LA HOMEOSTASIS
La homeostasis es el mecanismo de
autocorrección del cuerpo. Dicho mecanismo
mantiene el equilibrio adecuado de niveles de
azúcar en sangre, hormonas, niveles de ácido,
niveles de oxígeno, temperatura corporal,
frecuencia respiratoria, flujo cardíaco, etc.
La homeostasis es el estado en el que todo
tipo de medidas fisiológicas se mantienen en
el nivel óptimo. En la mayoría de los casos,
una homeostasis normal equivale a una buena
salud. La homeostasis está controlada por una
parte primitiva del cerebro, el sistema límbico
o mesencéfalo, que es el hogar del sistema
nervioso autónomo.
es decir, cuando les hicieron creer que su desventaja era inevitable, las
chicas se comportaron como si realmente tuvieran esa desventaja.
aquello que nos han condicionado a creer sobre no- sotros mismos y
aquello que nos han programado a creer que los demás piensan de
nosotros afecta a nuestro rendimiento, como el éxito que ten- dremos.
lo mismo ocurre con los placebos: aquello que nos han condi- cionado
a creer que nos pasará cuando nos tomemos una pastilla, y aque- llo
que creemos que todo el mundo de nuestro entorno (como nuestros
médicos) espera que nos pase cuando lo hagamos afecta a cómo
nuestro cuerpo responderá a la pastilla. ¿podría ser que muchos
fármacos o in- cluso intervenciones quirúrgicas funcionen mejor
porque nos han estado «cebando», educando y condicionando una y
otra vez para creer en sus efectos, cuando de no ser por el efecto
placebo esos medicamentos quizá no funcionarían tan bien o incluso
no lo harían en absoluto?
Esta representación simplificada muestra una célula con el ADN alojado
en el núcleo.
El material genético está formado por hebras individuales parecidas a una cremallera
retorcida o a una escalera, llamadas hélices del ADN. Los peldaños de la escalera son
los ácidos nucleicos emparejados que actúan como códigos para fabricar proteínas. Un
gen es una hebra
de ADN de una determinada longitud y secuencia, y se expresa
al
producir una proteína. Distintas células del cuerpo crean distintas proteínas tanto para
mantener la estructura física como las funciones. Las células musculares
elaboran actina y miosina; las de la piel, colágeno y elastina; las del
sistema inmunita- rio, anticuerpos; las de la tiroides, tiroxina; algunas
de las oculares, queratina; las de la médula ósea, hemoglobina; y las
pancreáticas, en- zimas como las proteasas, las lipasas y las amilasas.
no existe por ejemplo ningún gen para la dislexia
ni tampoco cada enfermedad o va- riación física está ligada a un gen.
Y menos del 5 por ciento de los habitan- tes del planeta nacen con
alguna enfermedad genética: como la diabetes tipo 1, el síndrome de
Down
los genes fabrican proteínas (y supervisan su producción), y el cuerpo
humano produce 100.000 proteínas distintas, y además se nece- sitan
40.000 proteínas reguladoras para fabricar otras proteínas pero en
realidad los seres humanos solo tenemos 23.688 genes. Si no se
encuentra en los genes, ¿de dónde viene toda la información necesa-
ria para crear tantas proteínas y para mantenernos con vida?
Así que es lógico que los genes puedan activarse (encenderse) o
desactivarse (apagarse) debido al entorno del exterior de la célula, lo
cual algunas veces significa el entorno dentro del cuerpo (el esta- do
del ser emocional, biológico, neurológico, mental, energético e incluso
espiritual), y otras, al entorno exterior al cuerpo (un trauma, la
temperatu- ra, altitud, contaminación, bacterias, virus, comida,
alcohol, etcétera).
En realidad, los genes se clasifican por la clase de estímulo que los ac-
tiva y desactiva. Por ejemplo, los genes que dependen de la
experiencia o la actividad se activan cuando estamos teniendo
experiencias nuevas, asimilando una nueva información y curándonos.
Estos genes generan síntesis proteicas y mensajeros químicos para
ordenar a las células madre que se metamorfoseen en cualquier tipo de
células que uno necesite en ese momento para curarse (dentro de poco
trataré con más detalle las cé- lulas madre y su papel en la curación).
Los genes que dependen del estado conductual se activan durante
periodos de un intenso estado emocional, de estrés o de diferentes
nive- les de conciencia (como el sueño). Tienden un puente entre
nuestros pensamientos y el cuerpo, es decir, son la conexión mente-
cuerpo. Estos genes nos ayudan a entender cómo podemos influir en
nuestra salud a través de estados mentales y corporales que fomentan
el bienestar, la re- sistencia física y la curación.
al cambiar de conducta o vivir una experiencia novedosa pue- des
alterar la expresión de un gen en cuestión de minutos
¿Por qué entonces no ver tus genes como lo que realmente son, como
un caudal de posibilidades, unos recursos de potencial ilimi- tado, un
sistema codificado de órdenes personales?
ESTRÉS:Se da en tres formas: estrés físico (trauma), estrés químico
(toxinas) y estrés emocional (miedo, preocupaciones, agobio,
etcétera).
Bienvenido a la versión del siglo veintiuno de vivir en un estado de
supervivencia (tráfico, peleas, ordenador colgado, te sale una cana…)
pierdes energía vi- tal. Cuando la usas para otro propósito, en tu
mundo interior dispones de menos energía para el crecimiento, la
reparación celular y los proyec- tos regenerativos a largo plazo a nivel
celular y de curación. Las células se desactivan, ya no se comunican
entre ellas y se vuelven «egoístas». No es el momento para el
mantenimiento habitual (y menos todavía para hacer mejoras), porque
tu cuerpo está usando tu energía para defender- te de la «amenaza».
Cada célula se preocupa solo de ella, con lo que la comunidad de
células dejan de actuar juntas. El sistema inmunológico y el endocrino
(entre otros) se debilitan a medida que los genes de estas células
relacionadas con ellos se ven afectados al desactivarse las señales
químicas procedentes del exterior.
Es como vivir en un país donde el 98 por ciento de los recursos se
destinasen a la defensa y no quedara nada para invertir en colegios, bi-
bliotecas, construcción y reparación de carreteras, sistemas de
comuni- cación, agricultura y otros proyectos parecidos. Las carreteras
se llenan de baches. Las universidades sufren recortes y el nivel
académico de los estudiantes baja. Los programas de bienestar social
que se ocupaban de los pobres y los ancianos se suprimen. Y no hay
bastante comida para alimentar a todos los habitantes del país.
Por eso es lógico que el estrés a largo plazo se asocie con la ansiedad,
la depresión, los problemas digestivos, la pérdida de memoria, el
insom- nio, la hipertensión, las cardiopatías, las embolias, el cáncer,
las úlceras, la artritis reumatoide, los resfriados, la gripe, el
envejecimiento prema- turo, las alergias, el dolor físico, la fatiga
crónica, la infertilidad, la impo- tencia, el asma, los problemas
hormonales, las erupciones, la pérdida del cabello, los espasmos
musculares y la diabetes, para citar solo algunos trastornos (todos
ellos, por cierto, se deben a cambios epigenéticos).
descubrió que el estrés afectaba a más de ciento setenta genes, 100 de
los cuales se desactivaban por com- pleto (como muchos que crean
directamente proteínas para facilitar la curación adecuada de las
heridas)
Por ejemplo, si esperas que te ocurra una situación conocida y luego te
centras solo en ese pensamiento y en nada más, aunque solamente sea
por un momento, el cuerpo empezará a cambiar fisiológicamente para
prepararte para ella. El cuerpo está ahora viviendo en ese futuro
conoci- do en el momento presente. Debido a este fenómeno, el
proceso de con- dicionamiento activa el sistema nervioso autónomo y
libera automáti- camente las correspondientes sustancias químicas del
estrés. Así es como la conexión mente-cuerpo puede llegar a actuar en
tu contra.
Cuando estás es- tresado tu cuerpo cree que te persigue un león, que
cuelgas del vacío en un peligroso acantilado, o que luchas contra
caníbales hambrientos.
Por eso la respuesta placebo puede pro- ducir cambios físicos en
cuestión de segundos. En los talleres que doy por todo el mundo, mis
colegas y yo hemos presenciado cambios impor- tantes e inmediatos
en la salud de los participantes después de solo una sesión de
meditación. Por medio de sus pensamientos, se transformaron a sí
mismos y activaron genes nuevos de nuevas formas.
Cuando vivimos en un estado de supervivencia, con la respuesta de
estrés activada constantemente, solo podemos centrarnos en tres
cosas: el cuerpo físico (¿Estoy bien?), el entorno (¿Dónde hay un
lugar seguro?) y el tiempo (¿Durante cuánto tiempo me estará
acechando esta amena- za?)
combinar una clara intención con una emoción para empezar a
darle al cuerpo una muestra de la futura experiencia antes de que
esta se manifieste
Cuando te centras de verdad en una intención para alcanzar un
re- sultado, si logras que el pensamiento interior sea más real que
el entor- no exterior, tu cerebro no reconocerá la diferencia entre
ambos. En- tonces tu cuerpo, como mente inconsciente, empezará
a experimentar la nueva situación futura en el presente. Les
enviarás señales a nuevos genes de nuevas formas para prepararte
para esta situación futura imaginada.
Si sigues practicando mentalmente las suficientes veces esta nueva
serie de decisiones, conductas y experiencias deseadas,
reproduciendo el mismo nuevo nivel mental una y otra vez, tu
cerebro empezará a cambiar físicamente —instalando un nuevo
circuito neurológico para empezar a pensar desde ese nuevo nivel
mental— y a actuar como si la experiencia ya hubiera sucedido.
Estarás produciendo variaciones epigenéticas que acabarán
generando, por medio de tus pensamientos, auténticos cambios
estructurales y funcionales en tu cuerpo, como les su- cede a los
que responden a un placebo. Tu cerebro y tu cuerpo ya no
seguirán viviendo en el mismo pasado de siempre, sino en el nuevo
fu- turo que habrás creado con la mente.
Esto es posible mediante el repaso mental. Esta técnica consiste bá-
sicamente en cerrar los ojos e imaginar una y otra vez que
ejecutas una acción y en repasar mentalmente el futuro deseado,
mientras te recuer- das a ti mismo quién ya no quieres seguir
siendo (el de antes) y quién quieres ser. Este proceso implica
pensar en tus acciones futuras, pla- neando mentalmente las
decisiones que tomarás y centrando tu mente en una nueva
experiencia.
Te estás «recordando» a ti mismo cómo será tu vida y cómo te
sentirás cuando sea como tú quieres. Ahora estás reforzando tu
atención con una intención.
Luego combinas tus pensamientos y tu intención con un intenso
es- tado emocional, como de alegría o gratitud. (Más adelante
hablaré con más detalle de los estados emocionales intensos.) En
cuanto sientas esta nueva emoción y te entusiasmes más todavía,
estarás inundando tu cuerpo con la neuroquímica que se daría si
esa situación estuviera ya ocurriendo. Se podría decir que estás
haciendo que tu cuerpo saboree la experiencia futura. Tu cerebro
y tu cuerpo no saben distinguir una experiencia real de una
imaginada, ya que neuroquímicamente son lo mismo. Así que
empiezan a creer que estás viviendo la nueva experien- cia en el
presente.
en cuestión de segundos bajas el volumen de los circuitos
neuronales relacionados con tu antiguo yo, con lo que em- piezas a
desactivar los antiguos genes y a activar y crear nuevos circuitos
neuronales, los cuales envían las señales adecuadas que activarán
nue- vos genes de nuevas formas. Gracias a la neuroplasticidad
del cerebro
Y a medida que sigues combinando esos nuevos pensamientos e
imágenes mentales con una emoción elevada e intensa, tu mente y
tu cuerpo actúan al unísono y tú experimentas un nuevo estado
del ser.
En este punto, tu cerebro y tu cuerpo ya no son una grabación del
pa- sado, sino un mapa del futuro que has creado en tu mente. Tus
pensa- mientos se han convertido en la experiencia deseada y tú te
acabas de convertir en el placebo.
No puedo resistir la tentación de contar un ejemplo más, esta vez
procedente de Jim Carrey, que explica una historia sorprendente sobre
lo que hizo cuando llegó por primera vez a Los Ángeles a finales de la
década de 1980 siendo entonces un actor desconocido en busca de tra-
bajo. Llevaba escrito en un papel un largo párrafo sobre la necesidad
de conocer a las personas adecuadas, conseguir los papeles adecuados,
trabajar en la película adecuada con una selección de actores
adecuada, triunfar, contribuir en algo que valiera la pena, y dejar
huella en el mundo.
Cada noche conducía hasta Mulholland Drive, en Hollywood Hills y,
reclinándose en su coche descapotable, contemplaba el cielo mientras
se repetía aquel párrafo, aprendiéndoselo de memoria, y se imaginaba
que lo que describía en él estaba sucediendo de verdad. Y no se iba de
aquel lugar con vistas hasta sentir que era la persona que se había
estado ima- ginando ser y que la situación era real. Incluso se extendió
un cheque a sí mismo por la cantidad de 10 millones de dólares,
escribiendo «por los servicios prestados como actor», y en el lugar de
la fecha puso: «día de Acción de Gracias, 1995». Estuvo llevando
aquel cheque en la cartera durante años.
Por fin, en 1994, se estrenaron tres películas que convirtieron a Ca-
rrey en estrella. Primero en febrero se estrenó Ace Ventura: Pet
Detecti- ve, y después en julio La máscara. Y por su papel en la
tercera película, Dos tontos muy tontos, estrenada en diciembre,
recibió un talón por la cantidad de 10 millones de dólares. Había
creado exactamente lo que