Cuando sé, cuando sé que hace tiempo que no responden; que no cogen. Hoy he llamado en un acto de valentía conmigo misma, de coraje. No sé. Quizá necesitaba pedir perdón. ¿Perdón por qué? No sé, quizá lo que necesitaba era pedir cariño. A veces, bastantes la verdad, necesito cariño. Y ahí lo tuve. Siempre. Generoso. Lo daban sin pedir nada a cambio. Tú llamabas... ¡y siempre había cariño! Pero hace tanto, tanto que no llamo. ¿Cuándo fue la última vez? Según marcaba el 9 imaginaba el escenario… El teléfono negro sobre el aparador del pasillo. Estrello, antiguo. Y un espejo delante donde mirarte mientras hablabas. Mientras crecías. Granos de juventud que con el tiempo tornaron arrugas. Mechas negras ella, rubias él, que los años convirtieron en canas. Y todo delante de este espejo y en ese teléfono que empezaba por 9, que seguía por 4. ¿Cuánto hace que no llamaba? Muchos años. Quitemos el mucho porque no seré yo quien juzgue la cantidad. Porque sólo un segundo, ya es mucho. Sé que una vez llamé y no me cogieron. De aquella era por hablar. Volví a llamar a ese 9, a ese 4 al que añadí un 5 y tampoco hubo respuesta. De aquella era por llorar. Y ayer decidí ser valiente. Los kilómetros en El Retiro me habían dado fuerza y ganas. ¡Es fácil!, me dije. Sólo unos números más, le dije a mi dedo que aún recordaba el camino de las teclas. Y marqué 945 13 61 24
Y esperé a que sonara. E imaginaba a ella y su “¿dígame?”
o imaginaba a él y su “¡hola cariño. ¿Hace frío en Madrid?” en ese barra libre de mimos. Y esperé el segundo tono. Silencio Y el tercero. Silencio Y al cuarto… al cuarto ¡alguien contestó!, No conocí su voz; tampoco oyó mi pregunta. -¡Necesito cariño!, dije. -“Movistar le informa de que actualmente no existe ninguna línea en servicio con esa numeración”, me dijo. Y colgó. Y colgué. Ausencia en el 945 donde hace mucho que nadie responde. ¿Dónde estás mamá? ¿Dónde estás papá? ¡Hace tanto!!