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Estado y pueblos indígenas en el siglo

XIX

 Manuel Quintín Lame. detenido


con algunos de sus hombres. Popayán, junio 10 de 1916.

La política indigenista entre 1886 y 1991


Por: Roberto Pineda Camacho

Con la fundación de la República de Colombia los indígenas fueron considerados


como ciudadanos, con igualdad de derechos --al menos formalmente-- a la
mayoría de los colombianos (excepto los esclavos); la Constitución de Cúcuta de
1821 abolió el "odioso" pago del tributo personal, el servicio personal obligatorio y
se ordenó, entre otros aspectos, la división de los resguardos --tierras de
propiedad colectiva regidas por un cabildo de indios--, con el fin de que los
indígenas gozasen de la propiedad privada.

En las décadas subsiguientes --con excepción de ciertas medidas transitorias


expedidas por Bolívar en 1828 o la ley 90 promulgada por el Estado Soberano del
Cauca en 1859-- se incrementó la división de los resguardos, o sea la parcelación
de las tierras indígenas y la extinción de los cabildos de indios. Con razón, Antonio
García ha definido este período como de lucha contra la comunidad indígena. El
resguardo, como institución colonial, fue percibido como un rezago de ese pasado
ignominioso y como una muralla que impedía la expansión de la "Civilización".
Prevalecieron también los intereses de hacendados y municipios, que se
apropiaron, aunque con amparo legal, de las tierras de los indios.

GOBIERNO INDIRECTO Y TUTELA DE LA MISION


Con el triunfo de la Regeneración y la expedición de la Constitución de 1886,
inspirada en una ideología católica e hispanista, el pasado colonial fue
reivindicado y valorado positivamente, y se otorgo un rol especial a la religión
católica como "elemento esencial del orden social" de la Nación.

En este contexto, se expidió la ley 89 de 1890, "Por medio de la cual se determina


la manera como deben ser gobernados los salvajes que vayan reduciéndose a la
vida civilizada". Aunque esta ley mantenía una percepción negativa de los pueblos
indígenas --como "semicivilizados" o salvajes" postuló un retorno a una política de
manejo indirecto de los pueblos indígenas --al estilo colonial-- mediante el
reconocimiento de sus cabildos y de sus tierras en forma colectiva, mientras que
se procedía a su disolución definitiva. Los indígenas quedaron al margen de la
"legislación general" de la República, bajo la tutela de las misiones católicas, y
fueron considerados como "menores de edad" en lo que atañe al régimen civil y
penal de la Nación.

Bajo el ámbito del Concordato, la ley 89 mencionada y los convenios de misiones


de 1903 y 1928, se reorganizó el país en diversos Territorios de Misiones y se
convocó a diversas órdenes religiosas católicas --en su mayoría españolas-- para
promover la Civilización (entendida como la enseñanza de la moral cristiana y la
occidentalización de su cultura) de los indios. Los misioneros tuvieron bajo su
control la educación primaria para varones en el territorio de su jurisdicción y se
constituyeron en poderosas organizaciones a través de las cuales el Estado hacía
presencia en gran parte del territorio nacional. Esta tendencia prosiguió a lo largo
del siglo XX; en 1953 se firmó un nuevo Convenio de Misiones, que daba
potestades similares a las diversas órdenes misioneras (organizadas en 11
vicariatos y 7 prefecturas apostólicas) en un territorio de 861.000 km², más de las
dos terceras partes del país.

Aunque la ley 89 de 1890 abrió una especie de compás de espera a la división de


los muchos resguardos, la política de extinción de las comunidades indígenas
continuó. Por ejemplo, la Asamblea Nacional Constituyente convocada por el
general Rafael Reyes ratificó mediante la ley 5 de 1905, la legalidad de la venta de
los resguardos efectuados en subasta pública y los derechos de los rematadores.
La ley 104 de 1919 ratificó la división de los resguardos, y dispuso severos
castigos expresados en despojo de la tierra para aquellos indígenas que se
opusieron a la división. Posiblemente fue una reacción contra la rebelión de los
terrajeros del Cauca --dirigida por Manuel Quintín Lame-- que entre 1914 y 1918
habían disputado el poder de la élite payanesa en las montañas del Cauca.

PRIMEROS PASOS DE RECONOCIMIENTO

Los nuevos movimientos sociales que irrumpieron en el país a partir de 1920,


promovieron una visión de los indígenas dignificante de su cultura y sociedad.
Algunos de ellos veían en la indianidad la fuente de la nacionalidad, mientras que
otros pensaron el resguardo como el germen de la futura organización socialista. A
pesar de la expedición de la ley de tierras en 1936 durante el gobierno de la
Revolución en Marcha de López Pumarejo, y el reconocimiento de la función
social de la propiedad, la perspectiva institucional frente a las comunidades
indígenas se mantuvo bajo el parámetro de la ley 89. Por entonces, muchos
indígenas fueron despojados de la tierra. En 1944, se inició un proceso de
extinción de los resguardos de Tierradentro, bajo el argumento de que sus
poseedores habían perdido la identidad indígena.

En 1941, se fundó --bajo la dirección de Antonio García y Gregorio Hernández de


Alba-- el Instituto Indigenista Colombiano, una entidad privada creada bajo los
auspicios del I Congreso Indigenista Interamericano que había promovido el
presidente Lázaro Cárdenas en México. Este Instituto auspició la defensa del
resguardo y estableció las bases de lo que sería una nueva política indigenista en
Colombia; apoyó, así mismo, las luchas de Quintín Lame en el Tolima por la
reconstitución del Gran Resguardo de Ortega y Chaparral.

A partir de 1946, se incrementó la lucha contra la propiedad colectiva indígena.


Gran parte de los resguardos de Nariño, por ejemplo, fueron divididos por un
decreto oficial. Desde el Estado se fomentó una política de negación de las
culturas y de las sociedades indígenas, en cuanto que se percibía --así lo había
planteado claramente Laureano Gómez en su conferencia "Interrogantes sobre el
progreso de Colombia" (1928)-- a los indios y a los "negros" como estigmas de
inferioridad racial.

UNA NUEVA POLITICA

El advenimiento del Frente Nacional permitió la formulación de una nueva política


indigenista, fundándose una Oficina de Negocios Indígenas, transformada
posteriormente en la División de Asuntos Indígenas, esta última adscrita al
Ministerio de Gobierno. La ley 135 de 1961 delineó una nueva política agraria
frente a las tierras indígenas, posibilitando la creación de nuevos resguardos.
Diversas disposiciones posteriores ordenaron la conformación --a través del
INCORA-- de Reservas Indígenas en las selvas y sabanas, y sentaron las bases
para la reconstitución de nuevos resguardos. Esta disposición permitió una nueva
interpretación de la ley 89 de 1890, que paradójicamente se había convertido
desde su expedición en una herramienta legal fundamental para los mismos
pueblos indígenas, en cuanto definía su existencia si se demostraba su
convivencia en comunidad. Así mismo, la adhesión de Colombia en 1967 (ley 31)
al Convenio 107 de 1957 de la OIT sobre los derechos de las Minorías tribales
permitió defender ciertos grados de autonomía y la constitución de reservas y
resguardos indígenas.

Durante las décadas de 1970 y 1980, la lucha de los pueblos indígenas, a través
de sus propios movimientos sociales, fue decisiva en la recuperación de la tierra.
El Consejo Regional Indígena del Cauca (CRIC) y otras organizaciones indígenas
tomaron como meta la recuperación de la tierra, la lengua, la cultura. Desde 1980,
se inició un proceso de conformación de grandes resguardos en la Amazonia y en
otras regiones, cuyas tierras eran consideradas baldías. En 1988, bajo el gobierno
del presidente Virgilio Barco, se creó el Predio Putumayo, con una extensión de
casi 6.000.000 de hectáreas, en beneficio de los grupos uitotos, boras, andoques,
etc., localizados en el departamento del Amazonas. Aunque no se resolvieron
todos los problemas, esta política permitió el control legal de la tierra a muchos
pueblos nativos, no obstante que el subsuelo y sus recursos fueron reservados
como propiedad de la nación.

En 1973 se firmó un nuevo concordato con la Santa Sede, que permitió restringir
las funciones de las misiones católicas; en 1975 esta colaboración tomó la
modalidad de educación contratada a término fijo, con una mayor presencia y
supervisión del Estado. A partir de entonces, la Iglesia católica cedió y entregó un
número considerable de establecimientos educativos. Igualmente desde 1960
enfrentó la competencia de otros misioneros, particularmente del Instituto
Lingüístico de Verano, que había iniciado labores en 1962, bajo el auspicio de la
División de Asuntos indígenas.

En 1978, el Ministerio de Educación asumió la etnoeducación como política oficial


para los pueblos indígenas, promoviendo la educación bilingüe e intercultural. En
1982, los arhuacos expulsaron a la Misión Capuchina, residente en San Sebastián
de Rábago, en la Sierra Nevada de Santa Marta, destacándose la necesidad de
nuevas modalidades de escolaridad en los territorios indígenas. La idea de
"civilizar a los indios" había entrado definitivamente en crisis, aun en el seno de
ciertos grupos de la misma Iglesia católica. En 1980, Planeación Nacional
organizó un Plan de Desarrollo Indígena que intentaba ajustarse a las propias
especifidades culturales. El Estado, en realidad, debía responder, al menos en
algunas regiones, a diversas demandas efectuadas por organizaciones indígenas
que no se resignaban a ser actores pasivos. Las políticas frente a las
comunidades indígenas se inscribieron en el contexto del etnodesarrollo, cuya
filosofía propicia la participación de los mismos indígenas en la definición e
implementación de la política.

Sin duda, las nuevas herramientas legales y acciones del Estado no solucionaron
muchos de los más sensibles problemas de las comunidades indígenas, pero sí
abrieron nuevas posibilidades al reconocimiento de los pueblos indígenas y a su
inserción en diferentes ámbitos de la vida local, regional y nacional; y fueron parte
de la base legal y de la experiencia que permitió reconocer los derechos de los
pueblos indígenas en la Constitución de 1991.
MUJERES, INDÍGENAS Y NEGROS:
PARTICIPACIÓN EN LA INDEPENDENCIA DEL
PERÚ

El proceso por el cual el Perú conseguirá independizarse de la monarquía hispánica ha


sido identificado como uno en el cual la participación de los peruanos fue escasa o nula,
por lo que la independencia fue más un hecho concedido por las fuerzas de los ejércitos
extranjeros de don José de San Martín, Simón Bolívar, entre otros. Sin embargo, la
participación peruana en el proceso independentista no puede ser ceñida únicamente a
los años finales del proceso (1821-1824), ya que este acontecer histórico no se limita a
tres años, sino que las ideas utilizadas desde los años de 1808 serán el germen de lo que
posteriormente llegará a ser la gesta independentista. Igualmente, tampoco debe ser
observarse a la población como un conjunto de ideología homogénea, pues tiene que
tenerse en cuenta las particularidades de los distintos grupos: sean indígenas, negros,
criollos, y demás. Estos tuvieron participación activa tanto en el ejército realista como
independentista; en grupos regulares como tropas o masas irregulares como montoneras.
De este modo, teniendo en cuenta que la independencia no se forja en tres años y que los
actores sociales intervienen en distintas maneras para expresar su postura, ¿de qué
forma crees que los grupos (indígenas, negros, criollos y mujeres) expresaron rechazo o
adhesión al movimiento independentista?, y ¿en qué medida puede considerarse que la
población, a partir de sus actos, se mostraba como una masa activa durante el periodo?

La mujer ha sido un actor social olvidado por la historiografía de la independencia,


ya que si fueron estudiadas, solamente se le prestó atención en tanto se
encarnaban en los personajes de las rabonas. Sin embargo, no todas las mujeres
cumplían aquel papel. Existieron muchas otras que cumplieron un rol más pasivo y
no estuvieron en las batallas. No obstante, esto no le resta importancia a su papel
durante dichos años. En la siguiente fuente se muestra la necesidad de conseguir
el apoyo de las féminas para lograr los objetivos autonomistas:
“Hermanas de Lima: mujeres amables, sexo encantador: vosotras que amáis
deliciosamente nuestra sociedad y nuestras conversaciones. ¿Queréis tener
esposos felices, ricos y distinguidos con empleos? ¿Queréis que vuestros hijos
sean bien educados, y que tengan destinos en que ejercitarse con honor y
utilidad? Pues exige siempre de vuestros esposos y apasionados que os lleven
algún papel importante de nuestra revolución: y que os juren todos sacrificarse por
la libertad de Lima. Haced que en vuestras tertulias no se trate de otra cosa que
de nuestra reunión a un solo fin, y de imitar a los americanos que por todas partes
nos rodean, nos piden, nos instan, nos estrechan, a que sigamos sus heroicos
pasos. ¿No será mejor para vosotras que gobiernen en Lima vuestros propios
paisanos, que no es un godoista, o un francés? Suscribíos a mi diario graciosas
limeñitas, y todas las lindas que habitáis esta ciudad, haciendo que vuestros
conocidos lo copien y lo lean, de la propia suerte que todos los demás papeles,
que respiren el dulce fuego de la libertad. Tened presente, que en el nuevo
gobierno, vosotras habréis de tener también una gran parte, pues la naturaleza os
ha concedido los mismos derechos en la sociedad que a los hombres”.
El Diario secreto de Lima, n° 3, 6 de febrero de 1811. Citado en Morán, Daniel. “La
educación y la imagen de la mujer en la independencia del Perú, 1810-1824”. En
Illapa, año 4, número 8, p. 45.
Fuente n°2

En fecha desconocida, don José de San Martín dirigirá a las mujeres peruanas el
siguiente texto que se titula “Proclama al bello sexo peruano”. A través de esta
declamación, el general San Martín buscó, según la fuente, inflamar en el corazón
de las oyentes el fuego sagrado de la Patria. Lee la proclama y responde las
preguntas correspondientes.
“La inocente América en la lucha que sostiene contra los tiranos que la
esclavizaron durante tres siglos, necesita del influjo del bello sexo y del amor no
menos que de los robustos brazos de sus hijos. Para coronar la obra de su
emancipación, no falta sino libertar el suelo de los Incas; y aquí está ya el Ejército
que lo va a emprender, y que ha jurado conseguirlo o sepultarse entre sus ruinas.
A vosotras, ilustres peruanas, toca ahora el auxiliar nuestros esfuerzos,
empleando vuestro dulce e irresistible influjo. Matronas respetables, esposas
tiernas, castas doncellas, virtuosas hijas, estimulad a aquellos a quienes habéis
dado el ser, a vuestros esposos, a vuestros amantes, a vuestros padres, a que se
armen, no para defender el despotismo, sino para conquistar la libertad. Decidles
que abandonen ese infestado asilo de la crueldad y tiranía, y vengan a unirse a los
soldados de la Independencia. Yo estoy seguro de que a vuestra voz imperiosa
acudirán al campo del Ejército Libertador todos cuantos aman la gloria: todos los
que se sientan inflamados al oír el dulce nombre de la patria: todos aquellos cuyo
corazón se abrase en los vivos fuegos del amor.
¡Qué acreedoras seréis entonces al tributo de veneración y respeto que os
presentarán los hombres libres de todos los países! La generación presente y las
futuras, al recordar los triunfos a que debió el Perú su libertad, dirán con
emociones de gratitud y admiración: la nueva era de la América se debe, no
menos al valor de sus hijos, que a los nobles esfuerzos de las damas Peruanas y
a los sublimes sentimientos que inspiraros en sus padres, en sus hermanos, en
sus esposos e hijos. –San Martín-”
Herrera, José Hipólito. El álbum de Ayacucho: colección de los principales
documentos de la guerra de la Independencia del Perú, y de los cantos de victoria
y poesías relativas a ella. Lima: Tip. de A. Alfaro, 1862. Pp. 279-280.
Luego de la Independencia, el ejército se convertirá en uno de los pilares de la
sociedad. En términos políticos, los grupos de poder se tenían que aliar con dicha
institución (representada con distintos caudillos) para poder materializar sus
ideales políticos; sin embargo, eran muy pocos los de clase alta que actuaban
como soldados. Al contrario, una gran parte de estos ejércitos estaba constituido
por la presencia de los estratos sociales bajos. Incluso, en ellos se puede
encontrar la presencia de mujeres. Estas eran conocidas como rabonas, y no
estuvieron únicamente en la época de los caudillos, sino que comenzarán a actuar
en los años inmediatos de las guerras de la Independencia y tendrán un rol
importante en el devenir de los acontecimientos históricos.
“Nada más curioso que la partida de un ejército peruano que entra en campaña.
Mujeres y niños caminan en medio de la larga fila de soldados, la cual se
despliega confusamente en la dirección indicada por los jefes. Asnos y mulas
cargadas con los bagajes siguen a la columna o se arrojan a cada paso entre las
filas. Por lo demás nada se ha previsto. Falta todo: las provisiones, los cuidados,
hasta la paga. De este modo viven casi siempre a expensas de la región que
atraviesan y las compañeras ordinarias del soldado, conocidas con el nombre de
rabonas, reemplazan para él la administración militar. La costumbre de llevar a las
mujeres a la guerra es de origen indio. Si no se acatara esta costumbre sería
imposible retener a un solo hombre bajo las banderas. Esposas o concubinas del
soldado, las rabonas están con él en todas partes y lo siguen en sus marchas más
penosas, llevando a veces un hijo sobre los hombros y otro suspendido a sus
vestidos. Se ha visto al ejército peruano comandado por el general San Cruz
recorrer hasta veinte leguas por días, entre las montañas, sin que jamás lo
abandonaran las mujeres. Esta perseverancia es en realidad notable. La rabona
es, con todo, más bien la esclava que la mujer del soldado. Golpeada, maltratada
muy a menudo, no toca ni siquiera los alimentos que ella misma ha preparado,
mientras que su rudo compañero no tenga a bien compartirlos con ella. Por dura y
fatigosa que sea esta vida, la rabona parece hallarse a su gusto. Cuando el
soldado entra en el cuartel, ella le sigue y aún allí se encarga de los cuidados
domésticos. Si de nuevo se da la orden de partir, se pone alegremente en camino.
La marcha de un ejército peruano escoltado por esas mujeres intrépidas se
asemeja a una de esas migraciones de los antiguos pueblos indios arrojados de
su territorio por las usurpaciones de la raza blanca. No son regimientos, son
poblaciones íntegras las que un general peruano arrastra tras de sí.”
Sartiges, Eugène de. Dos viajeros franceses en el Perú Republicano. Lima:
Cultura Antártica, 1947. P. 144

Majluf, Natalia. Tipos del Perú. La Lima de Pancho Fierro. Madrid: Ediciones El
Viso; Nueva York: Hispanic Society of America, 2008. P. 93.
Fuente n°4
Dionisio Inca Yupanqui fue un indio noble educado la mayor parte de su vida en la
península ibérica. Versado a través de diversas fuentes sobre los problemas de
América y la condición del indio, fue uno de los representantes peruanos en las
Cortes de Cádiz que apelará en uno de sus discursos sobre la llamada Cuestión
Americana. Presta atención al siguiente texto y responde las preguntas.
5 de enero de 1811:
“Habiendo llamado muy particularmente toda la atención de las Cortes generales y
extraordinarias los escandalosos abusos que se observan e innumerables
vejaciones que se ejecutan con los indios, primitivos naturales de América y Asia,
y mereciendo a las Cortes aquellos dignos súbditos una singular consideración por
todas sus circunstancias, ordenan que los virreyes, presidentes de las Audiencias,
gobernadores, intendentes y demás magistrados, a quienes respectivamente
corresponda, se dediquen con particular esmero y atención a cortar de raíz tantos
abusos reprobados por la religión, la sana razón y la justicia, prohibiendo con todo
rigor que bajo ningún pretexto, por racional que parezca, persona alguna
constituida en autoridad eclesiástica civil o militar, ni otra alguna de cualquier clase
o condición que sea, aflija al indio en su persona, ni le ocasione perjuicio el más
leve en su propiedad, de lo cual deberán cuidar todos los magistrados y jefes con
la más escrupulosa vigilancia. Declaran asimismo las Cortes que merecerá todo
su desagrado y un severísimo castigo cualquiera infracción que se haga a esta
solemne declaración de la voluntad nacional, y que será castigado con todo el
rigor de las leyes el que contraviniere a esta su soberana voluntad.
Fundación Centro de estudios constitucionales 1812. Diario de sesiones de las las
Cortes generales y extraordinarias. Consultado el día 11 de septiembre del 2
Fuente n°5:

La apertura de las Cortes de Cádiz en 1811 marcará el inicio de un breve periodo


liberal que finalizará en 1814 aunque sus medidas tendrán rezagos en el territorio
peruano, rezagos que pondrán en serios aprietos al gobierno local. Uno de los
momentos más críticos se encuentra en los años de 1814 y 1815 con la Rebelión
del Cuzco, que dura aproximadamente ocho meses. A continuación se presentan
dos extractos que pertenecen a dicho momento:
A) Angulo.
[…] El numeroso pueblo, la fuerza armada y todas las corporaciones han ratificado
solemnemente la constitución política de la monarquía, la fidelidad a nuestro
amado monarca el Sr. D. Fernando VII, a las cortes soberanas, y a la serenísima
regencia del reino, cuyas determinaciones espero, y a las cuales doy cuenta,
instruida con documentos de la sanidad de mis procedimientos.
Si todas las revoluciones políticas tienen un carácter particular que las distingue,
es sin duda muy original el de la acaecida en esta ciudad. Contra el curso regular
de ella, ha sido incruenta, porque no se ha derramado una gota de sangre; no ha
habido anarquía, porque algunos pequeños desórdenes inevitables en un
trastorno, han sido prontamente detenidos: los jueces de primera instancia han
sido auxiliados, y puesta a su disposición la fuerza armada necesaria; se trata del
cumplimiento de las leyes, y según las atribuciones del jefe político y comandante
militar, se hace la separación de los asuntos en que respectivamente deben
entender.
Temple, Ella Dunbar (comp). Conspiraciones y rebeliones en el siglo XIX. Lima:
Comisión Nacional del Sesquicentenario de la Independencia del Perú, 1971-
1974. Tomo 3; Vol. 6; pp. 211-215.

B) Manifiesto de los insurgentes del Cuzco – Revolución del Cusco


[…] Valientes generales: Continuad con vuestra vigilancia y entusiasmo, y sin
dejaros pervertir de las amenazas y sin preocuparos con el germen de la
discordia. Todos sois unos e iguales y os reconocemos por nuestros libertadores.
Congreso sabio que acabáis de ser elegido y proclamado por un pueblo en los
fervores de un arrebato juicioso, grande, extraordinario y aun divino; empezad ya a
operar con denuedo hollando imperiosamente las leyes bárbaras de la España,
fundaos sólo en la necesidad, en la razón y en la justicia, y sean éstas el timón por
donde gobernéis un pueblo que no reconoce autoridad alguna extranjera. Ilustre
Ayuntamiento: Oíd los ecos públicos sin desviaros en pretensiones extrañas, y en
sostener con avilantez el plan infame del gobierno español; en vuestro cuerpo
tenéis miembros podridos que se deben cortar, si no reforman sus costumbres.
Insensatos: No os perdemos de vista. Temed nuestro enojo si no os enmendáis.
Temple, Ella Dunbar (comp). Conspiraciones y rebeliones en el siglo XIX. Lima:
Comisión Nacional del Sesquicentenario de la Independencia del Perú, 1971-
1974. Tomo 3; Vol. 7; pp. 329-331.
Fuente n°6
Una faceta un tanto relegada del arequipeño Mariano Melgar por sus
composiciones poéticas es su actuar político. En los años previos a los
acontecimientos que decidirían su vida en los campos de batalla de Umachiri, con
la cual se sellaría la llamada rebelión del Cuzco (1814-1815) y que puso en alerta
al virreinato peruano sobre la necesidad de acabar rápidamente con los
insurgentes dentro del territorio. En este poema, escrito probablemente en su
último año de vida, refleja el pensamiento del poeta arequipeño en cuanto a la
importancia de los suyos para conseguir los objetivos de la rebelión.
Poema “Marcha Patriótica” de Mariano Melgar
Ya llegó el dulce momento
En que es feliz Arequipa,
Ya en mi suelo se disipa
El Despotismo feroz:
Ya se puede á boca llena
Gritar: que la Patria viva,
Que la libertad reciba
Que triunfe nuestra Nación.
Cayó el monstruo detestable
Que en nuestra cerviz sentado
Trescientos años ha hollado
La Justicia y la razón:
Y en su lugar se levanta
La oliva de la victoria,
Que borrará la memoria
de los siglos de opresión.
Levantad pues hijos bellos
Del Perú siempre oprimido,
Incrementad el partido
De esta grande Redención:
Ved que el Cielo nos protege
Y que salen los efectos
Mayores que los proyectos
Que el Patriotismo formó.
No se encuentra un hombre solo
Que no empuñe aguda espada,
Y arroje a su negra nada
Al tiránico español:
Pues las heridas gloriosas
Que en el campo se reciban
Harán que sus nombres vivan
Muerto el Déspota esquadrón.
Suene en fin en todas partes
Con las voces y los hechos,
Que no vivan nuestros pechos,
Si no logran este honor:
Viva, viva eternamente,
El Patriotismo Peruano,
Viva el suelo Americano,
Viva su libertador
Nuñez, Estuardo. Un manuscrito autógrafo y desconocido de Mariano Melgar.
Consultado el día 11 de septiembre del 2015.
Fuente n° 7:

En el Perú, no fue diferente en un principio, pero a medida que la expedición


libertadora hacía preparativos para el desembarco; una intensa campaña de
propaganda fue dirigida a las tropas coloniales para que el mensaje de la
emancipación llegase a ellos, dicha estrategia dio resultado. Las milicias de color
abrazaron la causa. El naciente ejército peruano llegó a tener una gran proporción
de negros, mulatos libres y también esclavos escapados, pese a que la esclavitud
no había sido abolida y los prejuicios sociales raciales seguían tan fuertes como
antes contra las tropas de negros y mulatos. En unidades como la legión peruana,
una tercera parte eran tropas de color, su devoción a la causa de la emancipación
fue total, aún en los momentos difíciles de las campañas libertadoras. Estuvieron
desde la campaña de Intermedios hasta la Batalla de Ayacucho.
Fuente: Las milicias de pardos y morenos en la América colonial. Fernando Oré
Caballero. Historia y Cultura 2001 p. 111.
Fuente n°8:

En el siguiente extracto, el viajero ingles Basil Hall relata la acción y sentir de una
negra cuando conoce al general don José de San Martín. Lea con atención:
“Al entrar yo al salón, una linda mujer de edad mediana se presentaba al general;
cuando él se adelantó para abrazarla, ella cayó a sus pies, le abrazo las rodillas y,
mirado hacia arriba, exclamó que tenía tres hijos que ofrecerle, los que esperaba
se convertirían ahora en miembros útiles de la sociedad en vez de ser esclavos
como hasta entonces”
Núñez, Estuardo (comp). Relaciones de viajeros. Lima: Comisión Nacional del
Sesquicentenario de la Independencia del Perú, 1971-1973. Vol. 1; p. 236

“Cuadrilla de negros festejando el 28 de julio de 1821”.


Fierro, Pancho. Acuarelas de Pancho Fierro y seguidores: colección Ricardo
Palma. Lima: Municipalidad Metropolitana de Lima, 2007. Edición 1; p. 114

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