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Creacionismo y Evolucionismo

Dr. Rafael Pascual, L.C.


Ateneo Pontificio Regina Apostolorum, Roma

El tema que nos ocupa constituye uno de los argumentos cruciales del debate cultural de nuestro
tiempo. A modo de ejemplo, podemos citar dos libros publicados recientemente en Italia. En el
primero, del filósofo Orlando Franceschelli, se sostiene que las mutaciones casuales y la selección
natural supondrían la confutación de la teología natural por parte del naturalismo darwiniano, y harían
plausible el paso del creacionismo al naturalismo1. En el segundo, de Telmo Pievani, profesor de
filosofía de la ciencia de la Universidad de Milán-Bicocca, ya desde la portada se presenta la
siguiente proclama: «La evolución es un hecho. Quien se lanza contra Darwin no lo hace por amor a
la verdad. Quien quisiera enseñar en las escuelas el teorema del "proyecto inteligente" tiene en
mente una sociedad antimoderna, condicionada por valores religiosos invasivos y dogmáticos»2.

Lo que en el fondo está en juego no es una cuestión de poco valor: se trata en última instancia de la
concepción del hombre, de cómo él se ve a sí mismo, con todas las consecuencias que esto tiene en
su vida personal (moralidad), en su dimensión social (relación con los demás hombres) y en su
relación con el entorno (cuestión ambiental).

Como hacía notar el Papa Juan Pablo II, «La razón última para que el hombre viva, respete y proteja
la vida del hombre está en Dios. ¡Y el fundamento último del valor y de la dignidad del hombre, del
sentido de su vida, es el hecho de que es imagen y semejanza de Dios!»3. Si se cuestiona este
fundamento último, entonces todo se pone en juego.

En el tema que nos ocupa, lo primero que es necesario hacer es aclarar los términos, pues de lo
contrario corremos el riesgo de caer en confusiones y equívocos, como a menudo sucede en los que
abordan estas cuestiones. Muchas veces, en efecto, no se distingue entre evolución y evolucionismo,
por una parte, así como tampoco entre creación y creacionismo, por otra parte. Y si queremos ser
más precisos, también hay que evitar la confusión entre creacionismo y teología natural, como
sucede en el caso del primer autor que citamos en nuestro estudio.

1. Evolución y evolucionismo; creación y creacionismo

Comencemos, por tanto, aclarando qué entendemos en este artículo por los términos que tratamos
de precisar para evitar equívocos:

a) Cuando hablamos de evolución, refiriéndonos concretamente a la evolución biológica, nos


referimos a una teoría científica, basada en algunos datos (fósiles, distribución geográfica de los
vivientes, semejanzas y diferencias entre ellos, códigos genéticos, etc.) y en algunas otras ciencias
(estratigrafía, embriología, anatomía comparada, etc.) según la cual todos los seres vivos proceden
de ancestros comunes; existe un nexo genético entre todos ellos, y hay un proceso sucesivo de
aparición entre las especies, a partir de algunas pocas formas primitivas y elementales, hacia una
abundante variedad de formas más complejas, desarrolladas y perfeccionadas, a través de un amplio
período de tiempo.

La evolución, entendida así como teoría científica, es decir, basada en datos empíricos, parece estar
bastante bien afirmada, aunque no es verdad que no haya nada que añadir o completar, sobre todo
en cuanto a los mecanismos que la regulan. Tampoco es verdad que haya un total acuerdo en el
modo de concebirla, por lo que no existe una sola, sino varias teorías de la evolución.

Por otra parte, existen todavía muchas cuestiones abiertas, como el origen de la vida, el origen del
hombre, el influjo del ambiente, la cuestión de los caracteres adquiridos, la "macroevolución", las
discontinuidades en los registros fósiles, las "explosiones biológicas", etc.

1
b) Cuando hablamos de evolucionismo, aunque a veces se usa este término como sinónimo del
anterior, nos referimos a una extrapolación o interpretación de carácter más bien filosófico e
ideológico de la teoría de la evolución, llevada a cabo por autores como Herbert Spencer, Thomas
Huxley, Ernst Haeckel, en el s. XIX, y en la actualidad continuado y desarrollado en cierto modo por
autores como Jacques Monod, Richard Dawkins, y los que citamos al inicio de este artículo: Orlando
Franceschelli y Telmo Pievani, entre otros. En esta posición se suelen tomar ideas de tipo
naturalístico y materialístico, que revelan precisamente su carácter filosófico, pues tal evolucionismo
no es sostenible ni como verdad científica, ni como consecuencia necesaria de la teoría científica de
la evolución, como algunos sostienen. En consecuencia, el evolucionismo niega cualquier tipo de
finalismo en la naturaleza, y sostiene que todo el proceso evolutivo se debe al azar y a la necesidad,
como se evidencia en el título del libro del premio Nobel Jacques Monod, en el que sostiene
abiertamente el materialismo ateo. Por lo menos Monod tiene la honestidad de reconocer de que
está escribiendo un libro no de carácter científico, sino de filosofía de la naturaleza, como se
evidencia en el subtítulo del mismo4. Por otra parte, habría que distinguir entre teoría (o teorías) de la
evolución, y darwinismo, y además, dentro del mismo darwinismo, entre sus elementos de carácter
científico y los de tipo filosófico o ideológico. En efecto, no hay que confundir la ciencia con el
cientificismo, como por desgracia algunos hacen, de modo involuntario o a propósito. Un ejemplo
reciente de tal confusión podemos verlo en el reciente artículo de un filósofo de la ciencia de la
Universidad de Roma, el prof. Mauro Dorato5.

c) El tercer término es el de creación. Aquí lo entendemos en sentido teológico, como uno de los
atributos de Dios, el único que puede llamarse Creador propia y plenamente. En efecto, sólo Dios
puede crear, es decir, dar el ser, producir algo de la nada. Se trata de la causalidad propia de quien
es causa primera de todo lo que existe, por lo que las cosas dependen en su existencia de Dios en
todo momento. La causalidad propia de las cosas creadas, que suele llamarse causa segunda
supone la precedente; es una causalidad participada, que propiamente no crea, sino sólo transforma
lo que ya de hecho existe de uno u otro modo.

Existe una rica tradición teológica sobre el tema y la doctrina de la creación, que sería muy amplio
tratar aquí6. Sin embargo, creo que conviene hacer notar un aspecto que viene al caso para el tema
que nos ocupa: la verdad de la creación no es sólo una verdad de fe, es decir, de carácter
sobrenatural, sino también de razón, es decir, accesible a nuestra mente en su ejercicio natural. Tal
verdad no es evidente de modo inmediato, por lo que requiere de una demostración, pero ésta es
posible, al menos en línea de principio, aunque de hecho muchas veces no se alcance, por la
defectibilidad y el oscurecimiento de nuestra razón como una de las consecuencias del pecado
original y del estado de naturaleza caída. Estamos hablando aquí, ciertamente, en un contexto
teológico, pero nos parece bastante evidente el hecho de la precariedad y falibilidad del
entendimiento, sin caer en un derrotismo o falibilismo extremo, que no sería admisible.

La doctrina de la creación es, por tanto, una verdad no sólo religiosa (sostenida por las tres grandes
religiones monoteístas: el judaísmo, el cristianismo y el islamismo), sino también racional, aunque no
de carácter científico, sino más bien filosófico. La verdad de la creación es accesible también a la
razón natural, sin necesidad de una revelación sobrenatural. En efecto, se da una revelación natural
de Dios a través del mundo, como se afirma tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento: De la
grandeza y hermosura de las criaturas se llega, por analogía, a contemplar a su Autor (Sab 13,5). Lo
invisible de Dios, desde la creación del mundo, se deja ver a la inteligencia a través de sus obras: su
poder eterno y su divinidad (Rm 1,20).

Esta misma doctrina se sostiene explícitamente en el Magisterio de la Iglesia: «La misma Santa
Madre Iglesia sostiene y enseña que Dios, principio y fin de todas las cosas, puede ser conocido con
certeza a partir de las cosas creadas con la luz natural de la razón humana: "porque lo invisible de
Dios, desde la creación del mundo, se deja ver a la inteligencia a través de lo creado" (Rm 1,20)»7.

Por tanto, la verdad de la creación es accesible a la razón humana: puede ser probada o demostrada
racionalmente.

2
Desde luego, no se trata de una verdad científica, ya que no es de carácter empírico ni experimental;
sin embargo, es una verdad filosófica, que fue alcanzada incluso por algunos de los más grandes
filósofos paganos, como Platón o Aristóteles. Ciertamente, la noción de creación de tales filósofos no
es del todo idéntica con la de los creyentes (judíos, cristianos o musulmanes); sin embargo, no deja
de estar presente de algún modo.

d) El cuarto término es el creacionismo, que no hay que confundir con el precedente, como a veces
hacen los adversarios del mismo, de modo semejante a como se confunde evolución y
evolucionismo. De hecho, existe un paralelismo entre evolución y evolucionismo, por una parte, y
entre creación y creacionismo por otra. En efecto, el creacionismo tiene un carácter ideológico
semejante al que tiene, en el polo opuesto, el evolucionismo. Como el evolucionismo, el
creacionismo consiste en una especie de ideología, basada a menudo en una teología deficiente, en
su modo de entender e interpretar la Sagrada Escritura, pecando de literalismo y reduccionismo
bíblico. De cara a la cuestión de los seres vivos, el creacionismo sostiene el fijismo, es decir, la teoría
según la cual todos los seres vivos han sido creados inmediatamente y desde el inicio, por Dios, a
partir de una interpretación literalista de los primeros versículos del libro del Génesis. Para los
creacionistas, en consecuencia, no hay lugar para ningún tipo de evolución; a lo más se estará
dispuesto a admitir quizá la microevolución, es decir, los cambios que pueden darse entre los
individuos dentro de una misma especie, pero nada más.

Según los creacionistas, la Biblia contiene verdades y enseñanzas también de carácter y valor
científico, que hay que respetar y seguir ciegamente. Sólo a partir de estas verdades científicas se
puede desarrollar una ciencia de la creación, la cual obviamente se encuentra en conflicto con las
teorías de la evolución, que consideran a priori como pseudo-científicas, y por ello de por sí falsas.
Es evidente que no hay modo de alcanzar ningún acuerdo entre creacionismo y evolucionismo. Para
los creacionistas sólo la ciencia de la creación es válida; toda teoría de la evolución es
necesariamente ideológica y materialista.

En este caso, se confunde evolución y evolucionismo. Obviamente existen diversas variantes de


creacionismo, más radicales o más moderadas, pero de un modo u otro se pueden encuadrar en las
ideas que acabamos de exponer. Los creacionistas se encuentran no sólo entre algunas formas
fundamentalistas de las iglesias de la reforma luterana, sino también en algunos grupos de
pensadores católicos, tanto en los Estados Unidos como en Europa. También se encuentran ideas
semejantes en algunos círculos de estudiosos judíos y musulmanes. Como veremos en nuestro
estudio, si bien aunque creacionismo y evolucionismo son de por sí incompatibles, no lo son
necesariamente creación y evolución.

e) Por otra parte, está la cuestión del así llamado proyecto inteligente ("intelligent design"),
expresión un tanto ambigua, como veremos, que algunos consideran como una versión sofisticada y
actualizada del creacionismo. Sin embargo, no se identifica del todo con éste, pues algunos de sus
fautores admiten la evolución, pero no el evolucionismo. También aquí hay que tener en cuenta que
existen diversas versiones, algunas de ellas más cercanas a las posiciones del creacionismo y otras,
en cambio, dispuestas a admitir procesos de carácter evolutivo, pero lo común de ellas consiste en
su intento de oponerse al evolucionismo, sobre todo en su negación de la existencia de un finalismo
o un proyecto en el desarrollo de los procesos naturales, sobre todo de los biológicos.

En este sentido, la teoría del proyecto inteligente se presenta como una alternativa científica a las
teorías de la evolución que niegan el finalismo en los procesos evolutivos de los seres vivos. Es por
esto que algunos de sus secuaces sostienen que se debería enseñar como una legítima antagonista,
en el campo propiamente científico, de tales teorías evolucionistas8. Se podría concebir, en cambio,
como una especie de versión actualizada de la quinta vía, de Santo Tomás de Aquino para la
demostración de la existencia de Dios (an Deus sit), la cual se funda precisamente en el orden y el
finalismo de los fenómenos naturales: «La quinta vía se toma del gobierno de las cosas. Vemos, en
efecto, que cosas que carecen de conocimiento, como los cuerpos naturales, obran por un fin, como
se comprueba observando que siempre, o casi siempre, obran de la misma manera para conseguir lo
que más les conviene; por donde se comprende que no van a su fin obrando al acaso, sino
intencionadamente. Ahora bien, lo que carece de conocimiento no tiende a un fin si no lo dirige

3
alguien que entienda y conozca, a la manera como el arquero dirige la flecha. Luego existe un ser
inteligente que dirige todas las cosas naturales a su fin, y a éste llamamos Dios»9. Sin embargo, en
tal caso habría que aclarar que, aunque no tenga un carácter propiamente científico, tampoco se
trata propiamente de una doctrina religiosa, sino más bien filosófica, y por ello se encuentra en el
orden de la razón, y no en el de la fe (en contra de la famosa sentencia del tribunal de Dover, USA,
en contra de la enseñanza del intelligent design en las escuelas). Este argumento del orden del
mundo, que en última instancia constituye el presupuesto o la condición sine qua non de la ciencia,
es tan actual y tan patente que Albert Einstein ha aludido al mismo en diversas ocasiones, como
puede verse en una carta que escribió a su amigo Maurice Solovine:

«Te parecerá sorprendente que considere la comprensibilidad del mundo [...] como un milagro o un
misterio eterno. Pero, ciertamente, a priori, uno creería que el mundo sería algo caótico y que el
pensamiento no lo podría comprender en absoluto [...] Incluso aunque el hombre proponga los
axiomas de la teoría, el éxito de ese procedimiento supone, por parte del mundo objetivo, un alto
grado de orden que de ningún modo estamos autorizados a esperar a priori. En esto radica el
"milagro", que se torna más y más evidente a medida que nuestros conocimientos aumentan»10. Esta
misma idea se refleja en esta otra famosa cita de Einstein: «Lo que en el mundo hay de eternamente
incomprensible, es el hecho de que sea comprensible»11. O, como recordaba el entonces Card.
Ratzinger, «Albert Einstein dijo una vez que en las leyes de la naturaleza 'se manifiesta una razón tan
considerable que, frente a ella, cualquier ingenio del pensamiento o de la organización humana no es
más que un pálido reflejo'»12.

Sucesivamente, el ahora Papa Benedicto XVI ha vuelto a hacer referencia a este mismo principio en
el famoso discurso de Ratisbona: «La razón moderna propia de las ciencias naturales [...] tiene que
aceptar sencillamente la estructura racional de la materia y la correspondencia entre nuestro espíritu
y las estructuras racionales que actúan en la naturaleza como un dato de hecho, en el que se basa
su método. Pero de hecho se plantea la pregunta sobre el porqué de este dato, y las ciencias
naturales deben dejar que respondan a ella otros niveles y otros modos de pensar, es decir, la
filosofía y la teología»13.

2. El status quaestionis del debate en torno a la evolución

El problema es que a menudo no se distinguen los niveles que entran en juego, sobre todo el
científico y el filosófico. Esto sucede tanto entre los que sostienen la teoría de la evolución (al
confundir evolución y evolucionismo) como los que proponen el creacionismo o la teoría del proyecto
inteligente. En cambio, hay que distinguir los planos, aunque sin separarlos del todo, porque existe
una cierta relación entre ellos. En todo caso, habría que tener presente que la cuestión del finalismo,
tanto para los que lo excluyen como para los que lo sostienen, no se encuentra en el orden científico,
sino en el filosófico, por lo que debe ser tratada en esa sede. Seguramente el Card. Schönborn, que
suscitó un apasionado debate al respecto a partir del artículo publicado en el New York Times el año
200514 estaría de acuerdo con esta tesis, como puede leerse en su artículo de la revista First Things:
«My argument was based neither on theology nor modern science nor "intelligent design theory." [...]
In short, my argument was based on careful examination of the evidence of everyday experience; in
other words, on philosophy»15.

3. La posición de la Iglesia

Vamos a continuación a tratar de presentar a grandes rasgos la posición de la Iglesia Católica de


cara a la teoría de la evolución y a la cuestión del finalismo.

a) En primer lugar, habría que aclarar por qué la Iglesia trata esta cuestión, sobre todo para poner en
claro que no se trata de una invasión de campo, como algunos sostienen. En efecto, la Iglesia no
pretende tratar cuestiones que son propiamente de carácter científico, lo cual deja a la investigación
de los especialistas. Sin embargo, la Iglesia siente el deber y la tarea de intervenir para aclarar las
consecuencias de naturaleza ética y religiosa que algunas de estas cuestiones suscitan, ya que esto
forma parte de su misión pastoral:

4
«En virtud de su misión propia, la Iglesia tiene el deber de estar atenta a las incidencias pastorales
de su palabra. Conviene aclarar, ante todo, que esta palabra debe corresponder a la verdad. Pero se
trata de saber cómo tomar en consideración un dato científico nuevo, cuando parece contradecir
alguna verdad de la fe»16.

Así lo hizo notar el mismo Papa Juan Pablo II en su famoso mensaje del 25 de octubre de 1996
sobre el tema de la evolución:

«Me alegra el primer tema que habéis elegido, el del origen de la vida y de la evolución, tema
esencial que interesa mucho a la Iglesia, puesto que la Revelación, por su parte, contiene
enseñanzas relativas a la naturaleza y a los orígenes del hombre». «Tanto en el campo de la
naturaleza inanimada como en el de la animada, la evolución de la ciencia y de sus aplicaciones,
plantea interrogantes nuevos. La Iglesia podrá comprender mejor su alcance en la medida en que
conozca sus aspectos esenciales. Así, según su misión específica, podrá brindar criterios para
discernir los comportamientos morales a los que todo hombre está llamado, con vistas a su salvación
integral»17.

b) La Iglesia, en línea de principio, no ve que haya conflicto entre la teoría científica de la evolución -
entendida correctamente, es decir, precisamente como teoría científica, y no como ideología o
concepción filosófica que pretenda negar la causalidad divina o el finalismo, o pretenda sostener el
materialismo- y la doctrina de la creación. En efecto, como decía el Papa Juan Pablo II a los
participantes en un congreso sobre fe cristiana y teoría de la evolución, «una fe rectamente
entendida sobre la creación y una enseñanza rectamente concebida de la evolución no crean
obstáculos: en efecto, la evolución presupone la creación; la creación se encuadra en la luz de la
evolución como un hecho que se prolonga en el tiempo -como una creatio continua- en la que Dios
se hace visible a los ojos del creyente como "Creador del cielo y de la tierra"»18.

De modo semejante se había expresado el entonces Card. Joseph Ratzinger en un sermón


cuaresmal dentro de una serie dedicada al estudio de los primeros versículos del libro del Génesis:
«No podemos decir: Creación o Evolución; la manera correcta de plantear el problema debe ser:
Creación y Evolución, pues ambas cosas responden a preguntas distintas. La historia del barro y del
aliento de Dios [...] no nos cuenta cómo se origina el hombre. Nos relata qué es él, su origen más
íntimo, nos clarifica el proyecto que hay detrás de él. Y a la inversa, la teoría de la evolución trata de
conocer y describir períodos biológicos. Pero con ello no puede aclarar el origen del "proyecto"
hombre, su origen íntimo ni su propia esencia. Nos encontramos, pues, ante dos preguntas que en la
misma medida se complementan y que no se excluyen mutuamente»19.

c) Como hemos dicho antes, la Iglesia se siente llamada a intervenir en estas cuestiones sobre todo
porque está en juego la concepción del hombre. En efecto, en el Magisterio pontificio reciente se
subraya que el hombre no existe por causalidad, sino que es fruto de un proyecto divino, y que ha
sido creado a imagen y semejanza de Dios. Su destino es eterno. De ahí se sigue su dignidad,
libertad y responsabilidad, ya que, como se dice en el Concilio Vaticano II, el hombre es «la única
criatura en la tierra a la que Dios ha amado por sí misma» (GS n.24)20.

d) De cara a la cuestión de la casualidad en los procesos y fenómenos naturales, ésta no se excluye


que ésta pueda tener lugar en los mismos. De hecho, así lo ha sostenido un reciente documento de
la Comisión Teológica Internacional: «Según la concepción católica de la causalidad divina, la
verdadera contingencia en el orden creado no es incompatible con una Providencia Divina
intencional. La causalidad divina y la causalidad creada difieren radicalmente en su naturaleza, y no
solamente en grado. Así, incluso el resultado de un proceso natural verdaderamente contingente
puede, sin embargo, caber dentro del providencial plan de Dios sobre la creación»21. Por lo demás,
como hacía presente ese mismo documento, tal posibilidad ya era reconocida por Tomás de Aquino
en el siglo XIII...: «El efecto de la providencia divina no consiste en que algo suceda de cualquier
modo; sino que suceda de forma contingente o necesaria. Y así sucede de forma infalible y necesaria
lo que la providencia divina dispone que suceda de modo infalible y necesario. Y sucede de modo
contingente lo que la providencia divina determina que suceda contingentemente»22.

5
e) Por otra parte, con respecto a la cuestión del finalismo en los fenómenos naturales, podemos citar
algunos textos recientes que lo sostienen. Quizá el más amplio, explícito y elocuente es el que
presentamos a continuación: «La evolución de los seres vivientes, de los cuales la ciencia trata de
determinar las etapas, y discernir el mecanismo, presenta una finalidad interna que suscita la
admiración. Esta finalidad que orienta a los seres en una dirección, de la que no son dueños ni
responsables, obliga a suponer un Espíritu que es su inventor, el Creador. [...] A todas estas
'indicaciones' sobre la existencia de Dios creador, algunos oponen la fuerza del caso o de
mecanismos propios de la materia. Hablar de caso para un universo que presenta una organización
tan compleja de elementos y una finalidad en la vida tan maravillosa, significa renunciar a la
búsqueda de una explicación del mundo como nos aparece. En realidad, ello equivale a querer
admitir efectos sin causa. Se trata de una abdicación de la inteligencia humana que renunciaría a
pensar, a buscar una solución a sus problemas. En conclusión, una infinidad de indicios empuja al
hombre, que se esfuerza por comprender el universo en que vive, a orientar su mirada al Creador.
Las pruebas de la existencia de Dios son múltiples y convergentes. Ellas contribuyen a mostrar que
la fe no mortifica la inteligencia humana, sino que la estimula a reflexionar y le permite comprender
mejor todos los 'porqués' que plantea la observación de lo real»23.

También el documento de la Comisión Teológica Internacional antes citado aboga por el finalismo de
los procesos naturales, aun dando espacio a la posibilidad de fenómenos aleatorios, como vimos
poco antes; más aún, ni siquiera tal tipo de fenómenos escaparía al plan providente de Dios, y por
ello a sus designios: «Un conjunto cada vez más amplio de científicos críticos del neodarwinismo
señala en cambio las evidencias de un proyecto (por ejemplo, en las estructuras biológicas que
muestran una complejidad específica), que según ellos no puede ser explicado en base a un proceso
puramente contingente, y que ha sido ignorado o malinterpretado por los neodarwinistas. El núcleo
de este encendido debate implica la observación científica y la generalización, en cuanto surge la
pregunta de si los datos disponibles pueden hacer inclinar a favor del proyecto o la casualidad, y esto
no puede ser resuelto por la teología. Sin embargo, es importante notar que, según la concepción
católica de la causalidad divina, una verdadera contingencia en el orden creado no es incompatible
con una Providencia divina intencional. La causalidad divina y la causalidad creada difieren
radicalmente en naturaleza y no solamente en grado. Por tanto, incluso el resultado de un proceso
natural realmente contingente puede entrar igualmente en el plan providencial de Dios respecto a la
creación. [...] En la perspectiva católica, los neodarwinistas que apelan a la variación genética casual
y a la selección natural para defender la tesis que la evolución es un proceso completamente no
guiado van más allá de lo que es demostrable por la ciencia. La causalidad divina puede estar
presente en un proceso que es a la vez contingente y guiado. Cualquier mecanismo evolutivo que
sea contingente puede serlo sólo porque ha sido hecho así por Dios. Un proceso evolutivo no guiado
-que por tanto quedaría fuera de los confines de la divina Providencia- simplemente no puede existir,
ya que "la causalidad de Dios, que es el primer agente, se extiende a todos los seres, y no sólo
respecto a los principios de la especie, sino también a los principios individuales [...]. Es necesario
que todas las cosas estén sometidas a la divina Providencia, en la medida de su participación en el
ser" (S. Theol. I, 22, 2)»24.

Recientemente, el Papa Benedicto XVI ha hecho referencia a este finalismo en varias ocasiones,
incluso desde el inicio de su pontificado: «No somos el producto casual y sin sentido de la evolución.
Cada uno de nosotros es el fruto de un pensamiento de Dios. Cada uno de nosotros es querido, cada
uno es amado, cada uno es necesario»25. «Creo que las palabras de este Santo Padre del siglo IV
[san Basilio Magno] tienen una actualidad sorprendente cuando dice: "Algunos, engañados por el
ateísmo que llevaban en su interior, imaginaron que el universo no tenía guía ni orden, como si
estuviera gobernado por la casualidad". ¡Cuántos son hoy los que piensan así! Engañados por el
ateísmo, consideran y tratan de demostrar que es científico pensar que todo carece de guía y de
orden, como si estuviera gobernado por la casualidad. El Señor, con la sagrada Escritura, despierta
la razón que duerme y nos dice: "En el inicio está la Palabra creadora. Y la Palabra creadora que
está en el inicio -la Palabra que lo ha creado todo, que ha creado este proyecto inteligente que es el
cosmos- es también amor"»26. «En resumidas cuentas, quedan dos alternativas: ¿Qué hay en el
origen? La Razón creadora, el Espíritu creador que obra todo y suscita el desarrollo, o la
Irracionalidad que, carente de toda razón, produce extrañamente un cosmos ordenado de modo

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matemático, así como el hombre y su razón. Esta, sin embargo, no sería más que un resultado
casual de la evolución y, por tanto, en el fondo, también algo irracional. Los cristianos decimos: "Creo
en Dios Padre, Creador del cielo y de la tierra", creo en el Espíritu Creador. Creemos que en el origen
está el Verbo eterno, la Razón y no la Irracionalidad»27. «Actualmente, en Alemania, pero también en
Estados Unidos, se está asistiendo a un debate bastante encendido entre el así llamado
"creacionismo" y el evolucionismo, presentados como si fueran alternativas que se excluyen: quien
cree en el Creador no podría admitir la evolución y, por el contrario, quien afirma la evolución debería
excluir a Dios. Esta contraposición es absurda, porque, por una parte, existen muchas pruebas
científicas en favor de la evolución, que se presenta como una realidad que debemos ver y que
enriquece nuestro conocimiento de la vida y del ser como tal. Pero la doctrina de la evolución no
responde a todos los interrogantes y sobre todo no responde al gran interrogante filosófico: ¿de
dónde viene todo esto y cómo todo toma un camino que desemboca finalmente en el hombre? Eso
me parece muy importante»28.

Como puede verse, se trata de un pensamiento bastante presente en los discursos del Papa
Benedicto XVI, lo cual es significativo.

4. Algunas consideraciones conclusivas de cara a la teoría de la evolución y la cuestión del


finalismo

A la luz de lo que hemos presentado hasta ahora, podemos concluir que la cuestión del finalismo no
es de carácter científico, sino más bien filosófico. Y esto vale tanto para los que sostienen el
intelligent design como una teoría científica alternativa a la teoría de la evolución como para quienes,
supuestamente en nombre de la ciencia, niegan el finalismo y recurren al puro azar y la necesidad. A
este respecto, la crítica de Stanley Jaki sobre la propuesta del intelligent design nos parece oportuna
y contundente: «Como muchas otras personas bien intencionadas antes que él, también Behe ha
intentado combatir una batalla de tipo filosófico usando instrumentos científicos. El mal modo de
filosofar que se encuentra en todas partes en la ideología darwinista puede ser combatido sólo
filosóficamente»29.

Por otra parte, hay que presentar la teoría de la evolución como una teoría científica, con los
argumentos a favor, pero también reconociendo sus límites y sus cuestiones abiertas, y no como
ideología, como una especie de dogma absoluto, definitivo, intocable e indiscutible. Para concluir, de
cara al tema más general de la relación ciencia - fe, quisiera hacer notar el hecho de que aún hoy no
faltan científicos que, partiendo de una posición escéptica, agnóstica o incluso atea, llegan después
de todo a descubrir a Dios. Por ejemplo, Francis S. Collins, director del Human Genome Project, y
uno de los científicos más importantes de nuestro tiempo, en su libro The Languaje of God30, habla
de una evolución teísta, según la cual Dios habría creado el universo y se habría servido de la
evolución para crear al ser humano. El caso de uno de los más grandes astrofísicos del s. XX, Fred
Hoyle, es bastante elocuente. Siendo un agnóstico declarado, no pudo menos que reconocer que
sería increíble un universo tan bien armonizado [fine-tuned] sin admitir la existencia de Dios.

Su posición de cara a la cuestión del origen de la vida es aleccionadora. En el libro que escribió junto
con Chandra Wickramasinghe, Evolution from Space (1981), sostiene la improbabilidad de que surja
la vida espontáneamente desde la 'sopa primordial'. A este respecto, Hoyle se sirve de dos imágenes
muy elocuentes: en la primera afirma que creer que la primera célula se originó por casualidad es
como creer que un tornado que pasara por un depósito de partes de aviones pudiera producir por
puro azar un Boeing 747. Asimismo, Hoyle equiparó la probabilidad de obtener por azar una sola
proteína funcional por combinación casual de aminoácidos con la solución del famoso cubo de Rubik
por parte de una multitud de hombres ciegos que llenara todos los planetas del sistema solar
tratando simultáneamente de resolverlo. La conclusión de Hoyle era bastante lógica: «El origen del
universo, como la solución del cubo de Rubik, requiere de una inteligencia». Así, Hoyle no duda en
afirmar que: «A medida que los bioquímicos profundizan en sus descubrimientos sobre la imponente
complejidad de la vida, resulta evidente que las probabilidades de un origen accidental son tan
pequeñas que deben descartarse por completo. La vida no puede haberse producido por
casualidad»31.

7
También algunos filósofos, ante la complejidad de la vida, no pueden sino reconocer una causa
divina. Tal es el caso del filósofo Anthony Flew, conocido ateo declarado, quien ha tenido que
reconocer la necesidad de creer en Dios como causa del universo y de la vida:

«There were two factors in particular that were decisive. One was my growing empathy with the
insight of Einstein and other noted scientists that there had to be an Intelligence behind the integrated
complexity of the physical Universe. The second was my own insight that the integrated complexity of
life itself - which is far more complex than the physical Universe - can only be explained in terms of an
Intelligent Source. I believe that the origin of life and reproduction simply cannot be explained from a
biological standpoint despite numerous efforts to do so»32.

Podemos concluir estas reflexiones con una célebre cita de un reconocido astrónomo, Robert
Jastrow, quien concluye a su vez su libro God and the Astronomers con esta elocuente imagen: «En
el momento actual parece que la ciencia nunca podrá levantar la cortina del misterio de la creación.
Para el científico que ha vivido con la fe en el poder de la razón, el libro termina como una pesadilla.
Ha escalado las montañas de la ignorancia; está a punto de conquistar la cima más elevada; cuando
se remonta sobre la última roca, le saluda un grupo de teólogos que están sentados allí desde hace
siglos»33.

Artículo publicado en Cenáculo. Revista dos Alunos da Faculdade de Teologia - Braga, 2ª Serie, 47 186 (2008),
pp. 33-52.

NOTAS

1 Cf. O. FRANCESCHELLI, Dio e Darwin. Natura e uomo tra evoluzione e creazione, Donzelli Editore, Roma 2005, p. 23.
2 T. PIEVANI, Creazione senza Dio, Einaudi, Torino 2006. Traducción mía.
3 JUAN PABLO II, Homilía en el atrio de la Catedral de Turín, domingo 13 de abril de 1980; cfr. L'Osservatore Romano,
edición semanal en lengua española, 20 de abril de 1980, pp. 10-11.
4 Cf. J. MONOD, El azar y la necesidad. Ensayo sobre la filosofía natural de la biología moderna, Barral, Barcelona 1972.
5 M. DORATO, L'ossessione dello 'scientismo', en MicroMega, 3/08, pp. 79-90.
6 Remitimos a la síntesis de esta doctrina que nos ofrece el Catecismo de la Iglesia Católica, publicado el año 1992, en los
nos. 282-301, 337-349, 1147-1149, 2500-250.
7 Concilio Vaticano I, Constitución Dogmática Dei Filius, c.2, DS 3004; cfr. también Catecismo de la Iglesia Católica, nn.
32-38.
8 Vgr. W. S. HARRIS - J. H. CALVERT, Intelligent Design. The Scientific Alternative to Evolution, en «The National Catholic
Bioethics Quarterly» 3 (2003), pp. 531-561.
9 TOMÁS DE AQUINO, Suma de teología, I, q.2 a.3.
10 A. EINSTEIN, Lettres à Maurice Solovine, Gauthier-Villars, 1956, p. 115; citado en S.L. JAKI, Ciencia, fe, cultura, Ed.
Palabra, Madrid 1990, p. 162.
11 A. EINSTEIN, en The Journal of the Franklin Institute, vol. 221, n. 3, marzo de 1936.
12 J. RATZINGER, Creación y pecado, EUNSA, Pamplona, 1992, p. 47; cfr. A. EINSTEIN, Mein Weltbild, editado por C.
SEELIG (Stuttgart-Zürich-Wien, 1953).
13 BENEDICTO XVI, Discurso en la Universidad de Ratisbona, 12 de septiembre de 2006.
14 Cf. CH.SCHÖNBORN, Finding Design in Nature, en The New York Times, 7 de julio de 2005.
15 CH.SCHÖNBORN, First Things 159, January 2006, p. 34.
16 JUAN PABLO II, Discurso a la Asamblea Plenaria de la Academia Pontificia de las Ciencias, 31 de octubre de 1992.
17 JUAN PABLO II, Mensaje a los miembros a la Academia Pontificia de Ciencias reunidos en asamblea plenaria, 22 de
octubre de 1996; cf. L'Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española, 25 de octubre de 1996, p. 5.
18 JUAN PABLO II. Discurso al Simposio científico internacional sobre 'Fe cristiana y teoría de la evolución' celebrado en
Roma, 26 de abril de 1985; cf. L'Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española, 7 de julio de 1985, p. 4.
19 J. RATZINGER, Creación y pecado, EUNSA, Pamplona 1992, p. 75.
20 Cf. JUAN PABLO II, audiencia general del 2 de enero de 1980, cuando habla de una antropología adecuada,
contraponiéndola «al reduccionismo de tipo "naturalístico", que frecuentemente va junto con la teoría evolucionista acerca
de los comienzos del hombre».
21 COMISIÓN TEOLÓGICA INTERNACIONAL, Comunión y servicio, nº 69. La traducción es nuestra, dado que
al parecer no existe aún una traducción oficial publicada en español.
22 TOMÁS DE AQUINO, Summa Theol. I, 22, 4 ad 1; cf. ibid.
23 JUAN PABLO II, Catequesis durante la audiencia general del miércoles, 10 de julio de 1985; cf. L'Osservatore Romano,
ed. semanal en lengua española, 14 de julio de 1985, p. 3.
24 COMISIÓN TEOLÓGICA INTERNACIONAL, Comunión y servicio, nº 69. De nuevo la traducción al español es nuestra.
25 BENEDICTO XVI, Homilía en la Santa Misa por el inicio del pontificado, domingo 24 de abril de 2005; cf. L'Osservatore
Romano, ed. semanal en lengua española, nº 17, 29 de abril de 2005, p. 7.

8
26 BENEDICTO XVI, Catequesis durante la audiencia general del miércoles, 9 de noviembre de 2005; cf. L'Osservatore
Romano, ed. semanal en lengua española, nº 45, 11 de noviembre de 2005, p. 20.
27 BENEDICTO XVI, Homilía durante la santa misa en la explanada de Isling de Ratisbona; martes 12 de septiembre de
2006, cf. L'Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española, nº 38, 22 de septiembre de 2006, pp. 9-10.
28 BENEDICTO XVI, Encuentro con los sacerdotes de las diócesis de Belluno-Feltre y Treviso, martes 24 de julio de 2007;
cf. L'Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española, nº 31, 3 de agosto de 2007, p. 7.
29 S. L. Jaki, Intelligent Design?, Real View Books, Port Huron, MI, 2005, pp. 22-23 (traducción mía).
30 Cf. F.S. COLLINS, The Languaje of God: A Scientist Presents Evidence for Belief, Free Press, 2006.
31 F. HOYLE, El Universo inteligente, I, 1. Ed. Grijalbo. Barcelona, 1984.
32 Cf. entrevista a A. Flew por B. Wiker, sobre el libro de A. FLEW - R. VARGHESE, There is a God. How the World's Most
N o t o r i o u s A t h e i s t C h a n g e d H i s M i n d , H a r p e r C o l l i n s , N e w Yo r k 2 0 0 7 ; e n w w w. t o t h e s o u r c e . o r g /
10_30_2007/10_30_2007.htm.
33 R. JASTROW, God and the Astronomers, W.W. Norton & Company, New York 1978, p. 116; traducción nuestra.

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