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EL MARCO ESCATOLOGICO BIBLICO:


POSMILENIAL, POSTRIBULACIONAL

B. SEGUNDO ARGUMENTO

1. REINANDO A LA DIESTRA DE DIOS

El segundo argumento en pro de un advenimiento posmilenial, postribulacional


es el hecho que Cristo se mantendrá reinando a la diestra de Dios, hasta que
todos sus enemigos sean puestos por estrado de sus pies, hasta la restauración
de todas las cosas.

“Jehová dijo a mi Señor: Siéntate a mi diestra, hasta que ponga a tus enemigos
por estrado de tus pies” (Salmo 110:1).

Este pasaje bíblico es la columna vertebral que sostiene toda la escatología del
Nuevo Testamento, es el eje en donde gira todo el engranaje de la estructura
escatológica bíblica, puesto que establece la ubicación del trono desde donde Cristo
reina, hasta el momento en que todos Sus enemigos son puestos por estrado de Sus
pies. Este es un pasaje bíblico citado numerosas veces en el Nuevo Testamento, dando
a entender que esta teología era fundamental para los escritores del Nuevo Testamento
en su configuración de los eventos del porvenir. Veamos algunas citas:

“Y el Señor, después que les habló, fue recibido arriba en el cielo, y se sentó a
la diestra de Dios” (Marcos 16:19).
“Así que, exaltado por la diestra de Dios, y habiendo recibido del Padre la
promesa del Espíritu Santo, ha derramado esto que vosotros veis y oís. Porque
David no subió a los cielos; pero él mismo dice: Dijo el Señor a mi Señor:
Siéntate a mi diestra, hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies”
(Hechos 2:33, 35).
“¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió; más aun, el que también
resucitó, el que además está a la diestra de Dios...” (Romanos 8:34).
“La cual operó en Cristo, resucitándole de los muertos y sentándole a su diestra
en los lugares celestiales” (Efesios 1:20).
“Si, pues, habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está
Cristo sentado a la diestra de Dios” (Colosenses 3:1).
“...habiendo efectuado la purificación de nuestros pecados por medio de sí
mismo, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas” (Hebreos 1:3).

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“...el cual se sentó a la diestra del trono de la Majestad en los cielos” (Hebreos
8:1).
“Pero Cristo, habiendo ofrecido una vez para siempre un solo sacrificio por los
pecados, se ha sentado a la diestra de Dios, de ahí en adelante esperando hasta
que sus enemigos sean puestos por estrado de sus pies” (Hebreos 10:12,13).
“Puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual por el gozo
puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la
diestra del trono de Dios” (Hebreos 12:2).

Todos estos hermanos tenían claro que la ascensión de Cristo al Padre y Su


permanencia a la diestra de Dios iba a ser hasta que todo enemigo fuera doblegado. Es
decir, Cristo se mantendrá a la diestra de Dios reinando como legítimo heredero del
trono de David hasta que toda resistencia sea dominada. El apóstol Pedro nos presenta
esta misma teología con otras palabras:

“Y él envíe a Jesucristo, que os fue antes anunciado; a quien de cierto es


necesario que el cielo reciba hasta los tiempos de la restauración de todas las
cosas, de que habló Dios por boca de sus santos profetas que han sido desde
tiempo antiguo” (Hechos 3:20,21).

Pedro establece el hecho que Jesucristo después de Su ascensión debe


permanecer en el cielo a la diestra de Dios hasta la restauración de todas las cosas.
“La restauración de todas las cosas” no puede ser otra cosa que el “cielo y tierra nueva”
de Apocalipsis 21, 22 donde todas las cosas serán renovadas: “He aquí, yo hago nuevas
todas las cosas” (21:5) y Cristo debe permanecer a la diestra de Dios hasta la
culminación del plan de Dios para este universo presente, hasta que toda profecía,
incluyendo las mileniales, haya tenido cumplimiento. Por lo tanto, el regreso del Señor
será al final de los tiempos, cuando Dios restaure “todas las cosas”. Este es el
testimonio no sólo de Pedro, sino que también de todos los “santos profetas que han
sido desde tiempo antiguo”.
Cristo está a la diestra de Dios reinando hasta la “remoción” de todas las cosas
físicas, para luego establecer eternamente las inconmovibles, y mientras eso espera su
cumplimiento Cristo supervisa y dirige providencialmente el avance de Su reino por
medio de Su iglesia en esta tierra. La hegemonía de este reinado se extiende: “Sobre
todo principado y autoridad y poder y señorío, y sobre todo nombre que se nombra, no
sólo en este siglo, sino también en el venidero” (Efesios 1:21). Estas palabras son
explícitas para establecer quién controla providencialmente todas las cosas, grandes y
pequeñas, las que están en los cielos y las que están en la tierra. Cristo “quita reyes, y
pone reyes” de acuerdo a Su soberana elección (Daniel 2:21), El tiene cuidado de los
pequeños pajarillos que caen a tierra, y conoce el número de cabellos que tenemos
(Mateo 10:29,30). Todo está bajo Su absoluto control. Bien dice el salmista: “Jehová
estableció en los cielos su trono, y su reino domina sobre todos” (Salmos 103:19). Su

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poderosa mano dirige a Su pueblo, Su iglesia, hasta que el “eterno propósito de Dios en
Cristo” sea cumplido. Cristo anda en medio de los siete candeleros de oro (Apocalipsis
1:13, 20; 2:1), supervisando, por medio del poder del Espíritu Santo, el avance de Su
iglesia hasta que cumpla la misión que le fue encomendada. Dios sometió todas las
cosas bajo los pies de Cristo, “y lo dio por cabeza sobre todas las cosas a la iglesia, la
cual es su cuerpo, la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo” (Efesios 1:22,23). La
iglesia es Su “plenitud”, es decir, en ella se goza y tiene contentamiento, en ella
materializa Su deseo de representarse ante el mundo, y llevar a cabo Sus propósitos,
hasta que Su eterno propósito llegue a su completa culminación en esta última
dispensación, la era del Nuevo Testamento (Hebreos 10:9). La iglesia es el centro de
operaciones de Dios en esta tierra y todo lo que Dios quiera llevar a efecto en esta
última dispensación será realizado por medio del ministerio de la iglesia, ella tiene las
llaves del reino de los cielos para atar y desatar lo concerniente a los asuntos de Dios
en este mundo (Mateo 16:19). Sólo ella goza de autoridad de lo alto para propagar Su
mensaje redentivo y todas las otras verdades que la acompañan.
Cristo reina desde los cielos y dirige Sus asuntos por medio de la iglesia hasta la
apropiada consumación de ellos; por lo tanto, es inaceptable esperar que Cristo venga
aquí a la tierra a reinar, como si no tuviera poder para dirigir el rumbo de las cosas
desde Su trono en las alturas. Todo lo que Cristo tenía que hacer en esta tierra ya está
hecho: “Consumado es” (Juan 19:30); lo único que no podía hacer desde el cielo era
nacer de mujer, vivir bajo la ley para cumplirla, y morir en expiación por el pecado,
pero todo lo demás es y será ejecutado desde Su trono en la Majestad en las alturas.
En el evangelio de San Juan, Cristo dice: “Yo te he glorificado en la tierra; he
acabado la obra que me diste que hiciese. Ahora pues, Padre, glorifícame tú al lado
tuyo, con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo fuese ... y ya no estoy en
el mundo...” (Juan 17:4-5, 11). Todo lo que Cristo tenía que llevar a cabo en esta tierra
ya está cumplido. El, antes de dejar este mundo para irse al cielo y ser glorificado junto
al Padre, organizó y comisionó Su ekklesia para que rematara el trabajo que comenzó a
hacer. La próxima vez que vuelva será para venir a buscar a los que dejó atrás: “ Y si
me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que
donde yo estoy, vosotros también estéis” (Juan 14:3). Este pasaje ilustra que cuando
Cristo vuelva, en Su única segunda venida, no va a ser para instaurar un reino
Mesiánico terrenal, sino que volverá para buscar a los Suyos y llevarlos a las moradas
eternas que les prometió, y esto será al final de los tiempos, en la consumación de la
edad (Mateo 24:29-31). Cristo vuelve a la tierra, una sola vez más (Hebreos 12:26,27),
y no para establecer un reino sobre esta tierra, sino para destruirla, y con ella, todo el
universo que le rodea. Cristo no tiene absolutamente nada más que venir hacer a este
mundo, todo está concluido, no hay nada en esta tierra que no pueda hacer desde Su
trono en los cielos.
Cristo, el Señor, se mantendrá a la diestra de la Majestad en las alturas hasta que
todos Sus enemigos sean puesto por estrado de Sus pies. Pablo en su primera epístola a

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los Corintios conecta la segunda venida de Cristo y la resurrección de los muertos con
el pasaje de Salmos 110:1:

“Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán
vivificados. Pero cada uno en su debido orden: Cristo, las primicias; luego los
que son de Cristo, en su venida. Luego el fin, cuando entregue el reino al Dios y
Padre, cuando haya suprimido todo dominio, toda autoridad y potencia. Porque
preciso es que él reine hasta que haya puesto a todos sus enemigos debajo de
sus pies. Y el postrer enemigo que será destruido es la muerte” (1Corintios
15:22-26).

El apóstol Pablo en este pasaje viene desarrollando la temática de la


resurrección de los muertos y establece que así como en Adán todos mueren a causa
del pecado, en Cristo todos serán vivificados por causa de Su justicia. Este evento
ocurrirá en la segunda venida del Señor, pero mientras tanto, “preciso es que él reine
hasta que haya puesto a todos sus enemigos debajo de sus pies”. Cristo está ahora
reinando y lo ha estado desde que ascendió a la diestra de Dios; El no está a la espera
de instaurar un reino terrenal desde donde reinar. Además, el pasaje establece que
Cristo continuará a la diestra de Dios hasta que haya suprimido todo dominio, toda
autoridad y potencia. En la segunda venida de Cristo (vers.23), todo enemigo estará
doblegado por el poder de Su evangelio. Nótese que Cristo no viene a poner a Sus
enemigos debajo de Sus pies, los enemigos ya estarán por estrado de Sus pies a Su
regreso. El regreso de Cristo es sólo para darle el golpe de gracia a la última
insurrección desatada por Satanás cuando es suelto de su prisión “por un poco de
tiempo” (Apocalipsis 20:3) en el ocaso del milenio; y luego entregar el reino al Dios y
Padre. La muerte es el último enemigo que será destruido. La muerte fue y es el
imperio del diablo, pero a la segunda venida de Cristo, la muerte, el diablo y todos los
que le siguen serán definitivamente destruidos. Este es el “fin, cuando [Cristo] entregue
el reino al Dios y Padre”, después de haber suprimido toda potencia que se levanta
contra el conocimiento del Todopoderoso.
La verdad expresada por el apóstol Pablo: “Porque preciso es que él reine hasta
que haya puesto a todos sus enemigos debajo de sus pies”, es también la misma verdad
que Pedro establece en su discurso a los Judíos en el pórtico de Salomón, desde otra
perspectiva: “A quien [Cristo] de cierto es necesario que el cielo reciba hasta los
tiempos de la restauración de todas las cosas”. En ambos casos se revela la
permanencia de Cristo a la diestra de Dios hasta la culminación de todo lo que “habló
Dios por boca de sus santos profetas que han sido desde tiempo antiguo” (Hechos
3:21). Es decir, todas las profecías de todos los profetas de Dios estarán cumplidas al
regreso del Señor, y dentro de estas profecías hay muchas relacionadas con el milenio.
Cualquiera puede comprender con estos claros pasajes bíblicos que un reino
Mesiánico terrenal es pura ficción, porque si lo hubiera, Dios habría dejado evidencia
de él en alguna parte del Nuevo Testamento. Dios no podía dejar en el tintero lo que

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sería Su más importante obra en esta tierra. Si Dios hubiera planeado establecer a
Cristo como sumo regente en un reino físico en este mundo, Pedro nos habría dado una
pista de esta grandiosa obra cuando bosquejó toda la era del Nuevo Testamento en su
sermón a los judíos en el día de Pentecostés:

“Y en los postreros días, dice Dios, derramaré de mi Espíritu sobre toda carne,
y vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán; vuestros jóvenes verán visiones, y
vuestros ancianos soñarán sueños; y de cierto sobre mis siervos y sobre mis
siervas en aquellos días derramaré de mi Espíritu, y profetizarán. Y daré
prodigios arriba en el cielo, y señales abajo en la tierra, sangre y fuego y vapor
de humo; El sol se convertirá en tinieblas, y la luna en sangre, antes que venga
el día del Señor, grande y manifiesto; y todo aquel que invocare el nombre del
Señor, será salvo” (Hechos 2:17-21).

En este pasaje no hay ni la más mínima referencia a un reino terrenal. La idea de


un reino en este mundo no es el fruto de la sana exégesis de la Biblia, sino de un mal
entendimiento de la naturaleza del pacto que Dios hizo con David que terminó con el
rechazo del Mesías por parte de Israel. Posteriormente, este mismo error fue
cristianizado, el cual ha sido decorado y amplificado hasta aparecer más
sofisticadamente bajo la forma de premilenialismo.

Héctor Hernández Osses


Pastor Bautista
Temuco – Chile
hectorihernandez@hotmail.com

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