ISBN: 978-0-8297-5559-6
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1. El oído de Samuel 19
2. Un Dios que se comunica 37
3. Infinidad de pruebas 57
4. Cómo reconocer la voz de Dios 83
5. Los mensajes de Dios por escrito 103
6. Luz para las noches oscuras del alma 129
7. Mandatos para los padres 147
8. Cuando Dios habla a través de otras personas 167
9. Mensajes que cambian el mundo 183
10. Basta con que digas una sola palabra 211
Apéndices
1. Versículos bíblicos para grabar en tu corazón 229
2. «¿Este mensaje será en realidad de Dios?» 233
Notas 237
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Bill Hybels
South Haven, Michigan
Agosto 2009
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Cada vez que esta súplica para tener oídos como los de Samuel
cruzaba por mi mente, era como si oyera la voz de Dios alentándo-
me… al menos hasta el punto en que entendía a «Dios» en aquella
época. Ante una encrucijada o un dilema, sentía que él me decía: «¡Bi-
lly, cuentas con mi apoyo! Obra con ética; nunca lo lamentarás». No
debería sorprenderme que el camino de Dios sea siempre el mejor. Sin
embargo, cada vez que me decido por el camino más ético y me siento
tan bien por andar en ese camino, levanto la vista al cielo y sacudo la
cabeza: «¡Dios, otra vez tenías razón!».
A medida que me conformaba a mi versión de la adolescencia, cre-
cía en mí un deseo insaciable de aventura. Mi padre había discernido
un carácter aventurero en mí desde una edad muy temprana y sabía
que si él no hacía algo para canalizar esa energía en una dirección po-
sitiva, acabaría arruinándome la vida. Antes de cumplir los diez años,
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surro: «Bill, casi todas las personas que conoces viven para ganar más
dinero, sin embargo, tú todavía no has gastado los dos cheques adicio-
nales que tienes en tu billetera. ¿Cuántos cheques más necesitas tener
antes de comprender lo que intento decirte? Si el dinero te atrajera, ya
los habrías gastado. Nunca te sentirás motivado por un salario, Bill. No
está en ti ser así, no te creé para ser ese tipo de persona».
Quedé tan desconcertado con esta experiencia que dejé mi chu-
rrasco a medio terminar sobre la mesa y me fui a mi habitación del
hotel, unos pisos más abajo. En mi mente repasaba una y otra vez la
pregunta: «Dios, si un salario nunca será suficiente motivación para
mí, ¿qué necesito para sentirme motivado?».
En mi habitación, me senté con las palmas vueltas hacia arriba ex-
tendidas sobre mi regazo. Con las palabras más sinceras que pude pro-
nunciar, oré: «Dios, guía mi vida hacia un propósito que en realidad val-
ga la pena. Estoy dispuesto a aceptar la manera en que tú quieras dirigir
mi vida».
No escuché ninguna respuesta. Nada audible. En cambio, me sentí
embargado por una sensación extraña, el tipo de sensación que los
conductores de carreras de automóviles deben experimentar cuando
toman una curva a máxima velocidad y luego comienzan a perder el
control de su vehículo, una sensación de adrenalina pura mezclada con
terror.
Pocos meses después de aquella noche monumental, dejaría el ne-
gocio de mi familia, abandonaría las comodidades de la vida que cono-
cí en Kalamazoo, y me mudaría a Chicago, donde ayudaría a un amigo
con el ministerio juvenil que un día se convertiría en la Iglesia Comu-
nitaria de Willow Creek. Finalmente comencé a comprender que los
susurros de Dios son importantes. Son muy importantes.
Décadas después, todavía sacudo la cabeza maravillado del poder
de un mensaje que recibí después de no cenar en un hotel frente a la
playa más famosa de Brasil.
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T ener cultos en una sala de cine tal vez les parezca diver-
tido, pero cuando en la misma sala pasan películas de terror los
sábados en la noche y dan por sentado que, ya que estaremos allí los
domingos por la mañana, no tendremos problema en limpiar el piso y
los ocasionales vómitos, la idea pierde su atractivo.
Todavía más, los que sentimos el llamado a comenzar la comuni-
dad de Willow éramos unos adolescentes o jóvenes veinteañeros, sin
dinero y que no sabíamos nada acerca de cómo comenzar una iglesia.
En este caso, la «vida» y la «paz» vinieron por medio de la venta puerta
a puerta de tomates a fin de financiar la compra de un mísero sistema
de sonido, así como de la obtención de todos los préstamos que pudié-
ramos obtener para pagar la electricidad.
Sin embargo, nadie se sorprendió de la fidelidad de Dios a cada
paso del camino, a pesar de los errores que cometí como novato en el
liderazgo, los cuales muchas veces casi acabaron por hundirnos.
Finalmente, después de muchas decisiones por Cristo, reconsagra-
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Editorial Vida
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