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Entre cenizas y olvido: el papel de las Humanidades en el bachillerato.

Mi experiencia como docente en una facultad humanística —en la cual desde


hace décadas resuena la misma pregunta planteada por padres víctimas de la
nefasta ideología dominante de lo útil: «Pero ¿qué hará mi hijo con una
licenciatura de letras?» (Ordine, 2013: 41).

La importancia del estudio de las humanidades en los últimos tiempos se ha ido


poniendo en cuestionamiento, debido principalmente a la poca utilidad, y de lo prescindible
que puede ser (es), tanto en la academia como en el campo laboral. En un mundo competitivo
donde vale más la eficiencia y la acción, que la contemplación y reflexión.
¿A qué se debe la poca demanda en la matrícula de las humanidades? ¿Por qué no
existe un interés real en el estudio de la educación humanística? ¿Cuál es el papel de las
humanidades en el bachillerato? ¿Cómo enseñar las humanidades en la educación media
superior? Y sobre todo ¿Quién las enseña?

¿”Humanidades”?, ¿”letras”?, ¿”filosofía”? ¿Por qué pasar, si había


que hacerlo, a una en “Filosofía y Letras”? ¿Por qué conservar el
término “filosofía”? ¿Por qué no pasar, por ejemplo, a una
“Licenciatura en Humanidades”, o a una “Licenciatura en Letras”?
¿Qué diferencia hay entre las humanidades y las letras, y entre éstas
y la filosofía? Y si son lo suficientemente diferentes, ¿por qué
ayuntarlas? ¿Para qué? (Moreno, 2014: 83).

Las últimas reformas educativas en la educación media superior tienen a las


humanidades como principales protagonistas, por citar un ejemplo, en la reforma del 2009 se
omitió del mapa curricular a las asignaturas de filosofía y ética; dejando únicamente a las
materias de historia y literatura como obligatorias. Una clasificación (o mala clasificación)
de las asignaturas humanísticas que encasilla en el campo de las ciencias sociales –ahí donde
se encuentra la economía y la sociología- a la historia, y a la literatura y al taller de lectura y
redacción en el conjunto de las ciencias de la comunicación. Entonces ¿Por qué no crear un
área disciplinar en humanidades? Un campo de las humanidades en el bachillerato donde se
cultive principalmente a la filosofía, la historia y la literatura. Así como lo hay de
matemáticas, ciencias naturales, ciencias sociales y comunicación.
No obstante, en la reforma educativa del 2011, se integraron mayores contenidos
humanísticos en el bachillerato con el motivo de ofrecer una mejor formación integral; el
reforzamiento o fortalecimiento en los campos humanísticos se debe al poco peso que se le
ha otorgado a dichas asignaturas en los bachilleratos técnicos. Pero ¿Por qué los cambios en
el plan de estudios? ¿Cuál es el verdadero motivo de la marginación humanística? o
actualmente ¿Cuál es el motivo de la humanización educativa? pero ¿Qué no se abre la
dualidad de un pensamiento por competencias y un pensamiento crítico en el bachillerato?
Cierto, ahora hay una mayor cobertura de la educación humanística, pero se sigue viendo a
la educación media superior como un semillero formativo de enseñanza instrumental. La
demanda del sistema, del Estado, deviene a que se formen estudiantes técnicos, que sean
prácticos, útiles ante las exigencias del mundo y que no se cuestionen el porqué de las cosas.

A nuestro juicio, las autoridades gubernamentales consideran que si


a los jóvenes se los prepara para cubrir las necesidades básicas de las
grandes transnacionales, que se reducen a saber inglés, computación
y algún oficio, basta y sobra para que cumplan su función en la
sociedad. Se trata entonces de que reciban una educación
tecnocrática elemental para el funcionamiento del mercado. (Vargas,
2010: 6)

De igual modo, la principal contradicción versa en el incumplimiento del artículo 3


de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos en el que se expresa la necesidad
de promover por medio de la educación la mejora de la convivencia humana, al igual que el
fomento al aprendizaje de las ciencias, es decir, recibir de la educación, una educación
humanística y científica. Nunca se señala una inclinación ya sea a las ciencias o a las
humanidades. Sin embargo, la educación en la actualidad tiene una clara preferencia con la
tecnificación.
En el artículo 3 se señala que: “La educación que imparta el Estado tenderá a
desarrollar armónicamente, todas las facultades del ser humano y fomentará en él, a la vez,
el amor a la Patria, el respeto a los derechos humanos y la conciencia de la solidaridad
internacional, en la independencia y en la justicia”. Además que “El criterio que orientará a
esa educación se basará en los resultados del progreso científico, luchará contra la ignorancia
y sus efectos, las servidumbres, los fanatismos y los prejuicios”.
Pero ¿Cuáles son las consecuencias de no tener una educación humanística? La
erradicación de las humanidades, su desmantelamiento de los planes de estudio, la
degradación académica o su humillación laboral, deviene principalmente en el fin de las
habilidades sociales, esto es, la correcta relación que tiene el uno con el otro. En un país en
el que los últimos años ha ascendido el número de violencia debido a la falta de empatía, la
poca humanización, el carente sentido de respeto; dicho en otras palabras la falta de una
buena educación. Con esto quiero decir que en la actualidad hay una ausencia de la formación
ética, la estructura familiar no cumple su principal rol social, el cual es el inculcamiento de
los valores morales, añádase la deserción o rezago escolar, pero además, existe un problema
todavía más grande, a saber, el poco interés en las humanidades. El problema se agranda
todavía más cuando se le otorga poca cobertura en la educación, no se difunde, ni tampoco
se fomenta el estudio de las letras, de los acontecimientos históricos, de la historia de las
ideas. En el presente, el estudio de las humanidades es impopular entre los y las jóvenes; la
filosofía, historia, literatura y lingüística no son carreras de moda, y mucho menos
satisfactorias económicamente. ¿Cuál es la rentabilidad de las humanidades? se preguntan
quienes interesadamente buscan estudiar una carrera o simplemente cuestionan el beneficio
humanístico. Sin embargo, un factor primordial en la oferta y demanda humanística es el
sistema, quien quiere hacer de la masa a su principal marioneta. Por tal motivo, las
humanidades son las cenizas del bachillerato; un mero apéndice académico; asignaturas para
algunos de relleno. “Dicen que son humanistas y eliminan las humanidades; dicen que son
democráticos y hacen una reforma autoritaria; dicen que están en contra del narcotráfico y
no hacen un esfuerzo por ofrecer a los estudiantes fuerzas morales a través de la educación”
(Vargas, 2011).
Una de las áreas disciplinares humanísticas que más ha estado en constante descrédito
es la correspondiente a la filosofía. Innumerables y hartos cuestionamientos giran en torno al
“amor por la sabiduría”, desde preguntas como:
¿Cuál es el papel de esta disciplina?, ¿Tiene un fin práctico la filosofía?, ¿Cuál es la
importancia de la enseñanza de la filosofía en la educación media superior? hasta otros
interrogantes más específicos, a saber: ¿Cómo vamos a educar filosóficamente?, ¿Quién
enseña filosofía en el bachillerato?, ¿la filosofía tiene futuro? (y si no lo tiene, ¿nos acercamos
al fin de la filosofía?) o ¿Cuál es el panorama de la filosofía fuera del ambiente académico?
A la filosofía se le ha adjuntado un cliché, el cual estriba en la inutilidad, la
ineficiencia y la intrascendencia de su estudio; teniendo como principal lema entre quienes
se dedican a otras áreas o los que han pasado de lente oscuro: “la filosofía no sirve para nada
útil” o “la filosofía es aburrida”. El estudio de la filosofía aunque suene demasiado trillado y
recurrente, estimula el pensamiento crítico, a que haya un ejercicio libre del pensamiento por
medio de la reflexión propia, a pensar de una manera ordenada y no sistematizada como
propone la educación técnica. Pero lejos de delimitar a la filosofía como un conjunto de
saberes, una reflexión o simplemente una asignatura esclava del sistema escolar,; la filosofía
es una forma de vida. El filósofo Michel Onfray, dijo en alguna ocasión “Todos los niños son
filósofos. Solo algunos continúan siéndolo”. ¿A dónde se va esa capacidad de asombro que
surge en la infancia? o ¿Qué pasa con las innumerables dudas que tienen los niños a temprana
edad? o con la búsqueda de identidad adolescente: ¿Por qué soy como soy? o ¿Por qué pienso
lo que pienso?
Así mismo, la filosofía está presente en la vida del ser humano de manera implícita y
explícita; desde las decisiones que tomamos a diario o la manera en que nos relacionamos,
siendo un reflejo del protagonismo de la filosofía la formación humana. La filosofía por
proponer una definición: “Es la brújula que todos necesitamos para conocer quiénes somos,
de dónde venimos, adónde vamos, qué está bien y qué mal, y un sinnúmero de respuesta sin
las cuales la existencia sería, sencillamente, imposible [y carente de sentido]” (Fernández-
Blanco, 2015: 36).
Una de las principales razones por las cuales se continúa enseñando la filosofía en el
bachillerato es la necesidad de tener una ciudadanía responsable éticamente para que se pueda
sobrellevar una vida democrática. Esa mejora en la calidad de vida para su vida colectiva es
el principal motivo por el que se mantiene en la educación media superior la filosofía y la
ética. Sí, tal parece que la única función o cabida que tiene la filosofía es fungir como una
pedagoga moral para la sociedad. La enseñanza de la filosofía tanto en la educación media
superior como en la superior y en general, no solamente debe limitarse a la comprensión de
textos, autores, temas o corrientes, sino ir más allá y ser capaz de enseñar a pensar sobre el
enseñar a recordar. Sobre la importancia de la filosofía en la educación media superior surge
otro problema que se encuentra implícito, es decir, la enseñanza de la filosofía. Pero ¿Cómo
enseñar la filosofía en el bachillerato (como se imparten los contenidos)? y ¿Quién enseña la
filosofía en el bachillerato? “¿No es el momento de reparar que el descrédito de las
humanidades puede tener un origen en la forma en que se imparte, en quienes la imparten
(que no siempre son filósofos) y en la manera en que se le concibe?” (Priani, 2011).
Ante los presentes cuestionamientos se infiere que en primera instancia se enseña la
historia de la filosofía y no filosofía, además de que no todos los docentes de filosofía tienen
esa habilitad para dar clases; se continúa enseñando de una manera tradicional, es decir, el
almacenamiento de autores, textos, fechas, teorías, y poco se cuestiona por el porqué. No se
logra verdaderamente un aprendizaje significativo y es ahí donde los estudiantes ponen en
tela de juicio la utilidad de lo que supuestamente se les enseña. Pero desde la otra perspectiva
no surge un interés desinteresado, sino simplemente se busca aprobar la asignatura para
cumplir con el plan de estudios establecido y obtener a cambio un certificado que te acerca
más al mundo laboral y del cual la mayoría no aspira a vivir de las humanidades. Entonces
el reto del docente de filosofía, sea filósofo, abogado, antropólogo, o ingeniero que da clases
de lógica, es claro y distinto, a saber: hacer del proceso enseñanza-aprendizaje un estudio
con sentido y aplicable. Si bien el estudiante de bachillerato y en general cualquiera que haya
estudiado por lo menos una vez alguna asignatura de filosofía en su vida, no irá por el mundo
aplicando el saber filosófico al pie de la letra cual si fuera un imperativo categórico kantiano,
pero si despertar en él los principios básicos de la filosofía como la reflexión, la capacidad
de asombro, la duda, la curiosidad, por citar algunos ejemplos. De manera que el docente de
filosofía en el bachillerato más que un transmisor de conocimiento –con el perdón de los
constructivistas, pero con el aval de la educación tradicional (la memorística)- así como
postulaba Hume o Locke con la tabula rasa, debe ser un cuestionador y seguir el método
mayéutico, ese que versa en extraer de la misma persona las ideas, pero a la vez también ser
un facilitador del conocimiento.

En este orden de ideas, la filosofía no puede ser enseñada como un


conjunto de preceptos que el alumno debe aprender de memoria. El
máximo reto es que el estudiante de educación media superior
aprenda a desarrollar una actitud filosófica. Ya lo decía Kant, no se
trata de enseñar filosofía, sino de enseñar a filosofar. ¿De qué nos
sirve tener en el aula estudiantes capaces de repetir de memoria los
silogismos o las características de distintas corrientes filosóficas si
esto no despierta en ellos y ellas la necesidad de conocer su propia
circunstancia, de cuestionar su realidad? La filosofía ha de despertar
en los y las jóvenes su capacidad inquisitiva, muchas veces
adormecida como resultado del excesivo adoctrinamiento al que son
sometidos a través de la escuela, los medios y la tradición. La
filosofía ofrece a los y las jóvenes la posibilidad de cuestionarlo
todo, de indagar sobre los más diversos aspectos del mundo.
(Rodríguez, 2011: 186)

La segunda problemática deviene en la variedad de profesionistas que pueden dar la


clase de filosofía y ética, desde un abogado hasta un antropólogo, o como se me dijo en una
ocasión durante una entrevista de trabajo “filosofía no nos preocupa porque la puede dar
cualquiera”.
Sí la enseñanza de la filosofía es achacada de aburrida se debe en gran medida a
quienes no estudiaron filosofía, pero la enseñan. Lo anterior no quiere decir que defienda al
gremio filosófico y que exclusivamente quienes estudian filosofía deben enseñar filosofía,
ya que sería caer en un solipsismo filosófico y en un egoísmo académico, pero tampoco se
debería abaratar la asignatura para que quien tenga un perfil parecido sea el que la imparta.
Una solución viable es que quienes no tengan la formación filosófica sean capacitados por
quienes sí la tienen o a la inversa, los filósofos que no tienen habilidades pedagógicas sean
instruidos para adquirir esas estrategias pedagógicas y el conocimiento en materiales
didácticos. “La forma doctrinaria como se ha enseñado la filosofía en nuestro país, ha
producido el efecto de incomprensión y desprecio de la importancia de la filosofía aún por
aquellos que han cursado esas materias” (Vargas, 2011: 13).

Es necesario señalar que, con frecuencia, las asignaturas de filosofía


son impartidas por profesionales de otras áreas. Tal situación ha
generado desinterés y desánimo en el estudiante de bachillerato, que
ve la filosofía como un conocimiento tedioso y anacrónico.
(Monroy, 2011: 33)
Bibliografía

Fernández- Blanco, Jaime, Aprende a pensar, Filosofía Hoy, Madrid, (48): 36-38, octubre
2015.

Moreno, Juan. (2014). ¿DOSCIENTOS AÑOS DE QUÉ? O sobre nuestra ambigua relación
con la Modernidad, con la filosofía y con las humanidades. México: Fontamara.

Ordine, Nuccio. (2013). La utilidad de lo inútil. Akhenaton

Vargas, Gabriel (compilador). (2011). La situación de la filosofía en la Educación Media


Superior. México: Torres Asociados.

Vargas, Gabriel (editor), México: La eliminación de las humanidades y la filosofía en la


actual reforma educativa de la educación media superior, dialéctica, México, (42): 4-6,
Invierno 2009- Primavera 2010.

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