabajos se comparan -esto es lo que hizo siempre la humanidad- sino
mostrar la forma en que lo hacen, y la razón por la cual se comparan a través del
intercambio de “cosas que valen”. “No se puede eliminar ninguna ley natural. Lo que
puede variar con el cambio de las circunstancias históricas es la forma en que operan
esas leyes” (idem). Y en otro escrito explica que “economía de tiempo, a esto se reduce
finalmente toda la economía” (Marx, 1989, p. 101, t. 1). Aquí el punto de partida del
análisis es la producción realizada bajo forma social: “Individuos que producen en
sociedad, o sea, la producción de los individuos socialmente determinada: éste es
naturalmente el punto de partida” (idem, p. 3).

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Esta concepción que hace eje en la producción, y en las relaciones de producción, como
la instancia determinante de la economía, está vinculada estrechamente a la idea de que
el trabajo, en tanto actividad humana socialmente determinada, es la única fuente del
valor. O, como explica Marx comentando a Ricardo, “el valor de cambio de las cosas es
una simple expresión, una forma social específica, de la actividad productiva de los
hombres, algo por entero distinto de las cosas y de su uso como tales cosas...” (Marx,
1975, p. 150, t. 3).

En Menger, en cambio, la economía es, en lo esencial, la actividad dedicada a formarse


una idea de las necesidades de los seres humanos y a calcular la cantidad de bienes que
disponen para cubrirlas (véase pp. 83 y ss.). En este enfoque la actividad determinante
pasa por hacer una elección entre las necesidades más importantes, que los seres
humanos satisfacen con las cantidades de bienes de que disponen, para alcanzar, con
una cantidad parcial dada de bienes y su empleo racional, la mayor satisfacción posible.
En este planteo el trabajo humano juega un rol secundario. Las relaciones sociales de
producción, las formas o propiedades sociales que adquieren los “bienes”, están
desaparecidas. El enfoque es, en lo básico, individualista. Los individuos comparan las
utilidades de bienes dados y necesidades; la distribución del trabajo social, las
comparaciones de productividades relativas, han sido suprimidas ab initio.

Por supuesto, Menger hace referencia al trabajo, de la misma manera que Marx hace
referencia al consumo y la satisfacción de necesidades. Pero los órdenes de importancia
están invertidos. En Menger, como en los austriacos, el foco está puesto en los bienes ya
producidos que se intercambian en el mercado. En Marx, los bienes que se consumen y
satisfacen necesidades no caen del cielo; son producidos por trabajo humano y en un
tipo específico de sociedad, son mercancías. Antes de poder consumir hay que producir;
el primer acto está subordinado al segundo (hasta un niño sabe que si una sociedad no
produce, muere de hambre).

Trabajo socialmente necesario y la crítica austriaca

Marx afirma que el trabajo, como generador de valor, debe ser socialmente necesario.
Por socialmente hace referencia a la necesidad de trabajar, por lo menos, con la

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tecnología y la intensidad promedio imperantes en la rama. Rothbard sostiene que esto


es incomprensible, y cree refutar la teoría de Marx comparando el trabajo invertido en
un libro escrito a mano con el trabajo invertido en un libro producido con métodos
modernos. Por supuesto, esta “refutación” de la teoría de Marx sólo puede apoyarse en
declarar “incomprensible” un hecho que es perfectamente comprensible para cualquiera
que conozca un poco siquiera cómo funcionan las empresas capitalistas y la
competencia. Cualquier capitalista sabe que tiene que trabajar con una productividad
media, por lo menos, si quiere sobrevivir (los editores saben que no pueden competir
produciendo libros escritos a mano).

Todo esto es muy sencillo y lógico, pero es clave en la polémica con los economistas
austriacos. Tengamos presente que durante el debate Cachanosky sostuvo que cuando la
mercancía llega al mercado, para el empresario “el costo es historia” porque sólo le
interesa estimar la demanda futura. De esta manera, se quita relevancia a los cálculos de
productividad, que realiza cualquier management empresario, y se corta el vínculo
entre el precio y la producción. Sin embargo, en la vida real la productividad, lejos de ser
cosa “del pasado”, está en el primer plano. Las empresas siempre están atentas a la
productividad media imperante en la rama, y la productividad social media se impone
en cada rama por la competencia. Por ejemplo, si una acerera calcula que para producir
1000 toneladas en lingotes de acero por mes requiere 1710 horas de trabajo del
departamento de fundición y 4320 horas de trabajo del departamento de vaciado y
modelado, totalizando 6030 horas de insumo laboral, y resultando en una productividad
de 0,1658 toneladas de lingote por hora hombre, en promedio (las cifras están tomadas
de un estudio real), compara este promedio con la productividad de otras empresas, a
través del mercado y la competencia de precios. Por eso el costo no es historia.

Costos de producción y proceso circular

La cuestión si el costo es o no historia en el momento de llegar al mercado se vincula


también con los enfoques opuestos acerca de si el proceso económico debe concebirse en
forma circular, o a la manera de una “manta corta”. En la visión de Ricardo y Marx, los
productores de mercancías (o los capitalistas) no sólo se preocupan por la producción
inmediata para el mercado, sino por las condiciones para la reproducción al menos en

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la misma escala y, de ser posible, en escala creciente (cuestión que también subrayan
muchos sraffianos, como Garegnani o Roncaglia). Esto implica que se concibe la
economía como un círculo, o más bien una espiral: los outputs producidos entran como
insumos en la siguiente ronda, a fin de generar más productos que a su vez sirven para
generar más insumos (siendo estos últimos tanto medios de producción como medios de
consumo de la fuerza laboral). Por eso, es imposible que los capitalistas, o los
productores simples de mercancías, no presten atención a los costos de producción.

Para verlo, supongamos por ejemplo que en la sociedad simple de mercancías el


productor A emplea normalmente 10 horas de trabajo en producir X y el productor B
emplea 5 horas de trabajo en producir Y, y que ambas se intercambian en la proporción
1:1. Si el intercambio ocurriera por una única vez, y fuera episódico, A podría considerar
que “el costo es historia”, y tal vez ni siquiera llegase a conocer cuál es el costo de
producción (en horas de trabajo) de B. Pero si los intercambios son repetidos, y existen
muchos productores A y B, el promedio social tiende a imponerse. A medida que se
renueva la producción para el mercado, se hace insostenible una situación en la que un
producto que se produce en 5 horas se intercambia en relación 1:1 con otro que se
produce en 10 horas. Paulatinamente, productores A pasarán a ser productores B hasta
que los outptus y los precios se reacomodan, de manera que 1 A se intercambia por 2 B.
La relación 1:1 era incompatible con la continuidad de la producción, pero sí lo es la
relación 1:2. A esto nos referíamos entonces con una ley interna, reguladora de los
intercambios.

Observemos, por otra parte, que en este enfoque no es necesario hacer ningún supuesto
especial sobre rendimientos; éstos pueden ser constantes a escala, esto es, la curva de
ofertas puede ser horizontal, sin perjuicio para la determinación de los precios. Es
conocido, por otra parte, que en el mundo real muchas empresas trabajan con costos
más o menos constantes, o decrecientes.

“Manta corta” y escasez

Todo esto parece elemental, pero los defensores de la teoría del valor utilidad se
empeñan en negarlo. ¿Por qué? ¿Por qué esa idea tan irrealista de “llegado al mercado el

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costo es historia”? Pues porque el escenario es de agentes que llegan al mercado con
bienes (caídos como maná del cielo) y todo se reduce a la cuestión de cómo se asignan
de manera óptima esos bienes (son “bienes” no mercancías) a fin de satisfacer los deseos
y necesidades de los individuos. Es la visión opuesta a la del proceso económico en
forma de círculo, de los clásicos o Marx. Ahora la metáfora es “la manta corta”, ya que si
se asignan bienes a satisfacer una necesidad, se le quitan a la satisfacción de otra. En
este enfoque, la hipótesis de rendimientos constantes a escala es inadmisible, la curva de
oferta “debe” tener una pendiente positiva y los precios solo son indicadores de la
escasez relativa de los bienes, y de las preferencias. La condición sine qua non del
esquema es que no se preste atención a la reproducción del proceso productivo. Para
ver por qué, examinemos un momento la cuestión de la escasez en relación a la
producción y la demanda.

Los defensores de la teoría del valor utilidad dicen que la escasez es relativa, pero...
¿relativa en relación a qué? Hay que decirlo: sólo puede ser relativa en relación a un
poder de compra que está determinado por la producción (no cae del cielo), y por lo
tanto, en relación a la producción del resto de las mercancías. En el caso de nuestro
ejemplo, el poder de compra que permite realizar la venta de X está determinado por la
producción de V, W, Y, Z, etcétera. No es indeterminado. Por ejemplo, supongamos que
en la producción de X e Y se emplean 10 horas de trabajo, respectivamente, que los
precios son X = Y = $100, y que a ese precio las producciones satisfacen las demandas
existentes. Podemos decir que en relación a la producción del resto de los bienes (y por
lo tanto, en relación al poder de compra global) no hay escasez ni de X ni de Y. Por eso,
y dado que por fuera de esa relación no tiene sentido hablar de escasez (no hay escasez
de X en relación a los viajes a la Luna), la escasez no puede explicar la relación de
intercambio entre X e Y.

Para ver entonces qué puede explicar la escasez relativa, supongamos que se produce un
cambio en los gustos y preferencias, de manera que aumenta la demanda de X y baja la
de Y. Dada la producción, hay una escasez relativa de X paralela a una abundancia
relativa de Y. En consecuencia, aumenta el precio de X a $110 y baja el precio de Y a
$90. Se puede decir que la alteración de $10 en los precios relativos se explica por el
cambio en las preferencias, que deriva en una escasez relativa de X y una abundancia

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relativa de Y. La escasez no explica, por supuesto, el precio base del que partió el
cambio. Pero además, dado que la producción de X e Y se reproduce, y dado que con 10
horas de trabajo los productores A obtienen $20 más que los productores B, habrá
productores B que pasarán a ser productores A de X. De manera que las ofertas se
adecuan a la nueva estructura de demanda, y la relación de cambio entre X e Y vuelve a
ser 1:1. La escasez, de nuevo, no explica esta relación; como tampoco los cambios en los
gustos y preferencias. Estos últimos han explicado un cambio en la demanda, que
explicó un cambio en la escasez relativa de uno de los bienes (escasez relativa a la oferta
dada), que tuvo como contrapartida la abundancia relativa de otro (abundancia relativa
a la oferta dada), situación que explica el cambio en las escalas de producción en la
siguiente ronda. Puede verse aquí la importancia que tiene para el teórico de la utilidad
decir que al llegar al mercado “la producción es cosa del pasado”. Además, una vez que
se efectuó el cambio en las escalas de producción, no hay escasez relativa de X, ni
abundancia relativa de Y.

Textos citados:
Menger, C. (1985): Principios de economía política, Madrid, Orbis.
Marx, K. y F. Engels, (1973): Correspondencia, Buenos Aires, Cartago.
Marx, K. (1975): Teorías de la plusvalía, Buenos Aires, Cartago.
Marx, K. (1989): Elementos fundamentales para la crítica de la economía política
(Grundrisse) 1857-1858, México, Siglo XXI.
Marx, K. (1999): El Capital, México, Siglo XXI.
Rothbard, (1995): Historia del pensamiento económico, Madrid, Unión Editorial.

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