REDEMPTORIS MATER
NUESTRA SEÑORA DEL PILAR
DIOCESIS DE CARÚPANO
El sufrimiento:
Misterio existencial
del hombre
¿Tiene sentido el sufrimiento?
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a la condición de suplicante. Encuentra entonces a Nausica, la afortunada hija de
un venturoso rey. La joven viene a pasar un bello día de solaz con sus sirvientas,
como quien ha ido de excursión. Ha lavado la ropa en la fuente, han comido al
aire libre, juntos a las cascadas de un cristalino arroyo serrano, luego han jugado
a la pelota. Como todas las muchachas, Nausica esperaba encontrar en este
paseo al Príncipe encantado, estimulada por un sueño. Y al igual también que
todas las muchachas, no ha dicho nada de ello a su padre. Por un lado, la
indigencia total; por otro, la dicha cándida, juvenil, la alegría de vivir, la esperanza
de una mañana más luminosa todavía.
El sufrimiento acomete a ciegas, ante el no hay nada que hacer, las lágrimas
muchas veces son inútiles. De ahí que el infortunio no es el castigo del crimen, ni
la felicidad la recompensa de la virtud. Es, pues, posible que la visión que se
plantea es que los justos sean unos desgraciados y los malos unos dichosos. Esto
resulta ser una paradoja inexplicable. Ya que los griegos no tenían la concepción
de pecado tan marcado como lo tiene los judíos, de la verdadera culpabilidad del
hombre, de ahí que las mismas lagrimas no resucitan, ni sacan del dolor a nadie,
de ahí que el sentido de la gloria no es, por tanto, un orgullo insensato, sino un
esfuerzo doloroso para salvar algo bello en la universal presencia de la infelicidad.
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expiación, distinto al de los griegos, puesto que no tuvieron la concepción del
pecado, ni conocían por dioses a unos seres inmorales que se divertían torturando
a los hombres hasta una muerte que todo lo acababa.
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por los infortunados y los muertos. Constituye este aspecto uno de los más bello
del humanismo griego.
Sin echar de ver que el sufrimiento y el pecado eran tal vez dos aspectos de
una misma realidad, trataron de eliminarlos, atribuyéndolos a los dioses perversos
o a la fatalidad. Desgajaron al hombre de esas dos realidades irracionales y
pretendieron crear un mundo armonioso, pese a ellas. Así pues, los antiguos
nunca supieron el porqué del sufrimiento, escapándosele su significación; la
grandeza de su humanidad estriba en no haber ceñido a la tentación oriental del
fatalismo ante el mal y el dolor, ni intentando negarlos. Forjaron la belleza en
medio del dolor. Por consiguiente los griegos no pudieron practicar las virtudes de
la paciencia, la caridad y el perdón, y menos aún buscar la alegría en medio del
sufrimiento.
Ante este panorama vamos a ver ahora como han reaccionado Shakespeare y
Dostoievski, ante el destino desgraciado del hombre, y una vez más, tendremos
que llegar a las conclusiones de que lo que, en último término explica la novedad
de su concepción es, sin duda, el cristianismo.
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infinitamente más desesperada que la de los antiguos. Por el contrario la paradoja
desaparece, transfigurada por las bienaventuranzas, cuando el gran dramaturgo
se abandona a la influencia cristiana. Pero una cosa es esencial: tanto si
Shakespeare sigue positivamente las verdades de la fe, como si le abruma la
inquietud, el modo de plantear el problema, el ángulo desde el cual presenta los
hechos, se halla siempre bajo la influencia inconsciente del clima cristiano.
Según esto, ¿Son los hombres malos unos con otros? Desgraciadamente, sí.
Una vez más el clima cristiano impide atribuir el pecado a los dioses celosos; en
Shakespeare, son los hombres los perversos, los capaces de ver el bien y hacer el
mal, por flaqueza. Están, por tanto, en situaciones de matar la luz, de escoger la
nada, el absurdo, y de destruirse a sí mismo y a los demás, espiritualmente.
El espíritu gregario del pueblo, de las ciudades, que hace de él una presa
fácil, una víctima destinada a la perversidad de los grandes. Por ejemplo Julio
César y en Coriolano. Un zorro de la política, Antonio embruja a la muchedumbre,
tras el asesinato de César, pronunciando un discurso que constituirá siempre un
modelo de elocuencia demagógica. Viles arribista, sin escrúpulos, cobarde y
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obsequioso, excita al pueblo de Roma contra Coriolano, que ha regresado a su
ciudad, aclamando como salvador de su patria. ¡Que compasión inspiran también
a los aldeanos enrolados por fuerza en el ejército por el innoble Falstaff! El
miserable Leveau intenta liberarse del reclutamiento.
Los hay más desgraciados que Leveau, pues este no ira a la guerra: una jarra
de vino de tres libras, ofrecida a Falstaff, le salva de la aventura. ¿Quién hará la
guerra entonces? Otro más insignificante aun, uno de los que son demasiados
pobres para corromper al capitán Falstaff, chambelán de su majestad el Rey.
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menudo no reciben ningún castigo o recíbenlo demasiado tarde, después de haber
tenido tiempo de penetrar sus designios y de gozar del fruto de sus pecados.
La vida es una comedia para quien piensa y una tragedia para quien siente,
dice un proverbio antiguo. Esta frase permite clarificar las posibles actitudes ante
el dolor, tal como Shakespeare las representa en su teatro.
Entre los que piensan, figuran los lucidos, los fríos, los que sacan de la
universal maldad de los hombres una conclusión cínica, la de Yago. La vista del
mundo perverso le produce una alacridad en el mal, una dureza que asusta. La
mayoría de los demonios shakesperianos no son más que explotadores de la
flaqueza y la vileza humana.
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expuesta a mil tormentos, si el hombre no puede aniquilar toda conciencia en él, si
morir es acaso soñar aun, no hay, en verdad, ninguna salida. Hamlet esta
obsesionado por el dolor universal, que no concibe sobrevivir más que en la
conciencia angustiada de la absurdidad universal: su melancolía acompañaríale al
más allá. Jamás ha ido nadie tan lejos en el sentimiento del dolor humano, la
muerte, que para los griegos era un refugio, pues identificábase con la nada, deja
de serlo aquí. Un hedor a cementerio, a podredumbre, flota en esta incomparable
obra maestra. No debe asustarnos decir que Hamlet está al borde de la blasfemia,
el sufrimiento arráncale casi la negación de Dios. Sin la solución cristiana, el
pesimismo es más negro que en el drama griego. Después de Cristo hay que
escoger entre el colmo del dolor o la transfiguración en la caridad. En Hamlet nos
encontramos en el asunto de la desesperación en sentido teológico.
En este punto, el autor de Sein und Zeit introduce una consideración que no
podemos dejar pasar: la dificultad que todo sujeto tiene para concerse a sí mismo.
Por un lado, recordándonos en esto lo que opinaba Aristóteles, no es posible
captar el ser del Extar de manera completa porque mientras vive está ''immer noch
unterwegs'', es decir, abierto: a veces triste, otras alegre, en ocasiones trabajando
o paseando. Por otro, ¿cómo es posible que yo mismo me tenga, a la vez, como
objeto para mí y, por tanto, singularizado y diferenciado al mismo tiempo? ¿Cómo
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es posible que me trate desde una exterioridad interiorizada? La autoconciencia
de Hegel es, en mi modesta opinión, un dislate, un delirio, y, sin embargo, somos
capaces de hablar de nosotros mismos a otros con absoluta tranquilidad, como si
me tuviese a mí, como si yo fuese propiedad de mí mismo. Esto sólo puede
asumirse desde una suerte de ''como si'', desde una convicción un tanto laxa. Por
ello, la afirmación de Heidegger ''den Anderen bin ich nie'', aunque contundente,
no deja de ser exagerada y, hasta cierto punto, errónea. En la experiencia
psicoanalítica ocurre todo lo contrario: uno siempre es otro y el ''yo'' constituye una
instancia inserta en el ''ello''. ¿Y sólo es así para el psicoanálisis? Entendemos
que no. Uno siempre es, por lo menos, dos. De ahí que lo correcto, en el caso de
Heidegger, y a nuestro entender, tal vez sea mejor decir ''yo nunca estoy en (el)
otro''. Ponerse en el lugar del otro resulta realmente complicado. ¿Cómo puedo
quitar al otro su sitio, ocupar su lugar, para ponerme yo? ¿Hay un sitio del que el
otro puede desprenderse? ¿Adónde va el otro cuando me pongo en su sitio? Es
Absurdo, no puedo estar en el mismo espacio donde está el otro (ni en el
geométrico ni en el afectivo); vaya donde vaya, el otro tiene, con ese ir, su sitio.
Distinto es que tratemos con la situación y las circunstancias del otro. Si me ha
ocurrido algo parecido a lo que le ha acontecido al otro, puedo entender su modo
de encontrarse y sentir algo similar. En todo caso, no hago otra cosa que imaginar
que siente lo que sentí en la situación en la que él se encuentra ahora. Se trata,
como sabemos, de la empatía, una experiencia común y corriente. Compartimos el
''ahora'', que es comunitario, incluso el entorno (esta habitación), pero el sitio de
cada uno es impenetrable. La pregunta por el tiempo, que derivó en la pregunta
por el Extar, es retomada por Heidegger a raíz del segundo acontecimiento central
de nuestra vida: la muerte (el primero es el nacimiento). Este fenómeno constituye
el tema de referencia para describir su experiencia de la temporalidad, experiencia
que pone fin al nacimiento. En una primera aproximación fenomenológica, nos
dice de ella (en alemán tendríamos que referirnos a ella en masculino):
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aquello de lo que puede apropiarse en su inminencia....es del carácter de lo
que se aproxima con certeza y esta certeza, por su parte, se caractariza por
una plena indeterminación.
Heidegger nos habla en esas líneas de las características que interpreta frente
a la muerte del otro: es un acontecimiento para mí que la observo y, así, un
suceso repentino en mi estar que, por ahora, continúa, aunque es el final de todo
acontecer para el que muere. Asistimos a una posibilidad, y sólo una posibilidad,
para el que aún está viviendo. Como tal, nunca la podrá vivir como realidad
subjetiva, puesto que aconteciendo en el otro es una realidad para mí ajena. En
esta circunstancia, y sólo en ésta, es admisible la contundente afirmación de
Heidegger: ''Den Anderen bin ich nie''.
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Por tanto, este saber del futuro, de aquello que me ha de suceder (no
depende de mi voluntad; bromas aparte) para que mi existencia acabe, deje de
estar, es el fondo, el suelo, el referente límite de todas mis posibilidades. A este
saber cierto, constante, y en absoluto contingente, es al que llega aquel añejo
''conócete a ti mismo'': ahora sé que moriré, por eso soy mortal, y eso que ya sé
no se deja atrapar por el pensamiento. Jamás lo conoceré, por ello es paradójico:
se trata de un saber que no conoceré. Por lo común, se vive de espaldas a este
fenómeno, toda ocupación deja de lado su constancia. Y, sin embargo, cuanto
más cree uno tener lejos de sí su muerte, más cerca aún la tiene. Por ello,
Heidegger no hace otra cosa que plantear sus preguntas, y en concreto ésta sobre
el tiempo, a raíz de la ''unbestimmte Gewissheit'' (certeza indeterminada) o
eseidad de la muerte: ¿cuándo moriré? ¿dónde moriré? ¿cómo moriré? ¿de qué
moriré? Estas preguntas se hacen en silencio, a solas. De ellas, la mayoría no
quiere saber las respuestas salvo algunos: esos que deciden dar la cara a la
angustia, mirarla de frente y decir ''sea''.
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posible que me aparezca la mía, pero esto sólo puede suceder porque me
identifico con el otro a la vez que me diferencio: soy como tú y, por tanto, también
moriré, pero tu muerte no es la mía: no puedes decirme algo de tu muerte ni yo de
la mía.
Cuando descubro mi condición, a tenor del otro, intento huir del estar
(principio de realidad) fantaseando con el ser (principio de placer). El saber de la
muerte es un saber insoportable. No es posible vivir, al parecer, sin perder de vista
el ''estar'', que no es vivir sino existir. De ahí que el existente, Heidegger en este
caso, se vea obligado a sublimar mediante la cuestión del ser para delirar un como
si ya no supiese de su mortalidad. Efectivamente, el ser siempre acontece
después de tomar conciencia del estar. Nunca fue el ser antes que el estar sino
más bien al contrario, como no podía ser de otro modo. Lo originario es el ''estar'',
del todo indecidible (es el trauma por el que acontece la existencia), y, a
continuación, el alivio del ser, su ensoñación, una suerte de paliativo producto de
un deseo extravagente: poder olvidar lo que ya sé, en tanto que un saber que me
constituye a mi pesar. Y así, cuando uno se adensa en las ensoñaciones del ser
logra olvidarse de sí mismo, de su condición finita, de su ''ya no'' que advendrá en
cualquier momento. Uno es cuando ya no está, y aquello que uno manifiesta de
manera permanente, aquello que uno es, aunque aparece y reaparece
constantemente, lo denomina la corriente psicoanalítica lacaniana goce pulsional;
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un fenómeno que escapa a toda decisión voluntaria y por la que, en general,
termina uno pasándolo mal.
Estas palabras parecen encontrarse al final del largo camino por el que
discurre el sufrimiento presente en la historia del hombre
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De cualquier modo partamos de este hecho: la existencia del sufrimiento,
respecto del cual hay muchas teorías que tratan de encontrar un sentido del
sufrimiento; si eso es así tenemos entonces varias éticas del sufrimiento. Un
ejemplo de ella es la ética existencialista defendida por Sartre. Él también tiene
una concepción del sufrimiento. No pretendo en estas pocas páginas abordar en
su totalidad la totalidad de la concepción sartreana del sufrimiento, así que sólo
daremos un esbozo de ella. Pero no antes de decir que, veo en Sartre una
afirmación de la vida en la tierra.
"El infierno son los Otros" son palabras mal interpretadas sino se acompañan
de su complemento: El cielo son los Otros. Metáforas con las cuales estoy de
acuerdo. Así que la fórmula "El infierno son los Otros" fue mal interpretada, porque
se creyó que significaba que los Otros eran "un infierno", mientras que Jean-Paul
Sartre lo que quería era comunicar la idea de que nuestro castigo por nuestras
malas acciones (metafóricamente representado por el infierno) es el veredicto de
nuestros prójimos. Claro, en la lectura del texto de Sartre es posible encontrar más
referencias al sufrimiento que merecen comentarios; por ejemplo, cuando hace
alusión a la mirada: “Esa mirada que me condena.”; esas miradas que me
condenan son el infierno. Partiendo de lo dicho podemos encontrar en Sartre una
Literatura filosófica, que, en el caso de la obra A puerta Cerrada, puede darnos
ideas acerca del sufrimiento.
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la palabra "hambre", es muy evidente que la realidad, toda realidad, niega a
la literatura, y que la literatura, en cierto modo, no es nada. No quiero con
esto decir que no haya habido en todo momento libros y niños que morían
de hambre. Solamente quiero decir que entre el hambre del niño y el libro,
la distancia es inconmensurable. Aun si es la emoción que he
experimentado ante el hambre lo que me impulsa a escribir, nunca lograré
llenar ese vacío. Para luchar contra el hambre hay que cambiar el sistema
político y económico, y la literatura en ese combate sólo puede desempeñar
un papel muy secundario. Un papel secundario que no es nulo sin embargo.
Hay una ambigüedad de las palabras: por un lado, no son más que
palabras, "literatura"; por otro lado, ellas designan algo y a su modo actúan
sobre aquello que designan: ellas modifican. La literatura debe operar en
esa ambigüedad. Si uno privilegia un aspecto u otro, o bien hace literatura
de propaganda o bien la reduce a lo que no quiere ser. No creo que se
pueda escribir sin sentir esa contradicción. Incluso diría que ella es el motor
de la literatura.”
Pero no nos alejemos más de la ética del sufrimiento que yo veo en Sartre, y
que está resumida en esta frase: “El infierno son los otros.”
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por parte de quien mira. Es en estas circunstancias cuando la mirada es aún más
inquisidora, más acusadora del mal que hay en nosotros. Sartre rechaza la
posibilidad de que, en este infierno, las relaciones amorosas nos puedan salvar.
En la habitación hay una lesbiana, un hombre y una mujer heterosexuales, por lo
tanto, una pareja no es posible por los celos del Otro, ni tampoco es posible un
triángulo amoroso; ninguno renuncia a su condición sexual para jugar el juego de
las parejas, en este sentido debemos reconocer que son auténticos.
Sartre logró comunicar con esta obra que nuestro castigo por nuestras
malas acciones, metafóricamente representado por el infierno, es el veredicto de
nuestros prójimos; por eso nos dice Sartre: “No hay necesidad de tridentes.” Una
obra en la que la libertad, una fuente de dignidad humana, también supone
responsabilidad. Sin éstas tendremos culpa y castigo. En fin, aquí en la tierra “No
hay necesidad de parrillas, “el infierno son los Otros." Sin embargo, pienso
que si los demás no conocen el mal que hay en nosotros (el mal en el que
incurrimos, nuestra culpa, nuestro delito) la mirada sin más de los demás no es
fácil que descubra algo en nosotros, podemos pasar por inocentes. Si los demás
no nos conocen, entonces su mirada no descubre nada en nosotros, lo más que
puede hacer es inhibirnos. Si nos sabemos culpables no tenemos ganas de ver a
los demás a los ojos, queremos escondernos.
"El infierno son los Otros", los demás, es decir, aquellos con los que
convivimos todos los días y que saben nuestro delito, con ellos vivimos a puerta
cerrada. Los que no viven con nosotros nos condenan una vez, los que viven
con nosotros nos condenan siempre. Nos condenan con la mirada, con
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sus reproches, con su desprecio, devalúan todo lo bueno que hagamos; y esto
puede ser así aunque con palabras digan que nos perdonan o que nos
perdonaron. Cierto, existe la complicidad, pero en realidad lo que hace ésta es
complicar la relación porque así la condenación es recíproca. Se me ocurre decir
que, quizás es mejor, cuando conozcamos a alguien, que no sepa de nuestras
malas acciones; para no ser mirados como culpables, para evitar el infierno. Y es
que se puede mirar con mirada infernal al culpable, o mutuamente los culpables se
mirarán con miradas infernales, dos o todos los culpables, es el caso de Estella,
Inés y Garcín, los personajes de A puerta cerrada: los tres están en el infierno,
saben recíprocamente sus crímenes, se miran; su castigo es el sufrimiento, “El
infierno son los otros.”
Dando un paso más, invito a esta síntesis a Steiner, y este nos diría primero
hay que tener en cuenta que, cuando hablamos del sufrimiento, evidentemente no
hablamos de cosas o situaciones o acontecimientos físicamente descriptibles.
Hablamos de la propia vivencia, de un estado sensible. El tema no es el signo
negativo de tal o cual cosa, sino aquello que adhiere signos a las cosas con que
entra en relación. Estas relaciones varían de acuerdo con los individuos y
momentos considerados. No afecta una argumentación del tipo “un enfermo
también puede ser feliz”. Sencillamente no se consideran ni los sanos felices ni los
enfermos felices.
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ser enterrados vivos o que nuestro hijo caiga en manos de un sádico. Nos
podemos imaginar lo que es la tortura sin límite de piedad y hay informes que la
denuncian en un buen número de países como forma institucionalizada del
ejercicio del poder. Y conviene recordar que el número de los afectados, con toda
seguridad, hoy es un múltiple del de los tiempos que se consideran los más
dramáticos de la historia (en Europa). Este aumento también se da en las víctimas
de las guerras, del hambre, de las catástrofes, de los accidentes.
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podemos decir, por ejemplo: necesito no sentir dolor, no quemarme, no pasar frío.
En general, una necesidad, en sentido restrictivo, es el requerimiento de un
complejo de conductas más o menos pautadas cuya no realización prolongada
provoca sufrimiento (comer para no pasar hambre, actos sexuales en el caso de
las personas que pueden sufrir por insatisfacción sexual, comunicación para evitar
la soledad, etc.). Los instintos e impulsos pueden considerarse, simplemente,
subconjuntos de tales necesidades. Parece que en ellos la predeterminación
biológica tiene especial peso en comparación con las necesidades más
determinadas por nuestras experiencias, nuestra educación, etc. Para los fines de
este trabajo es suficiente manejar el concepto de necesidad.
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La lucha contra el sufrimiento es una clara cuestión de más o menos. La
perspectiva sólo puede ser la que permita que nos preguntemos qué acciones
pueden reducir la cantidad global de sufrimiento, o paliar, prevenir o eliminar
algunos hechos sensibles negativos del mundo. Para ello importa tener en cuenta
la frecuencia, la duración y la intensidad. Es un serio problema cotejar entre sí la
importancia de estas dimensiones y, seguramente, es bastante ingenua la
pretensión de los primeros utilitaristas, como Bentham, de calcular la cantidad de
bienestar que una opción pueda generar. Por ejemplo, no parece calculable
oponiendo frecuencia a intensidad, cuántos casos de sufrimiento moderado serían
equivalentes a uno de sufrimiento muy intenso. Pero podemos decir que todas
estas dimensiones importan y que hay que buscar la reducción máxima posible de
todas ellas. Esto es insatisfactorio por razones prácticas, porque complica la toma
de decisiones moralmente correctas. Es una limitación, pero tampoco condiciona
todo nuestro potencial de racionalización de nuestras decisiones, ya que nos
podemos apoyar en la cuantificación interna de cada una de las dimensiones.
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Opiniones como que el sufrimiento sirve para madurar, o que la vida sería
aburrida sin él sólo tienen sentido si hay alguna necesidad de madurar o si el
aburrimiento es más molesto que el remedio. La disposición a aceptar
voluntariamente algún contexto de sufrimiento concreto (un sacrificio) tampoco
supone la aceptación del propio sufrimiento. Siempre habrá una razón por la cual
se da, y esta razón será la realidad o la perspectiva de otros sufrimientos.
Tampoco el masoquismo es una excepción. El dolor o la humillación que
aparentemente busca el masoquista son el precio que tiene que pagar para
conseguir la satisfacción de necesidades apremiantes, es decir, de necesidades
cuya insatisfacción le supone un sufrimiento importante. No se puede mantener
que al masoquista le gusta sufrir. A nadie le puede gustar sufrir. “Sufrimiento” es el
nombre de un estado cuyo fin se desea espontáneamente sin que nada ni nadie lo
pueda impedir.
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nuestra supervivencia. La teoría de la evolución es tan aplicable a las conductas
genéticamente condicionadas como a las características físicas.
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de la vida feliz. Placer para él es no experimentar dolor en el cuerpo ni
desasosiego en el alma. Cuando nos duele el cuerpo o sufre nuestra alma o
«psiquis», no podemos ser felices. Sin embargo, son situaciones que no podemos
evitar, y están en nuestras vidas, lo queramos o no. ¿Tienen el dolor y el
sufrimiento algún sentido?. Nos enseñaron a aceptar que los hechos son los
hechos, y que darle un sentido subjetivo a los mismos es tergiversarlos. Pero, por
un lado, nada más subjetivo que el dolor: ¿cómo dar pruebas de mi dolor si mi
interlocutor no me cree?,¿cómo saber que el otro siente dolor sin haberlo yo
sentido antes?, ¿cómo «medir» la magnitud del dolor de otro de otra forma que no
sea preguntándole?...en fin, ¿cómo veo, palpo, huelo, gusto o escucho el dolor?
Nietzsche tiene una frase, una de las más populares, que dice en su versión
más difundida: «lo que no nos mata, nos fortalece». Más allá de las
interpretaciones vitalistas, podemos rescatar de esta frase un profundo sentido al
dolor y al sufrimiento. ¿Para qué sufrir? Para fortalecernos. Se dice que el hombre
crece y madura en el sufrimiento, que el dolor lo templa y lo enriquece. Pero, ¿nos
es dado a todos enriquecernos cuando sufrimos? Imagino que hay diferentes
maneras de enfrentar el dolor.
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además de desesperarnos y sentirnos los seres más miserables del planeta?
¿Podremos encontrar otra forma en la que no nos duela tanto lo que nos duele? Y
si encontramos esa forma, ¿importará que nos digan que no hay manera de saber
si es verdadera? La «verdad» de las creencias es otro de los grandes problemas
filosóficos. Sin ahondar en ellos, podemos decir que nos preocupamos por creer
sólo en lo que es verdadero y exigimos para ello pruebas. Podemos adherir
también a varios tipos de teorías sobre la «verdad» (sólo voy a detenerme en dos).
Wittgenstein se refiere a los valores éticos y estéticos (de hecho, para él, lo
ético no se diferencia de lo estético). Es fundamental su afirmación:
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parte del mundo, esto es, será un hecho más entre los hechos (y no se ve cómo
pueda dar sentido a los demás hechos), o bien el sentido está fuera del mundo, y
entones el lenguaje no puede hablar de él. Es decir, si hubiera algún valor en el
mundo, sólo por eso no tendría valor. Considerar el valor como parte del mundo
equivale a convertirlo en un hecho y despojarlo de su condición de tal. Por lo tanto,
no puede haber proposiciones de ética (lo mismo que de estética). Sobre esto:
Los valores suponen un sujeto y aparecen sólo con él. Pero puesto que el sujeto
es el límite del mundo, todo lo que se refiera a los valores pertenece igualmente al
límite del mundo. Nada de esto puede alterar los hechos. No puede alterar nada
de lo que es posible expresar por medio del lenguaje, sino que, si puede modificar
algo, será los «límites del mundo».
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Debo aprender más. Debo valorar otras cosas de la vida, porque si para
algo sirven el dolor y el sufrimiento, es para poder diferenciar lo verdaderamente
importante de lo que no lo es. Un gran dolor tiene que hacernos poner en su lugar
a esos pequeños dolores que magnificábamos. Si luego de un gran dolor
volvemos a valorar las cosas de la misma forma en que lo hacíamos antes de él,
es porque no hemos aprendido nada. Si luego de un gran dolor no ampliamos la
mirada y se nos ensancha el mundo, lo que está más allá de los límites del
mundo, de nada nos ha servido. No nos hemos conocido más a nosotros mismos.
Si no creemos en una sabiduría de la vida, construyamos nuestra propia sabiduría.
Y creamos en ella. Si, como dice Wittgenstein, «para el hombre feliz, el mundo es
diferente que para el infeliz» (siendo el mundo fácticamente el mismo), seamos el
primer tipo de hombre. Si algo no nos ha matado, que nos haya fortalecido.
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humanos. Al respecto Deshimaru, exponente de la tradición budista en occidente,
comenta que la vía, el camino.
27
consecuencia, para los profesionales de la ayuda (médicos, psiquiatras,
psicólogos, etc.) es importante tener en cuenta estas consideraciones a fin de
contribuir a la comprensión que puede hacer el individuo acerca de las propias
emociones, sus padecimientos y pérdidas, en definitiva a tener conciencia de la
finitud material y de prepararse para ese evento y para un mejor morir. A tono de
conclusión, no se trata únicamente, en las ciencias de la salud, de identificar la
causa y de explicar la situación de enfermedad o el porqué de la muerte, sino
tener una visión mucho más completa de lo complejo del ser humano y sus
circunstancias, que nos permita comprender y facilitar la toma de conciencia de lo
que le está ocurriendo y apoyar las decisiones correctas de la persona con
respecto a su salud y la preparación para la despedida.
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Adjetivación del hombre como patiens , derivado del infinitivo latino patior ,
equivalente a padecer, resistir, soportar físicamente o moralmente un daño. Frankl
sostiene que el sufrimiento alberga muchas posibilidades de sentido, y una de
ellas, es que comprendemos mejor el sentido de nuestra dignidad antropológica y
en consecuencia de nuestra trayectoria humana para conducirnos a una sólida y
verdadera felicidad. Esta era la profunda intuición de Dostoyevski, al narrar el
pasaje en el que el monje ortodoxo Zossima, en su silenciosa y humilde celda del
monasterio, ofrece una serie de consejos a Aliosha, el menor de los hermanos
Karamazov, para confiarle con ternura al final de los mismos: “He aquí mi
testamento: Busca tu felicidad en las lágrimas”. Una vez muerto el iluminado y
profético monje, se le aparece en sueños a Aliosha, diciéndole con solemnidad:
“Sufrirás mucho, pero encontrarás tu felicidad en los mismos sufrimientos”A ello se
refiere Frankl, en uno de sus recientes escritos.
29
destructivo de la persona, como una odiosa causa de tristeza y desesperación.
Por eso no es de extrañar que, los que acechan monotemáticamente la
complacencia y el agrado en sus acciones, apartando con infundado horror al
sufrimiento, se desarman de la fortaleza para soportar el dolor o la enfermedad
cuando les atrapa, hundiéndose en la desesperanza, y ahí está su fracaso. Al
rebelarse frente al sufrimiento, no sacan de ello ningún provecho existencial, y se
produce la paradoja de que su obsesión para escapar del mismo a toda costa, aún
agudiza más la mordedura estéril de sus propios sufrimientos: El cómo se
sobrelleva un sufrimiento ineludible, encierra ya un sentido del sufrimiento.
30
locura del Rey Lear, afirma que también él, desearía sumergirse en la feliz
irracionalidad inconsciente de la locura para ahuyentar el sufrimiento: “Más me
valiera estar loco; entonces olvidaría mis sufrimientos. Una imaginación extraviada
nos quita la conciencia de nuestros males”.
31
han sido frecuentemente una fuente de inspiración creativa, en el campo
profesional para afrontar con la debida competencia las duras exigencias que
demanda el mercado, en el campo ético, para incrementar y desarrollar las
virtudes, etc. Frankl, recordando sus años de prisionero en los campos de
concentración nazis, afirmará con rotundidad, que si el sufrimiento, la muerte, la
enfermedad, no tuvieran un sentido más allá de nosotros mismos, la vida no
merecería ser vivida: ¿Tiene todo este sufrimiento, estas muertes en torno mío,
algún sentido? Porque si no, definitivamente, la supervivencia no tiene sentido,
pues la vida cuyo significado depende de una causalidad -ya se sobreviva o se
escape a ella- en último término no merece ser vivida.
32
«¿No podría Dios frenar el progreso del mal? (...) ¿no podría
salir de su silencio y quebrar más frecuentemente el ímpetu
del Mal?».
33
Su punto de partida es la contemplación de Dios como causa primera y se
realiza con la luz de la razón natural. La teología natural no llega a conocer a Dios
en sí mismo, en la intimidad de su ser. Sin embargo, el conocimiento alcanzado es
suficiente para saber que existe.
34
en cada una de las personas divinas son bien patentes En efecto, si bien es
Jesucristo, el Hijo de Dios encarnado quien sufre la pasión «¿puede limitarse ese
sufrimiento a la naturaleza humana de Jesús, habrá de atribuirse al Logos divino
hecho hombre en virtud de la “communicatio idiomatum”, se podrá ir más allá
sosteniendo que este sufrimiento del Hijo de Dios afecta a la realidad interna de la
misma vida divina y, más en concreto, a su relación con el Padre?». En la
elaboración del dogma cristiano se han observado diferentes posturas. En la
época patrística tuvieron lugar algunas expresiones audaces. Por ejemplo:
«Confesamos que uno de la Trinidad ha sido crucificado según la carne, y
rechazamos al mismo tiempo como una blasfemia la idea de que la divinidad es
pasible» o también «unus de Trinitate passus est». A pesar de la fuerza que
contienen este tipo de expresiones, no logran superar el «lenguaje yuxtapositivo
de la impasibilidad esencial de Dios, por una parte, y del sufrimiento verdadero del
Logos divino en cuanto hecho carne, por otra».
35
Trinidad. Sin duda «esta dimensión pneumatológica constituye el elemento más
difícil de articular dentro del discurso sobre la pasibilidad divina». En efecto, la
teología del Espíritu Santo «tropieza con dificultades especiales cuando intenta
presentar la implicación del Espíritu en el acontecimiento de la cruz y expresar su
participación personal en términos de sufrimiento, pasión o dolor del Espíritu
Santo». Estas dificultades se suman a las ya señaladas en términos generales
sobre el «sufrimiento» de Dios.
36
junto al sufrimiento de otro hombre de cualquier género que ése sea. Esta parada
no significa curiosidad, sino más bien disponibilidad.
No se trata solo de tener compasión, sino de buscar el medio para hacernos
presentes y solidarios, para verdaderamente acompañarlo mientras transita por en
medio del misterio del dolor. Es por ello que «en el programa del reino de Dios, el
sufrimiento está presente en el mundo para provocar amor, para hacer nacer
obras de amor al prójimo, para transformar toda la civilización humana en la
civilización del amor.
Para concluir puedo decir que en este sentido que en el amor el significado
salvífico del sufrimiento se realiza totalmente y alcanza su dimensión definitiva.
«El sentido del sufrimiento, es verdaderamente sobrenatural y a la
vez humano. Es sobrenatural, porque se arraiga en el misterio divino
de la redención del mundo, y es también profundamente humano,
porque en él el hombre se encuentra a sí mismo, su propia
humanidad, su propia dignidad y su propia misión. El sufrimiento
ciertamente pertenece al misterio del hombre.»
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Bibliografía
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