Tu pensamiento es como un filtro que usas para interpretar y dar significado a todo lo
que te sucede, y esas interpretaciones de tu realidad ejercerán una influencia muy
importante en tus emociones, haciendo que te sientas de un modo u otro.
Es decir, es tu pensamiento el que determina si, tras un determinado acontecimiento,
sentirás una ira intensa y descontrolada o, por el contrario, sentirás simplemente
malestar o un enfado moderado y controlable.
Cambiar los pensamientos negativos no significa sacar de tu mente todo lo malo para
pensar en rosa en todo momento. Ni tampoco significa pretender convertir la
depresión en felicidad o la ira en amor. Si tienes motivos para estar triste, para estar
enfadado, para estar nervioso, debes sentir esas emociones y no pretender usar tu
pensamiento para hacerlas desaparecer y sustituirlas falsamente por las opuestas,
porque eso no es más que un autoengaño que al final te pasará factura (seguramente,
en forma de síntomas físicos).
3. Una vez que tengas claro lo que has pensado y cómo tu pensamiento te ha llevado a
sentir esa emoción exagerada o tener esa reacción o comportamiento indeseado,
cuestiona tu pensamiento. Es decir, hazte preguntas como: ¿De verdad es esto así?
¿Estoy exagerando? ¿Estoy cometiendo algún error de pensamiento? ¿De verdad es
tan terrible? ¿Realmente pasaría esto que creo? ¿Es cierto que lo ha hecho a
propósito? ¿Existe otra explicación posible? Y otras preguntas similares. Se trata de
preguntas destinadas a poner en duda tu pensamiento para no creerte lo primero que te
venga a la mente y hacerlo más lógico y racional.
Conforme vayas haciendo esto con cierta frecuencia irás descubriendo ciertos
patrones de pensamiento perjudiciales e irracionales que te crean muchos problemas y
podrás empezar a cambiarlos por pensamientos más constructivos.
Con el tiempo y la práctica, tu nuevo modo de pensar irá ganando fuerza hasta
convertirse en dominante.
2. Intentas usar la razón y el pensamiento para tomar una decisión que debería
estar guiada por la emoción y no por el intelecto. Por ejemplo, pensando no vas
a saber si te gusta más una ciudad u otra o un trabajo u otro. En casos como estos
deberás dejar de pensar y empezar a sentir, dejándote guiar por tus emociones y tu
intuición.
Si tratas de forzar, obligar o exigir a tu mente que funcione como tú quieres, solo
conseguirás estresarte y el estrés excesivo no ayuda a encontrar soluciones.
5. Tratas de usar tu pensamiento para evitar una emoción negativa. Por ejemplo,
si alguien ha herido tus sentimientos (te ha rechazado, humillado, etc.) y sientes ira,
vergüenza, tristeza, ansiedad o cualquier otra emoción negativa, no es raro que pienses
una y otra vez en lo sucedido para tratar de procesarlo, darle sentido, entenderlo o
reinterpretarlo de un modo que te haga sentir mejor. Sin embargo, la mayoría de las
veces acabas sin llegar a ninguna parte, rumiando en tu mente un montón de ideas
desagradables y puede que hasta con dolor de cabeza o contracturas musculares. Si
este es tu caso, sé consciente de lo que pasa: estás usando tu pensamiento para aliviar
tus emociones.
A partir de aquí tienes dos opciones: o lo haces bien o haces algo diferente. La terapia
cognitiva se ocupa precisamente de esto: enseña a las personas cómo usar su
pensamiento para modificar sus emociones. Pero tienes que saber cómo hacerlo bien
porque, de lo contrario, puedes acabar obsesionándote.
Errores de pensamiento
Otra opción consiste en dejar de lado el pensamiento para centrarte más en el presente
recurriendo al mindfulness o a las técnicas de la ACT. De esto hablo un poco más
adelante.
Cómo el mindfulness
puede ayudarte a
superar tus problemas
emocionales
Actualizado 29 de julio de 2017
En el artículo Mindfulness y salud mental describía lo útil que puede resultar el
mindfulness en los problemas emocionales y cómo un persona puede generarse
sufrimiento al relacionarse con sus estados emocionales de un modo inadecuado. Es
decir, sentir miedo no necesariamente produce sufrimiento, sino que es tu modo de
relacionarte con ese miedo el que puede determinar que acabe convirtiéndose en
ansiedad o pánico o hacer que persista durante toda tu vida, atemorizándote en cada
esquina.
Por este motivo te sirve de ayuda para aceptarte en vez de criticarte. Prueba a observar
todo lo que pasa por tu mente sin juzgar, ni evaluar, ya sea en sentido positivo o
negativo, y verás que hay una gran diferencia. Tu forma habitual de relacionarte con
los contenidos de tu mente ha sido probablemente la de juzgar. Intenta cambiar esto y
comprueba su efecto. Es como si un día estás tranquilamente en tu casa y al mirar por
la ventana ves que está lloviendo.
Entonces dices: "Ah, está lloviendo" y luego sigues con lo que estabas haciendo. Con
los contenidos de tu mente puedes elegir hacer exactamente lo mismo. Cuando
observas tu mente generar el pensamiento "eres un idiota incapaz de hacer nada bien",
cuando ves surgir en tu interior el miedo o la tristeza, puedes hacer lo mismo que con
la lluvia: "vaya, mi mente me está diciendo que soy idiota", "ha surgido tristeza en mi
interior".
Practicar esto supone practicar la aceptación en vez de tratar de huir de los contenidos
mentales desagradables.
Si practicas este tipo de aceptación, tus contenidos mentales dolorosos, esos que ahora
tienen tanto poder para hacerte daño, se irán debilitando y dejarán de ser más fuertes
que tú y de tener el control sobre tu vida. Si no haces algo que deseas hacer por la
ansiedad que te genera, la ansiedad te domina a ti; si aceptas tu ansiedad, la dejas estar
y haces lo que deseas hacer a pesar de ella, centrando tu atención en el presente y en
lo que importa, no en la ansiedad, entonces tú eres más fuere que tu ansiedad.
¿Qué es el mindfulness?
Actualizado 06 de mayo de 2016
La palabra mindfulness no tiene una traducción exacta al español. Por este motivo se
utiliza la palabra inglesa. No obstante, podría traducirse como atención plena. Implica
centrarse en el momento presente de una manera activa, siendo conscientes de la
experiencia que estamos viviendo dentro o fuera de nosotros, tal y como es, sin
pretender controlarla, ya sea un pensamiento, una emoción, un recuerdo, las palabras
de otra persona, etc.
Se trata de permanecer en una situación sintiendo y observando lo que sucede pero sin
juzgar ni intervenir. Esto permite que lo que tiene que suceder suceda de un modo
completo, sintiéndolo hasta el final.
Es una técnica procedente del budismo Zen que se ha estado practicando durante más
de 2.500 años y que ahora la psicología científica está investigando e incorporando
como parte de la psicoterapia.
Pero el mindfulness es mucho más que una técnica. Es también un modo de estar en el
mundo, un modo de vida y un modo de actuar y comportarse o de enfrentarse a los
retos y dificultades de nuestras vidas. Es un modo de vida que implica dejar de huir
del sufrimiento para aceptarlo como una parte inherente a la vida, algo que estará
siempre presente, junto con la felicidad. El sufrimiento y la felicidad pasan a ser las
dos caras de la misma moneda, van juntos, son inseparables y ambos nos ayudan en
nuestro desarrollo personal.
Supongamos que estás haciendo algo tan sencillo como tomar el desayuno, mientras
estás en tu casa, a solas. Para hacer esto con mindfulness, el primer paso es ser
plenamente consciente de lo que estás haciendo, de cada sabor, de cada gesto y
movimiento, de cada aroma, aceptando esa experiencia tal y como se va desarrollando
y poniendo toda tu atención en ella como si no hubiera nada más en el mundo.
Sin embargo, puedes ser consciente de que estás desayunando pero, al mismo tiempo,
tu mente está llena de todo tipo de pensamientos y preocupaciones, y además, puedes
estar viendo la tele o leyendo al mismo tiempo. Eso no es mindfulness, puesto que de
este modo, solo una pequeña parte de tu conciencia está implicada en el acto de comer
y solo eres parcialmente consciente de las sensaciones, emociones o pensamientos que
experimentas.
Cuando tu mente está en todas partes y en ninguna, eres solo mínimamente consciente
de tus pensamientos y éstos son capaces de vagar libremente, sin control. Estas
haciendo varias cosas pero no hay una intención, un propósito. Y precisamente ese
propósito es la parte más importante del minfulness. Cuando no practicas mindfulness
en lo que haces y, por tanto, no hay un propósito claro en tus actos, todo en tu interior
vaga libremente, acuden emociones o pensamientos a tu mente, centras tu atención en
una cosa, al azar, luego en otra, también al azar, no hay control de tu estado interno,
estás a merced tanto de los estímulos externos como internos, como si estuvieras en un
mar que te lleva de un lado a otro, saltando de ola en ola, de una corriente a otra.
Mindfulness significa estar en ese mismo mar pero sintiendo una corriente
determinada en la cual decides, libremente, concentrar toda tu atención, siguiéndola
voluntariamente, dejándote arrastrar por ella, siendo plenamente consciente de esa
experiencia y dejando ir todas las demás. Es decir, el resto de los estímulos, como el
ladrido de un perro, un pensamiento, una imagen mental, simplemente lo observas, te
das cuenta de que está ahí y luego lo dejas ir, como si te atravesara y se desvaneciera,
volviendo a centrar tu atención en tu experiencia.
En nuestro día a día el cerebro interpreta de forma automática todo lo que nos rodea y,
aunque en la mayoría de los casos los mensajes que nos ofrece son positivos y útiles,
también puede confundirnos. Los psicólogos han estudiado en profundidad lo que se
conoce como “pensamientos negativos automáticos” (conocidos en el mundillo como
ANT, por sus siglas en inglés –automatic negative thoughts–): ideas perniciosas que
aparecen en nuestra cabeza sin que las busquemos y constituyen una peligrosa fuente de
emociones perturbadoras.
Aunque los ANT han sido objeto de estudio de numerosos psicólogos y psiquiatras, fue
uno de los fundadores de las terapias cognitivas, el doctor estadounidense Aaron
Temkin Beck, quién más contribuyó a su definición en los años 60. Beck creía que los
ANT eran determinantes en nuestro bienestar, o más bien en nuestro malestar. En su
opinión, estos pensamientos negativos sabotean lo mejor de nosotros mismos y, si no
sabemos controlarnos, acaban creando una situación de inseguridad, ansiedad e ira que,
a su vez, genera nuevos ANT. Un círculo vicioso del que no es fácil salir, en el que los
pensamientos negativos se repiten una y otra vez.
Los ANT suelen tener una forma específica y recurrente, fácilmente identificable en
nuestro discurso interior. Dado que nuestro Pepito Grillo maligno siempre habla de la
misma forma, es fácil desenmascararle. En general se trata de mensajes que parecen
taquigrafiados, compuestos por una frase corta que aparece en nuestra cabeza una y otra
vez, en forma de recuerdos, suposiciones o autorreproches, como la reconstrucción de
un suceso pasado (“si hubiera hecho x, no habría pasado x”), la creación ficticia de un
suceso futuro (“siempre hago mal x, y en futuro volverá a ocurrir lo mismo”), o una
exigencia culpabilizadora (“tendría que haber hecho x, debería hacer x…”).
Los ANT surgen de forma automática, espontánea: entran de forma brusca en la mente,
sin que hayamos hecho ningún juicio previo de la situación. Pero, pese a lo poco sólido
de sus argumentos, los percibimos como verdades absolutas, como ideas que llevamos
reflexionando mucho tiempo; y es ahí donde reside su peligrosidad: damos por cierto
algo que no lo es.
Aunque desde fuera los ANT puedan parecer ridículos, la persona que los sufre los
considera muy reales y creíbles, precisamente porque no se para a analizarlos (de ahí lo
positivo que resulta compartir estos con terceras personas). Los damos por válidos, sin
cuestionarlos, pues se viven como verdades absolutas espontáneas, algo que se
puede solucionar si aprendemos a analizarlos con lógica para comprobar que sus
conclusiones son exageradas.
Para saber mantener a raya estos pensamientos negativos (acabar con ellos por completo
es imposible), debemos darnos cuenta de que nuestra voz interior sólo nos ofrece un
punto de vista: los ANT responden a una automatización del cerebro, que no incluye
una reflexión previa del juicio emitido, pero que parece de lo más lógica. Si logramos
identificar estos pensamientos, para analizarlos en frío y con cautela, lograremos darnos
cuenta de lo ridículos que resultan en la mayoría de ocasiones, y conseguiremos
neutralizarlos.
El periodista John Paul Flintoff, autor del libro Cómo cambiar el mundo (B de Books)
y profesor de The School of Life, ha estudiado el asunto con detenimiento y ha llegado
a la conclusión de que existen 10 ANT principales, que todos sufrimos en un momento
dado, y las ha compartido en The Guardian. Nuestro bienestar depende en gran medida
de que aprendamos a identificar estos pensamientos perniciosos y logremos relativizar
su importancia.
Estas ANT no dejan lugar a los grises, si algo malo ha ocurrido es sólo por tu culpa, y
no hay solución: “He fallado por completo”, “cualquier otro podría hacerlo”, “esto
sólo me pasa a mí”…
3. Adivinar el futuro
4. Generalizar
Otro de los pensamientos negativos que todos hemos experimentado en una ocasión. Sin
pararnos a pensar, pensamos que, si algo ha pasado una vez, volverá a repetirse.
“Siempre pierdo las gafas de sol, así que las volveré a perder”, decimos. Puede ser,
pero también puede que nos duren toda la vida.
6. Dramatizar
Hacerse la víctima, y crear melodramas innecesarios, es también algo muy propio de los
pensamientos automáticos. “No encuentro mi bolso. Me estoy haciendo vieja”.
¿Cuántas veces hemos oído una frase como esta a nuestras madres o abuelas? No existe
una relación causal en esa afirmación, pero aun así nos lo creemos.
Todos tenemos un límite, y aunque pensar que no lo tenemos puede ser positivo para
alcanzar determinadas metas, también puede ser contraproducente. ¿Cuántos deportistas
o conductores han pensado “tengo que seguir, aunque esté agotado” y han acabado
lesionándose o en la cuneta?
Dado que los ANT son mensajes telegráficos y específicos muchas veces, demasiadas,
aparecen en nuestra mente en forma de insultos: “soy un inútil”, “mi compañero es
imbécil”, “mi jefe es tonto”… Todos caemos en este juego día sí y día también, el
problema es que, en muchas ocasiones, nos creemos lo que pensamos, y acabamos
tratándonos a nosotros mismos o a los que nos rodean de forma acorde al insulto que les
estamos dedicando.
9. Autoculparse
Una de las ANT más extremas, y más propias de las personas que acaban padeciendo
depresión, se caracteriza por pensar que todo lo que nos rodea va acabar mal. Lo triste
es que, si entramos en ese círculo vicioso, pensaremos realmente que todo nos va
mal, y al final, tendremos razón.
Estas son las principales ideas que Chaguaceda explora en el libro, tal como las ha
diseccionado en su visita a la redacción de El Confidencial.
“Como el hombre es un ser racional tendemos a pensar que todo lo que hacemos es
racional”, explica el periodista. “Pero lo que ha ido descubriendo la ciencia es que las
intuiciones y las emociones pesan más que lo racional. Lo subjetivo siempre está por
delante de lo objetivo”.
Nuestro cerebro capta información como una esponja pero sólo somos conscientes de la
parte que captamos racionalmente
El periodista pone como ejemplo un viaje en coche: “Cuando haces un trayecto los
kilómetros se te hacen más cortos cuando ya los has recorrido, aunque la distancia
es la misma. Si estamos en Madrid y vamos a Alicante hasta que no hemos pasado el
desvío de la A-3 y la A-4 no pensamos que estamos llegando, pero cuando estamos
volviendo a 150 km ya estamos, porque todo es más reconocible. De la misma manera
que siempre pensamos que está más cerca el tiempo por venir que el tiempo que ha
pasado”.
“El cerebro siempre capta mejor los argumentos en los que ya creías”, explica
Chaguaceda. “Primero está la creencia y luego está la razón. Por eso a los que tienen
una determinada postura su cerebro les da la respuesta que necesitan. Como yo creo que
la reforma fiscal es buena o mala a partir de mi creencia mi cerebro me da los
argumentos que la sustenta. Por eso los contrarios a la reforma sólo encuentran los peros
y los que no los favorables”.
Tenemos que entender que cuando estamos discutiendo de un tema es porque tenemos
visiones diferentes, no porque la realidad sea intrínsecamente diferente
En opinión del periodista, es necesario que aprendamos a analizar las emociones, para
así ser más comprensivos con las subjetividad propia de toda interacción social:
“Tenemos que entender que cuando estamos discutiendo de un tema es porque tenemos
visiones diferentes, no porque la realidad sea intrínsecamente diferente. Cuando se
plantea sobre la mesa un argumento entre un par de comunidades y el resto se suele
hablar de ‘datos objetivos de la situación’. Pero es que esto no existe, tú tienes una
visión y yo tengo otra. No todo es negro y blanco, la vida es gris. Hay que encontrar
términos medios, puntos de conexión”.
Ahora bien, matiza el periodista, como el ser humano es un ser social, solo el altruismo
entre los miembros del grupo permite que éste triunfe: los grupos que colaboran
obtienen mejores rendimientos que los que no lo hacen.
“Esa necesidad de ser egoístas y colaboradores al tiempo nos mantiene en una balanza”,
explica Chaguaceda. “Si tú tiras todos los balones a puerta y los metes igual, serás el
mejor de tu equipo, pero tu equipo irá de pena, y a los equipos que colaboran les va
mejor, y como les va mejor a todos, a ti también”.
Esta dualidad del ser humano entre el egoísmo y el altruismo hace que nuestras
emociones no siempre nos lleven por el buen camino.
No puede ser que después de años de intentar salir de la superstición y llegar a la razón
ahora digamos que la razón no sirve
Sí, los humanos somos muy parecidos, pero en lo que más nos parecemos es en nuestra
subjetividad, lo que nos hace imprevisibles. “Todos en función de donde nos pongan
actuamos de una u otra manera”, explica Chaguaceda. “Sabemos que somos todos
tremendamente parecidos, pero luego somos imprevisibles: ante la publicidad, la
política, la viralización… Mira lo que pasa con las redes sociales. Hay vídeos que lo
petan y todas las compañías buscan replicarlo, pero nadie lo consigue. Somos
previsibles en cómo vamos a valorar las cosas pero luego somos imprevisibles sobre
qué vamos a hacer”.
Pensamientos negativos de
hacerle daño a los demás
Hola, tengo 25 años y desde hace unos 5 más o menos sufro de lo que según yo es
Trastorno Obsesivo-Compulsivo y/o Ansiedad (no he ido con ningún psicólogo ni nada,
solamente e investigado en internet). Me siento mal al hablar de esto ya que NUNCA lo
he hablado con nadie y tengo miedo saber que tengo algo malo que no pueda curar.
Estoy dispuesto a ir a un psicólogo o psiquiatra si se me indica, que lo más probable es
que sí. Lo que pasa es que hace 5 años más o menos no sé por qué me entró la idea en la
cabeza de qué pasaría se llego a lastimar físicamente a mi novia, desde ese entonces me
da muchísimo miedo pensar en esas cosas negativas de perder el control y agarrar un
objeto punzocortante y hacerle daño o a alguien más de mis seres queridos. Yo antes no
sufría de eso, para nada, pero desde que me pasó la primera vez no he parado, hay
temporadas en las que no pienso nada así y me siento bien y de repente empiezo a
pensar en esas cosas y me pongo muy mal, yo pienso que yo solo me sugestiono al
pensar en eso. Hace poco estaba dormido con mi novia y en la madrugada me desperté y
me empezó a dar mucho miedo y al mismo tiempo coraje ya que tenía una navaja suiza
cerca, entonces empecé a pensar en "qué tal si me vuelvo loco y me salgo de control y
agarro esa cosa y la lastimo" el miedo sólo seguía aumentando a tal punto que me
levanté bruscamente y salí casi corriendo, me sentía muy mareado, tembloroso y con
mucho miedo, entonces empecé a caminar y me fui calmando hasta que me quedé
tranquilo y volví a la cama con ella y dormí bien, desde ese día no paro de pensar en eso
y me da muchísimo miedo, tengo entendido que lo que me pasó en ese momento fue un
ataque de ansiedad, la primera vez que me ha sucedido. Tengo muchos pensamientos
horribles y la verdad es que siento que están acabando conmigo, yo pienso que yo sólo
me sugestiono porque de un pensamiento me voy a otro. Yo sé que nunca haría nada así
pero igual el miedo está ahí, me da mucho miedo pensar en llegar a perder el control o
algo así, quiero dejar de tener esos pensamientos negativos y estoy tratando de no
hacerles caso y en veces me siento bien y tranquilo pero de repente se me vienen a la
mente de nuevo y me pongo muy mal, me dan miedo los cuchillos y esas cosas. Hace
unos días estaba muy muy mal, al punto de querer explotar, salir corriendo y pedir
ayuda pero tengo mucho miedo de contarle a mi familia o a alguien ya que no quiero
que piensen mal de mí ni me tengan miedo ni nada por el estilo.
Respuesta:
Tu problema es que confundes el pensamiento con la acción. Crees que por pensar en
hacer daño a tu familia lo vas a hacer. Nada más lejos de la realidad. Precisamente lo
que tienes miedo es a lastimarlos, por lo tanto no lo vas a hacer. Todos tenemos
pensamientos parecidos pero si eres consciente de que son sólo pensamientos,
desaparecerán. Si les das importancia volverán con más fuerza. Por lo que me cuentas
está afectando a tu vida cotidiana, me parece necesario que consultes a un psicólogo
para que valore la gravedad de las obsesiones y trate de llegar a la raiz. El psicólogo te
dirá si necesitas ver a un psiquiatra y te ayudará a controlar tus pensamientos. En lo que
respecta a si se lo cuentas a tu familia o no, depende de ti. No es necesario si no te
encuentras cómodo pero lo de ir al psicólogo no lo dejes. Verás como mejoras. Y no
olvides que el pensamiento se convierte en acción si tú quieres, el control lo tienes y no
lo vas a perder. Un saludo.
8 formas de vencer
pensamientos indeseados
persistentes
Por
Alejandra Alonso
-
14/10/2012
A continuación te dejo 8 de
ellos:
1. Distracción enfocada:
Es aquella tendencia natural cuando intentas desconectar tu
mente, es decir, tratas de pensar en algo más para distraerte.
Cuando la mente deambula buscando nuevas cosas en que
enfocarse, en una de esas, te deja en paz. La distracción si
funciona pero raramente lo suficiente; los estudios sugieren que es
mejor distraerse con una cosa antes que dejar que la mente
divague. Esto es así porque una mente sin objetivo está asociada
con infelicidad; es mejor concentrarse en, por ejemplo, una pieza
de música, un programa de TV o una tarea.
2. Evita el estrés:
Otro método intuitivo para evitar los pensamientos persistentes es
ponernos bajo estrés. Lo que se piensa cuando se hace esto es que
la prisa nos dejará con poca energía mental para los pensamientos
que nos están causando problemas. Cuando se prueba
científicamente, no termina siendo un buen abordaje de la
cuestión. De hecho, en vez de ser una distracción, el estrés hace
que los pensamientos indeseados vuelvan con más fuerza, así que
ciertamente no debería ser usado como una forma de evitar
pensamientos displacenteros.
3. Posponer el pensamiento
para más tarde:
Mientras que tratar continuamente de suprimir un pensamiento
lo hace más intenso, posponerlo puede funcionar. Investigadores
han tratado de pedirles a personas con pensamientos persistentes,
que pospongan sus preocupaciones hasta un tiempo designado de
30 minutos, el “período de preocupación”. Algunos estudios
sugieren que las personas encuentran que esto funciona como una
forma de dejar de lado la supresión de pensamientos. Así que
guarda todas tus preocupaciones para un período designado y así
puedes aliviar tu mente el resto del tiempo.
4. Terapia paradojal:
¿Qué pasaría si, en vez de tratar de suprimir un pensamiento
repetitivo de preocupación, por ejemplo sobre muerte, lo buscas y
te concentras en él?Parece paradojal pero concentrarse en un
pensamiento puede ayudar a que se vaya, sin embargo algunas
investigaciones sugieren que esto no funciona. Está basado en la
ya hace mucho tiempo establecida, ‘terapia de exposición’: esto es
cuando, por ejemplo, los aracnofóbicos son lentamente expuestos
a arañas, hasta que el miedo empieza a irse.
Esta técnica no es para los débiles de corazón, pero los estudios
sugieren que puede ser útil cuando se usa para luchar contra
pensamientos obsesivos y conductas compulsivas.
5. Aceptación:
En líneas similares, pero no tan directa, hay alguna evidencia de
que tratar de aceptar los pensamientos no deseados en vez de
batallar con ellos puede ser beneficioso. A continuación las
instrucciones sacadas de un estudio que encontró un descenso en
la angustia de los participantes: “Luchar con el blanco de tus
pensamientos es como luchar en la arena movediza. Quiero que
mires tus pensamientos. Imagina que están saliendo de tus oídos
en pequeños letreros sostenidos por soldados marchando. Quiero
que permitas a los soldados que marchen en frente tuyo, como un
pequeño desfile. No discutas con los letreros, ni los evites, ni los
hagas desaparecer. Solo miralos marchar” (Marcks y Woods,
2005, p. 440).
6. Medita:
Similar a la aceptación, el mindfulness budista promueve una
actitud de compasión y no crítica hacia los pensamientos que
revolotean en la mente. Este también puede ser un enfoque útil
para pensamientos repetitivos indeseables.
7. Autoafirmación:
Es la última cura psicológica para todo. Envuelve pensar sobre tus
rasgos y creencias positivas y se ha demostrado que incrementa la
confianza social y el autocontrol, entre otros beneficios. También
puede ser de ayuda con pensamientos repetitivos indeseados,
aunque solo ha sido puesto a prueba experimentalmente unas
pocas veces.
A tener en cuenta
Por último, Wegner aclara que estas 8 técnicas no deberían
tomarse como remedios o recomendaciones sino como lo que son,
hipótesis y posibilidades. Dicho esto, solo queda agregar que
posiblemente no te haga daño intentar ninguna de estas técnicas y
probablemente, cualquiera de ellas son mejores que la supresión
de pensamientos.